Para el ordenado y metódico Honorio Sigüenza, los zapatos son su profesión. Los sellos, su afición. Las esquelas, su fuente de información. Las mujeres su devoción. ¿Y el sexo? El sexo es su obligación. «El pecador impecable» es un hombre triste con una historia personal divertida, un hombre puritano que se comporta como un libertino, un hombre lógico que vive fantásticamente. Son muchas, y muy distintas unas de otras, las mujeres en la vida de Honorio Sigüenza. A todas otorga generosa y vehementemente sus favores, con todas cumple como el caballero que es, pero de ninguna se enamora. ¿A quién ama realmente Honorio Sigüenza?
A quienes recuerden las deliciosas películas del cineasta italiano Alberto Lattuada, allá por los años cincuenta, no les sorprenderá encontrar hoy este libro suyo publicado en una colección de narrativa erótica. Como confiesa el propio Lattuada en su «Introducción»: «El cuento Diario de un gran amador, por ejemplo, fue escrito en 1942; esta fecha revela que mi fidelidad a la esencia de la belleza femenina nunca se extinguió en mí». De hecho, así es: el último de estos siete cuentos es de 1980. Las fulguraciones, continúa reconociendo el autor, «no desaparecen con el andar de los años; en realidad, estoy convencido de que siempre permanecen al acecho mientras la memoria ilumina momentos lejanos con una evidencia de contornos que roza la nostalgia». Películas como Ana, Carta de una novicia y Guendolina dejaban ya imaginar el mundo erótico secreto que animaba a Lattuada en unos años en que tan sólo manifestar un deseo era ya pecado. En estos cuentos, que permanecieron largos años en el fondo de un cajón, el lector cinéfilo descubrirá todas las más íntimas fantasías que el cineasta evitaba exhibir en imágenes y que, en cambio, en la privacidad de una hoja en blanco, pudo expresar con entera libertad.
Los lectores para quienes el oído es una de sus más gratificantes fuentes de placer disfrutarán sin duda leyendo Siete contra Georgia. Leerlo es oírlo. Oír en vivo a esas siete entrañables e inolvidables «locas» contar, con toda la brillantez de su descarada e impúdica manera de hablar, sus fantasías y experiencias eróticas. Hablan sin cesar, como cotorras, comentan, critican, cuentan chismes, historias y anécdotas, pero sobre todo viven de viva voz el sexo, su sexo, a su manera, con su gente, esa gente «rara» por quien siente en el fondo sentimientos encontrados el comisario de policía, oyente privilegiado, junto al lector, de estas siete inconfesables confidencias. A nadie se le escapará con cuanto rigor han sido en todo momento medidas y controladas la soltura y la invención de este lenguaje oral, hasta el punto de que no nos extrañaría que el lector, algún tiempo después de la lectura de este libro, al recordar o reexperimentar —¿por qué no ?— algún episodio de su predilección, se preguntara si realmente lo ha leído o si, de hecho, se lo ha oído contar a su protagonista. En todo caso, pocas veces el aficionado a esta colección habrá encontrado unas narraciones que tan bien sintonicen con esta tan castiza tradición nuestra del cachondeo, paradójicamente siempre respetuoso de la cachondez.
A mediados del siglo XIX, en una Norteamérica dividida en dos bandos cada vez más irreconciliables, una huérfana de Filadelfia vivirá la experiencia del sexo hasta las últimas consecuencias. Estas Memorias de Dolly Morton, transcripción en primera persona de las peripecias de su protagonista, narran la flagelación de Dolly por unos negreros, el posterior secuestro y violación a manos de un rico plantador y la progresiva inmersión en situaciones eróticas de toda índole originadas por la particular situación de sumisión en la que se encuentra. Pero el autor, que quiso permanecer anónimo, de estas memorias no se limita al simple recuento de las muy numerosas actividades sexuales, sino que, al igual que autores de la talla de Casanova o Frank Harris, hace una crónica de los acontecimientos de esta movida época. La situación de los negros del Sur, los horrores y humillaciones del esclavismo, la guerra civil, son pues el perfecto contrapunto de una experiencia sexual que oscila entre la amargura y el éxtasis.
