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Bolsilibros - Selección Terror 29. La noche de la momia, de Curtis Garland

Terror, Novela

Y un simple cadáver, un cuerpo muerto durante milenios, se transformó en la hermosa Hatharit, la perversa sacerdotisa del Espíritu del Mal.En sus ojos llameó nuevamente una luz perdida en la noche infinita de los tiempos. Algo vital, ardiente y demoledor, saltó a las pupilas negras y malignas. Su mente dio una orden a alguien. Una orden que había esperado casi tres mil años.—¡Destruye! ¡Destruye, Ekhotep! ¡Mata! ¡Acaba con los humanos que causaron tu infortunio y el mío! ¡Es una orden! ¡La orden de Hatharit, hija y sacerdotisa de Apophi, Espíritu del Mal…!Súbitamente, entre los vendajes manchados de brea aromática, algo cobró vida, algo se movió y palpitó al influjo maléfico de la hembra rabiosa, vuelta desde las sombras de la Muerte.Y hacia el cuello de sir Ronald Gilling, se movieron, sigilosas, inadvertidas, dos manos crispadas, de las que pendían pingajos e hilachas de vendajes remotos…Un alarido repentino, largo y aterrador, brotó de la tumba oscura y polvorienta.Un grito de muerte, escapado de una desgarrada garganta humana, corrió en la noche silenciosa del Valle de los Reyes, bajo las estrellas inmutables que, acaso, milenios antes, asistieran al principio de aquella tragedia.


Bolsilibros - Selección Terror 31. Noche de espanto, de Ada Coretti

Terror, Relato

Resultaba evidente que uno de los presentes había cometido aquel crimen. Porque era un crimen ¡o algo muy parecido, o quizá aún algo peor! Pero ninguno de los presentes tenía las manos manchadas de sangre. Además, al encenderse las luces todos aparecieron en el lugar que estaban antes. Pero indudablemente uno de ellos había sido y la cuestión no tenía vuelta de hoja. Si no había nadie más, nadie absolutamente en varias millas a la redonda, ¿qué otra cosa podía deducirse?


Bolsilibros - Selección Terror 33. Doctora Jekyll, de Curtis Garland

Terror, Novela

Empujó la puerta. Empezó a ceder, con crujidos siniestros, como los produciría la tapa de un féretro al ser abierto. En el fondo, era tan parecido… Algo muerto reposó allí durante años. Ahora, de repente, cobraba una inesperada, terrible trascendencia.Abrió un poco más. Lo suficiente para dejar paso. Observó que había tuberías de gas que alcanzaban el cobertizo, desde la tapia de ladrillos. Sacó fósforos de su bata, prendió uno…La débil llama le reveló oscuras formas, polvo, telarañas, armarios viejos, mesas y asientos arrinconados… Animosa, penetró en el recinto. Cerró tras de sí, cuidadosamente. Tanteó, ayudándose con otro fósforo. Había mecheros en la pared desconchada y húmeda. Probó uno. Tardó en prender, con débil llama amarillenta. Pero prendió.Y entonces descubrió el laboratorio.Estaba al fondo. Más allá de una vidriera que cubría medio panel.Era un viejo y simple laboratorio: una larga mesa, un armario, una vitrina… Viejos tubos de ensayo, retortas y alambiques, unos frascos… Todo cubierto de polvo. Un hornillo de petróleo, en un extremo, aún sostenía un recipiente de oxidado aluminio.Ivy, fascinada, avanzó por entre el polvo y las telarañas, hasta el que fuera sin duda el laboratorio personal del doctor Jekyll.Del doctor Jekyll y de míster Hyde.


