La obra «Bruno» pertenece a la filosofía de la naturaleza de Schelling. Sin embargo está escrita en la época estética del autor, poco después del «Sistema del Idealismo Trascendental», donde define la belleza como presencia de lo infinito en lo finito. Esta definición implica toda la naturaleza y el universo entero. La originalidad, relevancia y belleza de este diálogo ha pasado casi desapercibida.
A primera vista, el 'Bruto' de Cicerón es una historia de la elocuencia romana, y se ha considerado ejemplificación del 'De oratore', del mismo autor, e incluso simple 'periautología'. Pero también se descubren ahí los factores de la efectividad de la elocuencia, que en este caso se defiende a sí misma, así como un mensaje de alerta a los incapaces de habla.
La relación existente entre el budismo zen y el psicoanálisis es el centro de esta recopilación de textos de D.T. Suzuki y Erich Fromm. Este libro es testigo de un diálogo entre dos tradiciones distintas: Oriente y Occidente, budismo zen y psicoanálisis, para entablar una enriquecedora conversación en la que se señalan sus intereses comunes, entre otros, en el tratamiento de problemas en los seres humanos.
La historia de Occidente es una historia de la Pasión: las culturas con tradición cristiana la entienden como un sufrimiento insoportable e inevitable que solo al final se verá recompensado. La Pasión, trasladada al trabajo y esfuerzo, ha sido opuesta a lo largo de la historia con los conceptos de entretenimiento y ocio. Sin embargo, en la actualidad, trabajo y ocio están perdiendo su barrera impermeable y se entremezclan: los espacios laborables se ergonomizan y las tareas se ludifican, sometiendo, así, el juego a la producción. Esta totalización actual del entretenimiento puede parecer una decadencia para la sociedad de la Pasión. Sin embargo, ¿son realmente tan distintos el puro absurdo del juego al puro sentido de la Pasión? En este perspicaz ensayo, Byung-Chul Han analiza y relata, tomando como referencia a Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger, Luhmann o Rauschenberg, las numerosas formas de entretenimiento surgidas a lo largo de la historia de la Pasión cristiana. A través de sus páginas, el lector encontrará un profundo análisis sobre cómo el ocio está arraigando en nuestro sistema social, y una original reflexión sobre si todavía se puede mantener la dicotomía entre «Pasión» y «entretenimiento».
Rectitud, valentía, benevolencia, civilidad, sinceridad, honor y lealtad, son las virtudes que deben reunir los samuráis. Juntos, estos valores conforman un sistema de creencias que solo se encuentra en la filosofía japonesa.
Inazō Nitobe, uno de los estudiosos más importantes del Japón tradicional y moderno, explora cada una de estas virtudes y explica en qué se parecen y en qué difieren de sus equivalentes occidentales, y cuál es la filosofía que hay detrás del código ético de los samuráis.
Bushido es una guía esencial para comprender la cultura japonesa, pero también para aprender los grandes principios que nos enseña el «camino del guerrero», cuyos valores universales y profundamente éticos pueden encaminar nuestra vida.
Henry David Thoreau (1817-1862). Ensayista, topógrafo, disidente nato y maestro de la prosa, su auténtico empleo fue, según él se ocupó de recordar, «inspector de ventiscas y diluvios». Su nombre a llegado a nuestros días ligado a dos libros capitales para el pensamiento individualista y antiautoritario: «Ensayo sobre la Desobediencia Civil» (1849) y «Walden» (1854). «Caminar» («Walking») fue, sin embargo, en vida de Thoreau, su obra más popular. Concebida como conferencia y leída en numerosas ocasiones, sólo se llegó a publicar póstumamente. Es, sobre todo, una exposición de la filosofía del deambular, pero también la defensa de un «pensamiento salvaje» que arroje sobre nuestra conciencia una luz más parecida a la de un relámpago que a la de una vela. Su ironía y el rumbo vagabundo que por momentos toman sus reflexiones, hacen de la lectura de este libro algo tan tonificante como un paseo de buena mañana. Y no hace falta que Thoreau nos recuerde que «el aburrimiento no es sino otro nombre de la domesticación».
Alain Finkielkraut y Élisabeth de Fontenay, filósofos y amigos desde hace muchos años, pero a la vez con una distinta visión del mundo, mantienen un debate vigoroso y fecundo que permite no quedarse en lo superficial. Los dos filósofos han elegido el género epistolar para abordar una serie de temas que generan controversia en la sociedad actual: la izquierda, la derecha, el progreso, el islam, el feminismo, la igualdad, la emigración, la identidad... Discuten sobre los mismos desde sus respectivos ángulos de visión, desde la profunda meditación personal, con pasión pero desde el respeto mutuo; tendiendo puentes, allanando las diferencias, hallando puntos de encuentro, intentando reconciliar ideas y sentimientos, buscando posibles y a veces difíciles soluciones. En esta peculiar correspondencia apoyan sus ideas haciendo referencia a Adorno, Rousseau, Pico della Mirandola, Péguy, Foucault, Camus..., haciendo de 'Campo de minas' un libro que busca sobre todo la reflexión constructiva del lector.
