¡Hola!
Te doy la bienvenida a la gran Biblioteca Utopía.
En esta biblioteca podrás encontrar libros en español para descargar y leer. Hay casi 200000 de ellos (y se actualiza periódicamente), así que probablemente hallarás lo que andes buscando.
Este catálogo es muy fácil de entender, no como la primera versión de mi diseño que estaba toda fea.
Básicamente puedes elegir en el cuadro combinado cuántos autores quieres que se muestren, puedes ir a las distintas páginas y lo más interesante, buscar libros por autor, título, sinopsis y género. ¡Bendito GPT!
Puedes descargar los libros individuales, o los autores que quieras con todos sus libros incluidos. ¡Tú decides!
Ten presente que al descargar todos los libros de un autor en específico, presionando sobre el enlace del autor, la página puede tardar en procesar tu solicitud. Entre más libros tenga el autor que quieras descargar, más tardará en comenzar la descarga.
En cada autor puedes encontrar sus libros, los géneros (los que los tienen) y su sinopsis. ¡Así de fácil!
Estoy consciente que muchos libros no tienen sinopsis, pero a medida que voy viendo que no la tienen se las voy agregando. Sin embargo, hay algunos que por alguna razón no tienen una sinopsis registrada por ningún lado. Son minoría, pero también están ahí, para que sepas.
¡Que disfrutes la biblioteca!
Advertencia: Entre más autores decidas mostrar, más datos le estarás enviando al navegador, por lo que puede que responda más lento o que tarde en cargar los autores deseados.
¿Cómo contribuir a que esta biblioteca siga jalando?
Para que todos tengamos la mejor experiencia navegando por la biblioteca (sí, ¡yo también la uso, casi que todos los días!) puedes ayudarme reportándome links que no funcionen, clasificando libros que no tienen género, dándome ideas para mejorar la biblioteca, incluso con el nombre.
Porque a pesar de que la Biblioteca Utopía es la mayor proveedora de libros, esta en sí no es esa biblioteca. Hemos ido añadiendo nuestros propios libros también, consiguiendo metadatos que ellos no tienen, borrando libros duplicados, corrigiendo autores... así que si se te ocurre un mejor nombre, ¡dímelo y vemos!
También si quieres aportar con libros (por favor, en formato epub) puedes hacerlo. Todavía estoy subiendo los libros que faltan de la Utopía, pero si de las letras que ya están completas ves que falta algo y quieres enviármelo, hazlo, por favor.
Asimismo puedes pedirme libros para subirlos si los tengo o los encuentro, asegurándote antes de que no estén, porfis. Y finalmente, pero no menos importante, ¡recomienda libros!
Si ves libros que has leído, o si lees algún libro de aquí, por favor márcalo como leído y recomiéndalo (o no).
Debajo de cada libro tienes un botón para marcarlo como leído. La página te preguntará si quieres recomendarlo y al hacerlo, se estará guardando y se visualizará debajo de cada sinopsis.
¡Ayudémonos entre todos a descubrir lecturas interesantes!
Claire pisa la isla de Menorca por motivos de trabajo, alojándose en la villa de la familia Patterson, donde vive Oda, una mujer excéntrica, conocida como “La dama de los lienzos de oro”., pintora reconocida en la alta sociedad. Junto a ella vive su nieto, Marcus, un joven extraño, con el que Claire emprende una relación amorosa y turbulenta. Todo parece transcurrir con absoluta normalidad, hasta que ella empieza a sufrir terribles pesadillas, donde aparecen escenas de asesinatos y muertes horribles. Envuelta en misterio y oscuridad, en esta historia se narran sucesos estremecedores, donde nada es lo que parece.
La monografía “Ángela Ruíz Robles y la invención del libro mecánico” recoge un conjunto de estudios y reflexiones sobre una figura que desgraciadamente es poco conocida. Esta inventora anticipó con sus proyectos las prestaciones y diseño de los soportes de lectura actuales. Su principal deseo era facilitar el aprendizaje a los estudiantes que tuvieron la oportunidad de beneficiarse de su magisterio. Dicha aspiración, unida a su afán por educar de una manera menos tradicional y más interactiva y a su inusual comprensión del lenguaje del futuro, propiciaron que, en los difíciles años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil española, fuera capaz de idear y llevar a la práctica un prototipo de «libro mecánico» estrechamente emparentado con los actuales soportes electrónicos de lectura. Esta obra pretende situar en el lugar que merecen los innovadores trabajos de Ángela Ruíz Robles, abordándolos desde diferentes puntos de vista, que van desde el carácter pedagógico hasta el sociológico y tecnológico, sin dejar de lado la semblanza personal de la autora. En la publicación se integran las patentes de 1949 y 1962 que Ángela Ruíz Robles presentó de su “procedimiento mecánico, eléctrico y a presión de aire para la lectura de libros” y de la enciclopedia mecánica. La monografía cuenta con un anexo con imágenes de los prototipos.
¿Buscas AVENTURAS + DIVERSIÓN + CIENCIA?
¡Encuéntralo todo en la serie de libros de «Curiosidades con Mike»!
Mike acaba de perder TODO su laboratorio después de una lluvia de METEORITOS. Al principio creía que el desastre era culpa de alguno de sus experimentos, pero no... Esta vez, no. ¿Acaso es esto EL FIN DEL MUNDO y nadie le ha avisado?
No pasa nada, este es su KIT DE SUPERVIVENCIA:
\- Comida envasada de astronautas chinos.
\- Mapa EN PAPEL: ¡No funciona el móvil!
\- Gafas de bucear modificadas para ver en la oscuridad.
\- Ropa interior limpia: ¡Hay que estar preparado para el apocalipsis!
¡SOBREVIVE CON UN POCO DE SUERTE Y MUCHA CIENCIA!
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¡Encuéntralo todo en la serie de libros de «Curiosidades con Mike»!
Mike es un imán para las AVENTURAS... ¡y para los MISTERIOS!
Ahora tiene una nueva misión: encontrar a su amigo Louis, que ha desaparecido sin dejar (apenas) RASTRO. ¿Ha llegado por fin la oportunidad perfecta para que Mike demuestre sus dotes de DETECTIVE?
Esto es todo lo que necesita para la INVESTIGACIÓN:
\- varias raciones de comida militar rusa.
\- un gato chino de la suerte: ¡Un amuleto siempre ayuda!
\- un dron con forma de pájaro para no llamar la atención.
\- la chinchirafa: ¡Para reírse por el camino!
¡SOBREVIVE CON UN POCO DE SUERTE Y MUCHA CIENCIA!
Teresa y los suyos regresan a la casa familiar una vez finalizada la guerra civil, una finca cercana a Madrid donde ha transcurrido gran parte de su vida y que, tras los avatares de la guerra, se ha convertido en un erial. Han pasado cuatro años de terror y muertes desde que tuvieran que abandonar la casa y ahora, por primera vez, Teresa se siente sola, con un marido muerto y dos niñas pequeñas.
Hoy es un día importante. El único momento del que dispones, tu única herramienta, es el presente. Tras el éxito de El poder de confiar en ti, Curro Cañete vuelve con más fuerza que nunca para recordarte que Ahora te toca ser feliz. En estas páginas encontrarás la guía y el impulso que necesitas para cumplir nuevos sueños mientras le sacas todo el provecho a cada día, a cada hora, y para comprender, por fin, que el pasado quedó atrás; aprendiste de él y ahora es el momento de confiar más en ti, dar un paso adelante y apostar al máximo por lo que amas. «Cada problema que tengas y cada reto que superes te harán una persona más sabia, más fuerte y más consciente de lo que quieres, de lo que deseas conseguir. A toda la humanidad se le ha activado un deseo mucho más grande y poderoso de ser feliz, de ir a por sus sueños y de aprovechar al máximo el regalo que tenemos en nuestras manos: la vida y la oportunidad de alcanzar la felicidad.»
NO ESTÁS SOLO. ESTÁS CON LA PERSONA MÁS IMPORTANTE DE TU VIDA: TÚ MISMO. CUIDA DE TI.
El acto de generosidad más grande que puedes hacer por ti y por los que te rodean es ser felizEl poder de confiar en ti te invita a convertirte en tu propio coach y a ser tu propio guía con pautas y ejercicios para que aprendas a sentirte bien y a hacer realidad tus verdaderos deseos y aspiraciones. Porque para Curro Cañete la felicidad no es solo un destino, sino también el camino que todos y todas debemos transitar con la ayuda del poder de confiar en nosotros mismos.«¿Te acuerdas de todas las veces que te hablaste mal a ti mismo? ¿De esos miedos que tantas veces te han asustado? ¿De todo lo que has dejado de hacer por miedo al qué dirán? ¿De cuánto has sufrido por pensar que habías hecho algo malo, por mendigar amor o porque otros no te valoraban o aprobaban? ¿De cuando dejabas de ser tú, perjudicándote, para intentar agradar a otros? ¡Basta! ¡Deja todo eso atrás! ¡Ahora! ¡No hay tiempo que perder!»Despierta la fuerza interior que cambiará tu vida«Me ha encantado, emocionado. ¡Este libro es muy potente! Es realmente maravilloso. Un libro que todo el mundo debería leer (al menos una vez en la vida), lleno de sabiduría, de amor y de poder personal.» Rut Nieves, autora de Cree en ti
Sí, es posible transformar nuestra vida para vivirla de forma plena y maravillosa. Hace años, Curro Cañete descubrió que no solo era una posibilidad, sino que ayudar a otros a conseguirlo era su propósito. Desde entonces, sus libros han llegado a cientos de miles de lectores a los que ha enseñado que, cuando confías en ti y en la vida, todo lo que ves a tu alrededor también cambia. En este libro encontrarás un método para dejar atrás el miedo y el dolor, proteger tu paz interior y aprender a tomar tus decisiones con alegría, enfocándote en el camino hacia tus sueños. Aprenderás a escucharte con sabiduría y comprenderás, por fin, que en la vida no hay imposibles. «Cuando los sueños que creías imposibles empiezan a hacerse realidad delante de ti, sientes muchísima emoción y felicidad. Tu mente se ensancha, tus posibilidades aumentan y los límites que existen para otros dejan de existir para ti.» El nuevo libro de Curro Cañete, autor del éxito El poder de confiar en ti, que regresa con un método infalible para cumplir nuestros sueños
La vida de Curro Cañete cambió para siempre cuando, en el momento más crítico y doloroso de su vida, se marchó a Lanzarote unos días. Allí, en Playa Blanca, inició un proceso de redescubrimiento de sí mismo que sacudiría su realidad. Tras ese verano, en el que se reencontró con su hermano fallecido al descubrir uno de sus poemas en una vieja maleta, la magia empezó a llenarlo todo y le ayudó a iniciar la fascinante aventura de encontrar su propósito en la vida, un camino en el que las señales y las coincidencias brillaron como estrellas.
Una nueva felicidad fue el primer libro de Curro, en el que volcó toda la experiencia de transformación que, con el tiempo, le convertiría en el exitoso autor que es hoy gracias a El poder de confiar en ti y Ahora te toca ser feliz. Con esta edición revisada y prologada por el autor, ponemos de nuevo en manos de todos los lectores una poderosa historia cargada de ilusión y de esperanza.
A más de la mitad de la población mayor de 15 años le han diagnosticado al menos una enfermedad crónica: diabetes, cáncer, enfermedad cardiovascular, articular, respiratoria, autoinmune, de la tiroides…, demencia, migraña, depresión…
Eso nos lleva a pensar que padecer alguna de esas enfermedades es algo normal e inevitable, pero lo cierto es que el hecho de que sea habitual no quiere decir que sea normal.
Suelo escuchar en mi consulta cosas como estas: «Creo que no me alimento mal y hago lo mismo de siempre, pero mi peso no deja de subir», «Cuando no voy al médico por una cosa, voy por otra», «Llevo semanas arrastrando este catarro», «Tengo que tomar una pastilla para la glucosa, el colesterol, la tensión, el ácido úrico, para dormir, para los dolores…», «Me siento fatigado, sin energía y con hambre a todas horas». Pues nada de esto es normal y sí evitable.
A lo largo de este libro, basado en la ciencia más actual y en probada experiencia, aprenderás a alimentarte de la manera adecuada, a darle a tu organismo lo que espera recibir para llevar tu salud a un estado óptimo, y te darás cuenta de que conseguirlo es mucho más sencillo de lo que parece.
¿Prefieres vivir el resto de tus años enfermo y polimedicado o lleno de energía y con buenas facultades físicas y mentales que aumenten tu calidad de vida y tu bienestar? ¡Vamos! que la vida te espera.
y otros consejos de vida de los personajes de Big Bang Theory
Entrañables, ocurrentes, graciosos. Genios de la ciencia y nulos en las relaciones sociales. Imagina que Leonard, Sheldon, Penny, Howard y Raj se unen para escribirte un compendio de todos sus consejos de vida. Este sería el resultado. Unos consejos que en algunos casos NO deberías seguir si quieres alcanzar el éxito en lo que te propongas. Las relaciones familiares, sociales, laborales y, sobre todo, sentimentales son los temas que se tratan en las páginas de este libro, a partir de las vivencias de los personajes de la serie. Parodiando el estilo de los manuales de autoayuda y, con más humor que acierto, nos van a contar todo lo que nos falta por saber de nuestra serie favorita.
Esta primera novela de una magnífica nueva serie de fantasía bebe de las suntuosas leyendas, culturas y tradiciones de Oriente para crear un cuento épico de reinos invadidos, nobles esclavizados y la búsqueda desesperada de un joven que quiere encontrar a su familia y enfrentarse al reto de un destino que quizá esté muy por encima del alcance de cualquier mortal... Llesho tenía siete años cuando los harn invadieron Thebin, el montañoso reino de su familia. Vendido como esclavo a la Isla de las Perlas, que él supiera no quedaban otros supervivientes de la familia real más que él. Cuando Llesho cumplió los diez años, el anciano Lleck empezó a ocuparse en secreto de la educación del muchacho. Pero cuando Llesho tenía quince años, Lleck murió y su espíritu visitó al muchacho mientras trabajaba en los lechos de perlas para revelarle su verdadero destino. ¡Sus seis hermanos seguían vivos! Llesho debía liberarse, encontrar y rescatar a sus hermanos y con su ayuda, reclutar un ejército contra los malvados harn. Como buscador de perlas que era, jamás le permitirían abandonar la isla. Así pues, Llesho solicitó de su señor convertirse en gladiador, dando así el primer paso por un camino que lo llevaría a enfrentarse con hechiceros, encontrarse con los avatares de los dioses y hacer un peligroso viaje en busca de una familia dispersa a la que nunca había esperado volver a ver.
En este importante libro, el paleoclimatólogo Curt Stager muestra cómo nuestra acción sobre el medio ambiente durante los próximos 100 años tendrá consecuencias no sólo en los siglos venideros, sino en los próximos 100.000 años de la existencia humana.
La mayoría de nosotros hemos aceptado que nuestro planeta se está calentando y que los humanos han desempeñado un papel clave en la causa del cambio climático. Sin embargo, pocos de nosotros somos conscientes de la magnitud de lo que ha ocurrido.
Curt Stager se basa en la historia geológica del planeta para saber qué puede suceder a largo plazo. En el lado positivo, podemos decir que no sufriremos una nueva Edad de Hielo. Pero que tengamos un Ártico sin hielo, kilómetros de costas sumergidas o un océano ácido son cosas que están aún por decidir, y esa decisión es nuestra. Se ha escrito mucho sobre el calentamiento global y el cambio climático, pero ningún otro libro ofrece una perspectiva a largo plazo que alcance lo que Curt Stager nos muestra: este libro añade una nueva dimensión al debate que va a cambiar nuestra forma de pensar acerca de lo que estamos haciendo a nuestro planeta.
Había dado un paso atrás al observar la mano de MacNaught extendida hacía él. Y era una mano digna de respeto. Parecía la pala de un tahonero. MacNaught era un gigante de cerca de siete pies de alto y con una anchura de hombros equilibrada con su estatura. Tenía el cabello rojo de cercanos antecesores irlandeses.
Como una manada de ovejas, cogieron sus herramientas y se dirigieron hacia el lugar donde la máquina guía esperaba para recorrer la línea recién terminada. Donovan se guardó el revólver. Sonreía cruelmente. Se dirigió a la caseta del ingeniero. Este, un hombre de mediana edad, le miraba con asombro y prevención.
En este debut, Curtis Dawkins, condenado a cadena perpetua por el asesinato de un hombre, retrata la vida de la prisión y sus habitantes. A través de diferentes relatos y narradores, Dawkins revela las idiosincrasias, el tedio y la desesperación de sus compañeros de celda y la lucha de éstos por mantener vivas sus almas a pesar de su situación. También se describen los entresijos de la cárcel: cómo funciona el sistema de trueque, basado en los tatuajes; los juegos de cartas o el tráfico de cigarrillos.
El disoluto millonario Desmond Doyle ha dilapidado su fortuna. Arruinado, abandonado por su novia, perseguido por multitud de acreedores y consciente, aunque tarde, de la descomposición moral en la que lo ha sumido una vida de vicio, decide poner fin a su vida.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Ese lugar puede que sea bueno, no lo sé. Aún no puedo saberlo. Estoy demasiado lejos. Pero tiene aspecto de resultar aceptable. Sí, seguro que lo será. Tiene un bello color azul. Me gusta el azul. Y ese azul es diferente. Más bello aún…No, no es tan azul ya. Visto de cerca, predominan los tonos grises, blancuzcos… Sí, entiendo. Son nubes. Nubes densas, sobre la superficie de ese planeta. Debajo no sé. Es posible que sea de un feo color. Veremos.
Narra cómo Gaar, el Desterrado, regresa a la Tierra tras 600 años de viaje estelar. Estamos en 3029, una era postapocalíptica en la que la Civilización Humana se ha reseteado. Se visten con pieles, manejan espadas, conviven con lagartos gigantes y anteponen su superstición a cualquier otra motivación. Hasta el punto de vivir atemorizados por unas deidades malvadas y la liturgia de monjes, magos y brujos, hasta tienen por costumbre coserse la lengua al nacer. La alquimia y la magia dominan la sociedad, y así existen ciudades completamente de oro, unicornios voladores, mujeres-gato y guerreros con poderes.
Siempre había sido una fecha solemne aquélla. Siempre se celebraba con esplendor, con un entusiasmo que muchas veces no quedaba luego justificado en absoluto, al adentrarse en el nuevo período de tiempo. Claro que un año era un largo espacio formado por meses, semanas, días, horas, minutos o segundos. Y en ese tiempo podían suceder tantas cosas… Generalmente, se alternan las buenas y las malas; pero el ser humano olvida fácilmente todo lo bueno que recibe, para recordar sólo lo malo. Y entonces, uno siempre cree que ha sido un mal año aquel que celebró ruidosamente en su advenimiento. Por lo cual, en vez de aceptar con mesura el inmediato, prefiere extremar su júbilo, quizá esperando que el siguiente período de tiempo formado por los doce meses, sea mejor que el anterior.
Debería decir que conocí a «Lázaro» un día que iba a ser, para mí, el primero de una nueva y sorprendente existencia. «Lázaro», o «él», que de ambas maneras describía yo a mí hombre. Al hombre sorprendente y portentoso que me fue dado conocer de la forma más insólita. También de una forma trágica, siniestra y oscura.
Lev, furioso, logró incorporarse, precipitándose hacia Pan. Esta vez, con su arma de cargas térmicas en la mano, dispuesto a terminar con la diabólica divinidad, contra toda ley olímpica y de los dioses mitológicos, para salvar a Ilonka de la peligrosa situación.Ante su sorpresa, Pan se volvió hacia él con perversa mirada. Hizo un ademán con una de sus manos. Y tanto él como Alexis quedaron inmóviles, petrificados en medio del vergel policromo del Olimpo. Incapaces de moverse, de actuar, de salir de su pétrea y súbita paralización.
La supernave Galax-09 era como un destello de luz perdido entre millones de luces cósmicas. Como una estela luminosa trazada por un astro errante a través de la negrura infinita del Cosmos.Sin embargo, esa insignificancia aparente lo era sólo en comparación con la grandeza sin límites del Universo. Vista de cerca por algún observador, le hubiera parecido un auténtico coloso del espacio.
Lentamente, los rostros de los demás viajeros se volvieron hacia él. Todos reflejaron una misma expresión de incertidumbre, casi de zozobra y temor.—¿Grave? —se atrevió a indagar Rick McDarren.—Muy grave, sí —admitió seriamente el comandante, sin mover un músculo de su moreno rostro curtido.
Pareció vacilar unos momentos. Miró a uno y otro lado de la apacible y recoleta calle londinense, apenas transitada a aquella hora de la tarde y con tan frío cierzo recorriendo su trazado y levantando la hojarasca caída de los árboles situados tras las verjas de las viviendas tradicionalmente británicas.Luego, con una repentina decisión, subió dos escalones y pulsó el timbre situado a un lado de la puerta, justamente bajo la placa de latón. Esperó pacientemente.
El delincuente se había encerrado en la Torre de la Ciudad.El agente de Seguridad Wadko escudriñó el resplandeciente recinto cilíndrico, rematado por la gran plataforma visual de plástico vitrificado que dominaba toda la ciudad.
No podía dar crédito a su mente, a lo que estaba pensando. A lo que conocía en estos momentos.No sólo eso, sino que nadie, absolutamente nadie en parte alguna, podría jamás darle crédito a él. Los tiempos podían haber cambiado para muchas cosas. Pero la capacidad humana de comprensión y de credulidad, tenía sus límites, a pesar de todo. Y eso era, sencillamente, lo que ocurría. Que era increíble. Inaceptable. Demencial, dicho en una sola y concreta palabra.
El estruendo de las batallas fugaces y devastadoras era ya solamente olvido y mutismo. Velos de silencio, como jirones espesos de nieblas eternas, flotaban sobre aquel lugar. Y sobre todos los lugares. Sobre aquellas cosas. Y sobre todas las cosas. Sobre aquellas aguas y aquellas cumbres, sobre aquellos llanos y aquellos desfiladeros, lo mismo que sobre todas las aguas, todos los llanos, todas las cumbres y todos los desfiladeros del mundo.Era el Silencio.
Hoy en día, el sabio reinado de la Dinastía Urh permitía una larga y próspera paz a los pueblos de Ikkar. Los ejércitos habían sido virtualmente licenciados, salvo unos escasos y seleccionados cuerpos de milicia como era la Guardia Real, a la que el joven Garko pertenecía.Cierto que la misión tenía, cuando menos, un aspecto fascinante y hasta poco tranquilizador para Garko y sus hombres. El lugar a explorar no era precisamente uno de los más conocidos de Ikkar. Por el contrario, se trataba de un paraje solitario y poco recomendable, por una serie de razones históricas y geográficas.
Omicrón-2 se desperezó inesperadamente. Y terminó un sueño de siglos. Omicrón-2 no notó cansancio. Tampoco advirtió aturdimiento o torpeza en sus reacciones internas más elementales. No notó nada, para ser exactos. Era como si hubiera despertado de un simple letargo de horas. Una siesta, como le llamaban allá, en algunos lugares más al sur de donde él naciera. —El sueño ha terminado —dijo, casi con monotonía—. Hay que tomar el desayuno. Y como Omicrón-2 era eminentemente práctico y servicial, no se limitó a exponer una necesidad, sino que procedió a resolverla del modo más adecuado posible. Sencillamente, preparó el desayuno. Un momento después, estaba servido.
El proyecto había sido un absoluto fracaso que costó muchos millones de dólares a la administración norteamericana y sus resultados distaron mucho de ser lo halagüeños que la NASA y el Gobierno esperaban.Realmente, se habían perdido casi todas las esperanzas de que regresara alguno de ellos, cuando se detectó el retorno a la Tierra de la cápsula Z-ll, única que regresaba de todas las enviadas para culminar aquel ambicioso proyecto.
El gran edificio blanco ocupaba la colina.A sus alrededores, grandes extensiones de tierra aparecían acotadas por las vallas metálicas que impedían el paso a toda persona ajena a la instalación. Un sendero asfaltado, serpenteando entre los bosques de la zona, conducía hasta la entrada al recinto. Allí, una puerta accionada electrónicamente y vigilada por miembros de la Policía Militar, impedía el paso a cualquier visitante.
La historia había empezado hacía ya mucho, muchísimo tiempo. Pero eso, nadie o casi nadie lo sabía. Y los que se atrevieron a mencionarlo alguna vez, fueron tachados de locos o de visionarios.Sin embargo, un día, ocurrió lo peor. Y ese día, los incrédulos supieron que aquellos pocos tuvieron razón. Pero ya era tarde. Porque ese día, el horror llegó del mar… y el horror era la destrucción y el caos.
La primera persona en intuir la verdad fue una mujer.Las mujeres han tenido siempre una rara sensibilidad para captar aquello que los hombres, habitualmente, tardan mucho más en advertir. Ese caso no fue una excepción. Pero debe admitirse que la mujer que dio el primer paso en el camino de una serie de hechos alucinantes, no todo se lo debió a su imaginación o su sensible naturaleza.
Pero yo, cuando tomé el sobre con el sello color plata, no podía ni imaginar lo que ello significaría en mi vida… y en la de otras personas.Aparentemente, era una carta como todas las demás que acababa de entregarme mi secretaria. El sobre algo más alargado, quizá, y el color del papel de una tonalidad gris azulada. Más que de papel, parecía hecho de un material ligero, semejante a un plástico metalizado. Pero lo cierto es que se abrió con la misma facilidad al impulso de mi cortapapeles.
Todavía hoy, en muchas ocasiones, me despierto bruscamente, bañado en helado sudor, convulso, saliendo de alguna de las aterradoras pesadillas que me asaltan desde que todo aquello quedó atrás en mi vida. Y me pregunto, por unos instantes, estremecido y angustiado, si será posible que haya quedado todo en el pasado, que ya, por fortuna para mí, no pueda volver a aferrarme aquel terror dantesco entre sus heladas zarpas.
Iris miró atrás, con ojos en los que se expresaba claramente el miedo. Sus pupilas violáceas, jaspeadas y hermosas, brillaban con un fulgor cristalino, dilatadas y temerosas.Sin embargo, no había nadie tras ella. Sólo la noche. La inmensa noche cuajada de astros, nebulosas y constelaciones radiantes, destacando como hacinamiento de diamantes sobre el negro terciopelo del infinito. Allí todo se mostraba tranquilo, pacífico.Ella sabía lo engañoso que podía ser todo ello. Lo falso de esas apariencias de sosiego y paz. Detrás de esa mentira se ocultaba un horror sin límites. Algo que podía alcanzarla a ella en cualquier momento.
El comandante consultó su cuaderno de bitácora electrónico en la pantalla tridimensional.Día cinco mil seiscientos doce del período Postnuclear, centuria treinta, sector temporal boreal. Vuelo intergaláctico Cero Uno, con rumbo desconocido. Incidencias a bordo: ninguna. Nacimientos: dos. Defunciones: ninguna. Funcionamiento de la nave: normal. Situación de ruta: Cuadrante vigesimoctavo de la elipse cósmica doce. Velocidad y rumbo previstos.
Había sido un error.Un grave error. Un imperdonable y terrible error. Pero no podía acusar de ello a nadie. No podía enfurecerse con nadie, porque todo y todos estaban demasiado lejos de él para semejante expansión natural.
—... En estos momentos, señoras y señores, inician la recta final «Thunderball», «Silver Arrow» y «Centella», por este orden. Va muy fuerte «Thunderball» y no parece fácil desbancarle. «Centella» ha perdido más de un largo en la curva, en beneficio de «Silver Arrow», que entró por el interior, rebasándole, muy pegado a la valla. Los últimos metros de este Derby, señores, prometen ser de lo más emocionante que nos ha sido dado presenciar en Epsom en los últimos años.
Gerard Duprez levantó la cabeza, sorprendido, hacia la persona que acababa de entrar en lo que él denominaba su «santuario». Frunció el ceño, disgustado, contemplando el rostro de su visitante. —¿Quién te ha permitido entrar hasta aquí? —preguntó con ostensible aspereza en su tono de voz. —La puerta del corredor estaba abierta, Gerard —fue la suave respuesta del recién llegado, cuyos ojos, resbalando por encima del hombro del dueño de la casa, se clavaron con una mezcla de estupor y admiración en el objeto colgado del muro, visible ahora a la luz especial que alumbraba aquella zona de la pared del fondo—. Cielos, ¿qué es eso? —Creo que lo estás viendo: un rostro de Cristo —declaró con acritud Duprez.
No podré olvidarlo nunca. Nunca... Todavía cierro los ojos y, con mi imaginación, puedo rememorar aquel momento supremo, aquel instante decisivo, en el que todo dependía prácticamente de mí. Todo. El partido, el título del campeonato, el futuro del Club. Absolutamente todo. Incluso, sin yo saberlo entonces, mi propio futuro como deportista. Y hasta como hombre, como simple y puro ser humano...
Fue una noche triunfal.
Todo comenzó en el cuarto round. Precisamente cuando peor se habían puesto aparentemente las cosas para él.
Hasta entonces, el combate iba bastante equilibrado. A los puntos, debía de registrarse un empate o, cuando menos, un margen de uno o dos a favor de su rival, bastante mejor preparado que él para aquel enfrentamiento.
De repente, apenas iniciado el cuarto asalto, ocurrió lo peor. Su rival le «cazó» con un tremendo zurdazo imprevisto, que dio con él en la lona por la cuenta de siete. Se incorporó algo tambaleante, y el otro le acosó, logrando acorralarle en las cuerdas durante unos interminables segundos, en los que cubrió cómo pudo sus flancos, para salir del apuro abrazado al adversario, hasta que el árbitro rompió el mismo con el tradicional grito de «¡break!».
La trama se sitúa en San Francisco, y es otra nueva aventura de Los Tres Dragones de Oro, a los que ya conocimos anteriormente. Por ahora las historias son de lectura independiente, y no es necesario haber leído las anteriores para poder comprender esta. Todo comienza cuando el profesor Wei quiere ponerse en contacto con Kwang, uno de los Dragones, para contarle algo de suma importancia. Pero no podrá hacerlo, ya que será brutalmente asesinado por unos asesinos. Poco a poco, y tras algún crimen más, sabremos la relación con un virus que vuelve locas a las personas.
Los Tres Dragones de Oro, defensores de la justicia a nivel mundial, son invitados a un viaje a Hong Kong por el ex productor de Frank Cole, con el fin de descansar de su última aventura. Sin embargo, pronto se verán envueltos en nuevos problemas, esta vez derivados de unos misteriosos artistas marciales que actúan de manera extraña y agresiva, que a su vez están buscando a una joven china que huye de ellos.
Nada más comenzar la historia, asistimos a la huida de un grupo de personas que se disponen a irse en un buque. Huyen de una rebelión en el África Ecuatorial, donde son perseguidos por tropas tribales, en lo que está siendo una masacre. A todo esto, aparecen los Tres Dragones de Oro (Frank Cole, karateka, Kwan Shang, experto en kung-fu, y Lena Tiger, en aikido) por allí, ya que su avión tuvo que aterrizar perentoriamente. Luchan contra docenas de rebeldes, y logran coger por poco el barco. Algunos pasajeros ocultan secretos, pero lo bueno viene cuando se hace realidad el rumor de una isla perdida envuelta en la bruma, Skull Island. ¿Aparecerá King Kong?
SEÑORES pasajeros del vuelo Madrid-Roma-EI Cairo, de la compañía TWA. Tengan la bondad de dirigirse a la pista de despegue, donde el avión se halla situado, para salir dentro de breves minutos…La voz monocorde repitió su mensaje en inglés, francés y alemán, por los altavoces del aeropuerto internacional de Barajas, en la capital de España.Los pasajeros se incorporaron perezosamente de la amplia sala de espera destinada a vuelos internacionales. Otros, abandonaron la barra o las mesas del bar, encaminándose decididos a los accesos a las pistas de despegue del aeropuerto.Entre aquellos pasajeros se encontraba Karin Ritcher.Y también Duncan Robson.
Serie M-31, agente secreto Nº 1. Se abrió la puerta de la Legación. Asomaron los dos hombres uniformados. Escudriñaron a un lado y otro del jardín, hasta la verja que limitaba con la calle. No parecían ir armados. Pero estaban armados. Tampoco parecía que lloviese, bajo la marquesina de la Legación. Pero llovía; y mucho. El agua tamborileaba en los setos, en los rectángulos de césped, y en los senderos de gravilla o de asfalto. El cielo, sobre Londres, tenía un extraño color gris sucio, triste y apagado.
Serie M-31, agente secreto Nº 8.
EL helicóptero sobrevoló un momento, uno solo, la vertiginosa lancha patrullera de combate.
Se elevó la ametralladora montada sobre el trípode fijo, en la popa de la embarcación. Mientras esta rompía graciosamente las olas con su afilada proa blanca, el arma comenzó a escupir metralla hacia los cielos.
Ristras de balas buscaron, crepitantes, la forma veloz, maniobrante, del mosquito de metal color rojo guinda. El helicóptero, lo mismo que un hábil y maligno anófeles que no encontrase el sitio propicio para su aguijón, se elevó, escabullándose inverosímilmente a las ráfagas de ametralladora, endemoniadamente cercanas a su fuselaje. Pero ni un solo proyectil tocó el vehículo en el aire.
Serie M-31, agente secreto Nº 10. Era un arma formidable. Un Colt Special calibre 45, de peculiar, larguísimo cañón pavonado. Y con un enorme silenciador, voluminoso y extraño, rematando con su maciza forma la colosal automática de gran potencia, capaz de agujerear la coriácea piel de un rinoceronte a corta distancia.
EL comandante Garko anotó rutinariamente en la pantalla del cuaderno de bitácora electrónico: «Fecha Cósmica 2112, G20, Tercer Período Alfa: Viaje sin novedad por el momento. Hemos dejado atrás el campo de asteroides sin correr peligro excesivo, gracias a las pantallas deflectoras y a nuestro campo magnético de protección. Las averías producidas anteriormente, a finales del Segundo Período Alfa, a causa de la lluvia de meteoros rojos, se han reparado satisfactoriamente. El estado de los tripulantes y pasajeros es normal en estos momentos. La fiebre del funcionario Shark ha remitido últimamente, y la doctora Lang afirma que ya no existe riesgo de posibles complicaciones. Seguimos ruta normalmente, manteniendo siempre la dirección nor-nordeste hacia el Cuadrante Epsilón Ocho, teniendo como punto-guía de destino la Nebulosa K-1007.»
Suspiró, cerrando el grabador magnético. Dirigió una mirada aburrida a la gran pantalla panorámica que le proyectaba la ampliación de la imagen televisada del exterior, siempre dentro del gran rectángulo cóncavo de vidrio luminoso, cuadriculado y graduado.
Acababa de abandonar el monorraíl D-107, para tomar una de las aceras rodantes del Nivel Seis de la ciudad, rumbo al centro urbano de Cosmópolis. Como cada día desde que trabajaba en el Centro de Investigaciones Analíticas del Estado. Era un día fresco, soleado y apacible. Entre los grandes bloques cromados de la zona comercial, se alzaban los alegres jardines repletos de niños jugando en sus horas de recreo. Sobre nuestras cabezas, los aerotaxis y los turbomóviles se deslizaban con graciosa ingravidez por entre el bosque de edificios verticales, rectilíneos y armónicos
Los astronautas habían regresado. Estaban televisando, vía Mundo-visión, el reportaje en directo de su llegada a la Tierra, tras el viaje espacial en compañía de la anterior cápsula-laboratorio Skylab 2.000. Esta quedaba en órbita ahora, en torno a la Tierra, para dirigirse posteriormente a la base espacial Luna XXII, situada en órbita lunar perenne.
Bip-bip-bip-bip-bip...
Era el sonido monocorde, invadiéndolo todo. A bordo, no se escuchaba otra cosa, en aquel profundo y casi infinito silencio.
BIP-BIP-BIP-BIP-BIP-BIP...
Había crecido repentinamente en intensidad, Seguía aumentando por momentos.
Zoltan levantó los ojos hacia Ghidar. Su rostro se mantuvo impenetrable.
—¿Has notado eso, Ghidar? —preguntó.
Llegó aquella noche.
Venía de una lejana galaxia que era visible desde la Tierra. Una nebulosa conocida aquí como Andrómeda. Para él tal vez tenía otro nombre muy diferente.
Había hecho un largo viaje para llegar al planeta desconocido, insignificante y remoto en que ahora se hallaba. Un viaje a través del Tiempo y del Espacio. Un habitante de este mundo al que él llegó aquella noche desde la lejana Andrómeda, hubiera podido concretar la magnitud de ese viaje con cifras bastante exactas Hubiese dicho que el viajero recorrió una distancia de más de veintiún trillones de kilómetros. De más de dos millones doscientos cincuenta mil años-luz.
El primer indicio fue un punto luminoso moviéndose en las pantallas de radar.
Su órbita alrededor de la tierra era regular y perfectamente trazada. Tardaba aproximadamente seis horas en dar una vuelta en torno al planeta. Siempre en idéntica trayectoria. Y a la distancia aproximada de ciento ochenta millas de la superficie terrestre.
Podía ser un satélite artificial, un simple satélite de comunicaciones, puesto en órbita por Estados Unidos o por la Unión Soviética. E incluso también por algún otro país ajeno a las dos grandes potencias.
Abrió los ojos.
Alrededor suyo, una forma cilíndrica, cristalina, desfiguraba los contornos de las cosas. Tardó unos momentos en comprender que era una urna plástica la que le envolvía totalmente, en hermético alojamiento. Más allá de sus curvas paredes transparentes, una vasta amplitud circular, blanca y aséptica. Luces parpadeantes en unos largos paneles. Zumbidos distantes, que llegaban apagadamente a sus oídos, a través de unos microauriculares insertados en sus orejas. Se contempló a sí mismo extendido cuan largo era en aquel lecho espumoso y blando.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Era un viaje perfectamente rutinario.
Como tantos otros, hechos una y otra vez anteriormente. Ninguna novedad a bordo, nada nuevo que alterase la monotonía de aquel periplo que, si en un tiempo resultara fascinante, ahora comenzaba a aburrir.
—Y eso que dicen que el espacio es algo deslumbrador y mágico, una dimensión distinta, en la que el hombre se siente casi un mago —comentaba sarcástico Rand Hammond.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Historia protagonizada por Duncan «Cocodrilo» Dandi (no «Dandy», como dice la portada), un cazador de lagartos gigantes de origen irlandés, putero y cínico, del que queda locamente enamorada la mega-estrella de Hollywood Rossanna Angeli (supongo que representada en la portada por ésa que se parece a Vicky Larraz). Rossanna está inmersa en el rodaje de una superproducción rodada por medio mundo, con peligrosas escenas de acción entre alimañas. No sin dificultad, logrará convencer a Dandi para que se una al staff como especialista en las escenas de acción. Una vez dentro, Duncan descubrirá que el rodaje sólo es una excusa para importar a USA todo tipo de drogas, escondidas en los arcones de atrezzo, desde los países exóticos; y además, que el productor y el ex-marido de Rossanna conspiran para asesinarles, los muy malandrines.
A Woody Leman le gustaba el jazz. Es más, se volvía loco por el jazz. Pero esa noche no había ido al Cotton Club en busca de buena música, como hacía siempre. Había otra clase de música que temía mucho más, y que no se interpretaba con saxo, trombón, piano o batería, sino con hermosos modelos de Thompson automáticos, capaces de interpretar la más brutal y ruidosa sinfonía imaginable. Woody Leman estaba asustado. Muy asustado. Y tenía razones sobradas para ello.
Jim Tonic era el mejor compañero que se puede desear para cualquier aventura. Lo descubrí cuando me sacó, primero de aquella perdida ciudad africana y, después, de la «civilizada» Ginebra. Ya les he dicho que Jim Tonic se parecía extraordinariamente a Lee Marvin. Por si esto fuera poco tenía una cavernosa voz, un poco común aguante a las bebidas alcohólicas, y una necesidad imperiosa de encender un cigarrillo antes de apagar la colilla del anterior.
El Presidente de los EEUU está secuestrado en un búnker secreto, oculto en una inmensa propiedad secreta repleta de soldados secretos armados hasta los dientes. Está siendo torturado por el comandante del ejército Nehemiah Siodmak, un traidor a la patria con planes de conquista mundial. Jerry Ranko se infiltra silbando entre las miríadas de soldados, llega hasta donde está el Presi en pelotas, ensangrentado y colgando del techo, elimina a todos sus captores y escapa con el Líder del Mundo Libre al hombro. A Ranko le da igual que el cadáver de Siodmak no haya sido encontrado, porque por fin es viernes y empieza su fin de semana… Pues no, porque resulta que en el emirato de Kumán, en pleno Golfo Pérsico, acaban de ser secuestrados ahora 3 científicos rusos y 3 americanos, para llevar a la fuerza el macabro plan de fabricar docenas de barriles de un combustible nuevo al que unos llaman «gas» y otros «vodka», un éter capaz de envenenar a todo un país con sólo una gota. Ranko viajará a Kumán disfrazado de vendedor de alfombras, conocerá a la despampanante soldado nudista Vania Dubronski, y juntos desbaratarán el megalómano plan de, quién si no, el fugado Siodmak
Jerry Ranko, one-man-army, una infalible masa muscular al servicio de USA, llega a tiempo para frustrar él solito el secuestro de un avión de la TWA. Se infiltra en mitad de una nube de humo y acaba con 8 terroristas aéreos entre bostezos, justo el día anterior a sus vacaciones. Pero entonces el Gobierno le comunica que, de vacaciones, nada: el presidente de la URSS> y del gobierno chino han sido raptados por una misteriosa coalición maligna, y nadie sabe cómo ha sido. Ranko viaja a Singapur y se reencuentra con su viejo colega en Vietnam, Bruce Vincent, y tranquilamente, en un par de días, infiltrándose en los bajos fondos y gracias a la información de la reina del hampa Jade Blue, desmantelará una secta secreta llamada Los Dioses del Odio y abatirá a sus cientos de soldados fanáticos en pleno sacrificio ritual de los líderes mundiales al dios Kera, el Mono Asesino, justo antes de que se desencadene la IIIGM Fumaderos de opio, mongoles con lanzacohetes, luchas de helicópteros, islas ocultas en el archipiélago indonesio, el Krakatoa redivivo, viejos camaradas convertidos en achivillanos… Nada de esto detiene a Ranko, que se desayuna ejércitos con el torso desnudo. Trepidante cima exploit del maestro Curtis Garland, todo parecido con John Rambo es pura coincidencia.
El enorme cocodrilo se precipitó sobre él con sus gigantescas fauces abiertas. La cola del saurio se agitó en el aire cuando su cuerpo escamoso golpeó la figura musculosa, prieta y enjuta del cazador del gran cuchillo dentado que le plantaba cara. Ambos, animal y hombre, rodaron por el estanque entre volteretas dramáticas, en una feroz lucha sin cuartel, que sólo parecía posible que terminase con la muerte de uno de ambos. El poderío físico del cocodrilo era tremendo, pero la fortaleza de su enemigo no le iba a la zaga. El agua salpicaba todo con violencia, mientras ambas vidas pendían del débil hilo de un resultado final de lo más incierto. Porque si bien inicialmente toda la ventaja parecía decantarse del lado del saurio, poco a poco su adversario iba ganando terreno, acosando a su poderoso rival, al que logró por fin tumbar boca arriba en medio del agua, para clavarle despiadadamente su cuchillo una y otra vez, de forma implacable.
Barton Shapiro no podía hacer nada. Nadie podía hacerlo. Los muchachos de cazadoras negras, con los emblemas de halcones llameantes en sus espaldas, estaban arrasando el supermercado de Bridge Road. Y Barton Shapiro, pese a ser el dueño de aquel pequeño supermercado, nada podía intentar siquiera para oponerse a los desmanes de la pandilla. Botellas de licor, estanterías completas de latería, bolsas de patatas o cajas de galletas, eran derribadas, golpeadas, pisoteadas, maltratadas por las botas de los pandilleros implacablemente.
Jerry Sykes probó el blanco polvo levemente. Chascó la lengua. —De primera calidad —asintió con gesto complacido—. No esperaba menos de usted, desde luego. —Yo siempre trabajo con lo mejor, amigo —sonrió el hombre de pelo blanco sedoso, de apariencia casi artificial, recuperando la bolsita de donde extrajera Sykes la pequeña dosis, para ponerla junto con las demás en el maletín, que cerró de golpe—. Ahora, veamos el color de tu dinero.
Debería decir que conocí a «Lázaro» un día que iba a ser, para mí, el primero de una nueva y sorprendente existencia. «Lázaro», o «él», que de ambas maneras describía yo a mí hombre. Al hombre sorprendente y portentoso que me fue dado conocer de la forma más insólita. También de una forma trágica, siniestra y oscura.
El pueblo contaminado vio partir la nave. La nave. Era como una simple estela de luz, perdiéndose hacia el infinito. Hacia un mar negro, hecho de centurias de tiempo, y de remotas estrellas de luz, de materia y de energía.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
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Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
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Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
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Año 227. Después de Cero. No había error. Con aquelcalendario automático, jamás podía haber error. Estaba construido para durarindefinidamente durante cientos de siglos. Con matemática exactitud, no sólo enfechas, días, meses o años, sino también en segundos y décimas de segundo. Ytambién en siglos. Todos los refugios habíantenido uno igual. Sólo que yo no había visto ningún otro. El mío únicamente.Tal vez los demás ya no funcionasen. O tal vez sí, aunque su funcionamientofuese perfectamente inútil. Mi cronómetro de pulseraestaba ligeramente adelantado en unos segundos. Lo puse de acuerdo con elcalendario automático. Bostecé. Tenía apetito. Quizá también un poco de sueño. Había estadotrabajando muchas horas últimamente. El trabajo de cálculos, medidas y apuntes,había llevado tiempo y fatiga. Era hora de dejarlo todo, y comer algo. Luegodescansaría unas horas, y proyectaría algún microfilme de la filmoteca. Sentíadeseos de verme acompañado por un corto tiempo, siquiera fuese por las pálidassombras de color de las filmaciones archivadas.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Fue idea suya. Enteramentesuya. Al menos en eso. Richard no tuvo culpa alguna.Pero tanto daba, a fin de cuentas, de quién hubiera sido la idea. El desastre ocurrió de todosmodos. Y ni siquiera pudo culpar deello a Emily. Porque para cuando eldesastre hubo ocurrido, Emily estaba muerta. Y la hermosa, idílica luna demiel de Richard Bowman, se había terminado trágicamente. Así había sido todo de rápidoy de terrible.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
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Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Hasta entonces, mi labor había sido puramente rutinaria. Creo que como la de todos los componentes de aquella expedición de rescate.
Pisar la Luna se había vuelto demasiado vulgar. Tripular una nave a Marte o a Júpiter o a Venus, algo casi de simple rutina, dentro de los programas espaciales. Permanecer en el espacio, en una estación orbital, por más o menos tiempo, también era cosa que todos hacíamos con una cierta frecuencia. Pero pisar un nuevo mundo, un planeta apenas descubierto unos pocos años antes…, eso, no se hacía todos los días. Ni siquiera en la Organización Mundial de Astronáutica.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
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Debería decir que conocí a «Lázaro» un día que iba a ser, para mí, el primero de una nueva y sorprendente existencia. «Lázaro», o «él», que de ambas maneras describía yo a mí hombre. Al hombre sorprendente y portentoso que me fue dado conocer de la forma más insólita. También de una forma trágica, siniestra y oscura.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
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Viajar por el universo podía ser divertido para algunos. A él le aburría soberanamente hacer siempre lo mismo. Y, sobre todo, tenerse que alejar tanto de su casa y de su vida en común con los amigos, con las chicas, con las aerodiscotecas y todo lo que era verdadera diversión.Muchos le envidiaron el día que fue seleccionado para el Cuerpo Especial de la Junta de Vigilancia Cósmica. Él mismo llegó a pensar en lo emocionante que podría ser para cualquiera aquella mágica aventura de convertirse en un ST-00. Algo así como alcanzar lo inaccesible, lo que hasta entonces había sido imposible para el Hombre ni para ninguna otra criatura. Lo que fascinaba a los seres inteligentes desde el principio mismo de los tiempos.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
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Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
El profesor Tokuga Nara, se incorporó lenta, majestuosamente. Había terminado su adoración a Buda en el pequeño recinto destinado a la meditación y a sus oraciones cotidianas, dentro del templete de su jardín oriental, donde entre musgos variados, árboles frondosos y suave luz azulada y umbría, se hacía más fácil y profunda la práctica diaria de las doctrinas Zen. Respiró hondo, envolviéndose mejor en su dorado kimono salpicado de dragones azules y púrpura. Caminó sobre el suelo alfombrado, entre muros de papel y de seda, sonando suavemente los pasos de su calzado de madera y corcho, tradicional como todo lo que le rodeaba en aquella especie de diminuta evocación del Japón histórico y tradicional, al que, por espíritu y convicción seguía perteneciendo.
La sábana cubrió el cuerpo de la infortunada. Sarah Perkins, enfermera de profesión, quedó oculta bajo la tela blanca. Un silencio profundo y tenso reinó en la estancia. Desde la puerta, un agente uniformado se mantenía con la mirada fija en el cadáver recién tapado. Luego elevó los ojos hacia los restantes personajes que ocupaban la que fuera habitación de una enferma allí recluida. El doctor John Lawrence Daniels, director de la clínica psiquiátrica New Horizon, cambió una mirada con los dos hombres situados junto a él.
La chica, se murió en mis brazos. Poco antes, estaba llena de vida. Y llena de todo, especialmente en ciertas partes de su anatomía, tan visibles como las colinas en un terreno llano. Me sonreía, pronunciaba palabras melosas a mi oído, y mi piel toda hormigueaba con el cosquilleo suave y lascivo de sus dedos, largos y aterciopelados. Ahora, todo eso no era nada. O, cuando menos, nada que pudiera moverse, palpitar y tener el calor de la vida. Un extraño frío terrible extendíase lentamente por su epidermis. Los ojos miraban sin ver. La boca estaba entreabierta, y por la comisura de sus labios, rojos y brillantes, gordezuelos y sensuales, corría aquel desagradable, delgado hilo escarlata: la sangre que señalaba tan débilmente la presencia de la Muerte en la alcoba.
