Andy Carson, al igual que otros muchos curiosos, se detuvo en su marcha para observar a quienes discutían. Dos elegantes estaban frente a un muchacho muy joven vestido a la usanza vaquera. —No debes negar, muchacho —decía uno de los elegantes—. Sabemos que has insultado a míster Happy y como buenos amigos suyos, no podemos permitir que lo sigas haciendo. —¿Cuánto os ha ofrecido por hacerme callar? —inquirió el vaquero. —Serénate, muchacho —dijo muy serio y amenazador, uno de los elegantes—. Eres muy joven y no creo tengas motivos para estar aburrido de la vida. Además, ya nada podrás hacer por tu padre.
El barman estaba limpiando el mostrador. Y miró hacia la puerta. Había oído el trote de unos caballos y le sorprendía que a esa hora llegaran clientes. Y los que lo eran, sabían que a esa hora no era posible atenderles porque era necesario limpiar antes el salón. A través de la ventana abierta, vio que se trataba de unos vaqueros del equipo de Wild y frunció el ceño. Pertenecían al equipo que se había ido imponiendo poco a poco y al que se temía de una manera cerval.
Era costumbre habitual aquel tipo de celebración. Algo necesario después de duras jornadas de trabajo. Lee Richardson, en compañía de todos sus hombres, celebraba en un lujoso local de Dodge City la venta de su manada. El local o saloon en que Lee y sus hombres se hallaban era propiedad de Montand, uno de los hombres más temidos y respetados de Dodge City. Un verdadero ejército de ventajistas con los naipes y habilidosos con las armas le obedecía ciegamente. Los que conocían a Montand aseguraban que jamás habían visto un hombre más rápido y seguro con el Colt y habilidoso con los naipes.
Estaba en una mala posición, lo sabía y, lo que era peor, no podía evitarlo. Hallábase a un nivel más bajo que su enemigo, el cual lo dominaba desde las rocas situadas a unos sesenta pasos, mientras que el estaba prácticamente al descubierto, resguardado tan sólo porque había conseguido llegar a un pequeño hoyo arenoso, que apenas si se podía considerar como parapeto.
Luis García Lecha (Haro, La Rioja, 11 de junio de 1919 - Barcelona, 14 de mayo de 2005), fue un novelista y guionista de cómic español. Funcionario en excedencia, fue uno de los más fecundos escritores de literatura popular o de kiosco española (bolsilibros). Compuso dos mil tres novelas largas de gran variedad de géneros, casi seiscientas de ellas de ciencia ficción, para editoriales especializadas en este tipo de literatura, fundamentalmente de Barcelona, donde estuvo viviendo, como Toray, Bruguera, Ediciones B, Editorial Andina y Ediciones Ceres. Cultivó también el western, el género bélico, el policíaco y el de terror y usó los seudónimos de Clark Carrados, Louis G. Milk, Glenn Parrish, Casey Mendoza, Konrat von Kasella y Elmer Evans.
Luis García Lecha (Haro, La Rioja, 11 de junio de 1919 - Barcelona, 14 de mayo de 2005), fue un novelista y guionista de cómic español. Funcionario en excedencia, fue uno de los más fecundos escritores de literatura popular o de kiosco española (bolsilibros). Compuso dos mil tres novelas largas de gran variedad de géneros, casi seiscientas de ellas de ciencia ficción, para editoriales especializadas en este tipo de literatura, fundamentalmente de Barcelona, donde estuvo viviendo, como Toray, Bruguera, Ediciones B, Editorial Andina y Ediciones Ceres. Cultivó también el western, el género bélico, el policíaco y el de terror y usó los seudónimos de Clark Carrados, Louis G. Milk, Glenn Parrish, Casey Mendoza, Konrat von Kasella y Elmer Evans.
Luis García Lecha (Haro, La Rioja, 11 de junio de 1919 - Barcelona, 14 de mayo de 2005), fue un novelista y guionista de cómic español. Funcionario en excedencia, fue uno de los más fecundos escritores de literatura popular o de kiosco española (bolsilibros). Compuso dos mil tres novelas largas de gran variedad de géneros, casi seiscientas de ellas de ciencia ficción, para editoriales especializadas en este tipo de literatura, fundamentalmente de Barcelona, donde estuvo viviendo, como Toray, Bruguera, Ediciones B, Editorial Andina y Ediciones Ceres. Cultivó también el western, el género bélico, el policíaco y el de terror y usó los seudónimos de Clark Carrados, Louis G. Milk, Glenn Parrish, Casey Mendoza, Konrat von Kasella y Elmer Evans.
Luis García Lecha (Haro, La Rioja, 11 de junio de 1919 - Barcelona, 14 de mayo de 2005), fue un novelista y guionista de cómic español. Funcionario en excedencia, fue uno de los más fecundos escritores de literatura popular o de kiosco española (bolsilibros). Compuso dos mil tres novelas largas de gran variedad de géneros, casi seiscientas de ellas de ciencia ficción, para editoriales especializadas en este tipo de literatura, fundamentalmente de Barcelona, donde estuvo viviendo, como Toray, Bruguera, Ediciones B, Editorial Andina y Ediciones Ceres. Cultivó también el western, el género bélico, el policíaco y el de terror y usó los seudónimos de Clark Carrados, Louis G. Milk, Glenn Parrish, Casey Mendoza, Konrat von Kasella y Elmer Evans.
