NO puedo estar de acuerdo contigo, Andy. Tu agradecimiento hacia ese hombre no puede llevarte hasta el extremo de cometer la locura que acabas de proponerme… ¡Existe una gran diferencia, aunque te cueste creerlo, entre Spencer Wallace y tú! —Tienes razón, Olson —dijo con enorme tristeza Andy—. ¡Cierto que existe una gran diferencia entre él y yo…! Si fuese yo quien estuviese en su situación, acusado de un delito que supiese no cometí, ¡ya habría hecho algo para ayudarme!
ENID, la dueña del hotel que había en la ciudad, estaba cansada y muy contrariada, por tener que decir a tanto diente que no tenía habitación alguna. Todo estaba completamente ocupado. Incluso habitaciones trasteras habían sido alquiladas. El empleado que tenía comentaba con ella: —De haber tenido cien habitaciones más, estarían ocupadas…
BRENDA, apoyados los codos en el mostrador y el rostro entre las palmas de las manos, escuchaba atentamente. —Ese barco lleva muchos años por el río. No es una novedad lo que estás diciendo. Y como ese, navegan unos cuantos. Son lo que se llama «saloons-flotantes». Otros los bautizaron como «escuelas de ventajistas». ¿Es que no habías visto ninguno…?
FIJATE con detenimiento en ese larguirucho que bebe apoyado al mostrador —decía un vaquero al compañero—. ¿No te recuerda a nadie? Después de obedecer al compañero, el interrogado respondió —Aunque me recuerda a alguien, en estos momentos no puedo decir a quién. —¡Es él! —exclamó el otro—. ¡No tengo la menor duda! —¿A quién te refieres?
LA hija del dueño de la casa atendía a los visitantes. Hablaban en voz baja. —¿Qué dice el doctor…? —preguntó uno de los visitantes. —Está en la habitación con mi padre. Es el tercero que viene hoy. Los otros son pesimistas. Muy pesimistas. —¿Avisaron a Betty…? —No he querido dar ese disgusto a mi hija…
QUE te sucede, James? —Nada Dick… ¿Por qué? —Vengo observándote hace tiempo y tengo la seguridad de que algo te preocupa. —¿Es que lo ignoras? ¡Hace tan solo unos días que hablamos sobre ello! ¡No soy partidario de la vida que llevamos! —¿Qué malo hay en nuestro medio de vida?
Vera, la joven a la que se iba a homenajear, estaba llena de ilusión con esa fiesta. Por ello procuraba atender a los menores detalles. Su abuelo materno había determinado en un testamento explícito, que a la mayoría de edad se hiciera cargo, si así lo deseaba, de lo que le dejaba de su exclusiva propiedad. Y que la muchacha por su manera de ser no había concedido importancia y eso que ascendía a una cantidad cuantiosa en bienes bursátiles, financieros y rústicos. Estos en realidad eran los que le ilusionaban por haber pasado largas temporadas con el abuelo en un rancho muy extenso en Kansas.
TODA toma de posesión de cargos importantes, reviste su pompa y lleva preparativos a veces engorrosos. Pero esta vez todo había sido fácil. Y el discurso del nuevo gobernador sencillo a la par de corto. Confesó no agradarle la elocuencia y que en realidad por ser mal orador no iba a hacer más que cansar a los oyentes. Agregó que obediente con el partido que le designó, haría todo lo posible por cumplir con su deber.
SOUTH Pass City había cambiado su fisonomía en pocos años. Como había sucedido en bastantes pueblos del Oeste, el hallazgo casual de un insistente buscador, conmocionó a la región primero y más tarde provocó un tropel inmenso. A los tres años de ese hallazgo casual, la pequeña población multiplicó su censo. Y las viviendas de madera. De adobe y hasta de ladrillos aparecían como obra de encantamiento. Atlantic City a pocas millas, cabeza de condado, era superada por lo que fue una población pequeña y eminentemente ganadera.
POCAS veces se había dado en el vasto oeste el caso de los hermanos Ariadne y Angus Jones. Tenían un almacén. Hotel: Saloon y Banco. El padre de ellos había levantado el mejor edificio en cientos de millas a la redonda. Y el único que tenía tres plantas, todo ello de ladrillo. Y dentro del mismo edificio, los variados negocios.
SWAINE! ¡Swaine! Éste salió de una de las cuadras, donde atendía a un potro, diciendo: —¡Eh…! ¡Aquí estoy! ¿Qué sucede? —¡El patrón te reclama! —le informó el vaquero. —Dile que espere, estoy atendiendo a su potro favorito. —Será conveniente que vayas rápidamente.
