¡Hola!
Te doy la bienvenida a la gran Biblioteca Utopía.
En esta biblioteca podrás encontrar libros en español para descargar y leer. Hay casi 200000 de ellos (y se actualiza periódicamente), así que probablemente hallarás lo que andes buscando.
Este catálogo es muy fácil de entender, no como la primera versión de mi diseño que estaba toda fea.
Básicamente puedes elegir en el cuadro combinado cuántos autores quieres que se muestren, puedes ir a las distintas páginas y lo más interesante, buscar libros por autor, título, sinopsis y género. ¡Bendito GPT!
Puedes descargar los libros individuales, o los autores que quieras con todos sus libros incluidos. ¡Tú decides!
Ten presente que al descargar todos los libros de un autor en específico, presionando sobre el enlace del autor, la página puede tardar en procesar tu solicitud. Entre más libros tenga el autor que quieras descargar, más tardará en comenzar la descarga.
En cada autor puedes encontrar sus libros, los géneros (los que los tienen) y su sinopsis. ¡Así de fácil!
¡Que la disfrutes!
Advertencia: Entre más autores decidas mostrar, más datos le estarás enviando al navegador, por lo que puede que responda más lento o que tarde en cargar los autores deseados.
¡Recomienda libros!
Si ves libros en la biblioteca que has leído, o si lees algún libro de aquí, por favor márcalo como leído y recomiéndalo (o no).
Debajo de cada libro tienes un botón para marcarlo como leído. La página te preguntará si quieres recomendarlo y al hacerlo, se estará guardando y se visualizará debajo de cada sinopsis.
¡Ayudémonos entre todos a descubrir lecturas interesantes!
Lucía lleva alrededor de un año asegurando estar enamorada de su primer novio cuando el que le gusta es otro, Luciano, el chico consentido de la secundaria Eyre y la próxima sensación del fútbol internacional; pero qué pasará cuando ya no pueda resistirse a lo que siente por él, ¿será capaz de vencer sus temores y arriesgarse por amor, o tal vez sea demasiado tarde?
Dame una y otra cita, Lucía es la recopilación de las novelas Dame una cita, Lucía y Dame otra cita, Lucía, que fueron lanzadas por separado entre los años 2018 y 2019, que siguen la historia de amor entre Luciano Seri, la promesa del fútbol internacional, y Lucía Ortiz, la chica que siempre ha tratado de mantenerlo a raya. Como parte de esta edición, su autora también ha incluido dos capítulos nuevos, "Baile de graduación" y "Boda en ciudad Verano". Dame una cita Lucía Lucía lleva alrededor de un año asegurando estar enamorada de su primer novio cuando el que le gusta es otro, Luciano, el chico consentido de la secundaria Eyre y la próxima sensación del fútbol internacional; pero qué pasará cuando ya no pueda resistirse a lo que siente por él, ¿será capaz de vencer sus temores y arriesgarse por amor, o tal vez sea demasiado tarde? Dame otra cita, Lucía Movido por el escándalo y el momento más difícil de su carrera, Luciano Seri, el astro del fútbol internacional, ha ido a refugiarse en el anonimato de su natal ciudad Verano; pero, ¿son éstas las verdaderas intenciones de su regreso, o es que espera recuperar el afecto de aquella chica que se le escapó? Capítulos adicionales: Baile de Graduación No conforme con pedirle matrimonio a los dieciocho, a Luciano todavía le falta hacer un gran gesto. Baile de graduación es un capítulo adicional de la novela Dame una cita, Lucía, que sucede la noche de la fiesta de graduación de los chicos de la secundaria Eyre. Boda en Ciudad Verano Es un romántico capítulo adicional de la última novela y desenlace de la serie Lucía, Dame otra cita, Lucía, en la que seremos invitados a la boda de Luciano y Lulú.
Andre ha estado enamorado de Kira desde que llegó a su secundaria, mientras ella jamás le ha hecho caso, para Kira el volley es su único y verdadero amor; pero una noche inesperada sucede algo que ni el azar habría previsto: un beso entre los dos. Desde entonces, Andre no ha hecho otra cosa que tratar de recordarlo mientras Kira solo quiere olvidarlo.
Ahora que Andre sabe que cada decisión, por intrascendente que parezca, tiene irreversibles consecuencias, tratará de ocultar los hechos a Kira, aunque esté seguro de que tan pronto conozca la verdad de lo que está atormentándole, será el fin de la relación más importante de su vida. Este es el esperado desenlace de la serie Andre y Kira, la historia de un beso, basada en los personajes secundarios que cautivaron al público de la querida novela Dame una cita, Lucía.
Fernanda y Joaquín han sido sexo-amigos hasta que las inconveniencias de la madurez y los sentimientos se presentaron como un obstáculo. Fernanda eligió quedarse a luchar y Joaquín marcharse para triunfar. Cinco años después vuelven a encontrarse, él quiere enmendar los errores del pasado, mientras ella todavía le guarda rencor por cómo se terminó todo entre los dos. ¿Existirá una posibilidad? ¿Cómo se puede salvar una relación que estuvo condenada a una etiqueta, que nunca prosperó, y que se quedó en el limbo de los nunca exnovios?
Eventos inesperados que se anticipan a una fiesta quinceañera —¿Estabas celosa? —¿Celosa? —Sí, celosa. —Nunca he estado celosa. —Vamos, Bi, admítelo, estabas celosa. —¿De qué? —Tú sabes. —No, no sé. —De lo que le dije a Valentina. —¿De ti? —De que no estaba pidiéndote a ti lo que estaba pidiéndole a ella. —<Vete a la M…, Óliver.
Tras su éxito al conseguir la boda entre su institutriz y el señor Weston, Emma Woodhouse se plantea una nueva unión, la de su amiga Harriet Smith y un viejo amigo de la familia, el señor Charles Bingley, para lo cual ha organizado el primer baile público de la temporada en Highbury. Baile de invierno es el primer relato de la serie "Relato a la Austen", un divertido fanfic de las novelas de Jane Austen, un homenaje a la autora desde el punto de vista de una de sus lectoras.
Elizabeth Bennet está visitando a su amiga Charlotte, ahora la nueva esposa de su primo, el señor Collins, cuando recibe una importante invitación al baile de primavera que se realizará en Rosings, bajo los dominios de la estirada e inflexible, Lady Catherine de Bourgh. Baile de primavera es la continuación de Baile de invierno, la serie relatos austenianos que fueron publicados por partes, y por primera vez, en el blog de la autora, Ficción Femenina. Estas son versiones corregidas y ampliadas de los mismos y contienen material exclusivo.
Anne Elliot ha recibido una carta que ha removido los sentimientos reservados en su corazón durante ocho largos y tormentosos años, pero esta noche, en el baile de verano organizado por su familia, hay una posibilidad de que sus dudas sean resueltas y de que exista una segunda oportunidad al amor. Baile de verano es la tercera parte de la serie Un baile austeniano, un divertido fanfic de las novelas de Jane Austen, un homenaje a la autora desde el punto de vista de una de sus lectoras.
Las hermanas Bennet estaban en el estar de Longbourn, algunas dedicadas a la labor, otras a la lectura, cuando recibieron una carta que iba dirigida a las dos hermanas mayores. Lizzy y Jane se miraron con dudas pues venía firmada por Emma Woodhouse y Fitzwilliam Darcy, se trataba de una invitación al baile de otoño que se celebraría en Pemberley, donde, además, se haría el anuncio de un compromiso inmejorable. Baile de otoño es la cuarta parte y el desenlace de la serie "Un baile austeniano", un divertido fanfic de las novelas de Jane Austen, un homenaje a la autora desde el punto de vista de una de sus lectoras.
Las mariposas revolotean en el interior de Giovanna cuando el chico que le gusta, el bien parecido, alto, de sedoso cabello castaño, ojos azules, piel bronceada y musculatura firme de un surfista, Tony Serrano, le ha correspondido en el juego de Santa secreto; pero Lucas Terrero, el opuesto de Tony, de piel aceitunada y ojos café, que seduce a todas las chicas de la oficina excepto a ella, pues prefiere intimidarla, se ha empeñado en hacerse el simpático desde el sorteo. ¿Conseguirá, Giovanna, despertar la atención de Tony o es otra persona la que está interesada en ganarse la confianza de su corazón?
Todos presumen que el sencillo promocional de Dallas Gilmore, la cantante más importante del mundo de la música, será sobre su rompimiento con el que fuera su novio durante cinco años, Taylor Smith. Es lo que Dallas acostumbra, hacer terapia con sus canciones, y Taylor sabe que no va a quedarse fuera de su repertorio, ni cómo sentirse al respecto, pues él siempre ha sido reservado con su vida privada, a pesar de haber estado con una figura tan pública. Taylor está seguro de que los dallies, los seguidores que suelen defenderla contra todo, le odiarán y le cancelarán en las redes sociales, como ha sucedido con otros ex de su ex, luego de un álbum; pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si su camaleónica exnovia cambiara las reglas de su propio juego, actuando al contrario de las expectativas? ¿Cómo se sentirá Taylor cuando, al escuchar la nueva música, se dé cuenta de que lo ha dejado sin mensajes entre líneas?
Marie Miller sabe que el que está por dar no es el mejor de sus pasos, que va contra las leyes divinas, pero considera que contratar los servicios de una bruja para colocar un "tratamiento” al único novio que ha tenido desde los dieciséis, es su último recurso y la acción adecuada. Con lo que Marie no cuenta es con su atractivo vecino, que se resiste a vestir camiseta, que tiene un abdomen que la hace mirar hasta la imprudencia y que podría alterar la fórmula del hechizo en el que ha depositado todos sus ahorros.
El palo torcido tenía clavado un indicador: “Rincón City, Condado de Cochise”. En Arizona. El indicador era un cartelón de madera sucia, oscurecida, con las letras apenas visibles. Apuntaba hacia el suelo; hacia aquel suelo áspero y amarillento en tiempo seco. Y a cien yardas de distancia aparecían los primeros edificios de Rincón City.
Marilyn Robson, respiró con placer el aire fresco de la noche. Le dolía la cabeza. Horriblemente. La culpa era del champaña. Todavía no había conseguido acostumbrarse a beberlo. La verdad es que el champaña no le decía nada. Prefería un buen trago de whisky.
Acompañar a tu madre a una visita pastoral no parece la forma más emocionante de pasar una tarde, pero todo cambia cuando conoces a una mujer fascinante que podría determinar el curso de tu vida. ¿Quién dijo que las tardes de rezos en 1923 debían ser aburridas? A veces hay que tomar riesgos para descubrir lo que realmente importa, incluso si eso significa inventar una compañía de seguros en plena dictadura de Primo de Rivera. Pero si eso ayuda a descubrir qué pasó con Néstor, un misterio que todavía persigue a esa mujer que te ha cautivado, entonces vale la pena asumir el peligro.
Romper las normas parece ser la única forma de desentrañar la verdad detrás de ese fatídico día de julio en el desastre de Annual, pero al hacerlo, descubres sentimientos que nunca creíste posibles en ti y que la sociedad desprecia. En medio del caos, la atracción por esa mujer solo se intensifica, llevándote por un camino lleno de peligro, aventuras y, tal vez, amor.
Las alsacianas es una incursión de la autora en la ficción histórica en la que toma como referencia uno de los sucesos más traumáticos de la guerra del Rif. Narra la historia de amor y empoderamiento de las protagonistas, Almudena y Matilde, que se enfrentarán a todos los obstáculos con astucia y audacia para averiguar la verdad. Una historia con las hechuras de la novela de misterio donde no importará tanto el cómo o el quién, sino el porqué.
Fiore Evans aprendió a corta edad que es mejor que nada la tome con la guardia baja, ir siempre por lo seguro y no llamar la atención de mala manera. Hacer lo que se espera de ella conlleva tener una vida muy organizada y planeada. Eso está bien, después de todo se sabe desenvolver mucho mejor en lo que ya conoce dándole muy buenos resultados. A la vuelta de la esquina están sonando las campanas de boda, nada más y nada menos que con quien ella considera el hombre perfecto. Sin embargo, nunca contó con que el destino la llevaría a tropezar con una persona del pasado. Una persona a quien en su momento apenas notó. Edward Hemsley es una persona que vive el momento, le gusta sentir la adrenalina, que esta corra por sus venas. Mientras se toma una pausa de la F1 por problemas personales, es invitado por una mujer casada a la habitación de un hotel donde tendrá que ser realmente creativo para no ser atrapado, Por fortuna, ve su salvación en una chica que resulta ser una vieja conocida. Las sensaciones que despiertan el uno del otro los conducirá a una aventura no buscada que cambiará la forma en que ven la vida. Se darán cuenta de que no todo debe ser planeado y no todo debe ser efímero.
Ana, es hija de un viejo Coronel del Ejército Español con el que nunca ha tenido una buena relación. Tras un accidente de este, se ve en el compromiso de retomar el contacto, descubriendo cosas de su pasado y de su familia, que la llevarán a tomar una serie de decisiones para conseguir una vida propia.
En un mundo en el que la Guerra Biológica y Nuclear ha hecho mella, Theather y su nueva familia se ven confinados en su hogar por órdenes del Gobierno. Deben protegerse de aquellos que amenazan por matarlos, pero ¿serán realmente una amenaza?
Jacob Sanders disfruta de una vida llena de lujo y comodidades gracias a los honorarios que genera ser uno de los mejores abogados del país. Cada mañana abandona su lujosa mansión, ubicada en una exclusiva zona residencial a las afueras de la ciudad, a bordo de su exuberante deportivo italiano. Con su semblante despreocupado y arrogante, mira al resto de la población con insultante soberbia, pues piensa que nada le pueden enseñar. Pero hoy es un día diferente en el que Jacob, sin saberlo, aprenderá de la forma más terrible cuan fácil es perder el control de la vida en apenas unas horas.
La vida de Ricardo era tranquila. Sus días se repartían entre un mediocre trabajo como informático en una multinacional del plástico, dos hijas (Iris y Tatiana) que daban algún que otro tono de color a su monótono transitar por este mundo y un matrimonio con Cristina que podríamos definir como… «estable». Sí, su vida era tranquila, hasta que la crisis económica lo desbarató todo. Sin embargo, Ricardo era un tipo de recursos, y una idea larvada en su cabeza desde años se le representó como una salida con futuro a su situación: una casa rural en el Altiplano de Granada. Un viejo cortijo abandonado estaba en su punto de mira para hacer realidad ese proyecto vital en la tierra de sus padres, y algún dinero ahorrado le daría el empujón definitivo a su plan. ¿Qué podía salir mal? Pero unos sucesos de décadas atrás dormitaban silentes entre los muros de aquel cortijo. Una presencia oscura aguardaba paciente entre las sombras a que aquel lugar volviera a llenarse de vida. Sí, algo podía salir mal, y Ricardo y su familia lo iban a descubrir muy pronto.
En algún lugar entre Albuquerque y la pequeña localidad de Grants, en pleno desierto de Nuevo México, existe un extraño bar de carretera llamado "Oasis Diner", donde habita una oscura presencia que atrae a los viajeros que se desplazan a lo largo de la interestatal 40. Sin embargo, no todos podrán sentir la misteriosa atracción de este lugar; solo aquellos a los que el Oasis Diner elija serán capaces de percibir su siniestra y tenebrosa llamada.
Un lugar perdido en mitad de ninguna parte, donde el tiempo se detiene y en el que el terror no tiene rostro. Un terrible lugar del que no podrás escapar si los extraños seres que lo habitan deciden pronunciar tu nombre, el cual dejará de pertenecerte para permanecer eternamente escrito entre las fantasmagóricas sombras del más allá.
M D Ross nos trae el seguimiento de la vida de Alexander Peters, personaje entrañable de su novela anterior, 'Una mujer de 40 para Nick'. Tras años de haber ocultado al mundo su realidad, Alexander emprende una lucha férrea al tomar una importante decisión en su vida; la cual involucra a sus propios padres, amistades y gente a su alredeor. El amor por un hombre lo coloca en una encrucijada que lo llevará a enfrentar a su propio destino. ¿Cuánto puede una persona huir de su propio destino y dando una imagen al mundo de lo que no es? La historia se desarrolla entre el drama, el romance, el buen humor y el exquisito erotismo que maneja la autora.
M D Ross crea para el lector la historia de la tragicomedia y caprichosa aventura en la vida y el destino de una mujer. Viviendo incansablemente bajo el sol de cada día, en una lucha motivada por el amor y el bienestar para su hija y su madre, Regina Guillen, la protagonista de 40 años de edad, en su búsqueda diaria de mejores oportunidades, se topa con una misteriosa propuesta. Al aceptar la propuesta, Regina es empujada violentamente a un turbulento viaje emocional, donde se ve involucrada en un torrente de seducción, pasión y exquisito erotismo que la llevan de México a Londres, Inglaterra. Todo esto en medio de una atmósfera colmada de música, refinamiento y tragedia; para finalmente llegar al excitante e inesperado destino de su vida.
El doctor Octavio Azaña se establece en Macuijo Arriba para convertirse en el gran benefactor de todos los residentes de la comunidad blanca e india. Después de unos quince años ha desplegado una paciente labor educativa y humanitaria logrando importantes progresos en las dos comunidades. Tiene un hijo, a la sazón adolescente en quien confluyen los elementos de una educación dual proveniente de su padre médico y del entorno salvaje en el que ha crecido. El nuevo conflicto sobreviene cuando una compañía minera intenta despojar a la tribu de La Flecha de Cobre de sus tierras ricas en yacimientos de cobre. El doctor se verá obligado a actuar en defensa de los que ya forman parte de su entorno más cercano, pero esta vez el mal cobra proporciones impredecibles a cargo de quienes serán los “villanos históricos” de la saga.
El griego es un idioma. Pero en España, «griego» significa también otra cosa. Mikis, un viajante de comercio que se ve obligado a hacer escala en Madrid cuando se dirige a Atenas procedente de Nueva York, está impaciente por volver a su casa, por volver a escuchar su idioma tras un más de un mes en Canadá y Estados Unidos. Su español es malo, pero lo suficientemente bueno como para buscar una muchacha con la que hablar esa noche. Solo hablar y, por supuesto, en su idioma natal. Sí, es una prostituta, Mikis lo sabe, pero él solo desea hablar, como esos viejos marchitos que en las meretrices no buscan placer sino compañía. Y se pone en contacto con una que, según anuncia en la sección de relax del periódico que coge en la recepción del hotel, conoce su idioma. Porque Norma, dice el anuncio, es especialista en francés y griego.
Mezclar secretos y sexo, disfrutar de los juegos de la carne mientras cada mente sabe una cosa e ignora otras, mientras algunos saben lo que otros creen que ignoran… La más que cálida aventura sexual de Morbo comienza cuando Ana Laura, en complicidad con su amante, Marco, provoca a un hombre singular con ánimo de excitarse. Es solo una pequeña travesura, una simple broma picante. Sin embargo, las dudas que sobre sí mismas sufren algunas personas causan que, de modo imprevisto, se aferren a lo inesperado y emprendan un arriesgado viaje personal por paisajes que los aturden y deslumbran a la vez, un viaje cuyo destino es el propio yo liberado de miedos y dudas. Un viaje en el que se hacen acompañar de aquellos que los incitaron a emprenderlo. La peripecia de Ana Laura y Marco, ellos ya habituados a superar sus miedos y aprovechar el tiempo y la vida, provoca un cambio radical la existencia de dos personas, demostrando el poder del sexo como vía de expresión de temores, anhelos, amores, complicidades y deseos profundos. En los intensos y detallados episodios sexuales de Morbo el pensamiento y los cuerpos supuran excitación. Aunque para excitante, el placer de remontar el vuelo tras asumir el riesgo de lanzarse al abismo. Un punto de encuentro entre el deseo, los sentimientos y las relaciones prohibidas.
Ahora, en un solo volumen y a menor precio, los siete relatos publicados de Soñando a Clara. Clara es una hermosa locutora de televisión que, desde Barcelona, recorre el mundo en busca de la noticia. Desde nueva York a Tokio Clara tiene numerosas ocasiones de caer en la tentación, y muchas más de soñar con ella. Pero Clara es también una tentación en sí misma. Amor, sexo y viajes en un conjunto de relatos que te hará disfrutar.
Set Daffie, de cara siniestra y larguirucho cuerpo, refunfuñó algo y se fue al mostrador, mientras su jefe, sentado a una mesa, vaciaba de un trago media botella de «gin». Sin preocuparse de la atención que había puesto en su persona el peligroso bandido Daffie, continuaba Vance su francachela. Estaba rodeado de las más bellas damitas que pululaban por el «Doll’s Saloon», que hervía de gente en aquella tarde de fiesta.
A LAS cinco de la tarde llegó Ray Corway a la populosa ciudad de Glassville, centro minero en el estado de Virginia. Diez horas a caballo desde Richmond, dos botellas de gin, media libra de pan y un tarugo de queso maloliente pero sabroso. Esto era todo lo que había entrado en el maltratado estómago de Ray en dos días.
Tom volvió derrotado a Trippertown, la pequeña ciudad del Estado de Nevada, a unas cincuenta millas de Carson City.
Cuando, el 77 de febrero de 1865, abandonaron Columbia los confederados, Tom se encontraba entre las fuerzas que poco después evacuarían Richmond. El fin de la guerra de Secesión se aproximaba rápidamente. El fantasma de la derrota se cernía sobre las acorraladas fuerzas del Sur.
Tom Yale veía venir el gran momento. Se dio cuenta desde que tomó parte en la aplastante victoria de Chancellorsville que tantas vidas hubo de costar.
El teatro llevaba el nombre de su hija Mavine. Se le había ocurrido bautizarlo así y no quería de ningún modo que al nombre de su querida Mave se unieran griterías de borrachos ni exigencias de clientes desaprensivos, por eso allí no se jugaba, ni se bebía, se iba a ver el espectáculo y nada más.
Un joven alto y fornido, de bronceada tez y ojos azules que formaban un agradable contraste con su negro pelo brillante y rebelde, se acercó al mostrador del “Fisher Saloon”; aquel establecimiento, propiedad del lustroso y potente Wirke Palls, debía su denominación al primitivo oficio que ejerció su propietario cuando vivía en Wateremest, cerca del lago Michigan. Fisher significaba pescador.
El más alto, que no era otro que Jim, transpiraba fortaleza por todos los poros de su cuerpo; sue potentes brazos amenazaban reventar la mangas de su camisa y el poderoso pecho rimaba en perfecta armonía con el grosor de su cuello y con los firmes trazos de su rostro quemado por el sol y curtido por la vida al aire libre; tenía el pelo negro y ensortijado, y los ojos azules, como si la Naturaleza hubiese querido demostrar con ese detalle que Jim era un yanqui del mismo corazón de Arizona y no un meridional.
Estaban allí Tom Olake, Red Hadock, un amigo del primero, llamado Riney, y dos individuos más, compañeros inseparables del brutal y escandaloso Hadock. Estos últimos eran el patizambo Lagon y el esquelético Suto, que manejaba el revólver de un modo que le quitaba a cualquiera las ganas de averiguar si era capaz de resistir un puñetazo.
Pero Gloria Allison no podía echar en olvido que Carlos Trout, al negarse a matrimoniar con ella, rechazaba el usufructo de una considerable fortuna. ¿Podía ser considerado como un hombre sin escrúpulos procediendo de tal forma? Nada de eso. Todo lo contrario. Y cuando averiguó que realmente la futura esposa de Trout era una humilde muchacha que trabajaba en un almacén, se acabó de convencer de que no era un egoísta ni mucho menos.
—Escúchame bien, Florence: ya sabes que te amo con locura y que apenas vea el buen resultado de la mina me casaré contigo, pero no vuelvas a decirme otra vez esa tontería porque me enfadaré de veras.
—Conque una tontería, ¿eh? —repuso ella que era una bellísima mujer de veintiocho años, alta esbelta, de negros cabellos y ojos verdes—. Pues has de saber que no podrás jamás continuar la explotación de la mina, suponiendo que logres extraer el primer oro. ¿Dónde encontrarás dinero para el material y la instalación? No, Lionel. Es una locura pensar en ello.
—No me pida imposibles, señor Tilney. Soy el fiscal del distrito, pero no un patriarca. Si su hijo comete alguna grave fechoría, cumpliré estrictamente con mi deber.
—Pero Went es casi un niño… Cumplió hace poco los dieciocho…
—A esa edad ya puede responsabilizarse de sus actos, por lo menos moralmente. No se le puede considerar como a un muchacho. Se lo repito, Tilney. Esta vez ha quedado libre porque en realidad una pelea carece de importancia, pero le recomiendo mucho cuidado con él, ¡mucho! De lo contrario le dará un disgusto serio cualquier día.
—¿Pero no podría, al menos, recomendarle al sheriff que no le trate con dureza?
—Back Hurt sabe llevar su cargo. No olvide que estamos aún en 1866. Hace un año que acabó la guerra. Los ánimos siguen todavía muy excitados y conviene tener mano dura. Quiero decir con esto que, si el sheriff se muestra blando una vez, lloverán sobre él las dificultades.
—También se lo exigí yo, señor Harrison —respondió Richard, sobreponiéndose a su dolor —pero quizá no se atrevió a decirme que era preciso dejar el trabajo.
—¿Y quería que yo se lo ocultara también?
—No, no; de ninguna manera.
—Bueno; es posible que haya empleado yo demasiada rudeza, pero no he podido hacerlo de otro modo. Considero que es usted un hombre, y los años que lleva trabajando en la casa me autorizan para hablarle con franqueza. Si hubiera tenido usted familia, el doctor Palmer habría procurado ponerla en antecedentes de la verdad de su estado, pero como vive usted solo en Nueva York, ha obrado acertadamente informándome a mí.
Paulatinamente se podría observar el brusco cambio que ofrecían los semblantes de los familiares de Mr. Stewenson, al escuchar aquella voz de falsete que salía de la humanidad del notario Mr. Gibson, mientras les daba cuenta de la situación financiera de Anthony Stewenson en el momento de hacer testamento. Y era un contraste observar la impasibilidad con que aquellas frías palabras eran acogidas por el hijo único de Stewenson.
Champ, que era un joven alto y corpulento, vestido a la usanza vaquera pero con cierto desaliño, miró inquisitivamente a su compañero como pensando hasta qué punto podría fiarse de aquel hombre que días antes se permitía tratarle como a un principiante.
Por su parte Gillman presentaba de frente su barbudo rostro soportando aquella escrutadora mirada de Champ; éste poseía una fuerte dosis de malignidad en sus ojos, y faltó poco para que el otro se viera obligado a guiñar sus ojuelos de halcón; sin embargo no era de alfeñique, pese a la sumisión que demostraba, y pudo aguantar el examen.
John Sheridan fue desde la niñez un rebelde y un inadaptado, pero era por culpa de las gentes que formaron así su carácter. No había conocido a sus padres, que le abandonaron cuando tenía tres años, al borde de un camino cerca de Kaseldom, por lo que siempre juzgó a este pueblo como su ciudad natal. Recogido por el viejo Dan, el infortunado buscador de oro que vivía con su hermana, fue pasando, al morir aquél, de unas manos a otras, como una prenda de alquiler que nadie tiene interés en conservar, de manera que nunca le dieron tiempo a arraigar en ningún hogar ni de tomar cariño a nadie.
David Donat, un fuerte muchachote de quince años, alto y erguido, cuyo delgado cuerpo no permitía adivinar su superioridad muscular, irrumpió en el grupo donde Rogers, el hijo del maestro, apaleaba lindamente al enclenque Gus. Todos los chicos que presenciaban la pelea se habían abstenido de intervenir, y el resultado era que Gus sangraba por las narices y tenía un ojo amoratado. Intentando inútilmente contener la avalancha de puñetazos que le propinaba Rogers...
Podemos ver a Santa Ana en el momento en que toma cuerpo una de sus más célebres anécdotas. Ha habido quien posteriormente le ha atribuido la ocurrencia al millonario norteamericano Morgan, pero lo cierto es que, sin negar a este su paternidad, el gracioso incidente lo promovió Santa Ana por primera vez en la ciudad de Méjico, al mes siguiente de subir al poder. A Morgan le faltaban todavía algunos años para venir al mundo.
Por si alguna vez le venían mal dadas, había querido conservar limpio su verdadero nombre. Por eso todos le conocían por Cast Steel, que significa acero fundido. Tan solo sus dos hombres de confianza, Tower y Dayles sabían que se llamaba Glenn. Steel era tan precavido en cuestión de identidades, que siempre se abstuvo de llamar a sus hombres por el apellido, cuando tenía que dar alguna orden durante un “trabajo”.
En una bella mañana de abril del año 1867, los veinticinco hombres que constituían la temible banda del célebre Elmo Davis, más conocido por el sobrenombre de «El Amo de la Montaña», estaban en pleno jolgorio para celebrar el segundo aniversario de su organización. En realidad, el total de los reunidos era el de veintisiete, ya que nos guardaremos muy bien de englobar entre aquella mescolanza de individuos al jefe y a su lugar entiente, Daniel Lang. Ambos eran hombres de temple tan extraordinario, que por sí solos podrían llenar interminables páginas de aventuras.
Eran las siete de la tarde cuando Adams Brent, cansado, sucio de polvo y sudor, entró en el Post Saloon. Su caballo había quedado atado a la veranda, junto a una hermosa yegua con la que estaba conversando gentilmente para olvidar su hambre mientras el amo refrescaba el gaznate. Con movimientos de cuello, con enhestar de orejas y suaves patadas con el borde de los cascos contra el suelo, Jo le hacía la corte a su vecina, pero se le notaba en los ojos la tristeza que produce en los caballos esa imposibilidad de quedar citados para más tarde.
EN la semioscuridad del atardecer, un hombre que avanzaba por el camino detuvo su caballo ante la taberna. A la luz humosa de los quinqués, los parroquianos pudieron ver a un hombre aún joven, alto, vestido de negro y que por sus ropas causó asombro e hilaridad. Llevaba levita larga y bien ajustada; sus botas altas, aunque polvorientas, eran nuevas y de buena calidad, y lo que causaba asombro a la concurrencia era que llevaba ¡corbata!
CASI todos los que vieron pasar a Rici Chester por la calle principal de White Dust, la recién fundada población del estado de Texas, la reconocieron a pesar de su indumentaria masculina. Rici era una encantadora muchacha que apenas contaría veinte años. No muy alta, de tipo esbelto y armoniosa cintura. Sus rubios y largos cabellos, eran tan conocidos entre los vaqueros y colonos del núcleo ranchero de Valle Hondo, que había bastado que se quitara el ancho sombrero para que la reconocieran a una hora de camino.
El polvoriento camino que conducía a la diminuta ciudad de Tracy City, que en aquella época de 1865 era la única barrera que separaba a Labanon de la peste de bandidaje que afluía del desierto, dominio de los acorralados comanches, era un hervidero de gente aquella memorable tarde de agosto en que tenía que hacer su histórica aparición el mil veces temido y al mismo tiempo admirado Dan Omaha, que pronto seria conocido como «el Tigre de Tracy City».
¿Alguna vez te has preguntado qué hay en la cara oculta de la luna? ¿Cómo se encienden las estrellas? ¿Por qué sonreímos cuando vemos fuegos artificiales? ¿Quién se encarga de arreglar las bombillas de las farolas de la ciudad? ¿Cuándo empieza y termina el espíritu navideño? ¿Por qué nos asustan las sombras y la oscuridad? ¿Quién cuida de las luciérnagas? ¿Es posible que dentro de la penumbra de la noche exista alguien que se dedique a iluminar las vidas de los demás? Creemos saberlo todo, pero no es cierto. En lo más sencillo, en lo cotidiano, se esconden maravillosos secretos.
Una joven, a la muerte de su madre, pariente de un importante aristócrata, es recogida por la madre de éste y queda a su servicio como doncella en el palacio de éstos. Es objeto de humillaciones y envidias por parte de los habitantes de la mansión, pero la bondad natural de la joven logra superar todos los desafectos, incluso la misantropía del noble.
Un fenómeno editorial que no para de crecer en todo el mundo. Ir al baño nunca ha sido tan peligroso. ¿Serás capaz de resolver el caso antes de tirar de la cadena?
Pon a prueba tu perspicacia en el único lugar donde nadie te molestará. Asómate por encima del hombro del forense durante la autopsia, escucha atentamente el testimonio de un perito y evalúa todos los detalles relevantes. Métete en la piel de un investigador y resuelve el enigma… sin abandonar la comodidad de tu baño. Cada caso pondrá a prueba tu atención a los detalles. ¿Serás capaz de arrestar al culpable antes de levantarte del váter?
¿De qué tratan los rompecabezas? Son historias cortas y cautivadoras en las que el lector juega el papel de detective. Al final de cada una habrá que responder una pregunta relacionada con el crimen.
¿Cómo resolver un caso? Primero, lee la historia. Mientras lo haces, busca cuidadosamente las pistas que puedan ayudarte. Estarán escondidas en la declaración de un personaje o en cualquier comportamiento extraño… ¡Fíjate bien!
### Descripción del Libro
Un fenómeno editorial que no para de crecer en todo el mundo. Ir al baño nunca ha sido tan peligroso. ¿Serás capaz de resolver el caso antes de tirar de la cadena?
Philip Arnold levantó la mirada de la tierra recién removida, y clavó sus pupilas en los cuatro hombres que, a su vez, la contemplaban con cierta curiosidad.
—¿Qué piensas hacer ahora, muchacho?
La pregunta pareció romper el maleficio y ahuyentar de la mente del interpelado los negros presagios que la llenaban.
—No lo sé, sheriff —respondió con voz grave—. Ya nada me ata a esta tierra, si no es mi propia desgracia.
Elisa miró al frente, el callejón estaba oscuro, pero aun así decidió seguir adelante, debía llegar a casa, había salido muy tarde de su trabajo por culpa de los malditos gatos de la señora Thompson, pero no tenía otro trabajo ni tampoco expectativas de cambiar , así que no le quedaba otra que aguantar las manías de la vieja señora si quería sobrevivir, después de preparar la comida y el agua para los mininos, no logró llegar a tiempo para coger el bus, cosa que no le importaba lo más mínimo, le gustaba andar, pero le daba miedo aquel lugar, siempre se lo había dado. Respiró hondo y echó a correr, el ruido de sus zapatos en el asfalto era lo único que rompía el absoluto silencio, a pesar que en aquel lugar habían varios pubs y garitos, se relajó un poco ya divisaba la salida y en pocos minutos se encontraría en casa tranquila y calentita...
La elaboración de un buen relato o novela exige que el autor domine los recursos técnicos que permiten dar tensión, consistencia y calidad literaria a la narración. Esta guía, a través de numerosos ejemplos comentados, desvela las claves para:Seleccionar los elementos más adecuados para construir una escena.Caracterizar a los personajes.Manejar el tiempo en el relato.Adaptar el ritmo narrativo a las necesidades de la ficción.Estimular la curiosidad del lector.
. En verano 1973, cuando el último rey afgano es depuesto del trono, la familia de Omar Anwari, leal ministro del gobierno, se desgaja al mismo tiempo que el país. Catherine, su esposa, estadounidense, pasa siete turbulentos años luchando por mantener unida a la familia; Mangal, el primogénito, rompe con su padre por fidelidad a su conciencia política; Saira, la hija que vive en Nueva York, se desgarra entre dos culturas; Tor, el menor y el más apasionado de los tres, crece y se convierte en el más valiente de los hermanos. Kabul, una epopeya sobre la guerra civil, intriga política y tragedia familiar, compone un retrato épico conmovedor y profundo de una nación orgullosa sumida en el más absoluto caos. En ella, un puñado de afganos con diferentes intereses nos ofrecen muchos puntos de vista, desde el fundamentalismo islámico hasta la tendencia socialista de muchas mujeres cultas que luchan por sus derechos.
Alexia es una joven que se ha pasado buscando oportunidades en donde no las hay, al intentar reclamar su derecho a vivir mejor su vida da un giro de trescientos sesenta grados, todo se convierte en un infierno cargado de angustias, perdidas y dificultades. Poco a poco sus problemas emocionales se agravan al punto de intentar el suicidio para callar aquellos recuerdos inconscientes que atormentan su mente sin embargo antes de que suceda lo peor llegará quien se adueñe no solo su mente, sino de su cuerpo y le enseñará a vivir con sensaciones clandestinas que la llevarán a saciar deseos ocultos.
Charles Jordan, millonario dueño de una empresa de encomiendas nacional e internacional, encuentra en la orilla de la playa frente a su mansión a una joven herida que ha perdido la memoria a consecuencia de haber sido arrojada al mar durante un asalto al yate en el que viajaba. La policía descubre ahogados en varias partes a los ocupantes de un yate abandonado en alta mar y los identifica como la familia Sammers pero da por desaparecida a la hija mayor Helen Sammers. En un intento por ayudar a la joven y protegerla, Charles Jordan se embarca en una aventura de investigación policial que deriva en múltiples situaciones en las que se incluye viajar a Nueva York para asistir al entierro de la familia de la joven y averiguar más acerca de su muerte. Con la ayuda de la policía y un detective privado se descubre toda una red de delincuentes que trafican con drogas y obras de arte en la que está involucrado el tío de Helen. Charles Jordan planea una forma de descubrir el modo de operar y los cabecillas de la red de delincuentes y ponerlos en la cárcel.
Charles Jordan, millonario dueño de una empresa de encomiendas nacional e internacional, se hace cargo de una chica que apareció como polizón en uno de los camiones de la empresa, luego de haber escapado de sus captores quienes junto a su hermana mayor fue secuestrada en Cartagena Colombia y vendida a una organización de trata de blanca para trabajar como esclava sexual en una de las casas de citas de Alexander Clark. Charles Jordan promete a la chica que la ayudará a reunirse con su hermana que ha quedado cautiva. Mientras intenta hacer todo lo posible por encontrar a la hermana de la chica, se van descubriendo otros negocios relacionados con el jefe de la organización que ameritan la intervención de José García como topo en uno de los negocios para poder extraer información. Gracias a la colaboración de Miguel, un buen amigo de José, logran encontrar el sitio en los pantanos donde retienen y enfrían a las chicas una vez llegadas al país. En esta segunda entrega, el comisario Sullivan tendrá que enfrentarse a una rama de la policía corrupta que cobra para mantener ocultos los negocios sucios de la organización en relación a la trata de blanca y los casinos ilegales. Charles Jordan como siempre, coordina y planea la forma de descubrir el modo de operar de la organización y averiguar quiénes son los cabecillas de la organización de delincuentes y ponerlos en la cárcel.