Lo que hoy llamamos «crecimiento» es en realidad la consecuencia de un aumento excesivo de carcinomas que destruyen el organismo social. Estos tumores metastatizan sin cesar y se multiplican con una vitalidad inexplicable y mortal. En cierto momento, este crecimiento ya no es productivo, sino destructivo.
El capitalismo ha sobrepasado hace mucho tiempo este punto crítico. Sus poderes destructivos producen catástrofes no solo ecológicas o sociales, sino también mentales. Los efectos devastadores del capitalismo sugieren la existencia de un instinto de muerte. Freud, inicialmente, introdujo la noción de «pulsión de muerte» con vacilación, pero luego admitió que «no podía pensar más allá» a medida que la idea se volvía cada vez más central en su pensamiento. Hoy es imposible reflexionar sobre el capitalismo sin considerar la pulsión de muerte.
Este libro reúne 14 artículos y 2 conversaciones de Byung-Chul Han acerca de la expansión del capitalismo y sus consecuencias.
«Carta a un rehén» nace de un prólogo a una obra de Léon Werth, a quien Saint-Exupéry dedicó «El principito». Más tarde, las referencias a este amigo judío desaparecen, para evitar las suspicacias antisemitas, y Léon Werth pasa a convertirse en «el rehén», el ser humano universal y anónimo capaz de reconocer al otro a través de un gesto instantáneo, común con el enemigo, y de trocarlo en viajero de la misma aventura de vivir. Al compartir un cigarrillo, el rehén y su captor abren la compuerta que los mantenía fijos en sus roles: es el momento de descubrir la mutua humanidad, de arrancarle al futuro un nuevo hermanamiento.
Con el cincuenta aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y en un tiempo en que los hechos nos obligan a volver a una reflexión sobre la memoria y el perdón, la violencia y el diálogo, los nacionalismos y la tolerancia, los fundamentalismos religiosos o raciales y la mutua comprensión —a fin de cuentas, como decía Malraux, sobre el Mal absoluto y la fraternidad—, estas cuatro cartas que Albert Camus escribió entre julio de 1943 y julio de 1944, días después de la liberación de París, se nos aparecen hoy más iluminadoras que nunca. Las dos primeras cartas se publicaron respectivamente en la «Revue Libre» y en «Cahiers de Libération», y las otras dos, escritas para la Revue Libre, permanecieron inéditas hasta su publicación en forma de libro, en una tirada muy reducida, después de la liberación. La tercera volvió a aparecer, a principios de 1945, en el semanario «Libertés». Por razones que Camus expone en un breve prefacio, que reproducimos aquí, hasta la edición italiana, en 1948, él se había negado a que se tradujeran en el extranjero. Ahora aparecen por primera vez en nuestra lengua, publicadas por separado, como lo fueron en la edición italiana de 1948. Nos explica el propio Camus: «Cuando el autor de estas cartas dice “ustedes”, no quiere decir “ustedes, los alemanes”, sino “ustedes, los nazis”. Cuando dice “nosotros”, no siempre significa “nosotros, los franceses”, sino “nosotros, los europeos libres”. Contrapongo con ello dos actitudes, no dos naciones, por más que esas dos naciones hayan encarnado, en un momento determinado de la Historia, dos actitudes enemigas. Si se me permite utilizar una frase que no es mía, amo demasiado a mi país para ser nacionalista». Y concluye: «El lector que quiera leer las “Cartas a un amigo alemán” (...) como un documento de la lucha contra la violencia admitirá que yo pueda afirmar ahora que no reniego de ni una sola de sus palabras».
