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Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 22. El sheriff de Gila Bend, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

LA delincuencia existente en Phoenix, tenía impresionadas a las autoridades y aterrorizado al resto de la población. Raro el día que no se cometiera un grave delito en la ciudad. Los vecinos visitaban al gobernador para que diese fin a tanta delincuencia y este, a su vez, presionaba sobre el sheriff para que se ocupase de ello. Pero los días pasaban sin que lograsen encarcelar al responsable de un delito que pudiera ser considerado como grave. Tan solo descubrían y apresaban a quienes limpiaban los bolsillos a algún cliente de los infinitos locales de diversión existentes y que habían abusado de la bebida.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 23. Sello de muerte, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

AUBURN, embrionario pueblo a orillas del American, empezaba a acusar un gran movimiento minero. Orland, propietario del almacén que llevaba su nombre, persona a la que todos en el pueblo estimaban, preguntó a las dos jóvenes que se presentaron en el mismo: —¿Quiénes eran esos viajeros? ¿Habéis oído? —Deben ser de la Compañía minera —respondió Ann Manderson—. Es lo que dice mi hermano Cary. —Se han hospedado todos en casa de Myrna.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 26. Virginia City, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

UN hombre de edad avanzada, vistiendo ropas sumamente elegantes a la usanza ciudadana, irrumpió vociferando en el “Silver-Saloon” y, demostrando con ello que las ropas que vestía eran un fino disfraz. Contemplando a aquel hombre, no había duda que el hábito no hace al monje. A simple vista podía apreciarse en aquel viejo, la falta de aseo personal, que al contrastar con las ropas de fino corte que usaba, hacían de él un ser grotesco. Este hombre era John Dodge, uno de los pocos, afortunados de Virginia City, cuya estrella puso en sus: manos, uno de los yacimientos argentíferos más ricos de Nevada.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 27. Listos para la tumba, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

UNA estatua de mármol tendría más expresión en su rostro que Deborah Cutter. Sus ojos negros y grandes parecían los de una invidente. Fijos en el suelo caminaba como, una autómata detrás del coche que llevaba el féretro de su esposo. Unas diez yardas retrasada, una verdadera multitud. El asesinato del joven juez Cutter había originado en la población una enorme sacudida y una gran indignación.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 28. Matanza por un amigo, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

JINETE y caballo, cada uno a su modo, agradecieron la aparición de ese río. Quitó la silla al animal y éste, sin esperar más se metió en el agua después de saciar su sed. El jinete le imitó. Más de una hora permanecieron ambos en el agua. Y después de salir, bajo una hermosa chopera se dejó caer el jinete. El caballo se puso a pastar.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 29. La peste roja, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

EL jinete, tías palmear en los flancos del animal, dijo, mientras subía a un pequeño promontorio: —¡Creo que al fin lo he despistado! ¡Nunca vi un sheriff más tozudo! De todos modos, lo comprobaré. Tres reces he creído que lo había despistado y las tres volvió a aparecer. Y si ha abandonado la persecución ha sido porque sus acompañantes desertaron uno tras otro. ¡No hubo medio de convencerle que nada tengo que ver con ese personaje del pasquín!


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 31. El estado sin ley, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

UNA de las empleadas del saloon, trataba de escuchar lo que hablaban los clientes entre ellos y por pequeños grupos. Como no conseguía informarse, dijo a Betty, la dueña: —¿Qué pasará? —¿Por qué dices eso? —¿Es que no te has dado cuenta que están nerviosos y hablando entre ellos? —Eso sucede a diario. No creo que suceda nada que tenga verdadera importancia. —Pues se aprecia en muchos de ellos que están nerviosos.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 32. Tres rebeldes, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

DOUGLAS Blair paseaba por los salones de la inmensa mansión y sonreía satisfecho. No faltaba un detalle. Hacia el recorrido lentamente y, en silencio, se le unió el mayordomo que iba detrás de él. En el comedor se detuvo algunos minutos más. Estaba contando los cubiertos preparados. Se volvió para mirar al mayordomo, que solé acercó para decir: —Está de acuerdo con las invitaciones enviadas.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 33. No dispares a la boca, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

AGACHANDOSE junto al muro, con toda la precaución, avanzaba una sombra en dirección a la puerta de salida, puerta que tenía a pocas yardas cuando esta se abrió, dando paso al alguacil y al sheriff, que en ese momento entraban en la prisión hablando entre ellos. La sombra de junto al marco, se alargó pegada al suelo. Los recién entrados continuaron avanzando entre la charla que no nos interesa recoger.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 34. Una impostora, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

LOS conductores entraban en el local hablando entre ellos animadamente. Armaban un gran bullicio, haciendo que los dientes se fijaran en ellos y guardaran silencio. Las empleadas, en cambio, les miraban con simpatía y les saludaban alegres. Ellos llamaban a cada una por su nombre. Se detuvieron algunos de ellos ante una muchacha más joven que las demás y bastante más alta. Silbaron de modo especial y uno de ellos, dijo: —¡Dor…! ¿De dónde has sacado a esta muchacha? Es nueva en la casa, pero como ella debían ser todas ¡Esto sí que es una belleza…! ¡Ya sabes, a mí mesa! —¿Cuántas botellas?


