La Psicología ha pasado en pocos años de ser un pasatiempo interesante para algunos profesores del departamento de Filosofía, a convertirse en una profesión de gran demanda social y una ciencia bien establecida. Este libro es testigo de ese extraordinario proceso. El libro hace hincapié en el desarrollo de la psicología a partir de su consolidación como disciplina independiente. No obstante, se dedica un capítulo a los principales problemas filosóficos que dieron origen a la concepción actual de la psicología. Estos problemas, relacionados con la naturaleza y adquisición del conocimiento por parte de los seres humanos, y con la relación entre las funciones y estructuras corporales y las operaciones mentales guían en gran medida la exposición de todos los capítulos a lo largo del libro. Es por lo tanto este libro una historia de los problemas psicológicos que han preocupado al ser humano a lo largo del tiempo, y de las ideas surgidas en cada época como respuesta a dichos problemas. El tono didáctico de la exposición hace de este libro una adecuada introducción al estudio de la historia de la psicología y las ideas psicológicas para cualquier persona interesada en estos asuntos.
Nuestra Península es tan rica en manifestaciones artísticas prehistóricas que, precisamente, su abundancia ha tenido sumidos en el mayor desconcierto, durante mucho tiempo, a historiadores y arqueólogos, impidiéndoles establecer un esquema de conjunto en el que quedasen satisfactoriamente encuadradas y correlacionadas esas variadísimas manifestaciones.
El Neolítico no surgió espontáneamente en España. La invención de la agricultura y la ganadería la trajeron unos navegantes que llegaron a España hacia el 4.500-4.000 a J.C. Los pueblos que se habían establecido más al interior tardaron bastante tiempo en dominar las técnicas agrícolas y vivieron siglos en un arcaizante mesolítico de caza y recolección.
Como resultado directo de la conquista de la Península Ibérica por las legiones romanas, la romanización se inicia desde el primer momento, se acentúa durante el Imperio, o sea, desde el año 19 a. de J.C. en adelante, y se completa, por influjo del Cristianismo, en los siglos III y IV de nuestra Era.
La evolución de la escultura romana es similar a la que sufrió su arquitectura. Partiendo de un cauce etrusco, oscuro y desconcertante, fue deslizándose lentamente sobre las huellas de los griegos hasta encontrar su propio estilo, tan alejado de los unos como de los otros, pero nunca lo suficiente para que podamos decir que sus artistas crearon un estilo original.
Hacia el siglo II-III d.J.C. aparece un nuevo estilo artístico que corresponde a una mentalidad diferente desde el punto de vista religioso e histórico: el arte cristiano. Los ciudadanos romanos se habían preocupado siempre, quizá con exceso,del mundo material. Estos nuevos mortales que desde el siglo I, y con preferencia a partir del II y III, van a difundir su moral y sus creencias por el área mediterránea, prefieren olvidarse del mundo que les rodea para concentrar su atención en la beatitud de una vida ultraterrena.
Nos encontramos ante un producto artístico plenamente oriental. El problema de que los árabes no fueran creadores de formas artísticas propias no resta mérito alguno a su labor. Las soluciones arquitectónicas por ellos adoptadas habían sido empleadas por persas y bizantinos desde muchos siglos atrás, pero lo cierto es que sólo los árabes lograron hacer de este arte un arte universal.
El pueblo hispanomusulmán, tan amigo de la decoración, no podría olvidar el capítulo de las artes decorativas que cultivó con acierto y variedad, dando muestras de su habilidad característica en todas las labores manuales. Entre los musulmanes la artesanía estaba elevada a precepto moral. El Corán obliga bajo graves penas morales a los artesanos a ejecutar con toda honradez y perfección sus trabajos y a cobrar por ellos lo que fuera justo sin excederse lo más mínimo.
Ante todo separar y distinguir como el agua del aceite los dos estilos que, por necesidades de programación nos vemos obligados a incluir en una misma colección. Poco o nada tienen que ver el arte asturiano y el mozárabe. El primero es creación de un núcleo primitivo, pastoril, aislado; el segundo, creación de una minoría segregada, resentida y muchas veces hostil a la propia civilización musulmana que la originó. Téngase todo ello bien en cuenta.
No se puede hablar del arte románico sin haber paseado antes un poco por los pasillos del feudalismo. La aristocracia feudal del Medievo es la clase social creadora del arte románico, tanto en sus manifestaciones religiosas como civiles. El románico fue un arte esencialmente religioso, pero también feudal, aristocrático. Los altos clérigos y abades medievales tenían los mismos intereses políticos y económicos que la nobleza.
La arquitectura del noroeste comprende las zonas de Galicia, Asturias, León, Zamora, Salamanca y Cáceres. Esta división es puramente convencional, pero no refleja una auténtica división de estilo con respecto a las anteriores (pirenaica y castellana). Sin embargo, se puede observar cierto aire singular en las obras de esta zona que falta en las anteriores, aunque podremos anotar muchos detalles que sólo son reflejo de las tendencias románicas generales del Camino de Santiago.
