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Bolsilibros - Cuatreros 188. Hace falta un asesino, de Edgard Kennedy

Aventuras, Novela

ALLAN Fremont hacía caminar a su montura subiendo la empinada y pedregosa pendiente. El sol, con toda su potencia abrasadora, las tres de la tarde de un mes de agosto, caía a plomo sobre hombre y caballo. Allan Fremont trataba de atravesar el monte Harvard por su parte menos elevada, para pasar al Estado de Colorado. Era joven, veinticinco años, y su cuerpo, bajo la camisa que vestía, se adivinaba enjuto y poderoso.


Bolsilibros - Cuatreros 359. El desquite, de M. de Silva

Aventuras, Novela

EN la semioscuridad del atardecer, un hombre que avanzaba por el camino detuvo su caballo ante la taberna. A la luz humosa de los quinqués, los parroquianos pudieron ver a un hombre aún joven, alto, vestido de negro y que por sus ropas causó asombro e hilaridad. Llevaba levita larga y bien ajustada; sus botas altas, aunque polvorientas, eran nuevas y de buena calidad, y lo que causaba asombro a la concurrencia era que llevaba ¡corbata!


Bolsilibros - Del Val Oeste 0. Héroes y vencidos, de Donald Curtis

Novela, Aventuras

Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.


Bolsilibros - Desafío 3. Río, de Alf Manz

Aventuras, Novela

El cazador de hombres por recompensa odiaba a todos, al mundo, hasta sí mismo. Un misterioso cargamento, contrabandistas, desertores y asesinos huyendo de la civilización para refugiarse en el escenario de la bárbara Frontera. Mildred acudió a su camarote, más fascinadora que nunca, anhelante, esperanzada por reconquistarlo, pero él ya se había con venido en una máquina de matar. Hosco, de expresión siniestra, se vengaba del terrible mal que le habían causado unos forajidos.


Bolsilibros - Diligencia 116. Jerry West, «sus justicias», de Frank Caudett

Novela, Aventuras

Francisco Caudet Yarza (Frank Caudett) nace en Barcelona en 1939, ya en la infancia manifiesta su inclinación hacia la literatura y se apasiona con la lectura de clásicos franceses y rusos (Dumas, Tolstoi, Verne), autores que simultánea con los españoles de la novela de kiosco como Mallorquí, Donald Curtis, Mark Halloran y otros. Debuta en 1965 en el mundo de los 'bolsilibros' con la madrileña Editorial Rollán que le publica su primer original en la legendaria serie FBI, con el títulode 'Enigma'. Dos años después la barcelonesa Bruguera le ofrece un contratode colaboración en exclusiva para novelas de bolsillo, empresa que comercializa durante años sus originales que rozan los cuatrocientos títulos y que firma con el más conocido de sus seudónimos: Frank Caudett.


Bolsilibros - Diligencia 123. El monstruo va al oeste, de Donald Curtis

Novela, Aventuras

Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.


Bolsilibros - Diligencia 268. Pagar por vivir, de Frank Caudett

Novela, Aventuras

Francisco Caudet Yarza (Frank Caudett) nace en Barcelona en 1939, ya en la infancia manifiesta su inclinación hacia la literatura y se apasiona con la lectura de clásicos franceses y rusos (Dumas, Tolstoi, Verne), autores que simultánea con los españoles de la novela de kiosco como Mallorquí, Donald Curtis, Mark Halloran y otros. Debuta en 1965 en el mundo de los 'bolsilibros' con la madrileña Editorial Rollán que le publica su primer original en la legendaria serie FBI, con el títulode 'Enigma'. Dos años después la barcelonesa Bruguera le ofrece un contratode colaboración en exclusiva para novelas de bolsillo, empresa que comercializa durante años sus originales que rozan los cuatrocientos títulos y que firma con el más conocido de sus seudónimos: Frank Caudett.


