La patrulla de Caballería había sido duramente castigada. Ahora iba al mando del sargento Braggan. El jefe de la patrulla, segundo teniente Forbes, era poco más que un bulto azul sobre la silla de su montura. Apenas si podía mantenerse sobre ella, ayudado por dos soldados. Cuatro hombres habían quedado muertos en el desierto. No habían podido enterrarlos.
Un intenso clamor de pánico brotó de las gargantas de vecinos y transeúntes que se encontraban en la calle principal de Pawlet, un poblado situado al Noroeste en Colorado, cuando se dieron cuenta de que, por la parte alta de la calle, como una tromba asoladora, acababa de aparecer a todo galope una punta de astados que, azuzados por los peones del equipo, avanzaban arrollando todo lo que encontraban a su ciego paso. Todos se dieron rápida cuenta de que se trataba de uno de los hatajos que Marty Shanks, el ranchero, había adquirido en algún lugar de la región y que al frente de él debía galopar Ziggy Taylor, el rudo y demoníaco capataz de Marty.
Cuando aquella mañana del histórico 18 de enero de 1848, James Marshall, el encargado de la serrería de Colomo, en la enorme granja de Sutter, descubrió incidentalmente que en el próximo arroyo acababa de aflorar oro en cantidades fantásticas y lanzó el grito de alarma en torno a él, no pudo sospechar nunca que aquel grito de júbilo inenarrable fuese como un gigantesco clarín que había de llegar por encima de los mares como una llamada de guerra, para atraer a aquel punto de California la más variada y peligrosa gama de hombres que podían ser reunidos en un mismo punto.
Chane Setter contempló con profundo estupor la débil y azulada columna de humo que aún flotaba tenuemente en las bocas de sus dos terribles 'Colt' empuñados nerviosamente con ambas manos y, después, como si le costase trabajo reconocer la trágica verdad, echó una ojeada a lo largo de la calle para convencerse de que aquellos dos cuerpos que yacían en mitad de ella como dos grotescos peleles desinflados, pertenecían a Tom y David Withe y que éstos habían caído de aquella manera espectacular, debido a su fina puntería y a su rapidez manejando tan mortíferas armas. Chane tuvo que rendirse a la evidencia y reconocer que el suceso ya no tenía ninguna solución. El instinto de conservación le había movido a disparar sus pesados revólveres antes de que sus enemigos pudiesen adelantarse en el intento y el resultado no pudo dar un fruto más desastroso. Los Withe, padre e hijo, yacían ahora, el uno con un terrible agujero en la frente, y el otro con el pecho atravesado, y ya era inútil la intervención del cirujano, ya que él tenía la fatal virtud de no errar jamás un tiro y sus retadores estaban bien muertos por los siglos de los siglos
En la época que nos ocupa nuestro relato, la pequeña población de Holbrook, capital del condado navajo de Arizona, que está situada a orillas del río Little Colorado, era una zona ganadera de importancia ya que en todas direcciones estaba salpicada de ranchos que poseían muchos cientos de cabezas de ganado vacuno. A esta zona acudían vaqueros procedentes de todos los estados y territorios ganaderos de la Unión. Glen Keene, sheriff de la localidad, estaba considerado como el hombre más importante.
El invierno había pasado ya y la primavera estaba llegando. Aún se veían numerosas manchas de nieve en las crestas de las montañas, pero en los lugares situados a nivel inferior, el verde y el azul eran los colores que más resplandecían, junto con el rojo y amarillo de algunas flores silvestres. Para Hyron Rafferty había terminado también la larga temporada de aislamiento invernal. Sentado en el pescante de su carro, Rafferty se dirigía a Kennab, con objeto de reponer las provisiones consumidas durante el invierno. Tenía su rancho en la parte alta de la región y, durante el primer año de su establecimiento, había vivido completamente solo. Tal vez encontrase ahora algún peón que quisiera ayudarle, aunque lo dudaba.
Doce años de cárcel eran muchos años para que no los acusasen un cuerpo y una mente. Jerry Morgan, que los había sufrido día a día, sabía mucho de la influencia de tantos y tantos días de encierro entre cuatro sombrías paredes, contemplando una partícula de cielo a través de un pequeño ventanuco, encerrado sin más compañía que alguna rata pegajosa y sus sombríos y bárbaros pensamientos. Su prisión pudo haberse prolongado ocho años más, de no haber encajado con coraje la situación, amoldándose a ella a la fuerza y tratando de hacer méritos para acortar aquel encierro demoledor. Y lo había conseguido con una fuerza de voluntad tremenda, sobreponiéndose a todos sus amargos pensamientos y a la enorme cantidad de odio y coraje que almacenaba en su alma.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
—¡Te digo, Rawlins, que jamás creeré en la culpabilidad de Bill! —Eso tan sólo demuestra dos cosas, Nora —replico el llamado Rawlins—. Que estás enamorada de él que eres muy cerrada de mollera. Quienes escuchaban rieron de buena gana, sobre todo al ver la actitud agresiva de la joven. —¡No estoy enamorada de él ni soy cenada de mollera! —bramó encolerizada Nora—. ¡Lo que sude es que no creo en quienes declararon contra él! Es víctima de una trampa bien urdida sabe Dios por quién!
