Editada originalmente en 1937 por Faber en Londres, Huésped para la muerte fue la primera novela policíaca de ‘Cyril Hare’, seudónimo de Alfred Alexander Gordon Clark. Dos jóvenes empleados de una agencia inmobiliaria son enviados a comprobar el inventario de una casa en Daylesford Gardens, South Kensington. A su llegada, encuentran un objeto que no está en el inventario – un cadáver. Además, el misterioso inquilino, Colin James, ha desaparecido. En una novela que descubre muchos de los aspectos más desagradables del mundo de las altas finanzas, Hare también presenta a sus lectores al formidable inspector Mallett de Scotland Yard. Tras su publicación inicial, el Times Literary Supplement elogió a Huésped para la muerte como “una historia de lo más ingeniosa”, mientras que el Spectator celebró su “ingenio, juego limpio y caracterización” y manifestó así mismo que “había aparecido una nueva estrella”.
Se trata de la historia de un niño de trece años. El honorable Ludovic Bewes es un niño de salud delicada y frágil, que heredará la vasta propiedad de Brooke-Norton.
El título de Lord Brooke llegará como una maldición para Ludovic. Las pesadillas y terrores nocturnos acompañarán al pequeño, quien al poco tiempo morirá a causa de una meningitis.
Cuando analizan realmente que sucede descubren una máscara, aparentemente de marfil, que desata el misterio.
Un día de invierno, a las cinco de la tarde, Ricardo Gunn se encuentra en Piccadilly Circus. Tiene cuatro chelines en el bolsillo y un ejemplar del primer volumen del Quijote. No sabe si gastar sus últimas monedas en cortarse el pelo o en comer. Opta por lo primero y en la barbería entrevé al hombre que más detesta en el mundo. A través de las muchas aventuras que luego le suceden, lo acompaña el ejemplar del Quijote. En la plaza oscura narra la historia de una noche en la que parecen cifrarse todas las cosas que pueden ocurrirle a un hombre: la exaltación del amor, la devoción de la amistad, las fiestas y los terrores de la memoria, los caminos irreversibles del crimen. «Oye, Elena. Nunca he estado en buenos términos con esta vida. Nunca he visto las cosas correctamente. He estado, si quieres llamarlo así, un poco ebrio […] Pero una cosa vi con claridad: que la vida es una lucha entre los que construyen y los que destruyen, los afirmantes y los negadores. No era sentimental con respecto a esto. Lo vi con una gravedad mortal».
Bernice Carey ha hecho un magnífico estudio de carácter de un hombre tratando desesperadamente de ocultar su anormalidad cuyas luchas internas no pasan desapercibidas para el observador entrenado.
Razones no le faltaban a Alexandra Hubell para encontrar agradable la vida. Su hogar era feliz y la pretendía un hombre joven y apuesto. Además estaba por volver a la querida granja en Vermont, donde pasó la infancia. De pronto el miedo la acosó.
¿Tuvo la culpa el aroma del café recién hecho? ¿O la memoria de un ratón que chillaba mientras se debatía en la trampa, un ratón de ojos sanguinolentos? ¿O un cuerpo que cayó de una azotea, durante una noche de lluvia? ¿O una niñita arrebatada a la muerte bajo el vértigo de unas ruedas?
El ratón de los ojos rojos es una novela sobre el miedo, no sobre el simple miedo que un peligro concreto puede inspirar, sino sobre el miedo, más terrible de algo desconocido, algo, algo que a medias es real y a medias fantástico, algo que no podemos recordar, que no nos atrevemos a recordar.
La doctora Charlotte Keating está en una difícil situación. Su apacible vida como médica y su apasionada aventura con el apuesto y respetable Lewis dan un vuelco cuando, súbitamente, aparece el cadáver de la joven Violet, a la que había practicado un aborto tras quedarse embarazada, pero no de su marido. Sin saber aún si la muerte de Violet es fruto de un suicidio o de un asesinato, Keating se verá involucrada en una asfixiante espiral de amenazas y chantajes que, de algún modo que no consigue comprender, guardan cierta relación con su propio amante. De repente, la confianza se convierte en un lujo que Keating no se podrá permitir, si quiere seguir con vida para averiguar el porqué de la horrenda muerte de Violet.
¿Es el abogado un actor?
¿Se puede conciliar fácilmente el apetito de aventuras y el apetito de legalidad?
¿Son acaso los vericuetos legales un obstáculo para comprender humanamente el hecho criminal?
El autor de este libro nos guiará a través de seis casos reales que se sustanciaron en la Corte de la Corona Británica, de los que conoceremos primero a los protagonistas y las circunstancias del crimen y luego las vicisitudes del proceso.