Bolsilibros - Selección Terror 34. Primera fila para la muerte, de Clark Carrados

Terror, Novela

Se dirigió al vestíbulo. Una ancha puerta, de tallados paneles de madera oscura y dintel de piedra artísticamente labrada, conducía a la cripta donde se hallaba la momia de la condesa.Tras unos segundos de vacilación, abrió.Sí, había luz en el subterráneo, tal como ella había ordenado en su testamento. Lentamente, descendió la escalera de peldaños de piedra, sintiendo una infinita curiosidad por contemplar la momia de aquella original mujer que, en vida, había sido Margo von Djáronyi.El subterráneo era de grandes dimensiones y estaba sustentado por media docena de columnas estriadas con arcos alargados y apuntados. El túmulo estaba en el centro.Había cuatro grandes blandones, pero las lámparas, aunque en forma de llama, eran eléctricas. El ataúd estaba sobre el túmulo, a un metro sobre el suelo.La cubierta del féretro era totalmente de cristal. Katz notó que se trataba de un vidrio muy grueso, cuyo espesor no bajaba de un centímetro. Debajo del cristal estaba la momia.Katz contuvo un grito de asombro al contemplar el cuerpo que yacía sobre el acolchado de raso rojo. No, ciertamente, Lüttel no le había mentido.El estado de conservación de la momia era perfecto. Parecía una mujer durmiendo, presta a despertar de nuevo en cualquier momento.


Bolsilibros - Selección Terror 35. Necrofagia, de Curtis Garland

Terror, Novela

Hastings ignoraba en ese momento que Ana Penrose yacía sin vida en el Cementerio Municipal de Gatescastle, bajo una lápida conmemorativa de la trágica efemérides local.Ignoraba que la blanca nieve que caía en el norte de Inglaterra aquellos días, como un blanco sudario frío, estaba cubriendo los restos mortales de la mujer amada.Quizá por eso, por ignorarlo totalmente, Richard Hastings, el joven abogado, emprendió su viaje a Sunderland al día siguiente, en el ferrocarril lento y fatigoso que ascendía por Gran Bretaña, en dirección a las frías regiones del Norte.También ignoraba, al mismo tiempo, que emprendía una auténtica travesía hacia el horror. Hacia un horror indescriptible y delirante, que comenzaría la noche inmediata, mientras él cruzaba con el ferrocarril humeante e incómodo, la amplia campiña inglesa.Un horror que comenzó súbitamente en el cementerio de Gatescastle, con la presencia de algo monstruoso e increíble, mil veces peor que la misma muerte que reinaba allí, silente y majestuosa, entre tumbas y lápidas festoneadas de nieve…Un horror que se presentó, estremecedor, en una de las fosas. En un cadáver…Justamente en el cadáver de la hermosa, etérea, melancólica y enfermiza Ana Penrose, recién sepultada bajo aquella fría tierra helada…


Bolsilibros - Selección Terror 38. La blanca mano de la muerta, de Clark Carrados

Terror, Novela

Fue un suceso realmente horrible, espantoso. Yo presencié los últimos instantes de la vida de Clara Perkins y sólo te deseo que no te encuentres algún día en un trance como aquél. Pero lo curioso del caso es que el informe del forense dijo que la señora Perkins había muerto estrangulada por alguien que sólo empleó la mano derecha.Y yo vi esa mano. ¿O fue una ilusión de mis sentidos? Una mano blanca, cadavérica, en uno de cuyos dedos había un enorme anillo adornado con un ópalo de fuego… Es más, juraría que la mano estaba recién amputada, sangrando por la parte de la muñeca; pero, repito, la visión fue tan rápida que aún no estoy seguro de lo que vi. Lo curioso del caso es que Clara Perkins, riquísima, dueña de una fortuna colosal, con numerosas joyas de valor en su habitación, no fue muerta por codicia, quiero decir que el asesino no tenía intención de robar, puesto que no faltó un solo alfiler de su equipaje…


Bolsilibros - Selección Terror 39. Depósito de cadáveres, de Curtis Garland

Terror, Relato

Era la Muerte misma.La más increíble y atroz apariencia de la Muerte. Su descarnada, purulenta presencia.Bajo el arrancado manto púrpura, estaba el horror mismo que una mente enloquecida podía imaginar. Encerrado en una urna de tapa de cristal.Un féretro macizo, con su superficie transparente, dejando ver en su interior aquella figura dantesca, propia de la más insólita pesadilla.El vestido verde, de brillante raso, empezaba a ensuciarse con la purulenta, nauseabunda baba de una putrefacción avanzada ya. Las manos eran regueros de gusanos, removiéndose en un caldo lívido que chorreaba de los dedos, puro hueso y carne putrefacta.En cuanto al rostro del cadáver allí guardado…El rostro era abominable, delirante.Sólo el dorado, largo cabello rubio, sedoso, que vieran antes en el retrato, se mantenía prácticamente intacto. Lo demás, era pulpa viscosa, carne putrefacta, adherida a jirones a la calavera de la mujer. La boca era un espumoso hervidero de gusanos, sobre los descarnados dientes iguales, nítidos como piezas de marfil. No había ya nariz. Y los ojos eran sólo dos cuencas vacías, oscuras, rezumando una viscosidad verdosa, entre la que se movían las criaturas repugnantes de la corrupción, como larvas de hediondez.