Melissa Miles estaba asustada. Acababa de averiguarlo ahora mismo. Aquella misma noche. Lo cierto es que no sabía cómo advertir a alguien de lo que sucedía. Cómo salir de aquel lugar de alguna forma. No es que se sintiera en una prisión, ni mucho menos. Pero a veces, hasta un paraíso puede convertirse súbitamente en un terrible cepo de terror y de muerte. Miró a su alrededor. Palmeras, arena dorada, balaustradas, jardines, edificios iluminados, cielo estrellado, fuegos artificiales en la distancia… Todo lo que puede concederle a uno el placer íntimo de sentirse en un bello paraíso donde todo es hermoso y apacible. Y, sin embargo…
Fue la primera vez que intentaron matarme. Sucedió todo tan rápidamente, que no tuve tiempo de preverlo. Ni siquiera de reaccionar de alguna forma. Lo cierto es que pudieron haberme matado entonces, sólo lo impidió mi buena fortuna. Sí. Siempre he sido un tipo de suerte. La verdad es que he llegado a poner muy en duda ese aspecto de mi persona y mi destino en infinidad de circunstancias que hacían pensar en todo lo contrario. Pero, a la larga, tuve que estar de acuerdo con la pitonisa que me presagió toda la suerte del mundo.
—Eres hermosísima, criatura. La más hermosa mujer que jamás he conocido… ¿Cómo esperas darme miedo ahora con tus palabras, con tus gestos? Sería ridículo temer nada de una muchacha como tú… Ella le contempló fijamente, erguida ante él, en el centro de la habitación. La luz recortaba su silueta de un modo peculiar, como perfilando sus más íntimas formas contra la claridad tenue y azulada de la estancia lujosa. —Cometes un error —dijo lentamente—. He venido a matarte.
—¿Qué hora es? —Las doce y media. Ya preguntó lo mismo hace diez minutos. ¿Por qué no descansa, Reeves? Mi enfermera se mostraba paciente. No podía saber si era bonita o fea, joven o madura. Tenía una voz amable y dulce. Era comprensiva. Es lo único que podía importarme ahora. —Sí, perdone —murmuré—. Es que no puedo dormir… —Tendré que inyectarle un calmante, como me dijo el doctor Lockyer. ¿Por qué no es buen chico y me evita eso, descansando por su propia voluntad?
Quizá por eso siguió un largo silencio a su manifestación, mientras yo me frotaba la barbilla, pensativo, con la mirada fija en aquel enorme mapa de las Islas Británicas que ocupaba todo el alto y ancho de uno de los muros de su despacho, trazado con todo detalle, hasta los más nimios, en trazado orográfico, carreteras, ciudades, pueblos, aldeas, bosques e incluso caminos vecinales, todo ello realzado por la luz que resplandecía suavemente tras la superficie de vidrio en que estaba dibujado el mapa, con extraños y secretos símbolos adhesivos, de diversos colores y formas, superpuestos en algunas zonas. Lo que todos ellos significaran, sólo sir Hugh lo sabía.
Fue un día especial para mí. Creo que nunca había conocido a personas tan importantes, en tan corto espacio de tiempo. Casi llegué a sentirme importante yo mismo. El doctor Marcel Giradoux, director general de la Fundación Giradoux, que creara su tío, Pierre Louis Giradoux, hacía ya algunos años, fue el encargado de hacer las presentaciones. Yo sabía ya de antemano que tendríamos huéspedes muy especiales aquella noche, pero nunca pensé que lo fueran tanto. Me presentó inicialmente al hombre de aspecto gris y vulgar, incapaz de destacar en parte alguna entre la mediocridad del ciudadano medio francés, y que, sin embargo, resultó ser quien menos imaginaba yo.
Desde las diez de la mañana a las dos de la tarde, podía ser visitado el investigador en su despacho, según añadía una nota mecanografiada sobre un papel adherido a la puerta. Pero eso no siempre era así. A veces, Boggie estaba ausente a esas horas. Y él no tenía secretaria que se ocupara de sus asuntos. Al menos, no la tuvo hasta el día en que se presentó Betty Grayson.
No lo supe. Ni entonces ni nunca. No supe si era un eco dentro de mí. O una repetición de aquella patética, terrible, sorda pregunta, formulada al borde de la muerte, al filo mismo de las sombras. Cuando abrí los ojos, era inútil preguntárselo. Ni a mí mismo. Ni siquiera a Myra. Myra estaba muerta. Muerta…
La joven caminó hacia el estrado. Era como ver a Eva pisando sobre el terreno paradisíaco. Bostecé, tomando el carboncillo. Había visto muchas Evas, quizá demasiadas. No me podía impresionar una más, por muy rubia y muy exuberante que fuese. Eso no parecía gustarle a mí modelo. Se acomodó en el sofá, con desgana. Daba la impresión de sentirse un poco decepcionada. Acaso esperó algo más de mi varonil admiración hacia sus formas.
MI nombre es Rory. Completo, Rory Angel. Más completo todavía, «private eye». Ustedes ya saben lo que es eso. No es que mi ojo sea privado ni tenga nada especial que los demás ojos no tienen. Afortunadamente poseo dos retinas, dos globos oculares en perfectas condiciones, de un color gris que a las mujeres dicen que les gusta bastante, y, ciertamente, mi modo de mirar no tiene nada de privado, especialmente con las chicas... si es que uno no está mirándolas en auténtico ambiente privado. Eso... bueno, eso es distinto.
No hacía calor, pero mi piel transpiraba algo húmedo, frío y pegajoso. Allá afuera, la noche era fresca y amable. Las luces del jardín lucían suavemente, de trecho en trecho, arrancando reflejos de las palmas y de los setos bien cortados. Más allá, en el exterior, al otro lado de las verjas, la ciudad en la distancia era como un hacinamiento de luces salpicando las colinas cercanas. Burbank, Hollywood, Santa Mónica, Pasadena. Y al fondo, como una enorme laguna de luz y color, Los Ángeles. El centro urbano, desparramado en la noche, igual que un gigante hecho de claridad y de bullicio.
Anoche tuve un extraño sueño. Soñé que el Old Royal Comedy volvía a ser levantado, y que sobre los cascotes de sus ruinas, un edificio sorprendentemente parecido a aquel Old Royal del pasado siglo, se alzaba de nuevo ante los sorprendidos ojos de vecinos y transeúntes de Shaftesbury, cerca de Piccadilly Circus. En ese sueño no había sombras siniestras ni oscuros presagios, es cierto. Pero solamente ver ante mí el Old Royal resucitado sobre las ruinas y cascotes, ya significó de por sí una auténtica pesadilla.
Caddox no siguió la conversación enseguida. En vez de eso, pareció meditar una respuesta aceptable, o bien estudiar el punto de vista de su visitante, declaradamente hostil. Se frotó él mentón, afilado y con aquel hoyo profundo en el centro de la barbilla. Era de anchas facciones no exentas de cierta distinción, fríos ojos azules, cabello castaño muy claro, largas y bien recortadas patillas. Figura elástica, enjuta, indiscutiblemente correcta dentro de su smoking, sencillo y costoso a la vez. En el dedo meñique, en su mano zurda, un diamante muy limpio, montado en platino. En su ojal, una gardenia.
Frankie Reno abandonó las amplias y modernas oficinas de la Import and Export Foods Co, empresa dedicada, como su nombre decía bien claramente, a importar y exportar alimentos de todas clases, aunque Frankie jamás había visto una de esas importaciones o exportaciones, salvo en albaranes y facturas de supuestas partidas de productos alimenticios. Como pantalla, era bastante buena. La prueba es que nadie hasta entonces había tenido la ocurrencia de sospechar algo distinto.
Barry Fletcher se sentó en la barra de la cafetería. Cambió una mirada risueña con la cantinera. —Hola, Mitzy —saludó. —Hola, Barry —respondió ella. Le miró con cordialidad y afecto—. ¿De vuelta a este sector de Manhattan? —De vuelta, sí —afirmó él—. Patrulla 22. —¿Cómo? —Se sobresaltó Mitzy—. ¿Qué quieres decir? La Patrulla 22 fue… —Aniquilada. Lo sé. —Barry asintió, mientras señalaba en la carta lo que quería para desayunar—. Café solo, tostadas con mantequilla y mermelada. Es todo, Mitzy.
Martin Graham bebió un trago. Se me quedó mirando, de hito en hito. Tenía los ojos enrojecidos, la mirada brillante pero torpe, y el rostro completamente abotargado. Al hablar, su lengua se movía dificultosamente. Y las palabras salían borrosas, llenas de torpeza:
Está lloviendo mucho esta tarde. No me gusta la lluvia. Me irrita. Me produce dolor de cabeza. Un intenso dolor de cabeza. Y me deprime. Me entristece. Todo lo entristece. La lluvia es melancólica. Da un tinte pesimista a las cosas. Oscurece la ciudad, moja el asfalto hasta ennegrecerlo. Cae tras los cristales de la ventana, sin cesar. Como si el cielo estuviera triste y llorase por algo. Un cielo tan negro como el mismo asfalto mojado, que parece charol, allí donde las luces abundan, reflejándose en él.
Era domingo.
Nunca podré olvidar que era domingo, por muchos años que viva. Aquel domingo resulta tan imborrable para mí, como si de él hubiera dependido todo. Y, en realidad, creo que así fue.
Aquel domingo comenzó todo.
Esta es la historia de un caso singular. La historia de mi caso más complejo y peligroso. Un caso donde mi vida no llegó a valer un centavo. Y donde las vidas de otras personas no valían tampoco mucho más que la mía. El enigma está archivado y resulta sorprendente comprobar después la serie de elementos extraños que lo integraron. Pasiones humanas, supersticiones y sectarismos... Una serie de lacras sociales de este gran país donde ejerzo como detective privado, salpicaron la historia con tintes oscuros y realmente insólitos.
Fui muerto en aquel instante. Creo que lo supe un segundo o dos antes de suceder. Quise evitarlo. Y no pude. Sucedió súbitamente. Como ocurren siempre esas cosas. Después… ocurrió. A pesar de intuirlo, no pude evitar que ocurriese. Y fui muerto. Fui muerto sin saber quizá por qué. Ni por quién.
Los peces. Peces dorados, rojos, azulados, irisados. Peces de todos tamaños y colores. Peces en el azul luminoso, radiante. En los acuaramas gigantescos, separados del público por grandes vidrieras iluminadas. El acuarama o gran acuario. El mejor espectáculo para niños y para adultos. Peces tropicales, exóticos. Ejemplares extraños, poco conocidos. Toda clase de miembros de la amplia fauna submarina… Rocco suspiró. Estaba cansado. Rocco Vetri siempre estaba cansado al caer la tarde. Sobre todo, los domingos…
¿Puede ser la clave de una sangrienta serie de asesinatos... un simple ratón ciego? Los ojos de un roedor, que no ven... Los oídos de un hombre, que no oyen, ¿pueden dejar de ver y de oír las imágenes y los sonidos que produce un asesino sin piedad? Al menos, eso es lo que se desprende de un caso alucinante y extraño, en el que el destino montó una trampa mortal para algunos seres humanos... y una JAULA PARA UN RATON CIEGO.
Glenn Young contempló el bellísimo paisaje, mientas aceleraba la marcha de la canoa. El motor zumbó y la proa de la deportiva embarcación hendió las aguas azules, abriéndolas entre festones de espuma. Su marcha por el lago se hizo vertiginosa. Young recibió en el rostro la lluvia menuda, el agua pulverizada por la veloz carrera.
Sally Hoffman dirigió una mirada al reloj del establecimiento. Las cinco y treinta minutos, exactamente. Hora de cerrar. Suspiró, dejando de envolver la pieza solicitada por el coleccionista. Se encaminó a la puerta para cerrar. Había estado esperando ese momento durante toda la tarde. Nunca sintió más deseos de pasar el pestillo, bajar la cortina y poner el cartel de «Cerrado» tras los cristales de la entrada. No se sentía demasiado bien, aquel día. Su cabeza le dolía fuertemente, y se encontraba ligeramente febril. La humedad de aquel invierno acaso influía en la cantidad de afecciones gripales que se estaban dando en todo San Francisco. Y, por lo que parecía, ella no iba a ser una excepción.
Volver a la vida. Volver a casa. Volver a todo lo que uno dejó atrás una vez pensando que sería para siempre, para una eternidad hecha de años, de esperas, de amarguras y decaimientos, para un tiempo que nunca terminaría.
Los Back Water Blues tenían una especial ternura, un desgarrador aire de lamento y de plegaria, en los labios carnosos de aquella mujer joven y hermosa, de piel de ébano, ojos grandes y tristes, y cuerpo escultural, como el de una diosa oscura y sensual. Finalmente, todo fue silencio. Incluso la voz, en un apagado, largo murmullo cadencioso, que se respetó en medio de un silencio electrizante, llegó a su término, en un hilo de sonido ya inapreciable, y que terminó por extinguirse.
El punto de partida es la picadura de un alacrán en el tobillo de una bella turista sueca. El segundo acto es su asesinato segundos después por un asesino vestido estrafalariamente (media en la cara, gorra verde y un gabán amarillo) y armado con una especie de afilado garfio dorado. Kirk Lester, el prototipo habitual de macho bravío en estos libritos, es espectador casual del cadáver y de la huida del asesino. A partir de aquí, se sucede un enloquecedor juego del gato y el ratón ambientado en una hippiesca California, concretamente en un complejo turístico con zoológico incluído... y un asesino giallesco en una brutal espiral de sangre. Asesinos que no lo son, bellas damiselas en cultos sectarios, triángulos amorosos, una coda de personajes bien construidos...
Estoy aterrorizada. Como nunca lo estuve. Como creí que jamás llegaría a estarlo. Yo nunca tuve miedo. Nunca sentí el pánico, el terror. Hasta ahora. Hasta estos horribles momentos en que no sé qué hacer. No sé qué hacer… salvo huir. Huir. Huir, sí. Pero ¿adónde? ¿Para qué?
Había sido un buen verano. Largo y cálido, como gustaba a la gente del litoral, desde los negocios de hostelería hasta los propios turistas de ambos sexos, que encontraban en la temporada estival el momento idóneo para su explosión emotiva. Para todos ellos, era hermoso vivir en verano. Apuraban hasta el máximo las posibilidades del ardiente sol, la dorada playa, las calas azules y los deportes náuticos. También, inevitablemente, el bullicio nocturno, mundano, de las salas de fiesta, las discotecas, las piscinas iluminadas y los grandes hoteles. O la intimidad cómplice de los bosques oscuros, las rutas secundarias sin tránsito, los campings y las roulottes aparcadas a distancia.
—¿Nombre? —Dennis Doyle. —¿Británico? —De Liverpool. Cuarenta y seis años. Ingeniero electrónico. Trabajaba en British Electronic Incorporated. —¿Causas del fallecimiento? —Fallo cardíaco, en apariencia. La autopsia resolverá. El médico forense prefiere estar completamente seguro de las causas de la muerte antes de emitir un diagnóstico definitivo. Aunque no se esperan problemas, dada la circunstancia de su muerte.
Creo que aquel día empezó todo. Trivialmente, de un modo insospechado, como empiezan siempre todas las cosas, trascendentes o no. Yo no lo sospeché en ningún momento. Entre mis dotes, no se encuentra la premonición. Tengo corazonadas, presentimientos de vez en cuando, pero eso es todo. Hubiera hecho falta algo más que una corazonada o un vulgar presentimiento para anticiparse a lo que iba a ocurrir...
El diez de Downing Street… Sí. Aquí termina tu pista, sabio policía… Es divertido, ¿eh, inteligente polizonte? Muy divertido. Para mí, por supuesto… Imagino que tú te sientes de muy diferente manera. Estás advirtiendo la rabia que te consume, ¿no es cierto? El odio, la ira, el disgusto, la exasperación del fracaso…
—HE venido a entregarme, sargento. —¿Entregarse? —el sargento Killey enarcó las cejas, contemplando al recién llegado con fijeza—. ¿Por qué motivo? —Por un asesinato. Hubo un silencio. El sargento Killey se frotó el mentón, apoyándose en la mesa de su despacho del Departamento de Homicidios. Junto a él, el agente McBain apoyaba sus manos en el correaje de su uniforme de agente de policía, expectante y como divertido por algo que el sargento no acababa de entender. —Bien —murmuró Killey—. ¿Qué asesinato? —Uno del que soy culpable, sargento. —Entiendo. ¿Ha matado usted a alguien?
Ésa es mi tarjeta de visita. Huelga mencionar en ella mi oficina está situada en la isla de Manhattan, y justamente frente a Central Park, a la altura de las calles Setenta y Cuatro y Setenta y Cinco Este. No todos los detectives privados pueden permitirse ese lujo, para ser sincero. Yo, sí. Yo me permito ése y otros lujos. Para algo soy un detective caro. Muy caro, dirían algunos. Pero tengo ciertas ventajas sobre otros más baratos de los que pueblan esta gigantesca, sucia e inmunda ciudad de Nueva York, en la que tengo la desgracia de vivir y ganarme la vida: ellos cobran mucho menos que yo por sus honorarios, pero nunca sirven bien al cliente. Yo pongo una minuta elevada. Pero siempre dejo satisfecho a mi cliente.
Me quedé mirándola con profundo estupor. Era una cliente hermosa. Y joven. También debía ser rica. O, cuando menos, de clase acomodada. Hasta ahora, que yo recuerde, ningún cliente ha depositado de modo previo un fajo de billetes de cien, hasta un total de cinco mil dólares, sobre la mesa de mi oficina, como previo pago a cualquier servicio requerido. Y eso era lo que había hecho mi cliente. Contemplé el fajo de billetes nuevos, flamantes, todavía con la franja adhesiva del Banco, envolviéndolos casi amorosamente. Me costó trabajo pensar que yo pudiera cerrar mis dedos sobre ellos y guardarlos, sencillamente, en mi bolsillo.
Salí de la celda. Caminé tras el celador, hasta que dos funcionarios me tomaron para conducirme a la sala de comunicación de la penitenciaría. Me preocupaba quién podía ser mi visitante. Pero no encontraba una respuesta fácil. No tenía amigos. Ni nadie capaz de acordarse de que un tipo llamado Ryan Slade, junior, reposaba sus huesos en una celda de la penitenciaría del Estado de California, en prisión preventiva, con fianza.
El hombre de tez oscura y gafas de sol, tiró con rapidez el Playboy a una papelera, sin haberlo leído ni hojeado siquiera. La pobre mujer desnuda de la portada, se mojó, al recibir las gruesas gotas de lluvia. Pero eso no pareció despertar la menor compasión en el hombre moreno, que ahora se movió presuroso hacia un automóvil detenido muy cerca de allí. Subió al coche. Era un «Volkswagen», un coche europeo, de color oscuro. Lo puso en marcha.
Me quedé mirando fijamente a mi visitante. —Estás loco —dije—. Rematadamente loco. Luego resoplé, sacudiendo la cabeza. Me limpié un lado de la cara con el cold cream del pote blanco. En el espejo del camerino, medio rostro parecía mucho más joven y bien parecido que el otro. Milagros del maquillaje. No es que sea feo ni maduro, pero en el teatro los afeites hacen su trabajo. Y lo hacen bien. —¿Por qué? —preguntó él secamente, como si no le gustara mi comentario.
Salí sin despedirme siquiera. ¡Al diablo con todos ellos! No tenía nada que agradecerles, después de todo. Su obligación era entregarme esa licencia, les gustara o no, al margen de sus opiniones personales. Imaginaba que no todo habría sido fácil. Los informes del departamento seguramente fueron pésimos. Pero ahora no se trataba de un examen para ingresar de nuevo en la policía, sino de una simple licencia para ganarme la vida con cierta honradez, si es que alguien en el mundo se la puede ganar así. Había solicitado mi permiso legal para ejercer como investigador privado. Eso era todo.
Clankety-clanck, clankety-clanck, clankety-clanck… El último tren. El de la medianoche. Justo ante mi ventana. Todo trepidó en mi oficina. El elevado se perdió en la distancia, camino de los suburbios de East Point, y el silencio volvió a flotar en el barrio, virtualmente desierto a aquellas horas de la noche, con excepción de los clubs nocturnos y los bares.
Lo primero que vio al despertar, fue la luz del quirófano, proyectándose sobre su rostro, de un modo crudo y directo. Parpadeó, intentando ver algo más, detrás de aquel círculo de intensa claridad blanca. Sólo descubrió una serie de rostros cubiertos a medias por las mascarillas y los gorros verdes de cirugía. —Ha vuelto en sí —dijo una voz que le sonó extrañamente lejana—. Aplíquele más anestesia, Albert.
Saludó de nuevo y abandonó el despacho del jefe de su Departamento de Alta Seguridad. La puerta se cerró tras él por medio de la cerradura electrónica. El agente AS-101, caminó por el corredor iluminado por una claridad fría y cruda, que le daba aspecto de nave espacial del futuro. Sus pisadas eran un roce silencioso sobre la esponjosa moqueta que alfombraba el suelo. Sus pasos, rápidos y seguros, le llevaron hasta otra puerta, que se abrió ante él, deslizándose silenciosamente al contacto de un pequeño instrumento magnética Un tablero electrónico parpadeó, y el agente especial introdujo en una ranura su tarjeta de identificación de materia plástica, que le fue devuelta tras un zumbido del mecanismo, autorizando su entrada en la zona.
Sonny Rat Simpson era un tipo que justificaba su apodo. Tenía rostro de rata, de hocico alargado, boca estrecha, dientes desiguales, sucios y afilados, un bigote hirsuto y rubio, con calvas, ojos pequeños y oscuros, de brillo huidizo como el de una verdadera rata de los muelles.
La nevada se estaba intensificando. El frío, también. A pesar de funcionar la calefacción del automóvil a la perfección, Mark Keegan notó frío. Sus manos, aun protegidas por los guantes de conducir, empezaban a estar algo ateridas. Eso resultaba inquietante, teniendo en cuenta que tenía ante sí un prolongado viaje, antes de llegar a su destino.
—Sí —dijo Kenneth Knowles con firmeza—. Voy a defenderla. Sus colegas del Royal Arms Club de Mayfair le miraron con una mezcla de estupor e incredulidad. Cambiaron entre sí miradas algo irónicas. —Supongo que bromeas, ¿no, Ken? —Fue lo que se le ocurrió preguntar a sir Adam Mowbray, fiscal del reino. —¿Bromear yo? —Enarcó sus cejas Kenneth Knowles, sin moverse lo más mínimo en el confortable butacón de la sala de lectura del club—. Tengo cierto sentido del humor, todos lo sabéis. Pero no me gusta bromear con estas cosas. Se trata de una petición de pena capital, ¿no es cierto?
El hombre que se había detenido ante la puerta, vaciló. Hasta entonces, había parecido muy seguro de sí mismo. De repente, esa seguridad se resquebrajaba como por ensalmo. Humedeció los labios. Contempló largamente las letras doradas. Sus manos juguetearon con los guantes. El corredor era húmedo, y hacía frío en el corredor. La casa distaba mucho de ser moderna, y su instalación también. Las luces de los rellanos, resultaban incluso tétricas. De vez en cuando, el olor de hamburguesas y perros calientes de un cercano puesto de la calle, se filtraba desagradablemente hasta el interior del edificio.
Rememorando a seres de otras épocas, como 'Jack, el destripador', 'Jekyll y Hide', 'La Estranguladora' o 'El Merodeador'. Nombres que figuraban en el historial delictivo de Londres, o que eran simple producto de novelistas con el común denominador de la sangre y el crimen, un extraño individuo, un nuevo sádico, un criminal obsesionado por la búsqueda de jóvenes y hermosas victimas femeninas, merodea por la oscuridad de sus frías calles. Stuart Dundee a quien algunos llaman Lord Dundee, intenta buscar evidencias que exculpen a la persona que hace ochenta y seis años fue ahorcada por múltiple asesinato, acusada por la declaración de una mujer asustada, como autor de los sádicos crímenes del 'El Merodeador del Támesis'. Esa persona acusada injustamente, era su abuelo Lord Selwyn Dundee. La búsqueda de pruebas, solo conseguirá resucitar la antigua y horrible pesadilla y la sangre de indefensas mujeres vuelve una vez más a bañar las húmedas y solitarias calles de Londres. Una estupenda novela inspirada sin duda en los misteriosos crímenes de 'Jack el Destripador', aunque el autor describe a 'El Merodeador', como un criminal monstruoso solo superado años más tarde por este. A destacar el ambiente bien conseguido de las húmedos y fríos barrios londinenses en que se desarrolla la acción, y la intriga constante por el trascurso de las investigaciones llevadas a cabo por el protagonista con la intención de limpiar el buen nombre de su antepasado. Mención especial para la portada de Salvador Fabá, donde con bastante acierto, se ilustran todos los componentes principales que conforman la trama de la novela.
Las jóvenes comenzaron a vestirse con rapidez, entre risas y bromas. Vanessa Graves se aproximó a la orilla de la playa, dio varias palmadas, y las jóvenes salieron riendo de las aguas espumeantes que se iban tornando más y más frías y grises en las blancas costas de Dover, no lejos de la pintoresca población costera de Folkestone, donde los Sea Link nacían o morían en su ruta sobre el Canal, contactando con la costa francesa y el puerto de Calais. Los ferrys podían ser visibles desde aquella apacible playa cuando su ancha mole se deslizaba sobre las aguas, en su invariable travesía.
El coche patrulla de la policía de Los Ángeles se desvió de la asfaltada avenida para introducirse entre los setos y arboledas de la zona ajardinada, sin dejar de hacer girar las luces rojas de su techo, ni emitir el ululante sonido de la sirena.
Sheila Roberts conoció a Alan Conway de un modo enteramente casual. Ambos habían sido enviados a un mismo pabellón del centro médico porque padecían cosas semejantes. Ella fue ingresada con un fuerte shock traumático y psíquico, a causa de un accidente de carretera donde sufrió diversas heridas y una profunda impresión a la vista de otra persona, muerta en el acto conduciendo el automóvil con el que ella chocó.
Me desperté bastante tarde. Era un día nublado, antipático y con olor a sulfuro. Yo había bebido un par de copas de más la noche antes, y mi boca era como un retrete relleno de estropajo cuando intenté chascar la lengua en el paladar. La ducha y el zumo de frutas no me mejoró demasiado. Me dolía la cabeza, sentía una especie de apisonadora en mi estómago y una serpentina de hojalata chirriante latigueando en mis tripas. Si a eso no se le puede llamar estar enfermo, díganme ustedes.
Creía estar soñando cuando pisé Lincoln Avenue, a la altura de Fisherman Street. Pero esta vez era realidad. Esta vez no soñaba, como en tantas ocasiones durante los tres últimos años. Estaba realmente en Lincoln Avenue, en el corazón mismo de River City[1]. En un lugar que me había parecido tan lejano en los últimos tiempos como la propia Luna. Sin embargo, allí estaba ahora. Como en los viejos tiempos.
El día en que murió Homer Hammerstein, el mundo entero se conmocionó. Rara vez el mundo sufre convulsiones cuando muere una persona por simple enfermedad. Esa persona tiene que ser un jefe de Estado, un presidente de una nación poderosa, una «estrella» de cine, un fenómeno de la canción moderna…, o un hombre como Homer Hammerstein, sencillamente. Se le conocía también como «el ciudadano Hammerstein», el «emperador de la banca y de la industria», y cosas por el estilo. Lo cierto es que era todo eso y mucho más. Era, simplemente, el «Gran Hammerstein». Eso lo decía todo.
Mi nombre es Darren Garfield. Acababa de ser licenciado definitivamente de las Fuerzas Armadas, apenas obtenida el alta del hospital militar de San Francisco donde había pasado varias semanas. El médico no se anduvo por las ramas conmigo cuando me dio el boleto para salir de allí de una vez por todas. Era un tipo sincero, y esperaba que yo estuviera lo bastante curtido después de lo de Guadalcanal, lo de Iwo-Jima y las Filipinas, como para no arrugarme ante la verdad: —Mire, amigo, el Ejército le da la licencia por la misma razón que yo le doy la baja.
Era una mala noche aquélla. Resultaba especialmente mala para un lugar como la costa californiana, aunque en San Francisco no eran extrañas las noches de niebla, ni mucho menos. Sólo que en esta ocasión, además de la niebla, estaba la intensa y fría humedad, y el aire que venía del mar, singularmente gélido para un clima como el de California. Corrientes nórdicas, según los servicios meteorológicos, habían arrastrado esos vientos inclementes hasta allí.
Nos casamos en una pequeña población cuyo nombre había olvidado a la media hora justa de efectuada la ceremonia nupcial. El juez de paz tenía una casita tranquila y solitaria, en las afueras de la pequeña localidad de Nevada donde habíamos parado el coche para contraer matrimonio. En ese estado, los trámites son prácticamente nulos, tanto para unirse uno a una chica como para separarse de ella.
Dan Cameron recibió la participación de boda pocos días antes de que ésta tuviera lugar. Pero estuvo a punto de no recibirla. Acababa de regresar de África, de un largo y atractivo safari fotográfico por diversas reservas de animales salvajes, en Kenia, Uganda y África del Sur. De haberse demorado diez días más en el regreso, como pensara inicialmente, nunca hubiese recibido esa invitación a la boda. Y muchas de las cosas que sucedieron, jamás hubieran llegado a sucederle.
El proyector zumbaba débilmente en la penumbra, hecha de negros, grises y un blanco deslumbrante. Su motor apenas si era un ronroneo de fondo al diálogo recortado, seco, incisivo, que a la usanza de cualquier obra de Hemingway o Dos Passos, brotaba del sistema sonoro de la pequeña pantalla ante la cual permanecían sentados, en absoluto silencio, los dos personajes, arrellanados cómodamente en sus butacas, privilegiados espectadores únicos de aquella sesión cinematográfica.
Paul Larkin y su amiguita echaron una angustiosa mirada hacia atrás. —¿Ves algo, Moira? La voz de él había sonado ronca, insegura. Conducir con aquella noche de perros, a través de la cortina de lluvia, mirar por el retrovisor frecuentemente, y hacer preguntas con tono alarmado y tenso, eran demasiadas ocupaciones para un hombre. Sobre todo, para un hombre joven y asustado.
Resulta extraño despertarse uno con tres libras y ocho chelines por todo capital, una docena de facturas sin pagar, el timbre de la puerta desconectado para que los acreedores al llamar imaginen que uno está ausente, un aviso por letras impagadas en el banco, con advertencia de pasar a una oficina ejecutiva, y así, de repente, irse uno a dormir de nuevo la misma noche, con una fortuna personal de tres millones de libras esterlinas.
—Lo siento, Barry. Voy a dejarte. La miré largamente. En silencio. No dije nada. Fui al mueble-bar. Lo abrí. Su iluminación automática hizo destellar el hielo dentro de mi vaso vacío, como si fuesen enormes diamantes. Escancié un poco de bourbon, no demasiado. No le puse soda. Me incorporé. Iba a cerrarlo cuando ella habló otra vez. Con la misma felina suavidad de terciopelo con que había dicho aquello solo unos momentos antes: —Por favor, no necesitas ser grosero. ¿No vas a servirme algo de beber?
Nueva York, bajo el oscuro cielo nublado, parecía redoblar su iluminación, al reflejarse en el negro asfalto mojado las luces de sus calles y avenidas, ya fuese las del alumbrado público, ya los grandes escaparates, prematuramente encendidos, o los parpadeantes luminosos y las vertiginosas letras que se deslizaban por los letreros en movimiento, anunciando información de última hora en forma telegráfica, o cantando las excelencias de esta bebida, aquel refresco o ese producto alimenticio.
Si, era una bonita oficina para mi trabajo. Y un bonito letrero en el cristal. Imaginé que ni el gran Philip Marlowe, Sam Spade o Donald Lam y Bertha Cool habrían tenido más hermoso despacho que el mío, caso de haber existido realmente alguno de ellos, fuera de las páginas de un libro. Ahora, sólo faltaba un pequeño detalle para completar el cuadro: los clientes.
Cuando Clark Travis inició su viaje, no imaginaba ni remotamente lo que le esperaba en aquel lejano, cálido y misterioso lugar de África adónde iba a llevarle su simple afán viajero, su sed de conocer tierras y latitudes diversas. Clark Travis eligió el viaje al azar. Y al azar decidió el punto adónde iba a encaminarse para conocer nuevas emociones y viejas reliquias de la Historia del mundo. Ese lugar fue Egipto.
El joven viajero sonrió, poniendo de nuevo en marcha su vetusto automóvil de tercera o cuarta mano, con algunas dificultades a causa del intenso frío. Las ruedas se deslizaron pesadamente sobre la nieve endurecida y salpicada por la suciedad del fango, en el acceso a Waterville. El indicador quedó atrás. Luces y edificios aparecieron ante sus faros, destacando en el blanco paisaje nevado. Como fondo de todo aquello, a su derecha, un lago helado rodeado de pinos blancos, reflejaba la débil claridad de algunas de esas luces urbanas.
El tintineo de campanillas fue como un sonido cristalino, hecho de vibraciones de vidrio y plata. Sin embargo, ese tintineo significaba la muerte. Algunos transeúntes que recorrían presurosos las aceras del barrio, bajo la fina bruma que se convertía casi en lluvia pulverizada, de tanta humedad como flotaba en el ambiente, apresuraron sus pasos, corriendo todavía más, como si algo en las calles y callejuelas del tortuoso distrito pudiera alcanzarles fatalmente a ellos.
No era un espectáculo nuevo para los habitantes de Nueva Orleáns. Le veían día a día en aquella zona. Hasta Tenessee Williams lo había plasmado en su vieja obra teatral, aquélla donde Blanche Dubois y Kowalsky eran los antihéroes de la oscura pasión que conducía al cementerio, como el tranvía llamado Deseo. En noches como aquélla, húmeda y bochornosas, con el aire oliendo a los detritus del río, la voz de la vieja vendedora de flores que deambulaba por callejuelas mojadas anunciando su fúnebre mercancía, el ambiente tenía algo de siniestro y depresivo, que ni siquiera las voces de los vecinos, habitualmente vocingleros y mal educados, podía disipar.
Estaba lloviendo ligeramente en el aeropuerto de Nueva York cuando descendí del avión procedente de Chicago. El reactor de la Eastern Airlines tomó tierra en su zona habitual, al sudoeste de las pistas, junto a Van Wyck Expressway. No tenía que esperar equipaje alguno porque solamente llevaba mi pequeño maletín de ejecutivo y un rollo de diarios y revistas ilustradas por toda valija.
Donald Lee tenía miedo. Miedo auténtico. Tener miedo es un sentimiento profundamente humano y, por ello mismo, nada sorprendente ni anormal. Pero en Donald Lee sí era realmente extraño. Porque Donald Lee no había tenido miedo jamás. No sabía lo que era. Y, sin embargo, ahora, por primera vez en su vida, sabía que estaba asustado. Profunda y terriblemente asustado.
El hombre estaba nervioso. Encendió el cigarrillo temblándole la mano. Miró en torno suyo, inquieto, y se humedeció los labios con la punta de la lengua. Luego tomó el frasco petaca que llevaba en la raída chaqueta y se echó un trago largo, resoplando al terminar. Enroscó el tapón, guardando de nuevo el recipiente, y se contempló en el espejo desigual del lavabo. Se pasó una mano por el rostro macilento, de barba ligeramente crecida. Luego, contempló sus ropas desaseadas y sonrió forzadamente. Habló consigo mismo, contemplando su imagen en el espejo:
Llamadme Johnny. No, no es que pretenda plagiar a Melville y escribir otro Moby Dick. Líbreme Dios de semejante cosa. Ni siquiera me llamo Ismael. Supongo que tampoco el personaje de la epopeya ballenera se llamaría así, después de todo. Mi nombre es John D. Vincent. Pero prefiero que los amigos me llamen simplemente Johnny. Las chicas ya lo hacen. También me llaman cosas más dulces, como «encanto», «cielito» o «macho adorable», pero no las hago demasiado caso porque lo hacen en momentos en que no piensan demasiado en otra cosa que en su propio placer. Tengo una pequeña y sórdida oficina en un bulevar de Hollywood y me ocupo habitualmente de asuntos de poca monta, tales como perseguir maridos o esposas infieles, cobrar recibos atrasados con alguna que otra amenaza, y aportar informes personales a algunas financieras y entidades de crédito.
Karin Desmond se sentía feliz aquella mañana. No le faltaban motivos para ello. Ganar un concurso en el que jamás tuvo la menor confianza, y verse trasladada, súbitamente, desde su aburrida oficina de Londres, a un radiante y soleado paraje mediterráneo donde disponía de dos largas semanas para gozar de la vida sin gastar una sola libra y, más aún, disponiendo de una cuenta corriente bancaria por valor de quinientas libras, aparte los gastos pagados totalmente durante esos quince días, era algo que sólo estaba al alcance de los personajes de novelas rosa, películas amables o cuentos de hadas en versión actualizada, pero jamás supo que se dieran abundantemente en la vida real.
Ella se estremeció ligeramente. Evitó mirarle. Una profunda angustia, una inseguridad tremenda, se reflejó en su bello rostro meridional, en la profundidad de sus ojos color ámbar oscuro. La vio humedecer los labios con cierto nerviosismo. Su voz apenas fue audible: —¿Crees que es cierto? —¿Cierto? ¿El qué? —Todo esto, Ralph. ¿Es cierto que ha llegado el momento?
El conserje levantó la cabeza. Fijó sus ojos en el recién llegado. —Lo siento, señor —dijo escuetamente con tono mecánico—. No hay vacantes. Tenemos todos los apartamentos ocupados. El otro no dijo nada. Se inclinó sobre el mostrador de recepción. Hacía mucho calor. El conserje se enjugaba el sudor con un pañuelo. El visitante hundió la mano en un bolsillo de su chaqueta color crudo y el conserje pensó que también iba a sacar un pañuelo para secarse las gotas de sudor que corrían por su frente.
El disparo restalló acremente en el callejón. Un cercano silbido reveló a Duke Slatery que la bala no había pasado precisamente lejos de su cabeza. Eso dio alas a sus pies. Echó a correr más deprisa de lo que lo hiciera hasta entonces. Un segundo estampido retumbó allá, a sus espaldas, pero esta vez el proyectil pasó mucho más distanciado. El asfalto estaba negro y brillante por la llovizna y la niebla que se espesaba como si fuese puré en las calles de San Francisco, muy especialmente en las más angostas y viejas del Barrio Chino. Sus zapatos pasaban sobre él como un repiqueteo sordo y veloz.
Nunca me ha avergonzado decir que soy un hombre de pueblo. Aquí, en la gran ciudad, donde todo el mundo presume de procedencia especial, alardeando ser de acá o de allá, siempre una población grande e importante, a mí nunca me causó complejo decir que era de una pequeña aldea que no figuraba en ningún mapa, perdida en un lugar de Illinois y que mis padres habían sido granjeros hasta que un desgraciado accidente acabó con la vida de mi padre y mi madre tuvo que vender la propiedad y trabajar duro para sacarme adelante y darme unos estudios. Tan duro, que murió apenas cumplidos los cuarenta y ocho años, gastada y agotada, con su corazón, habitualmente enfermo, herido ya de muerte desde que se quedó viuda.
La mujer de los cabellos rojos supo que iba a morir. Era demasiado tarde, sin embargo, para volverse atrás. Había llegado hasta allí con la idea de poner en claro, de una vez por todas, algo que la torturaba desde hacía tiempo. Su idea había sido sólo ésa: desenmascarar a alguien y terminar con un estado de cosas intolerable. Nunca pensó que tal empeño pudiera conducir a la muerte.
Un fugitivo acosado por la policía, se esconde amparado por la única persona en quien confía. Mientras se recupera de sus heridas, escribe un diario donde relata los verdaderos acontecimientos que llevaron a un hombre normal, empleado en unas oficinas, a convertirse en un despiadado criminal perseguido por la justicia como un perro rabioso. Todo empezó por una hermosa mujer, sensual y provocadora. El único problema es que era la mujer de su jefe y también su inmediato superior. Pero no pudo resistir la atracción animal que sentía por ella. Lo que era una aventura incitante, peligrosa incluso, iba a convertirse en una pesadilla, del que el despertar solo podía ser uno. Ese despertar es la muerte. Estupenda narración de intriga de Garland. Plena de sordidez y traiciones. Como bien dice el autor en su dedicatoria, es un homenaje a los escritores clásicos de "novela negra". A todos los grandes maestros que admiró en su juventud. Un recuerdo para todos ellos y su obra, una pequeña muestra de algo que, tal vez, pueda ser "novela negra". Fascinante la ilustración de portada de García, representando acertadamente el espíritu sangriento y sensual de la novela.
Sonó el teléfono. En el silencio profundo de la casa y de la noche, su timbrazo resultó casi estruendoso. Se fue repitiendo con intermitencias de silencio. El repiqueteo persistió, aunque nadie tomaba el aparato por el momento. Se abrió la puerta de la casa. Contra la luz del comedor se recortó la silueta de la mujer joven y esbelta. Llevaba un abrigo de paño color verde manzana. Estaba nevando ligeramente. Una ráfaga de aire frío agitó los faldones de la prenda cuando ella entró, cerrando tras de sí.
Dirigió una mirada distraída al multicolor escaparate del puesto de libros y revistas, tras adquirir el paquete de cigarrillos. Dudó entre adquirir un ejemplar de una revista ilustrada dedicada al cine y TV, o un libro de brillante portada. Al final se decidió por uno de estos últimos.
Ha vuelto a ocurrir. Fue anoche. He despertado tembloroso y bañado en sudor. Creí que no iba a pasar de nuevo. Pero no ha sido así. Otra vez he vivido la misma terrible experiencia. Estoy aterrorizado. Ahora creo saber que no es simple coincidencia, casualidad fantástica ni una absurda pesadilla sin sentido. Y ahora que sé eso, todavía siento más terror, más inquietud. Más angustia y más pánico.
Dirigió una mirada distraída al multicolor escaparate del puesto de libros y revistas, tras adquirir el paquete de cigarrillos. Dudó entre adquirir un ejemplar de una revista ilustrada dedicada al cine y TV, o un libro de brillante portada. Al final se decidió por uno de estos últimos.
La segunda vez que intentaron matarme, empecé a comprender que mi vida molestaba a alguien. Se podrá decir que soy un tipo lento en advertir las cosas, pero no es así. Sencillamente, no me gusta llegar a conclusiones precipitadas. Y pensar que una gran maceta desprendida de una terraza, puede ser un intento de homicidio, siempre resulta algo aventurado.
EL juez Bruce Aymler abandonó su despacho un poco tarde aquella noche. Había tenido mucho trabajo durante todo el día, a causa de aquellos dos casos a presidir durante la semana, ambos demasiado importantes para dejárselos en manos a sus suplentes, antes de emprender sus bien merecidas vacaciones. Por algo en las dos circunstancias lo que se veía era una causa por asesinato, y la solicitud del fiscal era la de pena de muerte. El juez Aymler era un hombre minucioso y bien organizado. No se marcharía a disfrutar de sus días libres fuera de la ciudad, dedicándose a la pesca y la lectura, sin antes dejar ambos casos juzgados y sentenciados. Cuando la vida de un hombre estaba en juego, era preferible atar todos los cabos. Esa era, al menos, su opinión profesional y humana.
Un revuelo. Disparos de flash fotográfico, murmullos, confusión. Lo de siempre en momentos así, sobre todo cuando un proceso alcanzaba el alto grado de tensión y de expectación que se deban en casos como aquél. Los reporteros corrieron presurosos al exterior, atropellándolo todo, para dar la noticia a sus rotativos, emisoras de televisión y de radio. El juez golpeó con energía en su estrado. —¡Silencio, por favor! — ordenó—. ¡Silencio o hago desalojar la sala!
Desprendió la hebilla de la falda. Ésta cayó a sus pies. Las largas y bien formadas piernas quedaron al descubierto. Luego, fue el suéter el que salió por la rubia cabeza con suma facilidad. También fue a parar junto a la falda. El hombre soltó un resoplido. Su cara se congestionó mientras los ojos inyectados en sangre miraban el desnudo femenino a contraluz de los guiños del letrero luminoso del motel, allá tras las rendijas de la persiana.
Ross Ingram es un policía de Nueva York que, por sus métodos poco ortodoxos y contundentes en su lucha contra el crimen, tiene que abandonar el cuerpo. Pero poco después recibe una suculenta oferta de un millonario de Los Ángeles que pretende contratarlo para que haga justicia con los siete hombres que que considera fueron culpables de la muerte de su único hijo...
Debo confesar que esperaba mi primer caso con auténtica emoción e impaciencia. Sabía que en cualquier momento podía aparecer una silueta tras la vidriera esmerilada de la puerta, un dedo pulsaría el timbre de mi oficina, y el primer cliente pasaría por el umbral para contratarme. Me preguntaba, al mismo tiempo, de qué clase sería el caso a resolver cuando se presentara.
Mark Crabbe lo siguió con gesto huraño. Miraba los muros grises con expresión distante. Le parecía un sueño encontrarse precisamente esa noche allí. Un mal sueño del que deseaba despertar lo antes posible. Se detuvieron finalmente ante una celda de puerta de barrotes desde el techo al suelo. El preso era visible en su interior, bajo una cruda luz vertical, que marcaba extrañamente las sombras y contrastes del hombre y su entorno, como en un duro film negro de los años cuarenta.
Están buscando mi cuerpo en las aguas del río. Puedo verles desde aquí, buceando y dragando ese cauce turbio y sucio que serpentea entre los árboles y los cultivos, en dirección a no sé dónde. Es el mismo río que he visto tantas veces desde aquella maldita ventana. Están seguros de encontrarme. Y me encontrarán, eso me consta.
Era un tipo duro, de eso no había duda. Casi me había volado la cabeza cuando entré. Ahora, pese a que le había roto la mandíbula a juzgar por el crujido de sus huesos al lograr conectarle un derechazo brutal en el mentón apenas sentí el roce candente de la bala en mis cabellos, volví a la carga sin muchas contemplaciones.
Wade soportó el epíteto. En el fondo compartía esa opinión conyugal, pero se abstenía de manifestarlo en voz alta. Dar la razón a Paula, hubiera sido lo último que hiciera en la vida. Irguió sus seis pies de estatura, enfundados en el «tweed» arrugado y fuera de moda, y estiró la mano hacia un gabán de color gris azulado, tan rugoso y descuidado como el traje. De haber vestido bien, Wade hubiera parecido un galán de cine, y él lo sabía.
Abdullah Hakim nunca había sido un fanático. Era un hombre, por el contrario, totalmente equilibrado, sensato y nada extremista. Cierto que trabajaba en pro del reconocimiento palestino por el Gobierno de Israel, porque ésa era no solamente su obligación como político árabe, sino también su propia y personal convicción como miembro de una raza que él consideraba sojuzgada y oprimida. Pero sus medios combativos jamás habían pasado de demandas ante las Naciones Unidas, requerimientos legales y procedimientos jurídicos ante Tel-Aviv, buscando una entente cordial en los territorios ocupados y una posible paz futura en la zona más conflictiva del mundo.
Una ambulancia misteriosa penetra en un área restringida. En una celda del corredor de la muerte un preso espera su fatal destino. El preso sólo puede evitar su fatal destino haciendo de donante al agente de la CIA que va en la ambulancia. La suplantación de identidad va más allá de lo que se le puede exigir incluso a un condenado a la pena máxima.
Si, era una bonita oficina para mi trabajo. Y un bonito letrero en el cristal. Imaginé que ni el gran Philip Marlowe, Sam Spade o Donald Lam y Bertha Cool habrían tenido más hermoso despacho que el mío, caso de haber existido realmente alguno de ellos, fuera de las páginas de un libro. Ahora, sólo faltaba un pequeño detalle para completar el cuadro: los clientes.
Llamadme Johnny. No, no es que pretenda plagiar a Melville y escribir otro Moby Dick. Líbreme Dios de semejante cosa. Ni siquiera me llamo Ismael. Supongo que tampoco el personaje de la epopeya ballenera se llamaría así, después de todo. Mi nombre es John D. Vincent. Pero prefiero que los amigos me llamen simplemente Johnny. Las chicas ya lo hacen. También me llaman cosas más dulces, como «encanto», «cielito» o «macho adorable», pero no las hago demasiado caso porque lo hacen en momentos en que no piensan demasiado en otra cosa que en su propio placer. Tengo una pequeña y sórdida oficina en un bulevar de Hollywood y me ocupo habitualmente de asuntos de poca monta, tales como perseguir maridos o esposas infieles, cobrar recibos atrasados con alguna que otra amenaza, y aportar informes personales a algunas financieras y entidades de crédito.
El hombre estaba nervioso. Encendió el cigarrillo temblándole la mano. Miró en torno suyo, inquieto, y se humedeció los labios con la punta de la lengua. Luego tomó el frasco petaca que llevaba en la raída chaqueta y se echó un trago largo, resoplando al terminar. Enroscó el tapón, guardando de nuevo el recipiente, y se contempló en el espejo desigual del lavabo. Se pasó una mano por el rostro macilento, de barba ligeramente crecida. Luego, contempló sus ropas desaseadas y sonrió forzadamente. Habló consigo mismo, contemplando su imagen en el espejo:
«Anoche salí de la tumba.»Había temido tanto por ese momento…»Cuando uno muere y es amortajado, cuando la tapa del féretro se cierra encima, y se escucha el golpe seco de las cerraduras ajustando el fúnebre arcón, se sabe que de allí ya no va a salir el cuerpo, sino convertido en huesos salpicados de jirones de tejidos podridos, o acaso hecho carne corrompida, maloliente, con vello desordenado y los gusanos pululando en las vacías cuencas donde antes hubo unos ojos llenos de vida. Eso es la Muerte. De ella, no se vuelve. Nadie ha vuelto, que yo sepa. Yo, sí. Yo volví de mi ataúd para vivir una segunda existencia que nadie hubiese creído. Yo regresé de las tinieblas del panteón, como terrible emisario de ultratumba. Yo, Jason Shelley.»
