La canción del recuerdo , es una buena y entretenida narración en la que la historia fluye ágil y con gracia y en la que hay anécdotas ingeniosas del Madrid de Galdós, del Madrid de 1918…
Collage de escenas sobre los habituales de un café madrileño de los años cuarenta, a través de cuyas historias conocemos sus preocupaciones, el hambre, el peso de la reciente guerra civil sobre sus vidas, las costumbres…
Un joven de provincias viaja a Madrid dispuesto a triunfar, pero a su llegada entra en un café frecuentando por artistas, literatos y gente de la bohemia, donde nadie le hace caso.
Allí conoce finalmente a Rosaura, joven de la que se enamora perdidamente.
Alicia, la secretaria del señor Arco, está enamorada de su jefe. Para su sorpresa este amor es correspondido y él le pide matrimonio.
Pero Alicia no va a entregarse tan fácilmente, así que le requiere una boda por todo lo alto, algo que el señor Arco no desea en absoluto.
Así, con esta disparidad, transcurrirá el noviazgo de Alicia.
Don Diego, tras una serie de reveses, malvende lo que tiene y huye de Jijona.
Lleva una vida desordenada, curiosa, libre y en su peregrinar es testigo de múltiples cadenas con que se atan o atan a las personas.
Al final regresa a Jijona.
Este librito nos ofrece dos relatos de doña Concha Espina, La llama de cera y El jayón. Ambos se desarrollan en unas montañas cántabras, maravillosamente descritas por la autora, a finales del siglo XIX.
Son historias rurales que describen la vida de la época, trufadas de amor, celos y muerte.
En una compañía de teatro ambulante dos de sus miembros, Dorita y George, se enamoran, pero tienen que huir y para ello cuentan con la complicidad, como si de una persona se tratara, del caballo, «Farol».
Pero un día Dorita se cae del caballo y la llevan al hospital…
Precedido de una serie de detalles sobre la biografía de la protagonista, el autor cuenta los devaneos de Margarita sobre qué es y cómo debe ser un marido.
Siguen otras historias y se cuentan las circunstancias en las que Margarita encuentra y se hace novia de Julio, un arquitecto que no trabaja, que sólo se divierte, pero que tiene un hermano, Lorenzo, que es, sin acabar la carrera, el que de verdad trabaja.
Todo esto sigue complicándose con amores y traiciones y al final la conclusión o consideración de que en el mundo tienen que existir hombres luminosos y hombres sombríos para que el contrapunto sea perfecto y podamos escoger y vivir todos.
Hay un montón de acontecimientos que no se cuentan del todo, se insinúan.
La novela muestra situaciones de los personajes de la misma en el cementerio, en casa, en la verbena, en el centro de estudios, etc.
Sigue en este plan y termina en una especie de zozobra, de dudas de fe, de dudas respecto al amor.
Pipo, el perro, narra su vida, el paso por diversos amos cada vez más crueles y cómo esto le va sirviendo de aprendizaje, le va enseñando a ser astuto y precavido…
Hay más de una historia, pero la central consiste en que cuando El Remedios , marido de Julita, está en la cárcel, ésta se entiende con Esteban.
Ya en libertad, El Remedios quiere linchar a Esteban porque éste anda contando lo que hizo con Julita.
Otra de las historias es la de una boda que se celebra con mucho boato para nada, porque la vida no cambia: todo es monótono y cotidiano.
Elisa y de Rosa son cuñadas y viajan a Madrid para asistir a una boda. En ese viaje Elisa se encuentra a su primo Javier, y al verle cree recordar al hombre que asesinó a sus padres durante la Guerra Civil.
Pepe Estévez comienza escribiendo lo que le apetece en un periódico en el que no le pagan.
Se pasa a otro en el que cobra sus artículos y colaboraciones y, como cobra, poco a poco empiezan a restringirle la libertad, las críticas, etc.
Y Pepe Estévez empieza a perder prestigio. La misma evolución experimentó como autor teatral.
Farruquiño es un niño que nace de la unión de su padre Fernando, un famoso capitán de barco, con una hija de una morena que fue concubina de un amigo suyo. El chico va creciendo lentamente en compañía de su padre, navegando por mares y viviendo historias y aventuras, aprendiendo de los marineros todas sus costumbres y formas de existencia, así como sus habilidades para el combate. Los marinos le toman gran cariño y lo miman entre ellos, dándole lo mejor y también brindándole todo el apoyo y comprensión que se le puede dar desde sus corazones duros de hombres del mar.
La vida cambia para Farruquiño cuando su padre es llamado por el gobierno para que se haga cargo de un buque de guerra y marchar a cuidar las flotas de su país…
Blanca vive en Madrid atosigada, en cierto modo, por el peso del pasado, de la honra, de las miradas de los demás, etc. y se va a Nueva York porque allí puede ser libre.
Contempla la ciudad desde un taxi y dice cómo es, cómo se vive, qué pensamientos y sensaciones suscita, etc.
A Blanca le amañan una boda con un alemán rico, Nelken, boda que colmaría sus ansias de triunfo en Nueva York porque si no, tal vez terminaría como una tal miss Pérez que trabajaba de domadora en una jaula de fieras y que se supone que también habría ido a conquistar Nueva York.
Carolina se casa con su excuñado, Luis, quien acaba de quedarse viudo y al cargo de sus siete hijos. Carolina, ahora madre de siete niños, continua ayudando a los necesitados asistiéndoles en los hospitales. Es así como conoce a María, una mujer en estado terminal que le solicita que se haga cargo de su hija Olivia, algo a lo que Carolina no se puede negar.
Ana, argentina, va enseñando el campo argentino, Mar de Plata, las playas, los paseos, los caballos, etc. al inglés Donald; y tanto se vieron e intimaron que Donald le declara su amor.
Teresa Roca es la maestra de un pueblo asturiano durante la Guerra Civil. Teresa oculta a un rojo en su hogar, pero la cosa se complica cuando conoce a un miembro del ejército Nacional.
En la última cuarta parte del siglo XIX, mientras Porfirio Díaz afianzaba su dictadura y el país lamía las heridas dejadas por la guerra de Intervención, los mexicanos se consolaban cantando aquellas coplas de «Ya se fueron los franceses. Se llevaron las pesetas. / Y nos dejaron, / ¡tierra para las macetas!». En efecto se habían ido los franceses, mas en nuestras letras y costumbres empezaba a privar un afrancesamiento definitivo. Lo mismo ocurría en todo el mundo. Mala situación económica aparte, la gente no la pasaba tan mal. Había esperanza: alguien podía invitarlo a uno a comer, podía uno sacarse la lotería… Escritores y poetas, por su parte, habían perdido las inhibiciones heredadas de los autores más serios de principios de siglo. Así, eran capaces de soltar frases como «Oigo el canto de las cigarras virgilianas y el murmurio de la fuente Tibur» sin perder compostura. También les era fácil escabullirse a un país encantador donde las personas tenían un «sprit rociado de Veuve Clicquot»; «flanear» de «La Sorpresa» a la esquina del Jockey Club equivalía a hacer lo mismo en un bulevar «parisien»; donde se podía visitar a la bella Rosa-Thé, usar seudónimos como «Petit Bleu» y emplear palabras como oriflama, rosicler o neblí sin escuchar carcajadas feroces. A bordo de su tranvía, Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) nos pasea en sus cuentos por un México que terminaba en la Plaza de Regina —a diez cuadras del Zócalo— en compañía de su gracia y su talento y con habilidad tal que el lector puede exclamar con él: «Yo sigo en el vagón. ¡Parece que todos vamos tan contentos!».