Bolsilibros - Selección Terror 41. Hombres rotos, de Clark Carrados

Terror, Relato

Tunstall quería evitar otro golpe y pegó un fuerte tirón, al mismo tiempo que Al daba un paso hacia atrás.Se oyó un horrible crujido. Tunstall se tambaleó, retrocediendo dos o tres pasos, con algo en las manos.Della emitió un horripilante alarido. Tunstall contempló, espeluznado, el brazo que tenía en las manos, arrancado a ras del hombro.Pero lo más espantoso de todo era que no brotaba una sola gota de sangre de aquel miembro tan inesperadamente separado del cuerpo. Como si fuese un reptil venenoso, Tunstall sacudió las manos y arrojó el brazo a un lado.


Bolsilibros - Selección Terror 44. Hálito de cera y muerte, de Ben Ramsay

Terror, Relato

Desde allí pude ver lo que ninguna otra persona ha logrado siquiera soñar en la más espantosa de las pesadillas.Me acurruqué en aquel rincón de forma inverosímil, retorciendo todo mi cuerpo, en un loco intento de pasar desapercibido.Podía decirse que no estaba ocurriendo nada, pero lo cierto era que todas las figuras de cera que tenía al alcance de mi vista, se estaban moviendo. Se balanceaban casi sin sentir, al compás de algún ritmo vedado a mis oídos.Les brillaban los ojos en la blancura lechosa de la sala, no con la fría indiferencia del cristal con que estaban fabricados, sino con un fulgor demoníaco de diversas tonalidades de rojo.¡Igual que relucían los ojos de Jane Meigs cuando se volvió a mí al pie de la escalera!No me importaba nada en aquellos momentos de angustia saber los diversos personajes que representaban, pero sí lo que estaban haciendo. Insensiblemente, vibrando sobre sus bases, se movían y formaban un pasillo cada vez más definido, desde la penumbra del fondo, hasta el lugar preciso donde yo estaba escondido.¡Las figuras de cera sabían que yo estaba agazapado allí!


Bolsilibros - Selección Terror 45. Bajo la ventisca, de Clark Carrados

Terror, Relato

Fuera, a diez o doce metros de distancia, una gigantesca sombra se movía con paso irregular, como desorientada en un terreno que le resultaba desconocido. Crest comprobó con asombro que medía al menos dos metros y medio de altura.La falta de visibilidad dificultaba la percepción de detalles. ¿Era un oso de dimensiones descomunales?Detrás de él, los perros ladraban desaforadamente. Aquel extraño ser captó de pronto la luz y se vino hacia la ventana. Instintivamente, Crest levantó la escopeta.Durante un segundo, divisó un rostro horrible, unas facciones que no eran humanas, pero que tampoco correspondían con los rasgos de un animal conocido. ¿Llevaba ropas el ser o era su propia piel lo que veía?De súbito, Crest oyó un grito a sus espaldas:—¡El monstruo, el monstruo!El ser dio media vuelta y, con velocidad increíble, se perdió en la oscuridad. Casi en el mismo instante, volvió a soplar el viento y su potencia hizo trepidar las paredes de la cabaña.Crest reaccionó y se volvió hacia la joven para preguntarle por las causas de su grito, pero, con gran sorpresa, se la encontró tendida en el suelo sin conocimiento.


Bolsilibros - Selección Terror 46. Las discípulas de Satán, de Adam Surray

Terror, Relato

Nicholas Duncan, con el rostro bañado en frío sudor, desorbitó sus atemorizados ojos. El terror y la incredulidad se dibujaron en sus facciones. Entreabrió los labios.Su voz fue apenas audible:—¿Quién… quién eres?Era una mujer la que le cortaba el paso.