… Y escrito está… El nosferatu nunca muere… El vrolok siempre vive en la noche, si la sangre de los vivos devuelve la vida a su cuerpo en reposo… Y aquellos a quienes muerda el vrolok, pasan a ser también no-muertos y obedecen cuanto él dice, y viven también en la noche… Y solamente aquel que sepa dominar y controlar a los hombres-vampiro, o las mujeres-vampiro, que tanto importa el sexo de los muertos-sin-descanso, será capaz de llegar a convertirse en amo de la vida y de la muerte… Así, las hermanas Todten, de la familia Todten de Transilvania, todos cuyos miembros tuvieron fama de vrolok o vlkoslak, que de ambas maneras se llama a los vampiros o seres-lobos, como en otras regiones eslavas más al Este se las denomina vurdalaks, todas ellas fueron en su día ajusticiadas por la ley británica en Yorkshire, en las postrimerías del siglo XVIII, cuando el gran justicia Geoffrey Stower, probó ante la Corte que todas tres eran mujeres endemoniadas, poseídas por el poder de los vampiros a quienes ellas dominaban a su vez diabólicamente, gracias a sus artes nefastas… Y probó el investigador religioso de entonces, el muy honorable señor Ralph Dorian, que todas tres debían ser sepultadas sin signos de cristiandad en sus tumbas, por mucha que fuese su fortuna personal, aisladas y condenadas de toda cristiana clemencia, porque su reposo eterno, tras la debida tortura y ejecución, eterno debía de ser. En caso contrario, ellas tres, sedientas de odio, de venganza y de sangre, poseedoras del poder satánico del mal, capaces serían de conceder a otros hombres el poder de su maldad, para pasar a ser sus leales servidoras como mujeres no-muertas o vampiros, Y ese poder, sólo mediante la sangre de otros seres vivos, goteando fresca en sus bocas yertas, aun después de la muerte, dicen los escritos de los sabios que podría retornar a ellas, si alguien profanase sus tumbas malditas por los siglos de los siglos…
Aferró una sábana más, la tercera mesa a su derecha. Tiró violentamente, encarándose con otra macabra hilera de cuerpos ya cosidos por los precipitados cirujanos de la autopsia, descuidadamente, como si fuesen odres en vez de envolturas humanas…Una de esas figuras no era un cadáver devuelto por el Pabellón de Anatomía Forense. Por el contrario, vestía enteramente de negro, con ropas muy ceñidas. Yacía tendido entre dos helados cuerpos, sin importarle que el brazo de uno rozara su propio cuerpo, y una helada nariz casi se pegara a sus cabellos.Gritó roncamente el vigilante nocturno, alzando su pistola contra el intruso.Éste fue más rápido, apenas saltó sobre sí mismo, como movido por un juego de muelles, para mover su enguantada mano derecha y pegar un tajo bestial en pleno rostro del guardián, con un cuchillo largo y ancho como un machete.El alarido del infortunado conserje fue terrible, cuando su cara, virtualmente, se partió en dos, diagonalmente, allí donde el tremendo filo se hincara. La sangre saltó violenta, le cegó por completo, y salpicó de rojo las sábanas y los cuerpos céreos de los difuntos…
Esperó todavía un poco más. Ahora se sentía más tranquila. Más segura. Desde Whitechapel Church, llegaron dos campanadas. Las tres y media. Había transcurrido demasiado tiempo. Y no sucedía nada. Quizá se dejó impresionar tontamente, a causa de los nervios que provocó en ella su acceso de melancolía de aquella noche, y la siguiente disputa con el marinero.«No puede suceder nada se dijo a sí misma. Es una tontería…».Se armó de valor. Arrebujóse bien en su raída capa. Avanzó, decidida. Asomó a la calleja para comprobar que no había nadie alrededor.Un alarido terrible brotó de su garganta.Fue el último…
Alzo la cabeza, mis ojos se clavan en el espejo dorado, de cristales tamizados para el reflejo.Un nuevo ronquido horripilante brota de mis labios, que ya son fauces. Mis colmillos han crecido. Babean de forma repulsiva. Mi rostro es una masa aplastada, velluda, de ojos sanguinolentos, enrojecidos y crueles. De mi nariz, convertida en un hocico húmedo, que despide mucosa y aliento maloliente.Ya no soy yo… Ya no me controlo. Mi mente se nubla, se vuelve todo rojo, se deforma, se distorsiona, como en una maldita pesadilla abominable.Ahora, ya queda poco del caballero Bellamy, dentro de estas ropas elegantes y bien cortadas. Ahora ya no soy siquiera un hombre, un ser humano…Ahora, yo…, yo, Claude Bellamy, soy…, soy… ¡hombre y lobo!Acabo de dejar de ser hombre para convertirme en lobo…Por las rendijas del balcón cerrado, se filtra una luz plateada. Es de noche. Medianoche. Y las nubes se han abierto.Hay plenilunio.Emito un rugido bestial, inhumano. Y me lanzo rabiosamente sobre la puerta cerrada. Me lanzo para abatirla, para buscar a mis víctimas futuras, ávido de sangre…
Señoras y señores, al fin…Al fin hemos llegado a la…CÁMARA DE LOS HORRORESSu guía soy yo. Entren, entren, por favor. No se queden en la puerta. El frío que sienten en su nuca en estos momentos, no es el frío de una simple corriente de aire, sino… el helado aliento que surge de una tumba abierta…Pronto van a sentir también el fétido olor de la putrefacción humana.Y después… todo lo que está más allá de la vida, en las tinieblas de la Muerte y de lo Oculto, vendrá hacia ustedes…Cuidado. Pasen, pasen…No se preocupen de ese escalofrío que notan en la espalda, ni ese roce helado que toca su nuca ahora. Ni esa sensación de que les miran, les observan desde atrás, a espaldas suyas, en la oscuridad, debe de inquietarles…No, eso no es nada. Miren, miren ante sí… ¡y entonces sí sentirán horror!Pero es sólo diversión. Esparcimiento sano. Usted pagó ya su boleto. Entre, entre conmigo a nuestra única y maravillosa Cámara de los Horrores…¿Mi nombre? Ah, sí… Curtis Garland, querido amigo. Soy su guía. Sígame… sin temblar.
Y un simple cadáver, un cuerpo muerto durante milenios, se transformó en la hermosa Hatharit, la perversa sacerdotisa del Espíritu del Mal.En sus ojos llameó nuevamente una luz perdida en la noche infinita de los tiempos. Algo vital, ardiente y demoledor, saltó a las pupilas negras y malignas. Su mente dio una orden a alguien. Una orden que había esperado casi tres mil años.—¡Destruye! ¡Destruye, Ekhotep! ¡Mata! ¡Acaba con los humanos que causaron tu infortunio y el mío! ¡Es una orden! ¡La orden de Hatharit, hija y sacerdotisa de Apophi, Espíritu del Mal…!Súbitamente, entre los vendajes manchados de brea aromática, algo cobró vida, algo se movió y palpitó al influjo maléfico de la hembra rabiosa, vuelta desde las sombras de la Muerte.Y hacia el cuello de sir Ronald Gilling, se movieron, sigilosas, inadvertidas, dos manos crispadas, de las que pendían pingajos e hilachas de vendajes remotos…Un alarido repentino, largo y aterrador, brotó de la tumba oscura y polvorienta.Un grito de muerte, escapado de una desgarrada garganta humana, corrió en la noche silenciosa del Valle de los Reyes, bajo las estrellas inmutables que, acaso, milenios antes, asistieran al principio de aquella tragedia.
Empujó la puerta. Empezó a ceder, con crujidos siniestros, como los produciría la tapa de un féretro al ser abierto. En el fondo, era tan parecido… Algo muerto reposó allí durante años. Ahora, de repente, cobraba una inesperada, terrible trascendencia.Abrió un poco más. Lo suficiente para dejar paso. Observó que había tuberías de gas que alcanzaban el cobertizo, desde la tapia de ladrillos. Sacó fósforos de su bata, prendió uno…La débil llama le reveló oscuras formas, polvo, telarañas, armarios viejos, mesas y asientos arrinconados… Animosa, penetró en el recinto. Cerró tras de sí, cuidadosamente. Tanteó, ayudándose con otro fósforo. Había mecheros en la pared desconchada y húmeda. Probó uno. Tardó en prender, con débil llama amarillenta. Pero prendió.Y entonces descubrió el laboratorio.Estaba al fondo. Más allá de una vidriera que cubría medio panel.Era un viejo y simple laboratorio: una larga mesa, un armario, una vitrina… Viejos tubos de ensayo, retortas y alambiques, unos frascos… Todo cubierto de polvo. Un hornillo de petróleo, en un extremo, aún sostenía un recipiente de oxidado aluminio.Ivy, fascinada, avanzó por entre el polvo y las telarañas, hasta el que fuera sin duda el laboratorio personal del doctor Jekyll.Del doctor Jekyll y de míster Hyde.
Hastings ignoraba en ese momento que Ana Penrose yacía sin vida en el Cementerio Municipal de Gatescastle, bajo una lápida conmemorativa de la trágica efemérides local.Ignoraba que la blanca nieve que caía en el norte de Inglaterra aquellos días, como un blanco sudario frío, estaba cubriendo los restos mortales de la mujer amada.Quizá por eso, por ignorarlo totalmente, Richard Hastings, el joven abogado, emprendió su viaje a Sunderland al día siguiente, en el ferrocarril lento y fatigoso que ascendía por Gran Bretaña, en dirección a las frías regiones del Norte.También ignoraba, al mismo tiempo, que emprendía una auténtica travesía hacia el horror. Hacia un horror indescriptible y delirante, que comenzaría la noche inmediata, mientras él cruzaba con el ferrocarril humeante e incómodo, la amplia campiña inglesa.Un horror que comenzó súbitamente en el cementerio de Gatescastle, con la presencia de algo monstruoso e increíble, mil veces peor que la misma muerte que reinaba allí, silente y majestuosa, entre tumbas y lápidas festoneadas de nieve…Un horror que se presentó, estremecedor, en una de las fosas. En un cadáver…Justamente en el cadáver de la hermosa, etérea, melancólica y enfermiza Ana Penrose, recién sepultada bajo aquella fría tierra helada…
Era la Muerte misma.La más increíble y atroz apariencia de la Muerte. Su descarnada, purulenta presencia.Bajo el arrancado manto púrpura, estaba el horror mismo que una mente enloquecida podía imaginar. Encerrado en una urna de tapa de cristal.Un féretro macizo, con su superficie transparente, dejando ver en su interior aquella figura dantesca, propia de la más insólita pesadilla.El vestido verde, de brillante raso, empezaba a ensuciarse con la purulenta, nauseabunda baba de una putrefacción avanzada ya. Las manos eran regueros de gusanos, removiéndose en un caldo lívido que chorreaba de los dedos, puro hueso y carne putrefacta.En cuanto al rostro del cadáver allí guardado…El rostro era abominable, delirante.Sólo el dorado, largo cabello rubio, sedoso, que vieran antes en el retrato, se mantenía prácticamente intacto. Lo demás, era pulpa viscosa, carne putrefacta, adherida a jirones a la calavera de la mujer. La boca era un espumoso hervidero de gusanos, sobre los descarnados dientes iguales, nítidos como piezas de marfil. No había ya nariz. Y los ojos eran sólo dos cuencas vacías, oscuras, rezumando una viscosidad verdosa, entre la que se movían las criaturas repugnantes de la corrupción, como larvas de hediondez.
¡Dios mío, no!Eso no... No es posible. No puede ocurrir...Ese cuerpo, ese cadáver, ese hombre muerto y ensangrentado que YO estoy contemplando desde aquí... no puede ser MI PROPIO CADÁVER.¡No puedo ser yo mismo!Y, sin embargo...Sí. Sin embargo, esas ropas, ese cabello, esa cicatriz, esa pulsera, ese rostro, esas manos... Son de Douglas Dern.Y Douglas Dern... soy yo.Yo, que estoy contemplando ahora... LA PIEL DE MI CADÁVER.
Nunca tuve que venir aquí. Pero pienso que de eso no tuve culpa alguna. El destino jugó conmigo despiadadamente. Sólo así puede explicarse que, tras mi viaje interminable a Bucarest, decidiera cruzar la frontera rumano-húngara, para cruzar por esta región, y detenerme aquí a causa del retraso de los ferrocarriles y carruajes tras las últimas y fuertes nevadas.Aquí, en Transilvania…Y en Transilvania me ha tenido que suceder. A mí, Gordon Rose…¡Dios mío, aún ahora lo pienso, en esta mañana nublada pero de radiante luz reflejada en las nieves que nos rodean, y me parece imposible que ello haya ocurrido!Pero no hay ninguna duda. No fue un sueño. Las manchas de sangre, sobre el embozo de la cama y la almohada, las dos profundas e hinchadas huellas en mi hombro…No. No hay duda. La mordedura existe. Y yo sé lo que eso significa.Yo sé que ya no existe remedio para mí, después de que el monstruo penetró en mi alcoba y clavó en mi carne sus colmillos anoche, después de sonar las campanadas de la medianoche en la iglesia del pequeño pueblo vecino…Yo sé que ahora, mi destino sólo puede ser ya uno.Yo sé que voy a ser un vampiro.
«Su espíritu y su maldad son inmortales. Pactó con Satán. El diablo le hizo eterno, porque él simbolizaba el Mal. Él cambió a todos los caballeros monjes de la Abadía. Él convirtió una Orden religiosa y noble, caballeresca y digna, en un anatema constante, en un desafío contra Dios. Cuando aquí se habla de “alguien” que quema las maderas y deja huellas infernales de su paso… no hablan del demonio hecho hombre, sino del hombre hecho demonio. Hablan de él. De Brude Gösta o Mönch Gösta, como quiera llamarle.»El Monje Gösta… enemigo mortal del primero de los barones de Korsten, el joven Hans… también utilizaba el hacha para sus ejecuciones. De ahí su nombre de Monje Sangriento… hasta que el joven Hans Korsten, con su propia arma, terminó aparentemente con él. Un día, cuando toda la familia Korsten había sido exterminada ferozmente por el Caballero y Monje entregado a Satanás, alegando que esposa e hijas eran hechiceras al servicio del diablo, y siendo ejecutadas por el propio Gösta en su patíbulo de la abadía… Hans Korsten sorprendió al Monje, lo derribó… y seccionó en el acto su cabeza, de un golpe de hacha certero. En ese momento, estalló una horrible tormenta, los demás caballeros de la Orden, entregados al diablo, persiguieron a Hans Korsten, y él terminó en el fondo del abismo donde ahora, el puente roto, no será jamás reconstruido, porque dicen que es el camino más directo para que el alma condenada del Monje maldito, cruce la distancia que le separa del castillo, y siga vengándose de todos los descendientes de la familia Korsten…».
—Doctor Heinrich, aquí tiene los datos clínicos de ese hombre. Ha soportado sin comer ni beber mes y medio, en Buchenwald. Ha sufrido hasta cuarenta grados bajo cero, descargas eléctricas capaces de electrocutar a cualquiera, sin ropas ni calzado, y sobre un suelo conductor de energía eléctrica. Ha sufrido la amputación de cuatro dedos de su mano izquierda y de un ojo, todo ello a lo vivo. Finalmente, ha sido abrasado su cuero cabelludo e incendiado su cabello con una plancha eléctrica al rojo vivo. Y ha sido devorado su rostro por el vitriolo. Sólo entonces se le detuvo el corazón. ¿Qué me dice a eso?El doctor Karl Heinrich miró con asombro al muerto.—Que es un superhombre… o un monstruo.—Haga de él lo que sea. Pero si su naturaleza responde, habremos dado el primer paso, y el Führer tendrá noticias agradables, de sus científicos, en la lucha por la inmortalidad. ¡Vamos, doctor, obre deprisa, o ese cadáver se descompondrá, pese a las precauciones que he tomado para trasladarlo hasta aquí!—Sí, coronel —suspiró el médico, con una expresión fría y calculadora en sus ojos—. Vamos a poner manos a la obra… y veremos lo que resulta de esto. Pero jamás un ser vivo podría ser tan monstruoso como ese pobre desgraciado, si logro devolverle la existencia, una vez muerto… y regresa de ultratumba, coronel Berger.
Di unos pasos vacilantes hacia el otro féretro. No quería pensarlo, pero algo me decía que iba a encontrarme con otra espantosa sorpresa. Después de aquélla, ¿qué otra podía haber más fuerte? La sola idea de que fuesen dos los difuntos y que el primero fuese el que yo había visto cara a cara con toda nitidez, me hacía pensar algo delirante, inverosímil, aterrador…Porque acababa de contemplar, en el primer ataúd…, el cadáver de Margie Court, mi extraña compañera de aquella noche de peripecias inquietantes en un lugar llamado Landsbury.Era ella. Ella misma. Idéntica. Como una hermana gemela, pero terriblemente pálida, sobre el fondo de raso púrpura, manchado de rojo bajo su nuca. Rojo de sangre…El segundo féretro sólo podía contener…Grité con voz ahogada, retrocedí, lleno de espanto e incredulidad.—¡Nooo! —aullé—. ¡Ése… es MI CADÁVER!—Sí, señor Clemens —dijo calmosamente el desconocido de negros ropajes, erguido ante el altar de la desierta iglesia—. Ése es su cadáver… Aquí, en Landsbury…, TODOS ESTAMOS MUERTOS…
¿Es el monstruo quien siempre produce el terror?Tal vez sí, por una serie de factores temporales que sería inoportuno mencionar, pero… ¿qué sucede cuando el monstruo puede ser la víctima… y el Hombre, el verdadero motivo de error para todos nosotros?Eso puede suceder a cualquiera. A vosotros mismos, lectores, sin ir más lejos. Para ello, haced algo sencillo. Por ejemplo… INVITAD UN MONSTRUO A CENAR.
Se acercó, alargó el brazo aprensivamente. La llama amarillenta iluminó aquello.Un largo, indescriptible, espantoso grito de terror, brotó de los labios de Sabrina Cole. Sus ojos desorbitados contemplaron solamente un segundo la escena horrible. De su mano escapó el candelabro, que se estrelló en el húmedo suelo, rompiendo la vela y apagando su delgada mecha con un chisporroteo.El grito de pavor continuaba en la oscuridad. Sabrina parecía ver todavía ante ella, a pesar de no haber luces ya, la enloquecedora escena.Aquella cabeza de mujer, pelirroja, joven y hermosa un día… Aquella cabeza horriblemente hinchada y deforme, colgada de un enorme clavo en el muro… Decapitada, mostrando roja sangre, ya coagulada, seca, en su cuello hendido.Y debajo en tierra, como un pelele roto, el cuerpo de ella, sin nada sobre los hombros, salvo un sangriento muñón aterrador, junto a un hacha de enorme hoja y curvo filo, totalmente bañada en rojo, sobre un charco de igual color…
—Este pueblo, señor Fisher, fue ya morada de Satán, una vez.Me volví. Era Hertha Lehman quien había hablado, con tono singularmente profundo y preocupado. La miré. Era una mujer sobria, inteligente y, tal vez, bastante culta. En su casa había libros, un piano. Sacudí la cabeza.—¿Eso lo dice alguna leyenda? —Sonreí.—Eso lo dice la historia misma de Scholberg —me rectificó ella con frialdad—. Allá en el año 1790, cuando pertenecía al Imperio Austríaco, el diablo eligió Scholberg para morar. Y aquí se llevaron a cabo espeluznantes orgías, sangrientos aquelarres y misas negras de terrible significado. Sólo que, entonces, el diablo adoptó un nombre para morar entre los humanos. Un nombre de ser viviente y mortal: el barón Jonathan von Jorg. El aquelarre dantesco continuaba. Hombres, mujeres y niños, no eran sino espectros auténticos, macilentos, demacrados, ojerosos, con pupilas dilatadas, bailoteando en la nieve, ateridos de frío, amoratados sus labios…Algo espantoso estaba sucediendo entonces, uniéndose al alucinante caos total.¡Cadáveres a medio descomponer, cuerpos purulentos y hediondos, bailoteando entre la gente! ¡Esqueletos vivientes, cubiertos por jirones de carne podrida, grisácea, y por cabellos desmesuradamente crecidos, se movían en macabra danza por la calle principal!
Barney Gregson siguió, con el chorro de luz, el movimiento de aquella figura silenciosa. De sus invisibles labios, tras la melena larga, desordenada y lacia, brotó de nuevo aquel escalofriante sonido como un gorgoteo o un estertor, el que podía producir alguien en los límites mismos de la agonía. Luego… el horror se mostró en toda su desnudez ante los ojos súbitamente desorbitados del infeliz Gregson.El alarido que escapó de los labios de éste, se mezcló con una larga, demoníaca, aterradora carcajada, brotando de unos labios totalmente deshumanizados, tras aquella melena que, al apartarse, reveló la carátula espantosa, inenarrable, que Gregson jamás hubiera imaginado ver. Luego, el manto o capa se abrió, desplegándose como las anchas y negras alas de un gigantesco murciélago o un vampiro colosal y terrible.De debajo de los oscuros pliegues, emergieron unas garras que nada tenían de humanas, pese a que la figura lo fuese, e incluso por sus largos faldones hasta los desnudos pies, pareciese una mujer… Garras descarnadas, purulentas, sangrantes y horribles, de piel arrugada e informes dedos curvados. De largas uñas engarfiadas, de epidermis cubierta de llagas, como si una infernal lepra invadiese aquel cuerpo de pesadilla, erguido ante él.
El diluvio se hizo torrencial, y la magnitud de la tormenta cobró caracteres casi apocalípticos, en especial para quienes no estuvieran demasiado habituados a residir en aquella parte del país.Lógicamente, muchas personas fueron sorprendidas fuera de casas, en el cumplimiento de sus labores profesionales, en desplazamientos o viajes, movidos por diversas circunstancias, favorables o no, e incluso por simple placer de excursionista.Todos ellos sufrieron las molestas consecuencias de un temporal semejante. Pero eso, sucede muchas veces, y en cualquier lugar del mundo.Lo que no siempre sucede, es que un grupo de personas que jamás se vieron entre sí, coincidan en un mismo refugio, intentando huir de la furia del temporal. Y lo que, por fortuna, sucede menos aún, es que esas personas, agrupadas por una simple y trivial jugarreta del destino, se encuentren con un refugio particularmente incómodo y extraño, como había de suceder aquel fin de semana, en plena furia de los elementos desatados, en las proximidades de Durham, junto a la carretera de Newcastle.Así que, a fin de cuentas, huyendo de los rigores de la tormenta que sacudía la región norte de Inglaterra… ¿quién iba a hacer ascos a un edificio cuya puerta abierta les ofrecía refugio contra todo ello?¿Quién vacilaría en cruzar aquella puerta de hierro, oscilante e invitadora, para sentirse confortablemente acogido, bajo un techo, entre unos muros, aguardando a que pasara la furia de la tormenta?Ciertamente, nadie rechazó la invitación casual.Ni siquiera cuando, antes de cruzar el umbral del singular edificio, levantado entre los rígidos árboles, supieron que se trataba de aquella clase de edificio. Era un panteón funerario.
El tipo, canoso y vestido modestamente, siguió inmóvil, con la cabeza caída sobre su pecho. Se apoyaba con ambos brazos, casi amorosamente, el doblado abrigo sobre su pecho.Malhumorado, el acomodador se decidió a zarandearle con más fuerzas, al tiempo que mascullaba ásperamente:—¡Vamos, vamos ya! Es tarde, despierte de una vez…El abrigo cayó de sus manos. Los brazos cayeron a ambos lados, dejando al descubierto el pecho. El cuerpo del hombre osciló, antes de caer hacia adelante.El alarido de horror del acomodador, no tuvo nada que envidiar al que Dolly Doll profería desde la pantalla. Los cabellos del hombre se erizaron, cuando advirtió las dos cosas: el enorme manchón de sangre que empapaba violentamente la camisa y la chaqueta del espectador, sobre su pecho, hasta cubrir incluso sus pantalones… Y el enorme, afilado cuchillo carnicero, que emergía del plexo solar del mismo, tras haber sido incrustado en el cuerpo del hombre, atravesándolo, no sin antes atravesar el respaldo de la silla, desde detrás de ésta.Al caer el cadáver ensangrentado al suelo, se quedó en la butaca, afilado y bañado en rojo intenso, aquel tremendo cuchillo puntiagudo, que sirviera hasta entonces para mantener clavado a su butaca al último espectador del Griffith Cinema…
«… Creo que lo hemos encontrado. Hago un alto para escribir estas líneas apresuradas y tensas. Estoy nervioso, impaciente. Tiemblo de excitación, como ocurre siempre que uno está al borde de un hallazgo trascendente.»Lo hallé. Aquí, en esta tumba donde nos hemos quedado la señorita Reed, el señor Payton y yo… En la tumba del esposo de la condesa Drácula… Era tal como imaginé. Un compartimento oculto, tras la losa de ese muro. Una cripta secreta, dentro de otra cripta. Y, si no estoy radicalmente equivocado, dentro de esa segunda cripta escondida… sé a quién voy a encontrar… También sé lo que debo hacer. Mis compañeros serán testigos de ello. El mundo, espero, descansará tranquilo en los próximos siglos, después de que yo consiga mi propósito…».
Los ojos del médico forense se clavaron en un punto determinado del cuello, y los dedos trataron de aplanar allí un poco la inflamada epidermis violácea, como en busca de algo. El gesto del médico era de sorpresa y desorientación.—¿Ve usted lo que yo veo, sargento? —indagó, pidiendo la ayuda del hombretón fornido, de uniforme azul.Éste se aproximó más, estudiando algo que asomaba ahora en la piel del difunto. Sacudió la cabeza, perplejo.—Si —convino—. Veo dos señales, dos protuberancias que parecen haberse formado en torno a dos orificios oscuros, rellenos de gotas de sangre negruzca. Como… como si le hubiera mordido… un vampiro, doctor.Y la idea supersticiosa le estremeció inevitablemente.El médico tuvo una rara sonrisa de ironía al asentir, despacio, replicando:—Cierto, sargento. Parece la mordedura de un vampiro… o de un reptil. Un gigantesco reptil, diría yo… altamente venenoso. En suma: algo que no existe en Londres ni virtualmente, en ninguna parte del mundo.
Hailey ha muerto ya. Soy la sombra vengadora. Una vez, la muerte surgió del agua, Stella. De nuevo la Muerte viene con el agua. Es el Terror. El Terror Acuático que va hacia ti. También tu hermoso cuerpo se verá convertido en simples huesos descarnados. Muy pronto. Te retorcerás en el agua mientras eres devorada por el propio monstruo que tú ayudaste a crear. ¡Estás sentenciada sin remedio, Stella! Recuerda una noche de agosto. Recuérdala mientras vivas, que será ya tan poco.
—¿Qué vio, señorita? ¿Qué puede ser peor que un nuevo cadáver bañado en sangre?—Era..., era la calavera...—¡La calavera!—Les juro que era cierto. No me creerán, pero..., ¡pero vi un cráneo humano, moviéndose por el suelo, como si estuviese vivo..., alejándose de la mujer muerta! ¡Luego vino hacia acá, como persiguiéndome a mí! ¡Era un cráneo, una cabeza descarnada y horrible, dotada de movimiento, de vida! ¡Les juro que era eso!—Absurdo, por Dios —rechazó él, pálido, pero con gesto incrédulo—. Sin duda, su imaginación le jugó una mala pasada... No pudo ver un disparate así... ¡Es imposible!—¡No lo es! —clamó ella, exasperada—. ¡Lo vi tan claramente como ahora les veo a ustedes dos! Es más, cuando oí la rotura de vidrios abajo, y sentí sus pisadas, su modo de aproximarse hasta aquí... estaba segura de que no era un ser humano moviéndose por mi casa..., sino la propia calavera andante...
Era como un profundo, sibilante jadeo, el sonido de una voz inhumana o acaso de una bestia desconocida.Un arrastrar siniestro llegó del fondo del oscuro sótano. Todo el sótano olía a humedad, a abandono. Y a algo más.Algo que, de momento, no logró identificar, pero que le causó profundas náuseas. Luego, comprendió que era el hedor de la propia Muerte, el fuerte olor nauseabundo a carne putrefacta, a corrupción, a hediondez...Descubrió primero a ella, encogida, petrificada, con ojos dilatados de horror, allá en un rincón del sótano, tras unos quinqués hechos añicos y de una lata de queroseno volcada. El color de su rostro, de sus manos temblorosas era níveo.Tenía motivos para sentir terror, para mostrar aquel rostro despavorido, aquella mirada extraviada, fija en el horror viviente que se movía hacia ella...Si es que «aquello» era, en realidad, un ser viviente y no un cadáver ambulante, un cuerpo corrompido, surgido de la tumba, regresando de la Muerte...
—La Bestia… Dios mío, no puede ser posible… ¡No puede ser!Pero instintivamente sus ojos se dirigieron a un punto de su gabinete donde un reflejo del sol nublado, filtrándose entre los cortinajes, hacía brillar extrañamente unos ojos de vidrio de color rojizo. Unos ojos que, sin embargo, nada reflejaban, porque eran sólo cuentas de vidrio en una figurilla situada encima de una repisa.Una figurilla de extraña, atroz fealdad. En cuya peana o soporte de madera se leía sobre una pequeña placa de plata el nombre grabado:«LA BESTIA DE LOS BOSQUES DEL NORTE DE CALIFORNIA»Richard Graves, repentinamente, parecía sentir miedo de algo. Sus ojos no se apartaban de las dos cuentas de rojo vidrio que eran los ojos de aquella abominable figura…
Fue una extraña invitación. Al principio, era imposible imaginar su verdadera naturaleza. En realidad, hubiera sido imposible aun después, llegar a suponer lo que se ocultaba tras ella. Era algo rara, eso sí. Pero por el momento, nada más.Cuando recibí el tarjetón dentro de su sobre lacrado, pensé en cualquier otra cosa menos en lo que realmente era. Un amigo mío iba a casarse pronto, y no había concretado aún la fecha. Imaginé que sería el anuncio de su boda. O algo parecido.Abrí el sobre con la indiferencia habitual en la tarea, ya que uno es un periodista que igual escribe de sucesos que de política o ecos de sociedad, además de emprender largos viajes en busca de la noticia, como corresponsal. Por regla general, era invitado tantas veces, que la mayor parte de esas invitaciones quedaban olvidadas por completo, o asistía un interino en mi lugar.Mi primera sorpresa fue cuando empecé a leer el tarjetón impreso.Su texto era sorprendente..
—Sí, señor —asintió Carpenter, ausentándose, tras dirigir una mirada inquieta al gran bloque de hielo, que Bjorn y el comandante conducían, ahora, hacia el mayor edificio del campamento, el destinado a conservar los alimentos y medicinas de la expedición.—Es curioso... —oyó Carpenter comentar a alguien, mientras se encaminaba al edificio de las cocinas, en busca del inglés Miller y el americano McKern—. ¿Habéis visto a ese tipo sepultado en el hielo? Yo me decía, apenas le vi, que me recordaba a alguien, pero no sabía a quién... Ahora me he acordado, y no deja de ser gracioso, muchachos. ¿Sabéis a quién me recuerda el desdichado? Nada menos que a Drácula...Carpenter no pudo reprimir un repentino escalofrío, aunque no dejó de caminar hacia las cocinas, situadas al otro extremo del campamento...
«Los primeros sucesos extraños comenzaron a hacer su aparición a bordo el tercer día de travesía.Llegó el primero de los incidentes que iban a marcar la escalada hacia el terror y la muerte, a bordo del bergantín goleta que navegaba majestuosamente, ondeando la enseña británica en su popa.El grito les sobrecogió a todos, quizá porque no lo esperaban. Pero quizá, también, por su agudo tono estremecedor, que hablaba de angustia, de pánico acaso.Era un grito de mujer, que conmocionó toda la nave. Y procedía de algún punto en la cubierta».
—George, ¿por qué hiciste vaciar la sepultura de tu primo Duncan? —preguntó de repente—. ¿Te lo ordenó su hijo, acaso?Algo ocurrió en George. Se irguió, asustado. Sus ojos se desorbitaron. Comenzó a temblar. Miraba en torno, como si el visitante no le importara. Otra vez aquel vago terror a lo desconocido, mencionado por el psiquiatra, asomaba a su rostro.—No, no... —jadeó—. No puedo hablar..., ¡No debo hablar! Nadie debe encontrar jamás al hijo de Duncan… Lo sé, Duncan, ¡lo juro! ¡No, no te acerques a mí! ¡No me pinches con alfileres! ¡No me toques, no me tortures más! ¡Duncan, por el amor de Dios! ¡Perdón, perdón! ¡Juro que me arrepiento! ¡Me arrepiento de haber reclamado tu cuerpo para quedarme con tus cosas! ¡No, Duncan, no! Déjame solo... ¡No oprimas mi cuello, no me asfixies, por el amor de Dios...!
Esta nochevolveré a salir a la calle. Volveré a buscarla. Sólo me detendré en algunataberna, mientras tenga algún franco para gastar en bebida. Y a seguirbuscando. Hasta el fin. Hasta mi propio fin. Pero vale lapena. Sí, vale la pena... Si todo volvieraa suceder. Si se volviese a repetir aquella noche o aquellas mil nochesperdidas en el tiempo... Cuando yosalía de aquella taberna de..., de no sé qué calle ni qué barrio de París,rodeado de unas chicas que reían, colgadas de mis brazos, esperando el fin dela alegre velada con el generoso, joven y atractivo inglés recién llegado aParís... Entoncescomenzó todo. La pesadilla, el horror... Y también el rayo de luz que iluminómi vida, por contraste, en medio de las más terroríficas tinieblas imaginables. Fue entonces.Aquella noche que no sé cuándo fue. Pero que ya no he podido olvidar jamás...
A fin de cuentas... ¿quién puede olvidar que está conviviendo entre unas personas respetables... y, sin embargo, una de ellas... es un asesino?Yo lo sabía. Lo sabían otros. Esa noche se había desvelado una parte del siniestro misterio, y todos estábamos enterados de que en nuestro reducido grupo de buenos amigos, uno era un criminal despiadado.¿Quién?No lo sabíamos. No podíamos saberlo. El único informe existente hablaba de... de un maníaco, de un loco peligroso. Más aún: de un psicópata que había resuelto ensangrentar aquellos días de vacaciones en el castillo. Un monstruo humano, capaz de atacar cuando menos lo esperásemos todos. Además, desconocíamos sus razones para ese ataque... si es que realmente las tenía.Y, por otro lado... ¿quién, de entre nosotros, podía ser ese maníaco asesino?
La mitología griega habla de un monstruo femenino, llamado Gorgona. Hesíodo, en cambio, habla de tres Gorgonas. La más conocida de ellas era Medusa. Cada una de las Gorgonas tenía el extraño y terrible poder de convertir en piedra todo lo que mirase, aunque fuese un ser vivo.Su fealdad era horrible, sus cabellos estaban formados por haces de venenosas serpientes, y sus ojos resultaban aterradores. Según esa misma leyenda, Perseo mató a la Gorgona, cortándole su terrorífica cabeza.Pero hay quien asegura que la Gorgona ha existido después, por alguna misteriosa razón.
Se interrumpió. Había asomado a un gabinete también iluminado por el gas. Viejos muebles, óleos en los muros, con la firma de John Bryans, cortinajes raídos, postigos encajados en las ventanas.Y una mujer allá al fondo, en el sofá color verde oscuro. Sentada. Petrificada, con los ojos desorbitados, fijos en su visitante. Con una lividez mortal en su rostro, con un rigidez delatora en sus facciones, en sus manos agarrotadas, en sus piernas. Una mujer de más de cincuenta años, con cabellos canosos mal peinados, con rostro afilado. Un rostro desfigurado horriblemente por algún miedo indescriptible. Mirada vidriosa, fija en ningún sitio. Y arañazos. Crueles, profundos arañazos sanguinolentos, cruzando sus pómulos y labios, su cuello y manos.Estaba muerta. El simple color cera de su piel, su rigidez toda, así lo pregonaban. Al morir, algo la aterrorizó de forma increíble.
Luego, unos recipientes de plata, fueron depósito de palpitantes, rojos, estremecidos órganos humanos, que cuidadosamente, el bisturí iba cortando, seccionando sutilmente, sin un desgarro ni un error, con la fría eficiencia de los profesionales de la Medicina.Corazones humanos, hígados, riñones, órganos genitales femeninos. Todo un perfecto, frío, concienzudo vaciado de vísceras y órganos de aquellos flacos, largos, estirados cuerpos exangües, cuyo color era ahora céreo, amarillento, y su acartonamiento más acentuado, a medida que el rigor de la muerte iba manifestándose en sus infortunados y tristes residuos humanos.
No sé cómo empezar. Lo cierto es que tampoco sécómo terminaré. Entre otras cosas, porque desconozco el final. Pero, de todosmodos, sea cual sea, ha de ser terrible. Para mí, y para todos. Tengo miedo. Mucho miedo.Algo, incluso, que es más que miedo. El pánico me invade, me hiela la sangreen las venas. Y hay motivo para ello. Aunque, a estas alturas, casi he dejadoya de sentir miedo, por llegar a considerar habitual lo insólito y loespantoso. Aquí, uno llega incluso aolvidar la vida anterior; todo aquello que está fuera de aquí, en algún lugarcercano, cercano, muy cercano, y, a la vez, terriblemente lejano para mí; unlugar que la gente llamamos mundo. Y que yo añadiría que conocemos como mundonormal. No, esto no es normal. Nopuede serlo. En realidad, lo que está ocurriendo aquí, no puede ocurrir. Peroestá ocurriendo. Eso es indiscutible. Está sucediendo así desde el principio.Pudo parecer simple imaginación, en sus inicios. Pudo, incluso, dar laimpresión de que uno estaba loco. De que todos estábamos locos. Todos.
El Morgue Hall era un teatro distinto. Muy distinto a todos los demás de Londres.El programa que por entonces se representaba, ya era todo un poema. La cartelera no podía resultar más expresiva:LA NOCHE DE LA DAMA ASESINA.
El doctor Baxter, perplejo, siguió al sacerdote al interior del cementerio. Caminaron por el suelo enfangado, entre viejas lápidas y cruces ladeadas. Llegaron finalmente al lugar donde la tarde anterior fuera enterrado Oliver Atwill.Atónito, el médico de Scunthorpe, contempló el montículo de tierra bajo el cual había sido depositado el féretro del pequeño Oliver.Ahora la tumba aparecía abierta, la tierra a un lado. No había el menor rastro del sepultado, dentro del abierto féretro blanco. De la tapa de éste había sido rabiosamente arrancada, con astillas de madera, la cruz de metal que lo adornaba. Igualmente, alguien había roto brutalmente la cruz de mármol que señalaba la sepultura, escribiendo luego sobre los fragmentos de la misma obscenas palabras con una tinta rojo oscura que se parecía extraordinariamente a la sangre.
Cuando uno muere y es amortajado, cuando la tapa del féretro se cierra encima, y se escucha el golpe seco de las cerraduras ajustando el fúnebre arcón, se sabe que de allí ya no va a salir el cuerpo, sino convertido en huesos salpicados de jirones de tejidos podridos, o acaso hecho carne corrompida, maloliente, con vello desordenado y los gusanos pululando en las vacías cuencas donde antes hubo unos ojos llenos de vida.Eso es la Muerte. De ella, no se vuelve. Nadie ha vuelto, que yo sepa.Yo, sí.
El grito de angustia y pavor, se convirtió en ronco estertor de muerte, mientras el aleteo siniestro continuaba sobre el cuerpo de la hermosa actriz, y éste se debatía como en espasmos violentos, forcejeando en vano por huir a su trágico destino en la noche neblinosa de Londres.El último acto de su vida tocaba a su fin. Cayó el telón muy pronto. Y esta vez no hubo aplausos. Solamente un reguero de roja sangre corrió entre los adoquines charolados por la humedad del río, mezclándose con el rojo hermoso de las rosas dispersas.El único golpeteo audible en el escenario de la tragedia, fue el aleteo sordo, espectral de aquella forma diabólica, que volvió a remontarse en vuelo elevándose por encima de los edificios de ladrillos del callejón, por encima de buhardillas, tejados y chimeneas de la ciudad, alejándose hacia la torre del Parlamento, hacia las aguas oscuras del Támesis, a lo largo de cuyo curso, terminó por fundirse con la espesa bruma y con las tinieblas de la noche, rumbo a alguna parte.
Es extraño, singular, el momento en que uno pasa de la vida a la muerte. Quisiera hablar ahora de ello, expresar lo que se siente y lo que deja de sentirse. Pero empiezo a dudar, me pregunto si, realmente, no se equivocaron todos, desde mis parientes hasta mi médico y el propio padre O'Riordan, y yo, yo no estaba muerto.
Supo que todo era inútil. Sintió la fría hoja de acero contra su cuello. Luego, la presión de esa hoja aumentó.Había oscurecido ya totalmente. Los pájaros ocultos en la espesura se agitaron, inquietos, levantando el vuelo en plena lluvia, cuando un grito inhumano, desgarrador, el grito de una mujer en la agonía rasgó la oscuridad, allá junto a la desierta carretera.
Fue el principio de todo. Pero nadie pudo imaginario.Ni siquiera la víctima. A fin de cuentas, ella nosupo lo que sucedía, hasta que fue demasiado tarde para evitarlo. Una afiladísima hoja deacero penetró en las carnes opulentas de la mujer, como si cortaran mantequillasuavemente. El grito de ella se hizo angustioso, cuando notó el tajo hasta elfondo de sus entrañas, y luego el cuchillo subió, rápido, como si abriesen unares en canal. La sangre escapó de la tremendaherida, disparándose en ramalazos escarlata, que golpearon las piedras sucias yhúmedas de las paredes, en chorreones brillantes, para luego derramarserápidamente hacia el suelo, a gruesos goterones que dejaban estrías rojas enlos muros.
Un sordo gruñido pugnó por escapar de sus cerrados labios cuando descubrió, en las manos enguantadas del siniestro payaso, un instrumento de su leñera, que destelló al reflejo de la luz encendida sobre el mostrador.Un hacha de cortar leña.El grito nunca pudo salir de sus labios.Porque el filo de la recia hoja de acero de aquel hacha, alcanzó violentamente su cuello, casi segándolo por completo.
Se volvió la niña. Habíaempezado a llover. El cielo, sobre su cabeza, era de un color plomizo, como loera siempre en aquella región, día tras día, durante todo el largo y tedioso invierno. Se encontró sola. Total,absolutamente sola. La granja quedaba a alguna distancia. A demasiada distanciapara pensar en correr hacia ella con un mínimo de posibilidades de éxito. Miró al otro lado. Allí, losacantilados asomaban al mar, cuyo oleaje se oía romper violentamente contra lasrocas. La altura sobre las aguas grises y violentas, era demasiado grande parapensar en ello. La niña empezó asentir miedo. Pánico, en realidad. Sus gritos se hicieron más agudos.
La figura se irguió, se precipitó hacia ella.Un largo grito de terror brotó de sus labios. Era un grito en el que se condensaban su angustia, su pánico, su desesperación más profunda.Luego, la amplia sombra de una figura humana, de un hombre envuelto en algo flotante, quizá un capote o un macferlán, se abatió sobre ella, como un gigantesco y siniestro murciélago.Un destello de luz, se reflejó por un momento angustioso y alucinante, en un ojo fijo, dilatado, inyectado en sangre, vidrioso y maligno, fijo en la desdichada figura de la muchacha.
La tapa plástica fue apartada lentamente, casi con solemnidad. Un vapor de hielo seco emergió de allí dentro, como una bruma maldita, liberada desde las mismas puertas del infierno.Y entre ellas, la figura se perfiló. Se materializó la visión dantesca, aterradora.Él permaneció mudo, como hipnotizado. Ella lanzó un grito ronco. Yo noté que todo me daba vueltas.Le vi. Estaba allí. Ante mí.Era él. El monstruo.El auténtico monstruo de Frankenstein.
¿Es absolutamente preciso, para provocar el terror en un lector, acumular efectos como la lluvia, los relámpagos y truenos, la noche oscura y tétrica, los elementos siniestros de apariencia lúgubre y otros recursos fáciles que introduzcan a quien lee en un clima de pesadilla?Tal vez no. Por eso voy a intentar aquí provocar la tensión, el suspense, y hasta el terror, si ello es posible, a pleno sol, en un escenario luminoso y alegre, con hombres y mujeres aparentemente normales, y en un clima de desenfado, frivolidad y sexo.Si entre todo ello, logra emerger un soplo de inquietud, de zozobra o desasosiego, será la prueba de que el experimento dio resultado positivo.Si no, mis perdones, lector. Pero que conste que lo hice con la mejor de las intenciones.
No soy un hereje. Sabes que soy tan buen cristiano como tú y como todos nuestros vecinos y amigos. Además, en tierras del Señor de Falsborg, ¿quién nos iba a procesar por herejía? Él es el primer hereje de todos, el que se ha levantado contra el poder de nuestro rey Otón I de Alemania, y contra el Sacro Imperio. Niega a Dios y niega toda fe cristiana. Es un hereje. Más que eso: un malvado, un tirano sin conciencia, que permite que la maldita peste negra azote a sus tierras, a sus vasallos y sus soldados, sin mover un dedo por impedirlo. Allá arriba, encerrado en su maldito castillo inexpugnable, espera sobrevivir a la Muerte Negra, viendo cómo su feudo queda arrasado por el mal. Para él, los herejes somos los que creemos en el Señor y confiamos en Él, no los que a veces, llevados por la desesperación, maldecimos y blasfemamos. Él es la blasfemia viva, personificada en un hombre. En un hombre cruel, pervertido, caprichoso e indigno.
Para WarrenAshley, todo comenzó con aquella tormenta en pleno campo. Nunca pudo imaginar que el simple estallido lejano de un trueno, tras elcentelleo lívido de un rayo en la distancia, fuese a marcar inexorablemente suvida y su futuro, a sumergirle en una pesadilla alucinante, donde lo real y loirreal se fundirían, de tal modo, que sería imposible separar una cosa de laotra o distinguir entre ambas.
Llegó a espaldas de la rubia que fumaba, ajena a la presencia enigmática de la inquietante mujer. Alzó sus manos y las luces azuladas del vagón se reflejaron en unas uñas sorprendentemente largas y puntiagudas, afiladas como cuchillas.Después, lentamente, se inclinó hacia el cuello de la rubia, sin que ésta se moviera en ningún momento. Los labios se entreabrieron algo más y algo terrorífico asomó entre ellos.Unos afilados, largos, centelleantes incisivos.La mueca diabólica se hizo más cruel aún. La expresión del lívido rostro de la hermosa desconocida, cobró una más profunda perversidad. Los incisivos se fueron aproximando al blanco cuello, a la altura de su carótida. Las manos de uñas agudas se acercaron, como dos siniestras aves silenciosas, a los rubios cabellos de la viajera...
Su alarido de horror infinito se estranguló en un estertor primero, en un horrible silencio después, cuando la forma de la noche cayó sobre él, le envolvió en un contacto mortífero, y un cuerpo frío y viscoso reptó sobre el yacente borrachín, en medio del sonido de una succión profunda y atroz, unida a un deslizamiento sinuoso, sutil, que mantenía electrizado al bosque entero, silenciado por el temor a la criatura llegada de lo desconocido.Momentos más tarde, la forma cautelosa se despegaba del lugar donde cayera Paulo Carlos. Era sólo un cuerpo inerte, bañado en sangre, el que quedaba allí, con sus huesos reventados, con el cuello quebrado, el rostro amoratado, la boca goteando sangre por la fractura de sus costillas y tráquea, por los desgarros brutales de unos pulmones que parecían haber sido expuestos al anillo mortal de un gigantesco reptil, de especie desconocida.Un reptil que ahora, extrañamente, se erguía sobre sí mismo, para dar la impresión de que caminaba como un ser humano, para sepultarse de nuevo en las insondables negruras de la selva amazónica.
Y yo, anoche, me vi entrar en ese panteón, conducido dentro de un féretro, rodeado por cánticos y rezos, sin poder decir a nadie que veía sus rostros, oía sus liturgias y sus lamentos, sentía todo cuanto sucedía a mi alrededor, pero estaba muerto.Muerto, sabiendo que no lo estaba. Muerto, sabiendo que mi muerte era sólo aparente. Como la de mi padre. Como la de otros Haversham, quizás.
El empresario de urbanizaciones no dijo nada. Se alejó, tambaleante, como si no pudiera entender nada de todo aquello, aunque no permaneció muy lejos de luces y personal, quizá por miedo a verse solo. En el decorado del plató 9, pronto se empezó a rodar, tras el ritual golpe de claqueta, en medio de un silencio impresionante.
Una fría sonrisa era la respuesta. Una mirada cruel e implacable, desde el rostro que al fin se revelaba ante él, sin necesidad de mediar palabra alguna. No hacía falta tampoco. Ahora ya sabía él quien era el Coleccionista, aunque no pudiera creerlo todavía.Lo sabía, y eso significaba la muerte.Por ello, quizá, mientras contemplaba larga y angustiosamente, durante unos interminables segundos, la faz de aquel ser demoníaco cuya identidad real jamás había llegado a sospechar, Barry Wade creyó ver desfilar por su mente, como en un rápido caleidoscopio, una sucesión vertiginosa de imágenes del inmediato pasado, de la espantosa y sangrienta pesadilla que ahora iba a terminar para él, y que sin embargo comenzara de un modo tan trivial, tan increíblemente simple, tiempo atrás, cuando por primera vez, sin él mismo saberlo, iba a enfrentarse al siniestro Coleccionista de Espantos, como le llamaban ya todos en Scotland Yard.
Físicamente, seguía siendo tan hermosa como en vida. Y quizá en ella existiera vida, después de todo. Esa vida que muchos niegan, que está más allá de la vida y de la muerte, más allá de la frontera insondable de las sombras, adonde yo había podido llegar, conducido por el oscuro poder de las Tinieblas.Acaricié aquel cuerpo sin vida, céreo y helado. Creí sentir su calor interno, ignorado por todos. Me pareció que sus ojos miraban a través de sus párpados. Que sus labios exangües tenían un rojo vital que nadie excepto yo mismo podía ver.Y ocurrió.Ocurrió entonces. Por vez primera.Amé a aquella mujer. La amé como se ama a cualquier mujer. Con la sola diferencia de que ella estaba muerta.