—Comprendo que eres aún joven, papá, y que es natural que te hayas vuelto a casar; pero tienes que comprender, a tu vez, que no puedo ver con buenos ojos a la que ha usurpado el puesto de mi madre. —Sylvia es una buena chica y no tiene muchos años más que tú... —Eso es lo que me preocupa. Tú estás joven, pero no tanto..., si se te compara con ella. —Eso no puede ser un inconveniente. Vamos a acercarnos al fuego. Hace mucho frío. No pienses más en ello. Sylvia terminará por quererte como a un hijo. Debes atenderla y ser cariñosa con ella.
Cuando Marty Kapell subió bordeando el río Mancos en el sudoeste de Colorado y se vio casi a la altura del poblado que llevaba el nombre de dicho río, estuvo muy lejos de suponer lo que le iba a esperar allí para poner a prueba una vez más sus nervios, su carácter poco tranquilo y su espíritu burlón y travieso. En realidad, su intención no había sido la de arribar a dicho poblado con ánimo de quedarse en él. Su idea era derivar a la derecha y alcanzar Durango, donde esperaba encontrar la clase de trabajo que más le pudiese agradar y convenir. Pero cuando se acercaba al poblado —precisamente un soleado domingo del mes de mayo— descubrió cómo muchos jinetes galanamente ataviados se dirigían al poblado, tanto por el camino general como por algunos atajos, y Marty adivinó que algo espectacular debía desarrollarse en Mancos, cuando acudían a él tamos jinetes embutidos, en sus trajes domingueros.
El jinete desmontó y mientras miraba en todas direcciones, absorto en sus propios pensamientos, sujetó su caballo a la barra que para tal efecto existía a la puerta del local.
Como sucede en todas las pequeñas poblaciones, los forasteros eran contemplados con curiosidad.
Se sacudió sus ropas con el sombrero de anchas alas, y por el mucho polvo que de ellas salía, pensaron quienes le observaban que tenía que haber galopado durante muchas horas.
El viejo herrero de Virginia City, llevado por la curiosidad, abandonó su taller y se aproximó a un grupo de vecinos que en medio de la calzada charlaban animadamente. —¿De qué habláis con tanta animación? —preguntó al reunirse con el grupo. —Sobre los cinco forasteros que acaban de entrar en el local de Alma —respondió uno—. Según Vidor, son famosos por California. —¡Terriblemente famosos! —agregó Vidor—. ¡Y me asusta lo que puedan buscar aquí!
Entre los muchos locales de diversión con que contaba Cheyenne, la capital del territorio de Wyoming, el Missouri era de los más concurridos y famosos. A pesar de que su instalación interior no difería de los otros en nada, su fama radicaba en las muchachas que atendían a los clientes y que, según opinión de todos, eran mucho más bonitas y amables. Un grupo de hombres de aspecto mal encarado habían entrado imponiendo su capricho a los clientes y empleados, y todos les miraban con terror, lo que indicaba que debían ser conocidos.
Fidel Prado Duque. Nació en Madrid el 14 de marzo de 1891 y falleció el 17 de agosto de 1970. Fue muy conocido también por su seudónimo F. P. Duke con el que firmó su colaboración en la colección Servicio Secreto. Autor de letras de cuplés, una de las cuales alcanzó enorme relevancia: El novio de la muerte, cantada por la célebre Lola Montes, impresionó tanta a los mandos militares que, una vez transformada su música y ritmo fue usada como himno de la legión. Fue periodista y tenía una columna en El Heraldo de Madrid titulada “Calendario de Talia”; biógrafo, guionista de historietas y escritor de novela popular, recaló como novelista a destajo en la 'novela de a duro'.
El jinete consultó el dinero que le quedaba, antes de entrar en el pueblo. No llegaba a ocho dólares. Oprimió con sus rodillas al bruto que montaba, y éste siguió su camino sin prisa. Hacía más de dos meses que no encontraba el menor rastro que la persona que buscaba y que escapó de su lado sin decirle nada, cuando se había encariñado con él. Había sido su compañero por una temporada y nunca le había preguntado una sola palabra de su vida pasada, aunque ya conocía el Oeste lo suficiente como para saber que no quería referirse para nada a ella. En cambio, él era locuaz. Habló de sus cosas que le llevaron a tantas millas de su tierra: Virginia.Muchas veces, mientras cabalgaba en los tres años que rodaba por la tierra de que tanto oyera hablar cuando era muy jovencito, pensaba en los que había sido su vida anterior y la que llevaba.
Fernando Alejandro Orviso Herce nació en Logroño en 1926, donde también falleció en 2007, a los 81 años.De la producción total de Fernando Orviso Herce, la mitad de los libros son historias de vaqueros e indios. De las novelas que se sintió menos satisfecho fueron las románticas, de las que solo escribió tres títulos. A partir de 1960 comenzó a escribir novelas policíacas y, ya de forma tardía, a partir de 1972, historias de terror. Orviso trabajó, sobre todo, para la editorial madrileña Rollán y, posteriormente, con la heredera de los fondos de ésta, Andina, que reeditó buena parte de los libros de Fred Hercey. También publicó con la poderosa Bruguera (un total de 82 títulos, como Alex Colins), y, de forma más esporádica, con las editoriales Toray y Castellana.