Una mujer joven y de extraordinaria belleza. Se cubría con una negra túnica que le llegaba hasta los tobillos.—¿Quién eres…? —volvió a balbucir Duncan.La muchacha sonrió.Abrió su túnica.

Un traje-pantalón de una sola pieza se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. En color negro. Muy brillante. Un ancho cinturón ajustado por encima de las redondeadas caderas. La hebilla del cinturón era circular.Y dentro de ese círculo representada la cabeza de Satán.En dorado metal. Los ojos eran dos diminutos brillantes que destellaban como bolas de fuego. Los afilados cuernos teñidos de rojo. Una sonrisa se dibujaba en aquel diabólico rostro.La voz de la muchacha sonó casi dulcemente:—Soy la enviada de Satán.


Bolsilibros - Selección Terror 48. La piel de mi cadáver, de Curtis Garland

Terror, Relato

¡Dios mío, no!Eso no... No es posible. No puede ocurrir...Ese cuerpo, ese cadáver, ese hombre muerto y ensangrentado que YO estoy contemplando desde aquí... no puede ser MI PROPIO CADÁVER.¡No puedo ser yo mismo!Y, sin embargo...Sí. Sin embargo, esas ropas, ese cabello, esa cicatriz, esa pulsera, ese rostro, esas manos... Son de Douglas Dern.Y Douglas Dern... soy yo.Yo, que estoy contemplando ahora... LA PIEL DE MI CADÁVER.


Bolsilibros - Selección Terror 50. La fábrica de estatuas, de Clark Carrados

Terror, Relato

La figura de bronce osciló con cierta violencia.—¡Cuidado! —gritó lord Guthford.Era ya tarde. La Venus broncínea cayó al suelo, contra el que golpeó con fuerza.—¡Oh, Dios mío! —exclamó Shorwin, sinceramente consternado.En la metálica superficie se habían abierto varias grietas, algunas de ellas de una anchura superior al centímetro. La parte superior del cráneo, con su artístico peinado a la griega, se desprendió como un copete y rodó a un lado.Un horrible hedor, insufrible, absolutamente nauseabundo, se esparció en el acto por el vestíbulo. Lord Guthford, no menos asombrado que los otros dos hombres, sacó un perfumado pañuelo y se lo puso ante la cara.Shorwin perdió su habitual impasibilidad, la famosa impasibilidad de todo mayordomo británico, y, volviéndose a un lado, vomitó.Por las grietas de la estatua salía un líquido verduzco en ocasiones, amarillento en otras, que no era sino materia en putrefacción. De la parte de la cabeza que se había roto, brotaba una masa de cabellos que habían sido originariamente rubios y que ahora poseían un color indefinible, mezclados con parte del cuero cabelludo, convertido en masa putrefacta y hedionda.


Bolsilibros - Selección Terror 52. Estigma de horror, de Burton Hare

Terror, Relato

Y era allí donde estaba el horror que le había paralizado al entrar, porque encima del camastro reposaba el cadáver de un hombre en plena descomposición. El hedor era nauseabundo; un hedor extraño y repugnante que le produjo náuseas.No pudo evitar un vivo sobresalto. Forzando su voluntad, se obligó a mirarlo otra vez.La cabeza estaba inmóvil, por supuesto. Suspiró, aliviado. Pero entonces, y sin lugar a dudas, captó el apenas perceptible vaivén del pecho.¡El cadáver empezaba a respirar!Ya no tenía dudas. El escuálido torso del cadáver se movía. Muy débilmente, pero respiraba, como si volviera a la vida después de haber permanecido muerto una eternidad.Evans se mordió el labio con fuerza porque sentía tremendos deseos de gritar. Luego, recordó que en una funda axilar llevaba su revólver de reglamento y hundió la mano bajo la solapa.Fue todo lo que hizo; algo terriblemente duro le golpeó en la nuca y todo pareció estallar a su alrededor.Cayó hacia delante, de bruces. Pero mientras caía, mientras se hundía en los abismos de la inconsciencia, aún percibió borrosamente el lento movimiento de la cabeza del cadáver, que giraba hacia él, mirándole con un solo ojo inmensamente abierto… y con el otro vacío, negra cavidad que parecía hundirse hasta las profundidades del cráneo…