La esposa del Dr. Thorne, Manuelita Sáenz, hija de una acaudalada familia de españoles en el Quito (Ecuador) colonial, es un personaje libérrimo, sensual, que empieza su biografía erótica a los quince años con un oficial español. A partir de entonces, su vida va a convertirse en una aventurosa odisea amorosa, pues se permite vivir todas las situaciones pensables del amor y del sexo. Defensora de la libertad en todos sus aspectos, se adhiere a la causa de la liberación de los países andinos de la corona española y a la causa de la liberación de la mujer. Famosa ya por sus hazañas amorosas, por sus ideas avanzadas y hasta por su participación activa, con el grado de capitán, en la célebre batalla de Ayacucho, sólo le faltaba para saltar a la leyenda el convertirse en la amante permanente, aunque no por ello fiel, del gran libertador Simón Bolívar, con quien mantuvo una relación abierta, en la que la sucesión de amantes, por uno y por otro lado, fue siempre continua. Entre otras relaciones destacables aquí —como la que mantuvo con un medio hermano suyo—, citemos la que vivió con otra mujer importante en la épica americana, Rosita Campuzano, amante a su vez de otro gran libertador, San Martín, quien también compartió con Rosita los favores de Manuelita, o «La adorable loca». Además de introducirnos en los recónditos y humedecedores secretos de alcobas hasta ahora inaccesibles y de permitirnos tomar parte en los devaneos eróticos de tan insignes personajes, Denzil Romero, gracias a una imaginación bien surtida y sostenida por comprobados conocimientos de la historia grande de América, nos sitúa en una época, en unos lugares y en medio de unos acontecimientos que no hacen sino enriquecer aún más la lectura lúdica de estas páginas.
Una historia de amor y de sexo que no se resigna a dejar de serlo. Sumida todavía en los temores de una infancia carente de afecto, Lulú, una niña de 15 años, sucumbe a la atracción que ejerce sobre ella un joven, amigo de la familia, a quien hasta entonces ella había deseado vagamente. Después de esta primera experiencia, Lulú, niña eterna, alimenta durante años, en solitario, el fantasma de aquel hombre que acaba por aceptar el desafío de prolongar indefinidamente, en su peculiar relación sexual, el juego amoroso de la niñez. Crea para ella un mundo aparte, un universo privado donde el tiempo pierde valor. Pero el sortilegio arriesgado de vivir fuera de la realidad se rompe bruscamente un día, cuando Lulú, ya con 30 años, se precipita, indefensa pero febrilmente, en el infierno de los deseos peligrosos.
Con Amatista, el lector asiste a nueve encuentros en Buenos Aires, nueve sesiones de iniciación en el «Abc, el alfabeto maravilloso» del placer. Un anónimo «doctor» se interna en el erotismo conducido —y aquí radica la originalidad de la novela» por las historias que explica una anónima «señora». Estas historias, cuentos de fantasía desbordada y casi surrealista, protagonizados por Amatista, Pierre y otros amigos, transportarán al «doctor» —y a los lectores— a mundos tan dispares como cierto misterioso monasterio, un apacible lago, una sesión plenaria en el cielo, o un elegante bar de Buenos Aires. Mundos dispares, y a la vez poderosos, pues la ficción irá filtrándose poco a poco en la realidad de los encuentros. Así, narradas en un estilo sobrio pero no exento de humor, las lecciones teóricas y prácticas de la «señora» se suceden a un ritmo tranquilo, destilando un erotismo desinhibidor, liberador, y siempre generado de placer, nunca de dolor o sufrimiento.
Esta es la historia de la intrépida vida erótica del célebre Charlie, quien empezó a los 14 años con una mujer recién casada, amiga de su madre y su huésped durante la luna de miel. Poco después —avispado aprendiz— practicó con su atractiva institutriz. Insaciable, pronto consiguió que sus propias hermanas le entregaran su virginidad. Nueva institutriz, y, naturalmente, otra oportunidad de ampliar sus conocimientos. En fin, ¿para qué seguir aquí con la enumeración laboriosa de las más variadas experiencias de Charli Roberts cuyo itinerario no es sino una desenfrenada y exitosa secuencia de seducciones a las que se lanza llevado exclusivamente por la lúbrica curiosidad del sexo? Charlie lo ha probado todo, desde la flagelación, el voyeurismo, el incesto, la pederastia hasta las más sofisticadas orgías. El lector sigue así minuciosamente todo el recorrido de la «educación sentimental» de este adolescente precoz hasta que se introduce en los más oscuros secretos de los ritos eróticos. Nadie puede afirmar hoy si La novela de la lujuria (1863-1866), una de las pocas obras eróticas consideradas clásicas de la época victoriana, es la autobiografía auténtica de alguien que consiguió mantener hasta nuestros días su anonimato o si es producto de la febril imaginación de algún escritor o algún personaje conocido en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo diecinueve. En todo caso, si es la verdadera historia de Charlie Roberts, puede perfectamente alinearse al lado de la ya célebre Mi vida secreta y, si es un producto literario del género, responde a la perfección a las exigencias de éste durante aquel período histórico en el que imperaba la rigidez moral y la prohibición. Entre otras, las más notorias son, primero, la de haberse publicado por entregas y, segundo, la de ceñirse obsesiva y exclusivamente a la actividad erótica de los personajes, movidos todos por la insaciable curiosidad de quienes padecen la privación impuesta de algo tan vitalmente necesario como es el sexo.