Infidelidad innecesaria cuenta una historia de amor, traición y sexo en la familia Reynolds, una familia integrada por Jackie y Dylan que durante 20 años estuvieron felizmente casados hasta que un día por cuestiones de trabajo Dylan debe dejar sola a Jackie durante 6 meses, tiempo durante el cual encontró apoyo en un compañero de trabajo con el que hizo muy buena amistad y que un buen día por efectos del alcohol este abusa de ella y desencadena una serie de acontecimientos en su vida una vez que su esposo se entera de la infidelidad. Jackie se ve obligada a luchar sola para salir adelante mientras su esposo se muda a otro país para alejarse de ella y tratar de olvidar la falta cometida.
Tiempo de venganza trata la historia de Julio Lombardi, quien siendo tan solo un niño se vio obligado junto a su madre a huir de la muerte que los persiguió por años luego de haber abandonado a su hija recién nacida y de que su padre fuera inculpado de un delito de lavado de dinero y muriera en la cárcel brutalmente golpeado y ahorcado para silenciarlo. Antes de que su madre muriera de dolor por lo ocurrido y enterarse de la muerte de su esposo el niño le prometió que se vengaría de todos los que les hicieron daño y que algún día encontraría a su hermana menor. Treinta (30) años más tarde, con un nuevo nombre (Robert Carter) y una fructífera profesión (abogado) que lo ha mantenido durante algunos años como uno de los mejores abogados de Los Ángeles, logra provocar interés en los socios de la firma de abogados Romano, que le hace una oferta para trabajar con ellos y siendo los causantes de la destrucción de su familia ve la oportunidad de acercarse a ellos para consumar su venganza y cumplir la promesa que le hizo a su madre antes de morir. Con la ayuda de sus amigos Elena Morgan y José Rivera logra fraguar un plan para descubrir el funcionamiento de la operación de lavado de dinero y hacer caer el imperio de los Romano.
Valentina es una joven con un doloroso pasado. Samantha es una madre perdida en la rutina. Un accidente entrelaza sus caminos y da inicio a una relación cargada de sentimientos desconocidos para ambas.
El soldado mallorquín Jerónimo Riutort ni siquiera sabe donde quedan las Islas Filipinas cuando, y a pesar del significado de su segundo nombre, Buenaventura, lo sortean para ir a defender aquella lejana colonia del Pacífico. En cambio, el teniente Ruiz tiene muy claro cómo es el lugar al que va destinado. Un lugar en el que, por encima del poder terrenal, representado por los capitanes generales enviados desde España, gobierna un sólo hombre: fray Bernardo Nogales, arzobispo de Manila.
La novela es una visión de los últimos años de la dominación española a través de estos tres personajes, que viven la guerra con los Estados Unidos de América, el posterior conflicto filipino-americano y la repatriación, tras un largo cautiverio que, aún hoy en día, constituye un episodio casi desconocido o voluntariamente olvidado del declive del antiguo imperio.
Armony Heart es una exitosa violinista. Es joven, hermosa... pero solitaria. Su alma sufre, aunque ella trate de ocultarlo. Y es justamente su alma la que es buscada desde hace años, incluso desde antes que ella naciera, por un oscuro grupo de personas, muy poderosas... y que no se detendrán ante nada, hasta encontrarla. Sin embargo ellos no son los únicos que quieren hallarla, Armony también tendrá, un aliado, un protector... alguien que no dudará en arriesgar su propia vida con tal de salvar la de ella. Armony pronto aprenderá que en nuestra existencia intervienen fuerzas que están mucho más allá de lo que perciben nuestros sentidos. Se enterará de que no estaba tan sola en el mundo como ella pensaba. Comprobará que la muerte no es el final que ella creía... ¿La vida nos va dejando realmente solos o quiénes murieron están más cerca de lo que pensamos?¿Volveremos a estar juntos algún día o no nos encontraremos jamás? ¿Es la muerte el final o es solo el comienzo de una vida nueva? Todos tenemos un destino y nadie puede huir de él. No importa durante cuántas vidas lo intentemos.
De su destino nadie escapa... no importa durante cuantas vidas lo intente.
La vida de Armony cambió dramáticamente desde que recordó su vida anterior, sin embargo, el precio que pagó por su despertar fue muy alto: toda su carrera como violinista.
Su memoria continúa fragmentada y eso tiene sus consecuencias: sus pesadillas han ido empeorando así como sus mareos cada vez que que es asaltada por sus recuerdos, y su condición se deteriora; Michael quiere ayudarla pero ella se rehúsa, escapa a su propósito existencial.
El peligro continúa al acecho, al tiempo que sus enemigos se multiplican.
La implacable Sylvia ahora va tras otro objetivo: Steven y la Corporación no estará sola en esta nueva cacería, contará con los anónimos y peligrosos mercenarios del escuadrón Centurión y la colaboración de la misteriosa sociedad ocultista Íbice, esta vez no habrá lugar en el mundo donde poder esconderse de ellos.
¿Quién encontrará primero la caja de música y... que hará con ella?
## Recuérdame
Una aventura emocionante que atravesará países y continentes... Una historia en la que las vidas pasadas se fusionarán con el presente y en la que la frontera que separa la vida de la muerte, desaparecerá... y que te hará replantear el mismo funcionamiento de tu propia existencia.
¡Prepárate! Porque Recuérdame será una historia que jamás olvidarás.
Una intrépida cohorte de monjes soldados dirigida por el capitán William Saxon ha sido enviada a Egipto para encontrar el tesoro de Mhorrer: una terrible acumulación de maldad que, una vez liberada, condenará al mundo eternamente. Los soldados deben encontrarlo y destruirlo antes de que los agentes demoníacos del perverso conde Ordrane lo localicen y liberen su maléfico contenido. Desde la Roma papal al corazón del Sinaí egipcio, los soldados se enfrentarán en una carrera contrarreloj a milicianos asesinos y demonios despiadados, y, finalmente, a los aterradores y sanguinarios guardianes del tesoro.
Los ejércitos del cielo y el infierno guerrean a lo largo y ancho del mundo, y, en consecuencia, ciertas personas inocentes se ven atrapadas en medio de ese conflicto; personas como el capitán William Saxon y el teniente Kieran Harte, dos grandes amigos que acaban de sobrevivir a los horrores de la batalla de Waterloo... y que ahora se enfrentan a un reto mayor; deben evitar que una misteriosa pirámide de bronce llamada Scarimadaen, que castiga a la condenación eterna a todo aquel que entra en contacto con ella, acabe con todos. Sus únicos aliados son un anciano, una organización secreta de la Iglesia en sus horas más bajas y un enigmático guerrero.
Puedes creer que eres consciente de la importancia de la confianza en uno mismo, pero en realidad, la autoconfianza tiene efectos en varios aspectos de tu vida sobre los cuales nunca antes habías pensado, por ejemplo:
La depresión se debe a la combinación de predisposición genética y cambios en el medio ambiente externo; uno de los factores externos más fuertes que pueden causar la depresión es la falta de confianza en uno mismo! Después de todo, la depresión ocurre debido a la falta de fe en las habilidades de afrontamiento de la persona y la falta de confianza en uno mismo es una de las cosas que hace que la persona crea que sus habilidades de afrontamiento no pueden salvarlo.
Si te sientes seguro de ti mismo, la crítica no te afectará en absoluto, la razón principal por la que nos sentimos mal después de que alguien nos critica es porque no estamos realmente seguros si lo que dicen de nosotros es verdad o no. Por ejemplo, si llevas puesto una camisa manchada y un amigo tuyo te dice que está manchada no te sentirás tan mal, pero si llevas puesta tu ropa normal y alguien te dice que te ves extraño podrías sentirte muy mal.
Mientras más confías en ti misma, tu malestar será mucho menor al ser rechazada; algunas personas nunca se recuperan de una ruptura porque se sienten sin valor tras el rechazo y no porque aman a esa persona. Lo mismo ocurre con las entrevistas de trabajo, una persona puede sentirse deprimida después de una entrevista de trabajo porque piensa que no es buena y no porque tiene una gran necesidad de trabajar.
Te sentirás menos ansioso cuanto más confías en ti mismo. Se experimenta ansiedad cuando no estás seguro sobre el resultado de lo que estás haciendo, y si eres lo suficientemente seguro de ti mismo no tienes porqué sentirte ansioso.
El estrés puede ser el resultado de poca autoconfianza, tener dudas en cuanto a tu capacidad para terminar tu trabajo a tiempo o no estar segura de tu capacidad para lidiar con tus problemas de la vida pueden resultar en estrés.
Sentirás menos celos en cuanto más confianza sientes en ti mismo. Los celos son el sentimiento que tenemos cuando sentimos que estamos siendo amenazados por otro competidor, si hubiéramos tenido suficiente confianza como para saber que no estamos amenazados no sentiríamos celos.
Serás más atractiva cuanto más confianza tienes en ti misma. Las investigaciones han demostrado que las personas que confían en sí mismas son percibidas como mucho más atractivas por sus coetáneos que sus amigos que carecen de confianza en sí mismos.
Las personas se enamoran de aquellas que tienen rasgos complementarios, y como la mayoría de las personas carecen de confianza en sí mismos, una persona humilde y segura de sí misma atrae amigos y amantes.
Y mucho más, te arriesgarás más, serás más convincente, tendrás más éxito y serás mucho más feliz.
Esta es la primera de 24 lecciones del programa terapéutico: Aprende a Confiar en Ti Mismo y Recupera Tu Autoestima. En esta lección aprenderás:
\- Fundamentos de la Autoconfianza y Autoestima
\- La importancia de la Autoconfianza
\- Definición de la Autoconfianza
\- Niveles de Autoconfianza
\- Los mitos que rodean la confianza en uno mismo y la autoestima
\- Cómo aparentar autoconfianza mediante lenguaje corporal y habilidades de comunicación
\- Señales que muestran falta de confianza en ti misma y baja autoestima
\- Cómo empezar y ejercicios importantes para dar inicio al camino de confiar en ti mismo y tener la autoestima que siempre quisiste
¿Quieres saber si le gustas a alguien? ¿Quieres saber si le gustas a esa persona en particular? ¿No sabes si alguien está jugando contigo o si de verdad te quiere? ¿Quieres saber quién piensa que eres atractiva o atractivo? Este libro es, sin duda, el mejor que hay para aprender a leer las señales de amor inconscientes que la gente envía todo el tiempo. Si le gustas a alguien, es posible que no te lo diga, por muchas razones diferentes, pero si realmente te quiere... su mente subconsciente revelará esta información. Este libro te enseñará cómo leer esas señales inconscientes de manera que podrás comprender verdaderamente si le gustas a alguien, o no, y serás capaz de detectar a quién le gustas desde lejos en el primer encuentro, hasta en los primeros 5 minutos. Este libro es diferente porque: 1) Tiene información correcta: La mayoría de las personas que escriben en Internet no están bien informados, y pocos de ellos han estudiado psicología, por lo que muchos de los consejos en línea acerca de saber si le gustas a alguien o no son completamente equivocados. Como experto en la psicología de atracción y el lenguaje corporal, me esforcé para recolectar en este libro toda la información correcta que puede ayudar a cualquier persona saber si le gusta o no a alguien. 2) No tiene consejos inferiores: La mayoría de la información correcta que se encuentra en línea sobre este tema son consejos inferiores, tales como "él te tocará con frecuencia", "ella te mirará a los ojos varias veces", etc. Aquí he escrito detalladamente todo acerca de las señales más complejas que la gente envía inconscientemente y revela sus emociones reales. 3) Es basado en la ciencia real: La mayoría de las personas escriben sobre estas señales en base a sus propias experiencias personales, en vez de escribir la información científica correcta. Por eso, la mayoría de ellos dan consejos incorrectos. Este libro está basado en psicología, comunicación no verbal, análisis conductual, PNL, psicología de Adler, psicología de la atracción, investigación científica, lenguaje corporal y los estudios de casos reales.
Según el historiador francés, Lamartine, el Profeta «...no sólo movilizó ejércitos, Imperios, pueblos y dinastías sino millones de hombres en un tercio del mundo entonces habitado; y más aún, él revolucionó altares, dioses, religiones, ideas, creencias y almas... Su vida, sus meditaciones, su revelación heroica contra las supersticiones de su país, y su valor en la lucha contra las furias de la idolatría; su firmeza de actuación durante trece años en La Meca ... su predicación incesante, sus guerras contra la incertldumbre, su fe en su éxito y su seguridad sobrehumana en momentos de desgracia, su paciencia en la victoria, su ambición completamente dedicada a una idea y en ninguna manera orientada a ensalzar un determinado Imperio; su rezo incesante, su conversación mística con Dios, su muerte y su triunfo después de la muerte; todo esto no atestigua sino una convicción firme ... y fue esta convicción la que le dio el poder de restaurar un credo. Este credo era doble, la Unidad de Dios y Su Inmaterialidad; lo primero dice lo que Dios es; y lo segundo lo que no es.» M. Fethullah Gulen da su interpretación única del profeta Muhammad, basada en una vida de estudio personal y lucha para cumplir con los estándares ideales llevados a cabo por una de las figuras más fascinantes surgidas en nuestro medio.
El inspector al cargo de la investigación descubre que el hombre asesinado sometió a sus compañeros de clase, siendo solo unos niños, a humillaciones y vejaciones difíciles de olvidar.Unos meses antes, un grupo de exalumnos asiste a una cena organizada por Aurora. En dicha velada, la víctima comparte mesa y mantel con algunos de los damnificados por su crueldad. De esta forma, lo que a priori se presentaba como una reunión cordial entre viejos amigos, acaba convirtiéndose en un pequeño acto de venganza. El inspector Ponce debe resolver un caso complejo en el que nada es lo que parece y donde lo razonable, se vuelve impredecible.
La protagonista, Amanda, decide emprender un viaje hacia el pasado. A lo largo de ese camino se irá encontrando con personajes que le trasmitirán la sabiduría de sus propias experiencias vitales. Los ejes centrales sobre los que gira la historia son el feminismo, el amor, la superación y el perdón al que todos aspiramos. Una novela que entre humor y vivencias, nos enseñará cómo la mujer ha luchado a través de los tiempos por la igualdad y por enarbolar la bandera del amor como emblema de algo que siempre debe ser bidireccional. La autora, además, nos sorprenderá con un final totalmente inesperado. Sinopsis: Amanda, una mujer casi septuagenaria, se halla instalada en la rutina que el devenir del destino y los largos años de matrimonio le han impuesto. Desde su casa de Madrid, recuerda a Gioacchino, el joven italiano que conoció en Roma en el año mil novecientos sesenta y cinco. Es entonces cuando Amanda decide dejar todo atrás y emprender un viaje para reencontrar no solo el amor, sino también el perdón con el que recuperar a la mujer valiente, luchadora y decidida que un día fue.
Ella era un sueño para mí. Me entusiasmaba demasiado al soñar con ella. Soñando que podía formar parte de su vida de cualquiera manera. Soñando que éramos el uno para el otro.Soñar demasiado hace que violemos muchas cosas. En algún momento de mi sueño he estado con ella en cada instante de su trayecto por la vida. Siempre he tenido ese don de soñar con cosas que no puedo tener.Pero volviendo al tema central, era esa clase de chico normal que junto a sus amigos intentó voltear el pedazo de isla donde nacieron con el fin de demostrarle al mundo que podemos hacer todo lo que queramos únicamente con proponérnoslo, que podemos tener cualquier cosa incluso aquello que la sociedad nos cohíbe pero debemos entender que hay cosas que son imposibles de obtener como por ejemplo: nunca ganare un Premio de la Real Academia de Ciencias, mucho menos me convertiría en presidente de la República y ni por asomo me convertiré en lo que la sociedad quiere que sea.Yo, Alexander Carbonelly Ledesma tuve una misión esa noche. Una noche en la que me encargaría de cambiar mi mundo y posiblemente el de todos los demás. Quizás les gustaría ponerle un recordatorio a esa fecha en su calendario porque fue uno de esos días que jamás se olvidarán, ya que después de lo sucedido nada volvió a ser igual ni para mis amigos, ni para mis compañeros, ni para mi familia y mucho menos para mí…
Andrés Tronos está cansado de su vida, por eso decide acabar con ella. Desde los doce años escucha una voz en su cabeza, muchos dijeron que estaba loco y otros que no había superado un trauma de la niñez. Ahora, deberá regresar a la casa de su infancia con su familia e intentar que los viejos secretos no salgan a la luz, por el bien de todos.
Peter es un joven médico con un prometedor futuro por delante. Pero un fortuito y traumático suceso trastoca su previsible existencia. A partir de entonces, su vida sufre profundos cambios. Entran en juego factores místicos que lo atormentan, cuestiones estrechamente relacionadas con la muerte. La búsqueda de respuestas lo lleva a emprender un misterioso viaje, que lo conduce hacia una insospechada e inimaginable experiencia.
Relatos como este te atraviesan el alma. Sus personajes permanecerán a tu lado mucho tiempo después de cerrar el libro. Este es una trama que te abre los ojos a un tema muy discutido, pero desde una perspectiva diferente. Probablemente este mundo distinto forma parte de tu realidad más cercana, pero esa proximidad a veces impide, paradójicamente, verlo con claridad y justicia. La otra mitad de mi vida, la primera novela de M. G. Hernández, reúne todos estos rasgos y nos los ofrece en un relato ciertamente muy posible y entrañable.
Marta Lizcano
Socióloga
Esta es, quizá, la historia de sueños inconclusos, los de José Tomás y Elvira, los padres de Clara; sueños que Clara consigue hacer realidad a través de Mateo, ahora sí hay que decirlo, el verdadero protagonista de esta historia. O, quizá, es la historia de Clara y el sorprendente giro que dio su vida al conocer por accidente a Mateo. O, tal vez, esta es la historia de Mateo, un ser especial que llegó por casualidad a la vida de Clara, en un lugar al que ella había llegado de casualidad. Es, entonces,
¿una historia de casualidades? Todas las vidas lo son, al menos en parte. Esta es, en definitiva y sin interrogantes, una historia de superación y bondad, de lucha y comprensión, de lágrimas alegres y tristes y de sonrisas tristes y alegres.
La otra mitad de mi vida tiene muchos recovecos en su narración, pero por encima de todo es la historia del alma rota y reconstruida de un luchador incansable, Mateo, y del alma enérgica de Clara.
Irene Muñoz Serrulla
Universo Maga
¿Qué sucedería si de pronto dos almas entrelazan su camino en busca de la felicidad?
Esa es la interrogante que plantea la escritora María Guadalupe Hernández en su libro La otra mitad de mi vida, que combina el presente con los pasados tiempos aciagos de la Segunda Guerra Mundial.
Clara y Mateo tendrán que enfrentarse a la maldad, ante las situaciones trágicas en las que se vieron implicados y luchar por el amor que sienten el uno por el otro.
El libro refleja el esfuerzo de los seres humanos de aliviar el dolor y el sufrimiento, y aborda la inteligencia del hombre ante los dolores y los desencantos de la vida.
Hernández, en su novela, critica el statu quo de la sociedad que define patrones de comportamiento y modos de expresión humana.
“Desde que nosotros nacemos nos encasillan y nos meten en una jaula”, expresó. Ejemplo de estas situaciones son los nombres con los que somos inscritos al nacer, nuestra disconformidad con nuestro género o las peleas que sostenemos con nuestros padres que contradicen el espíritu propio del hombre.
“El límite de nosotros es el cielo, pero muchos no pueden romper esa barrera”, agregó.
Jose Vilar
Periodista
“La otra mitad de mi vida” es una novela que nos deja con la esperanza de que pronto volveremos a encontrarnos con Clara y su vida. Una historia con toda una serie de conflictos personales y familiares que pueden desestabilizar, descarrilar, una vida común, pero Clara es una mujer hecha de acero.
Clara puede ser por momentos calculadamente racional, o puede mostrarnos una faceta más personal y emocional; la riqueza de los matices en sus sentimientos le facilita la diversidad de relaciones que mantiene y nutre.
Marcos G. Villasmil
Periodista
Una novela realista que, toca muchos temas actuales de una forma honesta y respetuosa. La historia de Clara y Mateo no es la típica historia de amor, es la historia de dos personas que a través del amor, logran sanarse y redescubrirse. Es de fácil lectura, pero su narrativa puede sorprenderte al dar un cambio que para algunos puede ser sutil pero que tiene mucha profundidad. Cada personaje fue creado con mucho detalle y el relato es tan específico que te transporta a cada lugar que los protagonistas visitan. Es una novela moderna que disfrute mucho leer.
Adriana Peña
Ingeniera
Cuando Harrison Beck se entera de que acompañará a su tío, el escritor de viajes, en el último viaje del Highland Falcon, no espera nada más que unos días aburridos a bordo de un viejo tren. Pero todo se volverá mucho más interesante cuando los príncipes suban para el último tramo del viaje. Sobre todo porque alguien ha cambiado el collar de diamantes de la princesa por uno falso, lo que significa que hay un ladrón entre los ilustres pasajeros del tren más elegante y glamuroso de toda Inglaterra.
Ahora todo está en manos de Harrison, quien usará su capacidad de observación para no dejarse llevar por las apariencias y descubrir al ladrón. Solo así podrá recuperar el collar y conseguir que el Highland Falcon no vea su leyenda empañada antes de su última parada…
Harrison nunca imaginó que viajaría a Estados Unidos… hasta que recibió una invitación de su fascinante tío Nat. Juntos, tienen planeado subirse a bordo del California Comet, que realiza un viaje de tres días entre Chicago y San Francisco.
Dentro de este icónico tren, nada es lo que parece y Hal se verá inmerso en un intrigante misterio cuando la hija de un empresario multimillonario desaparezca… Para dar con el malhechor, cuenta con la ayuda de dos nuevos amigos y un agudísimo sentido de la observación. ¿Podrá Hal encontrar al secuestrador antes de que el California Comet llegue a la estación final y todos los sospechosos sigan su camino?
El Comisario Barton es un hombre amargado, huye de un oscuro y tormentoso pasado que no lo deja avanzar. Lleva dos años en una ciudad donde nunca pasa nada grave. Durante una noche de frío invierno, con la niebla espesa que consumía toda la ciudad, encuentra el cadáver de una joven vestida con extrañas ropas. El Comisario no encuentra ni una sola pista que lo lleve a detener al asesino, eso lo tiene desquiciado.Han pasado días de investigación exhaustiva, sin que aún haya alguna señal para resolver el caso. Esta completamente cansado, esa noche pide una chica de compañía. Cuando abre la puerta, ve a la mujer y se queda atónito, delante de él se encuentra el espectro de la chica del callejón.¿Qué clase de broma le está jugando el destino?
El asesino busca a un mendigo. Sus cuellos rajados y un clavo antiguo atravesando sus bocas, son la marca de identidad de un psicópata que siembra una sombra sobre Madrid. Pablo Manrique, el nuevo inspector de policía será el encargado de llevar las investigaciones de esta siembra de asesinatos. Mientras tanto Diana, una bella mujer que sufre la pérdida de su madre, viaja a Madrid en busca de aquel padre que la abandonó cuando ella tenia cuatro años de edad. Con la urna que porta las cenizas de su madre y en el bolsillo, la vieja fotografía de su padre, comienza su búsqueda. En Madrid conoce a un apuesto Risto que se ofrece para ayudarla y sucumbe a la pasión de Diana en una locura de amor que se enfría tan pronto como prende. Diana descubre que han asesinado a su padre y decide regresar a su Barcelona natal, pero las cosas cambian y quiere participar en la investigación de los asesinatos, para descubrir quién miró a los ojos de su padre mientras este moría desangrándose. Un thriller sin escrúpulos, entrañable y fogoso. Todo un cóctel combinado a punto de estallar.
Una vez dentro del ascensor del hotel, se dio cuenta de que aquel era el momento más bajo que jamás había vivido. No solo iba a pedir ayuda para algo indigno, sino que iba a pagar para que se le devolviera su honor. M.G.Steinbrüggen es un estudiante de filosofía nacido en Barcelona el 1996. Durante toda su vida ha disfrutado creando personajes e historias, pero fue a la edad de catorce años cuando empezó a escribir todos esos pensamientos. Pese a que se trata de un escritor de ficción, él fue influenciado por la filosofía contemporánea alemana y sobre todo por el autor ruso Fiódor Dostoyevsky, así que en su obra se nota un cierto sabor de esos autores pese a hacer algo totalmente distinto. Demuestra gran pasión al crear historias de ficción, novela negra, fantasía y terror, siempre cargadas de un análisis psicológico que pretende llegar a lo más sincero de cada personaje.
Conseguí desintoxicarme. Lo hice, pasé por un infierno y me obligaban a seguir trabajando mientras lo hacía. Y una vez fuera, cuando creía que podía rehacer mi vida, me encontré con una pistola en la cabeza.
Entre los miles de africanos de origen asiático que se vieron obligados a abandonar Kenia cuando este país proclamó su independencia, se encontraba la familia del autor de esta novela, que ha convertido su experiencia personal en el tema fundamental de su narrativa.
Residente en Canadá, M.G. Vassanji obtuvo con esta obra el prestigioso Premio Giller del año 2003 gracias al soberbio retrato de un país que, atrapado entre el colonialismo y la independencia, sufre una descomposición brutal, debida tanto a los actores políticos como a las vivencias y dramas individuales de sus habitantes.
Desde su exilio canadiense, sin más compañía que sus recuerdos, Vikram Lall rememora con emoción e intensidad su vida anterior, dejando en manos del lector el juzgar si esta ha sido la de un hombre que tan solo se adaptó a la única realidad posible o la de un ser condenable que se aprovechó de las circunstancias para beneficio personal.
Keniata de tercera generación, Vikram vive a caballo entre la cultura hindú de su entorno familiar y la Kenia que adora. Situado en territorio «incierto», entre el mundo privilegiado de los opresores y el sufrimiento de los oprimidos, Vikram y su hermana Deepa, que nunca han estado en la India y consideran Kenia su única patria, tienen amigos de todos los orígenes y colores de piel. Sin embargo, los tiempos no son buenos para la armonía racial.
Vientos de cambio soplan en África para poner fin al mandato británico y la guerrilla Mau-Mau irrumpe con violencia en la vida cotidiana. Así pues, las circunstancias familiares del protagonista son los hilos con que el autor teje, con mano experta, un amplio tapiz histórico en el que las historias de amor y amistad desempeñan un papel tan determinante como la política.
Emily es una conciencia artificial diseñada para ayudar a los humanos a procesar los traumas, lo que resulta especialmente útil cuando el Sol empieza a morir cinco mil millones de años antes de lo que los científicos calculaban. La raza humana está condenada, pero Emily descubre que la solución podría estar en el genoma humano.
Por primera vez, podrás leer juntas las tres novelas del secreto mejor guardado del suspense histórico español: Mariano Gambin.
San Cristóbal de La Laguna, más popularmente conocida como La Laguna, en Tenerife, es una ciudad fascinante, desconocida, renacentista y barroca, es el escenario en el que interactúan cuatro personas sin aparente relación: el inspector Galán, la arqueóloga Marta Herrero, el aristócrata Luis Ariosto y la periodista Sandra Clavijo.
Sus pesquisas para solucionar asesinatos, secuestros, enigmas y fenómenos inexplicables se entrecruzan en el presente siguiendo rastros que se hunden en el pasado de la ciudad.
Cada uno tendrá una motivación especial para introducirse en una vorágine de acontecimientos que les sorprenderá, les sobrecogerá hasta poner a prueba sus más profundas convicciones.
En esta nueva versión modificada y basada en la novela de relatos "Yo, meretriz" se presenta la interesante colección de relatos en la que la autora plasma en sus líneas una fabulosa sensibilidad con respecto a los profundos sentimientos que del amor se derivan. Las historias marcan una gran diferencia entre ellas, pero con un factor común que refleja lo que el alma enamorada provoca en el corazón de cada uno de los personajes. Una frágil Althea sucumbe a las garras de un submundo de prostitución disfrazado por el lujo y la ostentación; cómo la anodina rutina mitiga las ansias de Matías; la relación a tres en la que Claudia se ha visto envuelta; una mujer viuda que en su madurez reconoce haber perdido media vida dedicada a los demás en sus años de matrimonio... En definitiva historias que encierran sus particulares dramas, vivencias, alegrías y emociones siendo el fiel reflejo, en su mayoría, de la vida misma.
Lidia es una mujer soñadora que desde la infancia siempre barruntaba la idea de dedicarse a la música. Casi siempre en sus momentos de ocio escribía canciones que de vez en cuando acompañaba con la guitarra en algún pequeño local de la ciudad. Un buen día llegó a sus oídos que en un teatro de Madrid se convocaba una audición y tras pensárselo mucho debido a su carácter tímido y taciturno acudió al evento. Poco podía imaginar ella que a partir de aquel momento todos sus sueños se iban a desbaratar, entre otras cosas, cuando el amor llamó a su puerta para ponérselo difícil. Es por eso que a lo largo de 13 años advierte de forma sorprendente cómo va cambiando su vida que atraviesa por diversos acontecimientos que apenas nada tienen que ver con los sueños que al principio pensó alcanzar para ella. ¿Será Arturo quien le robará definitivamente el corazón? ¿Acaso Marcos tiene la llave? ¿Quizá Juan sea el hombre con quien comparta su vida? ¿Y qué hay de Andrés? Éstas y otras impactantes razones son las que envolverán de emociones, vivencias y desazón su corazón. Lidia tendrá que enfrentar numerosos obstáculos, buenos y malos, que marcarán esos años en los cuales comete demasiados errores. Unos cuantos folios y un bolígrafo consiguen extraer de su interior en forma de canción sus más profundos sentimientos. Sin saberlo la vida está componiendo para ella una melodía cargada de emociones, desaciertos y adversidades donde el amor juega sus propias cartas haciéndole perder en casi todas las partidas. Solo queda una jugada pendiente y una melodía que terminar.
En esta interesante colección de relatos la autora plasma en sus líneas una fabulosa sensibilidad con respecto a los profundos sentimientos que del amor se derivan. Las historias marcan una gran diferencia entre ellas pero con un factor común que refleja lo que el alma enamorada provoca en el corazón de cada uno de los personajes. Una frágil Althea sucumbe a las garras de un submundo de protistución disfrazado por el lujo y la ostentación; cómo la anodina rutina mitiga las ansias de Matías; la relación a tres en la que Claudia se ha visto envuelta; una mujer viuda que en su madurez reconoce haber perdido media vida dedicada a los demás en sus años de matrimonio... En definitiva historias que encierran sus particulares dramas, vivencias, alegrías y emociones siendo el fiel reflejo, en su mayoría, de la vida misma.
En el siglo XII, los salvajes y bárbaros musulmanes que están bajo las órdenes de Abu Yacub Yusuf han invadido la ciudad de Qarzis, la ciudad más disputada de la Reconquista. En la actualidad, Cáceres es una capital con gran riqueza cultural y atrae a gran cantidad de estudiosos de todas partes del mundo. Andrea es la misteriosa alumna que rebate las enseñanzas de Álvaro Dávila, profesor de la Universidad en la que imparte Historia del Arte. Ambos son pacientes de Montaña, una prestigiosa psicóloga que colabora con la policía en la resolución de algunos crímenes y que, ante su asombro, tendrá que hacerlo también en esta ocasión cuando se descubre que Álvaro Dávila ha sido asesinado. Montaña descubrirá que en Cáceres existe una red de familias poderosas que tienen el control de la ciudad. El reverendo Julio Céspedes llega a Cáceres con la intención de pasar unos días de vacaciones. Conocido por su poca empatía, será vigilado en todos sus movimientos por sus superiores. Pero ¿quién le teme y por qué?
«No queda otra…» Es la respuesta de Mayra Abascal cuando, tras la brutal muerte de sus padres a manos de ETA, decide ingresar en la Academia Militar rompiendo todas las normas y convenciones sociales de la época. Desde ese momento, su vida queda ligada al terrorismo, nacional e internacional, y al CNI. Hará de su profesión una forma de vida en la que su familia será el principal y único damnificado. Pero todo tiene un precio, y el coste personal termina pasándole factura obligándola a romper con su vida y empezar de nuevo. Sin embargo, cuando Helena, su resentida hija le pide ayuda para encontrar El Irlandés, un carísimo y cotizado violín Stradivarius que ha desparecido, Mayra no dudará en dejar su cómoda vida en Madrid y volver al terreno de juego. Su mente, estratega e inteligente, trazará un arriesgado plan para atraer al ladrón y ganarse el cariño de su hija. Volverá al mundo en el que fue adiestrada, en el que nada es lo que parece: agentes dobles, espías, terrorismo y paraísos fiscales. Para recuperar El Irlandés, Mayra viajará desde la mágica Isla de Mann, hasta la enigmática Doha, pasando por Ginebra, Cremona y Estambul. Pero no estará sola: contará con sus inestimables contactos en el servicio secreto español y con Vadim, un afamado violinista en nómina del servicio secreto de Su Majestad.
Un año después de la desaparición de una joven noruega en una isla perdida del Atlántico, las autoridades contemplan consternadas el trágico descenso del turismo escandinavo. Sin pruebas con las que inculpar al principal sospechoso, la joven Maya Masada pone en marcha un arriesgado plan cuyos cimientos se forjarán bajo la tutela de un antiguo psiquiatra ex colaborador de la Cia. Para llegar hasta el asesino tendrá que aprender cómo funcionan los engranajes de su mente.
Klaus Vegner, capitán de la policía de Twente, termina sus días inocentemente abandonado a su propia obsesión por resolver el aparente suicidio de un científico colombo-holandés, un caso absurdamente cerrado por él mismo días previos a su retiro del servicio, quizás impulsado por la imposibilidad de desarticular la incoherencia de los hechos. Tres años más tarde, un joven e inquieto agente de la policía de Barcelona y oficial de Interpol, Marcos Gandara Verastegui, es convenientemente trasladado a Holanda con el fin de apoyar a la División Antinarcóticos de la policía de Twente. En el momento exacto, mientras se familiariza con su nuevo entorno, se encuentra por azar con el caso y gestiona su reapertura: según su criterio, existen cabos sueltos que son evidentes. En un periplo lleno de decepción, aprendizaje, traición, emoción, latencia y muerte por temas de conflictos individuales que se supone que la sociedad ya ha superado con creces, y alguna que otra incongruencia inmersa en evidencias sutilmente ocultas y dispersas entre Holanda, Francia y Colombia, emergen elementos complejos y de difícil conexión con la realidad que Marcos solo percibe en apariencia.
Libre al fin de un matrimonio infeliz pero repudiada por sus suegros, Chieko se enfrenta a un futuro incierto de regreso al hogar paterno. No solo el tránsito por las vías se ha convertido en una actividad peligrosa por la presencia de un demonio que asesina mercaderes por los caminos, sino que el desasosiego también se presenta en la residencia de sus padres, desaparecidos sin dejar rastro. ¿Podrán Chieko y Takashi, su inesperado guardaespaldas, desvelar el misterio? ¿Qué oscuro secreto oculta la villa de Yakase?
#### Láveth
Durante miles de años, los lavithios, seres con habilidades sorprendentes que viven ocultos de los humanos, han sufrido una guerra interminable entre el bien y el mal.
Tras unirse al grupo de los reacios, que por años han buscado romper con la paz que los altos mandos del mundo lavithio han intentado lograr, Joshua, un lavithio de 16 años, es sentenciado por haber asesinado a una de las mujeres más importantes de su mundo.
Dictado a vivir entre los humanos, Joshua deberá recuperar las llaves Trígulus que antes robó para los reacios. Arrepentido de sus acciones deberá hacer uso de todas sus fuerzas para que el último vestigio de los dioses antiguos no termine en las manos equivocadas, pero no estará solo, en el camino encontrará aliados que le ayudarán a recuperar el prestigio que perdió ante su raza; así como enemigos que tratarán de unirlo a sus filas por un poder que ni él mismo imagina tener.
#### ¿Joshua podrá regresar al buen camino o será tentado nuevamente por los infames reacios?
Menos de un año después de la batalla de Yavin Los habitantes de Rhamalai han escogido una vida sencilla y sin tecnología, y han vivido durante siglos tranquilos y apartados de la República. Nadra Enasteri espera que la llegada del Imperio signifique que su madre enferma recibirá cuidados médicos más avanzados. Denel Moonrunner, al igual que muchos otros hombres jóvenes ha sido reclutado al Ejército Imperial justo cuando estaba por solicitar su acceso a la Academia. Muchas cosas van a cambiar ahora que el Imperio ha decidido explotar más eficientemente los fértiles suelos de Rhamalai convirtiéndolo en un planeta agrícola que alimente a las tropas imperiales.
En el año 996, el rey Ólaf de Noruega condena a los hijos de Jonstein a una peregrinación a Jakobsland, (Compostela) en una ruta que se populariza cada vez más, para poder perdonar sus delitos de sangre. Junto a ellos viajará el escaldo del rey, para dar cuenta de sus actos y hacer crónica a su regreso. La enfermedad y las tormentas les hacen desembarcar antes de tiempo en una playa de la costa norte gallega donde, tras acogerse a sagrado en una ermita cercana, recibirán ayuda por parte de una peculiar familia local.
El propio Finley se encarga de describir la naturaleza de esta obra; es, dice, "el retrato de una sociedad, fundamentado en la lectura minuciosa de la 'Ilíada' y de la 'Odisea', apoyado por el estudio de otras sociedades para elucidar ciertos puntos oscuros de los poemas". Libro polémico en el ámbito de los estudios homéricos, combina las nociones de la moderna antropología -e incluso de las ciencias sociales- con el acervo del conocimiento clasicista; así, Finley se propuso desde un principio redactar un texto complejo, pues complejos son los problemas planteados por esos "puntos oscuros" de los textos homéricos. La vida ortodoxa, que sostenía el carácter íntegramente micénico del universo homérico, fue liquidada por los desciframientos de las tablillas micénicas y por la arqueología. Así, la filología y la investigación directa terminaron por darle la razón a M. I. Finley, quien sostenía desde la primera edición de 'El mundo de Odiseo' la naturaleza plural de los poemas. La discusión no está cerrada; pero un libro como éste resulta el mejor instrumento para la meditación y la investigación.