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 35. El cadete indio, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

EL jinete desmontó, dejando al caballo en libertad dentro de la empalizada. El que estaba acodado en ella, se echó a reír. —¡Ahora voy yo…! —exclamó. —¡Cuidado con él! Es tozudo de veras. Me tiene agotado. No he visto otro caso de resistencia como el suyo. Nos cansará a los dos. —Pero no le vamos a dejar descansar. Tendrá que someterse.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 36. Indagación accidentada, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

DAN Sherman escuchaba sin comprender, lo que le estaba diciendo el juez. Su pensamiento no estaba en lo que hablaba la autoridad, sino en la desagradable y triste noticia de la muerte de su gran amigo al que tanto debía. El juez seguía hablando. —¿Cómo ha muerto…? —preguntó de pronto Dan.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 37. Leyenda negra de un rancho, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

—¡BASTA, amigo! ¡Deja de sacudirte ya! ¡Pudiste hacerlo en la calle, antes de entrar! —Perdona… la rubia que estaba en la puerta hizo que me olvidara de hacerlo. Ni siquiera he intentado sacudirme la camisa… El polvo se desprenderá al menor movimiento… Sírvame un doble de cerveza. Tengo la garganta cubierta por, dos dedos de polvo. Saldré a sacudirme un poco cuando haya bebido.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 38. Un pistolero de Arizona, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

EL barman, para llamar la atención de un vaquero de estatura muy elevada, gritó: —¡Eh, forastero! ¿Es que no piensas beber? Las miradas de los reunidos, se clavaron en el joven forastero. Le contemplaban sonrientes y con clara indiferencia. —No tengo prisa —respondió el aludido. —¿Es que no te afecta el calor?


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 39. Unas yardas de cuerda, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

LA dueña del «Paradise», el hotel-saloon más importante de la población estaba acodada en el mostrador contemplando la reunión que había alrededor de una de las mesas. El barman atendía las demandas de los clientes. Brenda, que así se llamaba la dueña, sonreía levemente mientras contemplaba al grupo formado por el juez Brocks; los ganaderos Astor y Bellowe; el director del Banco y el Alcaide de la penitenciaría que se hallaba a tres millas. Un cliente se detuvo ante ella y dijo: —¿En qué piensas?


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 40. Un ticket para la tumba, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

SALTANDO de risco en risco y por caminos de cabras, Esther tardaba escasos minutos de la montaña al valle. Y una vez en este, al meandro en que solía bañarse. Los cuatro enormes perrazos que eran sus compañeros inseparables retozaban entre ladridos junto a ella. Era la carrera que a diario daban los cinco. Incluso en el agua, los perros jugaban con ella.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 41. Cinco telegramas, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

EL escándalo era enorme. No había medio de entenderse en el local. Un grupo de clientes arrastraban materialmente a un joven al que golpeaban entre gritos de ¡cuerda! y ¡muerte! El que más gritaba que le emplumaran era el dueño del local: Charles Gadner. Una de las empleadas decía a otra: —¡Es un crimen lo que hacen…! No es verdad que ese muchacho hiciera trampas. He sorprendido una seña entre Charles y Herbert. Y este habló con unos j


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 42. Camino ganadero, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

DAISY no podía atender a todos a la vez y les pedía paciencia. Cada cliente le preguntaba una cosa. Y ella respondía con la mayor desenvoltura. Era invitada para sentarse ante una mesa y otros para que bailara con ellos por la noche, cuando el acordeón y la guitarra de dos vaqueros, interpretaban música de baile. Todas las tardes llegaban los dos músicos y cobraban unos centavos de cada baile que les permitía beber sin pagar de su bolsillo. Y además, llevarse unos dólares para ellos.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 43. Un gran capitán, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

CUANDO vamos a salir de este maldito infierno? ¡No hay quien lo resista…! —¡Cúbrete el rostro, Mark! La tormenta nos ha obligado a internarnos demasiado en el desierto… —¡No soporto más esta situación! —Procura dominar tus nervios o no saldrás con vida de este lugar. Estas enormes choyas serán nuestra salvación. ¡Cuidado, Mark, protege el rostro! La fina arena arrastrada por el fuerte viento hacía cada vez más difícil la situación.


Bolsilibros - Gran cañón (Ed. Easa) 44. Noche trágica, de M. L. Estefanía

Aventuras, Novela

JOE Mason, observaba con detenimiento el galope espectacular de uno de sus caballos favoritos. Cuando finalizó la prueba sonreía complacido. —¿Qué le ha parecido, patrón? Joe miró a su capataz, que era quien le preguntaba, respondiendo: —Te felicito sinceramente, Maloney. Has conseguido hacer de «Black», el caballo más rápido de cuantos poseemos.