Todos hemos sentido alguna vez la llegada de un tiempo en el que todo tiembla y en el que necesitamos poner en cuestión cada aspecto de nuestra vida. Las convicciones políticas supuestamente asentadas se destruyen para crear otras nuevas, las normas sociales asumidas se revisan y se lucha por otras distintas, las metas existenciales se transforman de modo radical. Precisamente durante este proceso vital Harrison G. O. Blake escribe por primera vez a H. D. Thoreau para solicitar su consejo y su orientación hacia una vida más verdadera. Se inicia así una correspondencia intensa y reveladora, tan íntima como filosófica, que para muchos constituye el más claro equivalente moderno de las «Cartas a Lucilio» de Séneca. De carta en carta y durante trece años Thoreau le habla a Blake de cómo ganarse la vida, del coraje, del sexo, del trabajo, del amor, de la naturaleza, de la libertad, de la sociedad, de la política, de la moral, de la alimentación, de la disidencia, de la religión, de la soledad y de un tiempo pleno, donde la construcción de la subjetividad se labra a golpes de una desorientación gozosa, libre y salvaje. Décadas después de la muerte de Thoreau, un Blake anciano confesaba seguir leyendo y releyendo estas cartas, como si buscara aún en ellas una verdad esencial y recóndita: «Y, sin embargo, sé que estas cartas siguen viajando en el correo, que en cierto sentido aún no me han llegado, y probablemente no lo harán mientras viva. De hecho, puede decirse que estas cartas están desde siempre dirigidas a quien mejor pueda leerlas». Así, a lo largo de esta correspondencia, inédita hasta ahora en castellano, se descubre un auténtico manifiesto del pensamiento de Henry David Thoreau, que completa e ilumina obras tan fundamentales para la filosofía individualista, antiautoritaria y ecologista como «Walden» o «La desobediencia civil». Una obra inédita y reveladora de uno de los grandes pensadores modernos.
«Si alguna vez un filósofo ciego y sordo de nacimiento concibe un hombre a semejanza de Descartes, me atrevo a asegurarle, señora, que ubicará el alma en la punta de los dedos; porque de allí provienen sus principales sensaciones y todos sus conocimientos». En esta frase, dirigida a su misteriosa corresponsal de la Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, queda admirablemente plasmada la tesis principal de la obra: que nuestras ideas morales están supeditadas a nuestros sentidos, heterodoxia que le valió una temporada en la cárcel de Vincennes. A finales de 1740, al tiempo que se dedica a la Enciclopedia, el escritor y filósofo Denis Diderot, vuelve sus ojos a las ciencias experimentales. La operación de una ciega de nacimiento le lleva a especular sobre la relación entre lo que se ve y lo que se es.
Esta obra estética de Schiller está sin duda eclipsada por su producción dramática y poética. Este libro viene a rescatar del olvido cuatro sucintos ensayos estéticos del poeta alemán. -El primer ensayo que recoge esta compilación es el titulado Sobre lo patético (1793) en el que Schiller analiza la representación del sufrimiento en la obra artística y la peculiar cabida de esta representación en su teoría estética general. Interesante artículo que hace reflexionar sobre si hay lugar dentro de una manifestación estética lograda no sólo lo patético sino incluso lo truculento y sobre en dónde podemos establecer los límites de ambos. -El segundo ensayo recogido, Reflexiones sobre el uso de lo vulgar y lo indigno en el arte (1793), es mucho más breve que el anterior y mucho menos denso en ideas. Define Schiller lo vulgar como aquello que no se relaciona con lo intelectual sino que únicamente despierta el interés de la sensibilidad. -Sobre los límites necesarios en el uso de las formas bellas (1795) es el tercer ensayo que consta a su vez de dos partes: 'Sobre los límites necesarios de lo bello, particularmente en la exposición de verdades filosóficas' y 'Sobre el riesgo de las costumbres estéticas'. La primera parte trata sobre si es necesario el uso de formas bellas en la trasmisión de verdades de índole filosófica. La segunda parte de este ensayo es mucho más breve que la anterior y se limita a señalar que la sensibilidad estética puede servir de apoyo a la moral pero no sustituirla. -El último ensayo de la recopilación, Sobre el provecho moral de las costumbres estéticas (1796) abunda en las ideas expuestas en la segunda parte del ensayo anterior: las costumbres estéticas al afinar la sensibilidad, al huir de la vulgaridad, al elevar el espíritu en la contemplación, etc., pueden ayudar al cultivo de lo bueno siempre y cuando la sensibilidad estética admita la superioridad del juicio moral en la elección de los comportamientos prácticos. Es un libro rico en sugerencias, interesante y que anticipa algunas de las ideas estéticas que se desarrollarán a principios del XIX como el esteticismo y la estética de lo feo. Obra recomendable para aquellos interesados en la disciplina estética aunque no está carente de alguna dificultad para el profano.
Esta obra nos ofrece una visión integradora y psicoespiritual del ser humano. El Dr. Naranjo, con gran profundidad clínica y perceptiva, refleja su amplia experiencia como investigador de la personalidad y nos presenta el Eneagrama como un gran aporte al estudio de las tipologías. Como dice el Dr. John Lilly, Claudio Naranjo es '... el mayor mestro en esta particular herramienta cintífica para el estudio de la conciencia.' Una obra de consulta tanto para terapeutas como para buscadores y profanos.