En Veredictos discutidos las preguntas del relato policial se vuelcan sabiamente sobre la vida real. Podría decirse que, con este libro, Edgar Lustgarten se convierte en un digno precursor de Truman Capote.
La trama se desarrolla a partir de las investigaciones para establecer quién ha sido el asesino de un rico banquero que es encontrado en la calle, cuando acababa de salir del domicilio de su amante. El señor Larose inicia su investigación privada, mientras los comentarios de otros crímenes cometidos días atrás, comienzan a olvidarse en la gran ciudad. Cualquiera en la ciudad puede ser el asesino… o la próxima víctima. Todos los elementos exigidos para dar a la trama un interés apasionante y llevarla a un desenlace impecable se hallan reunidos en la presente novela donde, junto a la intriga urdida con admirable ingenio, la gracia alterna con el sentido poético de la vida y de las cosas, y la penetración psicológica trasuntada en cada uno de los personajes, corre pareja con un extraordinario vigor descriptivo, aplicado al ambiente y a los episodios que sirven de estructura al argumento. París, ese desconcertante y complejo París de postguerra, se ve súbitamente estremecido por una serie de asesinatos cometidos con escalofriante precisión y, quizás, con absoluta despreocupación también, entre las 10 y las 12 de la noche, en plena calle. Las víctimas son hombres y mujeres de la más diversa edad y condición: un gendarme, una florista, una bailarina, una enfermera, un banquero, y así sucesivamente hasta integrar una larga lista que aterroriza a la población y tiene peligrosamente desorientada a la Policía. Los elegidos caen siempre de la misma manera, atacados por la espalda y sin efusión de sangre; y el asesino es siempre el mismo también, un solitario, un loco, impulsado por quién sabe qué feroz manía homicida. Fernand Crommelynck no da respiro al lector. Tan apretada es la malla de la intriga y tan grande la fuerza lógica de sus planeamientos racionales, que la atención de quien se engolfa en estas páginas se ve arrastrada por un encadenamiento alucinante. Este mundialmente famoso autor belga, que a justo título ha sido incluido entre los renovadores del teatro contemporáneo por la concepción puesta de manifiesto en obras como «Carine», «Le sculpteur de masques» y tantas otras no menos significativas, afirma, con la presente novela, su múltiple personalidad de escritor, capaz de adentrarse, con paso seguro y sorprendente flexibilidad, en el secreto de los más diversos géneros.
El asesino que pretende cometer un crimen perfecto, lanza un peligroso desafío al destino. Sus planes se cumplen al pie de la letra; las sospechas recaen implacablemente sobre cada uno de aquellos que ha elegido como víctimas de su maquinación diabólica hasta que un día... No es fácil burlar al destino. También tiene sus planes, su contraofensiva, su desquite. Y cuando la hora llega, un detalle insignificante, cargado de ironía, echa abajo la vanidosa construcción del desafiante. Todo ello ocurre en este libro -el lector verá como- en torno a la mujer enigmática que es Jenny Towerbridge; a Dick Merrill, su novio, y a George Buckler, el hombre que tras conocer a Jenny junto a un lago de Suiza, vuelve a Nueva York para intervenir extrañamente en la suerte de ambos enamorados
Lucille Morrow, la protagonista de «Las rejas de hierro», era una mujer feliz. Segunda esposa de un médico acaudalado, vivía con su cuñada y sus hijastros. Un día al recibir un extraño paquete, desaparece inexplicablemente. Es hallada días después, totalmente desquiciada y con un miedo rayano en la locura. Es recluida en un sanatorio. Al investigar la causa de su huida, el inspector Sands sigue un largo rastro que le conduce a un abismo de horror. Una vez más, Margaret Millar, maestra del suspense, nos transporta por un camino alucinante, manteniendo la intriga hasta el final.
U.S. Adams, director del Liberal Weekly, mata al propietario de ese periódico, Lyle Duquesne, tirándolo por una ventana, en la esquina de la Quinta Avenida y la calle 44. La policía opina que se trata de un suicidio. El criminal puede sentirse seguro; pero la mujer del muerto Lila Duquesne, sospecha que no todo ha sido explicado. Así comienza el lento desarrollo del terror de ser descubierto; al señor Adams le parece que, gradual e inexorablemente, todas las miradas le acusan.
Marble es un oscuro hombrecito que se endeuda permanentemente para llevar una vida que está por encima de sus posibilidades. Una noche de tormenta, recibe la visita de un sobrino adinerado que viene de Londres. El anfitrión, acorralado por las deudas y tentado por las circunstancias, asesina a su pariente. Ahora, el atormentado protagonista se enfrenta con desesperaciones, asombros y amenazas. Y al fin ocurre la tremenda sorpresa.