Este libro ha sido leído en los múltiples países donde ha sido traducido por todas aquellas personas para quienes el erotismo siempre ha sido motivo de curiosidad, como medio de conocimiento, no sólo de la propia naturaleza profunda, sino también de un significado más amplio de la vida. Nos hará pensar sin duda, pero sobre todo nos introducirá en deleites eróticos que tal vez jamás hayamos podido ni tan sólo imaginar, porque lo que Marco Vassi pone al desnudo ante nosotros es el ser humano sumergido en toda su compleja, contradictoria y a veces absurda animalidad. Al llevar la escritura erótica a sus últimas consecuencias y al subvertirla radicalmente, consigue poner al descubierto las más secretas fantasías de nuestro ser más inexplorado, más inconfesable. Vassi da vida ante nuestros sentidos a toda una galería de personajes inolvidables en los cuales el lector no puede por menos que reconocerse, si no por sus actos, sí por sus más recónditos deseos. Consigue hacer saltar por los aires nuestros mitos más sagrados con el fin de que el lector responda, sin prejuicios, a las demandas de su erotismo más primigenio. Cuando todo en el sexo, desde la monogamia hasta la coprofilia, se presenta desde la perspectiva de nuestra remota pero ineludible naturaleza animal, nadie puede escapar a su destino en la gran comedia humana. Vassi reflexiona también aquí sobre las formas del sexo y del erotismo en la sociedad contemporánea, construyendo el curioso y fascinante concepto de metasexualidad.
Este brevísimo relato erótico de Benjamin Péret, uno de los grandes nombres del surrealismo francés y maestro del humor negro y del absurdo, es una muestra magistral del espíritu y profunda transgresión con el que los surrealistas más puros han sellado siempre todas y cada una de sus obras. Aquí se nos cuenta, con la más desvergonzada sonrisa de la que es capaz Péret, entre narraciones, cánticos y poemas, las muy desaforadas hazañas del vizconde Pajillero de los Cojones Blandos. En todo momento el lector sentirá esa necesidad que han sabido transmitir los surrealistas de dejarse llevar, al filo del lenguaje asociativo del inconsciente —al que ellos llamaban «automático»—, en plena libertad, sin inhibiciones, hacia sus más extravagantes fantasías, al límite de lo grotesco o impensable.
Este librero de ocasión pasa de la página al acto, de la biblioteca a la alcoba, del libro a la cama con el desenfado y el tacto de un erudito y de un disoluto. Entre lo que la lectura de ciertos libros suscita en la fantasía sexual de un librero bibliófilo y los actos que su fantasía le conducen irresistiblemente a llevar a cabo, median apenas sutiles fronteras que ningún ser humano sería capaz de delimitar y menos aún de juzgar…
En ocho cuentos, de tono y contenido muy distintos, en los que sin embargo el sexo está en el origen de todas las situaciones, Ana Rosseti, más que describir, nos sugiere algunas de las muchas experiencias sexuales y eróticas que cualquiera de nosotros, gente corriente, podría vivir, o haber vivido, en esos momentos en los que las pasiones nos desbordan y que nos conducen, insidiosamente, al odio, la repugnancia, la vergüenza, la violencia, el resentimiento y, sobre todo, los celos. La exacerbación de los sentimientos, las fantasías y los actos están en el centro de las historias que los distintos personajes, todos en cierto modo violentados por alguna de esas pasiones, nos cuentan, suscitando en nosotros, lectores activos, imágenes imborrables, algunas estremecedoras.