LOS curiosos, que no faltaban a la llegada de los trenes, miraban al alto viajero y luego se miraban entre ellos. Les llamaba la atención la estatura, que trataban de calcular en comparación con las ventanillas de los vagones. Llevaba el viajero una maleta en la mano. Pero no se encaminó a la salida, sino que fue hasta uno de los vagones de cola, y de allí, ayudado por un empleado de la estación, hizo descender un caballo.
RITA…! ¿Te acuerdas de Carmen Solano? Debe ser de tu edad. —Es algo más joven que yo. Hace años que falta de aquí… Creo que la llevó su padre al Este, para que no se educara en aquel ambiente de entonces… Soñaban con hacer salir esta tierra de un célebre Pacto… Y se conspiraba, según dicen los mayores con verdadero descaro. Siendo su padre el más importante propietario, no quiso mezclarse nunca en aquellas conspiraciones. Todo esto que digo, lo sé porque se ha comentado muchas veces ante este mostrador y en esas mesas. ¿Por qué preguntabas si la conozco?
VAMOS, Cumberland. Deja de curiosear. Tienes el mostrador completamente abandonado… —Los clientes está atendidos… Quédate aquí, Laurel. La diligencia ha llegado con todas las plazas ocupadas. ¡Fíjate en ese viajero! ¡Vaya estatura! Echóse a reír el llamado Laurel. —Viste de cow-boy —comentó seguidamente—. Y debe ser amigo de los Pullman a juzgar por lo que oí comentar ahí dentro… —Me parece que te equivocas. Yo diría que es amigo de los Wells…
CAMINABA lentamente el jinete por una especie de sendero que supuso ser el camino que utilizaban los cow-boys de las distintas propiedades limítrofes. Se detuvo un momento y escuchó atentamente. Los disparos, que era lo que llamó su atención se oían cada vez más cercanos. No quería salir del camino, porque aun no estando limitadas las propiedades con alambre, no era aconsejable caminar por dónde no hubiera camino o vereda. Pero los disparos, que seguían, eran una tentación a su curiosidad.
QUE le digo a Pamela cuando llegue? Le di mi palabra que hoy estaría todo arreglado… —Lo sé, querida, lo sé… Ya conoces a tu padre. Ha tenido muchos problemas últimamente. Yo misma le pedí que se quedara unos días en Tularosa descansando. Hoy espero que llegue y te prometo que lo primero que haré será pedirle que os deje visitar la prisión. Sin su autorización se opondrá John a que lo hagáis. Hay convictos peligrosos a los que no podréis acercaros. —¿Es que no hay suficientes guardianes? —Demasiados, diría yo.
EL barman, observaba sorprendido al joven y alto vaquero, que apoyado en el mostrador le había solicitado un doble del mejor whisky que tuviese embotellado. Y con el ceño fruncido, huraño, replicó el barman: —Tendrás que beber del que sirvo a todos. —¿Es que no tenéis whisky especial para los amigos? —No.
MAS de seis pulgadas de nieve cubrían el patio del Fuerte. Y la nieve seguía cayendo en gran cantidad. Los que se hallaban en la cantina, limpiaban el cristal de la ventana con la manga del uniforme. —¡Vaya nevada? —exclamó uno—. Nos va a incomunicar por completo. —Este tiempo es la delicia del cantinero —dijo otro—. Aquí nos dejamos la paga. —¿De cuánto tiempo? —dijo el cantinero sonriendo—. Porque por ejemplo tú, no liquidarás tu deuda con la de un mes. —¿Y qué vamos a hacer si sigue así el tiempo? Estar aquí y una vez en la cantina, beber. O jugar.
YO en tu lugar haría eso en la calle, amigo. Acabarás por intoxicarnos a todos si continúas sacudiendo tus ropas. Es la primera vez que veo desprenderse tanto polvo de una camisa. —Lo siento, amigos. Movió el sombrero que llevaba en la mano y al intentar hacer desaparecer la nube de polvo que le rodeaba, provocó nuevas protestas. Aquel hombre de edad madura salió a la calle y sacudió con rapidez sus ropas. Poco después aparecía, con rostro sonriente, en el local nuevamente y, al pasar por la mesa que ocupaban los «cow-boys» que le habían aconsejado que sacudiera las ropas en la calle, les saludó. —Has estado a punto de intoxicarnos a todos, amigo. Ahora, casi puede definirse el color de tu camisa.
DIANA Birkin, desmontó ante la puerta del «saloon» propiedad del viejo Rooney, siendo saludada con cariño por todos. Rooney, que sin duda era una de las personas más estimadas por los vecinos de Prescott, salió solícito hasta la puerta al saber que era ella, para hacerle los honores de la casa. —¡Qué alegría, Diana! —exclamó, cariñoso, y feliz, Rooney. —¡Hola, viejo zorro! Y la joven abrazó al viejo, haciendo que este se emocionase.