A medida que se aproximaba alos montículos de la curva, la oscuridad crecía y crecía. Era ya casi noche cerradacuando los alcanzó y se dispuso a rodearlos, para verse ante las luces deWhitefield que, sin duda alguna, serían un paisaje acogedor y esperanzado. Olivia Caine jamás llegó adoblar esa curva que significaba, virtualmente, el fin de su camino. Allí encontróla muerte. Una muerte atroz, increíble.Una muerte que ella no podía esperar en modo alguno, y que surgió de repente delos frondosos abetos situados en el montículo más próximo.
Querido jefe:Sigo oyendo que la policía me ha capturado, pero la verdad es que aún no han dado conmigo. Me he reído mucho al ver que todos se las dan de inteligentes y hablan de haber encontrado la pista segura. No cesaré, sin embargo, de destripar putas mientras tenga fuerza para ello. El último trabajo me salió bordado. A ver quién hay por ahí, capaz de echarme mano. La mujer no tuvo ni tiempo de dar un solo grito.Me gusta mi labor y tengo ganas de empezar de nuevo. Pronto sabréis de mí y de mis divertidos juegos. La próxima vez enviaré las orejas de la mujer a los policías, sólo por gastarles una broma. Retengan esta carta, hasta que haga algún trabajo más. Luego, ya pueden darla a conocer.Mi arma, bien afilada, está en condiciones de entrar en acción y de presentarse una oportunidad, quiero aprovecharla.Les deseo buena suerte. Suyo atento: Jack el Destripador
Con los amigos ya era otracosa. Tenía considerada la amistad como algo verdadero, sólido y perenne: Algoque no se podía traicionar, Algo a lo que no se podía considerarsuperficialmente, porque un amigo tenía que ser algo más, mucho más que unasimple relación entre dos personas. Fue precisamente eso, suculto a la amistad, lo que le conduciría al horror más insólito imaginable. Unamigo, uno de sus mejores amigos, sería quien le metería en ello del modo másimprevisible.
El cuerpo flotó dentro del agua, con el rostro terriblemente deformado por el horror de la muerte en plena asfixia. Los ojos desorbitados, la boca convulsa, hablaban claramente de una muerte espantosa, lenta y angustiosa.El hombre gato no pareció inmutarse lo más mínimo. Se inclinó, contemplando el cadáver. Luego, retrocedió lentamente. De su bolsillo, la mano enguantada, chorreante de agua ahora, extrajo algo que hizo pendular por encima de la bañera.Era un ratón, al que sujetaba por la cola. Estaba muerto, y era de pequeño tamaño, de un color gris oscuro. Lo arrojó al agua, junto al cuerpo sin vida, y una risa hueca brotó bajo la máscara riente del Gato de Cheshire.Luego, abandonó con igual cautela el cuarto de baño. La noche, las sombras y los viejos rincones de la casa señorial, engulleron su figura fácilmente. Ni siquiera era visible cuando se perdió en el exterior, a través de las espesas cortinas rojas y las vidrieras entreabiertas.
Entre los hermosos cabellos rubios oscuros, asomaron sus escalofriantes ojos sin párpados, pestañas ni nada que no fuese el cerco sangrante alrededor de sus terribles órbitas dilatadas y horribles. Con aquella piel tirante como seda translúcida, dejando marcar los huesos de su calavera. Con aquellos dientes sin labios, en eterna mueca grotesca y espantosa, igual que la sonrisa misma de la Parca. Y con aquella alucinante, estremecedora cara de pesadilla, digna del más incalificable y siniestro horror imaginado por una mente humana.
La muchacha de cabellos rojos y sueltos, de belleza agresiva y sensual, tomó la gran carta, abriéndola displicente para elegir su cena.Karin tomó la suya. La abrió. Miró la lista de pescados.Y lanzó un grito ronco, sintiendo que palidecía de repente. La otra la miró, con aire sorprendido.Karin seguía mirando fijamente aquellas palabras, manuscritas en forma diagonal sobre la lista de pescados.Conocía demasiado bien aquella letra para dudar. Era la de él. La de su difunto esposo Frank.
En la habitación que poco antes era nido de amor, una sombra inhumana se erguía sobre otra que empezaba a ser, simplemente, un espantoso pelele de sangre y carne desgarrada, convulsionándose en espasmos agónicos sobre la moqueta ensangrentada.Lucky, el gatito de Angora, soltó un bufido, con su pelo erizado y los ojos desorbitados, perdiéndose aterrorizado por los más distantes confines de la casa, mientras algo se movía sigiloso en la sala, apartándose de un cadáver destrozado, produciendo simples roces sedosos en la moqueta.Luego, inexplicablemente, un largo, ronco maullido de placer, sonó lúgubremente dentro de la casa, alejándose del difunto Jarvis Normand, y unos sigilosos andares de felino se movieron hacia la salida.La sombra grande y oscura que saltó momentos más tarde a las tinieblas del jardín, no tenía nada de humana.Sí alguien la hubiera visto, seguro que el miedo le habría paralizado el corazón y helado la sangre en las venas.
Señor Dolan:Yo, Randolph Taylor júnior, albacea testamentario de Barnaby Dolan, puedo anticiparle que, según voluntad expresa del testador, todos los parientes que heredarán a su muerte habrán de estar obligatoriamente presentes en el momento de su óbito, para tener derecho a su parte de la herencia. En caso de ausencia, por el motivo que sea, de entre los muros de su propiedad, ese heredero quedará automáticamente descalificado, diga lo que diga el testamento al ser abierto, y no recibirá un solo penique.Lo cual me permito recordarle aquí, con carácter urgente, habida cuenta de que la vida de su tío no se prolongará demasiado, y es de la máxima necesidad que se presente usted aquí en el plazo más breve posible, si de verdad desea asistir a los últimos momentos de su tío y, por ende, percibir aquella parte de la herencia a que tiene derecho.Suyo atentamente,Randolph Taylor jr., abogado.P. D. No demore el viaje. Puede sobrevenir la muerte en cualquier momento. Avíseme telefónicamente en cuanto tome su decisión.
El cielo negro pareció desgarrarse brutalmente por un momento.Fue como si una gigantesca mano oscura acuchillara la masa de espesos nubarrones sombríos, arrancándole un destello lúgubre y cegador, mientras reventaba un estruendo estremecedor, rebotando Juego de eco en eco, y por la tremenda herida escapase a raudales la sangre celeste, que no era otra cosa que agua torrencial, descargando en tromba sobre la tierra.Trueno, relámpago y lluvia coincidieron en un formidable estallido que inició el temporal. Un temporal que duraría horas y horas, como era habitual en las regiones septentrionales de Inglaterra, especialmente en aquella época del año.
«Sea bien venido, señor... A sus pies, señora...Entren, por favor, en buena hora en esta su casa.El personal está a su servicio para todo. Durante las veinticuatro horas del día y la noche, nuestro esmerado servicio permanece a su disposición en todo momento.Pidan. Exijan. Ordenen. Y serán servidas sin protesta y sin demora.Este establecimiento es el más acogedor de toda la región. Sus huéspedes nunca encontrarán un hotel mejor donde alojarse, se lo garantizamos.Porque acaban de entrar ustedes en el Hotel de los Horrores.
Cuando Cary Craig volvía a casa de noche tras pasar un buen rato con una de las alegres chicas de cierto club de la ciudad, no podía imaginar la gravedad de los hechos que iba a presenciar. Tras detenerse para recuperar fuerzas, contempla una ominosa procesión de hombres encapuchados que llevan entre ellos el cuerpo lánguido, desnudo y sangrante de una chica. Horrorizado intenta escapar de los “monjes” que, al darse cuenta de que son observados, le persiguen.Mark Fisher, que esperaba llegar a su destino a primera hora de la mañana, se encuentra con el moribundo Cary Graig que le habla de la horrorosa visión que ha tenido. Magullado y roto por dentro, Fisher no puede hacer nada por él, y bastante tiene con defenderse ante el sheriff Conway de la acusación de atropello que pesa sobre él. Únicamente gracias al buen hacer del forense y de su abogada, la señorita Molly Chalmers, podrá salir de prisión. Y junto a esta última emprenderá una peligrosa investigación para descubrir quiénes están detrás del horrible culto de la carne sangrante.
Todavía me pregunto si he hecho lo más correcto viniendo aquí en una noche semejante.Pero la oferta es demasiado tentadora para un hombre como yo, con serios problemas financieros y una boda tan inminente. A fin de cuentas, no puede ser tan grave aplazar esa boda unas semanas, unos pocos meses, y obtener asi el dinero que tanto necesito en estos momentos.No se trata de ningún engaño. La mejor prueba de ello es la suma recibida a cuenta, nada más firmar el contrato. ¿En qué trabajo, hoy en día, encuentra uno en Londres a alguien capaz de adelantarle nada menos que quinientas libras, sólo a cambio de una firma en un documento, con la garantía expresada en el mismo de recibir otras quinientas libras al final de la tarea, en un período de tiempo breve y con todos los gastos de vivienda y manutención pagados durante ese plazo?
El relámpago iluminó fugazmente, con una claridad lívida, el andén de la pequeña estación provinciana. El trueno sonó todavía. Pero el aire olía a sulfuro y a humedad. La lluvia no podía tardar mucho.El viajero miró su reloj, impaciente. Luego, escudriñó las vías, largas y brillantes bajo la luz solitaria que brillaba en lo alto de una torre metálica, junto a un puente y un depósito de agua, a la entrada de la estación. En otra vía muerta, varios vagones de mercancías permanecían a la espera de alguna carga o del enganche de una locomotora.
«Rezad por Abigail. Rezad, malditos bastardos. Rezad por ella, si aún la recordáis. Rezad por ella si nada hicisteis en su favor.»Rezad por ella, y que Dios no os lo premie ni os escuche.»Era un feo epitafio. Desagradable y hosco, como el lugar. Sombrío como una maldición; tétrico como la vegetación silvestre que se enroscaba en las viejas lápidas medio abatidas o cubría las losas con sus inscripciones gastadas por el tiempo.
Estaba lloviendo de nuevo.Las gotas de agua iban martilleando en las amplias vidrieras inclinadas de la buhardilla, para luego resbalar como lagrimones sobre el cristal, emborronando lentamente el perfil oscuro de los edificios situados enfrente, más elevados que aquél, y cuya panorámica casi general la constituían los pizarrosos tejados repletos de chimeneas, muchas de ellas con el penacho de humo negruzco procedente de los hogares encendidos.
«Es la más espantosa historia imaginable. Nunca pensé que yo pudiera llegar a formar parte de algo así a verme mezclado en un horror semejante.Y, sin embargo, así ocurrió aquel invierno entre 1890 y 1891 en Londres. Todavía lo recuerdo con un escalofrío, aun después del tiempo transcurrido.
Estoy seguro de que jamás podré olvidar aquella horrible experiencia en mi vida.Aún ahora, volviendo la vista atrás, me pregunto si es posible que yo viviera momentos tan angustiosos y terribles como los que me fue dado conocer de forma tan directa y estremecedora, en unos momentos de mi vida en que estaba menos seguro de muchas cosas que en el presente.
El estampido del trueno fue impresionante.Apenas había centelleado el rayo en el negro cielo, cuando sonó el estruendo ensordecedor, formidable, sacudiendo los edificios hasta sus cimientos, y provocando el temblor violento de los cristales de todas las ventanas y galerías.Después, como si hubiera sido una señal prevista por los elementos, descargó con súbita furia el viento y la lluvia torrencial. Las tenebrosas profundidades de la bóveda celeste parecieron abrirse en grandes compuertas por las que el agua, devastadora, tumultuosa, se desplomó sobre la campiña. El viento la lanzó en ráfagas contra los muros y agitó los árboles y setos como si quisiera desgajarlos.
Aquel sábado por la tarde en Gossville, New Hampshire, pareció ser en principio un simple sábado más del invierno frío y nevado de aquellas regiones del nordeste de Estados Unidos. Un fin de semana aburrido, rutinario y vulgar, como tantos otros de los que se pueden pasar en un pueblo de apenas tres mil habitantes.Sin embargo, las apariencias resultaron muy engañosas en esta ocasión.No fue, en absoluto, un sábado más. Fue una fecha que marcaría trágicamente las vidas de muchas personas de la localidad, aunque ellas ni siquiera lo sospecharan.
La gitana levantó los ojos al ciclo.Ojos negros, profundos, relampagueantes y atávicos como su propia raza. Ojos que escudriñaron el poco antes limpio cielo azul del verano. En ellos parecieron reflejarse las repentinas nubes que ennegrecían el horizonte, ensombreciéndolos súbitamente. Una ráfaga de viento agitó las copas de los árboles y onduló la hierba del prado.
Era la tercera víctima.El constable Jackson meneó la cabeza con desaliento, cambiando una mirada de estupor y rabia con el doctor Dogherty, que se incorporaba en ese momento, limpiando sus manos en un paño que había sacado de su maletín negro.
La estación de gasolina quedó atrás. La radio empezó a emitir música de rock duro. Una mano giró el dial y elevó el volumen de la emisión, hasta que la música lo invadió todo, mientras la furgoneta rodaba a buena velocidad por la autopista.—¿No está eso demasiado alto? —preguntó una voz.—¡Vas a volvernos sordas a todas! —protestó otra.—Oh, por favor, ¿es que una no puede dormir aquí? —terció una voz somnolienta.
Habían llegado. Y lo sabían.La mujer miró al hombre. Y él a ella. Los ojos de ambos reflejaban una expresión parecida. Había en ella una mezcla de temor y de alivio, de esperanza y de preocupación.
En la distancia, apareció el litoral, recortándose con verdes y oscuras tonalidades sobre el azul del mar tranquilo, terso como un espejo. Era como si un cálido e imaginativo pintor hubiese hallado en su paleta los más brillantes y bellos colores para trazar un cuadro de belleza majestuosa.Sin embargo, sólo la propia Naturaleza había usado las pinceladas para crear tanto esplendor y colorido. El verde cambiante y profundo de la espesura, las palmeras y las suaves colinas cubiertas de hierba contrastaba con el amarillo dorado de la arena de las orillas, lamidas suavemente por azules transparentes que hadan del mar un prodigio de limpieza cristalina.
Era una fría mañana del invierno londinense. El cielo aparecía encapotado, la luz era grisácea y gélida, y la temperatura bajísimaHabía estado nevando toda la noche sin cesar, e incluso a primeras horas de la mañana. Ahora, aunque ya no caían copos, las calles ofrecían un aspecto blanco y esponjoso en calzadas y aceras. Los carruajes, al pasar, dejaban profundas huellas de sus ruedas, embarrándose poco a poco en el centro del empedrado, mientras el paulatino descenso de temperatura iba tomando la superficie nevada más dura y resbaladiza y, por tanto, mucho más peligrosa para la integridad física de los escasos transeúntes que abandonaban sus casas para adquirir algo o para ir a trabajar en oficios que no requerían madrugar demasiado.
Había sido joven. Y bonita.Ya no era nada. O casi nada. Lo poco que quedaba de ella, no resultaba agradable. Las aguas del canal habían empapado sus rubios cabellos y manchado de barro sus ropas. Pero aun sin eso, hubiera resultado igualmente lamentable su actual estado.
Sé que, llegada a este punto, te preguntarás si no es esto realmente una pura locura, y estoy empezando a convertir mi misiva exasperada y final en una sucesión grotesca de absurdos sin el menor sentido.No es así, Mabel querida. Estoy diciendo la verdad, la increíble verdad que yo mismo afronté, cara a cara, aquel gélido día infernal, mientras la nieve caía copiosamente sobre Colchester, y el espejo me devolvía la imagen de un hombre perfectamente desconocido para mi, de un ser a quien jamás había visto antes en mi vida… y que, sin embargo, era yo, yo mismo.
Una joven maestra encuentra trabajo como profesora de niños en el retirado y lóbrego orfanato de Loomish Hill. A su llegada descubre con estupor que el director del establecimiento, que la contrató, acaba de fallecer y que el orfanato esta a punto de ser desalojado y en tramites de desahucio. El oficial del juzgado ya se encuentra en la residencia con la orden judicial de embargo.
La multitud se iba hacinando en la plaza pública, rodeada por las almenadas murallas del castillo medioeval. Las antorchas, en muchos puntos, se alternaban con faroles de aceité o petróleo en manos de los asistentes. En los rincones de la plaza, luces de gas alumbraban lívidamente el lugar.
El constable Warren resopló, empujando la puerta vidriera del local. Una vaharada de aire caliente y confortable azotó su rostro rubicundo bajo el casco del uniforme, con olor a leña quemada, a buen whisky y a cerveza, aunque también a guiso de pescado.
—Muriel Caine. Camarera de restaurante. Veintidós años.—¿No hay duda sobre la identificación?—Ninguna. Es ella. Tiene su documentación. Coincide la fotografía. Además, la he visto a veces en el restaurante de la señora Whitecliff. Parecía una buena chica.—Pues ya no es nada. Ni buena ni mala chica. Sólo un cadáver, sargento.
Brian Jefford entró aterido en la Gare de L’Est. Fuera del ámbito ferroviario, apestando a carbonilla y con la atmósfera enturbiada por el vapor de las grandes y negras locomotoras que, como monstruos jadeantes de hierro se alineaban en diversas vías, París era un paisaje blanco y gélido bajo la nevada intensísima de aquellos crudos días invernales de 1910. El automóvil de sus buenos amigos parisinos, los Duprez, se alejaba ya en la nevada rúa, tras despedirle a la entrada de la estación.«Uf, esto es para congelarse —comentó entre dientes Brian Jefford, soltando una densa vaharada de vapor por sus labios, mientras se frotaba las manos, cubiertas por los guantes de cabritilla, tras dejar en tierra sus dos maletas, junto al puesto de periódicos donde aún se hablaba en grandes titulares de la formación de la reciente Unión Sudafricana, donde sólo unos pocos años antes sus compatriotas luchaban denodadamente contra los bóers, hasta que éstos depusieron sus armas y acataron a Eduardo VII como su legítimo soberano, según las condiciones de paz del tratado de 1902. Ahora, ya ni el propio rey Eduardo existía ya. Tras recorrer con crítica mirada el repleto andén, añadió para sí con gesto contrariado—: Y luego dicen que es en Inglaterra donde los inviernos son insoportables…».Cargó de nuevo con su equipaje, con aire resignado y se abrió paso entre un pintoresco y heterogéneo gentío formado por ruidosos mozos de equipajes, un comitiva de hindúes de majestuosos turbantes y brillantes casacas, unos periodistas que rodeaban a algún conocido personaje de la actualidad parisina, vendedores de provisiones para los viajes largos, puestos de bebidas, de almohadillas y de un sinfín de cosas más.Alcanzó trabajosamente el sexto andén, donde un rótulo anunciaba con caracteres destacados:ORIENT EXPRESS. Salida, a las 9.30
Melvin Nordham leyó el telegrama que la doncella acababa de darle. Ni siquiera se preocupó de mirar el trasero de su sirvienta, como hacía habitualmente cuando ella abandonaba una habitación, con su provocativo cimbreo de caderas
«Los ojos del asesino se fijaron en ella.Era la cuarta por la izquierda. La más rubia, aunque no la más bonita del conjunto. Bailaba bien y tenía una figura armoniosa. Además, parecía más joven que sus restantes compañeras, y posiblemente lo fuese.Los ojos del asesino ponderaron todo eso en un instante. En el fondo de las frías pupilas dilatadas, hubo un destello cruel, siniestro. Y no era solamente el reflejo de las candilejas de luz de gas.Era el deseo homicida. El ansia de matar.Matar…»
El hacha cayó con violencia.Las dos cabezas saltaron bruscamente de los cuellos de sus respectivos dueños, segadas de forma brutal por la afilada hoja del instrumento. Un caudal espeluznante de sangre brotó de las carótidas cercenadas.La muchacha pelirroja profirió un agudo grito de terror, con sus dilatados ojos fijos en la espantosa escena, y retrocedió, angustiada, mientras el asesino se volvía lentamente hacia ella, con mirada desorbitada y expresión demoníaca en su feo, horrendo rostro mutilado por el ácido.Aquella faz de gárgola medieval, crispada y deforme, reflejaba toda la maldad del mundo. La mano engarfiada que sujetaba el hacha tinta de sangre parecía la garra de una fiera demoníaca.
La luz era ya un resplandor que nos envolvía. Supe que estaba a punto de atravesar la última frontera, de penetrar en lo eterno.Acaso de verme ante él.Ante Dios.Rodeado por todos mis felices parientes y amigos, con la misteriosa y bellísima Hazel guiándome con todos los demás, como si me conociera de toda la vida, pisé el umbral de la Eternidad.
El asesinato de Saint George Street fue un hecho tan sanguinolento comoruidoso. Ocurrió justamente al lado deun pub tan conocido y pintoresco como The George, queocupaba por entonces ya el número 180 de dicha calle. El crimen tuvo lugar en el número 178, por entoncesuna respetable y discreta casa de huéspedes, con una tienda de viejos librosusados en su planta baja. La circunstancia de que lavíctima del suceso fuese una mujer, y una mujer muy atractiva, por añadidura,prestó mayor sensacionalismo al hecho. La prensa «amarilla» de Londres,bastante numerosa a la sazón, hizo su agosto en pleno invierno, como a algúnchistoso poco imaginativo se le ocurrió comentar, con las ediciones especialesdedicadas al horrible suceso. Lo cierto es que losilustradores de la época, conocedores del gusto de su público por lainformación espeluznante, llenaron las primeras planas de semanarios de sucesosimpresos en papel amarillo con dibujos realmente estremecedores allí donde laincipiente fotografía no llegaba con su realismo más prudente y sosegado.
Y es como si ella desapareciera, se alejase en la oscuridad sin fin, hasta fundirse con las tinieblas de un más allá que no distingo, pero que adivino. Entonces concilio el sueño con más tranquilidad. Me duermo profundamente, aliviado y sereno. Pero a veces, implacablemente, la sombra de Aysgardfield vuelve a mis pesadillas. Y yo vivo otra vez, en ese sueño inagotable y repetido, un retorno imposible al lugar al que sé que ya nunca volveré realmente mientras viva.
El espantoso personaje que, erguido ante una especie de altar de sacrificios central, consistente en una piedra redonda y lisa, igualmente empapada de rojo oscuro, permanecía con un hacha en la mano, una negra caperuza de verdugo medieval tapándole la cabeza, y las ropas de un joker de la baraja, o del diablo del Tarot, vistiendo su figura.Ella estaba sobre el altar, sujeta con cadenas, desgarradas sus ropas hasta mostrar semidesnuda su espléndida figura, aterrada, con los ojos dilatados fijos en su verdugo, parecía esperar la terrible tortura o la muerte por decapitación a manos de aquel monstruo. Ahora, la joven no mostraba la menor señal de indiferencia o docilidad. Estaba invadida por el pánico y el horror.
Están practicando mi autopsia.Dios mío, con qué fría indiferencia, esos hombres que rodean la mesa hunden su serrucho en mi frente y comienzan a serrar. El hueso de mi bóveda craneal comienza a chirriar, herido por los dientes de acero, a medida que se levanta la piel de la frente en un perfecto círculo en torno a la cabeza, como quien corta con sumo cuidado la cáscara de un huevo duro reposando en su huevera.El sonido de la sierra manipulada por el ayudante del forense es estremecedor. Produciría escalofríos en mí, si no fuese porque soy yo quien reposa en esa mesa y quien sufre la acción implacable de la mutilación, rígido y helado, bañado en sangre el interior de mi cráneo, que ahora otro ayudante abre en dos, lo mismo que un fruto maduro y pulposo, depositando sobre la cabecera de la mesa de la Morgue, tan fría y rígida como yo mismo, la parte superior del cráneo, conteniendo en su cuenco de hueso sanguinolento la mitad de mi masa encefálica.Y no han hecho más que empezar.
Altivamente, conteniendocuanto le era posible el llanto que pugnaba por saltar de sus límpidos ojoscelestes, la muchacha dio media vuelta, ondeó su rubia melena con el movimientode cabeza, y su figurita esbelta y juvenil se alejó, taconeando con firmeza,camino del jardín donde dio rienda suelta a su disgusto, y se cubrió el rostrocon ambas manos para poder sollozar tranquila. Fue en ese instante, nunca loolvidaría ya mientras viviera, cuando el horror se hizo presente por primeravez en su existencia. Un horror sin límites que iba a perseguirlainexorablemente hasta más allá de todo lo imaginable, hasta las fronterasmismas de la angustia y de la muerte.
Estaba sentenciado. Y lo sabía. Tenía que morir. Ahora luchaba por evitarlo. Pero íntimamente, sabía que existían noventa y ocho probabilidades contra dos, muy escasas y problemáticas, de que tal empeño terminase en la nada. En la misma muerte que pugnaba ahora por eludir con todas sus fuerzas, rabiosa y desesperadamente. Lemmy Hawks sabía hasta dónde podía llegar en su empeño.
Todavía le duraba el asombro a Wanda. Asombro por todo lo que estaba sucediendo en relación con el desaparecido Howard Kohlmar. Ella había sido, simplemente, secretaria del millonario, más de dos años atrás. Desde entonces no había vuelto a ver a Kohlmar ni suponía que el viejo magnate se pudiera acordar de ella en absoluto. Wanda Carter, para el millonario, sería lógicamente una empleada más, en el orden y turno de sus funcionarías de tantos años.
El albornoz rojo y blanco se abrió en dos con un rasgueo de cremallera. Cayó a los pies de la bañista. Se descubrió un cuerpo escultural, color de bronce. De largo cuello, flexible y gracioso, bajo el rostro ovalado, de cabellos rojos, color de cobre puro, nariz breve, boca carnosa, de pómulos acentuados. Todo ello, formando juego en un óvalo delicado, mezcla de picardía y femenina ingenuidad, con expresión que daba a su gesto una gracia indudable, realzada por las hundidas mejillas.
ERA yo. Yo mismo. De eso no había la menor duda. No sé cómo pudo suceder, pero era yo. Y ni siquiera estaba muerto. Durante mi vida, me habían ocurrido muchas cosas así. No era la primera vez que me libraba de morir en una forma increíble, puramente milagrosa. Pero ahora me sorprendía más que nunca haber tenido nuevamente esa suerte insólita. Quizá por la forma en que había sucedido todo.
Historia sobre un negro inquieto que para defender a su amada se entrega a la policía como responsable de un asesinato que no ha cometido, y que aparentemente ella sí, aunque no se acuerda. Ha aparecido muerto un madero de antivicio. El negro pertenece a un remedo de los Panteras Negras, y ella también.
Jungla. Solamente jungla. Espesor. Frondosidad. Humedad pegajosa que venía de los pantanos, del río Mekong, de aquel clima asiático, pegajoso y de bochorno. Sobre todo en la jungla. En aquella jungla silenciosa, que a la luz incierta podía ocultar trampas de muerte en su engañosa calma. Parecía como si no hubiera nadie vivo en derredor. Ni dentro de la espesura verde y lujuriosa. Pero todo eso era pura ilusión, engaño ominoso, sutil, muy propio del Oriente. Perezosamente, entre la fronda verde, se movían las aguas lentas, turbias, del río asiático. Más allá, había arrozales, pantanos. Humedad. Mucha humedad y calor por todas partes, incluso a aquella hora matinal, que hacía chillar de vez en cuando, lejanamente, a los pájaros exóticos que se ocultaban en la espesura.
Juan Dorado Bolívar tenía apellidos sonoros. Incluso allí, en Sudamérica, esos apellidos tenían viejas reminiscencias legendarias y heroicas. Eran una mezcla de mito y epopeya. Juan Dorado Bolívar llevaba nombres familiares que evocaban la vieja leyenda de El Dorado, el filón de oro sin límite, al fin del arco iris, como dijeron los españoles de antiguos tiempos, y el del libertador Simón Bolívar, el héroe de su patria.
La presenta novela ofrece una estructura peculiar, pues va entrando poco a poco en la historia, ofreciendo una perspectiva poliédrica del entorno donde se ubica, las oficinas del FBI en la ciudad de Chicago, en 1961. Ahí, la llegada de un novato propicia que los veteranos decidan hacerle una broma, pasándole el expediente de un caso que quedó sin resolver, y que aconteció veinte años atrás. El muchacho lo acepta entusiasta y procede a su lectura, y así la acción retorna a 1941, poniéndonos al corriente del caso, en un truco narrativo un tanto similar al que Garland ofrecería, precisamente, en la muy inmediata El manuscrito del “Destripador”. En ese contexto, se nos ofrece una reunión de mafiosos, el jefe de los cuales aporta llevando una máscara que representa una calavera, en un tono que remite a los fumetti italianos, o también a una película alemana del ciclo krimi que adaptaba las novelas de Edgar Wallace, La marca del escorpión (Im Banne des Unheimlichen, 1968), de Alfred Vohrer.
ERNIE MAC Duff bostezó Bostezó porque estaba aburrido. Y también porque tenía apetito; era la hora del almuerzo, a fin de cuentas. Pero, especialmente, es porque estaba aburrido. Muy aburrido. No podía ser de otro modo en aquel lugar. Se enjugó el sudor, mascullando algo entre dientes. Luego, contempló el termómetro y se estremeció. En aquel infierno, nunca bajaba la temperatura. Ernie Mac Duff quitó perezosamente los pies de encima de la mesa, para contemplar con mayor facilidad el exterior. Cerró los ojos, horrorizado.
NO sé lo que es. Aún no lo sé. ¿Principio? ¿Final? Solo Dios lo sabe. Yo, al menos, no puedo saberlo. Estoy ante el final. Y estoy al principio mismo de todo. Es como si la vida y el destino fuesen un círculo. Algo sin principio ni final, una curva que no empieza en ninguna parte, y que en ninguna termina…
Abrió los ojos.
Las luces le cegaron. Bajó de nuevo los párpados. Cuando volvió a alzarlos, tuvo que pestañear repetidamente. Por fin, todavía deslumbrado, hizo la pregunta:
—¿Y bien, doctor?
El doctor Bowman se encogió de hombros. Suspiró, apagando las luces de la sala de consulta. Miró a Donald Harris. Luego, sacudió la cabeza.
—¿De veras quiere la verdad? —indagó.
Sorprendente novela, en la cual, lo que parece ser un «simple» magnicidio, se convierte en el descubrimiento por el agente M-31 de una fantástica conspiración, cuyo fin es la invasión oculta de los Estados Unidos por parte de un enemigo desconocido, suplantando furtivamente la personalidad de las personas más influyentes y poderosas de las altas esferas de la nación.
CUANDO vi aparecer el arma por la ventanilla, supe que no había remedio. Era mi muerte cierta. Irremediable. Traté de defenderme, por supuesto. Pero estaba seguro de su inutilidad. El arma crepitó en silencio. Unos disparos. No sé cuántos. El primero me había alcanzado ya. En el pecho. Cerca del corazón. El segundo tuvo más tino. Me dio justamente en él. En el corazón. Ahí fue mi muerte. Ahí terminó mi existencia.
Mirna dejó de besarme.
Separó de mi boca sus labios carnosos, restallantes de sensualidad. Me miró, maliciosa, con sus claros ojos chispeando ironía.
El semáforo del puente había cambiado. Podíamos continuar hacia el túnel sin dificultades. Mirna arrancó, pisando con fuerza paulatina el acelerador. Le gustaba correr. Y ahora estaba corriendo de veras.
La miré.
El primer meteoro cayó sobre la Tierra en 1908. Su lugar de impacto, fue una colina remota, en las proximidades del curso del Podkamenaia Tugunska. A menos de cien yardas de Kansk. Al noroeste del lago Baikal. En Rusia. En la Rusia zarista, exactamente. Aquél fue el primero. Un meteoro casi olvidado en la noche del tiempo pasado. Un incidente de insignificante apariencia, en la historia del mundo. El segundo cayó casi setenta años más tarde. En otro lugar muy distante. Muy diferente, geográfica y políticamente.
Encontraron a la víctima demasiado tarde. Hacía una semana del asesinato. Una larga semana. Especialmente, fue larga para mí. La más larga de todas las semanas de mi vida. Día a día hojeando los periódicos, sobre todo en sus páginas de sucesos. Día a día abriendo el televisor, a la espera de los boletines de noticias. Y escuchando la radio, pendiente siempre de la información diaria de la ciudad. Resultado siempre: negativo.
La misteriosa, desconocida personalidad de Jack el Destripador, el asesino que ensangrentó Londres en 1888, ha despertado siempre la atención de los escritores de toda época y género. Desde Mary Belloc Lowndes, con su famoso libro The Lodger («El huésped»), llevado al cine por John Brahm, hasta psicoanalistas, médicos y expertos en patología criminal, pasando por auténticos imaginativos como Robert Bloch o Colín Wilson con su Ritual in the Dark, el personaje siniestro de Whitechapel ha provocado en todo momento la creación de obras de ficción, junto a ensayos clínicos, hipótesis, deducciones y estudios minuciosos, basados en los escasos datos que existen sobre la figura fantasmal, incógnita, jamás desvelada, del criminal que eliminaba sangrientamente a las mujeres públicas de aquel Londres de luz de gas, niebla, callejas oscuras, sórdidos pasajes y edificios ruinosos. Jack el Destripador, auténtica incógnita viviente, que apareció y desapareció de la escena londinense tras su terrible cadena de muertes violentas, en la mayor impunidad, sigue siendo un enigma, incluso para historiadores, policías, científicos y escritores. Nadie supo nunca quién era, aunque se dedujo una auténtica serie de teorías, posiblemente todas ellas falsas. O acaso una entre ellas responda a la realidad, pero ¿cuál?
Lo sabía. Ahora lo sabía todo. O casi todo. Era terrible. Demasiado terrible, incluso, para creerlo. Pero era así. Lo había descubierto en el archivo. No había error sobre ello. El archivador no mentía. No podía mentir. Cada uno de los datos allí reunidos era exacto, fidedigno. Cada ficha archivada, era una total, perfecta recopilación de informes. Informes personales. Ciertos. Indiscutibles. Y él... él había encontrado súbitamente aquella ficha.
Entre 1968 y 1969 se produjeron en California los crímenes de El Asesino del Zodíaco, y se estableció la correspondencia con los periódicos Vallejo Times Herald, el San Francisco Chronicle y el San Francisco Examiner. Si bien Garland no realiza cita introductoria en esta novela al famoso asesino en serie (cosa que hacía frecuentemente en otras novelas suyas), es prácticamente de cajón que se basó en dicho personaje para esta buena novela policíaca.
El periódico en cuestión es aquí el Weekly Illustrated, y la conexión parece ser un periodista inválido tras perseguir al supuesto asesino Zodíaco en uno de sus primeros crímenes. Partiendo de esas dos premisas (el nombre del asesino y la conexión con un periódico de Los Ángeles), Gallardo construye una historia que acaba por otros derroteros.
Un asesino de supuestos rasgos orientales va ejecutando a víctimas siguiendo un horóscopo de terror. La policía, los periodistas y un contrabandista de los bajos fondos se alían en una contrarreloj para intentar detener al asesino. Un arranque brutal y violentísimo Made in Garland, un nudo lleno de suspense, y un clímax final que quizá adolece de algo de tensión.
Era agradable encontrarse viajando ya, por encima del Canal de la Mancha. Atrás se quedaba Londres. Y con Londres la popularidad, el revuelo, las molestias de ser repentinamente demasiado conocido de la gente. Algo que no encaja en mi profesión. Lo menos que debe ser un detective privado… es popular. Ya no me era posible investigar un caso cualquiera, sin que la gente a quien yo debía vigilar o espiar, se volvieran, señalándome y diciendo con sorpresa: —¡Mira, si es Robin Madison, el detective!
Todo comenzó así. En aquél, vuelo, exactamente el número 407 de los vuelos internacionales de la compañía americana de vuelos Charter, llamada Starlight. En principio, era un vuelo como tantos otros. De aspecto rutinario, y sin nada especial en sus características ni pasajeros. Sólo en principio. Luego, llegó lo imprevisible.
SE detuvo el «Rolls Royce» frente a la fachada de piedra gris, con escalones de acceso a la amplia, suntuosa puerta de recia madera de roble. Eran seis los escalones que subían hasta la entrada del Mayfair Club de la Quinta Avenida neoyorquina. Seis escalones los que subió el hombre que había descendido poco antes del automóvil, tras recibir el saludo ceremonioso del portero de ostentosa librea color granate, al inclinarse ante él: —Buenas tardes, señor Talbot. Bien venido al club, señor.
—Asesinado. Eso es lo que han hecho conmigo; asesinarme. Tan clara y deliberadamente como si me hubiesen acuchillado con un agudo estilete, atravesándome el corazón. O como hincarme una bala en el cráneo. O como hacerme beber un líquido repleto de cianuro. O envenenando mis alimentos con arsénico. Sólo que esto era aún más cruel. Más perverso que una muerte vulgar. Era deliberada, sutil y maligna y lenta. Una forma perversa y malévola de matar a otro semejante. Virtualmente, yo estaba muerto. Muerto…
—Evidentemente, es nuestro mejor hombre. —Lo es. Pero ¿valdrá la pena sacarle de su actual misión en el Medio Oriente, para encomendarle algo tan complejo y falto de perspectivas, señor? —Evidentemente, la misión en Oriente Medio es delicada. Aquello es ahora un volcán a punto de erupción. Pero hay hombres capacitados para cubrir la vacante del actual.
SONÓ el llamador de la puerta dos veces. Dos veces zumbó el suave llamador, recién instalado. Yo me limite a indicar con voz grave: —Adelante, por favor. Está abierto. Así de sencillo fue todo. Debí haber pensado que también la Muerte, según el viejo proverbio chino, acostumbra llamar dos veces. Pero la idea ni siquiera me pasó por la mente. Quizá porque nunca fui aficionado a los proverbios chinos. Ni tuve miedo jamás a la muerte, en parte porque a los treinta años no se acostumbra tener miedo a nada. O a muy pocas cosas.
Ya falta poco. He preguntado la hora hace unos minutos. El celador se ha resistido a dármela. Pero al fin lo ha hecho, de mala gana. Las cuatro menos veinte minutos. Ya es esa hora. ¡Dios mío, qué rápido pasa el tiempo cuando queda tan poco por delante...! Una noche en vela dicen que siempre es larga. Yo las he pasado así, y recuerdo ahora que los minutos eran interminables. Que cada instante era una eternidad. Y ahora, sin embargo... Ahora, todo se pasa en un vuelo, en un suspiro. No hay noche más larga ni más corta a la vez. Ninguna noche puede ser como... esta última noche.
Frank Corman examinó atentamente la gran ampliación fotográfica en color. Resultaba terrible y estremecedora. Al menos, lo hubiera resultado para alguien, pero no para él. Frank Corman estaba habituado a ver ante sus ojos escenas más tremendas que unas simples tijeras de sastre, sobre una mesa, mostrando el rojo oscuro de sus manchas de sangre. La mostró a su compañera, con cierta indiferencia. —Ahí lo tienes —dijo—. Ésa es el arma. A triple tamaño del natural. —¿La fotografiaste tú mismo? —sonrió Jessica Ward.
El sargento Dykers enarcó las cejas, todavía perplejo ante el diálogo breve y absurdo que había acabado de sostener con su superior en el departamento de policía de Los Ángeles. Salió del despacho preguntándose sí, realmente, su jefe estaría en sus cabales o no. Las explicaciones recibidas poco antes, le hacían dudar muy razonablemente de tal cosa, la verdad. Pero últimamente, Mac Gregor no estaba de buen humor. Y se explicaba. Todo se explicaba, en nombrando por medio a «Spectro».
El dardo mortal partió en medio de la llovizna de aquel día trece de junio en que se jugaba la jornada inicial a las cinco de la tarde, hora local de la World Cup Soccer 74, en Frankfurt. Bajo el cielo nublado, la muerte alcanzó a la persona elegida, con trágica precisión. Luego, sigilosamente, el asesino se perdió en el panorama gris y bullicioso de la ciudad de Frankfurt, aquel jueves festivo del deporte mundial. En otro punto, algo alejado de aquél donde fue presionada la moderna cerbatana de tipo electrónico, un hombre emitió un roncó grito de agonía. Y cayó sin vida, con una fina y mortífera aguja hincada en su garganta, justo sobre una de sus carótidas, llevando a la sangre, vertiginosamente, el veneno demoledor de que estaba impregnada la sutil pieza de punzante acero.
Se llamaba Milton Jarrod. Había sido él la persona elegida, porque quizá nadie como Milton Jarrod podía ocuparse de una tarea semejante. Los que lo escogieron sabían lo que hacían. No actuaban, ciertamente, guiados por ningún instinto o por una corazonada. Ni tampoco al azar o guiados por simpatía alguna.
Levantó la pistola. Era un arma poco común. Un «Colt Special», calibre 45, muy peculiar, con cañón pavonado. El enorme silenciador, remataba con su maciza forma la colosal automática. Aquella especie de cañón portátil hizo fuego. El sonido del disparo no salió nunca. No es que el arma hiciera el típico «ploc» ahogado de un arma vulgarmente silenciada. Es que, sencillamente, no hubo nada. Si acaso, el silbido de la bala en el aire. Un silbido tenue. Ni estampido, ni sonido ahogado, ni nada. Era el silenciador perfecto, total, absoluto. Las balas eran mudas, pero mortíferas.
Los asesinos eran tres. Los tres parecían iguales entre sí. Y quizá lo eran. Nadie hubiera podido saberlo con exactitud. En realidad, no pretendían parecer diferentes. Y tenían éxito en su empeño. Eran asesinos. Asesinos profesionales. Cuando tenían que cumplir una misión, no acostumbraban a fallar. En esta ocasión, no tenía por qué ser diferente. Y no lo sería.
—Será mejor que no se muevan, señores. Esto es un secuestro.
Lo había empezado a sospechar así unos momentos antes. Justo cuando vi asomar el acero frío y pavonado, en la mano morena de mi vecino de asiento, al otro lado del pasillo del «Boeing 707» de la Transworld Airlines.
Las duras, secas palabras del viajero, no hicieron sino confirmar mis temores. Por si ello fuera poco, al final del corredor se levantaron dos personas más: un hombre y una mujer.
Ya había llegado. Aquello era Belfast. No se puede decir que resultara particularmente acogedor, aquel viernes por la noche, cuando abandoné el barco en el muelle, amplio y silencioso. Había llovido recientemente, y el suelo parecía charolado y negro, reflejando algunas luces, muy pocas, de trecho en trecho. Sobre la ciudad, el cielo era un apelmazamiento cárdeno de nubes. O mucho me equivocaba, o continuaría lloviendo aquella noche. Y en días sucesivos. La verde Irlanda tendría abundante humedad para sus pastos, evidentemente.
Alan Foreman, escritor de profesión y practicante de karate, está en Hong Kong buscando historias sobre las que escribir cuando decide ir al cine al estreno de la última película de artes marciales protagonizada por su famoso amigo y compañero de entrenamiento Burton Lane. Tras salir del cine los dos amigos quedan para verse al día siguiente pero esa misma noche Lane morirá asesinado de manera brutal. A partir de ese momento Alan se adentrará en un mundo de intrigas, conspiraciones y violencia para resolver el asesinato de su amigo.
Era solamente un helicóptero. Iba pintado de color amarillo y azul, y lucía en su cola una especie de estela fosforescente en el atardecer, anunciando una famosa marca de cigarrillos americanos con filtro. Era, por tanto, un simple helicóptero publicitario, de los que sobrevuelan con tanta frecuencia el cielo de cualquier ciudad, especialmente si se trata de una ciudad americana.
El protagonista de esta novela, ambientada en Londres, se apellida Eastwood, pero sólo es un ex deportista que ahora trabaja en televisión de comentarista del medio. Está a punto de casarse, cuando un día se cuela en el apartamento de su prometida y encuentra un sobre con una foto suya, y una orden de matarle. Cuando, días después, le pide explicaciones por teléfono, ella le cuelga y desaparece, y cuando la va a buscar al trabajo —actúa como modelo— le dicen que abandonó el empleo unos días atrás…
Contempló el teléfono. Dudó. No sabía si descolgarlo y llamar. O dejarlo como estaba, no acercarse a él, no marcar ningún número, no hablar con nadie. Se pasó una mano por el rostro. La retiró mojada. Su piel estaba húmeda de sudor. Especialmente en la frente, surcada de arrugas profundas. Notaba frías gotas deslizándose hasta sus cejas. Sin embargo, no hacía calor. Por el contrario, la noche era desapacible y brumosa. Había llovido con cierta intensidad por la tarde y, de ser cierto lo que dijera el meteorólogo en la televisión, volvería a llover fuertemente durante la madrugada.
La muchacha del cabello color fresa miró atrás. No descubrió nada sospechoso. Nada de lo que ella temía, cuando menos. Sus ojos estaban muy abiertos, tras los vidrios color dorado espejeante de sus modernas gafas de sol. Y continuaban asustados. Como lo habían estado durante todo el recorrido del taxímetro hasta el Aeropuerto Kennedy. Sin embargo, ningún otro automóvil había seguido al taxi durante el recorrido. Y ahora, cuando ya el vehículo se alejaba de regreso a Nueva York, tras haberla depositado en el aeropuerto internacional, ella continuaba pendiente de la presencia de cualquier otro coche, de cualquier persona que pudiera despertar en ella renovadas sospechas.
Shylo Harding, joven escritor norteamericano de novelas pulp, viaja a Londres de vacaciones para visitar la famosa mansión-museo de Sherlock Holmes situada en el 221 de Baker Street. Tras recordar algunos de los famosos casos del conocido detective, Shylo Harding hace, por sorpresa, una pregunta al guía: Estamos en la casa donde vivió y resolvió sus casos Sherlock Holmes, pero ¿cuál fue la causa de su muerte? El guía, sorprendido por la insólita pregunta, y ante las irónicas sonrisas de alguno de los visitantes, responde, balbuciendo, que Sherlock Holmes fue un personaje de ficción; que no sabe nada sobre su muerte… Al salir del museo, Shylo Harding, es parado por una joven que había escuchado la conversación, y le habla de un caso ocurrido en 1897, que quedó sin resolver, y por el cual ahorcaron, en su día, a un hombre inocente. Lo llamaron, entonces, Los Crímenes del Degollador. Al día siguiente, después de recorrer otros lugares turísticos de Londres, al volver al hotel, el conserje entrega a Shylo Harding un antiguo manuscrito, que alguien dejó para él, con datos de la época sobre Los Crímenes del Degollador…
Scarlett podía volver a cantar. Y a tocar su guitarra. Sobre todo, tocar su guitarra. Los temas folk saldrían fácilmente de su vibrante garganta. Siempre había sido así. Pero ella no era un jilguero. Cuando se veía enjaulada, no podía cantar. Y había llevado un tiempo en la más desagradable de las jaulas imaginables. Ahora, todo eso quedaba atrás. Acababan de abrirle las puertas de la prisión. Le habían devuelto sus cosas, incluso su guitarra. Y unas guardianas, le habían deseado suerte. Y que nunca más volviera allí. Scarlett, en ese sentido, fue concreta, rotunda. Casi agresiva: —Seguro. No volveré. Nunca. Si alguna vez he de ir a alguna parte… será a la Morgue. Pero nunca aquí. Lo juro.
Para mí, todo empezó aquella madrugada. Cuando abandonaba el hotel Ambassador, en el Quai des Berges de Ginebra, para tomar uno de los trenes vía Berna, hacia Zúrich. Quizá había empezado mucho antes, sin yo saberlo. Pero creo que, volviendo la vista atrás, ese instante marca para mí el inicio de lo insólito que el destino me reservaba en las jornadas siguientes. Y por ello evoco ahora ese momento preciso, definido. La mañana todavía sin luz, salvo las brillantes del alumbrado callejero de la ciudad del lago Leman, en una atmósfera limpia, despejada, carente de contaminación.
Era mala cosa quedarse sin trabajo. Y era peor aún, que eso hubiera sucedido precisamente allí. En aquel lugar. Pero había sucedido. No valía pensar en otra cosa, porque hubiera sido inútil. Él era a veces un soñador. Pero no con el bolsillo vacío, y el estómago más vacío aún. Entonces, se convertía en un hombre terriblemente práctico, aunque eso no sirviera de mucho.
Quizá no tuvimos demasiada imaginación al hacerlo. Pero le bautizamos así. Creo que, desde un principio, coincidimos todos en darle ese nombre, quizá porque él mismo nos dio la pauta con sus propios métodos. Con aquella especie de… de «firma» que subrayaba sus horribles crímenes. Lo cierto es que todos, prensa, opinión pública y policía, coincidimos en el nombre aplicado al misterioso asesino. Le llamamos «X». Simplemente «X».
Era una pequeña estación después de Cayeux-sur Mer, antes de llegar a Boulogne-sur-Mer. El tren de París-Amiens-Calais, que tenía su origen en la Gare du Nord parisina, y enlazaba con el ferry que cruzaba el canal hasta Folkestone, en las Islas Británicas, se detenía escasos minutos en aquella estación. Escasos, pero suficientes para que los viajeros, si los había, bajaran a tierra. Habitualmente no eran muchos, e incluso a veces no había ningún viajero, pero el furgón de cola del convoy ferroviario aprovechaba el momento para depositar en la estación el correo y la prensa del día. Al solitario viajero de aquella tarde, le bastó con un solo minuto para bajar sus dos maletas y descender él mismo al andén.
La noche parecía diferente allí, al otro lado del río. Era como si la niebla se enroscase en esos parajes en torno a seres y árboles, a edificios y objetos, como algo vivo y pegajoso, que quisiera dar más hálito de misterio a lo que ya de por sí resultaba allí oscuro e inquietante. En sitio así, todo parecía posible. Incluso lo imposible. Muchas personas aprensivas dejaban de transitar por aquella zona, especialmente de noche. Hubiera sido un error pensar que lo hacían simplemente por evitar un mal encuentro con algún delincuente habitual. Era algo diferente lo que la gente temía allí, al otro lado del río. Algo que no tenía forma ni nombre, pero que ellos intuían que estaba allí, aunque lo cierto es que quizá jamás había existido.