Bolsilibros - Diligencia 346. Las joyas de la Confederación, de Frank Caudett

Novela, Aventuras

Francisco Caudet Yarza (Frank Caudett) nace en Barcelona en 1939, ya en la infancia manifiesta su inclinación hacia la literatura y se apasiona con la lectura de clásicos franceses y rusos (Dumas, Tolstoi, Verne), autores que simultánea con los españoles de la novela de kiosco como Mallorquí, Donald Curtis, Mark Halloran y otros. Debuta en 1965 en el mundo de los 'bolsilibros' con la madrileña Editorial Rollán que le publica su primer original en la legendaria serie FBI, con el títulode 'Enigma'. Dos años después la barcelonesa Bruguera le ofrece un contratode colaboración en exclusiva para novelas de bolsillo, empresa que comercializa durante años sus originales que rozan los cuatrocientos títulos y que firma con el más conocido de sus seudónimos: Frank Caudett.


Bolsilibros - Dodge Oeste 11. Ha muerto el diablo, de Duncan M. Cody

Aventuras, Novela

El viejo estaba sentado en la acera de tablas, dormitando, en espera de que mistress Mills, la esposa del herrero, le invitara al acostumbrado café. La señora Mills era compasiva, caritativa. Y ayudaba al viejo Jerry en lo posible. Lo hacía cuando Mills, el herrero de brazos hercúleos y pésimo genio, roncaba tumbado en el interior de la herrería. Y la señora Mills salía con un pote de café y algunas pastillas de tabaco de mascar. Eso solía suceder casi a diario. Y el viejo Jerry era ya algo así como el perrillo de la casa. ¿A él qué? Era demasiado viejo como para sentirse humillado.


Bolsilibros - Dodge Oeste 15. La serpiente encantada, de M. Cody

Aventuras, Novela

El palo torcido tenía clavado un indicador: “Rincón City, Condado de Cochise”. En Arizona. El indicador era un cartelón de madera sucia, oscurecida, con las letras apenas visibles. Apuntaba hacia el suelo; hacia aquel suelo áspero y amarillento en tiempo seco. Y a cien yardas de distancia aparecían los primeros edificios de Rincón City.


Bolsilibros - Dodge Oeste 80. El revólver de oro, de Chuck Donovan

Aventuras, Novela

El hombre entró empujando las batientes y sólo a los dos pasos se detuvo, gritando al que estaba acodado en el mostrador ante la copa de bebida: —¡Stickson! El hombrón apenas se movió. Giró la cabeza sobre el hombro y miró al tipo por debajo de las cejas cerdosas: —¿Qué pasa? El otro anunció: —Al otro lado de la calle te esperan para matarte. Sonó como un golpe de maza dentro de la cabeza del pistolero.


Bolsilibros - El Virginiano 39. Rumbo desviado, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

—Esto va tomando forma. Por lo menos hemos conseguido dar vida a estas viejas maderas. ¿Qué opinas tú, Lynn? —Queda aún mucho por sanear en este viejo edificio. Pero estoy de acuerdo contigo, John... Confío en que haya valido la pena enterrar aquí nuestros ahorros. —No lo dudes. Tan pronto como esté instalada la vieja fragua que Henry nos ha facilitado podremos anunciar la apertura del taller. Quien verdaderamente va a lamentar no haberse instalado en Sacramento es nuestro colega de Davis. Se va a quedar sin la mayoría de los clientes.


Bolsilibros - El Virginiano 47. No hay plazo para el castigo, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

Joan Drake hacía caminar al caballo que montaba, de una manera muy lenta. Casi a la marcha de una persona andando. Y miraba en todas direcciones. Sus ojos se movían con inquietud. Una vez ante una colina, subió con rapidez y desde lo alto contempló el valle que acababa de cruzar. Desmontó y se sentó en una roca. Y contemplaba el ganado que se movía por el rancho. Y como si hablara con alguien, dijo: —¡No hay duda que me están robando ganado! Y aseguraría quién es el cuatrero. Y hasta sé que la razón de ello no es el lucro. Esto se ha hecho muchas veces en esta tierra. Le suelen llamar «El Cerco».