Historia de R., es un claro homenaje al clásico del erotismo francés Historia de O. Cuenta también la historia de una lenta y progresiva sumisión de una persona a otra, pero, aquí, esa persona es un hombre, un enigmático aristócrata inglés, de cuyo nombre solo se conoce la inicial. Es un bellísimo joven de rubios rizos y ojos azules. Amado por Polissena Lockhart, directora del museo del Louvre, pasará a ser, tras un largo y cruel aprendizaje, su objeto erótico, cuya existencia no tendrá otra finalidad que la de dar placer a su ávida amante y ama. Un aprendizaje que conduce a R., en una interminable pendiente abajo, hacia abyecciones que le harán perder la propia identidad, lo reducirán a un simple número, lo convertirán en mero objeto de intercambio entre dos cínicas iniciadoras hasta el completo triunfo de Polissena, quien podrá finalmente disponer a su antojo de la entera sumisión de R. Así, Polissena conocerá todos los secretos del cuerpo y la mente de R., pero de su víctima/cómplice una única cosa quedará para siempre sellada: su nombre, último baluarte de una identidad perdida, secuestrada, pero también regalada, entregada. Tan pronto entre las brumas del campo inglés como en Londres, en la inquietante Praga, en un castillo de Bohemia, en Bayreuth en pleno festival Wagneriano, en una pensión veneciana o en la Roma de las embajadas, nuestros personajes recorren los fascinantes lugares por los que una persona como Polissena está acostumbrada a moverse, en particular si un cuadro de Caravaggio ha desaparecido misteriosamente y tanta gente parece de pronto interesada en él.
El anónimo ruso se deleita en rebuscar en su memoria «los más ínfimos recuerdos» y, si con el tiempo estas confesiones siguen despertando gran interés, es, entre otras razones, por un parte, porque resulta apasionante seguir, gracias a la relato insólitamente minucioso, veraz y lúcido que hace este hombre de su tendencia voyeurista y de sus aventuras sexuales con jovencitas, el lento desarrollo de esta invencible atracción peculiar; y por otra parte, porque nos descubren a una insospechada Rusia de principios del siglo XX, en la que reina la más absoluta libertad de costumbres sexuales, una tolerancia incomparablemente más espontánea y extendida que en el resto de Europa.
Una mujer de mediana edad, que vive en un mundo familiar y social sofocado por normas y convenciones estrictas, comprueba que ya no puede ocultarse a sí misma su «diferencia» con las demás mujeres heterosexuales, que se casan y llevan una vida normal. En su desesperación por «regenerarse» —y, en realidad, siguiendo las indicaciones de un psiquiatra del Opus, quien le aconseja, para aplacar sus ánimos, enamorarse de la Virgen —, se deja arrastrar en la gratificante fantasía de reencarnar a Bernadette Soubirous, la niña que recibió los favores de la Virgen de Lourdes a mediados del siglo XIX. Nadie entonces, supo imaginar de qué naturaleza fueron estos favores, que duraron tan poco, pero fueron tan intensos...
Este extraordinario diario íntimo era ya conocido, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, por los buscadores de textos curiosos, publicaciones de difícil alcance y narraciones eróticas, casi siempre clandestinas. Es en este período cuando aparece Katumba Pasha, que, según un conocido historiador de la época, era en realidad el seudónimo turco de un aristócrata ruso que se había refugiado en Inglaterra durante la guerra de Crimea entre 1854 y 1855. El manuscrito original del diario, probablemente escrito entre 1796 y 1800, todavía se hallaba antes de 1917 en la sección privada de los archivos del palacio de Invierno de San Petersburgo. Llevaba en la página del título la palabra privatnyi (privado) escrita a mano por el emperador Pablo I (1754-1801), hijo de Catalina II la Grande. Su sucesor, el emperador Alejandro, debió de conocer su contenido porque también estampó su firma. Seguía más abajo una tercera inscripción, escrita a mano por el emperador Nicolás, en la que repetía la palabra privatnyi rubricándola con su firma. Cuando cayó en manos de Katumba Pasha, no tenía sello alguno y era evidente que llevaba años en el olvido. Habían sido repetidos y burdamente tachados los fragmentos que otorgaban al texto su dimensión literaria y, de un modo incomprensible, se habían conservado aquellos que enumeraban escueta y crudamente los episodios más escabrosos. El trabajo de Katumba Pasha consistió precisamente en reconstruir minuciosamente, intercalando en su propio texto, escrito con tinta verde, los fragmentos del texto original transcritos con tinta roja. Así es como llegó a las manos de su primer editor. Lo demás forma parte ya de la odisea que protagoniza la edición de ciertos clásicos del erotismo. La historia de la princesa Vávara Softa, hija del príncipe Demetri, gobernador militar, empieza cundo tiene catorce años y se deja seducir por un aide de camp de su padre. Cuando ella empieza a cansarse de él, éste, muy oportunamente, muere asfixiado y, a partir de entonces, comienza la muy licenciosa y escandalosa vida de esta versión femenina del marqués de Sade. Orgías, incestos, bestialismo, sodomía, crímenes jalonan la vida de Vávara, quien se convierte en amante favorita del emperador Pablo I y finalmente se casa con el conde Tarásov —quien conspira para asesinar a Pablo—. No obstante, a lo largo de este accidentado periplo orgiástico, el verdadero y único amor de Vávara seguirá siendo el pequeño Alaska, por quien, como verá el lector, es capaz de todo, hasta de los actos más extremos.