Abrió los ojos. Miró en derredor. No entendió nada. No le resultaba conocida aquella moqueta. Ni los muebles. Ni tan siquiera las lámparas encendidas. Lo único familiar era la melodía, que llenaba de suaves notas la habitación. Una vieja melodía que le era familiar. Logró identificarla, pese a que su mente era un mar de confusiones, un torbellino de nieblas y de oscuridades. September in the rain. Notas de piano. Música melancólica, como un día de setiembre bajo la lluvia. Después de todo, eso era la canción.
Una noche un hombre, con paso lento, firme, seguro, avanzaba por la callejuela empedrada, vieja y tortuosa, perdiéndose entre casas de vecindad y algún que otro local nocturno de escasa vida. Porque el hombre llevaba la muerte consigo, bajo la amplia y deslucida gabardina oscura. En un momento en que la luz de una farola iluminó sus manos enguatadas, una de las cuales se perdía bajo la gabardina, algo centelleó también debajo de ésta. Algo metálico, rígido y afilado, de un azul frío y reluciente. Un hacha. Una afiladísima y temida hacha, que aquella mano parecía manejar bien. No era grande, pero sí sólida y de hoja capaz de abrir en canal cualquier cuerpo, vivo o muerto, sin dificultades. El hacha de un carnicero.
Sonó el timbre del teléfono.
Fue como si súbitamente se desgarrase el silencio apacible con un trallazo de violencia inesperada. Y, sin embargo, sólo era eso: el timbrazo del teléfono, al fondo del gabinete.
Lester McCoy alzó la cabeza del plato, sobresaltado. Miró a su mujer con fijeza. Ella también le miraba.
—¿Esperas alguna llamada este fin de semana? —quiso saber él.
—No, ninguna —negó ella vivamente—. Absolutamente ninguna. ¿Y tú?
—Tampoco. Este teléfono no lo tiene nadie. No puede ser para mí.
Estaba hecho.
El hombre yacía frente a él. Sangraba su cabeza. Los ojos, vidriados e inmóviles, la boca contraída. También corría sangre por la comisura de sus labios. El cuerpo se había quedado encogido, crispado en un ángulo del viejo y sombrío embarcadero.
Lee Warren permanecía quieto, como aturdido. Igual que si hubiese recibido un mazazo en pleno cráneo. Sus dedos aún aferraban el gollete de la botella rota. Los fragmentos de vidrio color caramelo, yacían dispersos en derredor del cuerpo sangrante. Algunos trozos se veían entre los cabellos canosos de la víctima, manchados con el rojo de la sangre. El estallido de la botella habíase producido solamente unos momentos antes. Ahora, todo había terminado.
Josef Holzmayer creía saberlo. Estaba seguro de saberlo. Le había costado tiempo percatarse de ello, pero ahora casi podía jurarlo. Y la significación tremenda de esa certeza, le había provocado una excitación poco frecuente en él. Josef Holzmayer había sido siempre un hombre frío, cerebral, sereno y equilibrado hasta la exageración. Había quien decía de él que no tenía sensibilidad ni acusaba emoción alguna, ya fuese de complacencia o de contrariedad. Y muy posiblemente, quienes eso afirmaban tenían toda la razón del mundo. Esa mañana, Holzmayer se sentía particularmente inquieto y nervioso, cosa todavía más insólita en un hombre de su carácter. Pero existían razones poderosas para ello, razones que desgraciadamente no hubiera podido exponer a nadie en estos momentos. Y a su secretario o a su amiguita, menos aún que a ninguna otra persona.
Ben Colby entró aquella mañana en los laboratorios del pabellón de investigación química de la Universidad de Berkeley, California. Fue una visita casual, casi rutinaria, para reunirse con un compañero de profesorado, David MacIntire. Pero de ese simple hecho dependió su futuro y el de muchas otras personas. Si Ben Colby, al terminar demasiado pronto su clase de Lógica y Psicología, no hubiera pensado en reunirse con MacIntire, para ir luego juntos a almorzar, como hacían muchas veces, las cosas hubieran sido muy diferentes para él y para cuantos vieron influido su destino por la persona de Ben Colby.
Estaba nevando mucho en aquel momento. Ella y yo casi chocamos al empujar las puertas de las oficinas simultáneamente, no sé si por nuestro común afán de huir del frío exterior, o sólo porque, deseábamos fervorosamente alcanzar la oportunidad de ser recibidos por el grande, inaccesible, y para nosotros, casi mítico personaje llamado Oscar Siegel, representante artístico de la empresa de Lorna Lancaster, la primera empresaria del teatro musical de Broadway. Lo cierto es que tropezamos al empujar las pesadas vidrieras y nos quedamos como dos tontos, mirándonos mutuamente, con expresión atribulada. Ella sonrió, y su sonrisa logró desarmarme.
Una absoluta rareza. Una historia que encaja perfectamente dentro de la colección «Servicio Secreto», pues tiene una intriga de agentes y megalómano de turno, al estilo James Bond y sus némesis. Sin embargo, también existe una sub-trama de ciencia ficción, con animales marinos mutados y convertidos en gigantes. Entre esos animales hay tiburones, y de hecho se menciona la película de Spielberg, si bien, por misteriosos motivos, se evita aludirla directamente. En el lado negativo, sin embargo, cabe apuntar que es una de las novelas peor cuidadas por parte de Curtis Garland, en lo que a redacción se refiere. Los fallos de sintaxis son abundantes, y da la impresión de que esta obra la escribió más deprisa de lo que era norma en la época, pues hay errores a mansalva. No sólo un fallo característico en él como era la profusión de posesivos —algo inherente, por cierto, a muchos autores españoles, demasiado acostumbrados a leer (malas) traducciones del inglés—, sino que la construcción gramatical de muchas frases resulta terrible. Lástima, porque la simpatía y vigor de la historia hubiera incitado una obra de gran valía.
Dicen que un hombre no puede morir dos veces. Dicen que todo ser humano nace, vive y muere una sola vez. Al menos por el momento, nadie ha probado que exista la reencarnación sin lugar a dudas. Nadie ha demostrado que ha vuelto del Más Allá, del Valle de las Sombras. Por tanto, solo se vive una vez. Se muere una vez. Y, sin embargo...
Un misterioso asesino que parece tener el cuerpo cubierto de acero está matando a los agentes secretos británicos más destacados. El jefe del Servicio Secreto decide que Darrin Wolfe, un ex agente caído en desgracia y que actualmente cumple condena, es el más indicado para hacer frente a esta situación por causas muy particulares… Unas ligeras gotitas de terror y alguna más de ciencia ficción junto con una trama interesante y un tanto original conforman esta excelente novela policiaca de Garland. Aunque una de las «sorpresas» finales se ve venir de lejos, hay otra que si que pilla desprevenido al lector… o por lo menos a un servidor. La portada, como siempre, no refleja nada que aparezca en la novela pero han tenido el detalle de poner ese «Cráneo de acero» aunque no se corresponde con la descripción que de él hace el autor.
—¡Absuelto! Es imposible… El jurado no ha podido cometer un error semejante… —Pues lo ha cometido. Parecían asustados. Y su veredicto no admitía réplica. Fue por unanimidad: inocente. —¡Inocente! ¡Un hombre culpable de más de diez asesinatos… inocente! ¡Y libre! —Libre, sí. El juez parecía anonadado. No podía hacer nada, sin embargo. Se limitó a mirar a los miembros del jurado, que parecían incapaces de resistir su mirada, les dijo que su conciencia era responsable de todo aquello, y se limitó a declarar absuelto al acusado. —¿Crees que hubo soborno?
Todo comenzó con un vulgar secuestro. Vulgar, porque la moderna historia del mundo está llena, día tras día, de sucesos análogos en cualquier parte del planeta. Vulgar, porque los diarios, los boletines informativos de la radio y los telediarios de cualquier nación, acostumbran a llevar noticias así a todos los hogares día tras día. Un acto de violencia en alguna parte, un avión o un buque secuestrado por un grupo de hombres armados, la agresión a una Embajada, sea del país que sea, el secuestro de una personalidad del mundo de los negocios o de la política. Todo forma parte de los tiempos actuales. Todo ello son piezas de un complejo rompecabezas hecho de atentados a todo lo que, hasta hace poco tiempo, era sagrado o inviolable en el mundo civilizado.
La puerta no produjo el más leve ruido al abrirse. Los ojos astutos y fríos asomaron al corredor. Recorrieron de un extremo a otro su desierta extensión tenuemente alumbrada en la madrugada. Las manos enguantadas sujetaban la hoja de madera, tras haber hecho girar el pomo y la llave sin siquiera un chirrido. Previamente, ambas cosas habían sido cuidadosamente engrasadas para evitar ruidos. Al fin, la figura humana pisó la moqueta esponjosa del corredor con total silencio. Aquel calzado de goma negra no odia producir roces en el pavimento, sobre todo teniendo en cuenta el sigilo con que se movía su propietario.
Me lo había pronosticado uno de esos quiromantes de feria en una ocasión: —Usted… usted tiene unas extrañas rayas en su mano, señor. Yo me había sonreído, cambiando miradas burlonas con mis amigos, que reían sin tapujos ante la grave expresión del hombre de aire enfático que leía en la línea de mi mano. Puedo recordar ahora vagamente que era un individuo moreno, aceitunado, de pelo negro y rizoso y aspecto agitanado. Posiblemente procedía de alguna tribu errante zíngara, aunque no presumía de ello para explotar su modesto negocio en la feria de Coney Island.
El cheque, ciertamente, estaba allí, prendido a la misiva, que se había escrito en papel beige, recio y crujiente, lo mismo que el sobre. Quinientas libras, pensó Sir Brian Woodward, era mucho dinero para compensar gastos de un traslado desde Londres a un lugar cercano a la capital, como allí figuraba escrito. Dobló cuidadosamente el papel bancario, pensando en devolverlo a su remitente en cuanto llegara a aquel lugar. El mensaje le intrigaba, en verdad. No recordaba a amigo alguno que residiera en el punto de origen de aquella carta. Posiblemente algún viejo amigo pretendía darle una pequeña sorpresa, pensó para sí. Después de todo, no eran muchas las personas que conocían su dirección particular en Londres. Habitualmente, recibía el correo en su club o en las oficinas del Ministerio.
Abdullah Hakim nunca había sido un fanático. Era un hombre, por el contrario, totalmente equilibrado, sensato y nada extremista. Cierto que trabajaba en pro del reconocimiento palestino por el Gobierno de Israel, porque ésa era no solamente su obligación como político árabe, sino también su propia y personal convicción como miembro de una raza que él consideraba sojuzgada y oprimida. Pero sus medios combativos jamás habían pasado de demandas ante las Naciones Unidas, requerimientos legales y procedimientos jurídicos ante Tel-Aviv, buscando una entente cordial en los territorios ocupados y una posible paz futura en la zona más conflictiva del mundo.
—¿Ralph Davis?
—Sí.
—¿Su pasaporte, por favor?
—Por supuesto. Aquí lo tiene.
La mano del funcionario de policía tomó el documento. Lo abrió. Examinó la fotografía y miró al hombre que se lo había entregado.
—Norteamericano, ¿eh? —comentó—. Del mismo Nueva York.
Había dejado de llover poco antes. Era habitual en otoño que aquella región registrase lluvias, incluso bastante más intensas y prolongadas que la de aquella madrugada y primeras horas de la mañana. Los charcos reflejaron la tibia claridad solar, entre las nubes grises que aún flotaban sobre el verde paisaje de Staffordshire. La tierra, húmeda y fangosa, se veía en el serpenteo de los caminos que se perdían entre brezos, matorrales y bosquecillos, o entre los setos de las aisladas mansiones y granjas de la región. En el pináculo de algunas torres de fincas de labranza o de cría de ganado, las veletas giraban intermitentemente con los soplos de la brisa matinal. Caballos y reses empezaban a asomar sus cuerpos marrones o blancos por entre el verdor lujurioso de la hierba en los amplios pastos.
Howard Miller miró hacia atrás, preocupado. Era la primera vez que le sucedía algo así. Habitualmente, cuando él trabajaba, eran los demás quienes tenían que mirar a sus espaldas, pero no él. Experto en su tarea, frío profesional de cuerpo entero, jamás había sentido la impresión de verse perseguido, vigilado. Ésta era una sensación rara, insólita para él. Y acababa de sentirla. Por supuesto no vio nada. Ni a nadie. La calle aparecía totalmente desierta, y las ventanas herméticamente cerradas en ambos lados de la misma. Sin embargo, la sensación continuó, inexplicable. Seguía sintiéndose observado.
Una ambulancia misteriosa penetra en un área restringida. En una celda del corredor de la muerte un preso espera su fatal destino. El preso sólo puede evitar su fatal destino haciendo de donante al agente de la CIA que va en la ambulancia. La suplantación de identidad va más allá de lo que se le puede exigir incluso a un condenado a la pena máxima.
Tras sufrir un fuerte golpe en la cabeza, atropellado por un automóvil que se da a la fuga, un fotógrafo artístico, Edgar Crabbe, dedicado a retratar a las más bellas modelos, descubre con terror que ha perdido la visión de sus ojos. El único apoyo en su reciente ceguera es Belinda una hermosa modelo por quien siente más que una simple simpatía, y la esperanza de localizar a su socio y compañero Kenneth Paxton, misteriosamente desaparecido.
A partir de este momento, la vida de Edgar se transformará en una pesadilla, su socio aparece muerto por un disparo de escopeta, el estudio fotográfico y su apartamento destrozados por un brutal registro. Cada vez es más fuerte el presentimiento de que alguien le vigila y le acecha en su ceguera, que una presencia oculta sigue sus pasos.
El Servicio Secreto británico, tomará cartas en el asunto, ante la certeza de encontrarse ante un asunto de espionaje internacional de primera magnitud. La búsqueda de unas fotos microfilmadas que rebelarían la secreta identidad de un agente traidor infiltrado en Inglaterra.
Matar era su oficio. Y era un buen profesional. De los mejores. Frío, eficiente, seguro de sí mismo, lúcido y práctico. Parecía un ejecutivo, elegante y de inmejorable presencia. Un buen traje gris azulado, de impecable corte, maletín plano de aluminio recubierto de piel, gafas de sol con montura metálica, aire impersonal y sonrisa fácil. Justo lo que cualquier empresa espera de un buen empleado; lo que cualquier cliente desea de aquella persona con quien ha de tratar de negocios. Sin embargo, no se dedicaba a seguros de vida ni a vender terrenos o fincas. Tampoco representaba a ninguna firma de automóviles o de joyería. Ni tan siquiera a una entidad bancaria o a una firma de ventas a plazos. Su trabajo era asesinar. El crimen era su profesión.
El sheik Abdullah El Feisal, del Emirato Árabe de Mullahj, sonrió complacido, mirando con una nueva luz en sus negros ojos cansados el paisaje urbano que podía distinguirse desde la ventana de su habitación en aquel centro médico norteamericano. —Mi respuesta, naturalmente, es «sí» —dijo con lentitud. Su interlocutor sonrió a su vez, inclinando ceremonioso la cabeza. —Me complace que confíe en nosotros —declaró suavemente—. Sabía que iba a tomar una decisión inteligente, señor. —Espero que lo sea —el árabe volvió sus ojos sagaces al otro hombre—. Por supuesto, me ha dado todas las garantías… —Puedo dároslas, os lo aseguro. Vos mismo habéis visto ya un ejemplo concreto, alteza…
—Estamos a mitad del mes de mayo. Y sólo nos dan de plazo doce días.
—Eso significa que antes de fin de mes puede suceder.
—Tonterías. Esas cosas no pueden ocurrimos a nosotros. Es un vulgar chantaje, nada más.
—Yo no estaría tan confiado. El que envió este mensaje estaba muy bien enterado de nuestro punto de reunión. Y eso no es nada fácil ni está al alcance de todo el mundo.
—Quizás. Pero sigo pensando que pretenden meternos el miedo en el cuerpo y obligamos a pagar. ¡Pagar nada menos que siete mil millones de dólares! Mil millones cada uno de nosotros. Eso es una pura locura.
Para cualquier ser humano normal, aquélla hubiera sido una noche realmente de terror.
Pero Rufus Kinlay era cualquier cosa menos un ser normal, tanto en apariencia física como en todos los demás órdenes personales. Tal vez por ello, la noche le importaba un bledo, y la tormenta otro tanto. Es más, ni siquiera pestañeó cuando allá en el negro cielo se desgarraron brutalmente las nubes con el destello cegador de un relámpago, y un bramido de mil diablos conmovió la tierra toda, como en una mala película de horror podrían imitar los técnicos en efectos especiales.
Aquel día sucedieron dos cosas importantes en lugares opuestos del mundo. Sin embargo, ambas estaban conectadas entre sí de forma muy directa, aunque nadie pudiera imaginarlo. El primer hecho tuvo lugar en Wall Street y pareció, inicialmente, una simple alteración bursátil, un repentino desequilibrio en los mercados internacionales de determinado sector. Realmente, pocas personas se enteraron de ello, y menos aún llegaron a concederle gran importancia. Era una cuestión técnica, en apariencia, y no había por qué concederle mayor importancia que a una repentina baja injustificada en la cotización del dólar o a un mal día en la Bolsa, no previsto por los expertos. El ciudadano medio ni siquiera se enteró de ello. Y el que tuvo ocasión de echar una ojeada a ciertas informaciones de prensa se encontró también con que no entendía del todo el fondo de la noticia, y ni siquiera se preocupó por ello.
El reactor tomó tierra sin dificultades en la mojada pista de Heathrow. Era un vuelo privado internacional. Había pedido la debida autorización a la torre de control para tomar tierra allí en vez de buscar un aeropuerto particular, y le había sido concedido, ya que el mal tiempo reinante era la causa del cambio de planes del piloto. Por encima del Canal, el aparato había tenido que sortear un fuerte temporal y vientos contrarios que dificultaron su arribada a las islas. Una vez en tierra, descendió del mismo un importante personaje extranjero, con su reducido séquito. El viaje era completamente privado, y cumplió los trámites aduaneros en la forma reglamentaria, sin ningún problema.
—¡Ya está! —dijo roncamente Héctor Rizaldo. Y sonrió, enjugándose el sudor del rostro y poniendo el mecanismo mediante una simple presión en un botón rojo. Peter Schartz asintió a su vez, conectando el mecanismo de relojería al artefacto reacción activado por su compañero. Luego, sonrió con ojos brillantes y fríos. —Listo —corroboró—. Tiene doce horas de funcionamiento exactamente. Y comprobó que su reloj de pulsera marcaba justamente las seis y diez segundos en ese momento. Echó una ojeada al reloj de su compañero, que señalaba la misma hora.
Ha sido alguien que no existe. Alguien que no existe hizo esto. No tiene sentido en apariencia, pero yo sé que es así. No hay otra explicación posible. Hay que partir de ese punto para intentar recomponer las piezas de este puzzle siniestro y estremecedor ante el que nos encontramos en este momento. Alguien que no existe… ¿Es posible que un ser así, perdido en el limbo de lo que no es, en la nada absoluta de lo que ya no tiene forma ni vida, haya podido llegar tan lejos en su extraña y horrible venganza?
Lex Redmond supo que era el fin. La muerte. El telón de su agitada vida.
Era el mejor agente especial de su época, muchos lo habían dicho aunque él nunca se lo creyó del todo. Trató, simplemente de ser el mejor. Pero jamás estuvo seguro de haberlo conseguido, aunque sus jefes y sus enemigos —sobre todo sus enemigos—, dijeran que realmente lo era.
Pero aunque así fuese, nada ni nadie iba a librarle ahora de su final. Acababan de clavarle dos proyectiles en el pecho y uno en el abdomen. Sabía lo suficiente de armas y de balas como para comprender que no había médico capaz de salvarle la vida.
El mismo día, tres personas muy distintas tomaban diversos vuelos hacia el Caribe, desde remotos confines del mundo, muy alejados asimismo entre sí.
Desde Moscú partía en un vuelo de Aeroflot el aparente hombre de negocios soviéticos Yuri Dusinov, con su muestrario de productos marítimos rusos enlatados, desde caviar hasta esturión ahumado, en viaje de trabajo al extranjero. En realidad, bajo esa identidad de representante comercial, se ocultaba la personalidad de un importante agente secreto de la KGB, siempre designado para servicios muy especiales por el Kremlin.
La primera vez que Aaron Strasberg vio llamear las alas de los pájaros de la muerte, no podía saber que él también se acabaría viendo involucrado en aquella espantosa pesadilla de los flamígeros seres alados, auténticos emisarios del Mal, embajadores infernales llegados de nadie sabía dónde. En aquella ocasión, Aaron Strasberg era solamente un testigo algo alejado del escenario de la tragedia. Posteriormente estaría mucho más cerca de los hechos, para desgracia suya. Pero eso, entonces, él no podía saberlo. Se limitó a ver con sus propios ojos, sin poder intervenir, y casi sin dar crédito a lo que veía, la más espantosa escena de horror imaginable.
El día que murió Matt Walters empecé a pensar que algo oscuro y terrible estaba ocurriendo a mi alrededor.
No sabía qué, pero la muerte del bueno de Matt me lo reveló de inmediato con una súbita clarividencia que, por otro lado, no se basaba en motivo real alguno.
Después de todo, las causas de su muerte, aclaradas posteriormente por un médico forense al hacerle la autopsia, eran las más corrientes del mundo, sobre todo de nuestro enfebrecido mundo actual: fallecimiento producido por derrame cerebral.
Para un exespía de la categoría excepcional de mi viejo amigo Matt, morir de un simple derrame cerebral resultaba un fin de lo más vulgar y mediocre que pudiera imaginarse. Él había soñado siempre con tener una muerte heroica, durante el cumplimiento de alguna de sus arriesgadas misiones, como creo que siempre lo soñamos todos los que nos dedicamos a esta aperreada vida de los servicios de Inteligencia.
El doctor Frank Shelley miró por la ventanilla del carruaje. El paisaje que se mostró ante sus ojos distaba mucho de ser alentador. La noche oscura como boca de lobo, era gélida e inclemente. Sólo el vago resplandor blanquecino que se elevaba del nevado suelo y de los arbustos festoneados por el blanco elemento daba una tonalidad fantasmal al panorama de la región que estaban cruzando en esos momentos.
Rose Myllet, más conocida entre la vecindad como Lizzie Davis por motivos que sólo ella conocía, ya que ocultar el nombre verdadero con un alias era una costumbre muy habitual entre las rameras de Whitechapel, estaba contenta esa noche. Durante las fechas navideñas, los clientes habían sido particularmente generosos con ella, tal vez porque en esos días siempre se tiene algo más de dinero en el bolsillo, puesto que ella dudaba mucho de ese tópico de la bondad humana que se acentúa en las Pascuas para ser más desprendido con sus semejantes. Además, ella se consideraba una mujer merecedora de esa generosidad, dadas sus cualidades físicas y su experiencia en las lides amorosas.
Eran días risueños para la ciudad. Acababa de inaugurarse aquel primero de mayo la magna Exposición Universal, bajo las amplias bóvedas del Palacio de Cristal. Era la primera gran eclosión económica e industrial de una nueva era que se las prometía felices.
Los ojos de la muchacha dejaron de expresar el miedo. Ahora era el pánico, el horror, lo que se reflejaba en ellos. Miedo al ser que descendía por la escalera de caracol, con pasos lentos, con movimientos pausados. La rojiza luz del recinto de piedra dibujó una enorme, siniestra sombra sobre los muros de góticos porcheados.
La puerta de la fonda se abrió bruscamente. Entró un ramalazo de viento gélido, arrastrando llovizna fina y helada hasta las piernas de los que tomaban cerveza o whisky más próximos a la entrada, acodados en el pequeño mostrador donde la señora Saint John servía las consumiciones a sus clientes habitualmente.
Siempre había sido feo el vuelo de aquellos animales. Sobre todo, para Bill «Rifle» Stuart. Soltó un salivazo amarillo, con tabaco de mascar, y expresó su repugnancia con un gesto torcido, sin desviar las entornadas pupilas del vuelo en círculo, lento y siniestro, de aquellos pajarracos.
Estaba acorralado. Acorralado contra la gran figura del Buda de piedra verde. Las luces rojas del templo parecían reflejos del infierno, reverberando en las columnas que formaban un auténtico bosque de cilindros de piedra lustrosa, como un dédalo en el que había tantos enemigos como columnas. Contó, al menos, doce. Doce hombres. Doce figuras enmascaradas, de desnudos torsos brillantes de sudor y grasa. Doce luchadores de karate. Doce asesinos. Y él, en medio. Enfrentado a todos ellos. Sin más ayuda que sus manos desnudas.
El primero en morir violenta y extrañamente, fue Toyo Tomura. Pero no le llevó demasiada ventaja a su hermano Saki. Solamente unas pocas horas, pese a que cada uno de ellos estaba en un lugar diferente de Tokio. Toyo se encontraba en un dojo de Ginza Street, cerca de Ueno Park, practicando nuevas katas con sus alumnos de karate. Había terminado con una de las katas adelantadas, y estaba iniciándoles en las dificultades previas de la Yang-Tsu NoKata. Sus seis alumnos, todos ellos jóvenes, de ilusionada expresión durante las exhibiciones de su maestro, no desviaban sus ojos almendrados de los movimientos armónicos y perfectos del gran karateka. Ver en acción los músculos, nervios y tendones de Toyo Tomura, era un espectáculo difícil de olvidar.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
Juan Gallardo Muñoz, nacido en Barcelona en 1929, pasó su niñez en Zamora y posteriormente vivió durante bastantes años en Madrid, aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Sus primeros pasos literarios fueron colaboraciones periodísticas —críticas y entrevistas cinematográficas—, en la década de los cuarenta, en el diario Imperio, de Zamora, y en las revistas barcelonesas Junior Films y Cinema, lo que le permitió mantener correspondencia con personajes de la talla de Walt Disney, Betty Grable y Judy Garland y entrevistar a actores como Jorge Negrete, Cantinflas, Tyrone Power, George Sanders, José Iturbi o María Félix. Su entrada en el entonces pujante mundo de los bolsilibros fue a consecuencia de una sugerencia del actor George Sanders, que le animó a publicar su primera novela policíaca, titulada La muerte elige, y a partir de entonces ya no paró, hasta superar la respetable cifra de dos mil volúmenes. Como solía ser habitual, Gallardo no tardó en convertirse en un auténtico todoterreno, abarcando prácticamente todas las vertientes de los bolsilibros —terror, ciencia-ficción, policíaco y, con diferencia los más numerosos, del oeste—, llegando a escribir una media de seis o siete al mes, por lo general firmadas con un buen surtido de seudónimos: Addison Starr, Curtis Garland (y también, Garland Curtis), Dan Kirby, Don Harris, Donald Curtis, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, John Garland (a veces, J.; a veces, Johnny), Jason Monroe, Javier De Juan, Jean Galart, Juan Gallardo (a veces, J. Gallardo), Juan Viñas, Kent Davis, Lester Maddox, Mark Savage, Martha Cendy, Terry Asens (para el mercado latinoamericano, y en homenaje a su esposa Teresa Asensio Sánchez), Walt Sheridan.
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Y tiró del pendiente.
Rasgó el lóbulo de la oreja de lady Jane Charity Brown.
Brotaron gotas de sangre del cadáver. Y ella, la difunta, la mujer ajusticiada en Newgate dos días atrás… ¡LEVANTÓ EL CUERPO, MIRÁNDOLES TERRIBLEMENTE!
Y un alarido de dolor escapó de los labios yertos.
Luego, mirándoles, con aquellos ojos suyos, acusó con voz que surgía de la propia tumba helada:
—Ladrones… Cobardes… ¿Qué hacéis con los muertos?
El cuerpo yacía ante el armario, bañado en sangre. Todo aparecía salpicado de un vivo color escarlata. Incluso las ropas allí colgadas chorreaban un rojo espeso y viscoso, que repugnaba a la vista.
Bajo la cabeza de Shawn, la cantante triunfadora, la muerte había abierto una enorme, desgarradora hendidura que iba de oreja a oreja, y hacía escapar por la garganta femenina, lechosa y tersa, un raudal hemorrágico. Los ojos muy azules, más grandes que nunca, se clavaban, desorbitados, en algo que no podían ver allá en la oscuridad, entre las ropas colgadas, goteantes de sangre. En un muro impenetrable que formaba el fondo mismo del armario.
Pero Yvonne Jeffords, en un fugaz, rápido momento de inverosímil rapidez, creyó ver algo.
Por un instante de vertiginosa celeridad, sus ojos, su mente, su intuición misma, imaginaron captar una visión de pesadilla. Algo abominable e inaudito, algo que su propio cerebro rechazó de inmediato, como inviable.
Y, aun así, lo vio.
Era la faz de un monstruo. Y flotaba en lo imposible. Entre las ropas sangrantes del armario. Clavando precisamente en ella, en Yvonne misma, unos ojos malignos, cuajados de amenazas horripilantes.
Un rostro de pesadilla… salpicado también de sangre. De humana sangre, acaso procedente del cuerpo mismo de la desdichada Shawn Francis.
Corría de algo. Huía despavorido, convertido en un fantasma de terror. Sus ojos desorbitados, inyectados en sangre, habían sido testigos del mayor horror imaginable por cualquier ser humano. Sus oídos aún mantenían como impreso en ellos, en una imaginaria cinta magnética, los alaridos de un hombre enfrentado al más increíble de los espantos. A su propia destrucción inaudita.
Roy Porter estaba seguro de haber captado extraños chasquidos, crujidos de huesos humanos triturados, masacrados por un ente de pesadilla, por un monstruo horripilante que nadie podía imaginar.
Miraba atrás, alucinado, temiendo ver tras de sí aquella cosa , aquella sombra dantesca emergiendo de las oscuridades de la noche, en persecución suya, para que nunca hablara, para que jamás dijera a nadie lo que había visto, lo que había vivido…
El machete silbó en el aire. Describió un centelleante semicírculo de acero, y cayó sobre un cuello femenino que empezaba a cubrirse de feas ampollas, bajo el efecto del fuego.
Un espantoso alarido de mujer escapó de la garganta que fue inmediatamente segada por el metal afilado. Un alud de sangre caliente, acaso más caliente que nunca, escapó del hondo tajo que, décimas de segundo más tarde, era un perfecto círculo escarlata…
Un círculo del que escapaba algo… Algo rematado por una cabellera negra como el azabache, ondeando al viento, crepitando de llamas breves que se extinguían…
Rodó la forma pesada, goteante de sangre, separada del tronco humano que ardía ya como yesca en la fogata, con los últimos espasmos bañados en rojo intenso y gorgoteante…
La cabeza de Devla, la bruja de Gorkoburg, era ya una piltrafa abrasada e informe, colgando de las cadenas ennegrecidas del poste de tormento, entre brasas y pavesas.
Algo más allá, una cabeza humana, una cabeza que fuera hermosa, antes de sufrir la monstruosa hinchazón violácea de la decapitación brutal, terminaba de rodar, finalmente… para hundirse en una profunda zanja, entre negros peñascos.
El alarido coincidió con el descenso de la hoja de acero, frío y centelleante, sobre la garganta rosada, salpicada de pecas, e incluso con un lunar muy nítido, justo en su centro, cerca de la nuez.
Todo eso se quedó inmediatamente bañado en un rojo violento. Brotó, gorgoteante, el tumulto escarlata.
El grito se convirtió en una especie de espeluznante berrido inhumano, a medida que el acero hendía la garganta.
El cuchillo largo, afilado, goteante de rojo, se apartó de su garganta con un chasquido casi feroz. Se despegó dificultosamente de la carne, a la que se adhería como un imán.
Unas manos enguantadas de negro, firmes y sin vacilaciones, empuñaban su mango. Fríos ojos mortíferos se clavaban insensibles, en la figura de mujer que se desmoronaba, ante ellos, en medio del caos sangriento en que se había convertido el angosto callejón sin salida, más allá del arco de piedra y de la luz vacilante de la farola de gas.
Allí lo tenía al fin.
Ante él. Tendido, como dormido apaciblemente. Lívido, de un amarillo céreo. Con regueros de sangre seca en las comisuras de sus exangües labios…
—¡Drácula! —masculló Bannister—. ¡Por fin…!
En ese momento, el ser lívido del ataúd, abrió sus ojos. Unos ojos profundos y terribles, oscuros como la noche. Inyectados en sangre, crueles y malignos. Se fijaron en Bannister. Las manos cruzadas sobre el pecho, céreas y huesudas, parecieron animarse de súbito, muy lenta, muy pausadamente.
No pude por menos de recordar borrosamente, mientras subía a bordo por los escalones de cuerda, en medio de los marineros al mando de Wallace, ciertas frases pronunciadas por aquella misteriosa criatura de los ojos de gato, la mujer amnésica que halláramos a bordo del Mary Jane , cuando hablé con ella en presencia del doctor Gallagher: «Nunca se está a salvo de él…». «Es el espectro de los Sargazos… el monstruo… Quizá ya esté aquí… Él nos llevará a todos hasta el mar Tenebroso… ¡No quiero morir como los demás! ¡No, no quiero volver a los Sargazos!…».
Ella, la muchacha misteriosa que no parecía ser pasajera ni tripulante, a bordo del Mary Jane … Pero entonces, ¿quién era? ¿Por qué estaba a bordo? ¿Qué había sucedido en el mar de los Sargazos, y qué era lo que ella había visto allí? ¿Qué le hizo perder la memoria y sentir aquel terror casi animal, como algo perdido en el subconsciente, y que era lo único que, virtualmente, ataba a aquella hermosa y rara criatura al misterio del pasado del Mary Jane en los Sargazos?
Era aquel sonido.
Aquella extraña resonancia en la noche, más allá de los fantasmales muros de blanco y endurecido hielo…
Un rugido. La voz de algo viviente, emitiendo un gorgoteo siniestro en la oscuridad. Como un aullido, como un jadeo, como un sibilante y ronco estertor animal…
Los sherpas se miraron entre sí, despavoridos. El terror asomó a sus ojos oblicuos, repentinamente angustiados, fijos en la negrura insondable.
—Es él… —musitó uno de los guías tibetanos—. ¡Es… el yeti!
De nuevo, en la noche, se captó el rugido cercano, escalofriante. Muy pálido, Lionel Sothern sintióse estremecer. Los cabellos se le erizaban en la nuca, con un helado y desagradable cosquilleo.
Súbitamente, los dos sherpas exhalaron un doble grito de vivo terror supersticioso… y echaron a correr, en franca huida, desapareciendo en las sombras de la noche.
Está escrito.
Quien encuentre el Negro Libro del Horror y abra sus páginas, desatará los más terribles males sobre la Humanidad. Algo así como una nueva y alucinante Caja de Pandora, capaz de desencadenar las más espantosas calamidades sobre el género humano, llevando al paroxismo del terror a quienes tengan la desgracia de estar presentes en ese nuevo y dantesco aquelarre, en esa orgía frenética y delirante del Mal.
Luego, nuevos zarpazos bestiales cubrieron de sangre aquella figura yacente, entre alaridos desesperados y estremecidos de la infortunada víctima. Forcejeó ella, luchó por apartar de sí aquella forma velluda, tremenda, poderosa y bestial, que estaba cubriendo de surcos desgarrados, sangrantes, su cuerpo todo.
Su grito se ahogó de repente, cuando las temibles zarpas, entre rugidos feroces, cayeron sobre su boca, su nariz, sus mejillas e incluso sus ojos.
El destrozo fue atroz, y la voz de la infortunada Frida se ahogó entre borbotones de sangre, cuando sus labios y encías destrozados dejaron fluir una intensa hemorragia. Uno de los ojos de la chica, reventó en un zarpazo, terminando de mutilar aquella faz, poco antes hermosa y provocativa.
Entre estertores roncos, convulsionado el cuerpo por espasmos de agonía, Frida rodó por la ladera, mientras bajo la blanca luna llena se perdían rugidos horribles, alaridos feroces de animal sediento de sangre, ávido de destrucción…
Luego, una masa velluda se movió a saltos, hasta desaparecer entre matorrales y árboles, en lo más profundo del bosque…
Abajo, en el arroyo, en su orilla, quedó inmóvil un cuerpo de mujer semidesnudo, entre jirones sangrantes de ropa. Las aguas se tiñeron de rojo lentamente. El silencio, el tremendo silencio de la muerte, se enseñoreó del bosque, de las montañas todas…
Porque justamente en medio del camino, yacía aquel cuerpo bañado en sangre, como una piltrafa teñida de escarlata vivo.
Y eso, con ser terrible, no lo era tanto como la dama erguida ante él, con sus ropas negras flotando al viento, igual que un ser de pesadilla… y con sus manos largas y marfileñas mojadas en rojo, goteando sangre copiosamente… Sangre que salpicaba también siniestramente sus ropas, su blanco escote, su rostro, su melena negra, incluso dándole el aspecto de una demoníaca criatura, de un íncubo, surgida directamente de los dominios de Satán.
El coche no pudo frenar a tiempo. Paul tuvo que virar violentamente para no pasar los neumáticos sobre el cuerpo sangrante y precipitarse sobre la alucinante mujer manchada de sangre, con lo que el coche derrapó, yéndose contra un árbol lateral, donde golpeó, por fortuna brevemente y sin fuerza, ya que al fin habían funcionado los frenos.
En algún lugar de la hacienda, a más distancia de ellos, se percibió ahora un largo y terrible alarido de pavor.
Era una voz de mujer, presa del más agudo pánico que jamás creyera advertir cualquiera de los dos jóvenes ocupantes del coche inmovilizado.
Luego, la puerta, al ceder una abertura no muy amplia, reveló en el corredor una forma oscura, grande, ancha…, ¡como un cuerpo velludo e informe!
El grito de Melody se transformó en terrible alarido de horror. Su voz pareció rasgar la oscuridad, la noche y el silencio en Korstein Manor, y en el pasillo, el bulto indescriptible saltó hacia atrás con una especie de inhumano gruñido, desapareciendo en las sombras del corredor, como a saltos, mientras Melody gritaba, gritaba, gritaba…
Su mano crispada aferró el interruptor de la luz, lo giró una, dos, tres veces, mientras no cesaba de gritar. En vano.
No había luz en la casa. Todo siguió a oscuras.
Giró la cabeza, asustado. Dejó de pensar, de dar vueltas al asunto. Algo más inmediato e inconcreto, más estremecedor y angustioso, le había arrancado de sus reflexiones íntimas. Sus ojos dilatados se clavaron en la sombra, en la amplia sala, más allá de cuya salida se veía el largo, interminable, blanco y aséptico corredor vacío.
Entonces vio al monstruo.
Exhaló un ronco gemido de horror, de angustia. Hubiera querido gritar. Dar aullidos. El terror bloqueaba su garganta. Y helaba el sudor en su rostro. Pero aun así, sabía que hubiera sido capaz de gritar, de gritar desesperadamente. Pero no quiso hacerlo. No se atrevió. Temía al sexto pabellón. Y a las celdas de castigo, Y las duchas, y las camisas de fuerza…
Pero el monstruo estaba allí. Enorme, silencioso. Avanzaba hacia él. ¡Y penetraba en la sala de los dormidos compañeros suyos!
Era… era algo enorme. Monstruoso.
Pero era inútil. Los nuevos zombis de Oriente, las máquinas asesinas del doctor Fu-Manchú, siguieron, implacables, su marcha, aun con sus rostros y cuerpos agujereados. Cayeron sobre Stuart y Frank. No necesitaban armas. Les bastaba el poder aniquilador de los brazos demoledores, musculosos, de las manos recias, macizas, duras y brutales como zarpas de acero…
Chascó el rostro de Stuart Mac Daniels, al tiempo que un aullido inhumano escapaba de la boca del agente, junto con sus encías y dientes destrozados, con su sangre a torrentes. Los dedos brutales, como masas de metal, aplastaron la nariz y hundieron los ojos del infortunado miembro de la CIA, en un amasijo horripilante, que deformó su rostro y lo convirtió en algo indescriptible, sangrante y desgarrado. Culminó el destrozo con la presión salvaje sobre el cráneo de Stuart, que crujió como un fruto maduro, y se hizo astillas bajo la piel, con un último alarido desgarrador, inhumano casi…
Mientras tanto, otras manos de dakois aferraban a Frank Marlowe… Los resultados no eran muy diferentes. Aquellas garras humanas, casi monstruosas, eran capaces de matar sin ayuda de arma alguna. Eran auténticos instrumentos de muerte. Y lo demostraron rápidamente.
Y Marlowe sintió la muerte, la asfixia, cuando esos dedos destrozaron su cuello, desgarraron su garganta y aplastaron, triturándolos, sus cartílagos y huesos. No sólo eso, el cuerpo, encogido contra la pared del corredor, fue golpeado varias veces. Seca, ferozmente. Golpeado en varios puntos vitales. Sintió reventones internos. La sangre escapó por su boca y nariz. Jadeó, cayendo de espaldas. Sus huesos crujieron bajo presiones irresistibles. Astillados, se limitaron a desgarrar tejidos internos de aquel cuerpo que caía sin vida…
En ese instante, Muriel vio el rostro en la ventana, tras los cristales de los cerrados postigos.
El rostro horripilante, monstruoso, parecía flotar allá, en la negra noche, entre agua que caía del alero del edificio. Una mirada satánica se fijó en ella desde aquella siniestra mancha verdosa que era la cara terrorífica que la estaba contemplando desde fuera.
Muriel exhaló esta vez un grito agudo. Y se desplomó en tierra, incapaz de reaccionar de otro modo ante el nuevo horror.
En el silencio que se produjo, sólo dos sonidos fueron audibles: el chirrido de la puerta enmohecida del cementerio y la cuenta imperturbable del notario McLower:
—Uno, dos, tres…
Moore tragó saliva. Contemplaba aquel beso en los labios yertos de Rhodes. Se imaginaba a Selena, odiando a su esposo, sintiendo repugnancia por él y cumpliendo ahora aquel trámite inexcusable.
—Cuatro, cinco… ¡Ya, señora Rhodes! —exclamó, cerrando de golpe su reloj—. ¡La última voluntad del difunto se ha cumplido!
Era cierto. Selena Rhodes se incorporó, tras dejar de besar la boca de su difunto esposo. A Moore le estremeció su aspecto. Sin saber por qué, se adelantó presurosamente hacia ella.
Llegó tarde.
La señora Rhodes cayó pesadamente en tierra, junto al féretro.
Y Moore supo que estaba muerta.
Ninguno de ellos observó que Amos Warren, encogido en el suelo en dramática postura, abría súbitamente sus ojos.
Ojos redondos, relucientes. Ojos vidriosos.
Ojos inyectados en sangre. Ojos enrojecidos. Ojos de terror y de angustia.
Ojos de muerte para alguien…
Se fijaron en Webster, inclinado ya sobre él, pasándole los brazos bajo sus axilas, para cargar más fácil y cuidadosamente con él.
Luego, la mano ensangrentada de Warren fue al cuchillo manchado de escarlata, que yacía junto a él. Cerró sus dedos sucios de sangre en torno a la empuñadura. Su mirada era alucinada, centelleante y desorbitada. La mirada de un loco. Un loco peligroso. Un homicida anormal. Lo que nunca había sido hasta entonces el desdichado Warren.
Alzar el arma y sepultarla en la nuca de Webster fue todo uno. Cosa de décimas de segundo. El alarido de éste se ahogó en un tumulto de sangre, brotando violentamente por su boca crispada. Contempló con ojos de pavor y de asombro inmenso a quien fuera hasta entonces su inofensivo paciente y hasta amigo. Vio una faz convulsa, deformada por algo que podía ser odio. O terror. Terror de sí mismo, de aquella sangre que estaba derramando brutalmente. O terror a algo desconocido, que Webster jamás podría localizar ya, puesto que estaba en la agonía. Una rápida y terrible agonía…
Y sin embargo, aquel monstruo tenía algo de patético, de tremendamente humano, de desgarradoramente cruel e indigno.
Porque ni siquiera era un monstruo. No podía serlo, en circunstancias normales. Imaginé un rostro dulce, sereno, unos largos y suaves cabellos dorados, unos grandes e ingenuos ojos azules.
Pero todo aquello, ahora, causaba auténtico horror. Porque algo desfiguraba atrozmente la figura de mujer, envuelta en jirones de ropa, semidesnuda, con la boca babeante, los ojos desorbitados, los cabellos empapados y revueltos, las mejillas llenas de purulencias y los carnosos labios rebosando costras y grietas sangrantes. Por sus dientes corría un espeso líquido verdoso que goteaba luego por sus labios y mentón, ensuciando sus ropas y su cuerpo.
Las manos engarfiadas que dirigió hacia mí…
Las manos eran horripilantes. Crispadas, malignas, cubiertas totalmente de arrugas y de llagas, de sangre y deformidades. Su juventud, su posible belleza ingenua y adolescente, constituían ahora un horror de deformidades y de fealdad repugnante.
Además, de su cuerpo, cuando se abatió sobre mí con insólita, terrorífica fuerza, brotaba un olor nauseabundo, una vaharada insoportable, que me hizo sentir enfermo.
Bruscamente, algo emergió del rio. Algo extraño, insólito. Parecía… parecía un ser humano, saliendo de las aguas, pero con una extraña rigidez, como si fuese una estatua de piedra o algo así.
No, no era de piedra. Se movía. Movía sus piernas, sus brazos… Estaba saliendo por completo, andando hacia la orilla, por la parte vadeable ya. El nivel del agua descendía en torno a su estatura. Ya era visible su cintura, sus caderas, sus piernas…
Atónita, la señora Spencer descubrió jirones de ropa sangrante en torno a aquel cuerpo que brotaba del río Tweed. Y mutilaciones en el cuerpo. E incluso en… ¡en el rostro!
Aquel hombre, a la claridad difusa de las estrellas, que iban saliendo ya, allá entre desgarros de nubes plomizas… ¡tenía parte del rostro destrozado! Y sin embargo, se movía pausada pero inflexiblemente, avanzaba con una rigidez extraña, inquietante, hasta pisar la orilla del río, cerca de ella.
Los cabellos de la señora Spencer se erizaron cuando descubrió lo que sucedía en el río. ¡Más remolinos, más sombras, más bultos emergiendo, en movimiento! ¡Y eran… eran también seres humanos, cuerpos rígidos, en movimiento… en movimiento hacia ella!
Lanzó un grito agudo. Un grito cuajado de horror, de angustia. Porque los cuerpos que salían del agua, además de tener sus ropas destrozadas, mostraban manos, brazos o piernas mutilados o rotos, rostros aplastados o deformes, enormes boquetes y heridas en sus cuerpos, hasta el punto de tener casi perforado uno de ellos su vientre.
Sobre el fresco inquietante de un Madrid repleto de contrastes, donde unos pocos exhiben su riqueza y los más se debaten entre la miseria y el hambre, capital de un imperio tan rico en apariencia como mísero en el fondo, durante el histórico período del Siglo de Oro, vemos desfilar por estas páginas, en medio de un clima de intrigas y traiciones, a personajes ficticios e imaginarios, entremezclados configuras tan ilustres como las de Velázquez; los poetas Quevedo y Góngora, siempre irreconciliables; el conde de Villamediana y sus posibles asesinos; el propio rey, don Felipe IV o su valido, el todopoderoso conde-duque de Olivares. En ese Madrid sórdido, feo y oscuro, nido de mendigos y espadachines, de felones y busconas, de nobles y plebeyos, de pillos y de ladrones, un profundo y sangriento misterio, una sombría conjura sin aparente razón ni sentido, siembra el terror y la muerte en sus callejuelas siniestras. La clave de ese enigma solamente será posible hallarla en los pinceles de un artista y en una pesadilla hecha de espejos rotos y de sangre.
Tal como prometiese en su programa electoral camino de la Casa Blanca, Franklin Delano Roosevelt, apenas nombrado Presidente de los Estados Unidos (1933), lo primero que hizo fue abolir la tristemente famosa 'Ley Seca'. Pero todos aquellos que se habían enriquecido gracias a ella, sin importarles derramar sangre, no estaban dispuestos a prescindir de los ingresos millonarios que les proporcionaban sus destilerías clandestinas. De esto nos habla Curtis Garland, en La dama del crimen con su habitual estilo, en el que baraja con la habilidad que le caracteriza, tensión, violencia e intriga, elevadas a extremos insospechados. Los Intocables en un episodio arrancado de la vida real.
El astropuerto de Planetópolis quedó atrás. Se elevó rápido el Dungflier en las alturas, como un ágil mosquito de metal que buscara despegarse del suelo lo más pronto posible. Aparentemente, era uno de tantos vuelos rutinarios, destinado a limpiar de desperdicios nucleares cualquier punto del espacio. En realidad, también había algo de eso en su viaje, porque para ello eran lo que eran. Sin embargo, en aquel caso había una novedad a bordo.
—No me gusta esto —declaró el oficial Rand, del Servicio Interplanetario de Aprovisionamiento, moviendo la cabeza con aire sombrío. El piloto Rexton, del Food Container Z-20, de la flotilla proveedora de suministros espaciales, se volvió hacia su compañero de vuelo. —¿Por qué dices eso? —indagó.
Lord Kellaway entra en conocimiento de un gran hallazgo: el eslabón perdido existe, y se encuentra en una isla perteneciente a Indonesia. Por si esto no fuese incentivo suficiente para organizar una expedición, en la misma isla hay una mina de diamantes. Como guía de la búsqueda, Lord Kellaway contrata a Adam Kelly, el capitán Dragón, un marinero buscavidas que sabe apañárselas en cualquier situación de peligro.
El maestro Juan Gallardo Muñoz revisita "La criatura de la laguna Negra" (alias "La mujer y el monstruo") de Jack Arnold en una aventura protagonizada por un mercenario bueno.
El resurgir de la terrible secta de asesinos estranguladores de la diosa Kali, siembran de nuevo el terror entre los occidentales afincados en las misteriosas tierras de la India.