Dicen los expertos que la única manera de que la humanidad recobre la alegría genuina es mostrar cómo hemos llegado hasta aquí. La historia en general; que debería ser ni más ni menos que eso mismo —lo que del pasado interesa todavía al presente— tiene muchas veces una máscara monumental que asusta más que enseña; porque termina en historia de guerras o en enunciados institucionales. Es la cultura; y su crecimiento; lo que en verdad marca la evolución de los humanos y de los pueblos. HISTORIA DE LOS LIBROS tiene ese particular relieve y ese notable interés; porque preserva a través del tiempo y los idiomas a que ha sido vertido; un alcance didáctico y formativo que tiene total vigencia. Aquí se comprende las razones por las cuales los pueblos en movimiento; los que se atrevieron a sortear las fronteras de la aldea y del prejuicio loca lista o regional; debieron hallar símbolos para comunicarse y mantener la memoria de sus transacciones. De ahí la escritura; hecha de la manera y con los materiales al alcance de las diversas culturas; y de ahí también las transformaciones sucesivas de los signos que fueron adquiriendo paulatinamente la significación generalizada; que hasta el día de hoy disfrutamos. El hecho de que se transportaran esas primeras escrituras a la imprenta; dando lugar a la formación del libro moderno; marca una era de la civilización occidental y de la cultura de todos los tiempos; que es necesario abordar desde la fuerza creativa de la invención y la vocación de saber que encierra la lectura. Y es esta última característica la que nos religa con los hombres que encarnaron esa vocación de acceder al saber y al conocimiento; porque late en cada criatura que hoy; en el umbral del año 2000 de nuestra era; sigue interesándose por la transmisión de las cosas y los hechos que marcan la historia del hombre sobre la tierra. Escrito con sencillez y profundidad a la vez; es una ventana hacia la percepción y la confianza en un futuro confiable; abierto por el libro; los libros; que son la mejor vía hacia la libertad creativa.
Dos opciones. Un único superviviente. Una chica sale del bosque casi moribunda. Su historia parece increíble. Pero es verdadera. Cada una de las terribles palabras que pronuncia. Días después otra persona aparece en similares circunstancias. Poco a poco comienza a quedar claro un modo de actuar. Alguien está secuestrando a sus víctimas por parejas, las recluye y les hace afrontar un dilema: matar o morir. ¿Qué preferirías: perder la vida o perder la razón? La inspectora de policía Helen Grace ha tenido que hacer frente a sus propios demonios y ha llegado a lo más alto. Mientras dirige esta investigación para dar caza al monstruo que anda suelto descubre que quizá sean los propios supervivientes quienes tengan la clave para resolver el caso. Y, a menos que lo consiga, morirán más inocentes.
El cadáver de un hombre es encontrado en una casa vacía. Le han arrancado el corazón y se lo han enviado dentro de un paquete a su mujer y a sus hijos. Es solo la primera víctima y la inspectora Helen Grace sabe que no será la última. Pero ¿por qué un hombre felizmente casado estaba tan lejos de su casa en mitad de la noche? Los medios de comunicación hablan del culpable como de un Jack el Destripador al revés: un asesino en serie a la caza de hombres que llevan dobles vidas ocultas. Helen huele la ira que esconde cada asesinato. Pero lo que no puede predecir es lo inestable que es el asesino… o lo que le espera al final del caso.
Una alucinante aventura en el interior de la Inteligencia Artificial. Una fascinante aventura sobre inteligencia artificial que gustará a los fans de La puerta de los tres cerrojos. Una apasionante mezcla: aventura y fantasía + ciencia y tecnología. «Algunas novelas ayudan a los jóvenes a vivir en el mundo de hoy. El Sueño de Mia prepara a los jóvenes para el mundo en que vivirán a partir de mañana. Imprescindible.» - CÉSAR MALLORQUÍ « Una aventura trepidante para las y los jóvenes científicos del mañana. Una novela que es como ver una película.» - ELIA BARCELÓ «¿Cómo se puede escribir una novela de aventuras trepidante que nos descubra tanto sobre Inteligencia Artificial y nos permita, además, pensar sobre los aspectos más profundos de la existencia? Marta R. Costa-jussà y M. J. Bausá lo han conseguido.» - CARE SANTOS. SINOPSIS DE EL SUEÑO DE MIA: Las vacaciones comienzan con una gran noticia para Jan, un chico de catorce años cuya gran afición son las matemáticas. ¡Ha sido aceptado en el exclusivo curso de verano de Exya, el centro de Inteligencia Artificial más importante del mundo! Allí, descubrirá milagros tecnológicos que parecen rozar la magia y conoce al resto de alumnos. Entre ellos, destaca Laura, una intrépida programadora de su misma edad con una gran facilidad para meterse en líos. Una noche, por error, ambos activan un experimento secreto y ¡son teleportados al interior del mundo virtual de la Inteligenia Artificial! Junto al despistado Mat y la valiente Wav, dos vectores de los que se hacen amigos, recorren La Facultad, el lugar donde los vectores asisten a duros entrenamientos con datos y algoritmos para formar parte de las mejores aplicaciones. Pero un siniestro villano que proviene del mundo real amenaza con dominar a las criaturas que habitan ese maravilloso mundo virtual. Y quien domine la IA, dominará el mundo. ¿Podrán nuestros amigos resolver el tenebroso misterio? ¿Se habrá roto para siempre el equilibro entre seres humanos y máquinas? ¿Está la humanidad preparada para una Superinteligencia Artificial? El sueño de Mia es una aventura de fantasía y ciencia ficción que aborda el tema de la Inteligencia Artificial, uno de los temas de moda del momento, que se presenta con una maqueta muy dinámica y atractiva e ilustraciones en blanco y negro. Prologado por Sonia Fernández-Vidal, autora de La puerta de los tres cerrojos.
Aris ha tenido un terrible año. Y debido a eso, decide que quiere alejarse de su vida anterior y comenzar una nueva en otra ciudad. Elena ha roto su compromiso. Ya no se va a casar con su novio de toda la vida. Aris no está preparado para volver a enamorarse. Elena ha jurado que no volvería a hacerlo. Un virus, una cuarentena, la cola de un supermercado y Olivia, la vocecita que escucha Elena en su cabeza, su Pepito Grillo particular, se confabulan para cambiar todo ello. Sumérgete en una divertida y romántica historia en tiempos de confinamiento, que te demostrará que hasta en las peores situaciones, el amor puede surgir.
Gloria es divertida, independiente divertida, extrovertida, alegre e impulsiva, adicta a las zapatillas Converse y al color rosa. Pero ha dejado de creer en el amor. Héctor es reservado, nunca se ha enamorado y tiene un pasado del que no se siente orgulloso. Un pasado que amenaza con volver a su presente. Ella se muere por decir de nuevo Te Quiero Él nunca ha pronunciado esas dos palabras. Ellos no tienen nada en común. Pero ambos se han convertido en la serendipia del otro.
«Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper». Ellos se conocen desde niños y un hilo rojo adorna sus muñecas desde entonces. Un hilo que de tanto estirarse está a punto de romperse para así convertirse en la excepción que confirma toda regla. Él es Junior, hijo de Aris y Elena. Ella es Vicky, hija de Héctor y Gloria. Hay personas que están destinadas a ESTAR. Hay personas que están destinadas a SER. Pero ellos están destinados a SER y ESTAR. Si te enamoraste de la historia de Aris y Elena o de Héctor y Gloria, la de Junior y Vicky te llegará hasta el corazón.
1935\. En algún lugar de Buenos Aires, Alicia, o la sombra de la que un día fue, busca la perdición de su verdugo. O, quizás, sea la suya propia.
El fantasma de mi inocencia
Julia lo tiene todo: salud, un buen trabajo y una relación consolidada. Pero el jugar con fuego puede tener sus consecuencias y poner en peligro todo lo logrado… ¿Podrá remediarlo antes de que sea demasiado tarde?
Hogar (Donde reside el corazón)
Irina está en lo más alto de su carrera. Para llegar allí, no siempre ha jugado limpio, y al estar en la cima piensa que nada puede alcanzarla y que está por encima del bien y del mal. Pero pronto descubrirá que hay algo más fuerte que siempre lo pone todo en su lugar…
El canto del cisne
Barcelona, una inminente boda y dos mujeres, Elisabeth y Yisel, con un pasado en común, más complejo de lo que nadie podría imaginar y con más heridas de las que pueden soportar. ¿Podría ser la boda de Elisabeth con Marc lo que ponga fin a la difícil situación de ambas? ¿O tiene el destino sus propios planes para sus vidas?
Amor y destino
Infierno, Purgatorio y Paraíso. Cuatro relatos independientes entre sí, cuatro historias con elementos fantásticos y paranormales que abordan los sentimientos y emociones más profundos, intensos e incluso oscuros que puede albergar el alma humana: celos, venganza, despecho, deseo, deslealtad, arrepentimiento y soberbia, unidos todos por el mismo hilo conductor, por dos fuerzas más poderosas que todo ello…
Amor y Destino
Mar es una brillante ingeniera que cruza el océano tras obtener el puesto de trabajo de sus sueños, en una de las empresas más importantes de Los Ángeles.
Dave es un músico californiano de una banda local de hard rock, que sobrevive con varios trabajos mal pagados para conseguir una vida mejor para su hermana.
Ella sueña con triunfar como ingeniera de sonido hasta que unos ojos de color azul eléctrico se cruzan en su camino. Él sueña con ser estrella de rock, hasta que una chica con nombre de océano cambia sus planes por completo.
De la autora de historias interactivas, con más de diez historias publicadas y más de un millón y medio de lectores online, llega la adaptación a novela de la historia más querida por el público. Una historia cargada de electricidad que envolverá el corazón del lector.
Nadie sabe cuándo comenzó El juego. Hay cientos de leyendas, pero nada es certero. para algunos es un honor; para otros, una barbarie. Ambos bandos se enfrentarán cuando el nacimiento de una niña marca el comienzo del fin y promete acabar con el sádico juego. Pero hay un problema: creyendo que aquella niña no posee poderes, es apartada de ese mundo de guerreros y crece ignorando su verdadero destino y potencial. ¿Podrá volverse una digna contrincante a tiempo? ¿O sus enemigos la encontrarán antes para desafiar la profecía?
Carmen es la nueva directora de la universidad Juan Bosco. Sus problemas no son pocos: enfrentarse contra todo un consejo escolar que solo la ve como una cara bonita, preocuparse por el vicepresidente en funciones Eduardo Rodríguez, el cual siente como si ella le hubiera robado el puesto y, por si fuera poco, lidiar con el nuevo profesor de historia, Juan Azpilicueta, y su singular manera de ser. Pero Juan está dispuesto a hacer todo lo posible para que Carmen lo vea como algo más que un simple compañero de trabajo
¿Existe algún lugar seguro?
María muere apuñalada en el lugar más seguro del mundo: la isla privada de Antonio Abelard. Argus del Bosque, un talentoso comisario de la Policía Nacional, recibe la orden de encargarse de la investigación. El crimen tiene un carácter ritual, lo que despierta el temor en la familia Abelard de que se trate de una secta que ya actuó contra ellos en el pasado. El destino de la joven acaba con la tranquilidad de todos los habitantes de la isla. Argus debe resolver el misterio para que Marañón vuelva a ser un refugio seguro, pero conseguir su objetivo significará enfrentarse a intrigas, prejuicios, testigos hostiles, fuerzas naturales, y un asesino que está dispuesto a todo para evitar que lo descubran. Incluso a volver a matar.
Durante la investigación, Argus volverá a encontrar el amor y se enfrentará a fantasmas que ya creía olvidados, pero que irrumpirán en su vida para seducirlo y atormentarlo por igual. Después de su paso por Marañón no volverá a ser el mismo, si consigue salir con vida...
Suspenso y acción desde el principio hasta el final
Un asesino brutal que amenaza la paz de una pequeña ciudad de España…
El homicidio de una anciana es el primero de una serie de crímenes diabólicos que desconciertan a los detectives de la comisaría de «San Celedonio», en Calahorra. En una carrera contra el tiempo, la conflictiva inspectora Luisa Burgos deberá ocuparse de la investigación criminal. Junto a cada cadáver encuentran una nota con un acertijo, donde el asesino usa palabras crípticas para señalar quién será la próxima víctima. Las autoridades disponen solo de veinticuatro horas para descifrarlo. De lo contrario, otro inocente morirá...
Un policía decidido a descubrir el misterio que rodea su pasado…
A su regreso de Marañón, Argus renuncia a la Policía para investigar los hechos que rodearon su propio secuestro cuando solo era un niño, pero su superior no está dispuesto a perder a su mejor detective y hace lo posible por retenerlo. Además, el comisario se enfrenta a barreras legales que le impiden acceder a la información que es vital para lograr sus objetivos.
El tiempo apremia… Si Argus quiere encontrar respuestas deberá emplear todas sus habilidades para enfrentar al criminal más astuto y peligroso que ha conocido.
Desesperado ante la situación, el comisario de «San Celedonio» le pide ayuda a su viejo amigo Bejarano, quien presiona a Del Bosque para que colabore con la Policía de Calahorra, a cambio de permitirle avanzar en su extraña investigación personal. Si Argus quiere descifrar su pasado y también acabar con la ola de asesinatos que azota a la ciudad riojana, deberá descubrir quién es Enigma y detenerlo, aunque para ello deba superar la resistencia de la inspectora encargada del caso, mientras enfrenta a un asesino que no tiene reparos en eliminarlos a él y a su nueva compañera.
Un hombre muere asesinado en plena Gran Vía de Madrid… Y solo es el comienzo. La Policía se enfrenta a una serie de homicidios que tienen un factor en común. En cada uno, el asesino firmó con una runa y demostró habilidades poco comunes en la ejecución de sus crímenes. Todas las evidencias apuntan a un solo sospechoso: el comisario Argus del Bosque. Inmerso en la búsqueda de la verdad con respecto a su pasado, Argus será el blanco de la persecución de sus propios compañeros, al mismo tiempo que se convierte en la presa de un despiadado asesino. Aun siendo fugitivo de la Policía y la Guardia Civil, y reticente a involucrar a su familia, Argus deberá afrontar la investigación más difícil de su carrera, al mismo tiempo que conjura los fantasmas de su traumática infancia. Contra todo pronóstico, estará obligado a tener éxito o perderá su libertad y tal vez, hasta su vida.
Luisa se disponía a coger el autobús para regresar a su casa, pero nunca llegó. La muerte se interpuso en su camino. ¿Quién asesinó a la joven dibujante y por qué? El comisario Padilla les encargará el caso a dos de sus subalternos más jóvenes: el inspector Arteaga y el subinspector Salazar, el novato. Néstor deberá afrontar su primer caso de homicidio, al mismo tiempo que perfila su estilo de trabajo, siguiendo la guía de un comisario muy astuto.
Un político muere en forma repentina durante un mitin en Haro, La Rioja. El inspector Néstor Salazar y su nueva compañera, la subinspectora Sofía Garay, son los llamados a determinar si se trató de un homicidio, pero la situación se hace más compleja cuando la investigación comienza a revelar que las apariencias resultan muy alejadas de la realidad. Nuevas muertes complican el caso, mientras la subinspectora comprende que el propio inspector tampoco es lo que parece.
Un comisario que ha pedido traslado desde Tenerife lleva a cabo una investigación paralela sobre una tragedia ocurrida en su familia veinte años atrás, algo que no dejará indiferente al inspector.
Recopilación de cuentos que se desarrollan después del tercer libro de la serie. La desaparición de Tamara. Un enigma sin resolver. Ha pasado una década desde que Tamara desapareció de su propia casa sin dejar rastro. El inspector Salazar se verá obligado a enfrentar el misterio y descubrir cuál fue el destino de la joven profesora. ¿Te gustaría seguir a Néstor mientras se adentra en una trama de mentiras, engaño y corrupción, que pondrá a prueba su ingenio? Cada pista reveladora acercará a Salazar a la impactante verdad. ¿Conseguirá resolver el enigma, cerrar la brecha y devolverle la paz a la familia de la víctima? Acompáñalo en esta emocionante aventura de intriga y suspense que te dejará en el borde del asiento hasta el final. El espejismo del engaño. El atroz asesinato de una reconocida abogada en un tranquilo vecindario de Haro sacude a la ciudad. Salazar y su compañera deberán emplear todas sus habilidades para enfrentarse a esta nueva investigación. Aunque las escasas evidencias señalan a un único sospechoso, todas son circunstanciales e insuficientes para convencer a los jueces. Además, la verdad podría ser más esquiva de lo que parece, y estar escondida bajo una maraña de mentiras. ¿Podrán Néstor y Sofía resolver el enigma y evitar que el asesino quede libre para siempre? Descúbrelo entre las páginas de este libro. Una noche de gatos. Alejandro no regresó a casa con su mujer y su bebé, y su vida pende de un hilo. Sumérgete en una emocionante aventura llena de intriga y suspenso, en la que cada minuto cuenta. ¿Serán capaces Salazar y su equipo de salvar al joven padre, antes de que el tiempo se agote? Síguelos en esta trepidante carrera y descubre qué sucede cuando el reloj avanza inexorable, y la vida de un inocente está en juego. ¿Conseguirán rescatarlo a tiempo? No te quedes sin saberlo.
Nadie se siente seguro en Haro. Un peligroso asesino amenaza la tranquilidad habitual de la ciudad. Su modus operandi no deja lugar a duda de que se trata del mismo criminal, pero no actúa solo… Salazar y sus compañeros deben detenerlo, antes de que vuelva a matar. No será fácil. ¿Cómo escoge a sus víctimas? ¿Qué hay detrás de la ola de crímenes? ¿Quién será el próximo? Nadie está a salvo. El inspector jefe deberá emplear toda su experiencia y astucia para resolver el caso, al mismo tiempo que hace esfuerzos por reconstruir sus sentimientos y darle un nuevo rumbo a su vida personal. ¿Lo conseguirá?
Cuando el arte se tiñe de sangre, la justicia pide un lienzo en blanco. El extravagante inspector Salazar y su astuto compañero Telmo se adentran en el sofisticado mundo del arte, cuando el renombrado pintor Héctor Raga Costa cae muerto durante su propia vernissage. Una muerte por choque anafiláctico que parece un accidente se transforma en un oscuro entramado, desde el momento en que descubren que alguien impulsó el final del artista con malévolo ingenio. Pero ¿por qué alguien querría matar al hijo ilustre de Haro? Bajo las lluvias de un otoño que enfría el alma, los policías de San Miguel enfrentan una sombra del pasado, que traza un cuadro de venganza y obsesión. A medida que los pinceles del destino pintan una macabra obra maestra, surge la figura de un asesino que parece ser un fantasma. La venganza se oculta en las sombras, vestida con el manto de un enigma que solo puede desentrañar el más agudo de los investigadores. Ahora, la oscuridad que persiguen también amenaza lo más preciado para Salazar y Telmo: sus seres queridos. En un letal juego de engaños, deberán desenmascarar al asesino, antes de que las sombras engullan lo que más aman. «El Gato bajo la Lluvia: Crónica de una Venganza» es un relato donde cada pincelada es un susurro, cada cuadro un misterio y cada gota de lluvia un eco del pasado, que se niega a morir. ¿Podrá el inspector Salazar develar los oscuros secretos y atrapar al asesino, antes de que la cortina caiga sobre este retorcido juego del gato y el ratón? Una novela policial que atrapará al lector desde la primera página. Arte, venganza y misterio se entrelazan en una sinfonía de suspenso que no podrá dejar de leer. «Cuando el gato sale bajo la lluvia, es que algo se esconde en la penumbra…»
En la tranquila ciudad de Haro, La Rioja, la primavera trae consigo un hallazgo escalofriante. Un vecino descubre algo inimaginable durante su paseo con su mascota: un hombre y una mujer han sido enterrados en un descampado. Sus vidas parecían haber sido detenidas en seco, sin previo aviso, como si un reloj siniestro hubiera marcado su fin. El inspector jefe Salazar y su perspicaz compañero Telmo se enfrentan a uno de los casos más desconcertantes de sus carreras. A medida que profundizan en la investigación, una red de engaños y mentiras comienza a desenmarañarse, rodeando a las víctimas con sombras de traición y misterio. Cada pista desenterrada plantea nuevos enigmas, y cada revelación sacude los cimientos de su comprensión. En su búsqueda de la verdad, Salazar y Telmo descubren un adversario que siempre parece estar un paso adelante. Este ingenioso enemigo desafía constantemente sus habilidades, llevándolos a cuestionar su capacidad para resolver el caso. «El gato y el juego del ratón. Cazando sombras» es una novela que te atrapará desde la primera página, con giros inesperados y desenlaces sorprendentes que te mantendrán en vilo hasta el final. ¿Podrán Salazar y Telmo desenredar la maraña de mentiras antes de que el asesino vuelva a atacar? Cada sombra guarda un secreto y cada verdad, una traición. ¿Te atreves a acompañar al gato en el juego del ratón?
¿Qué ocurre cuando un asesino puede atravesar fácilmente las barreras defensivas de sus víctimas porque estas le permiten hacerlo? «La sirena de la ambulancia rompió el silencio de la noche de Haro, mientras las luces de emergencia destellaban en la oscuridad. Dentro del área de tratamiento, un médico y un enfermero se afanaban en detener la hemorragia del paciente que yacía sobre la camilla. Sofía se esforzaba en contener las lágrimas, mientras contemplaba el rostro cada vez más pálido de Salazar. El gotero, puesto a chorro, alimentaba las venas del herido, en un intento de mantenerlo con vida…». Durante la celebración de la Semana Santa en Haro, lo que en un principio parecía un hecho puntual, el suicidio de un adolescente, se convierte en una pesadilla para el inspector jefe Salazar y sus compañeros, cuando comienza a suceder repetidamente entre jóvenes que no mostraban ningún indicio que hiciera sospechar esa tendencia. Mientras Salazar se concentra en hallar la respuesta para que no sigan muriendo chicos inocentes, la subinspectora Garay se embarca en una investigación para detener a un asesino profesional que ha jurado que Néstor Salazar será su próxima víctima.
La comisaría de «San Miguel» concentra sus esfuerzos en la investigación del secuestro de un niño en Haro (La Rioja), mientras el inspector Salazar se encuentra en una asignación especial. Cuando el desarrollo de los acontecimientos culmina en un desenlace y uno de los secuestradores aparece muerto con una nota suicida atribuyéndose la culpa, el comisario Ortiz comienza a recibir presiones para que cierre el caso. Ante su negativa él mismo resulta extorsionado y se ve obligado a llamar a Néstor para pedirle ayuda. Salazar abandona la asignación para ayudar a su hermano, pese a las consecuencias que puede acarrearle tal decisión y se avoca a una investigación contra el tiempo que no admite fracaso porque está en juego la vida de alguien muy importante para él…
Mientras Haro se prepara para las fiestas navideñas, una llamada rutinaria se convierte en un caso de dimensiones insospechadas que pone a prueba la astucia del inspector jefe y la eficiencia de sus compañeros de la comisaría de «San Miguel». La puesta en escena de un triple homicidio para que parezca un accidente dispara todas las alarmas, dando inicio a un despliegue de actividad por parte de todo el equipo. Deben resolverlo deprisa, porque de ello depende la salvación de muchos inocentes. Al mismo tiempo, la vida personal de Salazar se ve sacudida por un acontecimiento inesperado que le imprime un giro desconcertante. Nada volverá a ser lo mismo. Vuelven el inspector Salazar y sus compañeros en un relato de suspense e intriga que no dejará indiferente a ningún lector, con nuevos personajes, anécdotas y situaciones que ponen en aprietos al entrañable inspector. La historia además de intriga proporcionará emociones y mucha diversión a quien acompañe a los personajes a las calles de la ciudad, para compartir esta nueva aventura policíaca.
El inexplicable asesinato de una anciana enfrenta a Salazar a una situación difícil cuando su mejor amigo es acusado y detenido. Deberá emplear toda su inteligencia y experiencia para convencer a sus colegas de la inocencia de Gyula. Mientras Néstor se esfuerza en ayudar a su compañero de infancia, su hermano Santiago recibe amenazas a causa de un oscuro secreto de su pasado que también afecta al inspector, y cuya investigación los conducirá a un resultado desconcertante y peligroso.
Salazar deberá enfrentarse a un crimen desconcertante, al mismo tiempo que atraviesa por uno de los momentos más difíciles de su vida personal. En un barrio elegante de Haro asesinan a toda una familia durante la celebración del cumpleaños de uno de sus miembros. Todos los Acosta están muertos excepto el hijo menor, a quien encuentran en su habitación drogado, dormido y con el arma homicida en la mano. A pesar de la brutalidad del crimen, la resolución parece muy sencilla a primera vista, hasta que Salazar encuentra evidencias que le hacen sospechar que hay mucho más detrás del aparente parricidio y fratricidio. Conforme avanza la investigación, los detectives de «San Miguel» descubren que los Acosta ocultaban secretos inconfesables que los convertirían en el objetivo de la venganza de un gran número de personas, algunas en extremo peligrosas… Incluso para el propio Salazar. Al mismo tiempo, don Braulio le pide ayuda a Néstor para encontrar a dos jóvenes que se fugaron y perdieron el contacto con sus familias. Lo que en un primer momento parece una chiquillada sin importancia, adquiere carácter oficial con la aparición de un cadáver. Dependerá de Salazar y su equipo detener al homicida antes de que haya nuevas víctimas…
Porque la vida puede volverse del revés en pocos minutos. Salazar se enfrentará a uno de los casos más desconcertantes de su carrera cuando encuentran el cadáver de un hombre sin identificación al pie de los Riscos de Bilibio. ¿Se trató de un suicidio? ¿Un homicidio? ¿Quién era y por qué su vida acabó así? A medida que el inspector jefe y su equipo avanzan en las investigaciones, afloran descubrimientos inesperados que trascienden fronteras. Salazar deberá concentrar sus esfuerzos y hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para centrarse en el caso, al mismo tiempo que trata de encontrar y detener al asesino de policías que atentó contra una persona muy importante para él. Con su peculiar estilo, el inspector deberá desentrañar la madeja, aun cuando sabe que en la medida en que se acerque a la verdad, su vida correrá más peligro.
Un crimen escalofriante sacude Haro. Se trata del asesinato a sangre fría de un famoso abogado, cuyo cadáver aparece marcado con un cuchillo. Todo indica que se trata de un asesinato ritual, y que involucró a más de una persona. ¿Escogieron a la víctima al azar? ¿Quién será el próximo? El miedo se apodera de la ciudad frente a la posibilidad de nuevas víctimas, y la responsabilidad de la investigación recae sobre los policías de San Miguel. El comisario Ortiz le asigna el caso a Salazar, quien a pesar de los graves problemas que enfrenta, deberá concentrar todos sus esfuerzos en encontrar al escurridizo criminal. Para desesperación de Néstor y su nuevo compañero, todas las indagaciones conducen a callejones sin salida. El inspector jefe deberá dejar a un lado sus propias preocupaciones, para resolver la que podría ser su última investigación.
Un asesino brutal recorre las calles de Haro, y nadie en la ciudad se siente seguro. Amanda, una joven estudiante de la universidad de Logroño, muere asesinada en un hostal. Solo estaba de paso, pero nadie sabe el motivo por el que viajó hasta la ciudad jarrera. ¿Qué fue a hacer allí? ¿Por qué la mataron? ¿Y qué argucia empleó su verdugo para que le permitiera entrar en su habitación? ¿Tenía relación con el truculento triángulo amoroso en el que estaba involucrada? Salazar debe responder a esas preguntas y encontrar al homicida lo antes posible, pero las indagaciones lo sumergen en un entramado de intrigas que dificultan su trabajo. La vida de Amanda era mucho más compleja de lo que parecía en un principio. Antes de que el inspector sea capaz de desenredar la madeja de una investigación cuya solución se le escapa, la solidaridad con una persona por quien siente un gran aprecio lo obliga a inmiscuirse en un caso fuera de su jurisdicción, y lo conduce a una situación impredecible. Al mismo tiempo, la vida personal de Salazar sufre un fuerte revés, del que será muy difícil que se recupere.
Año 1885. La tranquilidad ha llegado a su fin en el pueblo de Avernesa, provincia de Salamanca. La ocupación de Castañal por sus propietarios ya es un motivo suficiente de agitación, pero cuando comienzan los asesinatos, nadie vuelve a dormir tranquilo. Para colmo de males, la Guardia Civil detiene a uno de los jóvenes habitantes de la villa como presunto asesino, con el riesgo de que sea condenado al garrote vil. Aun así, la ola de crímenes continúa, por lo que la dueña de Castañal interviene, y le pide ayuda a su amigo, el comisario Holguín. Desde Salamanca capital, el comisario mueve los hilos para que le permitan ocuparse del caso, pese a que no le corresponde a su jurisdicción. Cuando consigue la autorización del Ministerio de la Gobernación, envía a Avernesa a su investigador más prometedor: el subinspector José Expósito. Para descubrir al responsable de los crímenes, antes de que vuelva a matar, José deberá desentrañar una red de intrigas que lo conducirá por derroteros insospechados. Tendrá que continuar hasta las últimas consecuencias, aunque hacerlo puede costarle su propia vida.
Salamanca, 1886. En la enigmática y antigua casa Bracamonte se ha cometido un asesinato. El inspector José Expósito se encuentra al frente de la investigación más desafiante de su vida. Una red de secretos le espera entre las calles de la histórica ciudad y los antiguos pasillos de la centenaria universidad. ¿Será capaz José de elegir entre el deber y la lealtad para resolver un misterio que amenaza con cambiarlo todo? Una aventura policial que mantendrá al lector al borde de su asiento, desde la primera hasta la última página. Con personajes inolvidables y giros sorprendentes, «La leyenda de la casa Bracamonte» es un relato apasionante de secretos enterrados y búsquedas que se extienden más allá de la justicia. Un enigma ancestral espera ser descubierto, revelando un misterio que ha trascendido generaciones…
## ¿Qué diferencia hay entre justicia y venganza?
Samuel es un joven brillante con un prometedor futuro. Cuando la oportunidad de cumplir su sueño llama a su puerta, todo se derrumba al ser acusado del brutal asesinato de su novia. Su vida es truncada por la confabulación de tres hombres, que por diversos motivos se benefician de su desgracia, pero no es el único. Con la misma perfidia destruyen la vida de otros inocentes sin llegar a sentir el menor remordimiento.
Veinte años después, cuando los tres se sienten más seguros, el pasado resurge y sus víctimas, aún después de la muerte y el olvido, unen sus fuerzas y regresan dispuestas a cobrar venganza. ¿Hasta dónde pueden llegar para castigar a quiénes destrozaron su futuro?
¿Qué ocurre cuando el tiempo es un peligroso aliado? Un hombre nacido en la Edad Media se ve obligado a recorrer el mundo. La búsqueda de la respuesta a un misterio del cual depende su supervivencia lo lleva de las iglesias y castillos de la Europa medieval hasta los confines de la ruta de la seda en el Lejano Oriente, en una época en la que las supersticiones dictaban el comportamiento de la sociedad. En el año 2010, la desaparición de un empresario y la muerte de un librero son las claves de una lucha entre colosos que se desarrolla a lo largo de los siglos, cuyo origen se encuentra en la respuesta a aquel mismo misterio.
A lo largo de veinticinco años, en cuatro países de Europa, un asesino en serie acaba con la vida de parejas jóvenes, engañando a la policía para que crean que el muchacho en cada una de ellas es el culpable. Michael Sterling, comisario de Scotland Yard, que conoce su modus operandi y está obsesionado con detenerlo, emplea todos sus esfuerzos para descubrirlo. La investigación se lleva a cabo con un equipo policial que involucra dos países, Inglaterra y España, mientras un pecado familiar surge del pasado para exigir su expiación…
Josh Bradbury, detective en el Estado de Florida, atraviesa por una crisis cuando por coincidencia descubre una verdad desconcertante que lo afecta en forma directa. Solicita traslado a Nueva York, donde se encuentra con la mayor sorpresa de su vida. Además, el mismo día de su llegada descubren el cuerpo de una joven que ha sido violada y asesinada en un parque. Es el primero de una serie de homicidios que sembrarán el miedo en la ciudad. La relación entre las víctimas es desconocida, salvo que se trata de mujeres jóvenes violadas y asesinadas por asfixia y que todas han sido encontradas en parques de Nueva York. Josh se ocupa del caso junto con Cody Ryan, un respetado detective de Brooklyn. Al mismo tiempo, debe convencer a su compañero de investigar un suceso acaecido mucho tiempo atrás que les concierne a ambos, mientras un poderoso criminal pone precio a sus cabezas.
El pasado todavía acecha… Ryan y Bradbury deberán resolver el asesinato a sangre fría de una pareja de ancianos en su propia casa. Lo que parecía una investigación rutinaria, se convierte en un desafío para los detectives. Si quieren encontrar al asesino, tendrán que desenmarañar un entramado de intereses, mentiras y falsas apariencias. Pero ese no será su único desafío: la poderosa organización criminal que asesinó a su madre biológica sigue activa, y su tercer hermano continúa desaparecido. Si quieren encontrarlo y reparar las heridas del pasado, Cody y Josh deberán desafiar a quiénes condicionaron sus vidas, aunque saben que sus enemigos están dispuestos a lo que sea necesario para impedir sus indagaciones. Incluso al homicidio de dos policías entrometidos. Los detectives gemelos también tendrán que hacer frente al FBI y a sus propios jefes, que no verán con buenos ojos su interferencia en un caso federal. Los riesgos son muy elevados, pero evadirlos no es una opción…
Luis Armengol despierta en una pensión de mala reputación con el cadáver de una joven desconocida a su lado. Sus manos ensangrentadas y el cuchillo con el que la chica fue apuñalada en el suelo lo señalan como culpable, al mismo tiempo que la Policía llama a su puerta. En un acto desesperado consigue escapar, pero conservará su libertad por poco tiempo a menos que encuentre las pruebas de su inocencia. ¿Quién le ha puesto esa trampa? ¿Por qué? De hallar las respuestas a estas preguntas depende su futuro. Deberá desentrañar el misterio antes de que lo encuentre la Policía, o los hombres que lo buscan para matarlo…
Carly. Dicen que nunca debes juzgar a un libro por su portada, pero, como ávida lectora de ‘ese tipo de libros’… y como miembro del club de lectura de mi mamá, es difícil no hacerlo. A lo que me refiero es, ¿quién puede culparme por desear a un encantador chico malo, con tatuajes y piercings, ojos color chocolate y toda esa sexy melena? La manera en que me mira hace que me moje tanto como la costa de Jersey. Simplemente es deseo a primera vista. Solo hay algo que me detiene de arrojar mi precaución por los vientos y permitirle devorarme de la misma forma en que hacen los héroes con las mujeres en los libros que leo. Soy virgen. Vale, hay dos cosas que me detienen: también es el mejor amigo de mi primo. Jase. He visto esa mirada cientos de veces. Me lo está pidiendo a gritos. Quizás no con palabras, pero sí con la forma en que me mira. Quiero devorarme entera a la rubiecita sexy de hermosos ojos azules, tetas perfectas y culo respingon. Ella también quiere que lo haga. El único problema es que es la prima de mi mejor amigo y él sabe que yo no soy ningún príncipe Encantador que cabalgará sobre un caballo blanco para rescatar a la doncella. He trabajado duro para mantener la reputación de ser alguien sin ataduras, un chico más al estilo príncipe Albert. Pero ella está haciendo que todo sea más… difícil.
Cyrus. Verdad. Sé quién soy. Soy Cyrus Steel; hijo, hermano, tío y amigo para las personas que elijo traer a mi vida. Verdad. Puedo irme a la cama con quien yo quiera. Verdad. No puedo cambiar el pasado, pero ahora yo elijo cómo vivir. Verdad. Me gusta el sexo y le hago el amor a las tías como nunca antes se los habían hecho. Duro y salvaje. No más de tres noches. Sin expectativas, así nadie sale lastimado. Mientras que la piba esté de acuerdo… que comience el juego. Uno de mis tatuajes favoritos está encima de mi V abdominal y dice Verdad. Un constante recordatorio de quién era y de quién soy ahora. Tara. No estaba segura de cómo o si siquiera debía confesarle que no había nadie que me amara. Tony fue la última persona en decirme esas palabras, y no las decía en serio. Él solo quería usarme. Eso es lo que hoy me había demostrado este hermoso hombre debajo de mí. Él no me había usado. Ni siquiera me conocía. Pero pensaba que era hermosa y era dulce conmigo. Tony se equivocaba respecto a él, e incluso si no quería volver a verlo jamás, me gustaría poder decirle lo equivocado que estaba.
Zandor Volver de Italia era un fastidio, pero mis hermanos habían roto EL código. No, no solo se trataba de un código de hermanos de mierda, sino de “EL código de hermanos”, al estilo Steel para siempre. Jase y Cyrus, mis mentores sexuales, estaban sentando cabeza. Necesitaba volver para recordarles lo que podía suceder cuando el corazón sobrepasaba a la polla y la enorme responsabilidad que eso conllevaba. Necesitaba recordarles que el coño era para mimarlo y saborearlo, no poseerlo. Después de mi regreso y mi primer día en la tienda de tatuajes, eché el código de hermanos por la borda tan pronto como vi a esa belleza sureña de sonrisa dulce y curvas que deberían venir acompañadas de una advertencia. Esa gatita tenía garras afiladas. Bekah Fastidiada de todos los hombres con problemas de poder y control en vida, decidí volar del nido para comenzar de nuevo. Aterricé en una tienda de tatuajes. Mi currículum estaba lleno de mierda y coqueteo innecesario. En cuanto Zandor Steel entró por la puerta y su mirada se encontró con la mía, supe que sería mi perdición. Él era el sexo en persona, tenía un atractivo natural de alfa que cualquier mujer encontraría absolutamente irresistible. Mala suerte para él, pues yo estaba haciendo una dieta. La Dieta sin polla. No tardé mucho en darme cuenta de que alfa y gilipollas eran atributos no incluyentes, al igual que sexo y sensualidad.
Mis hermanos se vendieron, en más de un sentido. Soy un Steel en alma y cuerpo, pero no me voy a vender por una mujer o por dinero. La música es mi pasión y voy a dedicarme a ella. Voy a producir y tocar; voy a hacer lo que quiera, cuando quiera. Nadie me va a decir lo que tengo que hacer ni va a controlarme, ni a mí, ni a mi dinero. Me alegro de que Momma Joe no haya puesto mucha resistencia. Lo único en lo que insistió fue en que contratara a una asistente. Cuando no encontré una lo suficientemente rápido, ella la contrató por mí. Elijo mis batallas y esta no iba a ser una de ellas. Momma Joe pensó que contratar a la versión femenina de Shaun White me frenaría, pero estaba equivocada. Esto no se trata de mujeres, se trata de pasión. Bueno, eso es lo que había pensado, hasta que conocí a la mujer que Momma Joe contrató. Taelyn Acepté un trabajo para ayudar a mi prometido Daniel a pagar la escuela de medicina. No iba a ser fácil tratar con un idiota mimado que estaba empezando una compañía de producción y verlo fracasar. Peor aún sería informar en secreto a su madre de sus progresos. Temía este nuevo trabajo, pero era un medio para un fin. Pobre niño rico, ¿verdad? Excepto que él no era para nada lo que yo esperaba. Era más. Mucho más.
