No hace mucho falleció en Tarzana (California), casi a la edad de cien años, el que puede considerársele el último pionero de la época legendaria en que el Oeste era algo empírico que sólo hombres de corazón y resistencia física excepcionales, habrían de amansar y colonizar para la civilización. Este hombre, llamado Al Jennings, estuvo considerado en el apogeo de su vida activa como el gun-man más rápido de manos de todo el Oeste, aún más que lo fueran Billy «El Niño», Jesse James y otros ases del «Colt» de aquella época. Al había nacido en Virginia en 1861, y quizá porque el Destino había prendido en su joven sangre el espíritu de la aventura, huyó de su hogar cuando sólo contaba once años, y no mucho más tarde apareció en el peligroso Oeste, al que se aclimató muy pronto pese a su edad precoz.
Cuando Dean Anderson entró en su cabaña y descubrió todo su ajuar volcado, en desorden, y, como colofón, el cuerpo de su hermano Peter colgado de una viga del techo, con la amoratada lengua fuera y dos manchas sangrientas en el pecho, creyó que las cumbres de las montañas lejanas se le habían desplomado sobre el cráneo, dejándole en una situación difícil de analizar, pues apenas si se daba cuenca de lo que le rodeaba.
Tuvo que apelar a todo su valor, a su sangre fría, muchas veces puesta de manifiesto, y a su carácter resolutivo, para llevar un poco de orden en su cerebro y tratar de analizar el porqué de aquel sangriento cuadro.
El poblado Witeowl estaba situado en un gran vano del oeste de Dakota del Sur, entre el River Owl Feather al norte y el Elmor 8 Mille Cr., al sur. Infinidad de pequeñas, corrientes de agua afluían en torno a su situación geográfica y más al este se erguían las reservas indias Cheyennes.
Los dos poblados más importantes se encontraban al este, pero por bajo de Witeowl. Uno era Rapid City y el otro el célebre centro minero de Deadwood. También próximo a éste se hallaba enclavado otro poblado bastante nutrido, llamado Lead.
Caldwell, Kansas, 1870… Caldwell había nacido dos años atrás. Nacido, come casi todo lo que nacía en Kansas por entonces, casi de la noche a la mañana. Colocada a un par de millas al norte del punto en que la Senda de Chrisholm penetraba en Kansas, formaba un punto avanzado sobre la Ruta y las Tierras Indias. Los conductores de ganado llegaban allí como los lobos a un manantial después de un día de verano. Los pieles rojas, a pesar de haberse firmado el tratado de paz, hacían frecuentes incursiones depredatorias, casi siempre por sorpresa. Debido a ello, los edificios de Caldwell estaban bastante agrupados a un lado de la Senda y habían sido construidos más como fortines que como viviendas normales. En marzo de 1870, Caldwell tenía dos saloons, cinco tabernas de baja estofa, un hotel, una herrería, una barbería, un almacén de ramos generales, una talabartería y catorce edificios particulares.
El día era endemoniadamente caluroso. El sol apretaba de firme y el paisaje que se divisaba entre un halo medio gris, medio dorado que parecía caer de las alturas como un vaho desprendido de la atmósfera, era sucio, reseco, áspero y nada agradable. Y, sin embargo, aquella parte alta de Nuevo México, en la vieja ruta de Santa Fe, poseía un paisaje maravilloso, agradable, acogedor, cuando el tiempo era amable y permitía gozar con relativa calma de nervios de cuanto se desarrollaba en torno. El poblado, llamado Tierra Amarilla, que se asentaba en el centro del vano formado, a la izquierda, por las reservas indias de Jacarilla Apache y, a la derecha, por la línea férrea que descendía desde Colorado, para ir a descansar de su carrera en la propia Santa Fe, era el más importante de aquella cuenca, y donde se podía resolver con más rapidez y eficacia cualquier asunto de trámite, pues allí había Juzgado, Registro de Propiedades y algunas otras dependencias, donde todos los asuntos que afectaban a los vecinos del Condado tenían que ir a parar para adquirir carta de legalidad.
Tim Gardner, al escuchar el ruido del carruaje que se aproximaba, asomó entre la vegetación que le ocultaba e hizo seña a su amigo Myron Power para que se preparase. A continuación el joven hizo girar el pañuelo del cuello y lo levantó de forma que le cubrió el rostro, dejando a la vista únicamente sus ojos claros, de mirada penetrante. Myron sonrió, aprobando con el gesto y le imitó. A continuación movió ambos brazos, seña que fue captada por uno de los tres jinetes que se hallaban apostados en el próximo recodó que formaba el camino. Después de hecha la seña, Myron volvió a esconderse, imitándole Gardner.
—Duke. Hay un vaquero que quiere hablar contigo.
—¿Qué quiere?
—Hablar contigo. Es lo que me ha dicho.
—Has debido tratar de averiguar qué es lo que quiere… No más líos con los cow-boys.
—No le conozco.
—¿Forastero?
—Desconocido para mí.
—Bien. Dile que pase. Es lo mejor para salir de dudas.
Lige Grant llevaba más de una hora sentado ante su mesa de despacho del bonito y productivo rancho que poseía en Pierce, al este de Idaho, en un vano que se dibujaba como la giba de un camello mirando a la derecha. La giba la formaba el curso del río Clearwater, el cual dibujaba en la parte alta la joroba en un medio círculo violento, para después descender hacia el oeste a unirse al River Clearwater. En el centro de la hipotética giba, estaba situado el poblado donde radicaba el rancho. Por debajo, corría el curso del Middle Fork y, a la derecha, se deslizaba la cadena montañosa del Bitter Rook Mountains, con su escabroso corte llamado Lolo Pass, que permitía el paso hacia el vecino Estado de Montana.