Una hermosa ecologista, protectora de animales en peligro de extinción y un audaz explorador, aunarán esfuerzos y objetivos organizando una arriesgada expedición a lo más intricado de la selva. Ella en busca de un hermoso tigre de Bengala herido por un cazador furtivo y él tras el legendario templo de Langahor, en el cual se cree tienen su refugio los componentes de la siniestra secta.
La tormenta quedaba atrás.
Había sido una dura prueba para el viejo barco de cabotaje. Aquel mar, ahora tranquilo y terso como un espejo, reflejando las brillantes estrellas y constelaciones de la noche austral, había sido poco antes una furia embravecida y violenta, capaz de volcar y hundir para siempre al viejo cascarón que ahora flotaba mansamente sobre el mar apacible y oscuro, pasado ya todo peligro.
—Creí que no lo contábamos esta vez, capitán —comentó pensativo el contramaestre Gallagher, chupando su pipa con lentitud, asomado a la borda.
El mundo se ve amenazado por la tercera guerra mundial cuando el avión del presidente de Estados Unidos desaparece misteriosamente en el Triángulo de las Bermudas. Las acusaciones entre rusos y americanos no se hacen esperar, y la cuenta atrás para el ataque nuclear comienza. Los americanos envían a Damon Kent, agente de inteligencia, al mar de los sargazos con la misión de encontrar las pruebas que indiquen que los rusos no han tenido nada que ver con la desaparición del avión presidencial. ¿Podrá Kent cumplir la misión antes de lo que sería el fin del mundo?
Un noche lluviosa en Londres, sir Dorian Clemens salva a una mujer que iba a suicidarse. Resulta que esta mujer padece amnesia, no recuerda ni su nombre. Únicamente se sabe que apareció en una avioneta en las costas de Australia. Sir Dorian se propone entonces averiguar el misterio que se oculta tras esta mujer.
Dustin Keller, reportero y aventurero a partes iguales, se encuentra filmando una importante rueda de prensa en la que el profesor y también aventurero Neil Bascomb, recién llegado de África, va a hacer una revelación de gran importancia. Pero el acto es interrumpido dramáticamente por la muerte súbita del profesor provocada por un misterioso escorpión cubierto de polvo de oro. El reportero, junto con la joven viuda del profesor y una amiga, viajaran al continente africano para descubrir el misterio que quería revelar el profesor y la posible causa de su muerte...
Lord Percival Ashcroft respiró con fuerza y pasó el pañuelo por su rostro. Lo retiró empapado de sudor. Un sudor frío y copioso que daba un brillo casi grasiento a su ancha faz rubicunda, saludable y risueña habitualmente. Ahora estaba demasiado pálida y contraída para reflejar la jovialidad cordial de siempre. Los canosos cabellos estaban despeinados, en desorden, pero eso no parecía preocuparle demasiado, cosa nada usual en una persona tan pulcra y correcta como ella.
Estaba asustado. Más aún: aterrado. Le temblaban las manos cuando estrujó el húmedo pañuelo y miró angustiosamente en torno suyo a la amplia habitación. Tantas y tantas cosas traídas de remotos lugares del mundo en sus incontables viajes, de las que siempre se sintiera orgulloso, casi le dieron ahora una sensación de agobio y de pavor. Las luces indirectas y tamizadas, realzaban de repente con tétricos perfiles las mascarillas funerarias, las carátulas guerreras africanas, las armas e instrumentos rituales de Oriente, los objetos de porcelana, jade, marfil o ámbar en las vitrinas, las cabezas reducidas de los jíbaros amazónicos o las estatuillas egipcias conseguidas clandestinamente a través de ladrones de tumbas o traficantes de obras de arte e historia de países ricos en arqueología.
¿Os acordáis de "Cuentos del Mono de Oro", la serie de televisión acerca del piloto de un hidroplano y sus aventuras indianajonescas en unas islas paradisíacas? ¿En la que el protagonista tenía un perro con un parche en un ojo? Pues el piloto de esta novela, Percy Cole, tiene una cobra (Vicky, por más señas) que comprende el idioma humano y que actúa exactamente igual que uno de esos perros listos de las películas (algo así como una versión ofidia, verdosa, bífida y bastante entrañable de Lassie): vamos, que Vicky salva la situación más de una vez y más de dos.
¿"El templo de los siete ídolos" es una novela de aventuras cojonuda, de las de toda la vida, y muy, muy divertida. De hecho, tiene una referencia lovecraftiana (la única que hasta la fecha he conseguido encontrar en la obra de Garland; ya veremos qué sucede en "El libro negro del horror", que ya reseñaremos) al célebre relato "El color que cayó del espacio" y que, obviamente, está relacionado con el misterio que se plantea en esta divertidísima historia. Contamos con un supervillano llamado "El Señor de la Muerte" (una suerte de monstruoso Fu Manchú con superpoderes), y con un ídolo conocido como "El Dragón de Oro" que puede (o no) estar relacionado con los otros tres "Dragones de Oro" de Garland, budokas protagonistas de las novelas que Juan Gallardo escribió para la colección Kiai.
Libro estrella en The New York Times, Sin compromiso es una elegante y divertida reescritura en clave moderna de Orgullo y prejuicio. Nada en el mundo podría haber preparado a Lizzy Bennet, treintañera de buena familia que trabaja en una revista femenina, y a su hermana mayor, Jane, monitora de yoga a punto de cumplir los cuarenta, para el panorama que se encuentran al volver a Cincinnati: la enorme casa de estilo Tudor en la que se criaron se cae a pedazos y toda su familia parece envuelta en una crisis sin solución. Las hermanas menores, Kitty y Lydia, están demasiado ocupadas con sus ejercicios de crossfit y sus paleodietas como para buscar trabajo. Mary, la mediana, está sacándose su tercera carrera on-line y apenas sale de su cuarto. Y la señora Bennet solo piensa en una cosa: cómo casar a sus hijas. Con la entrada en escena de Chip Bingley, un atractivo médico que ha participado en un reality para buscar pareja, y su amigo, el neurocirujano Fitzwilliam Darcy, la vida de todos los miembros de la familia Bennet dará un giro completamente inesperado...En Sin compromiso, que homenajea y revisa con desenfado la obra maestra de Jane Austen, Sittenfeld lanza una nueva y refrescante mirada sobre temas tan clásicos como las diferencias de clase, el amor o las relaciones familiares, logrando así una de las novelas más sofisticadas y entretenidas de los últimos años.
Cuando su padre la acompaña hasta la entrada del prestigioso internado Ault de Massachusetts, no parece que Lee Fiora añore demasiado a la familia que deja atrás en su pequeña ciudad de Indiana, seducida por las brillantes fotografías del elegante folleto promocional del centro: chicos de uniforme delante de vetustos edificios de ladrillo y chicas con falda escocesa y palos de «lacrosse» sobre un césped inmaculado. Pero como no tarda en descubrir, Ault es un mundo aparte, habitado por jóvenes ricos, hastiados y atractivos que se rigen por sus propios códigos. Tan intimidada como atraída por su deslumbrante entorno, Lee luchará por construir una nueva identidad que le permita seguir adelante, un delicado equilibrio entre dejar de sentirse una extraña y no olvidarse de ser ella misma. Con una protagonista tan auténtica y llena de matices como el Holden Caulfield de Salinger o el Mick Kelly de McCullers, Una perfecta educación es un afilado retrato de la intensa y contradictoria edad de los ritos de paso, una divertida, desprejuiciada y sensual puesta al día de la eterna novela de aprendizaje.
Moscú, 1930: La Revolución se ha aburguesado y los capitostes comunistas se divierten… antes de que se produzca el baño de sangre.
Tras viajar a la capital soviética, Malaparte frecuenta las veladas elegantes de la Nomenklatura: se cruza con Bulgákov, y con un Maiakovski desesperado; también con la hermana de Trotski o con la estrella del Bolshói, y por supuesto con Stalin, cuya sombra planea sobre las cabezas de todos.
La nobleza marxista de la Unión Soviética —una sociedad de advenedizos y nuevos ricos— disfruta fastuosamente antes de la caída. Y tras los esbozos tomados del natural se esconde la aguda intuición del cronista político y del comentador de la Historia que es Malaparte, que capta enseguida lo grotesco y adivina el horror por venir.
Así arranca el primer texto que compone este volumen, inédito en lengua española, al que le siguen catorce relatos, novellas y crónicas que nos ofrecen la mirada más incisiva e irónica de este narrador y nos desvelan su imaginación fecunda.
Coincidiendo con el inicio de la ofensiva alemana contra Rusia, Curzio Malaparte empezo a escribir Kaputt, obra con la que pretendía recoger el testimonio de su experiencia como corresponsal de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. Malaparte recorre la Europa ocupada por los nazis como si fuera un espía: presencia la triste impotencia del príncipe Eugenio de Suecia, se ve obligado a sobrellevar la arrogancia de los líderes nazis delegados en Varsovia y es testigo de la crudeza de los parajes de la fría Carelia o de la noble ciudad de Iasi, desolados por la barbarie y el hambre que convirtieron Europa en un montón de chatarra.Con Kaputt —palabra germánica que evoca lo roto, lo hecho añicos, y que deviene un fiel calificativo de lo que quedó de un continente devastado por un lustro de destrucción— Malaparte teje una sobrecogedora obra literaria sobre la realidad, a un tiempo salvaje y grotesca, de la guerra en el frente.
En Nápoles, todavía bajo los bombarderos alemanes y con la apocalíptica amenaza de la erupción del Vesubio, reinan el hambre y la peste. En medio de un cruel descaro todo se compra y se vende; los seres humanos se convierten en mercancía a bajo precio mientras sexo, dinero, dolor, muerte y absurdo contrastan con lujos extravagantes.
Curzio Malaparte escribió Don Camaleón sin someterse a la censura ni a la autocensura, y el resultado es esta sátira tan feroz como matizada, en la que volcó toda la insolencia de que este autor era capaz.
Durante un encuentro ficticio con Mussolini, Malaparte recibe de éste la estrambótica sugerencia de educar a un camaleón. Y así lo hace, instruyendo al animal en las humanidades con ayuda de un bibliotecario.
Cuando lo inician en política, pronto se convierte en un alter ego del propio Mussolini. El éxito de Don Camaleón en el partido fascista es arrollador, hasta el punto de que Mussolini lo nombra su segundo de a bordo.
El discurso de Don Camaleón en el Parlamento italiano, en el que confiesa que en realidad es la mente del dictador, cierra un libro atrevido y corrosivo, escrito en vida del propio Mussolini, quien prohibió su edición cuando ya estaba en la imprenta.
Este libro se compone de crónicas periodísticas escritas por Malaparte cuando viajaba con el ejército alemán por los días de la Operación Barbarossa y después con los finlandeses en el sitio de Leningrado. Como tal periodista, sus observaciones se refieren mas bien al personal, tanto civil como militar, que a la descripción de las batallas. La obra está dividida en dos partes: la primera dice relación con el ejército alemán. Y la segunda, con el sitio de Leningrado. Como Malaparte conocía bien Rusia antes de la Guerra, da muy bien cuenta del cambio habido a causa de ella y sus descripciones de su trato con los civiles son fascinantes. También lo son las comparaciones que hace del comportamiento de los soldados de los distintos ejércitos.
El compañero de viaje era una obra inédita hasta que en el 2007 la publicó la editorial italiana Excelsior 1881. Se trata de un relato escrito, en 1946, como guión cinematográfico con trescientas setenta y cuatro escenas de una película que no se llegó a rodar.
Narra la historia del soldado Calusia —genérico personalizado, con el que los meridionales nombran a los montañeses del norte de Italia— que tras la derrota ante el desembarco aliado de 1943 en Calabria, regresa a su tierra. Va acompañado de un asno y lleva en una caja el cadáver del teniente de su unidad, que le había pedido en sus últimos momentos de vida que le llevase a casa de su madre, en Nápoles. En el camino, se encuentra a una adolescente que huye de un orfanato y juntos se van enfrentando a las dificultades, penurias, dramas y amenazas de una tierra recién conquistada cuyos habitantes vagan de un lado a otro para intentar recomponer lo inmediato de su vida truncada por la guerra.
Se trata de un cuento idealizado, en el que los valores transcendentes encarnados por los protagonistas se enfrentan a los comportamientos que el miedo, la necesidad y el egoísmo desencadena en los grupos humanos golpeados por los efectos de esa situación caótica de la guerra.
El relato de tal viaje nos proporciona la posibilidad de asistir a una serie de injusticias ante las que Calusia no se pliega y que cabría resumir en el siguiente párrafo: «no es culpa mía, no es culpa vuestra si hemos perdido la guerra. Pero la guerra contra los ladrones no quiero perderla. Debemos ayudarnos unos a otros a hacer la guerra contra los ladrones, porque los ladrones son los verdaderos enemigos de Italia». ¿Acaso caben mayores dosis de sinceridad y dignidad?
Esta breve historia, en la que las situaciones y personajes están apenas esbozados pero son muy elocuentes, hay espacio para el amor y para el humor. Es, en fin, sólo una aparente obra menor, porque está llena de expresividad y contenido. Y es una suerte que haya sido editada después de los años, porque no ha perdido vigor, sigue nueva, como todo lo que es clásico.
El autor se confiesa, con el corazón en la mano, ante el lecho de muerte de su madre.
Su confesión adquiere una calidad humana profundísima, que va desde el dulce recuerdo de infancia hasta la más feroz y despiadada repulsa.
Sodoma y Gomorra es el último, y más impactante, de los ocho elegantes relatos que forman parte de este libro. En él, Curzio Malaparte realiza un viaje imaginario junto a Voltaire por tierras palestinas, desde Jerusalén a Sodoma, pasando por el mar Muerto y Jericó. El viaje les servirá para reflexionar acerca de la existencia y el sexo de los ángeles, así como para revivir los oscuros episodios acaecidos en la ciudad sodomita. Los otros relatos, auténticas joyas líricas del exquisito autor italiano, llevan por título La magdalena de Carlsbourg, La hija del pastor de Born, La mujer rota, Historia del Caballero del Arbol, El negro de Comacchio, El «martillador» de la vieja Inglaterra y La «Madonna» de los patriotas, y se sitúan en escenarios tan diversos como Bélgica, Escandinavia, Rusia, Italia o Polonia. La poderosa personalidad de Malaparte se muestra plenamente en este libro de extraordinaria fuerza descriptiva que, junto con un marcado sentido de lo trágico y una ironía puramente latina, brilla magistralmente desde la primera página. Curzio Malaparte es un autor imprescindible para entender el complejo imaginario italiano de la posguerra.
Este ensayo analiza con precisión los diferentes golpes o intentos de golpe de Estado habidos en Europa desde el 18 de Brumario de Napoleón hasta la llamada «Marcha sobre Roma» de Mussolini.
El propósito del autor cuando publicó el tratado, en 1931, era demostrar que las fuerzas contrarias a los valores de la democracia, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, pueden ampararse en la legitimidad de un Estado moderno y coartar sus libertades. Para defender el Estado de derecho de ese latente peligro, es necesario conocer la técnica moderna del golpe de Estado y las reglas fundamentales que la rigen.
Tal vez el título de la obra actuó como elemento disuasivo entre aquéllos para quienes la obra fue destinada, y, por el contrario, el célebre clásico ha servido de fuente de inspiración, de guía teórica, a los idólatras del Estado centralizador, autoritario, antiliberal y antidemocrático.
De ahí la conveniencia de situar definitivamente este texto en el lugar que siempre le correspondió: el del análisis riguroso de las realidades sociales y políticas que determinaron nuestra historia reciente.
Ésta es la edición íntegra y definitiva de un texto que fue prohibido en Italia, Alemania, Austria, España, Portugal, Polonia, Hungría, Rumanía, Yugoslavia, Bulgaria, Grecia y tantos otros Estados que han sido subyugados por dictadores o instituciones democráticas corruptas.
Granada oculta más de lo que puedes imaginar... Desde los oscuros corredores de la justicia en Galicia hasta las misteriosas y laberínticas calles de Granada, Juan, un perspicaz detective, se halla inmerso en una ola de crimenes escalofriantes. Junto a su compañero, la sangre se despliega en un enigma de muertes cuya resolución se convierte en su única obsesión. Pero en Granada hay mucho más que sangre fría y misterio. Hay magia, encanto... y Alba. Su acento melódico de Sevilla y la belleza del atardecer andaluz, cautivará a Juan. En medio de la sombra del crimen, surge un rayo de luz, una pasión inesperada... ¿Pero, puede florecer el amor en un jardin manchado de rojo? Lo que Juan no sabe, es que Granada esconde una trama más oscura de lo que pudo imaginar. Y Alba, puede ser la clave de todo. Entre acordes de rock clásico y metal, en una danza de sexo, suspense y muerte, Juan se adentra en una investigación que pondrá a prueba no solo su ingenio, sino también su corazón. ¿Estás preparado para perder el aliento y el corazón en las calles de Granada? Siente la magia de esta ciudad. No hay pausas en este thriller. Solo hay una regla: sigue el ritmo... si puedes.
Una serie de crímenes paranormales están sucediendo en la provincia de Jaén . El recién ascendido a inspector de homicidios Javi,tendrá que lidiar con ellos con la ayuda de Silvia una guardia civil que lo volvera loco en todos los sentidos, ¿ que oscuros mitos y leyendas esconde Jaén? descúbrelo con nuestro detectives entre acordes de metal , Heavy y pop , y adéntrate en este universo de asesinatos, sexo , erotimos romance y místerio
Las independencias de África son, junto a las dos guerras mundiales, la bipolaridad Este Oeste o la caída del Muro de Berlín, uno de los fenómenos capitales de la historia del siglo XX y, por tanto, un hecho fundamental para comprender la historia del tiempo presente. Custodio Velasco ofrece en este libro una amplia y documentada lectura de los procesos de esas independencias en el África Subsahariana. Una acotación justificada por sus particularidades históricas con relación al norte de África y por su trascendencia en los conflictos regionales y geopolíticos mundiales, cuyas secuelas se perciben en la renovación de tensiones sociopolíticas y el creciente fenómeno migratorio, uno de los problemas de más compleja solución para la Europa del siglo XXI. El libro aborda el papel de los dos principales protagonistas, los colonizados y los colonizadores, desde las primeras resistencias anticolonialistas hasta la formación de los nuevos estados poscoloniales; así como los diferentes factores que explican la evolución de unos y de otros o las controversias acerca del nacionalismo, poniendo de relieve que la prioridad de los africanos no era la “nación”, ni siquiera en muchos casos la independencia, sino alcanzar la igualdad y la libertad. Otra cosa fue en qué se convirtieron esos movimientos de liberación cuando, tras las independencias, entró en juego el poder en un mundo de intereses globalizados. Con todo, el libro no solo permite comprender las modalidades que siguieron dichos procesos, analizados caso por caso, sino también esclarecer los rasgos de unidad del fenómeno, su lógica de conjunto y sus conexiones con la problemática actual.
Descubre el lado más oscuro de Cyclo en este viaje a las profundidades del miedo, la mente, la amistad y el valor a través del poder de la música. Joseph vive en una Ciudad sin futuro. Desde que cerró la Fábrica que empleaba a la mayoría de la población, la Compañía planea como un ave carroñera sobre sus edificios para empezar a especular con ellos. Además, las calles se han llenado de bandas que ahora dictan las leyes. Pero Joseph se niega a vivir en su dictadura de miedo. Y no es el único. De repente, un personaje misterioso empieza a poner voz a los problemas de la Ciudad. Se oculta tras una capucha y se hace llamar Darko. Parece que es el único que no le teme a la oscuridad que se ha apoderado de sus calles. Nadie sabe quién es Darko, ni hasta dónde está dispuesto a llegar. Pero Joseph sabe que es el único en quien puede confiar si quiere recuperar las riendas de su futuro... ... y del de toda la Ciudad.
Este libro de rimas explora el mercado de agricultores con niños y familias. Los alimentos saludables, el aire fresco y la comunidad son parte del mercado del agricultor, es una excelente manera de exponer a los niños a las frutas y verduras.
Sarah desapareció. Su familia está devastada, excepto Nico, su hermana. Ella, por primera vez, siente paz porque se pudo librar de las maldades de Sarah. Pero cuatro años más tarde sucede algo inesperado: Sarah regresa. Aunque está… diferente. Es muy distinta de esa chica que se había tragado la tierra. Y la amnesia que padece provoca que todo se vuelva cada vez más extraño. ¿En dónde estuvo? ¿Qué le sucedió el día en que desapareció?SOLO UNA PERSONA CONOCE LA VERDADERA HISTORIA… ¿PODRÁS DESCUBRIRLA?
Daniel ayuda a las ovejas a traer corderos al mundo. El hombre corpulento caza tejones con sus perros. Trabajar el tejón para luego ponerlo a pelear ante los apostadores es un 'deporte' prohibido pero bastante cultivado, una subcultura que resiste y una ceremonia de iniciación: aquí la violencia se hereda de padres a hijos. Y aunque Cynan Jones no escatima en detalles, La tejonera es un milagro de pocas palabras y la demostración de que una novela corta puede crear un mundo tan expansivo como el de esas 'largas y luengas' obras que todavía se escriben pero no sabemos si se leen. Ternura y brutalidad se cifran una a otra en La tejonera como el destino de estos dos hombres, pero aquí no hay simplistas oposiciones románticas entre el bien y el mal, olvídense del bucolismo pastoral. Jones escribe sobre la anatomía del dolor y el aislamiento de la pérdida con la precisión de un naturalista pero, al mismo tiempo, con un lirismo que le ha valido comparaciones con Dylan Thoman y Ted Hughes. Hay quienes encuentran en su obra ecos de Cormac McCarthy, el primer McEwan y Hemingway. También del Antiguo Testamento. Y hay quienes ven en su prosa la fuerza pura de un boxeador peso pluma, pero las comparaciones sirven para lo que sirven y la literatura, lo que escribe Cynan Jones, no puede resumirse ni parafrasearse.
En la Inglaterra del siglo XIX; tres hermanos deben ocuparse de la salud de su madre, quien ha caído en un profundo sueño de forma misteriosa. Vernon, el primogénito; es médico y decide investigar las causas y la cura de tal mal. Pero sus planes son interrumpidos cuando John, su segundo hermano, desaparece misteriosamente; justo después de haberse roto, de forma escandalosa; su compromiso con la señorita Elinor Cornwall. Ahora Vernon debe buscarlo pero, su encuentro con él, desatará una serie de calamidades que tocará la vida de ambos; y alcanzará al tercero de ellos: Alberth. Quien es casi ajeno a la situación que le rodea.
¿Has pasado por un momento que haya cambiado el resto de su vida? Marta Morales, una empleada doméstica de Chicago, Illinois, cambia la vida cuando ve un video que no debía ver. Pronto, su vida se tambalea, pero Marta no está segura de que sea algo malo. Marta Morales es una sirvienta divorciada de cuarenta años con poco que hacer salvo limpiar y fantasear con la vida que solía llevar: la de ser oficial de policía en la isla soleada de Puerto Rico. Un día, mientras limpia la oficina de un abogado recientemente despedido, Marta ve un video en el que aparecen personas importantes haciendo cosas muy malas. Ni siquiera veinticuatro horas después la retiene en un cuartel de policía hablando sobre las imágenes que había visto y lo que eso significa para ella. El jefe de Marta, la propietaria de la empresa de limpieza, quiere extorsionar dinero con la experiencia de Marta. Abogados confrontan a Marta, al igual que dos detectives. ¿Se aprovecharán de Marta, o le ayudará la experiencia pasada como policía para salirse del lío en el que se ha encontrado?
Marta Morales se va de vacaciones a Puerto Rico y regresa descansada y lista para una vida personal más llena. Marta se acerca a una amiga y aún más a un detective. Sin embargo, Marta tiene que tener cuidado con los casos de investigación que asume, ya que un caso parece ser una cosa, pero termina siendo otra. Marta es contratada para encontrar la sobrina de una amiga. Pero, el hallazgo de la sobrina podrá traerle otros problemas a Marta. Algunas de las ganancias de Marta se convierten en pérdidas. Sin embargo, la reaparición de una persona del pasado de Marta hace que sea más fácil tomar lo bueno con lo malo.
La sirvienta/detective privada sin licencia Marta Morales tiene un caso escalofriante en Great Lakes, Illinois, que presenta cosas espeluznantes como yoga, Wicca y grupos de esposas militares. El detective Kevin Connelly también está de vuelta en la escena, y está listo para asustar a Marta lo suficiente como para reconsiderar su elección de investigación como trabajo a tiempo parcial. Esas cosas, junto con los piratas del porche, los marineros intimidantes y una nuera cautelosa, son suficientes para mantener a Marta alerta y asustada.
Álex recibe una mala noticia, una que lo cambiará todo: su padre ha fallecido. A partir de ahí, su cómoda vida se ve truncada por la última voluntad del padre: debe cambiar su estilo de vida para poder acceder a la herencia. Mientras intenta arreglar su vida y la de todos los que la rodean, un médico de ojos verdes se cruza en su camino sin que pueda hacer nada; ¿destino? Quizás. Si el destino fuera nuestro es una novela romántica cargada de dudas, miedos, amor, pero, sobre todo, amistad. Una aventura a través de las palabras de Álex, pasando por sus irremediables amigas, Anna, Carla y Sofía, en un mundo que avanza rápido y en el que perdemos la esencia de lo realmente importante, el amor en uno mismo.
Me llamo Eva McRayne, y aún no me conoces, pero lo harás. Soy la copresentadora de un programa documental paranormal llamado Mensajes de la Tumba. También soy la Sibila. ¿Qué es la Sibila? La mensajera de Apolo para los muertos. Sí, ese Apolo. El mismo dios de las historias de la mitología griega que nos obligaron a leer en el colegio. Excepto que las historias no son historias. Los dioses son reales. Los fantasmas son reales. Y mi elección es simple: usar mi nueva inmortalidad para traer seguidores a Apolo, o cometer el suicidio que tanto deseaba antes de que los dioses y los fantasmas invadieran mi vida. No es una gran elección. Pero, de nuevo, nunca debió serlo. Tener éxito, o ceder esta vida loca a alguien más.
Jonah Rowe sabía que no lo sabía todo sobre sus habilidades como once, un humano que puede acceder al poder de sus auras. Pero sabía lo suficiente como para no creer en los mitos sobre los dioses griegos. Esas eran historias para niños. Hollywood. Hasta que llegó la sibila. Eva McRayne no quería nada más que volver a su vida en Hollywood después de que una tragedia sin sentido la descarrilara. Así que cuando ella y su equipo de rodaje fueron a Roma, Carolina del Norte, para filmar un episodio de su programa, Mensajes de la tumba, no tenía ni idea de que estaba entrando directamente en una trampa. Una de la que sólo Jonah Rowe podría ayudarla a escapar.
«Desde una perspectiva argumental, De buena familia trata de cuatro hermanos que se enfrentan a causa de una herencia, pero creo que el libro trata en realidad sobre la única cosa que todos nosotros heredamos simplemente por el hecho de nacer: una familia. Nacemos en el seno de una historia que no controlamos, incluyendo quiénes son el resto de los personajes y el papel que nos han asignado. Y muchas veces nos cuelgan una etiqueta, el listo, el guapo, el divertido… muy simplista y no por eso fácil de quitar».CYNTHIA D’APRIX SWEENEY¿Quién, en una de esas reuniones familiares que a veces preferimos olvidar no ha contado hasta diez para morderse la lengua y no soltar algún comentario inapropiado? Y si además hay dinero de por medio, el riesgo de perder las formas aumenta y los problemas existentes se agravan… más o menos como está a punto de sucederles a los hermanos Plumb.Melody, Jack, Bea y Leo son cuatro hermanos de Nueva York. Desde hace años sabían que recibirían una herencia —que todos denominaban «el Nido»— el día que Melody, la más joven, cumpliera los cuarenta. Pero cuando el comportamiento irresponsable de Leo, el carismático y seductor hermano mayor, da al traste con sus previsiones, la esperanza de un futuro sin sobresaltos económicos se esfuma para siempre. Adiós a los sueños de Melody de liquidar la hipoteca y dar una educación universitaria de élite a sus hijas, adiós al propósito de Jack de saldar las deudas que ha generado su negocio de antigüedades sin tener que confesar a su marido que está en la ruina… y Beatrice, bueno, Bea solo desea recuperar la inspiración y escribir aquella gran novela que siempre ha anhelado. ¿Será Leo capaz de salvar a su familia? ¿O tendrán todos que renunciar a sus sueños por su culpa?
Un diario de viaje a Siria apenas unos meses antes del estallido de la guerra y la represión del régimen sirio.
La narradora viaja a Siria en 2010; unos meses antes del estallido de la guerra en aquel país; para reencontrarse con su familia. Desde un departamento en Damasco va dando cuenta de la vida en un país bajo una dictadura militar salvaje; y de cómo su propia familia sufre las consecuencias de una guerra inesperada pero violenta.
Durante más de un siglo y en muchos países, las presunciones y prácticas patriarcales han sido cuestionadas por las mujeres y sus aliados masculinos. El 'acoso sexual' ha entrado en el lenguaje común, los departamentos de policía están equipados con 'kits' para casos de violación, más de la mitad de los legisladores nacionales en Bolivia y Ruanda son mujeres y una candidata ganó la mayoría de los votos populares en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos. Pero ¿realmente hemos alcanzado la igualdad y derrocado el punto de vista patriarcal? 'Empujando al patriarcado' muestra cómo las ideas y las relaciones patriarcales continúan modernizándose hasta nuestros días. Consciente del tiempo y del mundo en el que vivimos, este libro quiere ser una llamada a la autorreflexión feminista y la acción estratégica con la creencia de que el desenmascaramiento del patriarcado complementa la resistencia
¿Qué es el arte? ¿Qué significa y por qué lo valoramos? Este texto trata de resolver estas cuestiones que todos nos planteamos y que son propias del campo denominado en términos generales teoría del arte. Se examinan aquí muchas teorías diferentes, la teoría ritual, la teoría formalista, la teoría de la imitación, la teoría de la expresión o la teoría cognitiva, pero no por orden, una detrás de otra, ya que la estrategia de la autora es precisamente poner de relieve la rica diversidad del arte con el fin de dejar clara la dificultad de presentar teorías adecuadas.
Para ello, en el enfoque de este estudio de la diversidad del arte la autora ha elegido una táctica de choque, comenzando por el mundo artístico actual, dominado por obras que hablan de sexo o de sacrilegio, hechas con sangre, animales muertos e incluso orina y heces, para después hacernos recorrer hacia atrás la historia del arte. Pero no termina aquí, sino que pretende explicar por qué se valora el arte, teniendo en cuenta cuánta gente paga por tenerlo y coleccionarlo; quiénes son los artistas, qué es lo que hace que sean tan especiales; y termina preguntándose lo que nos espera en el arte del siglo XXI, en la era de Internet.
Lady Jane Grey tiene dieciséis años, está a punto de casarse con un completo desconocido y se ha visto envuelta en un pérfido complot para robarle el trono a su primo, el rey Edward. Pero esa es la menor de sus preocupaciones. Está a punto de convertirse en reina de Inglaterra. ¿Qué podría salir mal?
Sakura es una joven que ha estado retenida durante la mayor parte de su vida en una casa de placer a la que ella llama La Mansión del Pecado. Este lugar se nutre de niñas y jóvenes secuestradas, vendidas y prostituidas por una organización criminal conocida como La Élite.
Dentro de la casa, ella ocupa un lugar especial. Está cautiva y debe bailar para los clientes, pero, aunque ellos pueden fantasear con tenerla, nadie puede tocarla ni reclamar su virginidad… aún.
Lo que sus captores no saben, es que la joven Sakura ha sido reclutada por un grupo anónimo llamado Miracle , que le dio un nuevo nombre y una misión. Ahora ella es Lilea Keynes y está enfocada en destruir a La Élite.
Ni siquiera el misterioso Edmon Ivánov, a quien conoce en la Mansión y parece estar relacionado con la cúpula más alta de la corporación criminal, conseguirá desviar a Lilea de su objetivo, aunque sí la hará cuestionar sus emociones.
Realmente ¿somos lo que pensamos?¿O es quizás nuestra mente traicionera la que nos hace sucias jugarretas para conducimos sin poder evitarlo al camino de la incertidumbre y desesperación a tal grado que no podamos salir ya más de ella?Criada por una familia de padres estrictos e inflexibles, la delicada Miranda Bell, crece en un entorno lleno de favoritismo y egoísmo logrando con el tiempo crear en ella misma un escudo al grado de no poder distinguir lo ficticio de la realidad. Al mismo tiempo, emprende un emocionante viaje por el camino de la verdad llegando al fin a la conclusión de que podemos caminar entre tinieblas por largo tiempo imaginando en todo momento que quizás nunca podremos salir de allí sin darnos cuenta.
¿Por qué a mí? Es la pregunta que seguramente todos nos hemos cuestionado quizás una o repetidas veces en el transcurso de nuestras vidas y no comprendemos por qué pasamos por situaciones sumamente difíciles ni por qué tuvo que ser a nosotros los que nos pasaran tales acontecimientos, sin darnos cuenta que todo sucede por alguna razón y que «Nada en este mundo sucede por casualidad», ya que el día a día es un constante aprendizaje del cual nunca dejamos de aprender hasta el último minuto de nuestra existencia. Tal es el caso de Victoria, una pequeña niña muy especial que le conducirá amorosamente a una nueva forma de pensar sobre la vida y la realidad en la que vive, siguiendo fielmente y al pie de la letra los consejos de su valiosa madre para enfrentar el mundo con valentía, siempre acompañada también de una poca «Fe y Esperanza» hasta llegar a alcanzar un día con su «Paciencia» lo que algunos pensaban era imposible e imaginable, ya que con su ejemplo de vida logro cambiar la de muchos seres humanos recuperando de vuelta la «Dignidad» que quizás algún día habían perdido, al igual que ella.
Al hablar de la condición humana en general se corre el riesgo de caer en la frivolidad, pero basta con leer cualquiera de los cuentos de Cynthia Ozick para olvidarse de las frases hechas y asumir lo que es ajeno como nuestro. En esta recopilación de cuentos descubrimos a hombres y mujeres que a primera vista podrían parecer seres patéticos, pero que en el fondo conservan y muestran su dignidad, a menudo gracias a la ironía, siempre tan oportuna. Si, como decía Mark Strand, vivir consiste en estar alerta y prestar atención al mundo, Cynthia Ozick es el testigo que buscábamos.
Una mujer de mediana edad parece andar sin rumbo por las calles de París en una tarde de calor asfixiante de finales de julio de 1952. Finalmente se sienta en un bar, pide un zumo y pregunta al camarero si por casualidad conoce a un tal Julian. No es la primera vez que lo hace, pero nadie recuerda a ese chico norteamericano de pelo rubio y aspecto desaliñado, que un buen día dejó su casa de California para viajar por Europa e instalarse en París, lejos de un padre intransigente y una madre que se ha refugiado en la locura para aliviar el deber de vivir. Quien busca y pregunta es su tía Bea, dispuesta a llevárselo de vuelta y hacer de él un hombre de provecho, pero cuando finalmente la mujer descubra el paradero de Julian, habrá algo insólito esperándole: otros cuerpos, otras voces, reclamándole una nueva versión del amor. Lejos de su tierra y abrumada al principio por el desorden que aun arrasa Europa tras la guerra, Bea ahora quiere comprender, y lo que había empezado como un simple viaje acaba siendo una lección de sabiduría. Gran admiradora de Henry James, Cynthia Ozick rinde aquí su particular homenaje al gran autor de «Los embajadores» con una novela donde el talento está en los detalles.
Una magnífica edición ilustrada de una pieza imprescindible de la narrativa del siglo XX: El chal de la candidata al premio Nobel de Literatura Cynthia Ozick, con prólogo de Berta Vias Mahou. Un trapo que gotea leche, el sabor extraño de un dedo en la boca, un lugar sin piedad envuelto en alambres y tres nombres que estallan en la oscuridad: Rosa, Stella y Magda. Fueron los tiempos sin sentido en un campo de concentración donde el horror se repartía a granel, pero hubo quien logró sobrevivir, llevar su tragedia lejos e hilvanar un futuro. Stella ahora está en Nueva York y se ha inventado una vida nueva. Magda… Magda era muy niña cuando todo pasó. Rosa ha ido rodando como un botón maltrecho hasta las costas de Florida, y cultiva su extravagante cordura por las calles de Miami. Para ella no hay futuro porque todo es pasado y la memoria, terca, insiste en devolverle aquel chal sucio con sabor a leche y saliva… Con esas pocas cosas, casi nada para casi nadie, Cynthia Ozick construyó en 1977 esta pieza única en la literatura del siglo XX, y Oscar Astromujoff ha iluminado sus palabras con unas imágenes que indignan y emocionan.
La amenaza nazi se cierne sobre el horizonte de Europa. Estamos en los fascinantes, peligrosos y turbulentos años treinta. La familia Mitwisser abandona Alemania para exiliarse en Nueva York, donde Rose Meadows acude a la llamada de un anuncio que solicita una ayudante para el señor Mitwisser, el enigmático patriarca, un oscuro erudito especializado en una remota secta judía. Su esposa, Elsa, había sido una reputada física pero vive ahora recluida en una habitación. Una hija de dieciséis años, la misteriosa y exquisita Anneliese, gobierna la casa. Rose entra así en un mundo de incertidumbres, silencios y secretos, la geografía del destierro, un país hechizado por la ambigua figura de otro personaje inquietante: James A'Bair, el benefactor de la familia, hijo de un exitoso autor de libros para niños que se enriqueció con la fabulación de la infancia de su hijo. James es también ahora una especie de refugiado, un hombre que huye de la fama, que le ha dado dinero, pero también de una madurez amarga. La probada maestría de Cynthia Ozick como una de las grandes narradoras norteamericanas de nuestro tiempo alcanza aquí la cota más alta de su carrera. Los últimos testigos es una novela transida de romanticismo sobre el deseo, la fama, el fanatismo y los insospechados caminos de la fortuna.
Un millonario de incógnito
El acaudalado Clay McCashlin llegó a Shelby, Iowa, haciéndose pasar por un trabajador desempleado con el fin de investigar los sospechosos hechos ocurridos en la fábrica de su compañía. Pero en cuanto conoció a Kaitlyn Killeen, la belleza local, le resultó muy difícil seguir pensando en el trabajo y olvidarse de sus seductores besos... Aquello iba a ser todo un reto para un soltero empedernido como él.
Kaitlyn tenía demasiadas ganas de salir de aquel pueblo como para perder el tiempo en romances. Sobre todo con un hombre como Clay. Sin embargo, la atracción que había surgido entre ellos era tan abrasadora como el sol de verano. De pronto, Kaitlyn se dio cuenta de que todos sus planes iban a quedar a un lado... porque ahora el que mandaba era su corazón.
Una serie de televisión sobre la vida real de los hermanos Renaud despertó el interés de Shelby Llewellyn en el hermano artista y oveja negra de la familia. Shelby, comisaria de exposiciones, estaba decidida a conseguir que Bastien Renaud hiciera una exposición en su galería para demostrarle a su padre su valía profesional. Cuando ambos se quedaron aislados por una nevada en el refugio de Bastien, surgió la pasión.
¿Podría llegar aquella relación a un final feliz a pesar de la diferencia de edad y del pasado de Bastien?
La necesitaba para acabar con su hermano, pero ¿por qué era él el que se estaba hundiendo? Con el fin de expulsar a su hermano gemelo de la empresa de la familia, el director general Samuel Kane le había tendido una trampa para que se saltara la regla de oro de su padre: nada de relaciones en el trabajo. Para ello había contratado a Arlington Banks, la única mujer a la que su hermano nunca había logrado conquistar. Lástima que el plan fracasara cuando el mismo Samuel mordió el anzuelo. Porque la historia entre él y Arlie se venía gestando desde hacía tiempo. ¿Lo perdería todo por aquel engaño o serviría para algo el secreto que Arlie guardaba?
No podía perder ese combate. Después de dos años deseando al multimillonario Mason Kane en secreto, la tímida Charlotte Westbrook se quedó tan impactada como maravillada al encontrarse al brillante ejecutivo boxeando en un club de élite. Pero el hijo de su jefe también había descubierto su pequeño secreto. Mason le propuso irse juntos de vacaciones a la glamurosa Costa Azul para conocer mutuamente sus secretos. Una inolvidable semana con Mason, sin ataduras, una semana para que Charlotte demostrara que era igual que él tanto dentro como fuera de la cama. ¿Qué podía salir mal?
ARGUMENTO: Una apasionante historia de amor y secretos celosamente guardados. Clara Squire y Ben Dameroff reñían interminablemente de chicos, pero al llegar la adolescencia su rivalidad se convirtió en un intenso e inevitable romance. Sin embargo, un trágico accidente deja al descubierto un terrible secreto, y los enfrenta para siempre. Los caminos de los amantes se separan, y mientras Clara se recibe en Harvard y se convierte en detective de la policía de Nueva York, Ben se establece como prominente cirujano. Pero la pasión que los unió mostrará ser más fuerte que el dolor y el olvido. Cuando Clara y Ben se reencuentran, no pueden negar su mutua atracción a pesar del tiempo transcurrido. Entonces, un espantoso asesinato convierte a ambos en sospechosos, y los obliga a elegir. ¿Se salvarán el uno al otro o se destruirán mutuamente? SOBRE LA AUTORA: Cynthia Victor, escritora norteamericana de novelas románticas, en la actualidad vive en New York y pasa temporadas en Connecticut con su esposo y dos niños. Algunos de los libros de su autoría y las fechas de publicación son: Consequences (1989), Relative Sins (1992), Daring Acts (1994), Only You (1995), What Matters Most (1996), The Secret (1997), The Sisters (1999) y The Three of Us (2002) Con su pseudónimo Cynthia Keller, escribió en el 2010 la novela An Amish Christmas.
Alma estaba desencantada aquel año, no tenía trabajo y se volvía a acercar esa fecha tan temida: Navidad. Para seguir la tradición que ella misma había creado entre su grupo de amigas, le pedirá un deseo a Papá Noel. Lo tendrá claro y decidirá no volver a pedir amor, segura de que no se cumplirá: Pedirá placer. Un repentino suceso hará que viaje hasta Turquía y conozca a Duman Tusset… Ella podía estar preparada para muchas cosas, pero el atractivo de su nuevo jefe y la conexión que sentirá que existe entre ellos provocará que todo su mundo se tambalee.
Marcos es un activo empresario que siempre ha creído que el dinero da la felicidad junto a su socio Darío que le dobla la edad.
Tras un infarto, Darío le pide a su socio que busque a su único descendiente y lo lleve hacia el mundo empresarial en el que ambos se sienten tan cómodos puesto que debe hacerse cargo de su parte de la sociedad para poder continuar con la actividad. Lo que Marcos no esperaba es que Álex fuera tan diferente a como se había imaginado.
Alexandra es una mujer fuerte que huye de la gran ciudad para dedicarse al cuidado de una granja a las afueras. Allí trabaja de sol a sol contenta a pesar de la distancia cogida con su familia tras renunciar a seguir sus pasos.
¿Podrán dos personas con valores tan distintos encontrar algún punto de acuerdo? ¿Comprenderá Marcos que no todo lo da el dinero? ¿Verá Alexandra algo dentro de la máscara glacial del desconocido que irrumpe en su vida para intentar cambiarla?
“Nadie podía haberme preparado para conocer a Kenneth Stewear. Era un nombre rico, encantador y con un sentido del juego peligroso…” Cuando llamaron a Alina Craig para que trabajase en una de las empresas de finanzas más importantes no podía creérselo, pero su felicidad no sería muy duradera…Tras un incidente en su llegada al edificio, conoció a Kenneth y le pareció el hombre más atractivo de la tierra. Kenneth Stewear era un hombre poderoso y millonario acostumbrado a coger lo que desea sin mirar más allá. Le encantan los retos y el placer y por eso decide hacerse el jefe de Alina. ¿TE ATREVES A DEJAR QUE TE RETE?
Ángela era la simple chica de los cafés y no estaba preparada para que el jefe la eligiese para un viaje inesperado que cambiaría su vida... Landon era un empresario exitoso acostumbrado a que la gente hiciese todo por él sin replicarle ni una sola palabra... Un viaje imprevisto... ¡A LAS VEGAS! ¿Qué harías si te levantases en un hotel casada con tu jefe?
Melanie era una chica corriente y estaba convencida aquel día de que iba tener la oportunidad de su vida tras conseguir una entrevista para Rowel estudios, quizá era el momento que estaba buscando para dar el salto a su vida independiente. ¿Qué podría estropearlo? ¡Su hermanastro era el jefe! Landon había desaparecido de la vida de Melanie hacía mucho tiempo pero eso no hizo que el ambiente entre ellos no se volviese electrizante cuando la volvió a ver. Una relación imposible... Una tensión envolvente... Un juego adictivo y peligroso... Tira y afloja pero con cuidado... A veces las cuerdas se rompen.
Ingrid siempre ha deseado tener una oportunidad como publicista pero nada la había preparado para ese tipo de entrevista... Izan nunca había querido incorporar a nuevos miembros a su equipo pero estaban tan desbordados... Una nueva campaña les obligará a trabajar juntos pero él es tan aventurero y ella tan cabezota que no podrán ponerse de acuerdo. ¿O sí? Deportes de riesgo obligatorios... Energía positiva en el tarot... El destino los quiere unidos al menos en lo profesional... ¿Será el principio del amor?
Milos Wongraven es un hombre de negocios acostumbrado a no necesitar de nada ni nadie, pero no está preparado para enfrentarse a Nayma Hojem Nayma Hojem es una chica preparada e ingeniosa que necesita dinero. Está a punto de conseguir un puesto en la compañía Jowel Wongraven y eso es todo lo que necesita, pero su propio ingenio la pondrá en un compromiso para el que no se siente preparada. Ninguno necesita más complicaciones… Algo pasa cuando ellos se juntan… El dinero y el amor no pueden convivir sin dificultad.
UNA RELACIÓN COMPLICADA... El JEFE ESTÁ PROHIBIDO... ¡NO TE ENAMORES! Milana lleva cuatro años trabajando para el multimillonario empresario Scott Blake. Un hombre de negocios imparable y con un cuerpo que lleva a todas la desesperación. A todas menos a MIlana. Ella tiene una vida demasiado complicada para fijarse en el aire irresistible de su jefe. Scott Blake es el hombre más poderoso de la ciudad, pero tiene un problema, sus clientes no ven con buen ojo su estilo de vida en cuestiones de amor. Él necesita sentar la cabeza, al menos aparentarlo... Ella necesita conservar su trabajo... ¿Puede hacer ella de su esposa sólo poniéndose un anillo? Un juego peligroso... Unas emociones a flor de piel... Si te enamoras, pierdes.
Oliver Wilson es un empresario exitoso y adinerado, pero tiene un pequeño defecto que hará que necesite a Marie: Es un experto en meterse en problemas. Marie es una chica corriente o, al menos, lo parece. Detrás de ese aspecto casual y su labor de secretaria, se esconde un secreto que le encantará a Oliver: Es una maestra tapando líos. ¿Puede una relación basada en el lema “Todo por el jefe” salir bien?
Laia no cree en la Navidad, quizá porque su vida en casa de sus padres no es lo que ella quiere. El mes de diciembre se presenta negro ya que su hermana perfecta, Ingrid, ha pensado pasar allí desde el primer día sus vacaciones para “pasar tiempo en familia” y presumir de su buena vida; Pero quizá los deseos de Navidad se cumplen y, tras enterarse del embarazo de Ingrid, Laia tendrá la oportunidad de sustituirla en el trabajo. ¿Podrá ser como todo el mundo espera que sea? Adriano Rossetti tiene una empresa exitosa a la que no paran de llegar clientes nuevos, pero los clubs Paraíso le suponen un pequeño problema: No ve a nadie adecuado para llevar los acuerdos que se deben hacer en un club de intercambio libre de sexo. ¿Será Laia, esa chica desencantada, la mejor opción?
“En los primeros tiempos de relación, a ella le costaba pensar. Su presencia la llenaba de éxtasis; no podía, no quería, otra cosa más que tocarlo y que él la tocara también, que la abrazara fuerte, la oliera, que sus manos fueran imprudentes y le llenaran el cuerpo de caricias. Que su pasión borrara las marcas de una vida de dolor.” Eva Duarte y Juan Domingo Perón son la pareja más intensa y famosa de la historia argentina. Aunque fueron amados y odiados con igual fervor por sucesivas generaciones, sin embargo el relato íntimo de su pasión permanece en sombras. También es poco lo que se sabe de ellos antes de que se encontraran, se enamoraran y llegaran a la vida pública para cambiar el rumbo de la política y convertirse en mitos universales. Con audacia y talento, pero basada en una sólida investigación, Cynthia Wila se anima en Eva y Juan a imaginarlos desde la infancia y seguir los hilos de sus vidas hasta que confluyen en una trama común. Colmada de detalles que transportan al lector a otras épocas y ciudades, esta subyugante novela revela el lado más humano y pasional de esta unión, donde sexo y poder se mezclaron para engendrar un amor con destino de leyenda.
Malka y Mika son jóvenes y se aman en secreto. En la conservadora Polonia de fines de 1930, sus padres son amigos y socios de una sastrería en la tranquila ciudad de Pultusk. Pero se avecinan tiempos turbulentos. A poco de estallar la Segunda Guerra Mundial, la vida es cada vez más difícil para los polacos. La familia de Malka, de origen judío, decide emigrar a la Argentina. Por su parte, Mika y los suyos sufrirán los horrores del régimen nazi por haberse asociado con judíos. Mika es deportado a Auschwitz. Al otro lado del océano, Malka experimenta su propio infierno. A pesar de la lejanía y las circunstancias cada vez más duras, ninguno de los dos consigue olvidar al otro. Con una trama atrapante que va de la novela romántica al thriller histórico, Cynthia Wila reconstruye la Buenos Aires de los años cuarenta y, en paralelo, el drama europeo durante el nazismo. Pasiones en guerra es una vibrante historia de amor que explora los límites de los sentimientos frente a las pruebas de la existencia.
