Una de las cuestiones más difíciles en la vida es, sin ninguna duda, reconocer a un buen asesino. No estamos hablando del marido celoso que golpea a su mujer con la plancha, o de la esposa engañada que atraviesa el cuerpo de su marido con un enorme y afilado cuchillo de cocina. No, no es ningún psicópata al uso. Se trata de algo más sutil, mucho más perverso. Nos referimos a aquél que ha logrado, tras largos años de entrenamiento y mucho amor a su trabajo, hacer de su asesinato casi, casi, una obra de arte. No es en sí mismo diferente de nosotros. Nada hace pensar lo que trama en su interior. Quizá la noble anciana con quien compartimos asiento en el autobús, o el dependiente del quiosco en el que compramos el periódico...
Corre el año de 1880 y Alonso Martínez se desplaza a El Burgo de Osma la noche de Difuntos. Sorprendido por una tormenta, encuentra refugio en una casa de campo en la que vive extraños acontecimientos. Al día siguiente, junto a su padre, descubre que la resolución del enigma sobre las personas que lo acogieron reside en un antiguo manuscrito. Siglo x. Reino asturleonés. Íñigo Martínez, caballero castellano del río Lobos, vasallo de Fernán González y espía del rey Ramiro II en tierra califal, recibe el encargo de secuestrar a Xana Flaínez, una extraña mujer, tanto por su apariencia normanda como por el halo de misterio que la envuelve y que procede de la región del río Luna y viaja en compañía de un lobo. Una historia llena de aventuras, gestas guerreras y pasiones irreconciliables en un mundo donde el honor y la deslealtad marcan la frontera entre la vida y la muerte, y en el que un amor imposible intenta florecer en medio de una naciente y convulsa Castilla azotada por las incursiones de los musulmanes. Un romance épico digno de ser cantado por los juglares.
Trata sobre temas diversos de símbolos y mitos de arquitectura.
Tal como enseñan todas las doctrinas y filosofías tradicionales, el Universo es un hecho simbólico, dice un proverbio árabe todo puede ser reducido a símbolos, excepto Tufân el aliento de fuego.
Pareciera que existe en la causa primera, una fuente más antigua de símbolos cercana al fuego y al agua de vida, concepto próximo al simbolismo coránico del agua del mundo árabe. El pensamiento simbólico de los primeros pueblos indoeuropeos veían en muchas deidades la manifestación de fuegos primigenios y el manantial de lo simbólico, cierta unión donde los opuestos dejan de mostrarse a través del teatro de las manifestaciones, para perderse en la unidad.
El hombre necesita comprender qué es el simbolismo, porque sin esta comprensión no puede ahondar en su interior y mirarse, siendo el mismo un símbolo central de lo terrenal, en un universo sin escala y sin tiempo. Es nuestro deber descubrir nuestra interioridad simbólica, el propósito de este libro es traer al lector diferentes interpretaciones de logos, deidades y religiones cuya expresión simbólica tuvo su génesis en la arquitectura. Muchas de las deidades indoeuropeas en su esencia eran retratadas como formas abstractas y números, en una búsqueda de aprender matemáticas y geometrías asociadas a lo universal, como en el caso del Dios Apolo que era adorado en Delfos como un cubo, o el dios Min una de las deidades más antiguas del mundo, que representaba para aquel ideario no solo números, sino también la primera regla de albañil, centro de religiones fuertemente arraigadas en lo arquitectónico, en su brazo estaba representado el codo sagrado egipcio regla o modulor sobre el cual se organizó el espacio a convertir en sagrado.
El universo para estos pueblos personificaba una colina fundamental, rodeada de una masa de agua salada coronada por un símbolo con forma de rueda de alfarero, y en cuyo interior se encontraba un cubo filosofal, el espacio más sagrado dentro de esta oquedad. Para muchas culturas del mundo como la hindú o la cherokeé en norte América, el mundo estaba sostenido por una tortuga cuya caparazón poseía dibujos de lados hexagonales, al igual que muchos de los arboles de la vida del mundo indoeuropeo, como el árbol “Fu-sang” en China. Este libro recorre una serie de eventos y mitologías asociadas al arte de la construcción, desde el simbolismo universal de los puntos cardinales y el círculo de la tierra, hasta el templo de Jerusalén y su creador el Rey Salomón, pasando por simbolismos numéricos, el simbolismo coránico del agua, el de la mezquita, la cúpula y la catedral, todos estos símbolos dotados de su herencia primordial e infinita.