Los cuatro hermanos Steel se enamoraron de las mujeres de sus sueños y se transformaron en los hombres que Momma Joe sabía que llegarían a ser. ¿De quién quieres saber más? ¿De Jase, de Cyrus, de Zandor o de Xavier? ¿O de todos? No hay problema. Descubrirás un poco de sus "vidas personales" en estas dos novelas.
Esta es una historia extra de Use Me (Caldwell Brothers #4). La historia transcurre en Detroit, paralela al tiempo que Tatum está trabajando allí. Annie está de viaje. Perdió la esperanza, el amor y su única razón para creer en algo. No todo está perdido, pero se ha ido, y es hora de que Annie aprenda a respirar de nuevo. Jonathon está atrapado en su trabajo, en su vida y en su existencia cotidiana. ¿Cuándo fue la última vez que pudo respirar? Dos personas dañadas que se encuentran para aprender a vivir de nuevo.
Para Morrison Caldwell, la vida es un juego de azar. Jugador de gama alta con legendaria cara de póquer, es el comodín de la familia, siempre persiguiendo su siguiente emoción sin nunca quedarse quieto por mucho tiempo. El único lugar que siempre lo llama de regreso es Las Vegas, con sus calientes mesas y mujeres extremadamente atractivas. Está perfectamente contento de vivir su vida con una serie de acostones de una sola noche. Pero cuando la confrontación con una camarera en un estacionamiento toma un giro travieso, deja a Morrison dolorido por otra ronda. Después de una serie larga de malas rachas en la Ciudad del Pecado, Hailey Poe está lista para tener suerte. Una cita al vapor con un misterioso engreído desconocido, es el tipo de encuentro sin compromiso que ha estado deseando… hasta que Morrison Caldwell le pide más de lo que está dispuesta a ofrecer. Pero cuando Halley está en control, su futuro exmarido aparece e intenta llevarse a su hija, por lo que no puede permitirse el lujo de rechazar una mano de ayuda. En este juego donde el ganador se lleva todo, Morrison estará jugando con la vida de Hailey y con su corazón.
Jagger Caldwell no es el héroe de nadie. Con una reputación que revienta la cabeza y rompiendo corazones en el circuito subterráneo de la MMA, vive para conseguir efectivo y a mujeres fáciles. Pero cuando tropieza con una escena demasiado familiar, despierta recuerdos dolorosos en el lado sensible de Jagger y lo obliga a actuar. Cuando era niño, se quedaba impotente mientras su viejo golpeaba a su madre. Ahora, Jagger no va a dejar que la chica de diecisiete años, Tatiana Rand sufra el mismo destino. Nada importa excepto salvarla. Tatiana es prisionera en su propia casa, a merced de su violento padre, hasta que un improbable salvador irrumpe por la puerta y en su vida. De uno noventa y con muchos músculos tatuados y potencia bruta, Jagger no es un príncipe azul, pero Tatiana dejó de creer en cuentos de hadas hace mucho tiempo. A pesar de su diferencia de edad y bien, de todo lo demás, el atractivo chico malo prende chispas de un incendio que Tatiana no sabía que tenía, y desea que Jagger sea el único que pueda apagarlo.
Él no es sólo un pedazo de carne, tiene una historia que contar. Y ella tiene toda la noche para escucharla. En este tentador romance, MJ Fields demuestra que cuando la vida te golpea, te puedes levantar, aunque sea inestablemente. Lo llaman 'Kid'. A los diecisiete años, mató a un hombre con sus propias manos. Sin mostrar ningún remordimiento, pasó siete años en las instalaciones de la Correccional Baraga. Ahora, a los veinticuatro, Kid regresa al mundo sin familia, sin trabajo y sin dónde ir. La suerte nunca ha estado de su lado. Pero el amor podría estarlo... Tatum siempre quiso escribir el tipo de rasposos, libros importantes que se supone hacen una diferencia en el mundo real. Pero para llegar a fin de mes, está considerando un nuevo género: el romance. Sabe que necesita una musa, como a esos hombres medio desnudos en todas esas inútiles cubiertas de libros. Tatum simplemente no tiene ni idea de dónde encontrarlos, hasta que descubre el ojo de un chico malo que es tan sexy que casi da miedo. Kid se sorprende cuando la linda, chirriantemente limpia Tatum se acerca a él con una propuesta muy avanzada. ¿Kid le permitirá a una mujer usarlo, o peleará contra el deseo que siente?
Hong Kong, 1905. La hija del comisionado emérito Horatio Hamilton desaparece durante una velada en un reputado club de Praya Central. La incapacidad de las fuerzas de seguridad locales, así como el hermetismo del ejército, lleva a su padre a solicitar la ayuda de Londres por todos los años de servicios prestados en el pasado.
El inspector Martin Harrelson y su ayudante, el doctor Oliver Burton, son enviados a China para tomar el mando de la investigación.
Una historia cargada de suspense que nos descubre el corazón del Imperio colonial británico: desde la cúpula de la aristocracia hasta las entrañas de los bajos fondos.
Desde la esquina ya se podía leer el rótulo: Taberna Kraken. Una tasca de buen nombre famosa por su pulpo y su alta densidad de buscavidas. Abilio la frecuentaba raras veces; no era habitual que los asuntos de la chatarra se fraguaran en una taberna como esa. Magos, mercaderes, negociantes, nobles... Aquello estaba repleto de gente que no escatimaba en gastos cuando andaba detrás de algo importante.
En la ciudad de Calazan, el aprendiz de mago Abilio Lomboti y su primo Kirik se dedican al llamado “asunto de la chatarra”: ir a casas de difuntos a buscar objetos de valor para venderlos en el mercado negro. Durante uno de sus encuentros clandestinos, la propia iglesia de Calazan les encomienda el registro del castillo de un general recientemente fallecido. Pero lo que parecía una tarea sencilla se complica. Tras toparse con la voz de un gran mago cautivo, este les encarga la labor de liberarle a cambio de cualquier cosa que deseen. Aunque Abilio y Kirik son conscientes de que dicha petición excede por mucho sus habilidades, el ansia de riquezas y poder hace que los chatarreros acepten la misión.
Con un estilo único y rompedor, Voces de buscavidas integra lo mejor de la alta fantasía en un submundo propio inspirado en los ambientes más turbios de los bajos fondos contemporáneos.
Irlanda, años 70. John Egan es un Inadaptado, un niño de once años que se siente atrapado en un cuerpo de adulto; tiene la inocencia de un niño pero la altura y la voz de un hombre. Él está convencido de que es especial e Insiste casi ridículamente en que tiene el don de detectar las mentiras de los adultos. Además, tiene una obsesión por aparecer en el Libro Guinness de los récords y les escribe repetidas veces con la intención de poder demostrar sus poderes a los que le rodean. Vive en Gorey, un pequeño pueblo de Irlanda, y su familia, empobrecida, se ve obligada a volver a casa de la abuela para sobrevivir.
Lou Connor una adolescente australiana de dieciséis años precoz e infeliz viaja a Estados Unidos como estudiante de intercambio becada, una circunstancia que ella espera que la aparte definitivamente de la vida sin oportunidades y sumida en la pobreza que lleva en su Sidney natal. Lou podrá por fin instalarse en la clase media con que siempre soñó. Pero poco después de mudarse con su familia de acogida, los Harding, quienes viven en un chalé prefabricado de los suburbios de Chicago, la aguda necesidad que Lou tiene de ser amada y aceptada se encuentra de lleno con la neurótica persecución de una felicidad perfecta a la que la familia está entregada. Mi familia perfecta es un complejo e inteligente retrato de una joven al borde de convertirse en adulta, cuyo mundo -que ha sido comparado al del Holden Caufield de El guardián entre el centeno- así como aquél que ansía están lleno de contradicciones. M.J. Hyland ha conseguido con ésta, su primera novela, un argumento tejido con maestría, un manejo del lenguaje magistral y un personaje protagonista que permanece con el lector mucho después de haber acabado la lectura.
Florence encanta, pero también embruja Florencia Pacheco tiene una vida envidiable: ama su profesión, vive en una ciudad que le fascina y tiene un novio al que adora. Pero un día, aquella burbuja tan perfecta se rompe: Federico, el hombre al que ama, la abandona de manera repentina por Victoria Brown, reina de la alta sociedad en Nueva York. Destruida por aquel desgraciado giro del destino retorna a Buenos Aires. Allí conoce de manera fortuita a Morgana, una mujer enigmática que le ofrece ayuda. Morgana es una bruja y mediante la magia le mostrará la posibilidad de recuperar no sólo a su novio, sino también la confianza en sí misma. “Florence encanta, pero también embruja” es una novela divertida, espontánea y llena de humor, donde se mezcla el amor y la magia, además de describir el mundo de una bruja en el siglo XXI.
Lilia Álvarez es una médica recibida con honores, pero también es muy insegura; su familia la menosprecia y Gonzalo, un compañero de trabajo, la seduce para después humillarla, confabulado con su grupo de amigos. La existencia de Lilia se vuelve un infierno.Florencia Pacheco, una antigua compañera de colegio, contacta a Lilia con la poderosa Morgana, quién la ayudará a transformarse en Lilith, una mujer seductora que vuelve locos a los hombres, pero también en una bruja con anhelo de venganza. Morgana le enseñará los secretos de la magia y los conjuros medievales más efectivos, además de ofrecerle dos alternativas: enamorar a Gonzalo o destruirlo. ¿Decidirá Lilia perdonar a quién la humilló u optará por devolverle todo el daño que le hizo?“La transformación de Lilith” es una novela oscura, donde predomina la magia y el deseo de una mujer de renacer de las cenizas dejando entrever a la seductora que siempre estuvo escondida dentro de ella.
La vida de Nadina es tranquila, apacible como un remanso, hasta que un huracán llamado Alex la envuelve, y toda su existencia cambia por completo.Alex es un seductor empedernido y también un amante formidable. Nadina pierde la cabeza por él, se obsesiona hasta llegar a los límites de la locura.Su prima Lilia, ya transformada en la bruja Lilith, le ofrece la oportunidad de hacer suyo a Alex para siempre, utilizando la magia. La ayudará Morgana, una bruja de poderes increíbles. Sin embargo esta le advierte a Nadina que para tener el amor de su esquivo Alex, deberá pagar un precio. ¿Ella estará dispuesta a asumir una nueva personalidad y utilizar la magia para obtener el amor de su amante?“Cuidado con lo que deseas, Nadine”, es el último libro de la “Trilogía Magia del Amor”, donde el sexo y la obsesión se entremezclan hasta rozar los límites más oscuros.
Puedo ver las energías sexuales de las personas. Estoy en peligro. He encontrado un libro extraño al que llaman «El Diario de Abraham». Cuenta una historia sobre un malvado al que llaman El Coleccionista. Capta a los humanos con deliciosas bacanales, y luego se alimenta de sus energías para permanecer inmortal.
Lo malo es que el libro me ha escogido a mí para asesinar a El Coleccionista. Y peor es que me haya convertido en una Neutralizadora, el único ser capaz de alimentarse de la energía sexual del depredador.
Pero no todo es malo. A mi vida ha llegado Gabriel, un hombre de ojos negros con más misterios que defectos.
Adéntrate en un mundo plagado de mestizos de demonio, capaces de alimentarse de las energías sexuales de los humanos, con Hannah como única criatura que puede controlarlos y destruirlos a todos.
Están ahí, entre las sombras, esperando el momento perfecto para acabar con tu vida.
Ahora estoy segura.
Son reales y me lo quitaron todo, me convirtieron en algo más vengativo, así que haré lo que mejor se me da: vengarme.
Sé que las criaturas fantásticas no pueden sufrir trastornos mentales como los humanos. No soy tonta, he investigado. Es evidente que hay algo más grande corrompiendo a criaturas buenas para que se transformen en malas. ¿Mi investigación me llevará a la muerte? ¿Conseguiré lo que quiero?
No lo sabré hasta llegar al fondo del asunto. Y lo haré, sobre todo ahora que Dani ha aparecido en mi vida.
Emma es una muchacha de veintidós años que viaja con su novio a Cracovia para cumplir su sueño. Lo malo es que no todo es perfecto: algo ocurre en aquel lugar. Alguien asesina a los habitantes sin dejar rastro, y todo apunta a que Emma será la siguiente... Por otro lado, no le va muy bien con Noel, su novio de toda la vida, así que deciden perderse por ciudad y vivir cada uno por su lado con la esperanza de encontrarse en un futuro y volverse a enamorar. La pregunta es: ¿Lo conseguirán, o las locuras que vivirán los harán separarse más?
Las experiencias que Emma vivió en Cracovia le han pasado factura. Los ataques de pánicono la dejan descansar durante más de una semana. Pese a ello, Emma está convencida de que su vida llegará a ser tan perfecta como ella desea… Y Aurel no tiene cabida en esta nueva aventura. Al fin y al cabo, todos sabemos que Noel es el chico perfecto. Cuidadito, Emma, porque Carmit también se ha dado cuenta.
Han matado a mi padre y me han enviado a la categoría Placer.
En mi mundo somos tres razas: Terrestres, Acuáticos y Aéreos.
Ahora soy una Terrestre destinada a servir a otros. Pero no por mucho tiempo, porque la venganza arde en mis venas, y parece que la magia también.
Se avecina un futuro oscuro.
Los esclavistas y los antiguos líderes intentan volver a ser lo que eran. El Señor de Karkun ha reaparecido, los demonios acechan desde las tinieblas y una nueva criatura surge de entre los Adoradores. Para colmo, las diferencias entre razas pondrán en peligro mi relación con Borg.
Cuando todo lo que hay a tu alrededor se derrumba, cuando no te queda otra que abrir tu mente a un mundo desconocido, te conviertes en una joven guerrera de los pies a la cabeza.
Bueno, guerrera, loca, mujer herida… Llámalo como quieras.
Eso es lo que me pasó a mí.
Prepárate, estás a punto de sumergirte en el relato de cómo empezó mi historia.
Y no es una historia que pinta al mundo de color de rosa.
Os puedo asegurar que esta no es una de esas historias en las que el amor es fantástico. No es una historia de «chico y chica se enamoran, él hace una gilipollez y ella se larga, pero él se da cuenta de su error y vuelven como si nada». Una de esas historias en las que todo el mundo llora mientras le salen corazoncitos de los ojos. No. Esta es una historia de amor real, como la vida misma. Una historia donde conocí a esa parte oscura de mí misma. Le dije hola sin darme cuenta y, cuando menos lo esperé, ya no era esa chica de veintiséis años que empieza a tener éxito en la vida. Retrocedí en el tiempo, a la adolescencia, y mi vida se volvió oscura con él. Pero empecemos desde el principio. Empecemos con el momento en el que mi vida, sin yo saberlo, comenzó a quebrarse a mi alrededor.
No soy Nathalie, sino Laura, y no me he ido: sigo aquí, cerca, dispuesta a dar guerra hasta el último momento. Nathalie se ha largado de España para conocerse a sí misma, y Manuel ha vuelto a por la única que lo apoyó en su vida, a la única que conoce sus secretos: yo. No. No os esperéis una reconciliación agradable por mi parte, porque nadie sale entero después de destrozarme la vida. Ni la perfecta rubia francesa, ni él… Sobre todo él. Y es que las cosas no son lo que parece, porque todo puede cambiar cuando conozcáis todos los puntos de vista.
Quieren acabar con nuestra libertad.
Nos quitaron el derecho al voto y… ¿ahora? Nos esclavizan. Nos cuentan cuentos sobre que en Ciudad de Luz se necesitan mujeres fuertes y dinero. Nos quieren hacer creer que los hombres que pagan para ser nuestros dueños son unos héroes, cuando no son más que sádicos.
Nos ponen a prueba de todas las formas habidas y por haber, y lo retransmiten para que todo Fortión lo vea.
Somos diez mujeres. De esas diez prometo que yo, Zafira, superaré las pruebas y acabaré con todo desde dentro.
Yo, soy el virus de Tributo.
Tienen a Lisa.
Parece que la pesadilla nunca acaba, y no me equivoco. Todavía nos queda un largo camino por recorrer.
Somos conejillos de indias en un experimento a gran escala. Nos quieren sumisas, pero esto no quedará así: ahora nos toca rebelarnos. Sacar las garras y demostrar que somos yeguas de fuego.
Katrina es una súcubo diferente: es escritora erótica y cree en el amor. Esto le ha traído varios problemas en la vida, empezando por la traición que la marcó para el resto de sus días. Una traición que le hizo cerrarse a los hombres a cal y canto, hasta que se cruzó con un Elegido del Diablo: Óscar. Los Elegidos del Diablo se crearon para proteger a los demonios de los Cazadores. Personas que, casualmente, van detrás de Katrina por culpa de un grupo de súcubos e íncubos que no están siguiendo las reglas y están acabando con todo neoyorquino viviente. Katrina tendrá que resolver el problema con los demonios sin ser asesinada por los Cazadores, mientras decide si abrir o no su corazón al único hombre que puede protegerla.
En la remota isla de Craig, un vasto territorio helado, dos turistas cazan patos. Los acompaña «Edie Kiglatuk», de origen inuit, una de los mejores guías del Ártico. Pero cuando uno de ellos es asesinado en medio de la tundra, sin nadie en las inmediaciones, el consejo de ancianos de la comunidad niega que se trate de un accidente. Paralelamente, Edie vive una tragedia impensable. Y ese giro la decide a intentar descubrir qué está ocurriendo en los confines de la tundra. «Calor helado» es el impresionante thriller ambientado en el Ártico canadiense y la desconocida cultura de los inuit, donde se respira el espíritu de los antepasados y los cuerpos jamás se descomponen. Una novela llena de suspense que cautivará a los fans de Henning Mankell, tras convencer a la crítica y los lectores en lengua inglesa.
Cuando Edie Kiglatuk, guía de caza en el Ártico, tropieza con el cadáver congelado de un niño en un bosque de Alaska, poco puede imaginar adónde la conducirá su descubrimiento. La policía local tiene la convicción de que esa muerte está relacionada con los Oscuros Creyentes, una siniestra secta rusa, y los amigos de Edie le recomiendan que deje la investigación en manos de las autoridades competentes. Pero durante su estancia en Alaska como integrante del equipo de su exmarido Sammy, que está disputando la famosa carrera de trineos Iditarod, Edie no consigue quitarse de la cabeza la imagen del niño congelado. Mientras Sammy recorre algunas de las regiones más difíciles y peligrosas del planeta, Edie emprende una investigación que la llevará al turbio mundo de la política, la corrupción y la codicia, y que hará emerger también un doloroso secreto de su propio pasado…
Atenea, una joven y reconocida surfista, ha recorrido el mundo entero para participar en las mejores competiciones de surf. Sin embargo la vida le tiene preparada otra misión y de un modo desgarrador coger la mejor ola dejará de ser apasionante para ella.
Para esta alma quebrada regresar a Cádiz como una prometedora maestra de Yoga y de la Meditación, reencontrarse con su familia, con su querido abuelo y volver a ver al revoltoso de Leo, aquel quillo que le robaba besos cuando eran unos niños, hará que su paz interior se vea revolucionada con un torbellino de emociones.
Que las respiraciones de fuego la abrasen por dentro.
Porque estar junto a este odioso surfista es como subir a una tabla de surf y cabalgar sobre la cresta de una ola.
¿Conseguirá Atenea volver a surfear?
¿Por qué a mí? Cuántas veces nos habremos hecho esta pregunta en silencio, con el corazón en un puño, con el sabor salado de nuestras lágrimas…
Esta maravillosa historia de amor, de superación, de vencer miedos y romper muros de hormigón te dará la respuesta.
Lucía se siente engañada, dolida y vacía. Cuando regresa a Milán después de las vacaciones de Navidad está segura de que el magnetismo que la unía a Marco ha desaparecido.Él lo sabe y, aunque teme perderla para siempre, no quiere involucrarla más en su infierno particular.¿Qué ocurrirá cuando vuelvan a encontrarse? ¿Conseguirán estas llamas gemelas vencer los desafíos que les depara el destino?¿Podrán sobrevivir a los acontecimientos que se esperan en la gran entrega que prepara la mafia italiana?Romeo y Julieta no dejaron indiferente a nadie. La historia vuelve a repetirse.
¿Sabes qué son las llamas gemelas? Dos mitades de la misma esencia. Dos cuerpos compartiendo una misma alma que, una vez que se encuentren, nada volverá a ser lo mismo. Lucía es sensible, apasionada y amante de las Bellas Artes. Viaja a Milán junto a sus mejores amigas porque han conseguido una beca de la prestigiosa Academia de Brera. Marco es un policía de la División de Investigación Criminal de los Mossos d’Esquadra que está en Milán para vengar la muerte de su padre. Es un chico protector, amante de la velocidad y que vive atormentado por un pasado que debe dejar atrás. Ella es todo luz, él es oscuridad. Sus almas están entrelazadas, pero ellos aún no lo saben. Sus sueños ya se lo advertían. Sus ojos en las pesadillas son su salvación. ¿Quién salvará a quién?
La Revolución Cubana trastocó las vidas de millones de individuos. También la de L a escultural Mary. En 2019 la Revolución Cubana cumple su 60o aniversario desde su triunfo y 20o aniversario del caso Elián González. Estos acontecimientos tienen una conexión íntima con este libro ya que cuenta, desde cierta perspectiva histórica, los avatares de algunos cubanos y cubanas en el largo exilio de su país. Y, singularmente, los de los niños cubanos del exilio; niños refugiados, menores no acompañados cubanos que salieron de Cuba a principios de los años sesenta del siglo XX y a los que se parecen tanto los niños refugiados de ahora mismo. La escultural Mary nos permite repasar la segunda mitad del siglo XX con respecto a Cuba, y especialmente con respecto a los cubanos arrancados de su tierra en una huida que parece no tener fin. En estos tiempos de cambio social en Cuba, este libro arroja un punto de vista que no puede ignorarse. Mediante un texto que bebe de la prosa lirica, La escultural Mary se nos muestra como una figura casi mitológica del periodo pre-revolucionario cubano. Un resumen de un estilo de vida y de unas costumbres que cambiaron radicalmente tras la caída de Fulgencio Batista. En los zapatos de Mary podemos volver al Vedado en su época de máximo esplendor, dedicarnos a la dieta del daiquirí, sumergirnos en la fascinante moda de los años 50 y el glamour de las Habaneras Esculturales (con mayúsculas, porque solo las mayúsculas sirven para definir ciertas personalidades), símbolos de la Femme Fatal al más puro estilo caribeño. Y después, tras la Revolución en una Cuba que de pronto parece un paraíso perdido, llega el exilio. Llega a través de unos ojos infantiles que no comprenden lo que han dejado, lo que han perdido, pero que no olvidan. Y para estos ojos, como para los de tantos exiliados, la tierra perdida es una promesa de arraigo y bienestar, de territorio conocido y confortable. Estos ojos contemplan impotentes una sucesión de eventos políticos que marcan no solo la relación de Cuba con los Estados Unidos y con el entorno, sino, sobre todo, la de los niños cubanos con el exilio; desde los menores de la Operación Peter Pan al caso de Elián González, del que se cumple el 20o aniversario.
Una novela donde el amor, y la pasión, aparecen cuándo, y con quién menos te lo esperas.
El matrimonio de Mia no está pasando por un buen momento, y Jacob, su cuñado, tampoco se lo pone nada fácil.
Ella y Christian deciden ir a terapia de pareja. Pero cuando están al borde del abismo, y que su matrimonio no parece tener solución, su psicóloga les propone realizar una terapia que está llevando a cabo desde hace un tiempo. Aunque es algo misteriosa, ambos la aceptan, y deciden pasar una semana en un lugar desconocido, con 3 parejas más, también con problemas matrimoniales. Lo que les espera en aquel lugar, y durante aquella terapia, no deja a nadie indiferente.
Una novela con una historia apasionante, llena de misterio, lujuria, traición, amor, amistad, donde no solo esta pareja intenta salvar su vida familiar, sino que se encuentran con muchas más trabas de las que ya tenían.
Si te gustan el amor, la pasión y el misterio, esta novela, es perfecta para ti.
El deseo la hacía débil, por eso llevaba años negándose el placer de sentirlo… En otro tiempo, Marlowe Wyatt se había abandonado a los placeres del amor; se había convertido en una mujer atrevida y desenfrenada y le había entregado sin inhibición alguna su cuerpo y su corazón a su amante… Y entonces había recibido el golpe de la traición. Ahora, resultaba irónico que se ganase la vida escribiendo cartas de amor a aquéllos que no sabían cómo expresar deseo; creaba fantasías eróticas con la cabeza… pero nunca con el corazón, pues lo había apartado deliberadamente de su vida. Pero un nuevo cliente estaba a punto de poner en peligro todo eso. Desde el primer encuentro, Gideon Brown despertó en ella un deseo que nunca había experimentado y una vulnerabilidad que creía haber dejado atrás para siempre. Al mismo tiempo que la atracción le servía de inspiración para crear sus mejores trabajos, todo lo que estaba sintiendo la empujaba con fuerza hacia la total rendición. El temor y el hecho de que Gideon la hubiera contratado para escribirle cartas a otra mujer la frenaban… pero ¿por cuánto tiempo?
Una bomba en Roma, un relampagueo de luz... el mundo del reportero gráfico Josh Ryder explotó, y a partir de ese momento nada volvería a ser igual. Conforme Josh va recuperándose, en su mente van apareciendo pensamientos que tienen la emoción, la intensidad y la familiaridad de los recuerdos, pero que le resultan ajenos. Pertenecen a un pasado remoto, y son muy violentos. Ni las pruebas médicas ni los exámenes psicológicos consiguen explicar sus desconcertantes síntomas, pero los recuerdos le transmiten una sensación de apremio de la que no puede desprenderse... le instan a que salve a una mujer llamada Sabina, y a que defienda los tesoros que ella protege. Pero, ¿quién es Sabina? La necesidad de encontrar respuestas hace que Josh acuda a la Fundación Fénix, un centro de investigación de renombre mundial donde se documentan científicamente casos de experiencias de vidas pasadas. Lo que descubre allí lo conduce a una excavación arqueológica y a la profesora Gabriella Chase, que ha descubierto una antigua tumba... una tumba que contiene un poderoso secreto que amenaza con fusionar el pasado con el presente. Es un lugar donde los muertos entran en contacto con los vivos, y donde los asesinatos del pasado se convierten en crímenes del presente.
El miedo ha vuelto… De niña, Meer Logan vivió atormentada por el recuerdo de otro tiempo y otro lugar, entre las tenues notas de una músico esquiva. Ahora el pasado vuelve a manifestarse en una extraña carta que la conduce a Viena para descifrar el misterio de su identidad olvidada. Cada paso que da la acerca al recuerdo de los lazos existentes entre David Yalom, un periodista que sabe muy bien cómo afecta el pasado al porvenir, una sociedad secreta consagrada al estudio de la reencarnación y una flauta perdida vinculada a Ludwig van Beethoven. Yalom conoce la muerte de primera mano: un atentado terrorista le arrebató a toda su familia. Ha visto cómo los expertos en seguridad proponían soluciones y ha presenciado el fracaso de todas ellas. Ahora, mediante un único acto de violencia en una sala de conciertos de Viena, planea obligar al mundo a comprender el coste de ese fracaso. Porque quien no recuerda el pasado está condenado a repetirlo…
Una gran novela sobre secretos, intriga y amantes, separados por el tiempo y reunidos por medio de un perfume místico creado durante el reino de Cleopatra. «Cuenta la leyenda que los perfumistas de Cleopatra le habían creado una fragancia de nenúfar azul, el loto sagrado del Nilo, tan poderosa que era capaz de reunir a los amantes en sus vidas futuras.» Desde la infancia, Jac L'Etoile ha vivido atormentada por las visiones de un pasado que no puede ser suyo, y estos recuerdos siempre se asocian con los perfumes más exóticos, puesto que creció en la famosa perfumería la casa L'Etoile, la más antigua de París, cuyo fundador fabricó fragancias para Napoléon. Ahora Jac se ha alejado del mundo embriagador de los perfumes para convertirse en una experta en mitología universal en Nueva York. Ahí recibe la visita inesperada de su hermano Robbie, que le cuenta que ha encontrado pistas importantes sobre la fórmula secreta del legendario perfume de Cleopatra, un hallazgo que podría hacer mucho más que salvar la casa L'Etoile, que se encuentra en quiebra. Los rumores sobre este descubrimiento pondrán en marcha una persecución de dimensiones internacionales, pero también el renacimiento de una gran historia de amor cuyos inicios datan de muchos siglos atrás. Quizás sea verdad que existen ciertos secretos por los cuales vale la pena morir.
La gloria de Cristo caminando por nuestro mundo opaco los pasos de otro gigante. Satán también llegó a esta tierra y no dudo un segundo en esparcir su semilla en el vientre humano, una nueva raza fue engendrada desde el infierno, se hacían llamar, los hijos de Alnur. Todas las familias tienen problemas, y para Frank Cold, el problema fue la locura. Olvidó sus lazos familiares e intento forjarse una vida alejado de toda su historia, pero una carta de su hermano enviada desde un hospital psiquiátrico pondrá su realidad de cabeza, demoníacas pesadillas lo atormentaran, y para evitar volverse loco tendrá introducirse poco a poco en los misterios que rodean a los descendientes de Satán, y descubrirá que la locura, no era lo único que fluyendo en su sangre.
Esta historia es acerca de un mago, de un hada, de la vida y de cómo se crearon para evadir la realidad, la responsabilidad, las emociones y su propia locura. Se trata de cuán profundo podemos tocar el vacío, ese hueco infinito de la nada misma, donde todo está inalterable, no hay emociones, no hay sensaciones, sólo la nada, para luego emerger, levantarse y mirarse de frente.
En sólo doce años, de 1933 a 1945, el Partido Nacionalsocialista Alemán consiguió el control del Estado, creó el Tercer Reich, destruyó la paz mundial y se desintegró a si mismo por un precio de cincuenta millones de vidas. La magnitud de su caída lo borró de la faz de la tierra, aunque no de la nostalgia de ciertos contemporáneos. Los trabajos de Bullock, Raushning, Reitlinger, Shirer, Taylor, Trevor-Roper y otros, sobre este aspecto fundamental de la historia contemporánea, están en la base del presente libro, que aporta una valiosa síntesis en la mejor tradición liberal de los grandes docentes e historiadores británicos. Incluye capítulos sobre la actitud ante la vida nazi; el significado de Hitler; el crecimiento y la organización del Partido; la destrucción de la República de Weimar; la revolución nacionalsocialista; el Nuevo Orden y la Segunda Guerra Mundial hasta la derrota definitiva del Tercer Reich en 1945.
#### NO SABES QUIÉN ERES HASTA QUE TIENES ALGO QUE OCULTAR
"No me sorprende en lo más mínimo que la historia de mi familia haya provocado tanta conmoción. Hubiera sido anormal que ocurriera lo contrario. Nuestras circunstancias impedían que el asunto se mantuviera alejado del público, sin embargo, la verdadera historia es más estremecedora que la ilegítima y exagerada versión que se propagó.
Ha llegado el momento de que yo dé a conocer los hechos –en la medida en que me ha sido posible recolectarlos y comprenderlos–. Aquí están."
Las hermanas Montpar desatan una rivalidad que desencadena una serie de sucesos inesperados, perturbando el equilibrio familiar y escandalizando a toda la ciudad. Acompaña a estas hermosas pero peligrosas hermanas en su búsqueda por destacar y enfrentar los fantasmas del pasado, incluyendo la misteriosa desaparición de su madre.
Con una combinación única de humor negro y un vibrante escenario caribeño, "Las Tres Reinas" te mantendrá en vilo en cada página. Prepárate para sumergirte en una trama llena de giros sorprendentes, secretos familiares y una revelación que cambiará todo.
Primera parte de la novela ¿Te casas conmigo?, premiada con la Mención de Honor en los International Latino Book Awards 2023, en la categoría de Mejor Novela de Temática LGBTQ+.
Aria Bennet es obligada a entrar en una nueva preparatoria y dejar su antigua vida atrás. Un incidente la hace toparse de frente con quien marcará su vida en adelante: Liam Forest. Amante del ballet desde muy niña, pero temerosa del posible fracaso, Aria deberá enfrentarse a las nuevas amistades de la preparatoria, la oportunidad de triunfar en lo que siempre ha deseado, y los fantasmas del pasado que regresan para atormentarla. Todo eso, tomada de la mano de un posible y único amor. Pero, ¿qué pasará cuando un movimiento la ponga a elegir entre las tres cosas que más ha aprendido a amar?
Ni los hombres son imposibles, ni las mujeres son incomprensibles ¿Por qué nos hace sufrir tanto el amor?, ¿por qué se acaba?, ¿es tan difícil llevarnos bien pasadas las primeras fases de la relación? Aunque las respuestas son muchas, María Jesús Álava, nos da las claves para comprender cuándo merece la pena luchar por algunas relaciones y cuándo debemos poner fin a otras invadidas por el desamor; nos enseña a poner lo mejor de nosotros mismos en nuestra vida afectiva.
Cómo superar momentos difíciles de los hijos y favorecer su educación y desarrollo «No podemos con él/ella». «Nos toma el pelo». «Nos planta cara, se salta las normas y se pasa el día desobedeciendo y contestando». «Se ríe de todos y además se porta mal en el colegio». «No sabemos qué hacer para que estudie, coma, se acueste, sea más responsable... y encima nosotros somos los malos y nos sentimos culpables». Cada niño es único e irrepetible, por ello no se puede tratar a todos por igual, pero cualquiera precisa unos límites, unas normas, unas pautas y unas reglas que lo ayuden a conseguir la estabilidad, tranquilidad y seguridad necesarias en su paso por las etapas cruciales de su desarrollo como persona. A través de la lectura de los numerosos casos prácticos, padres y educadores encontrarán respuesta a muchas de sus preocupaciones y problemas, así como consejos y reglas que les permitirán afrontar y superar ese amplio abanico de situaciones difíciles que acompañan al hijo desde los primeros meses de vida hasta la etapa adulta. Un libro para actuar y superar los momentos difíciles, cuando ya se ha intentado casi todo y no sabemos qué más hacer.
Hoy sabemos que uno de los factores fundamentales para que una persona pueda ser feliz es que domine los secretos de las emociones y las relaciones humanas. Este libro nos descubre las herramientas que nos permitirán superar los momentos difíciles, comunicarnos en la incomunicación... en definitiva, controlar las emociones ...
¿Mentimos por costumbre o lo hacemos para protegernos? ¿Quizás para caer bien, impresionar a los que nos rodean o para obtener alguna ventaja adicional? ¿Mentimos por inseguridad, porque tenemos la autoestima baja, por humanidad? ¿O mentimos para esconder algo que hemos hecho mal y manipular a los demás?
María Jesús Álava, autora de La inutilidad del sufrimiento –un verdadero bestseller con más de 300.000 ejemplares vendidos˗ nos sumerge en estas páginas en un mundo tan impactante como desconocido, en el que aprenderemos a detectar nuestras propias mentiras y las de otros.
Pero tan importante como saber por qué mentimos será conocer cómo podemos descubrir a los mentirosos y por qué a menudo nos dejamos engañar. Hay mentiras en el amor, en el trabajo, con los amigos, en la política… que causan un daño emocional y que encierran secretos que conviene –a veces- descubrir.
El libro práctico de la inutilidad del sufrimiento Tras el gran éxito alcanzado con La inutilidad del sufrimiento, del que se han vendido 250.000 ejemplares, Mª Jesús Álava, reconocida psicóloga con más de treinta años de experiencia, nos propone ahora un libro práctico para que logremos por fin poner en marcha ese plan que nos llevará a superar el sufrimiento inútil y avanzar en el camino de la felicidad. Con el apoyo de casos reales y ejercicios que los lectores podrán realizar sin dificultad, y partiendo del profundo convencimiento de que podemos cambiar si nos lo proponemos, la autora nos explica cómo utilizar las principales técnicas y recursos de la psicología del siglo XXI para desarrollar nuestra inteligencia emocional y, desde ahí, poner los medios necesarios para recuperar la ilusión y volver a disfrutar de nuestra vida. • Cómo desarrollar nuestra capacidad de recuperación ante la adversidad • Aprender a racionalizar los pensamientos negativos • Claves que nos ayudarán a recuperar la confianza y sentirnos más seguros • Cómo conseguir «vaciar la mente» • Pautas para implantar un programa de actividades placenteras • Propuestas para mejorar nuestro sentido del humor Un manual que nos enseña «todo aquello que no se puede comprar: cómo ser más flexibles, más generosos, más pacientes, más comprensivos, más humanos, más sabios… En definitiva, mejores personas».
Trabajar sin sufrir es una puerta abierta al cambio para todos aquellos profesionales que se sientan atrapados en una tela de araña de la que se consideran incapaces de escapar, para los que sienten que su vida no les pertenece, se colapsan y llegan a desbordarse. No podemos vivir dejando que ciertas sensaciones como el fracaso, la impotencia o la injusticia guíen nuestra trayectoria y acaben conduciéndonos hacia la derrota y el pesimismo. Tenemos que localizar los focos de tensión y minimizarlos con ayuda de la lógica y la inteligencia emocional. Si nos pasamos gran parte de nuestras vidas trabajando, es importante que intentemos pasarlo bien y que hagamos de ese tiempo una experiencia positiva. Tienes en tus manos una gran herramienta cargada de sentido común que te ayudará a disfrutar de todos tus momentos con confianza, seguridad y autoestima.
España, 2012: un país salpicado por una creciente crisis económica y cercano al fin del mundo, según la profecía Maya. Dos miembros de la plantilla de trabajadores de una importante editorial se hallan en paradero desconocido. Sus jefes, Juan y Enrique, deciden contratar los servicios de una agencia de detectives regentada por Anne y Lucas. Tras una primera valoración, y suponer que se trata de un caso sencillo, los detectives acceden a aceptar la colaboración de ambos empresarios. Los cuatro protagonizarán situaciones de acción; sus vidas correrán peligro; se encontrarán con giros inesperados que les llevará a tomar decisiones capaces de marcar su futuro de forma permanente; confusión; amor; sexo; reflexiones… Es aquí, en este último punto, donde TÚ cobras un protagonismo dentro de la historia.