Nellie Wallace es una joven viuda con dos hijos. Después de la guerra civil en Nueva York quedan pocos hombres y como si fuera poco, ninguno de ellos desea cargar con la responsabilidad de una esposa e hijos. La familia de su difunto marido es rica pero cruel y en la desesperación por escapar de esa influencia e impaciente por tener un hogar, un marido y una vida estable para sus hijos, Nellie decide empezar una nueva vida en San Francisco siendo una novia por contrato. Blake Malone, propietario de un bar, es un solterón pero él se siente bien así. Él trabajó duro para conseguir todo lo que tiene, pero el Consejo Municipal de San Francisco no le aprobará su plan de construir una gran empresa familiar a menos que él sea un jefe de familia. ¿La solución? Una novia por contrato proveniente de Nueva York, quien le dará una familia ya conformada, estabilidad y la aprobación del Consejo Municipal. Blake espera que su futura esposa cuide de su casa y que además de ayudarlo a dar una buena impresión al Consejo Municipal, no se meta en sus negocios. Él espera que la vida continúe como de costumbre. No obstante, desea ganarse el corazón de Nellie. Además, le surge una peligrosa amenaza que asecha a su nueva novia y la aparición de un millonario benefactor quien está dispuesto a robarle su nueva familia. Blake pensaba que su batalla por alcanzar el éxito había sido una tarea dura. Sin embargo, descubrirá que la batalla por ganarse el corazón de Nellie y mantener a su familia a salvo es aún más dura y le quitará todo lo que tiene.
La guerra civil devastó al país, dejando a Rachel Sawyer atada a un tortuoso empleo como modista, y sin esposo. Los hombres escasean en Massachusetts, por lo que Rachel y su mejor amiga viajan al Oeste, a Seattle, junto con los atractivos hermanos Talbot. Jason Talbot, el hermano mayor, era el dichoso dueño de una famosa compañía maderera. Él está fuera de su alcance por tanto enamorarse de Jason es la cosa con menos sentido que ella pudiese hacer. Sin embargo, es exactamente lo que hace. Luego de un sensual encuentro a media noche, Jason la aparta. Jason Talbot y sus hermanos están desesperados por mantener a sus empleados felices en su empresa, y si esto significaba que debían viajar alrededor del país para transportar a cien mujeres quienes se convertirían en nuevas esposas por correo, lo harían sin decir palabra. Las esposas son para otros hombres. Después de haber perdido a su esposa diez años atrás, Jason no está interesado en ocasionarle otro golpe a su corazón. Cuando Rachel llama su atención, una guerra entre su mente y su corazón, comienza. Pero cuando un ladrón entra a sus vidas y la determinación de Rachel por resolver un misterio la conduce a un asesinato, Jason se da cuenta de que haría lo que fuese por protegerla.
Lucy Davison se convirtió en una novia por encargo junto a otras noventa y nueve mujeres. Todas fueron llevadas a Seattle, territorio de Washington y todo a causa de la Guerra Civil, la cual había disminuido la cantidad de hombres casaderos en New Bedford. Uno de los hombres que trasladó las novias hasta Seattle fue Drew Talbot. Cuando Lucy lo conoce y se tocan por primera vez, ella siente que una especie de energía eléctrica recorre todo su cuerpo. El problema es que siempre que Drew está cerca, Lucy se vuelve completamente torpe y por lo general termina en los brazos de él. Cuando se pone de novia y se compromete con el hombre que ama, ella cree que todos sus sueños se harán realidad. Luego, después de haber presenciado el asesinato de otra novia, Lucy es secuestrada por el homicida Harvey Long. Él se la lleva y la maltrata, por lo que todos creen que sucedió lo peor. Con su reputación hecha trizas, ella cancela la boda y se niega a casarse con Drew. Lucy se da por vencida y deja de creer que los sueños se hacen realidad. Drew sabe que Lucy es virgen aún, aunque ella no lo admita. Ella, en realidad, no confiesa nada y apenas le dirige la palabra a Drew. Él está decidido a rescatar a Lucy de la prisión que ella mismo se impuso. La convencerá de que los sueños sí se pueden hacer realidad, que el amor entre ellos es verdadero y por el cual vale la pena luchar. Cuando Harvey escapa de prisión va en busca de Lucy, la única testigo del asesinato que él cometió. Drew debe proteger a su amada y evitar que sea la próxima víctima de un asesino serial
El apuesto y peligroso André Raveneau es el capitán del corsario más temerario de la Guerra de Independencia cuando Devon Lindsay se esconde a bordo de su barco luego de que los británicos quemaran su pueblo en Connecticut. Cínicamente, Raveneau accede a llevarla hasta su novio de la infancia en Virginia, pero no cuenta con sentir una potente atracción hacia la encantadora y valiente Devon.
¿Podrá Raveneau hacerse a un lado mientras Devon se casa con otro hombre? ¿Qué estratagemas escandalosas podría utilizar para impedirlo?
A través de mucha aventura, intrépidas batallas navales y la historia colorida de la revolución de Estados Unidos, la pareja luchará contra la pasión abrasadora que los une.
¡La serie Libertinos y rebeldes combina las novelas de las familias Raveneau y Beauvisage en 9 libros cautivantes!
Es cierto que el amor tiene el efecto secundario de doler. Es cierto también que aún no encontramos en ello un motivo suficiente para cerrarnos por siempre a él. Volvemos a abrirle las puertas por un motivo: Para que nos haga sentir vivos, aunque al final nos deje medio muertos.
Este es un recorrido de poemas y cartas que podría causar que se revienten un par de puntos de tus propias heridas.
(Cuidado con las que creías que ya eran cicatrices).
BIENVENIDA SEA LA HERIDA es una recopilación de poemas en prosa y verso, cartas y micro-poemas, que cuentan, desde diversas perspectivas, las etapas por las que pasa el amor romántico. Algunos de los textos están acompañados de ilustraciones, que, al igual que cada parte de este libro, laten con corazón propio.
Quizá el Egipto antiguo sea, como recuerda el famoso epigrama, el don del Nilo, pero la civilización egipcia fue, en igual medida, el producto de su dios encarnado, el faraón. Estos dos temas entrelazados —la suprema importancia de la inundación anual del Nilo y el auge y declive del poder del monarca divino durante tres milenios— proporcionan el hilo con el que Cyril Aldred teje esta obra clásica. El lector encontrará los resultados de las investigaciones de los más importantes hallazgos de las últimas décadas —en Abidós, el Delta, el Valle de los Reyes, las pirámides de Abusir, Giza y Saqqara, y Avaris— así como las más modernas teorías sobre la primera unificación de Egipto, sus primeros reyes y el Tercer Período Intermedio, entre otros temas.
El protagonista tiene 30 años y le gustan los chicos, en particular Samy, un poco golfo, y Jamel, «hijo del Islam y de la Coca–Cola». Pero también están todos esos cuerpos anónimos que se apoderan de él durante los perversos ritos de las noches salvajes. Además, como quien no quiere la cosa, también le gustan algunas chicas. Sobre todo Laura. Parece quererlo todo. O tal vez no quiera nada. Es seropositivo. Por cobardía o miedo de perder a Laura, no se lo dice la primera vez que se acuestan. Puede haberla contagiado. Pero ella tiene 17 años y lo ama con locura; ya non pone límites a su amor y, pese al mal que ya debe de habitar su cuerpo, recurre a todos los medios para no perderle: ruegos, violencia, mentiras, chantajes. Se toman y se dejan con una pasión compulsiva, al mismo ritmo frenético con que esos jóvenes condenados a muerte circulan en moto, copulan en la sombra debajo de los puentes, someten a brutales rituales, se drogan, beben y escuchan música hasta reventar, se entregan al sexo con la energía de la desesperación, del que no tiene nada que perder y se algo que ganar mientras un soplo de vida se lo permita.
La crónica de la misteriosa desaparición de los dos primeros miembros del círculo de Cambridge. El 25 de mayo de 1951, Guy Burgess y Donald Maclean, dos funcionarios británicos, desaparecieron sin dejar rastro y dieron inicio al mito de los cinco de Cambridge, los brillantes jóvenes captados por la inteligencia soviética en el Cambridge de los años treinta. Aun conmocionado por la desaparición, y mucho antes de que la Unión Soviética admitiera que les había cogido, Cyril Connolly escribió este fascinante y perspicaz retrato de los dos, intentando adivinar qué había pasado con los diplomáticos que desaparecieron.
Vivimos en la vorágine del desastre (calentamiento global, desigualdades sociales, aumento del nivel de basura, etc.) ¿Estamos a tiempo de hacer algo? ¿Por dónde empezar? Los especialistas coinciden en que tenemos poco tiempo para reaccionar. En este pequeño pero incisivo y práctico libro, el autor plantea la necesidad de actuar. Porque estamos ante un desafío sólo comparable a una guerra mundial: si continuamos por el camino actual, la población mundial está destinada a sufrir un colapso en cuestión de décadas. Este libro ofrece un ramillete de posibilidades para pasar a la acción: individual (como parte de nuestra vida diaria), colectiva (en nuestros vecindarios, pueblos, regiones o a nivel nacional) y política (basadas en ejemplos de movilizaciones a gran escala que han conseguido paralizar a países enteros).
Serie: Inspector Mallett, Inspector de Scotland Yard, 03
La estancia del inspector Mallett en el hotel Pendlebury Old Hall, una antigua mansión rural, ha sido una decepción, la habitación, la comida y el servicio, y anhela que termine. Su última prueba es tener que escuchar a un anciano grosero, cuya familia una vez fue dueña de la casa, que se une a su mesa. Al día siguiente, el hombre está muerto y Mallett se encuentra investigando el sospechoso "suicidio".
Autor: Cyril Hare era el seudónimo del distinguido abogado Alfred Alexander Gordon Clark. Nació en Surrey, en 1900, y se educó en Rugby y Oxford. Miembro del Inner Temple, entró en el Colegio de Abogados en 1924 y se unió a las cámaras de Roland Oliver, quien se ocupaba de muchos de los casos de delitos mayores de la década de 1920. Ejerció como abogado hasta la Segunda Guerra Mundial, después de lo cual sirvió en varios puestos legales y judiciales, incluyendo un tiempo como juez de la corte del condado en Surrey. Las novelas policiales de Hare, muchas de las cuales se basan en su experiencia legal, han sido alabadas por Elizabeth Bowen y P.D. James entre otros. Murió en 1958, en la cima de su carrera como juez, y en el apogeo de sus capacidades como maestro de la novela policíaca.
Editada originalmente en 1937 por Faber en Londres, Huésped para la muerte fue la primera novela policíaca de ‘Cyril Hare’, seudónimo de Alfred Alexander Gordon Clark. Dos jóvenes empleados de una agencia inmobiliaria son enviados a comprobar el inventario de una casa en Daylesford Gardens, South Kensington. A su llegada, encuentran un objeto que no está en el inventario – un cadáver. Además, el misterioso inquilino, Colin James, ha desaparecido. En una novela que descubre muchos de los aspectos más desagradables del mundo de las altas finanzas, Hare también presenta a sus lectores al formidable inspector Mallett de Scotland Yard. Tras su publicación inicial, el Times Literary Supplement elogió a Huésped para la muerte como “una historia de lo más ingeniosa”, mientras que el Spectator celebró su “ingenio, juego limpio y caracterización” y manifestó así mismo que “había aparecido una nueva estrella”.
Warbeck Hall es una casa de campo inglesa pasada de moda y escenario de asesinatos igualmente ingleses. Todos los ingredientes clásicos están ahí: adornos navideños, té y pasteles, un mayordomo fiel, un extranjero, la nieve cayendo y un interesante elenco de personajes arrojados juntos. Los asesinatos y el trabajo detectivesco están lejos de ser convencionales…
Las amenazas se ciernen sobre un alto dignatario de la Corte de justicia y su vida corre serio peligro. ¿Quién deseaba la muerte del juez Barber? ¿Acaso Pettigrew, su enconado rival? ¿Baemish, el secretario?, ¿Hilda, su exquisita esposa? ¿O Happenstall, el exconvicto? El imprevisto y verosímil final sorprenderá al lector.
Inglaterra está sumida en la Segunda Guerra Mundial y el Blitz ha obligado a evacuar varias oficinas gubernamentales de Londres. Francis Pettigrew, un abogado simpático y bonachón y detective aficionado, acompaña a su ministerio al lejano balneario de Marsett Bay, donde los funcionarios deben aprovechar al máximo su hogar temporal. En este extraño ambiente, Pettigrew comienza a enamorarse de su secretaria, la señorita Brown, quien también está siendo cortejada por un hombre viudo mucho mayor que ella. Aburridos e inquietos, los empleados empiezan a jugar un alegre juego de "planear el asesinato perfecto" para pasar el tiempo. Pettigrew, atrapado en su amor por la señorita Brown, permanece alejado de esas tonterías, hasta que ocurre un asesinato real y se ve arrastrado a resolver el misterio.
Cyril Hare era el seudónimo del distinguido abogado Alfred Alexander Gordon Clark. Nació en Surrey, en 1900, y se educó en Rugby y Oxford. Miembro del Inner Temple, entró en el Colegio de Abogados en 1924 y se unió a las cámaras de Roland Oliver, quien se ocupaba de muchos de los casos de delitos mayores de la década de 1920. Ejerció como abogado hasta la Segunda Guerra Mundial, después de lo cual sirvió en varios puestos legales y judiciales, incluyendo un tiempo como juez de la corte del condado en Surrey. Las novelas policiales de Hare, muchas de las cuales se basan en su experiencia legal, han sido alabadas por Elizabeth Bowen y P.D. James entre otros. Murió en 1958, en la cima de su carrera como juez, y en el apogeo de sus capacidades como maestro de la novela policíaca.
El asesinato de Lucy Carless, la famosa violinista, en el preciso instante de ir a empezar el primer concierto que la Sociedad musical de Markhampton organiza en honor de sus socios, produce una sensación de horror entre sus compañeros de orquesta. ¿Quién ha podido atentar contra la vida de esta mujer? ¿Quién ocupó el puesto de clarinetista? ¿Es éste, efectivamente, el asesino? Con su acostumbrada maestría, mister Pettigrew ayuda a solucionar un misterio de lo más intrincado, en el que la palabra tiempo tiene un papel importantísimo.
Francis Pettigrew, un ex abogado y, a veces, detective aficionado, es arrebatado de lo que promete ser una jubilación pacífica en los Home Counties para sustituir al juez del Tribunal del Condado. El proceso le ofrece algunas ideas inesperadas sobre la vida de los nuevos vecinos que, hasta ahora, solo ha observado a través de sus prismáticos. Cuando el cuerpo de una viuda sin un centavo, conocida por sus buenas obras, es encontrado en Yew Hill, Pettigrew se ve involucrado en el caso como testigo. A pesar de sus mejores esfuerzos para dejar la investigación a la policía, es él, con la ayuda inconsciente de un adolescente, quien da los últimos toques a la solución.
Francis Pettigrew viaja de vacaciones a Exmoor con su esposa, a una zona en la que cuando era niño quedó traumatizado al encontrarse con un cadáver en el páramo. En un intento de exorcizar este trauma, Pettigrew cruza el páramo hasta el lugar donde ocurrió el incidente, solo para encontrar otro cadáver. Además, cuando regresa al lugar con ayuda, el cuerpo ya no está. ¿Vio realmente un cuerpo o se trata de una alucinación provocada por su regreso a la escena del crimen que lo persigue desde la infancia?
Dos jóvenes empleados de la agencia de bienes raíces son enviados para verificar el inventario de una casa en Daylesford Gardens, South Kensington. Al llegar, encuentran un objeto no listado:un cadáver. Además, el misterioso inquilino, Colin James, ha desaparecido. En una obra que descubre muchos de los aspectos más sórdidos del mundo de las altas finanzas, Hare también presenta a sus lectores al formidable inspector Mallett de Scotland Yard.
Cyril Hare era el seudónimo del distinguido abogado Alfred Alexander Gordon Clark. Nació en Surrey, en 1900, y se educó en Rugby y Oxford. Miembro del Inner Temple, entró en el Colegio de Abogados en 1924 y se unió a las cámaras de Roland Oliver, quien se ocupaba de muchos de los casos de delitos mayores de la década de 1920. Ejerció como abogado hasta la Segunda Guerra Mundial, después de lo cual sirvió en varios puestos legales y judiciales, incluyendo un tiempo como juez de la corte del condado en Surrey. Las novelas policiales de Hare, muchas de las cuales se basan en su experiencia legal, han sido alabadas por Elizabeth Bowen y P.D. James entre otros. Murió en 1958, en la cima de su carrera como juez, y en el apogeo de sus capacidades como maestro de la novela policíaca.
En el entorno pastoral de Didford Parva y Didford Magna, cuatro hombres de negocios han comprado los derechos de pesca de un tramo del río Didder y pasan un tiempo en el Polworthy Arms. Contra el telón de fondo idílico, sin embargo, corren pasiones locales, rivalidades y luego asesinatos. Depende del inspector Mallet recurrir a sus conocimientos de pesca para resolver el caso.
En el otoño de 1939, el juez William Hereward Barber del Tribunal Supremo recorre el sur de Inglaterra presidiendo casos de municipio en municipio. Cuando una carta le advierte sobre una inminente venganza sobre su persona, el magistrado le resta toda importancia, atribuyéndola sin duda a algún inofensivo lunático. Pero al recibir el segundo anónimo, seguido esta vez de una caja de bombones envenados, Barber empieza realmente a temer por su vida. Será el abogado y detective aficionado Francis Pettigrew —probo, poco exitoso y enamorado en su día de la esposa del juez— quien intente desenmascarar al autor de las amenazas, antes de que sea demasiado tarde… «Tragedia en el tribunal» (1942) es indiscutiblemente la obra maestra de su autor y uno de los más originales y acabados exponentes de la ficción judicial de todos los tiempos. Escrita con elegancia e ingenio, «Tragedia en el tribunal» es para muchos la mejor novela detectivesca inglesa ambientada en el mundo de la justicia» (P. D. James).
Navidad. A lo largo de la frontera de la OTAN, aburridos soldados vigilan el tránsito que procede de la Europa del Este como cualquier otra noche del año. No había ninguna razón para pensar que estos convoyes fueran distintos. Sin embargo, aquella noche —la noche de navidad— todo iba a ser diferente. Los incidentes subversivos y la inquietud política parecían no guardar relación entre sí. El incremento de la actividad de los grupos terroristas y de los agentes infiltrado había pasado inadvertido. Para los que tenían la misión de dar la señal de alarma ante cualquier peligro, no parecía existir ninguna circunstancia anormal. En veinticuatro horas toda la Europa Occidental fue conquistada. Este es el relato de una guerra que podría estallar en cualquier momento, y que describe con detalles fríos pero convincentes lo que podría ocurrir a todos los hombres, mujeres y niños de la Europa Occidental durante el silencio y la aparente paz de una noche. La extraordinaria novela de Cyril Joly nos lleva desde una Europa dormida a un final estremecedor. Nadie puede permitirse el lujo de ignorarla.
Es el final de una Nueva Era.
Hace mucho tiempo, los sistemas económicos y de gobierno de todo el mundo se derrumbaron bajo el peso de su propia injusticia y de la ciega burocracia que generaron. Todos los países civilizados se sumieron en el salvajismo; excepto América, donde la poderosa organización mafiosa del síndico cubre cualquier necesidad humana (protección social, sanidad, alimentación, empleo, juegos de azar…) a precios que cualquiera puede pagar y en el marco de una sociedad libre y abierta. Se trata pues, del mejor de los mundos posibles, casi una perfecta utopía.
Pero, de pronto, las sombrías fuerzas de los Estados Unidos, ya derrotadas una vez, comienzan a emerger…
Partida es, a un mismo tiempo, la historia llena de emociones, suspenso y peripecias de la partida del primer cohete interplanetario y el testimonio del origen de una nueva edad.
El punto de partida de una nueva cronología. Kornbluth, uno de los más destacados valores de este género literario, nos da, con esta obra, una hermosa muestra de su viva imaginación y sus relevantes dotes de escritor.
Hijo de Marte es la más conocida de las obras (pocas en cantidad, pero magníficas en calidad) surgidas de la pluma de esta pareja de escritores de ciencia-ficción. El tema, en enunciado, puede parecer banal: los problemas de la colonización del planeta Marte por los terrestres. Pero este escenario da pie a un intenso relato lleno de emoción, ternura y poesía, un relato de honda raigambre humanística como han producido muy pocos en toda la historia de la ciencia-ficción mundial.¡Ah!, y recuerde que 'los fantasmas', esos impalpables y poéticos seres de Marte que constituyen uno de los ejes de la presente novela, se han convertido en un 'clásico' de este género, de dimensiones semejantes a los marcianos de Bradbury en sus inolvidables 'Crónicas marcianas'.
La ley de Parkinson es un libro único y extraordinario: el humor anglosajón denuncia las paradojas que silencian cuidadosamente los manuales de economía. De ahí el enorme éxito que esta obra ha obtenido en todo el mundo.
Parkinson hizo un extraordinario descubrimiento. Afirmó que en cualquier organización el número de empleados se multiplica cada año de acuerdo con unas normas constantes. Esta proliferación de personal no tiene nada que ver con el trabajo realizado. Parkinson ha demostrado que el aumento de personal va de un 5,17 a un 6,56 por 100 cada año, aun en los casos en que la producción disminuye.
Inspirado por este descubrimiento inicial, Parkinson sigue exponiendo una serie de principios que revelan otras muchas contradicciones en el funcionamiento de las organizaciones y empresas. Los estudios del profesor Parkinson poseen, además de la originalidad y elegancia de su exposición, una utilidad práctica que el más joven o inexperto director de empresa podrá aplicar con provecho. Si el estudioso de Parkinson logra entender y penetrar la relación inversa que existe entre la apariencia externa de una oficina y su solvencia como razón social, podrá valorar de una sola ojeada las más complejas organizaciones. La aplicación de la fórmula cocktail le permitirá descubrir quiénes son las personas realmente importantes en una reunión y tendrá además la seguridad de ser considerado una de ellas. Para aquellos que están iniciando un negocio o una carrera burocrática, la obra de Parkinson pondrá en sus manos un arma infalible. Y aquellos que lleven ya muchos años desempeñando una función directiva deben leerlo también, aunque sólo sea para defender su puesto.
El gran escritor catalán José Pla ha afirmado en uno de sus artículos:
«Ha sido para mí un gran placer leer el libro del profesor Northcote Parkinson sobre la burocracia… Es un libro candente, actualísimo, sarcástico, pero presentado en forma humorística, risueña y divertida. Imagínense ustedes: ¡un libro sobre la burocracia! ¡Recoger lo que dice todo el mundo en todas partes sobre esta forma de parasitología humana y darlo en forma absolutamente agradable!… Es un libro único y extraordinario… Es un libro ameno, agudo, divertido y de un humor constante… En los momentos presentes estamos asistiendo a la restauración del liberalismo en todo el mundo occidental y de aquí su creciente prosperidad. Este libro es un elemento importante de ese restablecimiento sensacional».
La tía Tilly no tenía piedad de su sobrino James. Aprovechándose de que era un adolescente inexperto, lo enloquecía con sus provocaciones obscenas. Luego, para adiestrar al novato, Tilly lo introdujo en la escuela de la dominadora Pussy, donde se impartían lecciones prácticas de las más refinadas perversiones sexuales. James creyó estar en el paraíso cuando descubrió que la insaciable Pussy lo consideraba su alumno favorito. Pero ¿estaba realmente en el paraíso, o sólo en la antesala del infierno?
Los principios gramaticales subyacentes a los lenguajes son fijos e innatos, y las diferencias entre los varios idiomas utilizados en el mundo son apenas variaciones del conjunto de parámetros (por ejemplo, el parámetro que establece si un sujeto explícito es obligatorio, como en el idioma inglés, o puede ser opcional, como en el caso del castellano).
De esta forma, un niño, para aprender un idioma no necesita clases de gramática, pero necesita, tan sólo, fijar los parámetros generales de su estructura y adquirir vocabulario, y ésa es la razón por la cual él apriende con espantosa rapidez.
El aprendizaje de un idioma, en resumen, contempla la mera cuestión de enseñar el cerebro a pensar según los parámetros del idioma y ordenar las palabras previamente memorizadas, según esos parámetros.
Con base en esa teoría - la Teoría de Principios y Parámetros, desarrollada en los años 80 por el lingüista Prof. Noam Chomski - el autor de este e-book elaboró un método inédito y extremadamente simple de enseñanza de inglés para hispanohablantes, totalmente sin gramática, a través de frases que contienen los parámetros generales del idioma y utilizan un vocabulario básico para la comunicación - los mismos ingredientes utilizados por los niños en la primera infancia, cuando adquieren el idioma a que están expuestos.
La idea es que a través de frases de uso trivial, traduzidas directamente como son pensadas por nativos, los parámetros serán automáticamente fijados, de forma a que el cerebro podrá intuirlos posteriormente, y al mismo tiempo un vocabulario básico se memorize.
El objetivo a ser alcanzado és que después de estudiar el idioma según esos conceptos, el estudiante consiga rápidamente comunicarse, y posteriormente, enriquecer paulatinamente su vocabulario, como todos lo hacemos en nuestro idioma, una vez que, durante toda la vida, incorporamos nuevas palabras a nuestro vocabulario.
Durante toda su vida, Cyrus Dunham se ha sentido como un visitante en su propio cuerpo. Su vida han sido una serie de imitaciones (niñita adorable, hija, hermana, chica lesbiana) hasta que el profundo sentimiento de alienación que sentía se volvió insoportable. Moviéndose siempre entre dos identidades, Dunham nos introduce en la crisálida que es la transición de género, pidiéndonos que asistamos a un proceso incierto y estimulante que perturba nuestras suposiciones más básicas sobre quiénes somos y cómo estamos constituidos.Escrita con una intensidad emocional desarmante y con una voz propia, Un año sin nombre es una historia sobre el paso de la niñez a la adultez queer poderosa y emocionante.
Publicado originalmente en inglés y estructurado en forma de diccionario, este libro resume con formidable eficacia el universo personal y literario de Miłosz. El escritor cumple con creces con la máxima clásica de que nada humano le es ajeno: desde sentidos homenajes a importantes, pero ya olvidados, escritores polacos de la generación de entreguerras hasta verdaderos ensayos sobre algunos artistas y pensadores de su predilección, como Balzac, Rimbaud, Robert Frost, Schopenhauer o Suzuki, sin olvidar a personajes anónimos que marcaron su vida con más fuerza que las voces famosas. Pero lo que convendría destacar en la obra son las entradas referidas a ideas. Es aquí donde la intensidad de pensamiento de Miłosz, sutil como pocas, brilla con luz propia y donde el lector se acercará más a esa intimidad conceptual que destila su poesía. Este Abecedario es, así, el modo más idóneo para acercarse a la obra de uno de los escritores más originales y perturbadores del siglo XX.
«El valle del Issa ha estado siempre habitado por una ingente cantidad de demonios». Así empieza una de las descripciones que hace el narrador del entorno en que vive Tomás, el niño lituano que protagoniza esta historia. Al igual que Milosz, Tomás habita un mundo donde todavía no han llegado los ritos religiosos tradicionales, y un tiempo, a principios de nuestro siglo, en que la naturaleza producía un éxtasis pagano y un horror maniqueo. La historia de «El valle del Issa» también está poblada por la imaginería propia de un poeta, y por innumerables anécdotas que, sin dejar de remitirnos a referencias autobiográficas, están lejos de ser comunes y corrientes.
En 1951 Czesław Miłosz, que había ejercido la función de agregado cultural del gobierno comunista de Polonia, pide asilo político en Francia. Durante los años que ha estado trabajando para el nuevo sistema impuesto en Polonia puede conocer los diferentes ardides del poder para ir recabando autores que puedan serle útiles, y también los cambios que se producen en esos autores que quedan bajo los efectos del encantamiento y tienen que ir amoldándose a las nuevas exigencias. Y en 1953 publica el presente libro, cuando el realismo socialista había llegado a su punto más álgido. En La mente cautiva, Miłosz descubre todos los entresijos de ese sistema a partir de las experiencias de 4 autores. Ante el lector se abre toda una maquinaria con todas sus piezas de la que la mente tiene difícil escapatoria. La desenmascara en un libro ya clásico sobre un sistema que dejó cautivadas a numerosas mentes dentro y fuera de los países en los que se aplicaba. Pero no están únicamente las relaciones de los escritores con el poder, Miłosz ahonda en las necesidades humanas, en el terror de una época de la Historia y en la imposición de la necesidad histórica. La decisión de Miłosz, como escritor que también habría podido sucumbir a esa seducción, es un ejercicio de libertad, de libertad del hombre y del propio escritor, y un análisis penetrante de gran calidad literaria acerca de la fascinación que ejerce el poder. Con los años, La mente cautiva se convertiría en un libro de referencia sobre cualquier sistema totalitario. La mente cautiva fue el inicio de la producción ensayística de Czesław Miłosz, uno de los poetas imprescindibles del siglo XX. En 1958 publica Mi patria familiar, un ensayo sobre la zona donde nació y creció, esa Europa que durante muchos años ha sido desconocida por Occidente. Galaxia Gutenberg publicará próximamente este segundo ensayo en una nueva traducción por primera vez directa del polaco.
«...decidí escribir un libro sobre un europeo oriental que nació más o menos cuando las multitudes de París y de Londres vitoreaban a los primeros aviadores; sobre un hombre que mucho menos que nadie puede caber en los conceptos estereotipados del orden alemán y de la alme slave rusa.» Así habla de su propio libro, de Mi Europa, Czesław Miłosz. Después del impacto que causó con La mente cautiva, vuelve en este nuevo libro a adentrarse en el mundo que también alimenta su poesía, su territorio natal, los bosques de Lituania, su infancia viajera a causa de los destinos de su padre, el deslumbramiento y la importancia de Vilna, su formación, la influencia del catolicismo, de las ideologías, el auge del comunismo y del fascismo, la multiculturalidad de todo su mundo en esa porción de Europa antes de ese mismo concepto, viajes a la Europa occidental y a Rusia, todo un mundo que ya ha desaparecido y que el gran poeta polaco evoca con un lenguaje lírico desprovisto de cualquier añoranza fácil y de cualquier cliché que contribuya a encasillar con excesiva ligereza. Con este libro asistimos a la recreación de ese mundo dentro de unas coordenadas geográficas que demasiadas veces han sido olvidadas por la centralidad que ha determinado el discurso en Europa. Una zona casi olvidada, una terra ubi leones que volvía a aparecer sólo en las grandes contiendas que ha dado el siglo XX. El libro de Czesław Miłosz cobra una vigencia inusitada en estos tiempos de confrontación e incertidumbre dentro de las fronteras europeas, tanto las geográficas como las mentales.
«El poder cambia de manos», narra la destrucción de Varsovia por el ejército alemán ante la impasible mirada del Ejército Rojo, en la otra orilla del Vístula, y las consecuencias inmediatas que siguen cuando, por fin, los rusos, se apoderan de toda Polonia. El dilema que se presentó al ejército clandestino polaco, atrapado entre alemanes y rusos, era cómo intentar defender la independencia de Polonia. Polonia, y Varsovia por tanto, estaban bajo la ocupación nazi, con los rusos voluntariamente detenidos ante el Vístula. El gobierno clandestino, dando por inevitable la derrota de Alemania, decidió que debían adelantarse a los rusos en la confianza de obtener el apoyo de los aliados pues, de lo contrario, aquéllos se harían con el país. El Armia Krajowa, el ejército clandestino polaco, siguiendo las instrucciones de sus dirigentes, se alzó contra los alemanes. El levantamiento de Varsovia duró 63 días, al cabo de los cuales, el ejército alemán demolió literalmente la ciudad de Varsovia causando una terrible mortandad. Sólo entonces los rusos cruzaron el Vístula y el poder cambió de manos. El deseo de los polacos de adelantarse a los rusos con la ayuda de los aliados acabó en una nueva frustración del castigado país. La novela de Milosz está dividida en dos partes. La primera transcurre durante los días del levantamiento. La segunda relata el primer año de la sovietización de Polonia. Para construir su relato, Milosz eligió apoyarse en hombres y mujeres con nombre y apellidos para poder mostrar el movimiento de conciencia que se produce en todos ellos durante este período de intenso dramatismo en sus vidas. Unas vidas zarandeadas por la brutal conmoción que les reservaba la Historia.
En un mundo donde la necesidad de ver un cambio, se transforma en el deseo de muchos; descubrir que el cielo es azul y no un gris violento, que el mar sí lava el rostro de la tierra, que los animales son bellas criaturas y nuestra responsabilidad, que los bosques son generadores del oxígeno y no combustión para fábricas.
Una realidad infinita, que saca a un hombre común y lo lleva por un camino que jamás pensó recorrer, donde debe generar una lucha por la sobrevivencia de su raza, creando conciencia, valor y respeto por la vida.
Aventura que demuestra que la maldad es un ente vivo, que devora, esclaviza y destruye la mal conducida humanidad, haciéndose imperativo reestructurar la manera de pensar para abrir las puertas de luz.
Esta historia de ficción, es una invitación a sentir que este viaje puede ser el inicio del cambio para cualquier lector que ama a su mundo, por ello, desde la primera página hasta la última, ¡Buen viaje!
¿Aburrido? ¿Apático? ¿Constipado? (Bueno, olvidemos ese último) ¡Es hora de divertirse! Mediante una prosa hilarante y fresca, D. A. Vasquez Rivero aborda las dificultades banales y profundas de la vida usando para ello una trencilla genial de stand-ups con tópicos extremadamente diversos (reglas paranormales, elección de los nombres, carnavales, premios católicos, piojos, paseos indeseados, etc.). A su vez, como tentempié ante semejantes platos principales, nos ofrece unos microdiálogos que son la delicia del lector voraz y del loco de la guerra en busca de satisfacciones rápidas y risas contagiosas. Pero no todo es un mero entretenimiento, ya que debajo de esta superficie jocosa, el libro pretende analizar con ojo crítico las abismales diferencias entre el mundo de los ´90 y el contemporáneo (juegos virtuales alienantes, motoqueros y contaminación sonora, el amor descartable confundido con el duradero). Aprender y reír mientras lo hacemos: ése es el regalo que estos textos nos ofrecen en un planeta de milagros imperceptibles que piden a gritos nuestra exclusiva atención.
Serie Bannister 01 de 11
Jim Bannister esperaba que no lo reconocieran cuando llegara a la pequeña ciudad de Antelope, Colorado, pero tenía que correr el riesgo. Su vida dependía del agente del sindicato Boyd Selden, a quien esperaba encontrar allí.
Unos meses antes había escapado de una cárcel en Nuevo México, y había un precio de 12.000 dólares por su cabeza.
Las cosas iban bastante bien, hasta que accidentalmente se vio envuelto en una pelea por Kelsey Harbord, hija del ex capataz asesinado del poderoso rancho Buckhorn. . .
Jim sabía que se estaba involucrando en una posible guerra de alcance, pero no pudo evitar sentir que esta era su única oportunidad de convencer a Selden de que había asesinado en defensa propia.
D. B. Newton nació en Kansas City, Missouri, obtuvo dotorado en historia en la Universidad de Missouri y comenzó a publicar historias y novelas cortas occidentales a fines de la década de 1930. scribió setenta novelas, 175 cuentos y cuarenta guiones de televisión. Escribió el primer guión para televisión y creó varios personajes para la serie de televisión "Wagon Train".
También conocido como Dwight Bennett, Clement Hardin, Ford Logan, Hank Mitchum, Dan Temple
Mark Malloy mordió la punta del largo cigarro y caminó por la carretera, no se parecía mucho a los vaqueros rudos de la ciudad. La camisa que llevaba Malloy era de lino blanco y suave, con cuello blando, y quedaba completada por una corbata negra, no parecía que perteneciera a ese lugar, y empezaba a preguntarse si había llegado el momento de despedirse de Saunderstown. El jugador había perdido tres veces seguidas y su alijo estaba disminuyendo. Pero la oportunidad de recuperarlo todo era demasiado buena para dejarla pasar. El juego mejoró cuando llegó un extraño borracho y se sentó a la mesa. En el proceso de perderlo todo, el forastero, desesperado, arrojó una escritura a un pedazo de tierra desértica que presumiblemente tenía mucha agua. Malloy se fue con el dinero y la escritura. Lo que parecía ser un maravilloso golpe de suerte fue el comienzo de la peor pesadilla de Malloy.
Dwight Newton escribió setenta novelas, 175 cuentos y cuarenta guiones de televisión. Escribió el primer guión para televisión y creó varios personajes para la serie de televisión "Wagon Train".
Dan Temple quería dedicarse a la ganadería y olvidar su pasado. Pero necesitaba una apuesta, y fue su destreza con las armas lo que le proporcionó un trabajo como guardia con escopeta en una compañía de apuestas.Tras dos atracos, Temple se dio cuenta de que se enfrentaba a un hombre que se jugaba mucho.
D. B. Newton nació en Kansas City (Misuri), obtuvo un máster en Historia en la Universidad de Misuri y comenzó a publicar relatos y novelas del Oeste a finales de la década de 1930. También escribió bajo los nombres de Dwight Bennett, Clement Hardin, Ford Logan, Hank Mitchum y Dan Temple.
Serie Jim Bannister 5 de 11.
Jim Bannister no parecía alguien en la evasión que hubiera visto su forma de vida destruida y acosado por todo el poder de una cosechadora de un millón de dólares. Por ahora, bajo el nombre falso de Jim Bryan, fue alguacil temporal en Morgan Valley, hasta que encontró su propio cartel de "Se busca" tirado en el piso de su oficina.
Dwight Bennett Newton (14 de enero de 1916 - 30 de junio de 2013) fue un escritor estadounidense de westerns. También escribió bajo los nombres de Dwight Bennett, Clement Hardin, Ford Logan Hank Mitchum y Dan Temple. Newton fue uno de los seis miembros fundadores de los Escritores Occidentales de América. Fue escritor de historias para varios programas de televisión, incluidos Wagon Train y Tales of Wells Fargo.
Rick Thompson había venido a Willow Crossing porque tenía la oportunidad de comprar un rancho barato y porque su hermano Les estaba enterrado allí. Rick era solo un niño cuando Les fue asesinado. Les era algunos años mayor y salvaje. El legendario domador de la ciudad, Vince Kirby, había afirmado haber atrapado a Les robando una oficina de correos.
Dwight Bennett Newton (14 de enero de 1916 - 30 de junio de 2013) fue un escritor estadounidense de westerns. También escribió bajo los seudónimos de Dwight Bennett, Clement Hardin, Ford Logan, Hank Mitchum y Dan Temple. Newton fue uno de los seis miembros fundadores de los Escritores Occidentales de América.
California es el escenario de tres muertes en la casa plagada de odios ancestrales de los Reyburnes. Desaparece una tía, alguien de la generación joven muere, el dinero es el motivo en una historia trepidante.
Ernestine parecía una muchacha extraña.
Pero era mucho más extraña de lo que parecía. Típica joven estudiante —estudiosa— de trajecito sastre y gruesas gafas durante el día, se convertía por la noche en una vampiresa de vestidos rojos con profundos escotes… y sin gafas.
En una de esas noches, Ernestine tuvo su última cita con la muerte. Y fue entonces que empezó a surgir la increíble verdad de la doble vida que llevaba. El profesor Pennyfeather demoró mucho en desentrañar el fondo y el trasfondo de estos crímenes, pero cuando lo logró arribó a una certeza incontrovertible: Ernestine había llevado una doble vida… y las había perdido a las dos.
Cierta madrugada aparece un coche junto a un acantilado batido por el mar y no lejos del abandonado automóvil el cadáver de una misteriosa joven. ¿Suicidio? La investigación de un profesor universitario descubre que es un asesinato. La víctima es Ernestina, una bella estudiante de doble vida. Asidua por las mañanas a la Universidad, su figura es, sin embargo, muy conocida en los cabarets y salas de baile nocturnos del puerto
La herencia de la gata (The Cat Saw Murder) (1939) marca el debut de uno de esos detectives aficionados Rachel Murdock, tan presente en la Golden Age. Tiene unos setenta años de edad, es perspicaz, activa y arriesgada, enfrentándose no solo a una pareja casada malévola que se entrega al chantaje como un pasatiempo, sino a un asesino enloquecido y violento que no se detendrá ante nada para encubrir los crímenes. La historia involucra a la sobrina de la señorita Murdock, Lily Sticklemann, quien teme por su vida y a Samantha, una gata que ha heredado una fortuna. La señorita Murdock se dirige al hotel frente a la playa llamado Surf House, se registra como invitada y se adentra en los misterios de las cartas anónimas, el chantaje y el intento de asesinato.
La señorita Rachel Murdock, una muñequita de porcelana china con afición al detectivismo, arrastró a su protestataria hermana Jennifer y a su aquiesciente gata, Samantha, a una singular aventura que tuvo lugar en una misteriosa atmósfera de crimen. Al violar Rachel la correspondencia ajena, en realidad lo que hizo fue emprender la pesquisa de un asunto que decidió llamar “El Caso de la Muñeca Funesta”. Aunque la rota y espantosa muñeca no apareció sino hasta mucho tiempo después, tras una ventana, en una noche oscura, ya existía —desde el momento en que la señorita Rachel abrió la carta— la impresión de que agradables y bellos objetos estaban siendo usados con fines horroríficos, lo que resulta incongruente y semejante al caso de un ramillete de violetas del que se desprendiera un hedor como los que trascienden de los pantanos. Y en el maremágnum de cosas extrañas, las semillas de visteria se usaron para el logro de propósitos desconcertantes, las plantas de fucsia se convirtieron en parte de una venganza inconcebible, la enredadera de lantana cubrió a los que, ocultos, escuchaban, y, por último, se utilizó un tractor para arar los campos de la muerte.
Cuando Rachel Murdock ve como una mujer rubia y angustiada es lanzada por un hombre contra el escaparate de una tienda de mascotas, se apresura a prestarle ayuda ante las protestas de su hermana, quien teme, con razón, que Rachel las involucre en otra "situación delicada". Posteriormente esa mujer, llamada Ruth Rand, se pone en contacto con Rachel. Quiere contratarla para que aclare la desaparición hace tres años de una sobrina suya, Lila, casada con el hombre que la empujó contra el escaparate. Su búsqueda la llevará de regreso a la tienda de mascotas, a un locutorio y a uno o dos días ganadores en la pista de carreras. También conocerá a Tom Boy, el gato de Lila, que podría ahorrarle mucho tiempo a Rachel si él pudiera hablar. Pero al final, Tom Boy será la pista que le permitirá a Rachel descubrir lo que realmente le sucedió a Lila Bonnevain … y quién es el responsable.
A. Pennyfeather, profesor de literatura inglesa, se encontraba en medio de un caso de asesinato. Clarendon College tenía un acuchillador asesino en su campus; su primera víctima había sido Sandra Norris, una alumna voluptuosa y con fama de ser muy sociable con el género masculino. Cuando se encontró su cuerpo en un bosquecillo de eucaliptos, tenía una nota prendida que decía escuetamente: 'Matrícula cancelada'
Natalia, una talentosa estudiante de arte madrileña cansada de cumplir con los estereotipos clasistas de sus estrictos padres, vuelca su vida en la inconsciencia de rebelarse constantemente contra ellos. Hasta que su última locura la lleva a un país extraño, lejos de todo lo que conoce y con el único cobijo de una abuela que jamás vio hasta entonces. Logan, exitoso, pragmático, y un tanto insoportable, según Natalia; posee todo aquello que cualquiera puede desear, pero sus carencias van más allá de las riquezas materiales y está dispuesto a todo con tal de cazar a una fierecilla un tanto indomable. ¿Lograrán estos dos seres totalmente inflamables, cohabitar entre las llamas del amor, o descubrirán que tal sentimiento no es más que un concepto trillado con ganas de ser reescrito? El amor es una guerra contra uno mismo, el reflejo de nuestro yo más interno. Si quieres fortalecerle, empieza por mejorarte a ti mismo. No te pierdas esta historia épica; llena de enseñanzas, humor, amistad, pasión, y todo lo que permitas entrar a tu corazón desde el minuto cero en el que abres la historia y dejas escapar la magia que hay en sus letras. Pero, cuidado, aviso importante: Este libro te marcará por siempre…
Se criaron juntos. Compartieron momentos buenos y también de los malos. Sobrevivieron a la adolescencia pero todo indica que su amistad sucumbirá en la juventud. Cuando a Milton D’Angelo (Milho) le roban un software de seguridad, se ve envuelto en una trama de extorsiones que cambiará su vida como la conocía. Tendrá todo lo que siempre se propuso, excepto a quién siempre quiso, Canela Luemer y aquel proyecto que ella ideó. Pero habrá revancha. Mientras la tensión crece entre ambos, recuerdos agridulces surgen a la superficie dejándolos sin las certezas que los protegían. ¿Podrán volver a confiar el uno en el otro para aferrarse a aquello que una vez los unió?
A punto de cumplir los diecisiete años, Milho programa un software de seguridad bancaria que cae en manos de un delincuente. Mientras intenta recuperarlo, una serie de imprevistos ponen en peligro su libertad y a su mejor amiga, Canela. Un grupo narco lo extorsionará con mandarlo a la cárcel si no los ayuda a ingresar droga a la disco de su padre. Acorralado entre la cárcel o la delincuencia, además debe combatir su propia confusión acerca de los sentimientos que cree ver en su amiga.
Logre la Mentalidad del Guerrero/Campeon para obtener el Rendimiento Máximo. Alcance nuevos niveles de éxito y fortaleza mental con esta guía esential. Aprenda la “Ciencia del Éxito” y prepárese para la excelencia. En esta guía de entrenamiento mental concisa y de enorme éxito el entrenador del rendimiento máximo DC Gonzalez enseña una mezcla única de tecnologías de entrenamiento mental, bases esenciales de psicología del deporte, y métodos de rendimiento máximo que son efectivos y motivacionales. Prepárese a aumentar su auto-creencia, autoconfianza y fortaleza mental usando esta poderosa guía diseñada para ayudarle a alcanzar nuevos niveles de éxito, rendimento maximo en los deportes, y desarrollo personal. Con una cartera de clientes que incluye atletas superiores, ejecutivos, actores, combatientes profesionales, músicos, soldados, doctores, abogados, psicólogos y muchas otras profesiones, Daniel ha ayudado a sus clientes a alcanzar nuevos niveles de logros y desempeño desde 1988. Este libro es poderoso. En él Daniel explica, enseña y le ayuda a desarrollar las habilidades psicológicas requeridas para el rendimiento máximo y la fortaleza mental mientras señala las estrategias mentales subyacentes que le ayudarán a cualquiera a alcanzar niveles mayores de logros y rendimiento, no por azar sino por elección enfocada. El Arte del Entrenamiento Mental enseña los esenciales críticos intercalados con historias de su fascinante pasado como Aviador de las Fuerzas Navales, un Agente Federal, Especialista de Seguridad Ciber Militar, Cinturón Negro de Jiu-Jitsu Brasileño y Entrenador del Rendimiento Máximo. Daniel crea una conexión poderosa de enseñanza entre sus experiencias de vida muchas veces llenas de adrenalina, con las habilidades mentales y entrenamiento mental que hacen toda la diferencia.
Claudia no ha tenido una vida fácil. Su padrastro intentó abusar de ella, y por ese motivo se muda a vivir con su padre y su nueva madrastra, viéndose además en la tesitura de cambiar de ciudad de residencia e instituto. Pero el cambio no va a ser bueno para ella. En su nuevo instituto será acosada por un alumno de su clase: Víctor, alias V. Sometida a una continua amenaza, no le queda otra que soportar el acoso —en su mayoría de índole sexual— para sentirse a salvo. Mientras, Daniel, su atractivo profesor y tutor, despierta pasiones entre las chicas de cualquier edad del instituto, incluida Claudia. La testosterona sube por las nubes cuando los dos machos hacen uso de todas sus armas para conquistar a la chica, cosa que Claudia usa para librarse de V. ¿Podrá este acoso entre los dos hombres hacer que tome una decisión? ¿Se librará de las vejaciones a las que V la está sometiendo?
Diana no pertenecía a aquel lugar, ni siquiera estaba segura de cómo era posible que hubiese viajado del S.XXI al S.XV, pero cuando cae en las manos de un mercader sin escrúpulos y es vendida como esclava al señor feudal del castillo, descubrirá que lo que creía un mal sueño podría convertirse en la más excitante de las realidades. Lord Julen Braine es un hombre con un magnetismo arrollador, el sueño húmedo de cualquier mujer y pronto descubrirá que él no es solo su carcelero, sino su amo y señor… uno dispuesto a dominarla y hacerla sucumbir. ¿Encontrará ella la manera de volver a su época o quedará para siempre atada a su dominio?
Aquí comienza la historia de Ángela, una joven Sometida, que no te dejará indiferente... Antes de adentrarte en la insólita historia que contiene las páginas de este libro que sostienes, te aviso que si lo haces esperando encontrarte en el mismo la típica novela de amor de la que sueles leer habitualmente, que entonces mejor lo dejes de vuelta en la estantería. Pues aquí no encontrarás una historia de ensueño con unos protagonistas maravillosos que todo les va a las mil maravillas. No, tenlo claro. Aquí la heroína, Ángela, será sometida por su depravado novio Derek, a todo tipo de vejaciones. Sufrirá en sus carnes el abuso sexual que este le somete, así como la humillación y el miedo constante que la embarga cada vez que está a su lado, bajo su dominio. Sin embargo, no todo será sufrimiento para nuestra protagonista ya que la entrada en escena de Tayler, que es todo lo opuesto a su novio y que sí sabe tratarla como se merece, le hará sentirse especial. Pero, ¿habrá futuro para ellos estando Derek de por medio? Eso lo decidirá el destino; en tus manos está el conocer la respuesta. Claro que aún no había conocido al encantador y misterioso Roy, con el que decide saltarse su norma de "nada de sesiones reales"
Dicen que las almas predestinadas a estar juntas, tarde o temprano, siempre se encuentran. Dicen que la magia, se crea en ella o no, existe realmente aunque no la veamos. Dicen que el amor verdadero todo lo puede. Dicen y dicen, pero, ¿qué hay de verdad en todo eso que cuentan? Leslie, una mujer con los pies en la tierra donde la fantasía no va más allá de lo que ha leído en las páginas de una novela, descubrirá gracias a cierto colgante egipcio que cae por casualidad entre sus manos, que todo esto que dicen y afirman, es en cierto modo verídico. Tras sucumbir una y otra vez al hechizo de la joya, la joven será capaz de descubrir que el amor verdadero todo lo puede... incluso vencer el paso del tiempo.