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Luis García Lecha (Haro, La Rioja, 11 de junio de 1919 - Barcelona, 14 de mayo de 2005), fue un novelista y guionista de cómic español. Funcionario en excedencia, fue uno de los más fecundos escritores de literatura popular o de kiosco española (bolsilibros). Compuso dos mil tres novelas largas de gran variedad de géneros, casi seiscientas de ellas de ciencia ficción, para editoriales especializadas en este tipo de literatura, fundamentalmente de Barcelona, donde estuvo viviendo, como Toray, Bruguera, Ediciones B, Editorial Andina y Ediciones Ceres. Cultivó también el western, el género bélico, el policíaco y el de terror y usó los seudónimos de Clark Carrados, Louis G. Milk, Glenn Parrish, Casey Mendoza, Konrat von Kasella y Elmer Evans.
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Luis García Lecha (Haro, La Rioja, 11 de junio de 1919 - Barcelona, 14 de mayo de 2005), fue un novelista y guionista de cómic español. Funcionario en excedencia, fue uno de los más fecundos escritores de literatura popular o de kiosco española (bolsilibros). Compuso dos mil tres novelas largas de gran variedad de géneros, casi seiscientas de ellas de ciencia ficción, para editoriales especializadas en este tipo de literatura, fundamentalmente de Barcelona, donde estuvo viviendo, como Toray, Bruguera, Ediciones B, Editorial Andina y Ediciones Ceres. Cultivó también el western, el género bélico, el policíaco y el de terror y usó los seudónimos de Clark Carrados, Louis G. Milk, Glenn Parrish, Casey Mendoza, Konrat von Kasella y Elmer Evans.
Luis García Lecha (Haro, La Rioja, 11 de junio de 1919 - Barcelona, 14 de mayo de 2005), fue un novelista y guionista de cómic español. Funcionario en excedencia, fue uno de los más fecundos escritores de literatura popular o de kiosco española (bolsilibros). Compuso dos mil tres novelas largas de gran variedad de géneros, casi seiscientas de ellas de ciencia ficción, para editoriales especializadas en este tipo de literatura, fundamentalmente de Barcelona, donde estuvo viviendo, como Toray, Bruguera, Ediciones B, Editorial Andina y Ediciones Ceres. Cultivó también el western, el género bélico, el policíaco y el de terror y usó los seudónimos de Clark Carrados, Louis G. Milk, Glenn Parrish, Casey Mendoza, Konrat von Kasella y Elmer Evans.
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El joven se detuvo un instante en la pasarela del barco y contempló la ciudad que se extendía a sus pies. Incluso en un país de hombres altos hubiera llamado la atención por su elevada estatura. Sobrepasaba en mucho los seis pies y su cuerpo poseía todas las características de un atleta excepcional. La anchura y solidez de sus hombros contrastaba con la estrechez de sus caderas y la flexibilidad de su cintura, y todos sus movimientos hablaban de una fuerza y agilidad extraordinaria. Viendo su figura poderosa y casi gigantesca se hubiera dicho que era la viva imagen del vigor y de la elasticidad.
Los dorados rayos del sol del atardecer entraban por las ventanas de la pequeña escuela, desparramándose por las paredes de tablones y por los pupitres sobre los que se inclinaban las cabezas de los escolares. El anciano profesor examinó con interés a los muchachos, que aquella tarde se veían más excitados que de costumbre. Una penetrante fragancia de flores invadía la clase, mientras las abejas zumbaban junto a las rosas que asomaban por las ventanas.
Susele Forsythe descendió de la diligencia y contempló sin ningún entusiasmo ni interés el panorama que ofrecía la ciudad. La ciudad a la que había ido porque tenía la sensación de que su vida terminaba. Que nada más podía esperar en el mundo. Por esta razón se trasladó a Dodge City, para separarse de todo aquello que pudiera recordarle su desgracia. ¿Dispuesta miss Forsythe? No era, en realidad, aquella población lo que el mágico nombre de Dodge City significaba en 1870 para los habitantes del Este de los Estados Unidos. Imágenes de indios asaltando poblados se mezclaban con hogares de extraordinario lujo, y Dodge City, vista de cerca, no era más que una población que había crecido demasiado deprisa, sin perder su aire de fortín y de campamento, al tiempo que deseaba convertirse en una gran ciudad. La explanada, de tierra, endurecida, donde se había detenido la diligencia, se veía rodeada por varios edificios de troncos pulimentados, cubiertos por blancas pinturas. Algunos de ellos poseían dos pisos; esto y una acera de madera constituían el primer intento de civilizar la «capital del ganado», como llamaban a Dodge City.
Elizabeth Webster salió de su domicilio y recogiéndose ligeramente la falda, echó a andar por la ancha acera de madera. La lavandera irlandesa de la casa de enfrente la saludó con un amistoso: —Buenos días. La joven respondió distraídamente y continuó su camino. Los transeúntes que a aquellas horas, como en todas, llenaban la calle, se apresuraron a dejarla pasar. Una anciana que se asomaba a una de las ventanas le hizo un ademán de despedida. Tres niñas que jugaban delante de su domicilio corrieron a rodearla. —Buenos días, miss Webster. Elizabeth sonrió, pero no se detuvo como otras veces y siguió adelante. En un portal charlaban tres mujeres que, al verla, le dirigieron una inclinación de cabeza. —Hermoso día, miss Webster. La joven asintió sin ningún, entusiasmo.