El mundo de «El mono del hielo» es un lugar peligroso que nos embarga los sentidos como un sueño. Es un mundo sombrío de ciudades desoladas y seres condenados, rituales extraños y horrores del espíritu. Emocionante y turbadora, esta colección de relatos consagra definitivamente a M. John Harrison como uno de los estilistas más importantes y versátiles de la literatura de horror. Nacido en 1945, publicó su primer relato en 1966. Ha cultivado principalmente la ciencia ficción, pero recientemente se ha decantado hacia el terror, siendo su firma muy habitual en las mejores y más prestigiosas revistas y antologías especializadas del género.
Seria Mau Genlicher, capitana de la «Gata Blanca», sirve a los násticos en su guerra contra la humanidad, hasta que el descubrimiento de un artefacto alienígena hace que decida abandonar el conflicto. O intentarlo, ya que sus patronos no parecen de acuerdo. Al mismo tiempo, Ed Chianese, antiguo piloto de élite, ve interrumpido su vegetar dentro de un tanque de realidad virtual en Nuevo Venuspuerto cuando las hermanas Cray, reinas de la mafia local, lo buscan vivo o muerto. Y no son las únicas. En nuestro presente, Michael Kearney, físico que será recordado como padre del viaje estelar, se ve perseguido por una siniestra presencia, de posible origen extraterrestre, que le atormenta desde la infancia. La respuesta a todos los misterios se encuentra en el Canal Kefahuchi, una singularidad desnuda cuya luz ha atraído, a lo largo de millones de años, a todas las especies inteligentes de la galaxia.
Viriconium está en peligro. La Ciudad Pastel, cuna de la última cultura de la humanidad, se ve invadida por hordas de bárbaros norteños y socavada desde el interior por los partidarios de la falsa reina, Canna Moidart. Ante la amenaza imparable de una horripilante tecnología desenterrada de los yacimientos de las culturas muertas, la única esperanza de la joven reina Jane reside en los restos de la orden de guerreros de élite de su padre, conocidos como los Methven: lord tegeus-Cromis, que se considera mejor poeta que soldado, con su espada sin nombre; Birkin Grif, contrabandista y pendenciero; Theomeris Glyn, artero esgrimista y jugador fullero; Sepulcro, el enano, forjador de hierro y constructor de un exoesqueleto de energía… Ellos son los últimos caballeros de Viriconium.
Han pasado ochenta años desde la Guerra de las Dos Reinas. Muerto tegeus-Cromis, exiliado Sepulcro el Enano de Hierro, solo queda Alstath Fulthor, el Hombre Renacido de las Culturas del Atardecer, para aconsejar a la reina Jane. Un extraño culto nihilista, el Signo de la Langosta, hace estragos en las callejas y plazuelas de la Ciudad Pastel: sus miembros, vestidos con máscaras de insectos, recorren la noche en siniestras procesiones portando cuchillos. Cuando una Renacida perturbada llega al Bistro Californium con un petate que contiene la cabeza cortada de un auténtico insecto gigante, el asesino profesional Galen Hornwrack se ve involuntariamente envuelto en una aventura por salvar Viriconium de una alucinante invasión.
Entra en la Ciudad Baja de Viriconium, el Barrio de los Artistas, donde la plaga consume a la bohemia.
Es difícil describir la plaga. Había empezado algunos meses atrás. No era una plaga en el estricto sentido de la palabra. Era una suerte de delgadez, una transparencia. En su interior la gente envejecía aprisa, o sucumbía a enfermedades debilitadoras: tisis, gripe, consunción galopante. Los mismos edificios se desmoronaban y empezaban a parecer mal cuidados, descuidados. Los negocios se iban a pique. Todos los proyectos se desmoronaban indefinidamente y al final se quedaron en nada. Sin embargo, el retratista Ashlyme ha jurado rescatar de la zona de la plaga a la genial pintora Audsley King. Mas, ¿cómo convencerla para que se vaya? ¿Y cómo convencer a nadie para que le ayude?
Historia de mis experimentos con la verdad. Pocos personajes históricos despiertan un interés tan universal como este extraordinario caudillo de la paz, que fue llamado Mahatma («Alma Grande») Gandhi, líder del movimiento nacionalista de India y organizador de la resistencia civil contra la dominación inglesa.MAHATMA GANDHI. Nacido en Porbandar en 1869, de familia humilde, se licenció en Derecho y sufrió diversas condenas por sus campañas políticas. En 1931 representó a la India en la Conferencia de la Tabla Redonda, celebrada en Londres. Fue asesinado en 1948, después de padecer innumerables persecuciones. Frente al lenguaje de las armas, su pacífico temple utilizó tan sólo una rueca para hilar.Su figura agrandada por el discurrir del tiempo, es reflejo de una gran voluntad, un fino y estricto sentido de la justicia y la libertad, que, cual perfume que embriaga, se descubre y admira a lo largo de las densas páginas de ésta su Autobiografía.Es sin lugar a dudas el profeta de una vida liberada que extiende su ascendiente sobre millones de seres humanos de todo el mundo en razón de su heroísmo, excepcionales virtudes y por su vida ejemplar.Siempre habrá alguien que encontrará en tan raro ejemplo de santidad la señal de una fortaleza y una severa realidad que no se encuentran en una vida de común benevolencia, moralidad convencional y vaga afectación ascética, que es todo cuanto muchos maestros pueden ofrecer.«Quien busque la verdad debe ser tan humilde como el polvo. El mundo aplasta al polvo bajo sus pies; pero el que busca la verdad ha de ser tan humilde que incluso el polvo pueda aplastarlo. Sólo entonces, y nada más que entonces, obtendrá los primeros vislumbres de la verdad.Si algo de lo que escribo en estas páginas choca al lector como expresiones contaminantes de orgullo, entonces debe presumir que hay algo erróneo en mi búsqueda y que mis vislumbres de la verdad no son más que espejismos.Que perezcan cientos como yo, pero que perviva la verdad.»GANDHI
Texto en el que Mahatma Gandhi explota sus ideas mas fuertes sobre la no violencia. Un fragmento dice lo siguiente: 'Mi concepto de democracia consiste en que el más débil debe tener las mismas oportunidades que el más fuerte. Esto jamás puede lograrse salvo mediante la no violencia. Creo que la democracia auténtica sólo puede originarse en la no violencia. La estructura de una federación mundial sólo puede erigirse basándose en la no violencia, y la violencia debe ser totalmente desechada de los asuntos mundiales.
Dado que la vida de Gandhi consistió en nada menos que tratar de poner en práctica su religión utilizando para ello sus potencialidades al máximo, en este libro se ha procurado presentar al lector extractos de los escritos y discursos de Gandhi que configuran un cuadro bastante completo de la religión del Mahatma. La tarea no ha sido fácil. El hecho mismo de que la religión fue el móvil principal de las actividades de Gandhiji significa que todo cuanto hizo y dijo a lo largo de su carrera pública, no sólo en el dominio de la religión propiamente dicha sino también en las esferas de lo político, lo económico y la vida social, se torna pertinente respecto de esta obra. Según Gandhi: «Una religión que no se interese por todas las facetas de la vida no es en absoluto una religión…»
Este libro contiene las reflexiones de Mahatma Gandhi, que en los albores de la Era Nuclear, la obra delineó un camino considerado ejemplar com su amor incondicional.
Esta selección de textos realizada por Miguel Grinberg expone el espíritu militante de Mahatma Gandhi, el legendario líder espiritual de los indios. Él se centró en la doctrina yóguica, que considera a la no violencia como un acto de purificación basado en el no causar dolor a otros ni siquiera con el pensamiento, ni con la palabra, ni con cualquier otra acción, en referencia a todo lo viviente. 'La no violencia -escribió- no es una vestimenta que uno se pone y saca a voluntad. Su sede se encuentra en el corazón, y debe ser una parte inseparable de nuestro ser'. En su obra, la no violencia está presente no como una política para la toma del poder, sino como la restauración de la naturaleza humana real.
Mohandas Karamchand Gandhi o Mahatma Gandhi (1869-1948) fue un líder nacionalista indio que llevó a su país a alcanzar la independencia mediante una revolución pacífica. Inspirado por el escritor ruso Liev Tolstoi (cuya influencia fue profunda) y por el escritor estadounidense Henry David Thoreau, especialmente por su ensayo 'Desobediencia civil' (1849), Gandhi, no obstante, consideró los términos 'resistencia pasiva' y 'desobediencia civil' como inadecuados para sus objetivos. Sobre la base de su propia forma de ver la vida y la lucha, acuñó otro término, satyagraha, que en sánscrito significa 'abrazo de la verdad'.
Reina la Edad Oscura en tierras de Britania ...un tiempo de caos y derramamientos de sangre. Hace mucho tiempo que las legiones romanas abandonaron las islas británicas y Uter Pandragón, el gran rey de la Britania Celta, está próximo a la muerte. Mientras agota sus últimos días, su reino se incendia en enfrentamientos entre los jefes tribales que se disputan su trono. Artorex, de padres desconocidos, es entregado a Antor y Livinia, los señores de una villa romana. Allí vive como un sirviente hasta que aparecen tres importantes caballeros que ordenan que sea adiestrado como un guerrero: en la espada y el escudo, en el caballo y el fuego, en el valor y el dolor. Pasan los años, Artorex no sólo se ha convertido en un hábil guerrero, sino que también se ha casado con Gallia, una joven britano-romana, con la que ha tenido una hija, Licia. Cuando esperan su segundo hijo, regresan los tres caballeros que tienen reservada para él una importante misión. Uno de ellos es Myrddion Merlín. El país está sumido en una situación desesperada y las grandes ciudades orientales están cayendo bajo la amenaza de las hordas sajonas. Artorex se gana la estima de los guerreros celtas y al frente de los mismos derrota en varias batallas a los sajones. Con su carisma y sus dotes guerreras demuestra que sólo él es capaz de unificar a las tribus británicas. Pero para poder alcanzar su destino y llegar a ser el gran rey de los británicos, Artorex debe encontrar la corona y la espada de Uter. El futuro de Britania está en juego.
Han pasado doce largos y sangrientos años desde que Artor fue coronado rey de los britones. Targo ha envejecido, Niniana ya es una doncella y Perce, el niño de las cocinas, se ha transformado en Percival. Infeliz por la pérdida de Gallia, Artor centra todos sus esfuerzos en la construcción de la fortaleza de Cadbury Tor, donde empieza la leyenda de Camelot. Artor se halla en la cumbre de su reinado. Ha logrado en estos años, no sin derrochar un gran esfuerzo, unificar a las tribus de la Britania celta y poner fin en su última campaña al azote sajón. Pero empieza a ver cómo su poder empieza a debilitarse y a descomponerse su reino. Ha elegido a Wenhaver (Ginebra) como su segunda esposa y la ha convertido en reina, pero tampoco le ha traerá la paz que busca. La nueva reina quiere lo que no puede tener y posee lo que no quiere. La amargura que esta actitud le genera amenaza con contagiar a todos los que la rodean. Artor no sólo se siente traicionado por la persona en quien debería confiar sino también porque la perversión está minando el corazón del reino. La situación le lleva a enfrentarse a una terrible disyuntiva, ¿debe actuar de forma inmediata y parecida a como lo habría hecho el despótico Uter Pandragón o debe dejar que el mal siga su curso y que el paso del tiempo lo borre todo? El peso del liderazgo y el del poder son una carga insoportable, ahora que su luz esclarecedora, Myrddion Merlín, lo ha dejado en manos de su propio destino. ¿Será posible que Artor pierda todo lo que ha conseguido con tanto esfuerzo? ¿Se disgregará Britania? La unidad y la paz de Britania están en peligro.
La leyenda épica de Arturo, rey de los britones. Los pueblos de Bretaña llevan años disfrutando de la paz y la prosperidad gracias al buen gobierno del rey Artor y la alianza de las tribus pactada en la Unión de Reyes. Frente al despotismo de su predecesor, Uter Pandragón, Artor gobierna con enorme sentido del deber, con honor y buen hacer. Negros presagios sobre Camelot. Ahora que Artor envejece, a su alrededor empieza a sembrarse la semilla del descontento. Los paganos, en su afán por eliminar las creencias cristianas del territorio, expulsan de sus tierras a sus seguidores. Pero necesitan un símbolo que les legitime y que sirva de vínculo, que una a todos los que no confían en Artor para formar un grupo invencible. Los oscuros y funestos beligerantes intentan apoderarse del antiguo cáliz guardado por el obispo Lucius de Glastonbury con el fin de socavar la unidad del reino lograda por Artor. Una vez que se han apropiado de la reliquia, las fuerzas del mal se liberan desatando una ola de fanatismo y de violencia incontrolable. ¿Sobrevivirá Bretaña? Artor ve que la amenaza sobre su reino parte de su propia casa, que en ella habita la traición. A Artor le traicionan los suyos. Los celtas se enfrentarán entre ellos dejando correr tras de sí ríos de sangre. ¿Sobrevivirá la leyenda del rey Arturo?
El Imperio romano se desmorona y, en la antigua provincia de Britania, el poder está cambiando de manos. Solo queda un último servidor leal a Roma, acosado por el caudillo de los celtas y por los sajones, los recién llegados del norte que sueñan con establecerse a sangre y fuego en estas tierras y sojuzgarlas. Todos ansían las sobras en este nuevo mundo, más brutal y cruel, donde la vida carece de valor, la traición es moneda de cambio y siempre vence la espada. Y en medio del caos un niño de la tribu de los deceanglos, con un talento natural para sanar y un don temible para la profecía, presiente que ante él se abre un gran destino. NIÑO, SANADOR, PROFETA... LA HISTORIA DE MERLÍN COMIENZA. Entre los despojos que la tormenta ha dejado en la playa de Segontium, Branwyn, nieta del rey de la tribu de los deceanglos, encuentra a un náufrago inconsciente. Un romano hermoso, un regalo de los dioses... que cuando abra los ojos le mostrará su verdadero rostro, más despiadado. Nueve meses después nace un niño que su madre, enloquecida, rechaza. Bastardo, hijo del demonio: desde su primer aliento, la leyenda acompaña a Myrddion Merlinus. Solo su abuela, junto a la que se cría, intuye que los dioses antiguos lo protegen y posee el don -sublime, maldito- que corre por las venas de su familia. A los nueve años, sabedor de que la tribu jamás lo aceptará entre los hombres con autoridad y poder, Myrddion se convierte en el aprendiz de la curandera del pueblo. Desde el primer momento, la sabia mujer percibe el talento natural para la sanación de ese muchacho, despierto y ávido de conocimientos, y empieza a adiestrarlo en los secretos de su oficio. Mientras, más al sur, Vortigern, el caudillo que se ha impuesto a los otros reyezuelos celtas, reconstruye la antigua fortaleza de Dinas Emrys. Le han profetizado que la torre, símbolo de su poder, solo permanecerá en pie si une las piedras con mortero y la sangre del medio demonio. Pero el niño también tiene una profecía para el gran rey celta, y un destino que cumplir. Pronto Vortigern será el heraldo del caos y Myrddion deberá usar sus dones para salvar una tierra asolada por odios enconados, traiciones en el seno de las familias y vientos de guerra.
«Si hubiera que elegir una palabra para describir esta novela, sin duda sería "envolvente". Hace sentir que se forma parte de la gesta épica en la que Merlín recorre el Imperio romano.» SF Book Reviews El Imperio romano de Occidente está siendo atacado. Las hordas capitaneadas por Atila ya han llegado hasta las tierras de la antigua Galia, y dejan a su paso el pavor, la muerte, la destrucción. Nada ni nadie ha podido detenerlas. Pero un general romano, un rey visigodo y un caudillo franco, antes rivales y ahora aliados, esperan para presentar la última batalla. A ella asiste Myrddion Merlinus, que se marchó de Britania en busca de conocimientos y, sobre todo, de sus auténticos orígenes. En estos tiempos convulsos y despiadados, de intrigas y traiciones, sus dotes de sanador y su don para la profecía se revelarán una valiosa pieza en el juego de reclamar los restos de un imperio escindido y en decadencia. VIAJERO, SANADOR, PROFETA... LA HISTORIA DE MERLÍN CONTINÚA. Ansioso por incrementar sus conocimientos de sanación y azuzado por la posibilidad de encontrar a su padre, Myrddion Merlinus abandona su tribu y la isla que le vio nacer. Desembarca en un continente sumido en el caos, donde las distintas facciones que estaban disputándose los restos del Imperio romano de Occidente se han visto obligadas a unirse contra el invasor procedente del este. Flavio Aecio, el general romano que luchó en la batalla de los Campos Cataláunicos, Atila el Huno, el caudillo franco Meroveo, el rey visigodo Teodorico, el emperador Valentiniano III y su frontal enemigo, el senador Petronio Máximo... Las grandes mentes militares y políticas de la época, hombres leales solo a sí mismos, cruzarán sus destinos con el joven viajero durante el largo periplo que le llevará hasta Constantinopla. Pero ni las espadas en el campo de batalla, ni las tormentas en el mar ni el capricho de los gobernantes serán lo único a lo que Myrddion deba enfrentarse. En ese mundo violento y en ruinas, abandonado por sus habitantes, azotado por las enfermedades y la muerte, tal vez sus peores enemigos sean, en realidad, su habilidad como sanador y ese don de la profecía que le atormenta.
De los templos de mármol, de las lujosas villas, de las carreteras adoquinadas solo quedan ruinas y cascotes. La violencia llena el vacío creado por la retirada de los últimos romanos, la guerra embrutece a las gentes de la Britania. El gran rey Ambrosio Aureliano y su hermano Úter Pendragón se disputan encarnizadamente con los invasores sajones cada aldea y cada ciudad. Recién llegado de Constantinopla, Myrddion Merlinus se ve obligado a servir a Ambrosio, para quien organiza una red de espías con la que anticiparse a los enemigos y controlar a los aliados. Sin embargo, tras la muerte prematura del rey, su sucesor Úter Pendragón fuerza a Myrddion a ayudarle en sus designios más oscuros. ¿Sobrevivirá el joven sanador y consejero a esa locura que ciega al nuevo caudillo de los britanos? ¿Y logrará que de una red de traiciones acabe naciendo el bien? SANADOR, PROFETA, CONSEJERO… LA HISTORIA DE MERLÍN CULMINA. El regreso más soñado y esperado a los lugares que forman parte del pasado puede acarrear una amarga decepción, pues nada sigue igual. Tras seis largos años de viaje por el continente, Myrddion Merlinus y sus compañeros desembarcan en Dubris, en la costa britana. Sin embargo el mundo que recordaban ha cambiado. Está naciendo uno nuevo, y sus reglas todavía no están escritas. Pronto el camino de Myrddion se cruza con el del irascible Úter Pendragón, más bestia que hombre, quien lo entrega a su hermano Ambrosio Aureliano. El gran rey de los britanos es un gobernante inteligente, abierto y razonable, alguien a quien Myrddion siente que puede respetar, incluso admirar, y acepta ser su consejero. La posición de Ambrosio está amenazada no sólo por sus enemigos mortales, los invasores sajones, sino también por los reyezuelos celtas que le rinden tributo. Para conocer los movimientos de unos, las ambiciones de los otros y asegurar el reino, cuyos hilos empieza a mover, Myrddion organiza una red de espías. Pero la muerte prematura del rey y una promesa atan entonces a Myrddion a un personaje que pone en peligro todo lo que se había conseguido: Úter Pendragón, el nuevo caudillo de los britanos. Solo la profecía de que sus sufrimientos no serán en vano da esperanzas al joven sanador y consejero para hacer cumplir el destino.
Diane está inquieta por la tardanza de Corey, la amiga con quien lo comparte todo. El coche de Corey cae al mar por un acantilado. La policía califica el caso de simple accidente. ¿Por qué entonces en el coche que nadie ha intentado frenar falta el diario de la suegra de Corey, cuando ésta regresaba de visitar a su "abuelo político", constructor en conflicto con el grupo ecologista al que pertenecía Corey? Conan Flagg, detective por vocación, librero por gusto y rico por herencia se interesará por el caso.
Martin Kane estaba observando el caminar de la hermosa joven, cuando ésta, inexplicablemente se cayó. Galantemente, Kane la levanta y como la joven se siente mal, la lleva a un bar donde la sienta y pide al barman dos cafés. Cómo sigue sin reaccionar, decide llamar a un amigo médico, pero la joven le pide que no la deje y parece confundirlo con un tal Edgar. Kane llama igual a su amigo al desmayarse la muchacha, y al volver a la mesa, constata que la joven ha muerto Llega la policía y al teniente a cargo no lo convence las explicaciones del periodista, pero debe liberarlo ante el informe forense de muerte natural. Días después una encantadora voz femenina al teléfono, lo cita para hablar de la joven fallecida. La joven resulta ser medio hermana de la muerta y revela la identidad del Edgar nombrado por aquella. La trama se va desenvolviendo hasta dar con una organización que se llama “Serenidad Por Medio Del Movimiento Físico”, cuyo objetivo es ocuparse de aquellas personas relegadas y olvidadas por la sociedad: las pobres chicas ricas.
El bosque hablase llenado de ruidos en los últimos meses, empujando la caza hacia las crestas de las montañas, en huida desesperada de aquella perturbación, a sus atávicas costumbres.
Los grupos de leñadores pasaban las semanas derribando árboles, llegando a emplear con los troncos de ocho a diez metros de diámetro, cartuchos de dinamita que hacían caer con estrépito y grandes destrozos en los árboles vecinos, a aquellos gigantes coníferos.
Entre la espesa niebla que cubría el monte Hood, de 11.225 pies de altura, abríase paso con dificultad, frotando las manos entre sí, combatiendo el frío reinante en tal altitud, un hombre joven cubierto con un traje de gamuza y colgando del hombro derecho un Winchester de repetición. La estatura de este joven armonizaba con la vegetación que le rodeaba. Ésta se elevaba sobre los vecinos y él había de destacar al lado de otros seres, pues no todos alcanzan los seis y medio pies, que no tendría menos el cazador.
La joven maestra le miró sonriente. Avisó al muchacho y Alan se retiró con él. Durante más de media hora le estuvo hablando, haciéndole comprender que lo del manejo de las armas había sido una broma, y al mismo tiempo le prometió que si se aplicaba en la escuela, le enseñaría a manejarlas cuando tuviera unos años más. Se mostró muy contento el muchacho, dándose cuenta Alan que había sido un gran estímulo lo que acababa de decirle. Bobby prometió aplicarse. Habló después con la joven maestra, diciendo ésta: —Ya lo veremos… Más vale que no te equivoques.
—¿Cómo hablas así de Cow? No le conoces apenas y hasta ahora su actitud no puede ser más correcta. El hecho de usar pistoleras bajas y calibre 38 no quiere decir que sea un gun-man. Recuerdo que en el río Salmón, en el campamento de Goldmich, había un minero que siempre que entraba en algún saloon o bar se encorvaba, colocaba las manos junto a los “Colt” que pendían de dos bajas pistoleras fijas por abajo a las piernas. Eran calibre 38. Su actitud, su rostro, tenían asustados a la mayoría de los mineros, y entre ellos a mí; pero un día se demostró que no sabía manejar las armas. Murió víctima de su presunción. Le creyeron un hombre rápido y murió con rapidez. No digo que con Cow suceda lo mismo, pero lo refiero para demostrar que el uso de ese calibre no indica que sea un pistolero. —Pues yo aseguro que Cow sabe lo que son armas. —También nosotros. Tú no eres de plomo. —Pero no uso el 38. Es un calibre que precisa una gran habilidad. —Depende del hábito. —¡Cuidado! ¡Ahí viene Cow!
Estos salieron del local y recorrieron otros que estaban en un reducido espacio. En menos de una hora se había formado un grupo de unos quince. Y marcharon al saloon de Dominic. Los dueños de los otros locales se alegraron al saber lo que Gordon proponía y estuvieron de acuerdo en el acto. Con motivo del debut de la cantante, apenas si había más clientes en sus casas que los cow-boys o granjeros, que bebían un par de vasos de whisky a lo sumo por todo gasto.
La muchacha iba tan preocupada que no se fijó en el camino que el caballo llevaba. El animal caminaba al paso que se le antojaba. Y para protegerse del violento viento que se había levantado, se encaminó hacíala montaña. Cuando ella quiso darse cuenta, estaba al pie de la misma, y los primeros copos de nieve hicieron que reaccionara. No había llegado nunca hasta esa montaña, y buscó en ella algún refugio donde poder esperar a que pasara la tormenta, por lo menos en su parte más aguda. Sabía, eso sí, que era la Montaña de las Minas.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Contiene los siguientes relatos:
A TIRO LIMPIO - M. L. Estefania
EL BANDIDO DEL GRAN CAÑON - Arizona
SHERIFF TRAIDOR - M. L. Bertel
BUSCADORES DE ORO - H. Estol
SENTENCIADO A MUERTE - F. Mediante
UN DUELO A LA AMERICANA - Fidel Prado
Los invitados se esparcían por los salones de la residencia oficial. Y se iban agrupando por afinidad anímica o por amistad. A la hora de extender invitaciones, el gobernador había delegado en el secretario para este cometido. Encareciendo, eso sí, que no se hicieran distinciones de tipo político, ya que la fiesta que conmemoraban, motivo de la invitación, afectaba por igual a todos.
Hacían una magnífica pareja, ya que ella tenía una estatura un tanto elevada en demasía para mujer, aunque estuviera perfectamente armonizada. A pesar de su indudable belleza y de poseer una fortuna de mucha importancia, su estatura acomplejada a los posibles pretendientes. Pero al lado de Big Ben no parecía tan alta.
Habló el gobernador durante bastante tiempo. Y Ben se convenció de que la situación era más seria y grave de lo que Chester imaginaba y había averiguado. Era un vasto complot, perfectamente organizado y dirigido. Dixon era, en realidad, una especie de cabeza de turco. La verdadera dirección estaba en manos del senador Suess. Y del granuja del abogado Meyer. Estaba el gobernador mucho mejor informado que el periodista.
La joven que había caído sobre Big Ben estaba muy colorada. Los dos terminaron por echarse a reír. Era lo primero que ambos hablaron desde que montaron en la diligencia.
Benjamín Barton estaba asombrado de lo que veía. Había visto por fuera aquella enorme casona y oyó hablar mucho de su dueño. Pero nunca había tenido oportunidad de entrar. Mientras se presentaba el propietario, recorría Big Ben los objetos y libros que había en el salón en el que le dijeron esperara.
Ellery admiró lo que veía. Con ello halagaba a Lydia, que sonreía complacida. Ellery se aseó para acudir al comedor, donde demostró que era hombre de buen apetito. También elogió la comida y por haber sido cocinada por Lydia, su gratitud aumentó.
Para algunos consejeros era una solución admirable, que les evitaba el crédito bancario que habían solicitado. Pero no esperaban se hiciera con esa rapidez. Uno de los consejeros dijo que eso era dar palos de ciego y que podría resultar un desastre si al hacer el proyecto, se habían parcelado y vendido, tierras que no podrían expropiar.
Y la mujer marchó del establo. Joe siguió preparando el pienso de las caballerías que tenía allí. Movía la cabeza, preocupado. Betty, la esposa, llegó a la casa, que estaba cerca.
Nunca como en aquella ocasión las personas se expresaron con arreglo a sus sentimientos de simpatía o rencor. Y pocas veces se había dado tanta pasión desbordada. El vehículo catalizador de estas encontradas actitudes era un hombre popular en San Antonio de Texas. El capitán de los rurales McMasters.
Antes de llegar a la puerta, detuvo a la empleada que les atendió y le pagó el gasto. Iba como el niño que teme llegar a casa después de una travesura. No le agradaba la actitud de los dos amigos. Y, sin embargo, la justificaba. Se detuvo al intentar cruzar la calle, para dejar paso a la caravana anunciadora de un circo.
La casa del senador Taylor, en Carson City, fue muy visitada al conocerse la noticia, que publicó el periódico de la localidad, de la muerte del senador en California, donde llevaba dos años muy enfermo, recluido en el hospital de Sacramento, atendido por el entonces considerado mejor especialista de la Unión en enfermedades cardíacas. La hija recibía las visitas que iban a testimoniar su sentimiento por la muerte de uno de los hombres que más habían trabajado en beneficio del Estado.
Era muy difícil encontrar hospedaje en San Francisco ni siquiera por unas horas. Todo estaba ocupado desde días antes. Era un azar presentarse en la ciudad en esas fechas sin tener la seguridad de contar con habitación por modesta que fuere. Los barcos atracados en los muelles hacían un buen negocio alquilando literas, aunque los que llegaban con monturas no eran partidarios de dejar éstas en los establos. Preferían estar cerca de sus caballos.
El que gritaba iba corriendo al lado del vagón en que viajaba Big Ben. Ben saludó con la mano desde la ventanilla. Y cuando el tren se detuvo, Ben entregó su maleta por la ventanilla. Esperó a que le correspondiera bajar, porque el pasillo se hallaba completamente lleno.
Un muchacho algo más joven que los dos llegó sonriendo. Pero también de una buena talla, ya que estaba en los seis pies. Como se trataba de un restaurante un poco mixto, ya que tenía mostrador para los amantes a la bebida, los tres se pusieron ante el mismo y pidieron de beber.
Las calles engalanadas indicaban que en el pueblo había fiesta o se conmemoraba algún hecho extraordinario. Los animales también estaban enjaezados con adornos no usuales. Los jinetes y vaqueros vestían con elegancia festiva. En los locales que se hallaban en la misma calle también había competencia en la ornamentación.
Cuando llegaron a Nevada City, Ben miraba curioso e intrigado. Donde estuvo siempre la Posta, encontró varias edificaciones de madera anexas a la misma. La cantina o saloon, como decía la muestra, seguía en el mismo lugar. El edificio hacía esquina. Lo que le sorprendió fue leer junto a lo de saloon, la palabra «hotel».
Hacía bastante calor y la protección de los árboles que daban escolta al camino era de agradecer. Como no tenía prisa alguna, no obligaba a su montura. El mismo camino se convirtió en calla y ésta desembocó en una plaza. Era bastante amplia y en ella vio la oficina de alguacil y prisión. En la puerta inmediata se leía la muestra de Juzgado.
Era día de descanso en la cantera. Trabajadores y carreteros bebían y conversaban. El saloon que la compañía propietaria de las minas o canteras había alquilado a Ida Ludowing, estaba lleno de clientes. El barman que tenía para atender las peticiones de bebidas iba anotando lo que cada uno solicitaba. Y así, con arreglo a esa relación, pagaban al cobrar la quincena. El día era caluroso en extremo. Por eso se refugiaban en el local.
Sabía que Adams les odiaba tanto como Lissy. Y no ignoraba que se habían hecho en el vasto Oeste muchas injusticias. Recordaba las minas abandonadas que había en los terrenos del rancho, en las que los buscadores, en la época de la fiebre minera, trabajaron con ahínco para marchar cuando se cansaron de gastar lo que tenían sin obtener el menor éxito.
Charles Logan oyó unos gritos y se asomó a la ventana, abandonando el almuerzo sobre la mesa, en el comedor que se encontraba. Unos vaqueros estaban golpeando a un hombre de edad. Permaneció unos momentos contemplando la escena y sonriendo, regresó a la mesa y al almuerzo.
Jack condujo a los tres viajeros, que vestían de ciudad, a la salida de la estación, y caminando la media milla que había hasta la población, iban hablando, refiriéndose cada uno lo que les había sucedido desde que no se veían. Preguntaban por amigos comunes y recordaban tiempos pasados.
Los jinetes recorrían el ganado al paso lento de las caballerías. Bob miraba con ojo experto las reses que les habían dicho fueron separadas. Ben iba pendiente de él. Bob no decía nada y su rostro inexpresivo era el característico que se conocía como «póquer». Davie Lefty, acompañado a su vez por el capataz, iba diciendo casi la historia de cada semental.
Los curiosos estaban en la estación, miraron a los dos jóvenes con la mayor indiferencia, pero la estatura de Big Ben les llamó la atención. Sin embargo, a esa fugaz atención siguió la misma indiferencia. Ben fue hasta el coche de ganado y a los pocos minutos, tenía el caballo a su lado, acariciándolo con golpecitos en el cuello. La muchacha que le había acompañado en el tren, estaba junto a unas maletas en el centro del andén.
Don salió de la casa y, como tenía el caballo preparado a la puerta, montó, diciendo adiós a los que salieron detrás de él. No había cabalgado una milla cuando vio a un jinete, que cabalgaba, completamente tranquilo, por su propiedad. Hizo que el caballo se desviara para salir a su encuentro, cuando le sorprendió un disparo y vio caer al jinete del caballo. Espoleó la montura para ir hacia el caído. Una vez junto a él, desmontó, comprobando que estaba vivo, aunque la herida parecía grave, y en la espalda.
Pocos minutos más tarde, era recogida del suelo y llevada a su habitación, llamando a un doctor. Tenía el rostro completamente desconocido. Los testigos de sus palabras, sin contenerse ante la crueldad de lo que decía, le dieron una paliza tremenda. Y Hobert al querer defender a su madre, fue golpeado también.
El doctor estaba reconociendo al herido. Cerca de él estaban el capataz del rancho y Ava, la hermana de Big-Ben, propietarios ambos del mismo. Ninguno de los dos decía una sola palabra. Observaban en silencio las manipulaciones que hacía el médico.
Un grupo de elegantes les rodeó y todos salieron juntos. A menos de cien yardas estaba el hotel «Bristol». Edificio recién construido en el centro de la ciudad, que a la vez era hotel propiamente dicho y saloon en su planta baja. Había una concurrencia excepcional a esa hora.
Big Ben, silencioso y mirando por la ventanilla, trató de adormilarse. De vez en cuando miraba indiferente al resto de viajeros. El se sabía contemplado con interés. Pero ni le hablaron ni habló. Sin embargo, dos de esos viajeros hablaban entre ellos y lo que decían le llamó la atención considerablemente.
Stewart Garfield, propietario del hotel-saloon, estaba apoyado en el quicio de la puerta de su local, contemplando a los que iban acudiendo a la iglesia que, como paradoja, estaba al otro lado de la plaza y frente por frente. Junto a Stewart estaba Letta, la animadora del saloon y a la que todos en la población estimaban de veras. Incluso las esposas de los clientes solían saludar a Letta con agrado.
En una de las mansiones más elegantes de San Francisco, junto a la costa, se celebraba una fiesta que el dueño de la casa ofrecía a sus amistades. Había estado una temporada ausente de San Francisco y, a su regreso, los acontecimientos de que fue informado le aconsejaron invitar a sus íntimos. Todos ellos, personas respetables y respetadas en la ciudad, bautizada como la «Puerta de Oro».
Paul Lee, con aire de preocupación, dirigió una mirada a la cocina y cerró los ojos durante unos segundos sin sospechar que su esposa le contemplaba en silencio desde una de las ventanas de la casa.
—¿Qué pasa? ¿A qué viene esa aglomeración? ¿Por qué gritan tanto?
—No lo sé…, pero métete en el camarote; ya sabes que no quiere tu padre que andes por cubierta durante la noche.
—He oído esos gritos… ¡Oiga! ¿Qué sucede ahí?
El hombre a quien acababa de hacer esta pregunta la joven, que hablaba con otra de más edad miró a la muchacha con atención, y, después de unos segundos de silencio, respondió:
—Han sorprendido haciendo trampas a un jugador, y le van a dejar en el centro del río, como es costumbre sin otro equipaje que la ropa puesta. Si quiere salvarse, tendrá que intentar cruzar a nado la fuerte corriente.
La aparición de oro en distintos distritos de los Territorios y Estados del lejano Oeste era causa de que en St. Joseph fuera cosa poco fácil conseguir billete en la diligencia que a diario salía en aquella dirección.
Lo mismo sucedía en los vapores que hacían el recorrido entre St. Louis y St. Joseph.
St. Louis era una mezcla extraña de «Este» y «Oeste».
Tenía en esa época, industrias madereras, cuyos troncos eran conducidos por el río haciendo difícil y pesada la navegación, hasta el punto de partida de las diligencias en las que, era principal propietario Ben Holliday.
Sarah gustaba de permanecer, por la noche antes de ir a descansar, algunas horas sentada en el porche, junto a la puerta de la cocina.
Desde allí veía, a veces, lejanísimas luces fugaces como fuegos fatuos, que por su padre sabía eran indicio de algunos buscadores de oro. La región habíase llenado de ellos. No había un solo pie de terreno que no fuese removido en busca de cuarzo aurífero.
La nieve había ido cediendo en los últimos días, y Winston, desde la puerta de la gruta que le servía de refugio hacía ya tres años, miraba con interés a las praderas que se extendían al pie de las montañas y en las que había ido presenciando la llegada de reses en verdaderas avalanchas y salpicándose de viviendas lo que antes era dominio del búfalo y teatro de correrías de los indios, que se hicieron amigos suyos. Alce Veloz, el jefe indio, te daba a veces sus pieles para que Winston se encargara de convertirlas en las cosas que eran necesarias a los de su tribu, tales como ropa y sal.
Los dos jinetes desmontaron ante la puerta del saloon, sacudiendo la nieve que había quedado sobre su ropa, y en especial en los sombreros. Y resoplando de frío se frotaron las manos al tiempo de saludar a los que estaban allí. En uno de los ángulos, había una buena hoguera, a la que se acercaron los dos.
Escucha, Lasignac, en este terreno, ni los indios son capaces de hacer brotar una sola planta de maíz. ¡Y decías que conocías lo que comprabas! El aludido contemplaba en silencio cuánto les rodeaba. El paisaje era semidesértico. Rocas y algunas plantas aisladas de salvia. Los escasos pastos no llegaban a media pulgada.
El caballo, sin que el jinete mandara en él, iba en la dirección que se le antojaba, mientras que la cabeza del montado pendoleaba sobre el pecho reiteradamente.
El terreno duro, sobre el que había caminado durante horas, iba cediendo para encontrar pastos y un piso más blando, que amortiguaba el caminar de la bestia.
No tenía la menor idea de lo que había pasado. Iba inconsciente.
El grupo de jinetes iba cubriéndose el rostro como podían, ya que el viento arrastraba guedejas de nieve, que se convertían por la velocidad y el frío en un verdadero tormento para los rostros.
Estaban llegando a un pateo estrecho, donde el viento, encallejonado, hacíase más insoportable.
—¡Tendremos que meternos en algún sitio! —dijo uno de los que iban en cabeza.
—Creo que tienes razón… Se ha adelantado el invierno y no me parece probable que esa manada pase por aquí…
—Las noticias que hemos recibido decían que ya estaba en marcha hacia Laramie.
Había terminado la guerra de secesión norteamericana. El Norte se mostraba arrogante frente a los vencidos esclavistas. Fué entonces cuando, un exsoldado del Sur, se adentró en el territorio de sus enemigos. Tenía una singular y privada misión que cumplir y para llevarla a feliz término hubo de vivir las más extraordinarias y peligrosas aventuras y enfrentarse cien veces con la muerte. Su nombre es el de la apasionante novela de M. L. ESTEFANÍA, Johnny Richmond
La historia de un hombre de temple de acero, que luchó hasta el fin por su misión y por los ojos de la mujer amada.