Tras la muerte de Almanzor (1002), los reinos leonés y navarro, a los que pronto se va a unir el castellano, se aprovechan de la mala situación política y militar en que navegaba el califato y avanzan impetuosamente hacia el sur. Es la época de Sancho el Mayor, de Fernando I, de Alfonso VI, reyes que favorecieron ampliamente la entrada de las corrientes culturales francas en sus reinos. Sancho el Mayor y sus descendientes introducen el rito carolino, la letra carolina, los títulos carolingios, su organización de gobierno y, en fin, el arte que estaba vigente en la Francia del siglo X: el románico de las abadías cluniacenses. Los monjes negros de Cluny pasan a regir gran cantidad de monasterios, colegiatas y abadías a lo largo y lo ancho de Navarra, Castilla y León.
Si hubiera que definir con una sola palabra la pintura románica, tendríamos que llamarla «antinaturalista». La pintura románica, igual que la bizantina, resulta poco naturalista comparada con la desarrollada desde el Renacimiento hasta el siglo XIX. Mas no debe achacarse todo a la torpeza técnica de sus autores. No se trata de torpeza técnica. Para comprender el fenómeno de la pintura románica debemos remontarnos un poco más atrás y recordar los rumbos que tomó la civilización europea y el arte cristiano desde el Bajo Imperio Romano.
La escultura románica, que es, como la pintura, un producto anticlásico, tiene en principio, un valor funcional. Los «Libri Carolini», redactados en tiempos y por orden de Carlomagno, asignan a las imágenes de los templos dos finalidades concretas: 1)-Deben utilizarse para que sirvan de adorno, y en consecuencia no debe atribuírseles ningún valor de santidad. 2)-Deben servir para mantener el recuerdo de los acontecimientos sagrados y de los hombres santos.
Es curioso comprobar que si bien la arquitectura románica se desarrolla con anterioridad en la región pirenaica, la escultura toma, en cambio, la ventaja en Galicia y León desde el siglo XI. Cierto es, sin embargo, que los más antiguos dinteles y capiteles fechados parecen ser pirenaicos, pero la gran actividad de los escultores pirenaicos no culmina hasta el siglo XII, cuando ya gallegos, castellanos y leoneses habían llenado sus iglesias de hermosos relieves de piedra.
El carácter artesano de todas las realizaciones plásticas del románico determina que estas obras -esmaltes, marfiles, orfebrería, etc.- tuviesen un valor y una estimación que en nada desmerecía de la que poseían la pintura, escultura o el edificio mismo. Cuando los reyes querían hacer una donación a una iglesia o monasterio era frecuente que consistiese en estas piezas, entonces altamente estimadas y que hoy, por un prurito de jerarquía y clasificación, se han denominado «Artes menores, o «Artes industriales».
Es difícil hablar del románico y del gótico como de dos estilos distintos y perfectamente separables en el espacio y en el tiempo. Si el problema de transición de un estilo al inmediatamente posterior siempre presenta arduos obstáculos cronológicos y estéticos, en el caso del románico y el gótico los obstáculos se multiplican considerablemente. Los dos estilos conviven, se entrecruzan y superponen hasta tal punto, que muchas veces es difícil clasificar ciertas obras. Por ello nos hemos visto obligados a insertar una serie especialmente dedicada a los ejemplos de transición.
La denominación de arte gótico para clasificar al estilo artístico que floreció desde el siglo XIII al XV en toda Europa parece la debemos al Vasari, que en su libro critico e histórico del arte europeo le define con este nombre por sospechar su procedencia germánica. Nada más lejos de la realidad, pues el estilo gótico solo es una evolución del románico anterior.
Ya hemos afirmado en distintos capítulos que el arte gótico es el estilo de la clase burguesa de la Baja Edad Media. Sin embargo, en España no hubo una verdadera burguesía más que en Cataluña y Levante. En los reinos centrales la aristocracia y las Ordenes monásticas monopolizaron la casi totalidad de la riqueza. Solo en el Principado de Cataluña existe una clase social de negociantes, armadores y artesanos que va tomando auge a medida que avanza la Edad Media.
Desde tiempos de los iberos y de los celtiberos, los lugares adecuados para la defensa o el ataque se vieron fortificados con construcciones acordes con las técnicas que estos pueblos dominaban. Pero al evolucionar la poliorcética, o arte militar, las construcciones militares fueron adquiriendo una nueva fisonomía. La palabra «castellum», de la que se deriva castillo, es un diminutivo de «castrum», el asentamiento militar romano por excelencia. En principio tuvieron carácter temporal, y fueron instrumentos de ataque más que de defensa. Pero en su forma definitiva el castillo es producto de la Edad Media, como reducto y morada de los señores feudales.