Los gritos del conductor eran acompañados por el chirriar de los ejes, en un bamboleo que echaba los viajeros de la diligencia unos contra otros.
Las dos mujeres que figuraban entre éstos unieron sus gritos a los del conductor, coreadas por las protestas del resto.
El vehículo dejaba tras sí una enorme columna de polvo.
El traqueteo era inmenso. Los viajeros se sujetaban donde podían para mantenerse en sus sitios.
Algunos viajeros golpeaban el techo para hacer saber a los conductores sus protestas.
Link Bangor era el propietario del único bar que había en Sheffield.
Su hija le ayudaba en el mostrador, haciendo que con su presencia fuesen más numerosos los clientes asiduos al local.
Era una joven muy guapa.
Ivone hablaba animadamente con su padre:
—¿Qué le sucede a Jacyn Lloyd?
—Ha vuelto a perder —respondió su padre.
—Debiera escarmentar… Henry Rodgers es muy hábil con los naipes.
En la turbulenta y peligrosa ciudad de Dodge City era muy difícil que ningún suceso de sangre, por alucinante que fuese, pudiera conmover a sus habitantes hacia el año 1878, cuando lo que no mucho tiempo atrás fuese un villorrio sin importancia, se convirtiera, por obra y gracia de los astados, en uno de los lugares más frecuentados, más tumultuosos y más estrafalarios de todo el Oeste.
Algún tiempo atrás había sido Abilene el centro dramático donde la sangre humana corriera con profusión por el imperativo de los egoísmos y apetencias de ciertos elementos despreciables, que lo convirtieron en su feudo, cuando los hatajos de astados lanzados por la pradera desde San Antonio llegaron allí en conducción, para descongestionar de ganado la parte media y baja de Texas. Pero no mucho más tarde, cuando alguien entendió que era más práctico alargar la ruta de los cornilargos y poner punto final a su carrera en Kansas, como lugar más propicio al mercado, fue Dodge City el lugar ideal para esta meta fabulosa.
El capitán del «Pearl» se puso a maldecir al ver que la entrada al embarcadero estaba obstruida por barcazas y pataches. Tenía razón porque desde mucho antes de divisar el poblado de Olker, el «Pearl» había estado avisando con prolongados toques de— sirena. Todo el pasaje se encontraba en cubierta, apretujándose en la borda que daba al embarcadero. Había pasaje de las condiciones más heterogéneas. Hombres de negocios, colonos, vaqueros, jugadores profesionales, aventureros…
—Eh, muchachos, salid a contemplar al sobrino de nuestro cocinero. Os reiréis cuando le veáis. Riéndose, los vaqueros fueron saliendo de la vivienda. Un joven muchacho, de unos seis pies y medio de estatura, les miraba en silencio. Robert Kerr, capataz del equipo, indicó a sus compañeros que se acercaran. Raymond Wood, propietario del rancho y, el cocinero del mismo, acompañaban al recién llegado.
>Edgar Snake miró preocupado al sheriff. —Por favor, Edgar… Adivino lo que estás pensando… ¿Crees que sería capaz de pedirte…? —No se trata de eso —interrumpió Edgar—. Es mi esposa quien me preocupa. Elga está muy delicada… Cualquier disgusto puede costarle la vida. —¿La vio el doctor Herbert? Asintió con la cabeza el interrogado. —Su corazón está muy débil… —agregó seguidamente—. Me dio pocas esperanzas. —Lo siento…
Alguien, no se sabía quién, había bautizado con el expresivo nombre de Río de Oro aquel exótico y extraño campamento minero que, por caprichos del Destino se había instalado en una de las partes más escabrosas del Big Trees, a unas treinta millas de la ciudad de Sacramento.
Era la época arrolladora de los descubrimientos de filones de oro en toda aquella cuenca extensa y pródiga que giraba en torno al ya famoso río.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
El «Saloon Dorado» de Alburquerque, estaba bastante concurrido de público aquel atardecer de mediados de mayo. La barra casi desaparecía a la vista a causa de los clientes que bebían en pie discutiendo acaloradamente asuntos sin trascendencia y en las mesas había hasta docena y media de clientes bebiendo sin prisa, quizá en espera de que se hiciese de noche y la sala de juego empezase a funcionar. En una mesa un cliente solitario bebía a pequeños sorbos un vaso de whisky. Era un hombre de unos cuarenta años, de excelente estatura, metido en carnes, de anchos hombros y cabeza grande y mal formada. Su rostro duro, de facciones incorrectas, acusaban al hombre tosco y áspero, sin refinamiento de ninguna clase. Tenía los ojos buidos de un gris claro, las cejas muy pobladas, la nariz algo porruda, los labios gruesos y groseros y el mentón bastante afilado y prominente. A simple vista patentizaba el exceso de libaciones de aquella tarde. Lo denunciaba el brillo de su mirada, el reflejo un poco cárdeno de sus pupilas sin mucha luz y lo encendido de su piel morena.
Queremos divertirnos... Hace más de una semana que no salimos del rancho. Rosemary habló con los componentes de la orquesta e inmediatamente comenzaron a interpretar conocidos bailables. Por orden de Rosemary acudieron las demás empleadas al saloon y en pocos minutos cambió por completo el colorido del local. Jimmy bailó con Rosemary, siendo ambos muy aplaudidos. Billy, el capataz del equipo, les felicitó.
—¡Hola, sheriff. ¿Mucho trabajo? El sheriff miró sonriendo al joven ranchero, diciendo: —¡Hola, Rock...! Ya sabes que esta zona es tranquila. —Lo sería de no ser por los componentes del Fronterizo... ¿Han vuelto por aquí desde el otro día? —No... Pero, si vienen, procura no armar camorra con ellos. Llevarías las de perder.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.