Maron Noir cursa estudios universitarios en Marsella, y hace un par de años que se desempeña como chica acompañante, experimentada y muy solicitada, para una prestigiosa agencia de escorts con ciertas ventajas. Es joven, guapa y fascina a los hombres en un abrir y cerrar de ojos. Suele ser ella quien lleva el control. Pero una noche conoce a Gideon Chevalier. El nuevo cliente, al tanto de su fama, procurará metérsela en el bolsillo. Durante sus jueguitos de poder, Maron hará por cierto todo lo posible por no ceder el control de la situación. Pero ¿qué, si ya no se trata de un solo hombre sino de varios, a cuyos deseos Maron deberá someterse? Maron Noir - Cautivos del deseo es la primera de una serie de novelas eróticas en torno a los temas de poder, influencias y sumisión. La novela abunda en escenas de erotismo.
Todos en la tierra de Gemela saben que los reales tienen almas gemelas que son reales. Pero cuando la princesa Alita toma una excursión desautorizada afuera de las paredes del reino y se encuentra con Howard, un cuidador de cerdos en una granja, sus creencias acerca del Proverbio de Almas Gemelas se desploman. Mientras Alita y Howard se reúnen secretamente para esconder su romance de los reales y campesinos iguales, pronto descubren que la historia de Gemela tal vez sea más oscura que pensaban. La princesa y el cuidador de cerdos se dan cuenta que tienen que luchar para quedarse juntos o trágicamente perder su amor.
Howard, perturbado después de estar desgarrado de Alita, se une con los bandidos. Con sólo un garrote como arma, se conoce como el Bárbaro mientras lucha contra los reales para asegurar que nadie más en el reino tiene que pasar por el dolor que ha sufrido. Mientras tanto, una chava desconocida con amnesia en el pueblo lejano de Cliff Coast parte en una jornada para descubrir quién es en realidad. Llega a ser la Bibliotecaria del pueblo, donde encuentra un diario viejo que podría ser la llave para descubrir el pasado de Gemela y rescatar el futuro.
Howard y Alita se han reunido de nuevo, y juntos con el tío Hash, viajan al reino de Gemela. Sin nadie más a quien confiar, saben que su única opción es entrar a hurtadillas al castillo y contrabandear los pedazos cortados del Cristal de Almas Gemelas. ¿Tendrán éxito en su cruzada, y finalmente podrán celebrar su amor verdadero como almas gemelas?
Londres, 1946. En una gélida noche de enero, una camada de ocho gatitos ha sido cruelmente asesinada. Para resolver el crimen, Animal Scotland Yard ha puesto patas a la obra para encontrar al culpable.
Los inspectores Segismund Chien, un joven y talentoso bulldog francés, y Spencer Doggett, experimentado sabueso y miembro de la corporación con mayor antigüedad, a pesar de su inicial antagonismo, deberán unir fuerzas para dar respuesta a Callie Caught, madre de los pequeños mininos a quienes dieron muerte de la forma más artera, y a la afligida sociedad, que clama justicia.
Por su parte Alex Wild, hombre solitario que lleva una vida taciturna y anodina, se verá también envuelto en su esclarecimiento debido al don natural que descubrió desde su adolescencia de hablar con los animales, mostrando de modo importante el vinculo irrenunciable que siempre ha existido entre el humano y los seres vivos a su alrededor.
Perros de múltiples razas, héroes o pendencieros; felinos vulnerables o grandes depredadores; loros, monos y ratones, todos, poseen una razón para actuar como lo hacen dando luz y entendimiento sobre su conducta, que se circunscribe, al mundo que el hombre ha creado para ellos.
A través de una de esas coincidencias del destino, Yameli conoce a Dario y se desata una intensa pasión entre ambos que rompe con el paradigma de lo racional, normal y correcto, dando paso a una espiral de emociones y sensaciones inimaginables para ellos hasta ese momento.
El desenfreno sensual y sexual de sus encuentros furtivos les traslada a una dimensión alternativa en una relación de pareja, dejando atrás la timidez contemporánea. Todo ello entrelazado con la profunda fe, espiritualidad y práctica del desconocido y apasionante mundo de la religión afrocubana.
Esta historia, basada en hechos reales, nos envuelve y enamora, llevándonos de lo sublime a lo profundo, de lo místico a lo real y del placer al sufrimiento.
Entre sonrisas y lágrimas, nos transporta por un mágico camino lleno de incertidumbres donde intervienen la lujuria, el deseo, la infidelidad, la traición, la amistad y el amor, todo en un fabuloso engranaje sin control.
Como la vida misma, en una montaña rusa sentimental con altos y bajos, llevando una velocidad de vértigo hasta el final.
Delfina Darner es una joven de 25 años, bella y con una carrera profesional exitosa. Si bien nunca se ha enamorado y disfruta de su soltería junto a sus amigos, no está cerrada al amor. Está convencida de que se enamorará cuando el destino lo decida.
Hermes Darwich a sus 38 años es un hombre poderoso y sumamente atractivo, pero que ha sido traicionado y ha dejado que esa experiencia marcara su vida convirtiéndose en un hombre amargado, desconfiado y negándose a amar, negándose a abrir su corazón y negándose a ser feliz. Juzga y mide a todas las mujeres con la misma vara que mide a la mujer que lo traicionó engañándolo con su mejor amigo.
Ellos se conocen por accidente cuando Delfina vuelca una bebida en su camisa y, en ese momento, reconocen en esa mirada a la persona que, sin saberlo, estaban buscando. A partir de allí, sus caminos se comienzan a entrelazar. La atracción entre ellos es inmediata y ninguno podrá luchar contra la pasión que se desata en sus cuerpos cuando están cerca del otro. Sin darse cuenta, Hermes irá abandonando todas sus reglas y verá como Delfina pondrá sus propósitos y su vida de cabeza llevando luz a su oscuro corazón. Delfina se rendirá ante la pasión y el amor que siente por ese complicado y sexy hombre y aceptará sus reglas, hasta que su desconfianza la hiera profundamente.
Pero cuando todo parece encaminarse, una persona llegará a sus vidas para poner su relación a prueba.
¿El amor que sienten pasará esa prueba de fuego? Descúbrelo en esta hermosa historia de amor repleta de pasión y enseñanzas de vida.
Dallas Delmont es una hermosa joven de 25 años que ha dedicado su tiempo al estudio y acaba de recibirse de doctora. Su vida es demasiado tranquila, así que, su amiga Kate, que se acaba de recibir con ella, le propone pasar las vacaciones en su rancho para descansar y salir de juerga con sus amigos antes de comenzar a trabajar en la clínica médica. Lo que Dallas ignora es que el hermano de Kate, que vive en el rancho, pondrá su mundo patas arriba y lo que prometían ser unas divertidas y tranquilas vacaciones con su amiga, se convierten en un viaje que transformará completamente su vida. Johan Scott a sus 36 años es un hombre amargado, taciturno y con un carácter tan endemoniado que se ha ganado el mote de La Bestia del Rancho. La gente le teme y lo compadece por igual. Su vida cambió unos años atrás cuando en un accidente de tránsito perdió a su mejor amigo y el quedó lisiado de una pierna de por vida. La culpa y los remordimientos lo transformaron en el ser huraño y amargado del presente, un hombre que cree que no merece ser feliz y vive encerrado en sus demonios negándose a ser amado. Ellos se conocen en el rancho y la atracción es inmediata. Dallas reconoce que al malhumorado, altanero y grosero hermano de su amiga todos lo podrán apodar La Bestia del Rancho, pero tiene el rostro de un ángel y el cuerpo de un sexy guerrero y que, por más que se lo niegue, le aborrece y le atrae a partes iguales. Por su parte, Johan se siente confundido y aterrorizado porque cada vez que se cruza con la hermosa Dallas, siente que, después de muchos años, alguien lo mira y no ve a una Bestia, sino que ve a Johan, al hombre deprimido, solitario y con un atormentado corazón, pero también siente que él no merece que nadie lo vea de esa forma porque él no merece ser feliz. Además, está convencido que una mujer tan bella como Dallas jamás se fijaría en un hombre lisiado física y emocionalmente. Pero nada se puede hacer cuando el amor y la pasión te golpean con fuerza. Ninguno podrá luchar contra la pasión arrolladora que les despierta el otro, mientras otro sentimiento más poderoso crece en su corazón. ¿Su amor podrá superar todas las barreras autoimpuestas y las que la propia vida les presente? Descúbrelo en esta hermosa historia de amor repleta de pasión, romance, momentos divertidos y enseñanzas de vida.
Davina Denton es obstetra, y una chica alegre, simpática y hermosa, y el día que va por la empresa de su padre para invitarlo a almorzar, el gerente financiero, Maxwell Box, la confunde con una chica que espera para ser entrevistada para el cargo de secretaria, o más específicamente, su secretaria. Davina, viéndolo tan soberbio, antipático y arrogante, aunque insoportablemente guapo y sexy como el infierno, le sigue la corriente y se burla de él con el objetivo de ponerlo en su sitio.
Y a pesar de sus personalidades dispares resulta ser un encuentro explosivo donde ninguno de ellos sale ileso, un encuentro que cambiará sus vidas para siempre. A partir de allí, el destino… o ellos, hacen que sus caminos se crucen permanentemente, hasta que ambos sucumben a la pasión desenfrenada que sienten por el otro.
Pero…
El señor Box tiene secretos que no comparte con nadie, secretos de su pasado que le han dejado cicatrices emocionales que lo hicieron decidir que el amor no es una posibilidad para él.
Davina intenta confiar en él y ayudarlo… pero tal parece que él no está dispuesto a abrir su corazón y dejarse ayudar.
Pero si el amor está de por medio… nunca se sabe.
Descúbrelo en esta hermosa historia llena de amor, pasión arrolladora, momentos divertidos, emotivos y otros no tantos.
Personajes entrañables que los acompañarán en esta aventura y que te harán emocionar y reír, y también personajes detestables que intentarán separarlos.
Carter King, un hombre tan atractivo como egocéntrico y soberbio, ve como el testamento de su padre pone su vida patas arriba al enfrentarlo a la difícil decisión de casarse o perder la empresa familiar. Con todo a su disposición, el pasar por el altar no estaba en sus planes, y la única solución que se le ocurre es hacer un «trato» con alguien y seguir con su vida de soltero con «discreción», eso sí, para hacerlo necesitaría a una mujer que no lo complicara en lo relacionado a temas de enamoramiento, celos, reproches y toda esa «mierda del amor». Ni se le ocurriría planteárselo a alguna de las mujeres con las que salía porque correría el riesgo de que terminaran reclamándole lo que él no estaba dispuesto a dar.
A no ser que la arpía de…
Della Davenport conoce a los King desde que era pequeña, son parte de su familia, salvo el hijo mayor, Carter, con el que nunca se entendió y al que considera el imbécil más pedante y creído que había conocido en su vida. Adora a sus hermanos y a su madre, incluso había querido mucho al señor Lucas King y su muerte le había causado un profundo dolor, pero a Carter no había manera de que pudiera tolerarlo y prefería tenerlo lejos de ella.
Una propuesta inesperada les cambiará la vida y, lo que parecía que sólo los afectaría en… casi nada, termina cambiando su vida por completo.
Acompaña a Della y Carter en esta aventura romántica, apasionada y divertida, donde disfrutarás de una gran historia de amor y en la que, como siempre, no faltará el drama y los personajes despiadados.
Conócelos y descubrirás que, ni él es tan pedante ni ella tan indiferente.
La música siempre es una compañera y parte importante de la vida de mis personajes. Vive sus historias recreando el momento con ellos. Te invito a escuchar todas las canciones mencionadas en el libro en una playlist de Spotify:
https://open.spotify.com/playlist/2uGrGM5vxPBl2ePOQ9GKBZ?si=02fc107b69434a00
Historia de amor narrada desde el punto de vista de ambos protagonistas. Si bien la historia comienza siendo narrada por la protagonista femenina, a partir de que la pareja se conoce, la historia es contada por ambos. Dakota Durban está lista para comenzar sus vacaciones en Alicante, España. Allí pasará unas semanas con su gran amiga Nicole, quien le aseguró que la va a hacer olvidar de su perfecto mundo, de todas sus responsabilidades y sus prejuicios, y la obligará a divertirse como nunca lo ha hecho. Dakota es una hermosa chica de 27 años con una cargada agenda de trabajo, y su forma de ser es recatada, seria y educada, prefiriendo la vida tranquila a las agitadas noches de Alicante que le describe su amiga, pero en sus vacaciones está dispuesta a seguirle la corriente y disfrutar, aunque sea en esas semanas libres. Almar Suescún es uno de los propietario del bar «Naked Heart», un lugar en el que aprovecha su irresistible atractivo y sensualidad para estar todas las noches con una mujer distinta, o con varias. Él es el tipo de hombre atrevido, descarado y sensual, del cual una chica como Dakota prefiere mantenerse alejada a toda cosa. Ella es la chica hermosa y sumamente sexy que Almar jamás permitiría que saliera del «Naked Heart» sin lograr lo que él siempre busca en una mujer, sólo placer. Y de repente se conocen y cada uno rompe los esquemas del otro y el control de sus vidas. Se atraen tanto que sólo vislumbran problemas. Y los problemas surgen porque la atracción es poderosa y la seducción inevitable. Pero… no sólo son completamente distintos y quieren cosas distintas, también viven en continentes distintos. Pero… el destino siempre hace de las suyas.
¿Qué haría el nuevo Duque de Trovander para recuperar a su amada? Probablemente nada, quizás dormir una siesta para reflexionar o brindar por el amor perdido. Pero todo cambiará después de que el destino le arrebate toda su fortuna (antes de que la pueda dilapidar por sí mismo), al ser secuestrado, humillado y esclavizado. Descubrirá todo lo que nunca pudo comprar con dinero: amistad, amor y dolores de espalda. Mientras sobrevive a su incapacidad para adaptarse a la pobreza y a una prisión fuera de lo común, en una isla perdida en el Mediterráneo, conocerá a todos sus peculiares habitantes, estableciendo una curiosa relación con ellos, claro preludio del síndrome de Estocolmo. Recorrerá el Mediterráneo en busca de un amor probablemente no correspondido, acompañado por una turba de piratas a los que lamentablemente llegará a considerar como parte de su familia. Todas y cada una de las calamidades que sufrirá las tendrá bien merecidas y la historia terminará como acaban todas las grandes historias: con un final.
Lou y Antonia Melville viven en una casa común en la ciudad. Pasan sus días en la guardería con Nannie, excepto por una caminata diaria. Durante esos paseos, las chicas espían un jardín amurallado que anhelan ver por dentro. Un día, mientras Nannie está fuera, las dos hermanas se embarcan en una aventura que cambiará sus vidas. Lou, siempre audaz, marcha hasta la misteriosa casa y toca el timbre. Una amable señora responde y las invita a tomar el té. Pasan el tiempo más maravilloso comiendo canutillos y escuchando las bromas del hijo de la señora, Jack. Pronto es hora de regresar a casa y la aventura termina, o eso creen.
7 Copas de ritual…Considerado maldito por la sociedad Alex despertará en un siglo ajeno a sus vivencias. Desorientado en su nueva situación, conocerá a una voluptuosa y atractiva joven llamada Anne.Triángulos amorosos romance, intriga y tórridas escenas de alto voltaje sexual...
En un futuro, no muy lejano de nuestro presente, la ciencia médica ha logrado vencer a la muerte. Las pocas excepciones proporcionan el material para un nuevo programa de televisión dirigido a masivas audiencias ávidas de presenciar la muerte en directo de otras personas. Cuando a Katherine Mortenhoe le comunican que tiene cuatro semanas de vida, sabe que no es solo su vida la que está a punto de perder, sino también su privacidad. A Katherine se le diagnostica una enfermedad cerebral terminal causada por la incapacidad de procesar un volumen cada vez mayor de información sensorial, y de inmediato se convierte en una celebridad para un público «hambriento de dolor». Katherine no aceptará ser la estrella del programa, sus últimos días no serán grabados por ninguna cámara. Pero ella no sabe que, desde el momento de su diagnóstico, ha sido observada no solo por los productores televisivos, sino por un nuevo tipo de periodista sin cámara que la graba con su propio ojo que nunca parpadea.
El interés del autor se dirigió, de manera especial, a aquella parte de la geografía que en la historia se conoce con el nombre de Antiguo Oriente. Muestra de su profundo conocimiento del asunto es este libro. En sus páginas sintetizó todo lo que conocía acerca de tal periodo de la humanidad. El Antiguo Oriente ofrece el interés de que de ahí derivarían muchas formas de vida y de pensamiento posteriores. Hogarth, para enfocar su estudio, se remonta al año 1000 a. C. y de dos en dos siglos hace el recorrido hasta situarse en la época de esplendor de Grecia. El predominio griego, en el cual Alejandro ocupa principalísimo sitio, marca la transitoria imposición de nuevas formas culturales y el intercambio de ideas y hábitos contradictorios. De esa confluencia, dice el autor, resultó el cristianismo y, a la postre, la irrupción de ideas religiosas orientales que han llegado a enriquecer las bases mismas de la sociedad moderna.
Serena Greyson sabe que no hay que dejarse engañar por las apariencias, después de todo, quien diría que detrás de ese caro y sofisticado traje se encontraría con un malhumorado ricachón. Luego de meses trabajando juntos y a pesar de estar acostumbrada a su arrogancia, no deja de sorprenderse cuando él recurre a ella pidiéndole un favor impensable.
Pero ¿está lista para asumir las consecuencias por ayudarlo?
Ryan Anderson siempre obtiene lo que se propone, y como único heredero de la empresa familiar, su meta ha estado centrada en el trabajo. Faltando poco tiempo para retirarse, su padre le pide un último requisito antes de cederle el puesto como director ejecutivo… solo que esta vez para poder lograr lo que quiere va a necesitar de un pequeño y simple favor.
Un pequeño duende influido por sus actos de inmadurez es llevado ante la presencia de una bruja, sin saber siquiera la trágica historia que se escondía detrás de sus ojos. y, es a partir de ese momento que el pequeño descubre quién es él en realidad.
Marcus siempre ha controlado todo, desde su trabajo hasta sus relaciones amorosas, pero ahora, al conocer a la dulce y tímida Katy, se da cuenta de que no puede dejar de pensar en una mujer que solo ha visto una vez en su vida, de que por primera vez en su existencia está obsesionado con alguien y de que cuando en verdad importa, no todo sale bien. Katy ama tomar fotografías, adora su vida tranquila y despreocupada, pero desde que conoció a Marcus su mundo cambio completamente. Ahora tiene un nuevo trabajo, oficina y asistente, y sobre todo a un hombre “demasiado bueno para ser verdad” prestándole la atención que no está acostumbrada a recibir.
Gustavo ha pasado toda su vida adulta intentando ocultar lo que es, porque cada vez que lo deja salir a la luz termina solo, atado a una cama y decepcionado. Ahora, ha conocido a una mujer que le hace desear dejar de fingir y le muestra que no es necesario ocultarse otra vez. Pero, ¿qué tan lejos está dispuesto a llegar por esa mujer?, ¿será capaz de entregarle no solo su cuerpo sino también su confianza? Así comenzará una relación con muchos encuentros eróticos donde él se dejara ir poco a poco hasta alcanzar el punto máximo, y donde descubrirá, que la pasión no tiene límites para él.
Si en verdad quieren cambiar su vida, si lo desean completamente, hagan lo que yo hice, pidan un deseo a una estrella fugaz.
Pero no se quejen conmigo si terminan en un trabajo donde arriesgan su vida todos los días, con un hombre increíble y delicioso que les enseña sobre ciertos placeres, y descubriendo que hay más de lo que querían saber.
Apocalipsis se nos ofrece, al mismo tiempo, como una lectura pagana de la Biblia y como el testamento vital y literario de D. H. Lawrence: frente al cristianismo y la ciencia, el autor de Mujeres enamoradas y El amante de Lady Chatterley —héroe a contracorriente de modas pasajeras y rigideces morales— desarrolla una original interpretación de la tradición apocalíptica que desvela todos los conflictos de su temperamental e inquieta existencia. Entre el misticismo y el sensualismo, entre la rabia y la pasión, Lawrence nos brinda una lectura inmejorable para este final del segundo milenio en el que nos hallamos definitivamente inmersos.
Inválido de guerra, Sir Clifford Chatterley y su esposa Connie llevan una existencia acomodada, aparentemente plácida, rodeada de los placeres burgueses de las reuniones sociales y regida por los correctos términos que deben ser propios de todo buen matrimonio. Connie, sin embargo, no puede evitar sentir un vacío vital. La irrupción en su vida de Mellors, el guardabosque de la mansión familiar, la pondrá en contacto con las energías más primarias e instintivas y relacionadas con la vida. La fuerte corriente relacionada con la energía sexual que recorre casi toda la obra de D. H. Lawrence encuentra una de sus máximas expresiones en El amante de Lady Chatterley novela que se vio envuelta en la polémica y el escándalo desde el momento de su aparición.
El arco iris (1915) de D. H. Lawrence que presentamos por primera vez íntegra en español, en nueva traducción de Catalina Martínez Muñoz, cuenta la historia de una familia a lo largo de tres generaciones, desde la década de 1840 hasta 1905, y describe el paso de una sociedad rural a una urbana e industrial con una sensibilidad en su día completamente nueva, y aún hoy enormemente original y sorprendente. Prohibida en su día por «obscena», ilustra con vigor estas palabras de D. H. Lawrence: «En cierto modo, lo que es físicono humano en la humanidad me interesa más que el elemento humano de otro tiempo, que lo obliga a uno a concebir un personaje dentro de un plan moral y hacerlo coherente con él. A ese plan moral es a lo que yo me opongo».
Es una familia de clase media, acomodada, es el padre, la madre, el hijo mayor, que es un niño llamado Paúl, y dos nenas. Una familia muy derrochadora de dinero, ¡eso sí!, sólo que un día se encuentran con que en la casa siempre hace falta más dinero. Se quejan siempre, sobre todo ella, la madre, y un buen día de esos, ocurre una extraña especie de milagro a la inversa, de las paredes de la casa, se empiezan a oír voces que dicen: «¡Hace falta más dinero!, ¡hace falta más dinero!, ¡hace falta más dinero!». Es como un susurro, los chicos las escuchan, nadie dice nada, ni lo dicen en voz alta, solo lo comentan en susurros, pero el niño Paúl, él sufre mucho las voces, y se desespera porque quiere hallar una solución, entonces se va a su cuarto, donde tiene un caballito de madera y siempre lo monta (…tu, tu… tu, tu… tu, tu… tu, tu…) y le dice: «Llévame, llévame a donde está la suerte, te lo pido, te ordeno que me lleves a donde está la suerte, llévame a donde está la suerte, ¡que me lleves a donde está la suerte!», le sale fuego por los ojos. Y el caballito seguía adelante y atrás, meciéndolo, bien obstinado y obsesionado (…tu, tu… tu, tu… tu, tu… tu, tu…).
Cuarto volumen de la biblioteca D. H. Lawrence (1885-1930), en el que se recogen sus novelas El zorro, La mariquita y La princesa, entre otras. El autor de El amante de Lady Chatterley fue seriamente censurado en su época. Esta reedición de su obra completa es fiel a los textos originales, tal como en su día los entregó el autor a su casa editorial. Una magnífica oportunidad de acercarse a una de las mentes más lúcidas y perturbadoras, que trataron el amor y la sexualidad con un talante inédito.
Matrimonios enfrentados y dañados por restricciones sociales, una vívida experiencia de lo natural, el impacto de la industrialización: la primera novela de Lawrence inaugura una trayectoria bajo el signo de la «peregrinación salvaje».
«Todo lo que soy ahora, todo, hasta donde sé, está ahí», escribió Lawrence en 1908 mientras trabajaba en El pavo real blanco, su primera novela. Fue un texto que se vio obligado a escribir y reescribir a fin de demostrarse a sí mismo su capacidad como artista. En un sentido vital fue la novela que absorbió la juventud de Lawrence.
Los temas principales de Lawrence ya están en esta novela rural decimonónica, en particular su preocupación acerca de cómo la gente puede entablar relaciones fuera de los restrictivos condicionamientos sociales. La vida idílica se prolonga tanto como sea posible, pero se imponen las definiciones y con ello se precipita la felicidad de unos y la tragedia de otros.
El renovado interés de críticos y lectores por la totalidad de la obra literaria de D. H. Lawrence (1885-1930) muestra que el escándalo producido por la publicación de «El amante de Lady Chatterley» —secuestrada judicialmente en 1928— oscureció indebidamente no sólo sus restantes grandes novelas, sino también otra importante faceta de su personalidad creadora; en efecto, sus relatos y cuentos hubieran bastado para situarle entre los más destacados escritores anglosajones de nuestro siglo. Pese a sus distintos planteamientos y a su diferente simbolismo, las dos narraciones incluidas en este volumen —«El zorro» e «Inglaterra mía»— giran en torno a las mismas obsesiones: la difícil situación de la mujer en una sociedad dominada por la autoridad masculina y la búsqueda infructuosa de esa felicidad inalcanzable que consistiría en la plena potenciación de una oscura fuerza vital fundida con la pasión física. La acusada sensibilidad del gran escritor para iluminar los niveles más profundos de la conciencia se une en estos dos relatos —que tienen en común su calidad dramática— a una visión desgarradora del destino del hombre.
Lawrence es el hombre de nuestro tiempo que ha realizado el más violento y bello esfuerzo para resucitar el Gran Pan que estaba muerto y del cual tenemos necesidad de nuevo.
Lawrence se adentra en la psicología femenina como en un mundo lleno de enigmas y sugerencias.
Frente a los prejuicios de una época y una tradición literaria que confinaba a la mujer a un papel secundario en el hogar o en los brazos del héroe, Lawrence se atrevió a escribir sobre mujeres emancipadas o en proceso de emancipación, mujeres sensibles al arte, mujeres inteligentes, que, si fracasan en el amor, vuelven a intentarlo; que son capaces de estimular al hombre en su desarrollo intelectual y emocional; que puedan llegar a destruirlo.
Esta cuidada traducción de relatos, algunos inéditos hasta ahora en español y escogidos de entre toda la producción de Lawrence, es un muestrario de mujeres inquietantes y poderosas en una de las prosas más originales y valerosas del siglo XX.
Escritas en la plenitud de su madurez literaria, las historias de fantasmas de Lawrence, aparte de figurar entre las mejores del género por la mezcla magistral de lo espeluznante con lo grotesco, nos remiten muy directamente a las preocupaciones esenciales de la investigación por Lawrence de la condición humana: el nivel en que se produce el encuentro con los fantasmas, los dioses precristianos o las potencias ocultas de la naturaleza constituye un terreno en el que es posible poner en acción esas fuerzas remotas, inmutables y fundamentales de la conciencia y la imaginación cuya búsqueda se encuentra en la base misma de la obra de Lawrence.
Inglaterra, Inglaterra mía y otros relatos es una colección de narraciones breves escritas por D. H. Lawrence entre 1913 y 1921. En ellas, el autor ensalza las maravillas de la Inglaterra rural y pastoral que se han ido perdiendo a través del tiempo por culpa de la industrialización y por la política enfermiza de un país ante el estallido de la Primera Guerra Mundial. Una nación que trata de alcanzar ciegamente una gloria que la destruirá a pesar de la belleza y de la plenitud que la rodea.
«El ensayo titulado «La Corona» es, con mucho, lo mejor que ha escrito Lawrence. En cierto sentido, lamento no haberlo leído antes; podría haberme evitado muchas horas de trabajo. Por otra parte, ha sido magnífico avanzar a través de estas páginas y hallar las respuestas que presenta a todos los enigmas, expuestas de una manera admirable. Fue escrito en 1915, el mismo año que «Arco Iris». Es una profecía y un juicio sobre la humanidad. El lenguaje es incomparable: recuerda lo mejor de la «Biblia». Su pensamiento es superior a cualquiera de las parábolas de Jesús, en mi opinión. Es como una nueva Revelación. Está basado en Spengler, aunque Lawrence tal vez no lo haya conocido. Y va más allá de las hipótesis de Spengler. Es la concepción del proceso de la vida elaborada por un verdadero artista. Por momentos resulta difícil, pero nunca carece de claridad. Podría haber acunado al mundo pero, ¡ay!, ¿quién, aparte de unos pocos elegidos, ha oído hablar de «La Corona»? La semilla de todos los escritos de Lawrence está allí y algo más que una simple semilla. Es el místico en medio de su éxtasis más arrebatador. Estoy enamorado de ese texto». (Henry Miller, «Cartas a Anaïs Nin»).
Una mujer de poco más de 30 años, infeliz, casada con un hombre mayor que ella y a menudo ausente, decide coger un caballo e ir en busca de las comunidades indias que viven más allá de las montañas. Es un acto de rebeldía, liberatorio e impulsivo que la lleva a recorrer un camino interior y espiritual hacia una nueva sensibilidad. «La mujer que se fue a caballo» fue escrito en 1925 cuando Lawrence acababa de volver de México, etapa de su biografía de la se ha hablado poco pero que representó un momento clave en su poética y en su concepción de la vida. Una lectura fascinante y conmovedora que nos adentra en un universo erótico y perturbador.
Menos popular que El amante de Lady Chatterley, La serpiente emplumada es probablemente la mejor novela de D.H. Lawrence. En ella se entremezclan la atmósfera densa y extraña de un México cruel y fascinante, los sentimientos turbadores que quieren creer que la clave de la vida se encuentra en la vívida relación carnal entre hombre y mujer, y la descripción de un viaje al interior de la conciencia mítica del ser humano en el que se hace emerger potencias oscuras y liturgias ancestrales.
Dentro de los más reconocidos, El oficial prusiano y otras historias muestra un panorama de las inquietudes de Lawrence, así como su actitud hacia la Primera Guerra Mundial.
Esta edición respeta la obra original del autor, una historia donde la sexualidad y el amor son el motor principal, a través de las relaciones de dos hermanas con dos hombres muy diferente. Se trata de una traducción revisada y corregida sobre la versión íntegra publicada por Cambridge University Press de 1987, prologada por Belén Gopegui. En Mujeres enamoradas Lawrence explora su naturaleza a través de la historia de las hermanas Brangwen -Úrsula y Gudrun- y sus relaciones con Rupert Birkiny Gerald Crich. Los cuatro se enfrentan en su modo de pensar, sus pasiones y creencias mientras buscan una vida completa y sincera. Escrito en 1916, el año de la batalla del Somme, Mujeres enamoradas es la continuación de El arco iris que, acusado de obscenidad en 1915, había sido destruido. Como consecuencia, la primera edición de Mujeres enamoradas hubo de publicarse en América en 1920, de manera privada y solo para suscriptores. Cuando en 1921 se publicó en Londres, un crítico calificó a este clásico contemporáneo como una «épica del vicio».
Los seis reveladores ensayos recogidos en el presente volumen, compuestos durante el primer tercio del siglo XX, brindan la siempre personalísima visión de su autor sobre cuestiones universales, ya se trate de amar, de vivir la vida con conciencia y plenitud o de conocer y conocerse en el sentido más esencial del término; textos que se adentran sin ambages en el ámbito de la filosofía, la religión y el arte, que a la par plantean su propio abanico de respuestas, iluminan las sendas por las que deambula la confundida humanidad.
La civilización etrusca dominó el norte de Italia durante casi siete siglos, aunque su época de mayor esplendor abarca del siglo VII al IV a. C. Los etruscos ocuparon una amplia franja geográfica entre los ríos Tíber al sur y Arno al norte, con el mar al este. Etruria, que no fue nunca un país sino, al igual que la Grecia clásica, un conjunto de ciudades que compartían una cultura, nos ha dejado una profunda impronta. En muchas de aquellas urbes —Orvieto, Tarquinia, Volterra, Cortona, Arezzo, Perugia y Viterbo—, los etruscos construyeron sus ciudades en amplias mesetas o colinas sobre las tierras que les rodeaban. «Pienso, de nuevo, hasta qué punto Italia es mucho más etrusca que romana: sensible, tímida, en busca constante de símbolos y misterios, capaz de deleitarse, violenta en sus espasmos, pero sin ansia natural de poder», escribe D. H. Lawrence. En Tumbas etruscas, Lawrence puso de manifiesto la fascinación contemporánea por los etruscos, y también el misterio que, como pueblo, les ha rodeado desde entonces.
Sus primeros relatos a menudo han sido construidos sobre experiencias personales, como «Las sombras de la primavera», una recreación de la relación amorosa del autor con Jessie Chambers. El horror de la Primera Guerra Mundial aparece en «El oficial prusiano» y «Embrollo mortal», que explora el vínculo entre las batallas sexuales y las militares. El desarrollo de las ideas de Lawrence sobre la dualidad esencial de nuestras vidas se expresa poderosamente en sus últimos cuentos, como «Cosas». Pero, por encima de todo, estos relatos ilustran la apasionada creencia del autor en las fuerzas destructivas que operan en la sociedad moderna y sus efectos sobre el amor entre hombres y mujeres. La edición que el lector tiene en sus manos ha sido revisada y corregida a la luz de las versiones publicadas por Cambridge University Press en 1983, 1987, 1990, 1995 y 2005. «Un genio creativo único». Daily Telegraph
Matthew es un joven de 17 años que tuvo su vida al revés después de una filtración de desnudos en su escuela y en toda la pequeña ciudad. Los padres de la pareja, junto a él, toman la decisión de mudarse y comenzar la vida en una nueva ciudad al este. El niño, con su confianza y su corazón roto, no se dio cuenta de que con este nuevo comienzo y nueva fase de su vida, una joven (Alicia) podría cambiar su forma de pensar y cómo afrontar las situaciones difíciles de la vida. Un tímido joven geek con la ayuda de sus amigos crea una aplicación regional de citas de nerd que ayudará a que los gustos más tímidos y similares se unan. ¿Pero se las había arreglado para juntar todos los fragmentos del corazón de Matthew? Loveek es una novela para adolescentes que aborda sutilmente temas como: acoso escolar, sesgo de estilos y gustos, problemas familiares, desnudos y sexo en la adolescencia.
Magia Celta: realiza cambios en tu vida... ¡Hoy mismo! Magia Celta. Estas palabras nos hacen rememorar imágenes de druidas y de místicos bosques de robles, de valientes guerreros irlandeses, de hadas, duendes y antiguos dioses que tanto influyeron en las vidas de quienes los veneraron. En su práctico y útil formato, Magia Celta presenta importantes características que lo diferencian de otros libros escritos sobre los celtas. Tratamiento en profundidad del panteón celta, del modo de vida de los celtas y de su religión. Listas completas de mitos y deidades celtas. Instrucciones detalladas (entre las que se incluyen los útiles y materiales necesarios) para llevar a cabo inmediatamente encantos y para aplicar la magia de forma práctica en la rutina diaria. Magia Celta constituye una guía informativa tanto para los principiantes como para quienes ya han dado sus primeros pasos en el mundo de la magia, así como para aquellos que se muestran interesados en la cultura, mitología e historia celtas. Magia Celta facilita a quienes practiquen la magia desde seguir encantamientos concisos y paso a paso hasta crear sus propios ensalmos. Tanto éstos como los rituales ofrecidos en el texto cubren casi todos los aspectos vitales que cualquier persona desearía cambiar o en los que querría influir. En vez de flotar sin esperanzas en las mareas de unos tiempos que no dejan de cambiar, existen personas que continuamente buscan formas de mejorar física, mental y espiritualmente. De esto trata Magia Celta. D.J. Conway nació en Hood Diver, Oregón, en el seno de una familia de orígenes irlandeses, alemanes del Norte y amerindios. Hace más de veinticinco años, empezó su búsqueda de lo oculto y ha estado involucrada en numerosas facetas de la religión de la Nueva Era, entre las que se incluyen enseñanzas de Yogananda, el estudio de la Cábala, sanaciones, hierbas, panteones de dioses antiguos y Wicca. A pesar de pertenecer a dos de las iglesias de la Nueva Era y de ostentar un doctorado en Teología, Conway asegura que su corazón se encuentra entre las culturas paganas. Aunque ya no participa de forma activa en conferencias y seminarios, como hizo durante años, la autora ha concentrado todas sus energías en la escritura.
Vencedrag, en el pasado una espada de gran prestigio, yace sin brillo y olvidada por el hombre que antaño fue su dueño. Pero Fain Flinn -conocido por las leyendas como Flinn el Poderoso- ha perdido su honor y su orgullo, y ahora las tierras de Penhaligon se enfrentan a una amenaza que sólo él podrá vencer. Todo parece sumido en una desesperanza, hasta que una muchacha reconoce la bondad que todavía late en el airado corazón del caballero. En compañía de la joven, de un enano quisquilloso y de un tímido muchacho montaraz, Flinn proyecta recuperar su honor y su espada mágica. Pero tal vez ni siquiera Vencedrag sea lo bastante potente para traspasar la complicada red de engaños que ha desplegado Verdilith, un malévolo dragón empeñado en destruir el famoso héroe de otros tiempos.
Fain Flinn yace muerto, mientras sus cenizas flotan en el aire de la primavera. Johauna Menhir se queda con Wyrmblight, la fabulosa espada de Flinn. Jo, amargada, jura la venganza de su querido maestro y regresa con sus compañeros al castillo de los tres soles. Braddoc, el enano, porta la caja que recuperó en la incursión al refugio del dragón. En el castillo, Johauna comienza sus lecciones de foramción como caballero, esforzándose para manejar la enorme espada Wyrmblight. Jo intenta encontrar el Auroch y el secreto que hay detrás de la muerte de la magia en Penhaligon. Ella, sin embargo, descubrirá la tragedia de una raza antigua.
Verdilith, el gran dragón verde, tenía un aliado, un misterioso hechicero cuyo nombre verdadero era Teryl Uro. Este mago había forjado el abatón, una caja que anulaba el poder de la magia. Uro se las ingenió para que aquella caja fuera a parar a Armstead, la aldea de más magia de la región. La caja absorbía la magia por un motivo. Crear una puerta dimensional entre Mystara y el mundo de los abelaat (extraños seres mágicos) de donde provenía el mismo Uro para que estos seres se apoderaran de Mystara y así vengarse de un pasado conflicto entre los dos mundos. Johauna y sus compañeros se dirigieron a la aldea para evitar que Mystara se llenase de abelaats enfurecidos pero llegaron demasiado tarde. Ahora se tendrán que enfrentar a una amenaza superios a todo Mystara y además, conseguir el poder suficiente para cerrar el abatón, para siempre.....
Alanis Elliot vive una adolescencia tranquila en Salisbury junto a su padre, Johnny, un ex sacerdote de costumbres un poco rígidas y, a veces, hasta ridículas. La llegada de una misteriosa carta de advertencia desestabiliza por completo a Johnny, quien busca la forma de huir de la ciudad. Sin embargo, Alanis está demasiado ocupada en su plan de escapar de la casa para asistir a las fiestas de la noche de Halloween como para notar que algo siniestro los amenaza. Tras ser rescatada del ataque de un grupo de vampiros sangrientos, Alanis logra volver a su casa para descubrir que su padre ha desaparecido. Desde entonces, halla refugio en la Catedral de Salisbury con los Redentto, un grupo de Criaturas de la Noche en busca de redención, y Kaliel, un chico irritante y orgulloso de apariencia angelical a quien tiene la sensación de haber conocido antes. Las pistas apuntan a que su padre fue secuestrado por los sádicos miembros de una orden secreta derivada de la Santa Inquisición. Alanis comienza entonces una carrera para encontrar a su padre que la llevará a desentrañar los oscuros secretos de su propio pasado y un amor que desafía directamente a los Cielos…
UN EVANGELIO OCULTO: Un secreto envuelto durante siglos en un velo de misterio, confiado solo a unos pocos elegidos. Pero los guardianes que lo custodiaban están muriendo, y en sus cuerpos tienen las marcas de los estigmas.
UN SECRETO REVELADO: Una serie de artículos franceses supuestamente basados en las escrituras de Santiago, el hermano de Jesús, revelan que los descendientes de Cristo aún existen hoy en día.
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: Ahora, un hombre ha hecho suyo el nombre del arcángel Gabriel, embarcándose en una cruzada para proteger la inocencia del cristianismo y eliminar a todo aquel que pueda revelar los secretos del evangelio y su conexión con el Santo Grial… El profesor de teología de la Universidad de Fordham, el Padre Joseph Romano, recibe una llamada anónima en la que se le ofrece el evangelio secreto escrito por Santiago, el hermano de Jesús. Pero cuando llega a Grand Central Station para reunirse con la persona que ha realizado la llamada anónima, se produce un disparo, con el consiguiente alboroto, y el Padre Romano se ve inmerso en una conspiración centenaria que amenaza la santidad de la iglesia.
Es 1998 y la sede del antiguo First Bank of Cleveland lleva años en estado de abandono, rodeada de secretos que el mundo exterior no ha sido capaz de descifrar. Veinte años atrás, las desapariciones inexplicables del personal y las graves acusaciones de fraude provocaron que los inversores vendieran el banco más importante del país en plena noche. Súbitamente, trabajadores y clientes quedaron sin acceso y la inminente investigación federal fue frustrada. En la confusión que siguió, se extraviaron las llaves de las cajas fuertes de la bóveda. Desde entonces, los empresarios más acaudalados de Cleveland han mantenido la verdad oculta en el abandonado rascacielos. Las cajas de seguridad olvidadas permanecen encapsuladas en el tiempo hasta que la joven ingeniera Iris Latch se topa con ellas durante los trabajos de reforma del edificio. Lo que empieza siendo un bienvenido descanso de las horas que pasa en el cubículo de su empresa se convierte en la obsesión de Iris por desentrañar el sórdido pasado del banco. Cada uno de los sobrecogedores descubrimientos que realiza la llevará a perseguir la alargada sombra del pasado hasta las profundidades de la cámara acorazada… donde pronto descubrirá que esa llave, la llave maestra, tiene un precio asombroso.
Jade es una madre soltera, con un trabajo mediocre, que acaba de descubrir que su hijo de nueve años está enfermo de leucemia. Su ex novio y padre de su hijo, del cual no sabía nada desde hace diez años, es el doctor que va a llevar el nuevo tratamiento que podría salvarle la vida a su pequeño. Pero ¿Y si ella tuviera la oportunidad de regresar diez años en el tiempo para hacer las cosas mejor? ¿Lo harías tú?
Ceinub desea amar con intensidad. Se entrega sin medidas a la pasión y la lujuria. Esto hará que viva una apasionado triángulo amoroso. A quién elegirá. quien sera el dueño o dueña de su corazón. atrévete a conocer su decisión final.
Un sueño marcado por el erotismo y la violencia sirve como presentación de una joven cantante de ópera que sufre unos dolores psicosomáticos, por lo que inicia una terapia. A partir de uno de los primeros casos de Sigmund Freud, recreado con talento y perspicacia, germina un intenso relato que oscila entre la atmósfera onírica, el caso clínico y las visiones de una historia del siglo XX que iba a marcar el devenir de la humanidad.Con un soberbio dominio del lenguaje y una habilidad inusual para ir revelando las claves de la trama progresivamente pero con implacable rotundidad, D. M. Thomas crea una novela de magnetismo creciente, en la que examina un caso particular y lo amplifica hasta llegar a registrar ecos de los acontecimientos más oscuros de la historia reciente. El hotel blanco es una cuidada y originalísima pieza narrativa, con una voz propia que no se parece a ninguna otra y una fuerza arrolladora que acaba dejando una huella imborrable tras su lectura.Donald Michael Thomas, (Redruth, Inglaterra, 1935)Poeta, novelista y traductor, nació en una pequeña ciudad de Cornualles, donde pasó su infancia. En su juventud vivió dos años con su familia en Australia. Allí inició unos estudios universitarios que, a su regreso a Gran Bretaña, finalizó licenciándose en Filología Inglesa en Oxford. Poco después empezó a trabajar en la enseñanza, profesión que ha compaginado prácticamente toda su vida con la literatura. Además de traducir al inglés a algunos poetas rusos, como Pushkin y Anna Ajmátova, ha publicado diversas colecciones de poesía, relatos de ciencia ficción y novelas como The Flute Player, Ararat, Swallow o la famosa El hotel blanco,un libro «único» (Graham Greene) y «mítico» (The New York Times).
En esta visionaria novela ambientada en un futuro apocalíptico y distopico un nuevo ciclo de horror despierta desde las entrañas de la tierra cuando unos seres misteriosos que parecen surgir de ningún lugar comienzan a utilizar a los humanos como materia prima para su propia subsistencia. Utilizarlos como fuente de alimento y fines reproductivos no sera suficiente, pues en medio de los horrores una guerra tan antigua como la creación misma está por desatarse, poniendo a la humanidad al borde de la extinción y enfrentando nuevamente a las fuerzas del bien y del mal en una épica y aterradora batalla, en la que el mal podría resultar vencedor...
Sebastián Costa llega a la ciudad paradisíaca de Los Cabos, en México. A primera vista parece un hombre normal que disfruta de sus vacaciones, pero oculta un siniestro pasado. Un pasado en el que era un brillante médico que trabajaba bajo las ordenes de la Familia Di Tella, una de las mafias mas poderosas de Italia. Tras una cirugía de rutina termina ocasionando la muerte de uno de los miembros mas influyentes de la organización. Su cómplice y amante también se ve inmiscuida y juntos idean el plan de escape, solo que todo resulta terriblemente mal y la situación se convierte rápidamente en una carrera contra el tiempo, en la que un misterioso amuleto podría ser la clave para salvar sus vidas...
Imagina que, mientras caminas por la Séptima Avenida, ves a tu exnovio y tu examiga cenando juntos en tu restaurante favorito. Imagina que, en ese momento, recuerdas cómo tu prometido te plantó una semana antes de la boda porque había dejado embarazada a otra mujer, que, para más inri, era tu amiga. Imagina que te pones a llorar y, de la rabia, todo el contenido de tu bolso acaba desparramado por la acera. Imagina que, de pronto, un desconocido con pinta de modelo de anuncio se agacha a tu lado y te ayuda a recoger tus cosas. Y te mira, con sus increíbles ojos azules; te sonríe, con sus tentadores labios; te deslumbra, con su brillante cabello dorado. Pues no imagines más, porque, en esta historia, comprobarás que todo eso le ocurre a Abbey, quien, en un difícil momento de su vida, conoce a Nathan, un hombre tan atractivo como encantador, tan irresistible como fascinante. Abbey no acaba de creerse que un hombre así pueda estar interesado en ella. Y puede, incluso, que le resulte demasiado perfecto…
Alissa, una chica fuerte y atrevida con un pasado no muy feliz. Su vida cambia radicalmente cuando es secuestrada y vendida en una subasta. Conocerá a su dueño, Dominik, el jefe de la mafia más temido de toda Rusia. Un hombre frío, de pocas palabras y con unos ojos de hielo que harían temblar a cualquiera. Habrá muchos altibajos entre ambos. Cada vez parece que el destino quiere separarlos, pero si hay algo que el amor puede hacer, es luchar contra todos y todo para ganar.
Asmodeo, el demonio de la Lujuria, ha vivido en guerra con Dios, sus ángeles y los seres humanos desde que fue expulsado del Paraíso junto a Lucifer y todos quienes le siguieron. Humillado por esa derrota, planea su venganza contra el Hijo, esperando el momento para desatar su furia. Sin embargo, dos mujeres mortales truncarán sus planes, la primera al hacer que lo condenen a perder su cuerpo celestial, la segunda, al llevarlo a una salvaje guerra contra todo aquel que intente interponerse entre ambos. Esta guerra sacudirá todas sus creencias y lo forzará a llegar a límites a los que él jamás habría pensado alcanzar.
Un accidentado paseo por el bosque.
Una ayuda inesperada.
Un romance prohibido.
“El Aprendiz de Herborista” narra una historia de amores, desamores, traiciones, y una maraña de oscuras mentiras arraigadas en la profundidad del tiempo. Solo con la esperanza que brinda la profecía se podrá conseguir resolver el conflicto que atenaza al mundo.
El eco de la guerra ruge.
El Heredero despierta.
En la distancia, la sangre llama.
En “El Hijo del Sol y las Estrellas” nos encontramos un mundo convulso, sumido en un torbellino de acontecimientos que desafían con desatar un conflicto que lo cambiará todo, y a todos.
Los clanes fae y los pueblos élficos mueven sus fichas en el peligroso tablero de la guerra, mientras Did queda atrapado en la gran urbe de los fae, a merced del voluble Oráculo y sus caprichos.
Sumérgete en la contienda que decidirá el destino de elfos y fae, en la que surgirán tanto alianzas como traiciones inesperadas, todo ello envuelto con el delicado lazo del amor.
Sólo queda una incógnita: ¿Dará comienzo la Era del Oráculo?
Kennedy Miller siempre ha sido pragmática. Su padre se fue cuando ella era una bebé y su madre murió cuando ella era joven, dejándola bajo la crianza y tutela de la ranchera viuda Nell Purdue en el pequeño pueblo de Liberty, Oklahoma. En este pequeño pueblo, no suceden grandes cosas y Kennedy no tiene motivos para esperar un futuro que sea todo menos mundano. La poca emoción que hay en su vida proviene de su mejor amiga Emma, una soñadora que cree en arcoíris, unicornios y felices para siempre. Pero Kennedy se encuentra con más emociones de las que podría imaginar cuando un tío abuelo desconocido le deja una herencia: un castillo de siglos de antigüedad ubicado en lo profundo del Valle del Loira en Francia. Kennedy está decidida a vender el castillo y comprar una casita en Liberty. Pero al encontrarse con siete estatuas de mármol, escondidas en lo profundo de las entrañas del castillo abandonado, descubre un mundo que no podría haber imaginado, la prueba de que los mitos a veces se basan en la verdad y un futuro para el que no está segura de estar preparada.