Si la necesidad, el libre albedrío y el azar son la triple trama de la libertad, el arte es su vehículo, afirma Fuentes en esta reunión de ensayos sobre literatura, cine y pintura. El artista es una 'casa con dos puertas', vida y muerte, frustración y sueños, realidad y máscaras. Un eterno insatisfecho, sea Shakespeare y su razón renacentista para 'matar a Dios'; o Hemingway, el héroe que suicidándose rechaza la heroicidad. La realidad es lo que es, más sus espejos, dicen Resnais, Fellini y Visconti cuando el cine devela los sentidos ocultos, mientras Sartre se mofa con alegría anarquista; Kafka construye su mundo-castillo, Buñuel su mundo-convento; y Adami, Cuevas y Soriano confirman en el lienzo la conciencia del tiempos.
En El banquete, Platón nos describe la cena en la que varios filósofos discuten sobre el tema del Eros. Solo a una mujer, Diotima de Mantinea, le será permitido exponer su pensamiento, pero no con su voz sino a través de Sócrates, el principal orador.
Krishnamurti fue un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual. Sus principales temas incluían la revolución psicológica, el propósito de la meditación, las relaciones humanas, la naturaleza de la mente y cómo llevar a cabo un cambio positivo en la sociedad global.
En esta obra, manifiesta Vico su intención de hallar la ley universal y eterna de la historia y los modos por los cuales se manifiesta dicha ley en las historias de los diversos pueblos, es decir una filosofía de la historia. Vico supone que la civilización se inició con el sedentarismo. Los hombres, movidos por el miedo, crearon los dioses, naciendo así el primer estadio de la civilización, la «edad de los dioses», en la que la única sociedad era la familia, y el padre era rey, sacerdote y juez. Los padres de familia se debieron concertar para dominar a los siervos, dando origen a los órdenes patricio y plebeyo. Así nacieron los «estados heroicos» regidos por magistrados patricios. Es el segundo estadio de civilización o «edad de los héroes». Los plebeyos fueron conquistando privilegios a los héroes, dando paso al último de los ciclos, la «edad de los hombres», caracterizada por las repúblicas democráticas. Pero la igualdad acarreó el declinar del espíritu público y la decadencia acompañó a este proceso de humanización. Así se regresa a la barbarie, como ocurrió al final del imperio romano. Una vez terminado el ciclo, comienza otro. En Occidente, la aparición del cristianismo anuncia una nueva edad de los dioses. Además, los ciclos de la historia nos revelan la naturaleza humana. En la primitiva edad de los dioses vemos al hombre como sentidos; en la edad de los héroes lo vemos como imaginación; en la edad de los hombres lo vemos como razón.
Presentamos la tercera edición de la Ciencia nueva, que Giambattista Vico dio por terminada diez días antes de su muerte, en 1744. Y es también la tercera traducción en castellano de la versión definitiva.
La Ciencia Nueva es una obra clave de la tradición cultural de Occidente. Su concepción es de tal riqueza que se ha considerado a su autor, Giambattista Vico (1688-1744), precursor de los románticos, de Hegel y de Marx; da origen a la Estética moderna, y crea el ámbito necesario para el surgimiento de las ciencias humanas, cimentando los fundamentos de la lingüística y de la antropología actuales. A través del novedoso empeño de una filosofía de la historia, su amplia y compleja visión del mundo ha seguido fascinando a pensadores y creadores contemporáneos tan dispersos como Walter Benjamín y William Burroughs.
Con su reivindicación de la retórica, como guía maestra de la transmisión cultural, y la introducción de la jurisprudencia en tanto columna vertebral de la vida de los pueblos, esta obra continúa siendo una ciencia nueva, es decir, capaz de germinar vías de reflexión ante los problemas centrales del mundo contemporáneo: la asunción de la pluralidad, las nuevas migraciones, el papel de la religión en la vida de las naciones, la realización efectiva del sistema democrático y la importancia para esta de los medios de comunicación. Su lectura incita al diálogo, apela a la creatividad del hombre más allá de la muerte de cualquier arte, y deja sin duda una huella imborrable.
«El principio de los orígenes de lenguas y letras es que los primeros pueblos del mundo gentil, por una demostrada necesidad natural, fueron poetas, los cuales hablaron mediante caracteres poéticos; este descubrimiento, que es la llave maestra de esta Ciencia, nos ha costado la obstinada investigación de casi toda nuestra vida literaria, […]»