Bolsilibros - El Virginiano 98. Acariciando los colts, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

—¡Fíjate, Jeff! ¡Eso sí que es una mujer de una vez! —¿Dónde vas? ¡John! Pero éste, no hizo caso y continuó su camino en dirección a la joven que tanto había llamado su atención —Disculpa, preciosidad. Verás... —¿Qué es lo que quiere? —Mí amigo y yo acabamos de llegar. Suponemos que esto debe ser Phoenix.


Bolsilibros - El Virginiano 106. El herrero de El Paso, de M. L. Estefanía

Relato, Aventuras

Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.


Bolsilibros - El Virginiano 112. Complot bien urdido, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

El coche de Bradly llego a la ciudad, rodeado de los jinetes que le acompañaban, para recibir a su hija que llegaba del Este. Llevaba dos años sin aparecer por allí. Para Bradley constituía un verdadero acontecimiento la llegada de Doris. Quería que su hija fuera más instruida que lo había sido él. No le importaba que la suerte le hubiera favorecido hasta ser propietario de uno de los mejores ranchos que sin duda había por el Oeste. Sabía que no todos tienen la misma suerte. Había muchos que fueron compañeros suyos en la juventud, que no pudieron pasar de trabajar para otros.


Bolsilibros - El Virginiano 135. Muchas tumbas en una ciudad, de M. L. Estefanía

Relato, Aventuras

Tres jinetes desmontaron ante la oficina del marshal U.S. o alguacil federal. Los tres entraron en ella. El marshal, que estaba leyendo, levantó la mirada al oír la puerta y miró a los tres. —¡Hola, muchachos! —dijo—. Deben estar tranquilos. Será castigado. No sé le que opinará el jurado, pero espero que piensen detenidamente. Mañana les pueden robar a ellos. —De eso venimos a hablar. Es posible que se equivocaran los muchachos… —¡No me digas! Ya es tarde, Eric. Te has vuelto muy blando. Con seguridad que ha sido tu mujer la que te ha hecho pensar de distinto modo… —No es eso, Cecil. Se ha comprobado que el caballo que montaba ese muchacho no es nuestro. ¡Es verdad, Cecil! Puedes estar seguro. Aun sin herrar se ve que no es nuestro. —¡Dijiste…!


Bolsilibros - El Virginiano 137. Aplicadles mi código, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

La diligencia, aquel cajón «rompehuesos» como algunos la definieron, en su chirriar constante acusaba con pronunciada brusquedad las deformaciones del terreno. Una bella joven vistiendo elegantemente a la usanza ciudadana, gesticulaba constantemente en expresión de protesta. —¡Oh, esto es horrible! —exclamó al salir lanzada sobre el compañero de asiento, un joven cow-boy quien a pesar de las inclemencias de los continuos accidentes geográficos, dormitaba tranquilamente—. ¡Le ruego sepa disculparme! No he podido evitarlo.


Bolsilibros - El Virginiano 146. El pistolero de Santa Fe, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

James sacudió la cachimba contra el suelo, haciendo caer los restos quemados de tabaco. Miraba a las nubes, preocupado. Abandonó el asiento junto a la puerta de la vivienda, guardando la pipa en el bolsillo de la chaqueta de gamuza. Fue hasta un almacén de leña, que estaba a unas cien yardas de la casa, y cogió un brazado de troncos, con los que regresó a la pieza. Los colocó en el hogar, y se puso a silbar una tonada que fue famosa años antes.


Bolsilibros - El Virginiano 147. Pueblos castigados, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

Le ayudó a montar a caballo, dándose cuenta que todo el lado izquierdo del cuerpo de aquel hombre había quedado paralizado. Bozeman consiguió que el caballo herido caminara al tirar con fuerza de la brida. Respiró con tranquilidad el viejo al llegar al lugar donde se encontraba la mina abandonada. Se internó en ella con dos viejas mantas en las manos donde minutos más tarde descansaba el herido sobre las mismas.