«Cuenta pendiente» es la única novela policial del escritor Cecil Scott Forester, que mezcla magistralmente un sórdido panorama costumbrista con las pautas más puras del policial inglés.
Ella Maybelle Longstreet, la abuela, dueña de la inmensa fortuna de Longstreet, es descubierta vestida solo con ropa interior muerta en el salón. Sus pies están descalzos y sucios y todo el suelo está cubierto de una gruesa capa de polvo. No fue exactamente generosa durante su vida. Maude, Lizbeth, Oliver, Edward, Jasper, Shirly. Ninguno de ellos realmente le apreció, Abigail, la nieta favorita de Ella, tampoco. Ahora Abigail es la única heredera de la fortuna. Muchas cosas extrañas suceden en la mansión de Longstreet durante la investigación del subjefe Stephen Eliot.
Rose French había sido una estrella. Cinco veces se había casado y, aun ahora, a los sesenta años, la animaba una intensa vitalidad que parecía inextinguible. La muerte la encontró en un jardín desierto. Su amigo y consejero, Frank Clyde, sospechó que detrás del fallecimiento, atribuido a causas naturales, había un misterio. Se agravó la sospecha cuando el pasado empezó a invadir el presente. Uno de los nebulosos maridos de Rose apareció en la localidad, agresivo y próspero. Casi sin proponérselo, Frank Clyde se convirtió en detective. La historia de su investigación es siempre cautivante y a veces desaforadamente absurda. Es una comedia de costumbres escrita con implacable agudeza. Esta novela originalísima se leerá con alarma y con encanto.
Francis Wheatley Winn, profesor de historia de uno de los colegios de la Universidad de Oxford, narra con mesura y timidez los trágicos hechos. Ya ha cumplido los sesenta años; su vida es atareada y opaca; la rige, no sin algún agrado apacible, la rutina escolástica; pero en imaginación, Francis Wheatley Winn vive una serie de vidas imaginarias, coronadas por la admiración pública y por la fama. En la habitación de uno de los alumnos apareció un revólver cargado. Esa misma noche llegó de Viena el abogado Ernst Brendel, que en el curso de una conversación con los profesores habló de la dignidad del asesinato. Poco después encontraron a Shirley, muerto. Estaba hundido en la silla, con la cabeza reclinada sobre el pecho y un agujero en la sien. Tragedia en Oxford es una de las más curiosas, más inteligentes y más patéticas novelas policiales.
Extendido sobre el sofá, el señor Byculla levantó una mano, cuyos dedos estaban puestos de relieve, casi desfigurados por uñas grandes y planas, opacas y de color amarillento, y cubrió un ruidoso bostezo. La comisura izquierda de la boca del doctor Lessing se contrajo momentáneamente; dos veces un espasmo le deformó los labios en una mueca semicómica, y durante una o dos frases, después de la interrupción, sus palabras eran notablemente más lentas que antes. Pero la enunciación seguía siendo clara. Hacía mucho que estaba curado de la tartamudez que, en su juventud, le había causado aquella miseria convulsiva; y todo lo que quedaba de la dolencia, como la cicatriz de una antigua herida, era la ocasional contracción de los labios cuando tenía que dominar alguna molestia o embarazo inesperados.
Nadie olvidará el crimen de Grogan, que fue, en definitiva, un asunto íntimo en una vida pública, ni la derrota de Sanger, que acabó por comprender que nada puede la inteligencia contra las emociones más trilladas y más comunes…
Imposible descubrir en Peter Mason, director de una agencia de publicidad y conocido periodista, los rasgos típicos del hombre predestinado al crimen. Ni la violencia ni el engaño son caracteres suyos. Mason es un hombre agradable, no muy distinto de la gente que lo rodea y no menos moral o sensible. Quiere a su mujer y a sus hijos; pero en su destino entra Serena Stewart y con ella, la inquietud, el amor clandestino, el hábito y la necesidad del engaño y, finalmente el asesinato. ¿Cómo será, después, la vida? ¿Podrá ocultar, a lo largo de los días y de las noches, el terrible secreto? La línea sutil es una admirable novela, en cuyas páginas están el misterio y la angustia y el inconfundible y agrio sabor de la realidad.
Warbeck Hall es una casa de campo inglesa pasada de moda y escenario de asesinatos igualmente ingleses. Todos los ingredientes clásicos están ahí: adornos navideños, té y pasteles, un mayordomo fiel, un extranjero, la nieve cayendo y un interesante elenco de personajes arrojados juntos. Los asesinatos y el trabajo detectivesco están lejos de ser convencionales…