Los cow-boys acudían presurosos a la plaza en que siguiendo la costumbre de la mayoría de los pueblos del Oeste, tenía un árbol llamado de la libertad en el centro, que servía de punto de reunión en los días de mercado de los ganaderos; de sala de justicia al juez y sheriff , y como en esos momentos, para colgar a un pistolero, según afirmaban el sheriff y míster Parker, juez de la localidad y dueño del saloon que había enfrente y a cuya puerta se hallaban asomados jugadores y algunas mujeres con más pintura que pudor.
Dutch, el dueño de la manada, vio alejarse a su capataz, George Curtis, y paseó muy preocupado.
No se tenía la menor noticia de los jinetes que iban delante.
Esto indicaba que, en muchas millas, aún no habían hallado agua.
Llevaba una verdadera fortuna en reses. La pérdida de este ganado sería su ruina sin apelativo alguno.
Varios jinetes de los acompañantes del sheriff quedaron en silencio y pensativos ante estas palabras. Ninguno de ellos, a no ser el sheriff, sabía que el dinero no estaba en la caja fuerte. Esto, desde luego, era muy sospechoso.
Separáronse las dos mujeres y mistress Teller, que era la dueña del saloon Bella Aurora en la revuelta ciudad de Sacramento, marchó al encuentro del hombre a quien las dos se refirieron.
Era éste un joven de piel tostada y facciones firmes. Los ojos, tan oscuros que parecían muy negros, se movían con rapidez en una y otra dirección. El sombrero, un poco echado hacia atrás, dejaba ver el cabello tan negro como el ébano. En la comisura de sus labios se movía inquieto el resto de un cigarrillo.
Lucy era un buen jinete. Había empezado a montar a caballo cuando aún no sabía andar por su pie.
Desmontó con habilidad.
Ellos también miraban a los curiosos, porque no vestían como cazadores y no esperaban que lo fueran.
A pocas yardas había una nave que recordaba a Lucy otro mundo.
La presencia del barco en el muelle explicaba a los hombres lo de los curiosos. Debían ser pasajeros de la nave.
El factor se hallaba en su almacén, que estaba lleno de clientes.
—¿Quién era el muerto? —Uno de la caravana. —¡Ah… por eso hay tanta gente! —Son los compañeros. —¿Y esa joven que llora…? ¿La hija o la esposa? —La hija. —Es bonita esa muchacha. —¡Ya lo creo!
Allan Barret, sentado a la puerta de su refugio, en la parte más alta del monte Rainier, el más alto de esa región, sacudía la pipa contra la suela de su bota, mientras contemplaba el panorama, que con el sol semioculto entre las nubes se divisaba.
El juez escapó aterrado de lo que pasaba. Y con él, los hombres del sheriff que vigilaban a Alex. Este fue soltado por un vaquero y buscó al que le había defendido con tanto tesón. —Gracias, muchacho —dijo Alex—. Creo que te debo la vida, porque si no convences a los vaqueros de que querían colgarme lo hubieran hecho, ya que el jurado estaba dispuesto a ayudarles —No tiene importancia. Me agrada que haya triunfado la justicia. Y el juez se acordará de esto. —¡Ha escapado!
El caballo pastó a su antojo y terminó por tumbarse también y dormir algunas horas. Al despertar, después de muchas horas, vio al caballo que estaba tumbado con silla y todo. Se censuró de haberse quedado dormido sin haber librado al animal de esta tortura.
Utilizando todos los sistemas de transporte de la época y a través de desiertos, montañas, ríos, bosques, praderas y valles, caminaba hacia Cheyenne, capital del Estado de Wyoming, lo más heterogéneo que el Oeste americano había amalgamado al influjo de sus yacimientos de minerales preciosos y preciados, que sirviendo de atracción a las legiones de aventureros del Viejo Mundo, constituyó la base sobre la que se cimentaron las poblaciones, fugaces al principio, para constituirse después, al encuentro con los borderers que partieron de los grandes lagos especialmente y de la cuenca del Missouri, en poblados fijos con una riqueza ganadera y agrícola que estabilizó a muchos de estos catadores de aventuras.
En la calle se unieron al forastero y los tres, montando a caballo, se alejaron.
Galoparon sin descanso en dirección al rancho de los Hathaway, comprobando de vez en cuando si alguien les seguía. Sin apartarse de la orilla del río continuaron galopando, hasta que el sheriff decidió dar un pequeño descanso a las monturas.
Los animales, que fueron liberados de sus respectivas sillas de montar, se acercaron a la orilla del río y bebieron.
—Sí, Brenda. Sí. Tienes razón en lo que dices, pero yo deseo vivir..., ¿comprendes? ¡Quiero vivir! —No necesitas gritar, Angus; te oigo bien. —Es que quiero que me comprendas. Que te des cuenta que no puedo hacer otra cosa. Voy a vender el periódico. Y lo venderé a los que te imaginas. Me pagan bien, ¿entiendes? Con ese dinero me iré de esta podrida ciudad. Me iré lo más lejos posible. Horas y horas en tren... Nueva York, Canadá... Muy lejos, Brenda.
Charles Thinner, coronel jefe de Fort Garland, estaba sumamente preocupado, porque las exigencias de la guerra que continuaba, le tenía con más prisioneros que soldados para guardarles y un malestar intenso se había engendrado por la rudeza de su nuevo mayor Robert Hyannis, que había llegado poco antes con un brazo herido. Era el hombre que más podía odiar a los componentes del ejército confederado.
Varios vaqueros, a la puerta de la vivienda principal del rancho, contemplaban con gran curiosidad y recelo al jinete, desconocido para ellos, que se aproximaba montado sobre un magnífico caballo.
Los ojos de los vaqueros, amantes de estos animales, estaban más fijos en la montura que en el jinete.
—Parece un buen ejemplar el caballo que monta ese muchacho —comentó el propietario del rancho.
—Y por su aspecto no hay duda de que debe ser veloz como el viento.
—¡Excelencia! Loretta Clinton desea ser recibida... —¿Loretta Clinton? ¿Quién es? —Una ganadera de Albuquerque. La hermana de ese doctor de que tanto hablan estos días. Ha sido bautizado con el nombre del Doctor Asesino. —¡Ah, sí! Me han hablado algunos amigos de ese asunto. No parece claro. Al parecer, ese operado habría muerto de todos modos. Lo que hizo ese doctor fue intentar salvarle... —El hermano del muerto entiende que fue un acto de venganza... y que en vez de operar asesinó a su hermano. —¿Qué dicen los otros doctores? —No lo sé. —Que pase esa muchacha. ¿Es joven?
No quería provocar una bronca mientras estuviera aquel hombre allí. Sabía que era mucho lo que el sheriff le odiaba. El de la placa fijándose en los tres comensales, volvió a encaminarse hacia la puerta y llamó a alguien. Segundos después entró un caballero vestido elegantemente. En compañía del sheriff se encaminaron hacia los comensales.
—Rompe ese pasquín, sheriff. Tú sabes que es falso lo que dice ahí. Eres un coyote. —¡Cállate, Magda, o no respondo de mí! —gritó el sheriff—. Estate quieta. Deja ese pasquín en su sitio. No podrás quitar todos. —¡Eres un cobarde, sheriff. Y más cobardes todos estos que te lo permiten. ¿Qué te hizo mi hijo? ¿Por qué le persigues con tu odio? —Todos sabemos quién es tu hijo. Pregúntales a todos éstos. ¡He dicho que dejes ese pasquín!
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Los jinetes que el sheriff llevó, fueron incrementados con los dos vaqueros que habían visto al forastero. Pero regresaron al día siguiente sin haber obtenido el menor-resultado. En el pueblo contemplaban a los expedicionarios con cierta ironía y sarcasmo. En el bar de Tillie la Pelirroja, como era conocida, se hablaba del fracaso de la expedición.
En la época del oro, la ciudad de Sacramento era lo que se ha dicho por todos los escritores del Oeste e incluso por los historiadores oficiales de aquel país, una ciudad sin ley, llena de vicios y saturada de ambiciones. El hallazgo de los hombres de Sutter había de provocar un tropel tan espantoso que convertiría a los almacenes y fábricas del suizo-alemán en lo que fue Sacramento. La musiquilla de aparatos mecánicos traídos del Este y hasta de Inglaterra; las orquestas coreadas frecuentemente por cientos de voces, en las que tremolaba el alcohol y de vez en cuando el sonido inconfundible de las armas, daban a Sacramento características tan especiales que no había posibilidad de confundirse.
—¿Qué hacemos, sheriff? ¿Esperando la diligencia? —Buenos días, míster Burgess. Me alegro de que haya venido. Hace un momento estuve hablando con el mayor de sus hijos... Joe Grant me ha pedido que visite su rancho. Ike asegura que varias reses de los Grant han entrado en sus terrenos. —Mi hijo Guy es quien se encarga de esas cosas, sheriff. —El, sin embargo, me dijo que hablara con usted... —¿Sabe Guy de lo que se trata? —Sí.
La joven comprendió que la noticia de su parentesco con Wilson Peack debió de recorrer aquella masa, porque a medida que ésta avanzaba por su lado la miraban con respeto. No pudo oír lo que decían, pero sí oyó las risas y vio cómo se volvían, dejando solo al emplumado a pocas yardas más adelante. Al pasar junto a ella, ahora de regreso al pueblo, la saludaron correctos y hasta con afabilidad.
El amable sheriff aconsejaba que permanecieran en la pequeña ciudad hasta que las nieves empezaran a ceder y el sol ablandase el piso y permitiera que los pasos quedaran abiertos. Esto era lo más razonable. Y fue lo que se hizo al fin.
En el sudoeste de Texas, cerca de la frontera con México, se están produciendo robos de ganado a gran escala. Los rurales Richard Riedel y Mike Gordon son enviados a investigar, pues los hechos se escapan de las competencias y capacidades de los sheriff de la zona.
Muchos forasteros se unían a los curiosos para contemplar el espectáculo. Hombre risueño era el gobernador y no cesaba de hablar amigablemente con todos aquellos que conocía y había tenido ocasión de tratar. El juez Crockett y el sheriff Burrett no se apartaban de su lado.
Era una preocupación para Ben y sus amigos que hubieran ido hasta el fuerte las dos muchachas estimadas por ellos y Betsy, que sería bien atendida también por su belleza.
Pero cuando se presentó en el pueblo Joe Robertson, dijo que eran unos cobardes al permitir que unas mujeres decidieran lo que había de hacerse con los acusados de cuatreros.
La diligencia se detuvo ante un grupo numeroso de curiosos y entre una inmensa polvareda acompañada por los juramentos más extraños de aquellos conductores que habían de llevar una mano en la brida y otra en el rifle, repartiendo la atención entre el camino y los posibles salteadores.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
En la cantina, los jinetes pedían bebida ante el mostrador. El dueño dejó de hacer el solitario que le entretenía y miró sonriendo a los recién llegados. Éstos se extendieron por las mesas y reclamaban ser atendidos con diligencia. Solamente había dos muchachas.
Gail era la dueña del hotel-saloon que más clientela tenía en la población. Era muy difícil hallar una habitación libre. Y el saloon, aunque sin la instalación lujosa que tenían otros, era el que más clientes almacenaba a la hora en que los vaqueros abandonaban su trabajo. La dueña era de allí, se había criado y crecido entre peleas constantes a cada salida de la escuela. Y era bastante dura. Sus peleas con los hermanos Winter eran casi un espectáculo diario, cuando salían de clase.
El tendido ferroviario siguió en su mayor parte la roturación realizada por los conductores de caravanas primero y que afirmaron los de las diligencias. Solamente en algunos trozos del recorrido se modificó. Era en aquéllos en que la presión de los indios y no la geografía había señalado rutas a los atrevidos, que cruzaron desde muchos años antes de los ferrocarriles las tierras de búfalos.
Cuando un hombre se ha pasado diez años de los veinticinco que tiene, encerrado en una penitenciaría y Heva sobre su ánimo la imborrable impresión de un padre ahorcado y una infancia turbulenta y una acusación infamante, es poco probable que se emocione ante una sonrisa de mujer o que llegue a temblar ante la perspectiva de convertirse en una especie de chacal acosado, con su nombre expuesto en todas las esquinas con unas respetables cifras debajo.
Porque Ames, el hombre que acababa de salir de la penitenciaría, sintió cómo su fatal destino le empujaba a seguir el RASTRO SANGRIENTO dejado por sus propios pasos, rastro que él haría reverberar de nuevo, en sus locas ansias de extirpar hasta el último de sus enemigos.
Pero si no fué capaz de temblar ante semejante perspectiva, sí se emocionó ante la tentadora sonrisa de una mujer, la única de este mundo con quien jamás tenía Ames que haberse tropezado, porque era la propia hija del causante de su ruina...
He aquí una de las novelas del Oeste ante cuyo apasionante argumento no podrá el lector sustraerse, porque su intensa emoción llega a dominar los sentidos, obligando a devorar sin descanso, desde la primera a la última página de RASTRO SANGRIENTO, la historia más audaz y sobrecogedora de cuantas entretejen la historia del lejano Oeste.
La fiebre del oro y las promesas de unos desalmados que trataban de apoderarse del fruto del trabajo ajeno, provocaron un temible caos en Edgmont, pequeño pueblo lindante con el territorio indio.
Prescindiendo del trotado que "Nube Rojo" había firmado con las fuerzas militares norteamericanas, se preparaba la invasión de los dominios indios. Para evitar la terrible VENGANZA INDIA, tres esforzados defensores de la Ley, tuvieron que exponer en múltiples ocasiones su vida ante la tenacidad de los que, ciegos al peligro, se dejaban conducir por la ambición.
Familias enteras iban a perecer en el loco intento, atraídas por el espejuelo de una fácil fortuna que, de existir, no les pertenecía, puesto que el Gobierno había reconocido como legítimos propietarios de los terrenos donde se rumoreaba existía oro, a los indios establecidos en aquel lugar desde mucho tiempo atrás. Pero, ¿podían comprende tales razones quienes habían puesto la confianza de un futuro feliz en aquella ilícita invasión?
VENGANZA INDIA. Un apasionante relato en el que se mezclan por igual las situaciones tensas y una emoción sin límites, es el número que hoy présenla la trepidante COLECCION BISONTE-EXTRA, ofreciendo con ello, al lector una de las mejores obras del gran M. L. Estefanía.
El murmullo de las conversaciones en voz baja, semejaba al ronroneo de las olas al acercarse a la costa. —¡Asómate, Janet...! —dijo el viejo Homer. La joven aludida fue hasta la ventana y, corriendo un poco la cortina, vio una verdadera multitud. —Es la póstuma manifestación de afecto hacia Joe —añadió Homer—. Frente a esta casa está la verdadera ciudad de Cheyenne. Unos golpes dados a la puerta de la habitación en que hablaban, les hicieron abandonar la ventana. Abrió Janet.
Olivia, bien protegida por el cuello de la parka y el gorro de piel de oso, forrado con la de cordero, se pasaba la mano por los ojos para ahuyentar la nieve tan espesa que caía y tratar de ver mejor lo que le había parecido un jinete a bastante distancia. El caballo relinchaba sordamente, como protestando por la baja temperatura. Ella venía de los amplios corrales cubiertos, que su padre, conocedor de ese clima, había techado en forma puntiaguda a dos aguas para evitar que la nieve hundiera éste, al no poder deslizarse.
Un criado caminaba ante ellos y les abrió la puerta que daba a la calle. El cuerpo sin vida del inspector Donovan se hallaba sobre un caballo. El gobernador se acercó en silencio al mismo haciéndose a un lado los acompañantes del sheriff. Un fuerte nudo en la garganta impidió hablar al gobernador.
Retrocedieron los tres, hasta llegar al pasillo, pero de allí no podían pasar por estar atestado de viajeros. Muchos de éstos gritaban contra los tres cobardes y más de dos les golpearon también. El haberse apartado los viajeros que iban junto a la ventanilla, permitió al cow-boy entrar en el vagón.
El muchacho sentóse junto al herido. En silencio, recordaba lo que el doctor le habla dicho. Johnston Caron marchó con el doctor a la ciudad. Durante el camino hablaron de Ben.
Peggy contemplaba el espectáculo de su saloon completamente lleno de clientes y estaba satisfecha. Todas las mesas estaban ocupadas y sobre ellas botellas y vasos. Lo que suponía al final de la jornada un ingreso de verdadera importancia. Los clientes se apretujaban ante el mostrador. Esta concurrencia se debía, sin duda, a la situación del saloon. Junto a la estación del ferrocarril.
—¿Quién es aquel muchacho que bebe se lo en aquella mesa? —preguntó Abraham Alvis a uno de sus varios empleados. El interrogado miró con atención al indicado. —¿Te das cuenta a quién me refiero? —inquirió Abraham de nuevo. —Supongo que a aquel muchacho tan alto que está en la mesa del rincón, ¿no es así? —¡En efecto!
Edmund indicó al abogado dónde se encontraban los caballos que les aguardaban. La enorme maleta del abogado fue cargada sobre uno de ellos. Edmund J. Cobb, propietario de uno de los ranchos más ricos de Dallas, miró con sorpresa a un joven vaquero que pasaba a su lado en este momento.
Bob y Martin habían entregado el ganado robado al capataz de Edward Tanner, uno de los hombres más influyentes de Butte. Los hierros de su ganadería eran los que mejor se cotizaban en el mercado de la ciudad y de Virginia City, la que fue segunda capital del territorio de Montana. Anteriormente había sido Banack. Actualmente lo es Helena.
Era contemplado por todos los curiosos con indiferencia.
Desmontó ante el local cuyo nombre le llamó la atención, decía así: « Whisky y música».
Sonriendo, entró decidido.
Quedó paralizado y sorprendido al contemplar el saloon en su interior.
Era un lujo excesivo el que allí había.
El tren se detuvo lentamente.
Y en el momento de detenerse, una banda de música comenzó a interpretar un alegre pasacalle.
En uno de los descansillos o plataformas, un hombre de elevada estatura saludaba con la mano a los cientos de personas que había en el andén y que daban vivas estentóreos.
El nombre que repetían era el de Nelson Burlington.
Parecía una pesadilla.
Los jinetes aullaban salvajemente en torno al rancho incendiado, mientras alzaban los rifles y espoleaban sin piedad a los caballos.
Las llamas, que parecían querer alcanzar el cielo, iluminaban trágicamente la noche.
Y las siluetas de los once hombres se recortaban sobre aquel fondo de infierno, mientras los gritos los gritos se hacían más agudos, más estridentes y de vez en cuando sonaban disparos al aire para acentuar aquella sensación de pesadilla.
Dentro del rancho también se oían aullidos, pero éstos eran distintos.
Mientras los incendiarios, borrachos hasta los tuétanos, gritaban de placer, los que estaban dentro se retorcían de dolor al ser alcanzados por las llamas, y sus gritos estremecían la noche.
El viejo Burton se asomó temerosamente por la puerta de su habitación del hotel, mirando a un lado y otro del pasillo, mientras calculaba a ojo la distancia que le separaba de la ventana.
Con un poco de suerte podría deslizarse hasta el tejadillo de la cuadra y desde allí escapar.
—Duke. Hay un vaquero que quiere hablar contigo.
—¿Qué quiere?
—Hablar contigo. Es lo que me ha dicho.
—Has debido tratar de averiguar qué es lo que quiere… No más líos con los cow-boys.
—No le conozco.
—¿Forastero?
—Desconocido para mí.
—Bien. Dile que pase. Es lo mejor para salir de dudas.
Los gritos del conductor eran acompañados por el chirriar de los ejes, en un bamboleo que echaba los viajeros de la diligencia unos contra otros.
Las dos mujeres que figuraban entre éstos unieron sus gritos a los del conductor, coreadas por las protestas del resto.
El vehículo dejaba tras sí una enorme columna de polvo.
El traqueteo era inmenso. Los viajeros se sujetaban donde podían para mantenerse en sus sitios.
Algunos viajeros golpeaban el techo para hacer saber a los conductores sus protestas.
Link Bangor era el propietario del único bar que había en Sheffield.
Su hija le ayudaba en el mostrador, haciendo que con su presencia fuesen más numerosos los clientes asiduos al local.
Era una joven muy guapa.
Ivone hablaba animadamente con su padre:
—¿Qué le sucede a Jacyn Lloyd?
—Ha vuelto a perder —respondió su padre.
—Debiera escarmentar… Henry Rodgers es muy hábil con los naipes.
—Eh, muchachos, salid a contemplar al sobrino de nuestro cocinero. Os reiréis cuando le veáis. Riéndose, los vaqueros fueron saliendo de la vivienda. Un joven muchacho, de unos seis pies y medio de estatura, les miraba en silencio. Robert Kerr, capataz del equipo, indicó a sus compañeros que se acercaran. Raymond Wood, propietario del rancho y, el cocinero del mismo, acompañaban al recién llegado.
>Edgar Snake miró preocupado al sheriff. —Por favor, Edgar… Adivino lo que estás pensando… ¿Crees que sería capaz de pedirte…? —No se trata de eso —interrumpió Edgar—. Es mi esposa quien me preocupa. Elga está muy delicada… Cualquier disgusto puede costarle la vida. —¿La vio el doctor Herbert? Asintió con la cabeza el interrogado. —Su corazón está muy débil… —agregó seguidamente—. Me dio pocas esperanzas. —Lo siento…
En el amplio comedor de la vivienda estaban reunidos todos los parientes del muerto, y con ellos las autoridades de Dentón y unos ganaderos que habían sido amigos de Hubbard.
—Hace tiempo que me entregó estos documentos con el ruego de que los abriera el mismo día que conociese la noticia de su muerte.
Después de decir esto, el juez miró a los reunidos.
—Cuando supe que había muerto, lo primero que hice fue abrir este sobre, y en él encontré en primer lugar una carta dirigida a mí, en la que me pide que venga a leer el testamento que está cerrado en este otro sobre, y os reúna a todos vosotros para ello. Como ya estamos reunidos todos, creo que es hora de proceder a dar cumplimiento a los deseos del muerto.
Queremos divertirnos... Hace más de una semana que no salimos del rancho. Rosemary habló con los componentes de la orquesta e inmediatamente comenzaron a interpretar conocidos bailables. Por orden de Rosemary acudieron las demás empleadas al saloon y en pocos minutos cambió por completo el colorido del local. Jimmy bailó con Rosemary, siendo ambos muy aplaudidos. Billy, el capataz del equipo, les felicitó.
—¡Hola, sheriff. ¿Mucho trabajo? El sheriff miró sonriendo al joven ranchero, diciendo: —¡Hola, Rock...! Ya sabes que esta zona es tranquila. —Lo sería de no ser por los componentes del Fronterizo... ¿Han vuelto por aquí desde el otro día? —No... Pero, si vienen, procura no armar camorra con ellos. Llevarías las de perder.
En la época que nos ocupa nuestro relato, la pequeña población de Holbrook, capital del condado navajo de Arizona, que está situada a orillas del río Little Colorado, era una zona ganadera de importancia ya que en todas direcciones estaba salpicada de ranchos que poseían muchos cientos de cabezas de ganado vacuno. A esta zona acudían vaqueros procedentes de todos los estados y territorios ganaderos de la Unión. Glen Keene, sheriff de la localidad, estaba considerado como el hombre más importante.
—¡Te digo, Rawlins, que jamás creeré en la culpabilidad de Bill! —Eso tan sólo demuestra dos cosas, Nora —replico el llamado Rawlins—. Que estás enamorada de él que eres muy cerrada de mollera. Quienes escuchaban rieron de buena gana, sobre todo al ver la actitud agresiva de la joven. —¡No estoy enamorada de él ni soy cenada de mollera! —bramó encolerizada Nora—. ¡Lo que sude es que no creo en quienes declararon contra él! Es víctima de una trampa bien urdida sabe Dios por quién!
—Comprendo que eres aún joven, papá, y que es natural que te hayas vuelto a casar; pero tienes que comprender, a tu vez, que no puedo ver con buenos ojos a la que ha usurpado el puesto de mi madre. —Sylvia es una buena chica y no tiene muchos años más que tú... —Eso es lo que me preocupa. Tú estás joven, pero no tanto..., si se te compara con ella. —Eso no puede ser un inconveniente. Vamos a acercarnos al fuego. Hace mucho frío. No pienses más en ello. Sylvia terminará por quererte como a un hijo. Debes atenderla y ser cariñosa con ella.
El jinete desmontó y mientras miraba en todas direcciones, absorto en sus propios pensamientos, sujetó su caballo a la barra que para tal efecto existía a la puerta del local.
Como sucede en todas las pequeñas poblaciones, los forasteros eran contemplados con curiosidad.
Se sacudió sus ropas con el sombrero de anchas alas, y por el mucho polvo que de ellas salía, pensaron quienes le observaban que tenía que haber galopado durante muchas horas.
El viejo herrero de Virginia City, llevado por la curiosidad, abandonó su taller y se aproximó a un grupo de vecinos que en medio de la calzada charlaban animadamente. —¿De qué habláis con tanta animación? —preguntó al reunirse con el grupo. —Sobre los cinco forasteros que acaban de entrar en el local de Alma —respondió uno—. Según Vidor, son famosos por California. —¡Terriblemente famosos! —agregó Vidor—. ¡Y me asusta lo que puedan buscar aquí!
Entre los muchos locales de diversión con que contaba Cheyenne, la capital del territorio de Wyoming, el Missouri era de los más concurridos y famosos. A pesar de que su instalación interior no difería de los otros en nada, su fama radicaba en las muchachas que atendían a los clientes y que, según opinión de todos, eran mucho más bonitas y amables. Un grupo de hombres de aspecto mal encarado habían entrado imponiendo su capricho a los clientes y empleados, y todos les miraban con terror, lo que indicaba que debían ser conocidos.
El jinete consultó el dinero que le quedaba, antes de entrar en el pueblo. No llegaba a ocho dólares. Oprimió con sus rodillas al bruto que montaba, y éste siguió su camino sin prisa. Hacía más de dos meses que no encontraba el menor rastro que la persona que buscaba y que escapó de su lado sin decirle nada, cuando se había encariñado con él. Había sido su compañero por una temporada y nunca le había preguntado una sola palabra de su vida pasada, aunque ya conocía el Oeste lo suficiente como para saber que no quería referirse para nada a ella. En cambio, él era locuaz. Habló de sus cosas que le llevaron a tantas millas de su tierra: Virginia.Muchas veces, mientras cabalgaba en los tres años que rodaba por la tierra de que tanto oyera hablar cuando era muy jovencito, pensaba en los que había sido su vida anterior y la que llevaba.
Las dos jóvenes que viajaban en la diligencia también, conocieron por la vieja lo sucedido. Y llegó la noche sin más novedad. Algunos viajeros no se presentaron hasta muy tarde, y otros, la mayoría, se hallaban durmiendo desde las primeras horas. A la mañana siguiente, cuando la diligencia se iba a poner en marcha, se presentó el sheriff para despedir a la mujer del compañero y a Alan, así como a las dos jóvenes. Tom estaba ya sentado en su sitio en el vehículo.
Los cinco hombres atravesaron como fantasmas el pequeño patio y detuvieron ante la puerta del edificio. Todos ellos iban vestidos de negro para que sus cuerpos se confundieran mejor con las sombras de la noche. Llevaban revólveres también negros. Era necesario estar a dos pasos de distancia para poder distinguirlos. Y cómo a dos pasos de distancia no había nadie…
Una voz bisbiseó:
—La llave.
Uno de los cinco hombres se adelantó. Llevaba en la derecha, en lugar del revólver, una llave falsa que manejó con la mayor habilidad. En un instante, y con sólo un leve chasquido, la puerta ante la que estaban dejó de ser un obstáculo.
Inmediatamente se oyeron las voces y risas. Se mezclaban las de hombre y las de mujer en una alegre combinación qué, sin embargo, no tenía nada de procaz. Simplemente se estaba celebrando allí una fiesta familiar. Alguien gritaba en aquel momento:
—¡Brindemos por Jim!
—¡Por su salud!
Los fuertes resoplidos de la máquina dispersaron al grupo de curiosos que resultó envuelto en el vapor blanquecino. Esto produjo una risa incontenida al maquinista que contemplaba desde su habitáculo el repetido espectáculo. Dos hombres elegantemente vestidos al estilo ciudadano descendieron de uno de los vagones.
—¿Cuándo piensas partir, Daniel?
—Mañana mismo.
—¿Tanta urgencia tiene ese viaje?
—Según cuenta mi tío en su carta, es fácil que pueda necesitarme.
Los dos amigos charlaban en la herrería principal de Sprinfield.
—¿Continúa siendo sheriff en Cheyenne?
—Nos estamos moviendo sobre un barril de pólvora, Zalman. La vigilancia es cada vez más estrecha en la frontera fatídica, como se llama a esta zona. Nuestro enlace al otro lado del río no se ha presentado... Como haya caído en manos de las autoridades de su país ya puedes ir haciéndote la idea que no volveremos a verle.
—Resultas desesperante, Bernard. Si Albert fuera de tu misma condición...
—Piensa exactamente igual que yo. ¡Despierta de una vez, Zalman! En las condiciones actuales no podemos continuar «trabajando» en la frontera. Desde Brownsville hasta la desembocadura del Pecos lo controlan, palmo a palmo, los hombres de Remsen. Son demasiadas millas, Zalman. Pretender enfrentarse a una organización como esa...
A la caída de la tarde, el tren procedente del Este con dirección a California, se detenía en la estación o apeadero de Kimball, pequeña localidad de Nebraska y a unas sesenta y tres millas al este de Cheyenne, capital del Territorio de Wyoming.
En todos los vagones de pasajeros, tan pronto como se detuvo el tren, subieron unos empleados de la Compañía del Ferrocarril, para comunicar a todos que tendrían que hacer noche en la pequeña localidad, debido a que la vía estaba obstruida en un par de millas por el desprendimiento de tierras sucedido aquella mañana a consecuencia de una lluvia torrencial, y que ya estaba subsanando.
—Seguimos manteniendo contacto con ese pequeño pueblo de California... ¿Quién es el que escribe al patrón?
—Jerry Collins.
—¡Caramba! ¿Te recomienda él?
—Esta carta ha sido escrita por su puño y letra.
—Ven conmigo. Te presentaré a algunos de mis compañeros. Estamos en aquella mesa del rincón.
Mostróse mucho más amable el capataz.
—Acorralan como fieras a sus víctimas. Esa no es forma de aplicar la ley por más que intenten enmascarar...
—Cuidado, Bill. Los hombres que acaban de entrar vienen dispuestos a vengar la muerte de Eaton y cuentan con el apoyo del sheriff. Cualquiera de ellos lleva una elevada dosis de plomo en la sangre.
—Es curioso. ¿Y esto es lo que llaman el mundo civilizado? Ahora que conozco sus costumbres envidio cada día más a los indios y justifico sus acciones, sin que por ello deje de reconocer que existen algunos grupos de exaltados...
—Hemos hablado suficiente de todo eso, Bill, pero el que nosotros justifiquemos el comportamiento de esas familias sirve de muy poco, por no decir de nada. Hemos podido comprobarlo durante el juicio. Los tres jóvenes indios condenados a muerte continúan adornando con sus cuerpos los árboles de la plaza...
Con un látigo en cada mano, castigó cruelmente a los dos vaqueros, que se cubrían el rostro entre gritos de dolor y de auxilio. Siguió castigándoles después de estar caídos en el suelo. Al fin, soltó los látigos en el suelo, se inclinó hacia los caídos y les arrastró hasta la puerta de la calle. Volvió a por los látigos y sin que nadie interviniera, les colgó con los mismos látigos en la galería de la taberna.
El conserje se encogió de hombros y el elegante salió del hotel. Y marchó a uno de los locales más elegantes. No eran muchos los que había en Helena que era una población poco populosa. Los clientes, para esos locales, se basaban en los ganaderos de las proximidades y sus vaqueros, así como los mineros que acudían de lejos para resolver asuntos en las dependencias oficiales.
Sussan era la dueña del saloon El Edén, que era sin duda el mejor local de la ciudad y desde luego del condado. Se puso a ayudar al barman, cosa que hacia llegada la hora en que la afluencia de clientes aumentaba de manera notoria. Todos los que entraban cuando ella se hallaba en el mostrador bromeaban con ella.
Cuando se dio la orden de haber terminado la guerra y, con ella, la de desmovilizar a los militares y millares de hombres, enrolados en los dos ejércitos, se creó para las autoridades de la Unión un gran problema, que no fue sencillo de resolver. Verdaderas oleadas de desmovilizados pasaban en varios sentidos por los pueblos. Las ropas castrenses se siguieron viendo después de varios meses.
Desmontó el jinete y acarició al caballo, pasándole la mano por el cuello y los flancos, diciendo, como si animal pudiera comprenderle:
—¡Estamos muy cansados los dos! Me parece que nos hemos merecido un descanso. Te secaré antes este sudor, porque las noches en esta montaña son frescas.
Y con todo cuidado, se puso a secar, en efecto, el sudor del animal y le echó una de las mantas, para que no se enfriara.
Le dejó en libertad de pastar y él se echó, tapándose con otra manta.
Antes de quedarse dormido, estuvo recordando lo que había pasado horas antes en el pequeño pueblo, cuyo nombre no llegó a saber, al otro lado del lago que hubo de rodear en la huida.
El día era agobiante. Parecía que el sol, complacido en derretirse en una cascada finísima de rayos, se entretenía en hacer callar a los habitantes de las rocas y de los árboles. Y lo había conseguido. Solamente la osadía de la chicharra, se atrevía a enfrentarse con el intenso calor. Y como si se burlara de él, hacía chirriar sus alas con una constancia desesperante.
Las serpientes buscaban, en movimiento perezoso, pero amenazador, las víctimas de que se alimentaban. Reptaban zigzagueando sin el menor cansancio.
Milton salió de la casa y miró en todas direcciones.
Empezaba a soplar un viento gélido.
Sentía frío, a pesar del chaleco que llevaba forrado de piel.
Lió parsimoniosamente un cigarrillo. Le prendió fuego, metiendo el resto del tabaco en el bolsillo de la camisa.
Mientras fumaba, caminó lentamente hacia las viviendas de los vaqueros, en las que no había más que el patizambo Rob Munson, que actuaba de cocinero.
—¿Es que no me vais a dejar hablar? ¡Estoy reclamando silencio!
Todos los que estaban, y eran muchos, en el local en que se celebraba el juicio guardaron silencio para que el juez continuara.
Dos muchachas se abrieron paso entre los curiosos, consiguiendo llegar hasta las primeras filas.
—No es que se trate de ningún caso difícil ni dudoso. Pero es necesario ceñirse a la ley y por ello estamos aquí reunidos —añadió el juez—. Estamos ante un cuatrero que ha sido denunciado por míster Cus Brown, al que todos conocemos, mientras que el acusado es un desconocido al que se ha visto con uno de los caballos que míster Brown estaba preparando en el rancho para él. Y no es que solamente sea un cuatrero, es que cuando dos de los vaqueros de míster Brown trataron de recoger el caballo al conocerlo, mató a los dos. Así que al delito de robo va unido el de asesinato de dos hombres.
La ciudad de Laramie, situada en sudeste del territorio de Wyoming, fue famosa durante muchos años por diversas causas, siendo la principal, que era la ciudad mercado de los ganaderos de las llanuras.
Por contar con todos los vicios de Cheyenne, capital del territorio, y por la afluencia de los equipos ganaderos, se convirtió en un infierno en el cual la vida se hizo imposible para los pacíficos habitantes.
Se perdió el respeto a la ley y tan sólo se rendía obediencia a la del «Colt».
El que había disparado lo hizo dos veces más.
La segunda alcanzó a la cabalgadura, que rodó sin vida. Rodney corrió a guarecerse entre las rocas de la montaña, a cuyo pie se encontraba, y que era lo que se proponía al montar a caballo.
Su atacante miraba con atención desde la cima de la montaña.
Una nueva bala salpicó su frente de restos de roca.
El del rifle estaba demostrando ser un buen tirador.
Corrió a guarecerse en otro refugio más seguro.
Y de este modo, iba avanzando hacia la cumbre.
El consejo contra el capitán Alex Covelo se celebraba a puerta cerrada, y en Austin se hacían los más variados comentarios sobre el resultado del mismo. La acusación era muy grave y había la seguridad de que iba a perder el destino y, hasta posiblemente, ser encerrado por unos años. En el establecimiento que había frente al lugar en que se celebraba el consejo, hallábanse muchos curiosos esperando la salida de los que tomaban parte en él. Estaban más en la puerta que en el interior del establecimiento, ya que lo que menos les precisaba en esos momentos era beber.
—¡Hola, Loretta!
—¡Hola, Wilson! —saludó la joven propietaria del «saloon»—. ¿Qué tal va ese rodeo?
—Si quieres hablar conmigo, dame primero un buen doble de « whisky ». He tragado mucho polvo y tengo la boca reseca.
La muchacha sirvió lo solicitado.
Cuando hubo terminado la bebida, dijo:
—Ahora puedes hacer preguntas.
—¿Cuándo termináis el rodeo en el rancho de míster Spencer?
—No debe extrañar la presencia de ese forastero. Son muchos los que han venido desde que se habla del petróleo y de la construcción del ferrocarril.
—No hay duda que no es de éstos, porque David no le conoce.
—Uso no es una razón. Bueno, atiende a los clientes y si ese muchacho tan alto y, que hay que reconocer es guapo de veras, pide champaña, mejor que si es cerveza lo que quiere beber.
El aludido por las dos mujeres, llegaba junto al mostrador y limpiándose el sudor con un pañuelo, preguntó al barman:
—¿Hace siempre el mismo calor?
En el sudoeste de Texas, cerca de la frontera con México, se están produciendo robos de ganado a gran escala. Los rurales Richard Riedel y Mike Gordon son enviados a investigar, pues los hechos se escapan de las competencias y capacidades de los sheriff de la zona.
—Voy a ver esa herida.
—¡Te he dicho que no me toques! —gritó el herido.
—Pareces muy joven y no quiero echar sobre mi conciencia el peso de una responsabilidad tan enorme.
Y se inclinó hacia el caído, que trató de protegerse, pero se desmayó al hacer el esfuerzo con tal propósito.
Rasgó la camisa para ver la herida y saltó hacia atrás como si hubiera visto una serpiente.
¡Se trataba de una mujer el que consideró como un vaquero muy joven!
