LOS viajeros se miraban con la mayor indiferencia. Y cada uno iba pensando en sus distintos problemas. Aunque estaban casi seguros que coincidían en la finalidad, del viaje. Llevaban muchas horas de viaje en común con las molestias inherentes a la desigualdad del terreno que hacía a la diligencia batir sus cuerpos como si estuvieran metidos en un caldero echado a rodar por la ladera de una montaña. Eran lanzados con frecuencia unos sobre otros.
EL juicio contra Nora Grey, iba a dar comienzo. La acusada se personó en el local del Juzgado, acompañada por su buena amiga Carol Snow y el padre de ésta. Al verlos entrar, unos murmullos insistentes expusieron el ambiente que habían creado los autores de aquel espectáculo. Todas las miradas se concentraban en Nora, presunto reo en el juicio.
BERNARD Cornwall era uno de los ganaderos importantes. Y durante tiempo muy estimado en el pueblo. Con Charles Monroe, era de los que más atendía a los que necesitaban ayuda. Sobre todo en los años de sequía, cuando los pastos no podían alimentar el ganado. Fue de Bernard la idea de asociarse los ganaderos, pero de una manera especial. Propuso que los asociados se comprometieran a que sus pastos dejaran de tener ganado unos dos años, llevando mientras las reses a los otros.
ERES el hombre que necesito. Te haré capataz si aceptas trabajar conmigo. —¿Y por qué no, si las condiciones me agradan? —Cien dólares al mes. —Prefiero por viaje. —No te comprendo. ¿Has pensado que tardamos siete o nueve semanas? —Sí, por eso pido trescientos dólares por viaje. Necesito dinero.
ELISABETH Peele, forastera en la ciudad, contemplaba el local, abandonado y sucio desde la misma puerta. Un caballero, vestido con elegancia que estaba a su lado, dijo: —Hace unos meses que está cerrado… Pero si hacen algunas reformas y… —¿Por qué lo abandonaron? Es amplio. —El matrimonio propietario no tiene edad para luchar. Estaban cansados.
ESTO sí que es una fiesta, niña Carmen. — ¡Pero estoy que no resisto! —¡Por lo que más quieras no defraudes a tu padre! Piensa que hay invitados americanos, cosa extraña. Herrero había querido que presenciaran el boato de una fiesta típicamente californiana. Carmen cumplía su mayoría de edad y el número de invitados era tan importante que aun siendo la casa-palacio de la hacienda una de las mayores del Estado, no era posible alojarles a todos, teniendo que habilitar a tal efecto parte de las viviendas de los peones, metiendo a estos en las cuadras.
LA llegada de la diligencia llamaba menos la atención que la del tren. La competencia del ferrocarril había afectado poco a esa línea que no se confundía con los raíles en ninguna parte de su recorrido. Y era una zona rica en ganado. Las autoridades de Salina habían hablado con el senador de Kansas que estaba en Washington para que consiguiera un ferrocarril que cubriera el recorrido que hacían las diligencias por esa amplia zona ganadera que iba de Dodge City a Salina. Mucho ganado así podría ser embarcado en las estaciones intermedias.
LONE Pine, pequeño pueblo en la ladera Este del monte Whitney, no habría llegado a tener la importancia que te dio la construcción de una carretera a través del bosque de sequoias y del desierto de Mojave. Los cientos de trabajadores dieron al pueblo una fisonomía especial y para los comercios un importante negocio. Precisamente en ese pueblo se bifurcaba la carretera, encaminándose un ramal sinuoso a través de terrenos desérticos hasta el Valle de la Muerte, con lo que se facilitaría el traslado del bórax en mejores condiciones y con más corto plazo hasta los lugares de almacenaje y embarque.
DAVIE Floyd hacía verdaderos esfuerzos porque la emoción que sentía no se reflejara en su rostro que parecía tallado en roca. Solamente los ojos no podían ocultar la angustia que le embargaba. Durante catorce años había estado al frente de la Reserva. Sus cuatro hijos se habían criado entre los indios, como unos más de ellos. En la casa, la familia hablaba más en indio que en inglés. Los tres hijos varones marcharon a estudiar lejos, pero en las vacaciones eran felices en los tipis de la Reserva. Los indios no les consideraban extraños a su raza. Nunca hubo el menor incidente. Y los indios se sabían atendidos como una gran familia.