Bolsilibros - Selección Terror 54. Contrato con un diablo, de Clark Carrados

Terror, Relato

Stella adelantó el busto.—Demuéstreme que es el diablo —pidió.Leo sonrió suavemente.—Usted expresó hoy a una persona sus deseos de que fuese atropellada por un camión, ¿no es cierto? —dijo.—Sí, en efecto —admitió ella.—Encienda el televisor, se lo ruego.Aturdida, sin tener la seguridad de que todo lo que le estaba ocurriendo no fuese un sueño, Stella volvió los ojos hacia la pantalla de la televisión, en donde un locutor recitaba una noticia:—Esta misma tarde el conocido abogado y prestigio del foro local, Garthson Foran, ha sufrido un mortal accidente al cruzar Baynard Street, al ser atropellado por un camión de carga… Un aficionado, que tomaba unas vistas de su esposa y sus niños con su cámara de cine, captó involuntariamente la escena, que ofrecemos en toda su crudeza…—¿Hay que firmar contrato? —preguntó, al cabo.—Es preceptivo, Stella.


Bolsilibros - Selección Terror 55. Los dientes del perro, de Burton Hare

Terror, Relato

Se detuvo de repente cuando vio aquello entre las agitadas ramas de un matorral.Dos grandes puntos verdes, fosforescentes, que le miraban fijo en medio de la negrura. Unos ojos malignos que no parpadeaban y de los que parecía desprenderse un halo luminoso y fatal que le atrajera con el vértigo mortal de un abismo.Godowsky estuvo tentado de dar media vuelta y huir. Pero aquellas pupilas parecían fascinarle. Dio dos pasos más, aproximándose a ellas.Entonces se agitaron, al tiempo que el aullido vibraba una vez más, aunque ahora sin la urgencia de antes. Al hombrecillo se le antojó la voz de un viejo pidiendo ayuda.Se aproximó más, vigilando los ojos verdes y fosforescentes, pronto a escapar a la menor señal agresiva.Llegó al matorral. Un gran cuerpo negro se agitó como sacudido por el ventarrón que lo revolvía todo.—¡Maldita sea! —exclamó Godowsky, aliviado—. No vales el susto que me has dado, amigo.Era un perro negro y grande. Un perro lobo de enorme cabeza, quieto sobre la hierba, mirándole como si le implorase.


Bolsilibros - Selección Terror 57. Los dientes del murciélago, de Curtis Garland

Terror, Relato

Nunca tuve que venir aquí. Pero pienso que de eso no tuve culpa alguna. El destino jugó conmigo despiadadamente. Sólo así puede explicarse que, tras mi viaje interminable a Bucarest, decidiera cruzar la frontera rumano-húngara, para cruzar por esta región, y detenerme aquí a causa del retraso de los ferrocarriles y carruajes tras las últimas y fuertes nevadas.Aquí, en Transilvania…Y en Transilvania me ha tenido que suceder. A mí, Gordon Rose…¡Dios mío, aún ahora lo pienso, en esta mañana nublada pero de radiante luz reflejada en las nieves que nos rodean, y me parece imposible que ello haya ocurrido!Pero no hay ninguna duda. No fue un sueño. Las manchas de sangre, sobre el embozo de la cama y la almohada, las dos profundas e hinchadas huellas en mi hombro…No. No hay duda. La mordedura existe. Y yo sé lo que eso significa.Yo sé que ya no existe remedio para mí, después de que el monstruo penetró en mi alcoba y clavó en mi carne sus colmillos anoche, después de sonar las campanadas de la medianoche en la iglesia del pequeño pueblo vecino…Yo sé que ahora, mi destino sólo puede ser ya uno.Yo sé que voy a ser un vampiro.