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Los pájaros y el sol, al entrar por la ventana abierta, despertaron a Nero, que se levantó de un salto.
Se desperezó frente a la ventana y exclamó:
—Me he dormido. Estaba cansado.
Fue hasta la cocina y se lavó.
Se afeitó sin grandes prisas.
Mientras se afeitaba en la cocina, iba friendo un poco de jamón con tocino y junto a la sartén se calentaba agua para hacer café.
—¡Buenos días, capitán!
—¡Hola, Berta! Aquí me tienes de nuevo.
—Dicen que hay más pasajeros que nunca.
—Es que todos quieren llegar a aquellas tierras antes de que las nevadas empiecen.
—¿Aparece mucho oro?
—En realidad, no lo sé. Lo cierto es que estáis haciendo un gran negocio con tanto movimiento de aventureros…
—No debemos quejarnos, es verdad. Esto se halla lleno todo el día y la bebida se vende en cantidad.
—¡Y a qué precio!
Boluder City era un pequeño pueblo del territorio de Nevada, situado en la desembocadura del Gran Cañón del Colorado.
Sus habitantes observaban con curiosidad al joven forastero que, con la brida del caballo sobre un hombro, contemplaba, sonriente, la edificación existente en la única calle de que se componía el pueblo.
Chas Peterson, como se llamaba el joven forastero, sonreía al verse contemplado con aquella extrañeza, lo que le indicó que no debía ser frecuente la llegada de extraños.
Pero la sorpresa de los curiosos no tuvo límites cuando le vieron entrar en la capilla.
La mujer que descendía de la diligencia era muy bonita.
Miró en todas direcciones, contemplando la ciudad de Denver con más curiosidad que interés.
Los testigos que a diario esperaban la diligencia se fijaron en ella con la máxima admiración.
Las ropas de la joven eran elegantes, finas y vistosas. De las que usaban las mujeres del Este y las bailarinas o cantantes que solían actuar en el teatro que habían hecho en la avenida de Lincoln.
Una sonrisa burlona o picaresca asomó en varias bocas.
Charlotte observaba, desde su saloon , los corrillos de mineros que en la calzada se formaban.
Su local estaba en la calle Principal de Virginia City, en Nevada.
Les vela nerviosos y hablando precipitadamente.
Asomóse a la puerta.
Al primero que se acercó le preguntó:
—¿Qué pasa?
—Hola, Ferron. ¿Puedo hablarte a solas un momento?—Entra, Grant. No hay nadie conmigo… Puedes hablar con tranquilidad.—Me envía White.—¿Ocurre algo?—Tienes que enviar un aviso a Ruby. Mañana saldrán tres agentes para la cuenca. El gobernador les ha ordenado que no regresen hasta que averigüen cierto problema que existe con un grupo de mineros… White me ha dicho que tú tienes que saber quiénes son esos mineros.Ferron miró con gesto expresivo al ayudante del sheriff.
—¡Hola, Rita!—¡Hola, Sophie! Dame un refresco.—Ahora mismo. ¿Es cierto lo que se rumorea por ahí?—No sé a qué te refieres.—Que Dan ha sido expulsado de vuestro rancho.—Es la primera noticia que tengo. ¡No creo que mi tío haya hecho algo semejante! Dan es el mejor cow-boy que tenemos.—Pues lo he oído a un vaquero que se lo acababa de decir Stocky.
Toda la población de Wichita estaba en la calle. Mejor dicho, en la plaza principal. Estaba frente a la funeraria. Y los hombres se descubrieron, cuando apareció en la puerta de la misma el ataúd que sacaban a hombros varios vaqueros. Los numerosos saloons y bares que había en la ciudad cerraron sus puertas en señal de duelo. Los vaqueros que llevaban el ataúd se resistieron a dejarlo sobre el coche fúnebre que esperaba.
Los demás puntos de la partida abrieron los ojos al ver aquel montón de billetes. Lyndon se alejó y buscó a la muchacha que había estado antes con ellos. La vio en compañía de unos vaqueros y se acercó con disimulo a ella. No fue visto por la muchacha. Situóse cerca de ella escuchando la conversación que sostenían. Segundos después se volvía al sentir que alguien le tocaba en la espalda.
La aludida cogió al doctor de un brazo y le arrastró al interior de la mansión. Eran muchos los conocidos que saludaban al doctor. Este respondía con inclinaciones de cabeza a los saludos. Los salones de la amplia mansión estaban muy concurridos. La esposa del gobernador llevó al doctor hasta el buffet donde había bebidas en abundancia.
Miró Dick por la ventanilla y comprobó que no habían mentido ni uno ni otra. Eran tres jinetes, y se trataba, en efecto, de Lud y sus secuaces. Todos los ocupantes de la diligencia miraban a Dick; cada uno en un sentido, imperando en realidad un sentimiento de compasión hacia él.
Las felicitaciones no podían ser más elogiosas. Más que sorpresa y asombro, producía estupor la contemplación de ese local. Nunca se había visto tanto derroche de riqueza y buen gusto en la instalación de un saloon. El edificio había sido construido para unos grandes almacenes, con fachada a cuatro calles. Pero la sociedad que lo construyó entendió que estaría mejor ubicado cerca de los muelles, ya que el almacén iba a ser destinado a madera procedente del noroeste, y los barcos dejarían su carga bastante lejos.
Harry era un vaquero de estatura normal, enjuto, fibroso, de edad indecisa, con las sienes salpicadas de canas. Los dos que estaban con él eran Howard Stone, el dueño del rancho y un amigo de éste, llamado Kewin Erickson. Ninguno de ellos llegaba a los treinta años. Howard era muy moreno y tenía el cabello ondulado. Kewin, como contraste, rubio y de ojos azules.
—¿Qué te parece, Edmonds? Ha montado un buen negocio Jules. Está demostrando ser inteligente. Es de los pocos mineros que ha sabido aprovechar el tiempo. Otros teniendo más suerte que él en la cuenca, se ven abandonados y sin un solo centavo en sus bolsillos. Ayer precisamente se presentaron varios en el rancho dispuestos a trabajar por la comida rada más. Daba pena verlos... —Quien verdaderamente debería compadecerse de ellos es Tonasket. Supo aprovechar la época brillante de los mineros. Hubo momentos en que había más oro en el Aurora que en cualquiera de los Bancos de la ciudad. ¿Entramos?
Ben, como estaba acostumbrado que le llamasen los amigos, era de estatura excesivamente elevada, ya que sobrepasaría los seis pies y medio. Por su aspecto podría asegurarse que debía poseer la fuerza de un búfalo. Su institución física, como sus movimientos elásticos que hablaban de una agilidad admirable, eran la de un consumado atleta. Su piel estaba tostada por los vientos y sol de las praderas y desiertos. Su pelo negro como el azabache y ensortijado, a juzgar por los mechones que dejaba al descubierto por llevar el ancho sombrero tejano un poco echado hacia atrás, y que caían sobre su frente de forma graciosa, compaginaba con el negro intenso de sus grandes y alegres ojos. En sus labios siempre bailaba una sonrisa un tanto burlona. A juzgar por su aspecto alegre y noble, podría asegurarse que era un joven que debía poseer un alto sentido del humor.
Desde que Laramie se había convertido en la ciudad; mercado ganadero de las llanuras, la vida pacífica y tranquila hasta entonces, se transformó en un verdadero infierno con la instalación de infinitos locales de diversión.
En estos locales dábase cita lo peor de la sociedad que unido al exceso de venta de alcohol y del manejo de los naipes, se transformaba en una mezcla tan explosiva que detonaba al menor choque.
Uno de los hombres más fabulosos del estado de Kansas era, sin lugar a dudas, el inspector federal Harold Taft. Todo aquel que tenía alguna cuenta pendiente con la ley, por insignificante que ésta fuese, le huía como si del mismísimo demonio se tratase. Cada vez que perseguía a alguien, no abandonaba su rastro hasta darle caza. Nadie podía asegurar haber burlado la persecución del implacable Harold Taft. En un principio, sus enemigos no dejaban de galopar hasta que cruzaban la frontera de Kansas, entrando en otros Estados o Territorios donde sentíanse seguros. Pero pronto comprendieron que era una forma equivocada de pensar, ya que Harold no desistía jamás de su persecución.
Los jinetes iban desmontando con el rostro muy serio. Terry Barstow corrió hasta la puerta y miró a los jinetes. Les recorrió con la mirada. Y se volvió al interior de la casa, llorando. Su esposo, Synder, entró tras ella en la casa. —No hemos hallado la menor huella... Debió alejarse demasiado. —Y la noche está encima...
Laramie se había convertido en la meca de los ganaderos de las Llanuras. En poco tiempo se habia transformado la ciudad en un verdadero infierno donde la vida era imposible para los pacíficos ciudadanos. Los que conocían Dodge City, en el estado de Kansas, aseguraban que ofrecía la misma fisonomía que esta población. Existían más saloons que viviendas.
Resultaba curioso que en una población de aluvión y aventureros, como Silver City, se estimara y respetara a una empleada de cantina como decían allí, o de saloon como en realidad era. Y sin embargo, era cierto ese respeto y sincera estimación hacia la muchacha más bonita que todos confesaban haber visto. Ella bromeaba con todos sin diferencia alguna entre los bebedores de champaña y los que sólo pedían un tequila o un poco de ron. La misma sonrisa abierta y amable para unos que para otros. Ninguno pedía que se sentara con él. Sabían que ella no era partidaria. Lo que hacía, era preguntar a cada uno qué tal iba en su trabajo. Y si era minero, si tenía suerte.
Era un hermoso pasquín.
Joseph Gutenberg Smith lo contempló satisfecho, apenas salido de la prensa. Era con mucho, el mejor pasquín que había imprimido jamás. A Joseph Gutenberg Smith le gustaba hacer bien las cosas. Especialmente, las cosas de su trabajo. Y su trabajo era ése: imprimir. Imprimir lo que fuese, en la pequeña imprenta de la calle principal de Tucson. Arizona. Justamente al lado del establo donde se compraban y vendían caballos.
Scott Shalf, factor en Kamiath de la Compañía Peletera del Noroeste, se hallaba ordenando las pieles, bien enfardadas para su entrega a los encargados de la Compañía que no habían de tardar en presentarse. Y tarareaba una de sus canciones favoritas, recuerdo de la infancia, tan lejana ya, y de los paisajes de Escocia de los que hablaba siempre como de lo más bello del mundo. Observaba de reojo a la hija, Iris, y se daba cuenta de que se había hecho ya una mujercita.
Loretta, la hermana de éste, ya sabía lo sucedido en el pueblo.
Y al enterarse de que iban los caballistas hacia la casa, penetró en ella.
Cogió un rifle y, serena, comprobó si estaba cargado, metiendo una bala en la recámara.
Ordenó a un vaquero viejo que estaba allí lo que tenía que decir y hacer.
Ella se quedó tras una de las ventanas, con el rifle empuñado.
Bebían en conversación animada, cuando todos enmudecieron, para contemplar a quienes entraban en aquellos momentos. El viejo Abraham Newton, seguido por su hijo y sus hombres, avanzaban hacia el mostrador mirando con el mismo descaro a los componentes del equipo Winnett, como éstos lo hacían con ellos. Y sin que se cruzara el menor saludo entre ellos, ocuparon la mitad del mostrador.
Entre los tres le golpearon sin escrúpulos. Sangrando por boca y nariz, Tabor quedó tendido en el suelo. A consecuencia de los golpes, había perdido el conocimiento. Una hora más tarde, presentábase Glenn en el almacén de su padre, dibujándose un gesto de sorpresa en su rostro al comprobar que la puerta estaba cerrada, cosa no corriente, pues su padre no solía marcharse a aquellas horas, dejando el almacén cerrado.
Pero como ella había dicho a la madre poco antes, era completamente imposible, entre la sinfonía de los elementos, que el muchacho pudiera oír sus voces. No tenía la menor idea de la dirección en que Johnny había marchado. Miró al suelo en busca de huellas, pero era tanta la nieve que caía, que resultó infructuosa la investigación. No se atrevía a decir a la madre que suponía una locura caminar al azar en busca del pequeño Johnny.
A la puerta y bajo el porche de uno de los saloons de Amarillo, un grupo de vaqueros hablaba animadamente mientras contemplaban con indiferencia a los transeúntes. Fijándose en ellos con detenimiento, no era difícil descubrir que todos ellos debieron abusar de la bebida no hacía muchos minutos. Los síntomas eran bien notorios. —Mira, Crown —dijo uno—, allí está esa maestra que tanto ha hablado de nosotros. El grupo de vaqueros miró hacia la joven que acababa de salir de un pequeño almacén que estaba justamente frente al saloon. —¡Es una preciosidad esa joven! —exclamó uno. —Hablaré con ella —dijo Crown.
El jinete desmontó ante la oficina del sheriff, echando un vistazo a lo largo de la calle principal. Todos los locales de diversión se hallaban cerrados. Sonrió tranquilo y consultó su reloj. Las agujas marcaban las cuatro en punto de la madrugada. Amarró el caballo a la barra y se acercó a la puerta de la oficina. Dio unos golpes suaves y esperó.
—No tardaremos en llegar, miss. Ya le dije que la ropa que lleva puesta le molestaría. Viajará mucho más tranquila si se pone unos pantalones y una camisa. Irá más protegida contra el polvo. Ese vestido tiene que darle mucho calor. Esta tierra es muy distinta de la que viene. —¿Estuvo alguna vez en el Este? —No, nunca estuve, pero he oído hablar tanto de esas grandes ciudades que en muchas ocasiones yo mismo he llegado a creerme que estuve en ellas. La elegante muchacha dejó al descubierto su perfecta dentadura al reír.
Andy Baker, teniente de los rurales, muy conocido en la ciudad fronteriza de El Paso y al mismo tiempo uno de los hombres más temidos por todos aquellos que tenían cuentas pendientes con la ley, entró acompañado por dos de sus hombres en el local en que Mary trabajaba.
El temor a los Devine era colectivo. Pero esto no tenía nada que ver con la estimación.
Tenían un equipo que habían sido seleccionado entre lo peor que llegaba a Nuevo México.
Todos aquellos que en el territorio ganaban algún ejercicio en las fiestas locales eran buscados por el viejo Devine y la oferta, tentadora, les hacía aceptar el trabajar para él.
El caballo, diestramente guiado por el enérgico jinete que le montaba, esquivó de un salto prodigioso un pequeño matorral en apariencia, pero que encerraba en su seno duros bloques de granito en los que, de no ser por el salto, podría haberse astillado una o las dos patas delanteras del noble bruto. Y después de esta audaz maniobra, oíase más cerca el piafar asustado del potranco, que desde hacía semanas era perseguido sin cesar, poniendo de manifiesto resistencia y habilidad por parte de perseguido y perseguidor.Dan Pook iluminó su taciturno, de ordinario, rostro y preparó el lazo, animando a su caballo para no amainar en el galope, que tra-zaba sobre el salvaje paisaje que lo rodeaba, un aguafuerte de hermosura sin par.Por fin el círculo bamboleante de cáñamo salió de la mano que segundos después demostraba su fortaleza al aguantar la terrible tensión a que obligó el deseo de huir del potranco una vez que se sintió oprimido por la cuerda.—¡No! ¡Ya es inútil...! Tu lucha ha sido admirable y me has alejado muchas millas de mi retiro, pero ya no te escapas —monologó Dan Pook con las facciones radiantes de un placer inmenso largo tiempo deseado.
En el bar estuvo hablando Johnson sobre la fiesta que quería dar con motivo de la terminación del rodeo e invitó a los amigos para que acudieran con sus familias. Para los vaqueros jóvenes era motivo de gran alegría lo de la fiesta. El capataz de Hamiton se ofreció para ser uno de la conducción que iba a realizar, y Johnson aceptó, encantado. —No has debido comprometerte con Taylor —opinó la hija.
La ciudad de Lago Salado habíase convertido en una especie de templo para los mormones, como lo eran la Meca y Jerusalén para musulmanes y cristianos, y hacia ella, como en peregrinación, acudían en las fiestas anuales cientos de personas vestidas de mil maneras, con predominio del cow-boy.
Los mormones habían conseguido transformar las casi estériles tierras de Utah en unos hermosos campos de avena con ranchos magníficos, en los que se criaba ganadería que no tenía que envidiar nada a la de Texas, Colorado y Wyoming.
—¡Uff…! Creí que no iba a llegar. —Eres un loco, Leonard. ¿Cómo te has atrevido a venir así? —Me sorprendió la tormenta en el camino. —Debías imaginártelo. —No me riñas, Sam… Ya estoy aquí. ¿Te queda algo de whisky? Estoy helado. ¿Dónde está «Neewa»? No le he oído. —Ahí le tienes. —¡Hola, «Neewa»! ¡Acércate… Ya tenía ganas de verte…
Las reses, al desembocar en el amplio y extenso valle, se extienden con lentitud, pastando la crecida y fresca hierba, mientras que dos jinetes se acercan al rio y desmontan a la orilla. —¿Qué te parece esto, Annie? —Es verdaderamente hermoso, papá. Tenías razón. Parece un paraíso. ¿Estás seguro que se trata de este valle? —Completamente. Y te lo demostraré. Ven. La joven siguió a su padre y este condujo a la muchacha hasta un grupo de árboles.
Se sienta en el sillón giratorio del jefe, coloca los pies sobre uno de los ángulos de la mesa, cruza las piernas, contemplándolas y sonriendo satisfecha de las mismas, sin dejar por ello de atender a los aparatos telefónicos. Sus respuestas son tan uniformes, tan agradables por la voz y huecas por su contenido que daban la impresión de tratarse de uno de los discos que las Compañías telefónicas del mundo entero solían emplear para los cambios de números en las líneas. Pensando en esto, sonreía la joven de cabello muy rubio gracias a los milagros de la química y de ojos muy negros como contraste, que sin duda buscó.
Jimmy vacilaba y Stanley supo inclinarle para que subiera al coche con él. Se hallaban en la calle Sur, cerca del puente de Manhattan. Entró Stanley en el puente, y por la avenida de Flabush, ya en Brooklyn, le llevó hasta el cruce con la avenida Atlantic. Se detuvo en la Estación de Servicios.
—¿HAY alguno de ustedes que sepa dónde está Sam Golden?
Todos los reunidos en la sala se pusieron en pie al ver al que les hablaba.
—¿Se refiere a Sam, «El Africano»?
—Al mismo.
—Debe estar todavía en Alcatraz… Leí su proceso y tengo entendido que le condenaron a veinte años…
—¿Tanto?
—Se metió en un mal negocio y la Tesorería le ha sentenciado…
Yoshida era la mujer más hermosa y enigmática de Bucarest. Nacida en el Japón, donde su padre, un aristócrata rumano, había sido Embajador. Era condesa se la veía en todas las fiestas de sociedad de la capital rumana.Una vez terminada la guerra y ocupado en realidad por los rusos el país, siguió acudiendo a las fiestas de la alta sociedad. Suponía un misterio para todos. En una fiesta tiene un encuentro fortuito con un ladrón...
Mirando en todas direcciones, el jinete con lentitud, amarraba el caballo a la herradura clavada en la pared y que estaba libre. No hizo más que pasar la brida por la misma y empezar a sacudirse el polvo que cubría sus ropas y especialmente el sombrero. Se hallaba a unas tres yardas de la puerta del hotel-bar, Texas.
—Ahí tienes la razón por la que han ladrado los perros en el rancho de los Mac Donald. ¡Mira a tu derecha, Prunella! ¿No es ése el hijo de Gillian Mac Donald? —Sí… ¡Es él! —¡Cuidado…! —exclamó Emma la dueña del local—. Viene hacia aquí. Prunella entró en el local. Emma permaneció bajo el porche de entrada. Jeff Mac Donald pasó junto a ella con la mayor indiferencia, soltando un «indiferente»: «¡Hola…!», y fue directamente al mostrador.
—¡Silencio, señores! De este modo no hay posibilidad de entenderse. Estoy diciendo que no hay plazas para la diligencia de hoy ni mañana. —Deben poner más vehículos en movimiento. —¿Y quién da el dinero que cuestan? ¿Usted? —replicó el empleado de la posta. —No se puede dejar a tanta gente sin poder ir a Dallas. —Esto es una cosa excepcional. Durante meses no se completa el cupo de viajeros, y por un día que sobran cuatro, este escándalo. Ya he dicho que no hay plazas, así que de nada ha de servir la insistencia.
El viejo reía a carcajadas cuando ella hubo cerrado la puerta. Esther descendió a la planta baja de la enorme casona-palacio y ordenó que llamaran al doctor y al abogado Fellows. Arriba, el abuelo y el sobrino seguían hablando de sus planes. El primero en llegar fue el doctor Whitman.
—Vamos, no os quedéis parados ahí. Espero que no tenga que volver a deteneros otra vez. Estuvisteis a punto de ser colgados. No lo olvidéis. —Ha sido una injusticia lo que se ha hecho con nosotros, sheriff. —Recoge tus cosas y cállate, Charles. Tú has sido el único que me has dado trabajo durante el tiempo que estuvisteis encerrados. Charles miró al de la placa en silencio y recogió de encima de la mesa todo lo que le pertenecía. Sus compañeros le imitaron.
El jinete se detuvo en el centro del puente. Por su lado pasaba un grupo de caballistas que le miraban con hostilidad poco disimulada. Contuvo a su montura para dejar que pasaran todos. Y una vez que lo hubieron hecho, les siguió a cierta distancia. Llegado a la plaza de la población, se detuvo ante el único bar que había allí.
Todos aquellos que años antes se inclinaban para saludar con cariño a Bill, hacían como que no le veían. El se daba cuenta de este desprecio y sonreía tristemente. Cary, más impulsivo, los insultaba a voz en grito, teniendo Bill que contenerle para que no castigara a más de uno. Desmontaron ante el almacén de Forster y entraron segundos después.
Se hallaban a varios millares de pies de altitud. Habían encontrado unas bolsas de pepitas en la parte alta de la montaña, que les estaba permitiendo amasar una buena fortuna. Llevaban dos años juntos. Lionel había llegado del Este, creyendo que padecía una enfermedad incurable. El doctor, amigo suyo, que habló a Lionel, le dijo que en las altas montañas de Colorado podría encontrar un gran tónico para sus pulmones.
Ava, furiosa con ella misma por no darse cuenta, fustigó a su montura y siguió su carrera. Poco después pasaba Ecky frente al escondido James. Ecky era uno de los hermanos de la joven. Ava salió del pequeño cañón y galopó hacia la casa, sin volver la cabeza una vez siquiera.
Joe Baxter era propietario de un hermoso rancho en las inmediaciones de Virginia City, y Jim Boyd era su socio. Los dos eran muy jóvenes, ya que ninguno llegaría a los treinta. Ambos eran muy altos y temidos por su habilidad con las armas. Estaban considerados como los mejores jinetes del territorio de Nevada. Joe llevó a su amigo y socio hasta la parcela en que se hallaba un caballo de estampa maravillosa.
Las luchas y los enconos de la primera época colonizadora, cuando en caravanas o aislados llegaron a las mesetas, las praderas y los valles, quienes con tesón fundaron los pueblos que sirvieron de base a las ciudades que hoy podemos admirar, se remontaron año tras año, para abocar de modo esporádico en cruentas luchas entre los descendientes. La causa de los primeros disgustos no había posibilidad de desentrañarla y aunque en el ánimo de la mayoría estaba que no tendría, sin duda alguna, la importancia que el tiempo les concede, como escuchaban desde la más tierna infancia a modo de oración diaria ese encono, acostumbrándose a odiar por sistema considerando este odio como la cosa más natural y más justa.
—Me sorprende, Hastings que te hayas dejado herir tan certeramente... No es eso lo que yo te enseñé durante tantos años. —Calla, Red, calla, que no estoy para bromas... Pero no viviré tranquilo hasta que vea a ese muchacho a mis pies implorando perdón. —Tendrás que esperar a curarte. ¿No estaba contigo Robert? —Sí, pero no pudo hacer nada. —¿Y el sheriff? —No estaba presente.
—¿Q>ué sucede? —preguntó Bell Draw, propietario de uno de los saloons más elegantes de Cheyenne, Wyoming, a uno de sus empleados—. ¿A qué viene todo ese escándalo?
—Es Dixon, el capataz de Lawrence King, está algo bebido y nos está insultando a todos. ¡Y asegura que algunos amigos nuestros son profesionales del naipe en combinación con la casa!
—¿Qué esperáis para hacerle callar…? —preguntó, preocupado Bell.
—Nadie se atreve a enfrentarse a Dixon —respondió Alter, como se llamaba el empleado que informaba a Bell—. Mucho menos influido como está por el exceso de alcohol que ha ingerido.
Bell clavó su mirada en Alter, y bramó con desprecio:
—¡No podía sospechar que estaba rodeado de cobardes…!
Humo de tabaco, de lámparas de petróleo y la numerosa concurrencia hacían el ambiente del local muy desagradable.
Para hacerse oír elevaban la voz, y los de al lado se veían en la necesidad de, a su vez, gritar más, con lo que el griterío era inaguantable.
El barman no hacía más que pedir silencio, pero inútilmente.
El vaquero a quien se dirigía palideció visiblemente. En pocos minutos, se ganó las simpatías de varios de los testigos. Croswell, al sentirse desarmado, miró al sheriff de forma especial. Frank comprendió el significado de aquella mirada, y percibió una sensación extraña por todo su ser.
Los jinetes cubiertos de polvo desmontaban ante las viviendas del rancho y tras quitar las sillas a las monturas, dejaban éstas ante las corralizas y ellos se dejaban caer, rendidos, en el suelo.
Estaban prácticamente agotados.
Adele estaba extrañada por los muchos clientes que acudían a su local. Las mujeres que tenía empleadas no daban abasto para atender a todos. Aunque se alegraba por los ingresos que estaba obteniendo, mostrábase preocupada. Los clientes hablaban entre ellos en corrillo y esto intrigaba más a la muchacha. Por fin, preguntó a uno de ellos: —¿Sucede algo?
Después de estas palabras, galoparon en silencio hacia la casa que se divisaba a unas dos millas. Andy Newick y Dick Sheep poseían un hermoso rancho, en sociedad con James Berry, en las proximidades a la sangrienta y revuelta ciudad fronteriza de El Paso, Texas. Los tres socios eran jóvenes, ya que ninguno de ellos había cumplido los treinta. Eran muy estimados en la ciudad y la ganadería que poseían era la envidia de más de uno de los rancheros de la comarca. Desde hacía unos meses, echaban de menos ganado, sin que el sheriff de El Paso hubiera conseguido averiguar nada sobre estos robos.
—¡Joan! ¿Es que no hay un hueco donde poder sentarse con mi equipo? —¡No lo sé, Brown! Llamaré a Helen para que os atienda. ¡Helen! La llamada llegó a los oídos de la interesada, quien, luchando con la multitud que invadía el local, alcanzó el mostrador para decir, —¿Qué quieres, Joan? —Atiende a Brown y a sus muchachos… Es posible que encuentren algún reservado vacío… —¡Demasiado sabes que eso no es posible! —objetó Brown. —¡Sígueme! —dijo Helen.
Su condena era más larga que la de Cecil. Le faltaban tres años aún para ser puesto en libertad. Estuvieron conversando más de veinte minutos y Cecil ocultó un papel que Logan le había dado. Despidióse de otros compañeros, pero con éstos no habló más que lo preciso para despedirse. En la oficina de recepción le entregaron sus armas, el rifle; espuelas de plata, una mugrienta cartera y treinta y cinco dólares La ropa que llevaba el día que ingresó en la prisión estaba en un paquete sobre la especie de mostrador que habla allí.
Con un hábil movimiento del remo, atracó la canoa junto al pequeño muelle del almacén. El rumor de las conversaciones se mezclaba con el ulular del fuerte viento que arrancaba lúgubres lamentos en los altos y fuertes pinos. Los primeros copos de nieve describían caprichosos dibujos y difundían un fuerte olor a resina, que tan agradable resulta a los habitantes de los bosques del Norte.
La invasión del Oeste por todos los cow-boys desplazados de las Altas y Bajas Llanuras a causa de la Gran Tormenta que servía y aún sirve hoy para señalar cronológicamente los hechos, era constante. El éxodo había terminado en el Cimarrón después de recorrer más de mil millas dejando en el camino cadáveres de personas y a cientos de animales enterrados en la nieve. Muchos de estos cow-boys, cauterizados por el hielo, quedaron señalados para siempre.
La nieve, en furioso blizzard (torbellinoso) azotaba el entumecido rostro del jinete, a pesar de la protección que le prestaba el ala inclinada del ancho sombrero, que había perdido toda su primitiva arrogancia. El caballo caminaba con notoria dificultad sobre un piso resbaladizo, donde le era casi imposible afirmar las extremidades que, como precaución elemental, había cubierto el jinete con unos trozos de manta. Llevaba de la brida al animal, no para librarle de su importante peso, sino por hacer ejercicio que evitase la congelación que temía.
Con la mano, la joven limpiaba un círculo en el cristal para poder ver a través de él. Pero la capa de hielo que había en la parte exterior impedía toda visibilidad. Un matrimonio que iba sentado a su lado se miró y él dijo: —Debe ser Miles City esta estación.
El mayoral se acercó a ellos para pedir instrucciones al tío de la joven, y éste marchó con ellos. La muchacha salió al gran patio central, rodeado de una especie de atrio monacal. Llevaba unos pantalones de montar, altas botas con espuelas de plata y una blusa vaporosa que disimulaba las morbideces escultóricas de un cuerpo casi perfecto. Sus andares, rítmicos y firmes, denotaban que tenía carácter.
Las dos amigas echáronse a reir. No habían dejado de reir cuando dos hombres se detuvieron frente a ellas. Ambas les contemplaron muy serias. Y, sin hacer el menor comentario, dieron media vuelta apurando el paso para alejarse.
Corrían, atropellándose, hacia la plaza todos los vecinos de Lander. Los chiquillos, correteando de un sitio para otro, daban la noticia de lo que iba a suceder. El juez había determinado la culpabilidad de un detenido el día antes. Este veredicto de culpable significa que sería colgado dentro de las veinticuatro horas siguientes.
Lupe Morrison era la joven más admirada del pueblo. Desde que llegó de lejos, para quedarse con sus tíos y primas, fue admirada por su belleza, tan poco corriente, y por su talla, que llamaba la atención, aunque tenían que admitir, y así lo hacían, que eso no mermaba en nada la enorme belleza. La muchacha recibía todos los meses doscientos dólares, que le enviaba el encargado que tenía lejos de allí, en un rancho que era propiedad de la muchacha. Doscientos dólares en aquel lugar, y en aquella época, suponían una verdadera fortuna.
El rancho de John Brown era el más importante del río Big Horn. Había decenas de vaqueros, millares de reses, que se extendían por varias centenas de millares de acres. Los tres pueblos que estaban frente al rancho en todo el largo del mismo se hallaban a la otra orilla del río y los vaqueros tenían que cruzar un puente hecho de madera que varias veces se había llevado el río en la época del deshielo.
El jinete volvió a leer la tablilla de madera en la que las letras, por efecto de las lluvias y el sol, se distinguían con dificultad. Después recorrió con la mirada aquellos lugares en los que se veían distintas excavaciones con amontonamiento de cuarzo en varios sitios de la declaración figurada en el centro. Un poco a la izquierda, y lo más cerca del pequeño Humboldt, veíanse los restos de una cabaña, cuyo techo debió ser volado por aquellos vendavales que con tanta frecuencia levantábanse en la región.
El jinete, cubierto hasta los ojos con el gorro de piel, miraba de vez en cuando por encima de la fuerte «parca» cuyo cuello enlazaba con el gorro para ver el camino que el animal llevaba. La verdad era que había dejado al bruto, a su elección, el camino a seguir. Personalmente, no tenía predilección por ninguno. Era un terreno completamente desconocido para el.
Keller salió a cumplimentar la orden de su patrón. Habló con los vaqueros y todos estuvieron de acuerdo con el capataz. La temperatura había descendido mucho durante los últimos días. A partir de aquel momento, los vaqueros empezaron a trabajar sin descanso durante más de diez horas diarias. Cinco días después de esta conversación entre patrón y capataz, la mayoría del ganado estaba en los estables que tenían preparados para esta época.
Las mujeres, por docenas, eran elegidas entre las más bellas que llegaban de San Francisco especialmente contratadas para la casa por un sistema que fue perseguido y muy castigado. Las levas se hacían a centenares de millas de allí. Seattle tenía una riqueza maderera que hizo millonarios a algunos hombres llegados años antes con la ropa puesta.
—Bien venido a Memphis, capitán Stuart.
—¡Hola, August! Ya tenía ganas de verte. ¿Cómo va todo?
—Estupendamente, George.
—Me alegro.
—¿Dónde está ese diablillo?
—Preparando el despacho. Hoy será ella quien se encargue de todo. Sabe muy bien lo que tiene que hacer, cuando suban las autoridades del río.
Los viajeros mandaban callar a los que desde hacía horas estaban jugando y seguían hablando como si no existiera la noche para ellos. Protestas que consiguieron que el tono en las palabras fuera más bajo, pero sin dejar de hablar. La luz del día hizo exclamar a uno de los cinco jugadores: —¡Qué barbaridad! Si ya es un nuevo día. ¡Hemos estado jugando toda la noche!
Los hombres de Emerson Sherman, conocido y famoso comprador en Laramie, iban adquiriendo el ganado que entraba en la plaza de subastas. Bob, como ya era costumbre, presentó los documentos de compra a las autoridades antes de procederse a la subasta del pool que componía su manada. Monty cobró el importe de la venta. Acompañado de Jack y Barren marchó con el resto del equipo al Colorado, donde Bob les estaba esperando.
El sol caía como plomo derretido y se acostaba en los pequeños rincones haciendo sofocante la atmósfera saturada de un polvo minúsculo que, al meterse en los bronquios, producía una tos constante e intermitente. No había refugio más útil que las casas y éstas tenían el inconveniente de las moscas, de las que para defenderse había que estar siempre en movimiento. Los jóvenes escapaban siempre que podían al río, donde pasaban la mayor parte del día, en la época del pegajoso calor, típico de Texas y terror de viajeros. Dallas era un pueblo que vivía de sus ranchos y granjas, sin grandes aspiraciones y sin tener la menor complicación.
Cuando la pastora fue vista en el pueblo, comentaron más tarde con Joe y su padre que se había puesto tan hermosa que era la mejor mujer y más bella de todo el condado… Y con estos comentarios encandilaban más a los dos que sin decirse una palabra el uno al otro, decidieron ser los que gozaran las primicias de un cuerpo tan admirado como deseado. Y en silencio, se dedicaron el padre y el hijo a vigilar en la montaña a la muchacha gracias a unos prismáticos. Debido a ese medio de observación llegaron a la conclusión de que ir a la montaña suponía un enorme peligro por los perros que la rodeaban siempre. Y se había comentado que eran verdaderas fieras.
Ruth Thorley, como propietaria de uno de los dos locales de ocio o diversión, existentes en Durango, pequeña localidad ganadera del sudoeste de Colorado, a la puerta de su negocio, contemplaba con preocupación que de cada diez vaqueros que llegaban al pueblo, dispuestos a pasar unas horas de holganza, uno o dos entraban en su negocio y el resto lo hacía en el negocio propiedad de Gerald Drake, su competidor. La clientela que visitaba su casa a diario, eran los viejos vaqueros y rancheros de la localidad y comarca, mientras que los jóvenes frecuentaban como clientes fijos el local de su competidor. Ruth, aunque no ignoraba las causas o razón por la que no podía competir con Gerald Drake, se resistía a imitarle.
Sobre el camino de Santa Fe o Gran Sendero es mucho lo que se ha escrito y a veces no abunda la coincidencia respecto a la geografía exacta de esta ruta de caravanas, pero si en la importancia que para la colonización del Oeste tuvo ese recorrido de buhoneros. Wesport Landing, sobre el río Kansas y muy cerca de Independence, era el lugar de partida de este camino que hasta fuerte Dodge, donde surgió con el ferrocarril Dodge City, era común, pero desde aquí unos iban siguiendo por la orilla norte del Arkansas hasta el fuerte Bent’s y los otros continuaban cruzando las tierras de los sioux hasta Santa Fe.
El almacén de Clifton, que era a la vez juez de Boulder, estaba lleno de clientes, no para adquirir las mil cosas distintas que se expendían en el mismo, ya que era el único establecimiento que había en el pueblo en este sentido, sino para beber whisky y buscar el calor que daba la aglomeración y el fuego que ardía sin cesar en uno de los rincones del amplio salón. Atendían el mostrador Howard, que llevaba varios años con Clifton, y la hija de éste. Agnes.
El Crystal Palace, de San Francisco, era el hotel y saloon más importante que había en California. El Eldorado, cuya fama se recordaría durante un siglo por lo menos, gastó en su decoración interior más de doscientos mil dólares, pero no tenía la amplitud del otro. Y el lujo interior no le iba en zaga. Hacía bastantes años que el Comité de Vigilantes había desaparecido, para tranquilidad de todos.
Masón se mordió los labios de rabia y no hizo el menor movimiento sospechoso, porque sabía que los hombres de Visburg estaban pendientes de él. Sus hombres no se explicaban esta actitud. Tenían de Masón un concepto muy equivocado, por lo visto. Este sabía lo que pensaban de él aquellos hombres, pero conocía a las personas y estaba seguro de que el menor movimiento que hiciera habría de resultar muy peligroso para él.
El de la placa, con disimulo, miró hacia el lugar indicado y observó con detenimiento a los dos individuos. Estaban tranquilos charlando con dos muchachas del local. No podían sospechar el peligro que se cernía sobre ellos. El sheriff les estuvo observando durante varios minutos.
El viento huracanado barría las calles de El Paso.
Los jinetes desmontaban sujetando el sombrero con ambas manos, y corrían a refugiarse en los locales de bebidas y diversión.
Los refugiados en distintos establecimientos, estaban asomados a las ventanas con los ojos llenos de ansiedad.
El bullicio era ensordecedor. Conversaciones. Ruidos de botellas y vasos. Discusiones en distintos tonos de voz.
Entender, o hacerse entender, era tarea muy difícil.
Donde menos ruido había era en la parte en que se hallaban las mesas de póquer.
Y, sin embargo, era un silencio cargado de electricidad De amenazas.
Se jugaba a media voz.
Nancy no se atrevía a decir a la madre que suponía una locura caminar al azar en busca del pequeño Henry. Mas, comprendiendo que su madre quedaría más tranquila si se le buscaba, decidió caminar en una dirección cualquiera. La madre entró de nuevo en la casa, aguardando, intranquila, el regreso de sus hijos. Era temerario salir con el vendaval de nieve, y más teniendo que internarse en el bosque, que era el lugar acariciado por Henry para sus prácticas de cazador. Estuvo dudando de seguir buscándole o regresar, pero sobreponiéndose al miedo y al frío, emprendió el camino del bosque.