FUERON varios los que, al ver el brillo, acercáronse curiosos, hasta que uno exclamó: —¡Esto es oro! —¡No es posible! —dijo Tieton intrigado. —Pues lo es —insistió el que hablara antes, que era un forastero de los muchos que iban de paso. —¿Dónde lo encontraste? —¡Hay oro otra vez aquí!
LEWIS Bell Potter, sin duda alguna, era uno de los hombres más conocidos de Arizona. Poseía varias rancherías y era propietario de diversos negocios, que hacían de él, uno de los hombres más poderosos y ricos del territorio. Pero de cuantas propiedades tenía, su orgullo era el rancho que poseía en las proximidades de Tucson y donde cientos de caballos y reses pastaban a su libre albedrío en una extensión de terreno al noroeste de la ciudad de unas cuatrocientas millas cuadradas.
ME asusta, papá, hacer un viaje de tantas millas, con tanto dinero encima… ¡No puedo evitarlo, es superior a mis fuerzas! —Es incomprensible, pequeña, que habiendo nacido en estas tierras, te asuste tan poca cosa… ¿Es que no corre sangre del Oeste por tus venas? —Ser responsable de los ahorros de tu vida, me aterra… ¿Qué sucedería si me quitasen o perdiese esa cantidad?
QUIEN ha dicho que traigas este caballo a esta cuadra? —El capataz. —Dile que yo no quiero que se haga. Así que déjale donde estaba. —Es que es orden de la hija del patrón… —¡Te he dicho que lo dejes allí!
GUADALUPE, a pesar de rondar los cuarenta años, era una mujer muy hermosa. Su gran belleza mejicana era tan provocativa, que exaltaba a los hombres de todas las edades. Siendo muchos quienes la deseaban apasionadamente. Sobre todo, desde la muerte de su esposo, ocurrida hacía meses, eran varios los que pensaban que el camino estaba libre para conseguir lo que tanto deseaban.
ES una locura lo que acabas de hacer, Joe. Los cargos son incompatibles. No se puede ser pistolero y enterrador a la vez… ¡Nos tienen rodeados! —¡No te muevas de aquí! ¡Algo intenta ese coyote! Voy arriba a vigilar. Y Joe ascendió rápidamente por la escalera en que poco antes rodara el cadáver de uno que consiguió entrar. Descubrió Joe un hueco que en el techo había, hecho sin duda por aquel vaquero que pagó tan caro su atrevimiento.
SERA conveniente que antes de que salgáis me asome por si Dick Drake os espera… ¡Me ha dado la impresión de que sus ropas de caballero no van de acuerdo con su forma de proceder! Los dos jóvenes sonrieron agradecidos. Y el capitán salió, en efecto, a cubierta, regresando a los pocos minutos. —Parece que no está por aquí… —anunció.
HABIA pasado ya la sorpresa de los primeros días y el espectáculo se convirtió en rutina. Los curiosos eran menos cada domingo. Y los que se atrevían a jugar rarísimos. Pero cada domingo se repetían los gritos de los que retaban a los demás, con unos dólares en juego. Los jinetes que iban entrando en la plaza y desmontaban, sonreían y pasaban de largo para entrar en el «saloon» que se había convertido en el mentidero de la población. Las dos empleadas y la dueña, amén del barman, estaban informados de todos los problemas del extenso condado.
LAS hijas de Winthrop miraban desde una ventana el paso de los mineros por la calle. —No comprendo —decía Diana, la mayor— por qué todo un pueblo ha de temblar cada vez que esos hombres bajan de las montañas. —Son violentos e impulsivos y están tan apartados de la civilización que la presencia de mujeres, especialmente, dicen que les excita. Las que hay en los «saloon» en cambio, prefieren a los mineros; afirman que son más espléndidos que los cow-boys y cazadores —dijo Helen, la menor de las hermanas.
LA familia Mendieta, en Albuquerque, se encuentra reunida y bajo una tensión nerviosa. Componen esta familia: Carlos, el padre, y sus hijos: Pedro, Juan y María. El hijo mayor, Pedro, dice: —No esperabas que Carmen viniera, ¿verdad? —Desde luego que no. Nunca ha dicho en sus cartas que pensara hacerlo.
¿CONOCE California? —No. Es la primera vez que vengo a este Estado. Buscaba a un amigo que trabaja en Barstow. Mi caballo murió en el desierto. —¿Barstow? ¡Si está al otro lado! —exclamó la joven. —Si es así, me debieron informar mal. La joven guardó silencio. No creía nada de lo que oía y sintió disgusto por ser engañada.