Dante Bertini nos cuenta la historia de una mujer que se encamina al encuentro de sí misma. Liberada ya de presiones familiares, tutelas, servidumbres económicas y, aparentemente, también de comprometedores lazos amorosos, siente que le falta no obstante dar un paso más radical hacia el conocimiento de su más recóndita identidad: el lento, lúcido, voluntario aprendizaje de los inconfesables, dolorosos placeres de la rendición sexual, más allá de todo límite considerado tolerable.
El protagonista tiene 30 años y le gustan los chicos, en particular Samy, un poco golfo, y Jamel, «hijo del Islam y de la Coca–Cola». Pero también están todos esos cuerpos anónimos que se apoderan de él durante los perversos ritos de las noches salvajes. Además, como quien no quiere la cosa, también le gustan algunas chicas. Sobre todo Laura. Parece quererlo todo. O tal vez no quiera nada. Es seropositivo. Por cobardía o miedo de perder a Laura, no se lo dice la primera vez que se acuestan. Puede haberla contagiado. Pero ella tiene 17 años y lo ama con locura; ya non pone límites a su amor y, pese al mal que ya debe de habitar su cuerpo, recurre a todos los medios para no perderle: ruegos, violencia, mentiras, chantajes. Se toman y se dejan con una pasión compulsiva, al mismo ritmo frenético con que esos jóvenes condenados a muerte circulan en moto, copulan en la sombra debajo de los puentes, someten a brutales rituales, se drogan, beben y escuchan música hasta reventar, se entregan al sexo con la energía de la desesperación, del que no tiene nada que perder y se algo que ganar mientras un soplo de vida se lo permita.
Todo comienza cuando a Bigati le encargan la investigación rutinaria de un asesinato en casa de Enrique Izabi, traductor y escritor ocasional. Con el cuerpo de la víctima todavía debajo de la cama, el policía empieza a explorar armarios y cajones, donde encuentra cartas, poemas, fragmentos de un diario, dibujos, conversaciones y mensajes grabados en cintas y en el contestador, películas porno y otros retazos de vida que van revelándole —a él y al lector— la compleja trama de actividades sexuales, deseos y fantasmas de Enrique Izabi y sus amigos. Poco a poco vamos sabiendo que el dueño de la casa mantenía relaciones con Leandro, cuyo amante, un tal Campos, excompañero de celda, convertido en protagonista de películas porno, es un hombre superdotado sexualmente ante el cual sucumbe cualquiera que haya probado sus extraordinarios encantos. Incluso la tímida Mercedes, quien sólo podrá escapar a su atracción descubriendo los placeres del amor lésbico. Pero lo que todos ignoran es que, lentamente, esta densa trama de deseos les conducirá, casi a pesar suyo, a verse involucrados en el asesinato que Bigati investiga. Utilizando con agilidad y destreza todo este material dispar y variopinto, Bertini crea una insólita narración, a modo de desenfadado caleidoscopio, que conduce al lector hacia el fatal desenlace entre todo tipo de encuentros sexuales, de los que cada cual según sus apetencias podrá extraer su parcela de placer.
Sofía, una joven al parecer como tantas otras, vive en Madrid en el seno de un grupo de amigos que comparten inquietudes y amores. Tras el matrimonio con Santiago, cuyas relaciones sexuales se extreman en la violencia a medida que el tiempo va corroyendo el afecto y las apetencias, Sofía, desencantada y triste, encuentra un día a Marina. Entre las dos se establece instantáneamente una atracción singular, casi mágica. Emprenden un viaje por Italia con destino a Roma, donde a Marina le espera un trabajo en una organización internacional.