Bolsilibros - Selección Terror 59. El tesoro diabólico, de Ada Coretti

Terror, Relato

«Apreciado amigo:Estoy tan asustado por las extrañas circunstancias que me rodean, que no sé ciertamente cómo reaccionar.Tú siempre has sido muy distinto a mí, desenvuelto, decidido, valiente, por lo que humildemente requiero tu ayuda en nombre de la amistad que nos une desde hace tantos años, desde que éramos jóvenes.Discúlpame el atrevimiento de dirigirme a ti, pero no tengo a nadie más a quien recurrir.No creas que exagero al estar asustado. Los motivos, verdaderamente, me sobran.

¿No es para erizar los caballos, dormirse pero saberse despierto, e ir a parar cada noche a una gruta y de allí a un tesoro fastuoso, que luego, al día siguiente, al dejar el lecho, no sabes dónde hallar…?Ven pronto, por favor.Presiento que la muerte, una muerte guiada, premeditada, cerebral, asoma sus garras por entre las cuatro paredes de esta casa.Peter Molkan»


Bolsilibros - Selección Terror 60. El monje sangriento, de Curtis Garland

Terror, Relato

«Su espíritu y su maldad son inmortales. Pactó con Satán. El diablo le hizo eterno, porque él simbolizaba el Mal. Él cambió a todos los caballeros monjes de la Abadía. Él convirtió una Orden religiosa y noble, caballeresca y digna, en un anatema constante, en un desafío contra Dios. Cuando aquí se habla de “alguien” que quema las maderas y deja huellas infernales de su paso… no hablan del demonio hecho hombre, sino del hombre hecho demonio. Hablan de él. De Brude Gösta o Mönch Gösta, como quiera llamarle.»El Monje Gösta… enemigo mortal del primero de los barones de Korsten, el joven Hans… también utilizaba el hacha para sus ejecuciones. De ahí su nombre de Monje Sangriento… hasta que el joven Hans Korsten, con su propia arma, terminó aparentemente con él. Un día, cuando toda la familia Korsten había sido exterminada ferozmente por el Caballero y Monje entregado a Satanás, alegando que esposa e hijas eran hechiceras al servicio del diablo, y siendo ejecutadas por el propio Gösta en su patíbulo de la abadía… Hans Korsten sorprendió al Monje, lo derribó… y seccionó en el acto su cabeza, de un golpe de hacha certero. En ese momento, estalló una horrible tormenta, los demás caballeros de la Orden, entregados al diablo, persiguieron a Hans Korsten, y él terminó en el fondo del abismo donde ahora, el puente roto, no será jamás reconstruido, porque dicen que es el camino más directo para que el alma condenada del Monje maldito, cruce la distancia que le separa del castillo, y siga vengándose de todos los descendientes de la familia Korsten…».


Bolsilibros - Selección Terror 62. Desde ultratumba, de Curtis Garland

Terror, Relato

—Doctor Heinrich, aquí tiene los datos clínicos de ese hombre. Ha soportado sin comer ni beber mes y medio, en Buchenwald. Ha sufrido hasta cuarenta grados bajo cero, descargas eléctricas capaces de electrocutar a cualquiera, sin ropas ni calzado, y sobre un suelo conductor de energía eléctrica. Ha sufrido la amputación de cuatro dedos de su mano izquierda y de un ojo, todo ello a lo vivo. Finalmente, ha sido abrasado su cuero cabelludo e incendiado su cabello con una plancha eléctrica al rojo vivo. Y ha sido devorado su rostro por el vitriolo. Sólo entonces se le detuvo el corazón. ¿Qué me dice a eso?El doctor Karl Heinrich miró con asombro al muerto.—Que es un superhombre… o un monstruo.—Haga de él lo que sea. Pero si su naturaleza responde, habremos dado el primer paso, y el Führer tendrá noticias agradables, de sus científicos, en la lucha por la inmortalidad. ¡Vamos, doctor, obre deprisa, o ese cadáver se descompondrá, pese a las precauciones que he tomado para trasladarlo hasta aquí!—Sí, coronel —suspiró el médico, con una expresión fría y calculadora en sus ojos—. Vamos a poner manos a la obra… y veremos lo que resulta de esto. Pero jamás un ser vivo podría ser tan monstruoso como ese pobre desgraciado, si logro devolverle la existencia, una vez muerto… y regresa de ultratumba, coronel Berger.