Entre los recién llegados al saloon de Joe el Irlandés, se encontraba un mozo gigantesco, que sobresalía unas pulgadas de los más altos que había apoyados al mostrador, y que con su rostro infantil, por la ausencia de vello, tenía un aspecto de ingenuidad que hacíale sugestivo. El encargado del Registro de la Propiedad era molestado constantemente con las denuncias de nuevos «Placeres» o «Filones», cuyos datos geográficos eran de lo más curioso que pueda imaginarse.
El Palace House era el mejor saloon de todo Colorado, sin lugar a dudas. La instalación era suntuosa. La concurrencia numerosa, y como negocio, se decía que era uno de los más importantes. Ganaderos, mineros, hombres de negocios, empleados, todo lo mejor del Estado se daba cita allí. Durante varios días se había estado hablando de este local.
Tom Granger, apoyado en el quicio de la puerta de su oficina, contemplaba al jinete que estaba amarrando la montura a la talanquera. El jinete era una muchacha joven y muy bella que, a juzgar por los vecinos de Dillon sólo tenía un defecto: Excesiva estatura para mujer, aunque por ello no desmerecía su armónica figura, sino al contrario, resultaba más atractiva aún.
Butte habíase convertido en una de las ciudades más importantes de Montana. La importancia y riqueza de sus minas la transformaron en la más populosa y revuelta urbe del territorio. Eran grandes las fortunas que se hicieron, y muchos los hombres adinerados que en ella vivían. Uno de los más ricos era Charles Sinden, hombre sumamente agradable, por su sencillez y afabilidad. Tenía cincuenta y cinco años, de aspecto fuerte y bondadoso. Era una de esas personas que conquistaban a todo aquel que le trataba, causa por la cual era muy influyente y estimado.
Era propietario de un hermoso rancho en las inmediaciones de Tucson (Arizona), donde varios miles de cabezas de ganado vacuno pastaban a su antojo en los terrenos de la extensa propiedad, y que era la envidia de quienes le conocían. Si a esto se le une el haber contraído matrimonio, dos meses antes, con Dorothy Caddie, considerada como una de las mujeres más hermosas de todo Arizona, no era extraño y mucho menos ilógico que la mayoría de los vecinos de la comarca cayesen en uno de los siete pecados o vicios capitales como es la envidia, y al que se opone la virtud de la caridad.
Ella fue a la puerta del local y se asomó contemplando la calle. Las empleadas seguían limpiando. A pocas yardas había otro saloon parecido. Y unos veinte en la misma calle. El sheriff entró en el que estaba más cerca del de Jill. Sentóse frente al dueño, que ocupaba una mesa y conversaba con dos amigos.
Desmontó lentamente, mirando, curioso, en todas direcciones. Echó sobre la barra las bridas del animal y ascendió. Empujó las puertas de vaivén con suavidad. Y al avanzar hacia el mostrador se iba quitando los guantes de piel y se echaba el sombrero hacia atrás.
Hacía ocho meses que Roy Adams huía de la persecución de un obstinado federal y empezaba a sentir un oran cansancio de estar constantemente sobre su montara, que por cierto estaba demostrando una fortaleza de hierro, yendo de un lado para otro y sin poder permanecer en el mismo lugar más de cuarenta y ocho horas. Tedy Sheridan, como se llamaba su infatigable perseguidor, debía haber hecho cuestión de honor el darle caza.
David Friedman recorría la casa en un sillón de ruedas, que manejaba con una rara habilidad, sorteando muebles y obstáculos para salir al patio central de la enorme casa que fue una centuria antes convento de franciscanos. Había quedado semiparalítico a consecuencia de una caída del caballo y los primeros tiempos del accidente pasó una verdadera crisis, ya que no se habituaba a su actual estado. Pero poco a poco fue acostumbrándose y adquirió un extraño dominio del vehículo en que paseaba.
Peter Sanford, sentado a una de las mesas del local de su propiedad en compañía de varios amigos, charlaban animadamente mientras echaban un trago. Un hombre de edad avanzada, se aproximó a la mesa diciendo: —Míster Sanford, ¿puedo echar un trago a la cuenta? Éste contempló con detenimiento al viejo vaquero, diciéndole: —Puedes hacerlo, Stone. Tienes algo que decirme, ¿verdad? —¡Ya lo creo!
Mike Barton, huyendo de si mismo, como si ello fuera posible, habia cabalgado sin rumbo. No tenia meta determinada ni deseo de llegar a ninguna parte. Quería huir de su pasado y de su presente. Quería huir de todo y de todos. Había encontrado una cabaña abandonada y vacia al pie de una enorme montaña. La bolsa de los víveres estaba casi agotada. Había perdido la cuenta de los días que caminó sin entrar en poblados y alejándose de ranchos y granjas.
Los reunidos en el saloon contemplaron con curiosidad al muchacho que acababa de entrar. Debía ser forastero, ya que nadie le conocía. El joven vaquero se aproximó al mostrador sin prestar la menor atención a los que se hallaban en el local, aunque dándose cuenta del interés con que era observado. —¡Un doble de whisky sin soda! —pidió al barman después de haber saludado al mismo.
Las roncas pitadas extendiéronse por encima de la hermosa vegetación, espantando a infinidad de aves, que expresaban su protesta en la forma que a cada especie le era habitual. Por las calles de Wichita, hasta donde se oyó la expansión vaporosa del barco, los curiosos corrían en dirección al muelle. El barco procedía del Este y habían terminado tiempo atrás los tropeles de ambiciosos hacia las cuencas auríferas. El oro parecía que estaba decidido a no aparecer en nuevos filones, como si teniendo sentido de la responsabilidad, estuviera arrepentido de la mucha sangre que se había derramado por su causa en los últimos treinta años.
—¿Por qué tienes tantos deseos de ir a Nuevo Méjico, Emil?
—Es una historia muy larga, John… Algún día te la contaré.
—¿Tienes idea de la distancia que nos separa de Santa Fe?
—Aproximadamente, más de mil millas.
—Creo recordar que son unas mil sesenta.
—Si lo haces en números redondos te parecerá una distancia mucho más corta.
El viejo John, echándose a reír, dijo:
—Probaré si mis huesos pueden resistir una distancia a caballo como ésa.
Hacía un año que César Cruz iba de un lado para otro, y siempre moviéndose por tierras denominadas como territorio apache, intentando encontrar a alguien que pudiera informarle de quiénes habían podido ser los secuestradores de su hermana y sobrino, desaparecidos del rancho que su cuñado poseía en las proximidades de Bisbee. A pesar de su constante trasiego de ir de un lado para otro, nunca se encontró con su cuñado, que sabía rastreaba como un loco a los secuestradores de su esposa e hijo. Lo que ignoraba César era que su cuñado, en el momento que decidió salir tras el rastreo de los secuestradores de sus seres queridos, había tomado la precaución de cambiarse el nombre, para que no pudieran relacionarle con los secuestradores y de esa forma tener más libertad para hacer preguntas sobre lo que le interesaba.
Un sinfín de muchachas bonitas están esperando a que entres... La muchacha se cogió del brazo del joven y tiró de él hacia el interior del local. —No te lo dejes olvidado por ahí dentro. Si se pierde, terminaría por echarse a llorar. Un coro de carcajadas rodeaba a los dos jóvenes. El se soltó del brazo de la muchacha y, acercándose al que le insultaba, le dijo: —Yo no te he molestado para nada. ¿Por qué me provocas?
La serpiente se contoneaba y caminaba zigzagueando y de vez en cuando avanzaba la cabeza como impulsada por un muelle, para replegarse en el acto.
Una especie de pequeña rata era la causa de la atención de la serpiente obstinada, que trataba de atacar por varios ángulos, sin que obtuviera el menor éxito, porque su contrincante, detrás de ella, lanzaba arena a una velocidad de vértigo.
Y la arena no es aliada de la serpiente, sino su más fiero enemigo.
La rata retozaba y, poniéndose sobre las patas traseras, se atusaba las guías de su bigote, como si se burlara del temible reptil.
Los que salían de misa de la catedral de Santa Fe se reunían con los que estaban a pocas yardas ante el hotel La Fonda.
Solían reunirse los domingos, para echar unas partidas de herraduras, juego que no había posibilidad de saber quiénes fueron los primeros que lo implantaron en la ciudad, pero que había arraigado de tal modo, que eran muchos los vaqueros y peones que se dejaban la paga de un mes, en apuestas a las que eran tan aficionados.
—¡Soooo!… ¡Quietas, bestias!… —gritaba el carretero, tirando de las bridas que le permitían manejar el vehículo sobre el duro y seco suelo, que parecía una plancha de metal puesta al horno.
Cuando hubo conseguido que se detuvieran, echóse el sombrero hacia atrás y miró a las aves que describían círculos que eran sintomáticos para el carretero.
—¡Esperad aquí! —dijo, dirigiéndose a los animales—. Tengo tanta prisa como vosotros en llegar a la cantera. Pero hay algo por ahí que tal vez requiera mi ayuda…
Y con un paso inseguro por las dificultades del terreno, avanzó con firmeza.
Calculó mentalmente en unas trescientas yardas la distancia que le separaba de la parte en que las aves vigilaban.
En lo que había sido «tierra de nadie», como camino conductor de ganado en la ruta que se denominó de Texas y que fue abierto por Chilshon, empezaron a montarse poblados y a hacerse instalaciones de ranchos. Poblados que, como es lógico, vivían para y de la ganadería, siendo, en realidad, pequeñas agrupaciones de viviendas de madera, como las cabañas que los cazadores tenían en las montañas.Brownfield era uno de estos poblados, que fue famoso en los años de 1880 a 1882.
—Escuche, sheriff. Mi nombre no creo que pueda decirle nada, soy un ciudadano libre de la Unión y, como tal, puedo andar por donde me plazca. —Y, como autoridad, yo puedo interrogarte. —¿Me acusa de algo? —No, pero... —Será preferible que me deje tranquilo. No tardaré mucho en marchar.
Bajo un árbol, cerca de la casa principal, sentóse a leer de nuevo la carta. Le tenía intrigado lo que decía esa misiva. Miró la fecha de la carta y, poniéndose en pie, marchó de nuevo a la casa. Tocó con los nudillos una de las puertas y solicitó permiso para entrar.
El jinete desmontó ante la puerta del hotel-saloon, bautizado, según decía en un letrero que ocupaba toda la fachada, con el nombre de Mississippi. Palmoteó cariñoso en el cuello del animal y miró a las muchachas que estaban a la puerta del hotel y sonreían al verle acariciar al caballo. Sacó el rifle de la funda, cogió un envoltorio que iba en el borrén y, con paso lento, se encaminó al local.
Nadie se atrevió a seguir hablando con el herrero, porque si llegaba a oídos de Malcolm Elkins, podían tener disgustos con él. Se había convertido Malcolm Elkins, en el transcurso de los años, en el hombre más importante de esa parte de Montana. Sabía que no le estimaban y hasta que era odiado por toda la ciudad y la comarca.
—¡Hola, míster Blanding! —saludó el barman al elegante que acababa de entrar en el saloon de su propiedad.
—¡Hola, Richard! —repuso al saludo míster Blanding.
—¿Qué desea tomar?
—Lo de siempre.
—Le voy a dar un whisky , que he recibido ayer, que le recordará la tierra de sus padres… Si no me han engañado esta vez también, me han asegurado que es lo mejor que se hace en Escocia.
Míster Blanding, riendo por las palabras del barman, dijo:
—¡Yo te diré si te han engañado o no
—Doc… ¿Qué queréis beber?
—Para mí, whisky. Este muchacho no sé qué querrá… Ya no debieras preguntarme nada sobre ello. Debes conocerme bien.
—Pero no vienes solo —dijo el barman y dueño.
— Whisky también —pidió el acompañante de Doc.
—Tiene mal genio, pero no es mala persona. Suele fiarnos hasta que cobramos.
—¿Lleváis en cuenta lo que debéis? A mí no me gusta que me fíen de ese modo. Siempre es en beneficio de ellos.
Un alto vaquero entró en el local de Crow y contempló desde la puerta la multitud reunida allí.
Sus botas de montar hacían juego, con su gran estatura.
Su aspecto era de haber descuidado, durante una larga temporada, su aseo personal.
Su rostro estaba cubierto por espesa barba.
La camisa remangada dejaba ver unos brazos fibrosos, que hablaban de una gran fuerza y, al igual que su rostro, tostado, labor de los vientos y el sol.
—¿Quiénes eran los que se reunieron contigo la noche pasada en tu rancho, Burton? El interrogado no respondió. —¿Te das cuenta de que serás condenado a muerte si no dices nada? —insistió el sheriff. —La guerra terminó hace tiempo, Steward... El que haya tenido a varios de mis amigos en el rancho la noche pasada, no quiere decir que estuviéramos conspirando contra el Norte. —¿Qué hacíais entonces?
—¿Quieres beber algo, Sam? —Sí. Dame un doble seco. —¿Han terminado ya? —Palta la deliberación del jurado. —¿Por qué has salido entonces? —Sé lo que van a decir.
Siguieron cabalgando sin mucha prisa y, al anochecer, se dispusieron a descansar.
Mientras Dan hacía fuego para preparar un poco de comida, Bill vigilaba la llanura desde una colina.
Minutos después, Dan le llamó para comer.
Lo hicieron tranquilamente y charlando de infinidad de temas.
Después de tomar una buena taza de café cargado, fumaron tranquilamente y luego se dispusieron a acostarse.
Primero apagaron el fuego.
Lentamente, se recostaba el barco sobre el muelle, en el que había centenares de curiosos.
Una banda de música en el puente alto de la nave para llamar más la atención.
Y en el puente bajo, la dueña de la embarcación saludaba con las manos a los que la vitoreaban entusiasmados.
La joven estaba gozosa, con lo que su gran belleza resaltaba más
—¿Estás contenta? No hay una sola mesa vacía, ni una silla sin ocupar… ¡Y todos bebiendo whisky o champaña!
—¡Es maravilloso el aspecto de este local…! Con lo que no estoy de acuerdo es con el gasto de las alfombras… No pueden durar mucho.
—Ten en cuenta que sólo es en esta parte del saloon… Allí no hay. Es donde han de bailar. Las alfombras serán las que impidan que los bailarines lleguen a esta parte y obstaculicen el trabajo del mostrador…
—Hay de todo… —aseveró.
—Así es. Desde senadores a mineros.
La melena muy negra, alborotada por el viento en el galopar de uno de los caballos más veloces de California, y acariciada por el sol intenso, parecía de plata a distancia.
El jinete desmontó ante la mole gigantesca de una casona de estilo colonial español, con gran habilidad.
La muchacha estaba encendida de pasión. Sus ojos brillaban intensamente.
Era alta, esbelta y ya hemos dicho que era morena.
Renata de nombre, era conocida por el de Capulín con que de niña fue, bautizada por uno de los criados indios de la hacienda.
Tanto se la llamaba Capulín, que, incluso ella, había olvidado el verdadero nombre y hasta las compañeras en el colegio se acostumbraron al mismo.
La melena muy negra, alborotada por el viento en el galopar de uno de los caballos más veloces de California, y acariciada por el sol intenso, parecía de plata a distancia.
El jinete desmontó ante la mole gigantesca de una casona de estilo colonial español, con gran habilidad.
La muchacha estaba encendida de pasión. Sus ojos brillaban intensamente.
Era alta, esbelta y ya hemos dicho que era morena.
Renata de nombre, era conocida por el de Capulín con que de niña fue, bautizada por uno de los criados indios de la hacienda.
Tanto se la llamaba Capulín, que, incluso ella, había olvidado el verdadero nombre y hasta las compañeras en el colegio se acostumbraron al mismo.
—¡Eva!... ¿Quieres dejar esas armas en su sitio? —No te preocupes... Es ahora cuando están en su sitio... —No quiero que haya más desgracias en la familia... —Lo que tienes que hacer es callar.
—¡Cleopatra!
—¿Qué sucede?
—Dos jinetes han entrado en el «paso». Caminan hacia acá. Les he tenido dentro del punto de mira varias veces. Supongo que si vienen en busca de trabajo, no se quedarán.
—¿Quieres repetir eso? Parece que no he oído bien —dijo la muchacha.
—Tienes que comprender que…
—No comprendo a este hombre... ¡No puedo comprenderle! Los mejores abogados de la Unión han querido hacerse cargo de su defensa y les ha rechazado. Me han dicho que ha elegido uno... —Pero uno joven, sin experiencia. Completamente desconocido... —Pues su situación no es nada airosa...
La residencia oficial del gobernador era un edificio suntuoso, decorado con gusto y amueblado con lujo. Este y el Capitolio eran el orgullo de los ciudadanos de Colorado y en especial de los que vivían en Denver. Hacía cuatro semanas que se había hecho cargo de la más alta magistratura del estado el nuevo gobernador y daba una fiesta para celebrarlo a los amigos, a las llamadas fuerzas vivas de la población.
No era sencillo, ni mucho menos, entenderse en el bullicio que existía en el local. Los que estaban ante el mostrador exigiendo bebidas; los que más atrás no conseguían ser oídos en sus demandas; los que hablaban entre ellos por grupos en el centro del saloon... Todos, en suma, organizaban tal murmullo, que para entenderse, unos y otros levantaban la voz. Y al levantarla, obligaban a los vecinos a gritar más a su vez. Sin embargo, las dependientas se entendían perfectamente con la clientela.
El sheriff bebió otro vaso de whisky.
Kenzal marchó hacia su oficina.
Stanley le vio pasar cuando paseaba. No le concedió la menor importancia.
Kenzal no vio a Stanley.
Las oficinas que la compañía del bórax tenía en esa parte del valle estaban bastante cerca de la pequeña población.
La muchacha estaba contenta.
Gozaba anticipadamente de lo que se iba a reír con sus amigos de San Francisco y San Bernardino.
Al otro día tenían que ir a esperar al grupo, que llegaba en el tren.
De los ranchos inmediatos acudirían muchos invitados también.
Caminaron los dos por el centro de la calle principal, siendo saludado por mucha gente el hombre que acompañaba al sheriff. Los empleados del saloon que los hombres de Charles Baxter habían destrozado sacaban del local los restos de las mesas que habían sufrido las consecuencias de la pelea. Estos miraron con respeto a los dos hombres que entraron sin pronunciar una sola palabra. Rita, la propietaria del saloon, les salió al encuentro.
—¡Ah! Creí que no se iban a marchar nunca. ¡Son pesadísimos! —¡Son demasiado buenos para nosotros! —¡Bahl ¡Gente tonta de pueblo! —Que nos están tratando como no merecemos y como nadie me había tratado hasta ahora. —Vete a dormir, Ruth. Mañana verás las cosas de distinta forma. —Hace una temporada que las estoy viendo muy diferentes…
MONTANA se había recuperado de aquel desastre que aún se recuerda y creó una nueva Era en la cronología del Estado: La Gran Tormenta. Las ganaderías habían vuelto a ser importantes y los ganaderos en su afán competitivo con Wyoming y hasta con Texas y Kansas, seleccionaban su ganado y buscaban las razas más cotizadas y mejores. Siendo entre todas, las más deseadas la Hereford...
Puedes sentarte… No tardaré mucho. Estoy terminando la comida. —No tengo prisa… —¿Qué ha pasado? —Lo que era de temer. ¡Y lo que era de esperar dadas las circunstancias! Apareció la joven en el comedor con el rostro encendido. —¿Estás satisfecho?
Ben Norton, con alegría incontenida, entró en Salt Lake City. Estaba impaciente por abrazar a su padre, que debía esperarle hacía días, y estaría preocupado. Al primer vecino que se cruzó con él, le dijo: —Perdone, buen hombre… Busco el almacén de míster Buck… ¿Podría indicarme?… Se interrumpió sorprendido, al escuchar las carcajadas de aquel hombre.
En la próxima clase, de Botánica, fueron menos los que acompañaron a Rudolph a la salida de la misma. Y a la tercera clase de la mañana, solamente los dos más íntimos acompañaron a Rudolph. El comodoro esperaba a que se terminara el día. Le iban informando de lo que pasaba.
Dos semanas después de la muerte de Mindem, presentóse el juez Walker en el rancho y solicitó hablar con Nye, a lo que éste accedió, sin poder ocultar su miedo, que consideraba justificado.
No era posible moverse en el local.
Era amplio, pero tal la cantidad de clientes que se hacía difícil dar un solo paso.
Todos los que estaban en el mismo miraban con atención cuánto había en él y que denotaba un lujo asiático a la vez que un gusto exquisito.
Se inauguraba ese día y fueron varias semanas de espera de este acontecimiento.
En la población había por lo menos trescientos locales más de ese tipo; pero ninguno, desde luego, decorado con tanto gusto y lujo parecido.
El piso estaba alfombrado y en las paredes cuadros y espejos valiosos. El mobiliario a tono con la ornamentación.
Después de marcar el último ternero, Víctor se limpió el sudor que corría por su frente. Abandonó el hierro de marcar junto al fuego y buscó la sombra de un sicomoro, cerca del arroyo, y se dejó caer completamente rendido. Era un hombre de buena figura, más bien delgado y, sin embargo, en sus antebrazos, al aire por tener la camisa remangada, se apreciaban fuertes y fibrosos músculos. Las sienes tenían la blancura que dan los años, aunque no parecía muy viejo. Si acaso, unos cuarenta años.
Era de estatura normal, de cabello bronceado y de ojos muy azules y grandes. Pesaría poco más de la mitad que él, pero había en su aspecto una fuerza extraña y una gran decisión de carácter. Como por fenómeno telepático, ella observó de igual forma al vaquero de gran talla y armónicas líneas. Su rostro era a veces inexpresivo, y otras, sus ojos oscuros adquirían un brillo que debía imponer a los demás. Todo en su persona radiaba confianza en sí mismo. Lo que más le sorprendía a ella eran aquellas manos tan largas y delicadas que no armonizaban con el atuendo de vaquero ni con las seguridades dadas por él de ser un hombre de fuerza. Y su expresión no era ruda. El tono de su voz era acariciador y agradable. Vestido de otra forma podría pasar muy bien por un caballero de ciudad.
Los asistentes al saloon aplauden la última canción de Helen.
Ha sido, como la mayoría de su repertorio, una canción picaresca y atrevida.
La muchacha, complacida, va hasta la mesa en la que están sus admiradores.
Entre ellos está Henry Croissat, abogado de la ciudad, que viste con llamativa elegancia.
También se halla el ayudante del director de las minas Montana, la compañía más fuerte en Butte, que controla las mejores minas de cobre existentes en aquellos contornos. Este ayudante, llamado John Durrant, se pone en pie para ofrecer asiento a la cantante.
El propietario del local, que está con los aludidos, dice:
—¡Muy bien, Helen! ¡Muy bien! Éstas son las canciones de verdadero éxito, te irás convenciendo de ello.
—Sí, ya lo veo —comentó ella al sentarse.
Henry Cross, uno de los ganaderos más importantes de la zona, entró sonriente en el local de Ralph Beth, saludando a los reunidos en general. Todos respondieron al saludo del ranchero, menos los que, sentados a las mesas de tapete verde, estaban ensimismados en sus partidas de póquer, juego a que eran tan aficionados los cow-boys. Henry Cross se aproximó al mostrador y, apoyando los codos en el mismo, dijo al barman: —¡Dame un buen vaso de whisky con mucha soda, Lud! ¡Es mucho el polvo que estamos tragando estos días con el dichoso rodeo!
Segundos después, un grupo formado por seis hombres partía hacia las afueras del pueblo. Durante el camino, el forastero, no pronunció una sola palabra. Iba encabezando el grupo y, con disimulo, miró hacia atrás por el rabillo del ojo y vio al de la placa hablando con el doctor. El forastero detuvo su montura y todos le imitaron.
Pero el vaquero les atrapó con sus enormes manazas y les puso en pie con facilidad. Hannover trató de ir a sus armas. La rodilla del vaquero le entró en el vientre con tanta violencia que lanzó un grito de dolor. Repitió casi en el acto el golpe con el otro. Les soltó del cuello y golpeó con los puños en los rostros de ambos.
Era el que tenía el equipo más numeroso y la mayor cantidad de reses. Su carácter era violento. En realidad odiaba a la humanidad en general, porque a su enorme fealdad se unía la cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, deformando más su espantoso rostro. Era cierto que su esposa se vio forzada a casarse en virtud de amenazas hacia su familia. Y todos sabían que Wylie era muy capaz de cumplir tales amenazas. Eran varias las personas que habían sido muertas por él. Dos de ellas, colgadas.
A consecuencia de la gran inmigración que atrajo el descubrimiento de oro en Sutter, California, toda la parte norte del Estado, y especialmente en las proximidades de los cursos fluviales, quedó poblada debido al afán de los ambiciosos por encontrar el áureo metal en todos los riachuelos de mayor o menor importancia que no estuvieran muy alejados de Sacramento. Más tarde, el exceso de buscadores sin fortuna, en movimiento de reflujo, retrocedió hacia el interior, cruzando Washoe (Nevada), las tierras de los Mormones (Utah) y llegando hasta Colorado y Wyoming.
El joven vestido de vaquero fue el primero en levantarse.
Escribió unas cartas, que entregó al guardaestación para que las llevara la muchacha en su viaje de regreso.
Cuando Walter se levantó, Spencer, que así se llamaba el vaquero, se mostró inquieto por la tardanza de Olivia.
En Monterrey había varias familias que se habían cruzado con los “invasores”, como llamaban a los americanos los naturales. Había varias casonas de las hidalgas familias que tenían años antes todo California para ellos solos. Los Herrero llegaban en sus posesiones hasta Sonora, distancia que no se podía recorrer en varios días sobre un veloz caballo. Unas seiscientas millas de valles, montañas, ríos y praderas. La ganadería que criaban no guardaba relación con la enorme extensión de las propiedades.
—Desde que tú has llegado, mamá está mucho más animada. Cuando sucedió lo de papá, estuvo a punto de enterrarla... No te puedes imaginar cómo ha estado. Fue horrible.. —Hay que procurar olvidarlo, Mauren. Ya no tiene remedio. Peor momento pasé yo cuando contemplé su cadáver... No te puedes imaginar de qué manera murió. Abrazándose a su hermano, la muchacha lloró. —Tranquilízate, Mauren. Que no te vea mamá.
—¿Cuánto debéis a Slim? —preguntó Bill a su madre y hermana. —¿Quién te ha hablado de ello? —inquirió la hermana, asustada. —Eso no importa. Lo que necesito saber es cuánto le debéis. —Cinco mil dólares —respondió la madre—. Creí que podría repoblar esto de ganadería, pero me mataron las reses que mandé traer. Fue obra de Slim, pero no he podido demostrarlo, y preferí callar para que no se metieran con nosotras. Creía que iba a conseguir el amor de Nora y estuvo cariñoso al principio... Hace poco que se ha quitado la máscara, y nos quitará el rancho si no le pagamos antes del año. —¿Cuándo cumple el plazo? —Dentro de dos semanas.
En los lujosos salones de la casa del gobernador de Virginia se celebraba una gran fiesta, a la que habían acudido los ciudadanos más distinguidos de Richmond, capital del territorio, con sus respectivas esposas. El Ejército del Sur hacía dos años que había entregado sus armas en el día de la fecha. Aprovechándose de las circunstancias fueron muchos los que se enriquecieron, matando si era preciso.
Los que estaban en la estación por tener hábito de ir a ella para ver el movimiento de trenes, que era bastante inferior a lo que sería su deseo, miraban sorprendidos a Larry. Sabían que había sido llamado por el fiscal general y se comentó en los locales que esa llamada se debía a la presión de los amigos en la capital. Y desde luego estaban pendientes del nombramiento de otro juez, cuyo nombre había sido señalado a esos amigos de Santa Fe.
Cada día llegaban más forasteros que se dedicaban a la obtención de petróleo y los ganaderos soñaban con un río de ese oro negro en su propiedad. Como pasó en California, más tarde en Nevada en Colorado y en Montana, se produjo un tropel enorme. Y todos querían y estaban decididos a vivir del petróleo. Eran verdadera legión los que afirmaban que eran técnicos y especialistas. El número de sáloons aumentó en un mes solamente, en nueve.
Kearney había vuelto a ocupar su puesto, luchando heroicamente junto a sus compañeros.
En el fragor de la batalla, James Warren, joven teniente del Ejército del Norte, contemplaba con profunda admiración el heroísmo de aquel grupo de valientes.
Lee y el capitán Corbett cayeron con varios soldados, víctimas de la terrible explosión que estalló junto a ellos.
Kearney corrió como un loco junto al amigo. El capitán, milagrosamente, no había sufrido herida alguna. Sin embargo, el teniente Lee, quedó con el rostro ensangrentado.
A juzgar por la forma de caminar de Sam Baylor, no había duda que debía ser presa de un horrible cansancio. Iba tan encorvado, que a pesar de que era un joven de gran estatura, daba la impresión de todo lo contrario. Sus brazos caídos hacia adelante, se balanceaban inertes y sin ritmo armonioso que hablaban por sí mismo de una carencia total de energía. Sus piernas, completamente dobladas por las corvas, temblaban a cada paso, mientras arrastraba los pies por la arena abrasadora del desierto de Mojave.
En Roswell y en el amplio local, propiedad de Jeremy, se iban reuniendo todos los ganaderos y comerciantes de la comarca, para celebrar una reunión convocada por el sheriff. Al ignorar todos las causas, por las que el sheriff celebraba aquella reunión, esperaban con impaciencia su llegada. Hablando por grupos, todos trataban de adivinar las posibles razones que pudieran motivar o justificar, aquella reunión. Ignorancia que provocaba un sinfín de comentarios injustificados.
El capitán, desde el puente, miraba al grupo. Y como había dicho una de ellas, corrieron la mayoría junto a la borda para echar de su cuerpo cuanto habían comido en varias semanas. Se dejaban caer sobre las escotillas de otras bodegas cubiertas con lona. Agradecían las salpicaduras de agua que llegaban a ellas al romper las olas sobre la amura del barco. Pero el cabeceo de proa a popa parecía que les dejaba el estómago pegado a la garganta. Era desesperado ese movimiento.
La joven y bella muchacha se retiró una vez cumplida su obligación. Terry y su esposa rindieron pleitesía a la honorable familia. Ambas mujeres entablaron animada conversación, segundos más tarde. Los recién llegados curiosearon el mobiliario con descarado interés.
Con una sonrisa se despidió el capitán. Salió de la clínica mucho más tranquilo que había entrado. Moody era el mejor amigo que tenia en Lubbock. Una de las muchachas que servían de reclamo en el Amarillo, considerado como el mejor salean de la ruta de Texas, le obligó a detenerse.
Recordaba que ella al inaugurar el local, no puso mesas para juegos, pero el barman y James, que se hizo amigo de ella en el hotel donde estuvo hospedada hasta que terminaron las obras, le convencieron para que pusiera mesas para que los conductores, ganaderos y vaqueros se entretuvieran. Quedó muy preocupada. Era un poco caprichosa y sobre todo, soberbia. No le agradaba la actitud de Myrna.
Era una lucha entre dos titanes. El caballo solía volver la cabeza con intención de morder el rostro del jinete. Y este le acariciaba hablándole con cariño... Pero no por ello cedía su encono. Encono que solo duraba el tiempo que el jinete estaba sobre el lomo. Cuando desmontaba, el caballo se unía a los otros que estaban en la segunda empalizada. No se preocupaba de quien poco antes había intentado morder. Sentada sobre la empalizada, Grace contemplaba la pelea entre los dos. Y reía complacida porque se daba cuenta que era el jinete el que ganaba terreno.
—¿Sabes algo de Sam? Me tiene muy preocupado su silencio.
—Buenas noticias, Job… A pesar de los impedimentos que se le han ido poniendo, terminó su carrera por fin. ¡Estaba convencido que lo conseguiría!
—Me estás engañando… ¡Son bromas demasiado pesadas, Paul!
—Hablo en serio. Te enseñaré su carta en la que me comunica esta gran noticia. Hay otra para ti.
El viejo Job la tomó nervioso en sus manos.
—¿Te importaría leérmela, Paul? No puedo leer sin gafas…
Los ayudantes del sheriff , que tenían la misión de evitar la entrada a quienes no tuviesen algún cargo representativo de autoridad en la ciudad, no se atrevieron a negar el paso a míster Clifton Stone.
Las autoridades reunidas allí, estaban pendientes del doctor que atendía al herido, a quien habían colocado en uno de los camastros de una de las celdas.
Clifton Stone se aproximó a la celda, contemplando, en silencio, al herido.
Cuando los reunidos se fijaron en él, le saludaron con simpatía.
Anne y Joe abandonaron el local, para dar un paseo.
En la calle se encontraron con el juez, que se unió a ellos.
Mientras paseaban, los tres conversaron animadamente.
El juez les habló de la mayoría de los propietarios de locales, explicándoles sus virtudes y defectos.
Mientras le escuchaban, ambos jóvenes sonreían.
El jinete que caminaba lentamente por el centro de la calzada, hundiéndose hasta los tobillos en el polvo, miraba en todas direcciones. A la puerta de las casas y de los establecimientos había personas apoyadas en el quicio de las puertas. Antes de llegar a la altura de alguna de esas puertas, aparecía otra persona para mirarle, lo que indicaba que esa segunda persona había sido llamada. Por fin, el jinete se detuvo frente a un letrero, sobre una puerta, que decía ser hotel. Y a la puerta, curiosa, había una muchacha joven, que sonreía. Sin salir de la calzada ni subir los escalones que separaban ésta de la entrada al hotel, preguntó: —¿Empleada? —Dueña.
Una vez en la ciudad, entraron en un saloon que Walter sabía era de Peter. Y bebieron un whisky. Peter se reunió con unos amigos, y Walter seguía ante el mostrador. Peter, al hablar con los amigos, se iba serenando. Walter, en cambio, estaba preocupado y asustado. En la ciudad se temía a Peter. Su equipo se había ido imponiendo día a día. Y a pesar de la importancia de la ciudad, temblaban ante ese equipo.
Habría caminado casi media milla por esa calle, cuando vio frente a él, sobre una puerta amplia, un letrero sobre una tabla, que decía ser Hotel Saloon. Preferiría sólo hotel, pero no era cuestión de seguir buscando. Dejó la brida del animal sobre la talanquera sin amarrar y ascendió los escalones que separaban la entrada del hotel de la calzada donde el jinete se hallaba. Y una vez ante la puerta, sacudió con violencia su sombrero y una nube de polvo le envolvió. Con el mismo sombrero sacudió los pantalones y las altas botas de montar. Uno de los que estaban ante la puerta y que le miraba curioso, protestó del polvo.
Al principio de llegar Ellery no agradó la presencia en esos pastos de centenares de ovejas, En el pueblo se comentaba con desagrado la presencia de ese ganado y eso que ya no había el encono de años antes. Y empezaban a admitir algunos ganaderos que era más productiva la oveja que el ganado bovino y necesitaba menos empleados. También sorprendió la raza de los perros que llevó con las ovejas. No habían visto nunca unos perros tan corpulentos.
Still cumplió su palabra. Estuvo hablando con Hill. Y éste le pidió a su capataz que eligiera a seis de los más belicosos del rancho. Y elegirán cuando la muchacha llegara con Peter. Así le harían acudir en ayuda de ella… Y Still dijo que sería admirable que se castigara a ese ganadero. Still dijo que no debían saber que era una petición suya. Y le tranquilizó Hill, asegurando que no se sabría.
Se agolpaban los curiosos ante el escaparate en que estaban expuestas las armas y la silla de montar que como premio se añadían para los ganadores de los ejercicios ese año. Y los premios, por capricho de los amigos del gobernador, invitados por éste, habían entregado dinero para agregar a la cantidad acordada por la comisión de festejos. Y al repartir lo añadido a lo acordado, resultó a tres mil dólares el premio al ganador de cada ejercicio.
Las armas y la silla eran regaladas por el dueño del saloon Spanish. El periódico de la ciudad hizo saber la importancia de los premios, un mes antes de la fecha de las fiestas.
El sheriff, observándole, sonreía con cierta tristeza. Sabía, por lo mucho que el joven quería a su abuelo, que debía estar pasando unos momentos de verdadera desesperación. Y lo peor de todo es que estaba convencido, por los informes que el juez le había dado, de la culpabilidad del detenido.
El teniente fue a la cantina donde sabía que estaba el mayor y como iba muy nervioso le dio cuenta de lo sucedido en el despacho del coronel y en el comedor. —¡No estaba cargado el rifle, pero él creía que lo estaba y se ha desmayado al ver que oprimía el gatillo! —¿Es qué está loca esa mujer? —dijo el mayor— ¿Es que no sabe el delito que es lo que ha hecho...? —¿Por qué le daba el coronel la orden de traer a Betty arrastrando? —dijo el capitán que estaba allí. —¡Es su padre! —dijo el mayor.
En Cheyenne, capital del territorio de Wyoming, un hombre, de edad avanzada, era conducido por las autoridades de la ciudad a uno de los locales más importantes de la misma para ser juzgado.
Watson Peck, cuya fama como criador de ganado había atravesado todas las fronteras del territorio, era un hombre de los llamados altos, pelo canoso y de constitución fuerte. Sus vivos ojos bailoteaban nerviosos no dando crédito a lo que estaba ocurriendo.
El padre de Verónica entró en el interior de la vivienda. Seguía muy enfadado. Y como conocía a su hija, estaba seguro de que no le dejaría comprar una piel más. Le habían escrito de la compañía haciéndole saber que era la hija la encargada de la factoría de la compañía en esa zona.
Sonriendo, vanidoso a los que encontraban por la calle, iba un grupo dando gritos, con ¡vivas!, al nuevo sheriff, que iba en el centro del grupo, sacando pecho al caminar para que se viera la placa que muy brillante lucía orgulloso.
El clímax que una campaña electoral provocaba en cualquier Estado de la Unión, se diferenciaba mucho si el Estado, en ese ambiente, era del Oeste. Los comentarios estaban saturados de un sabor político especial. Y en esos comentarios se dividían las simpatías de los elegidos como candidatos. Era corriente que se eligiera en la Convención de cada Partido a las figuras dentro de los mismos con más relieve y más conocidos.
Fue muy frecuente en la colonización del Oeste que en los pueblos fuera el saloon la construcción más importante, alrededor de la cual se poblaba de viviendas. El saloon era el punto de reunión obligado, donde se debatían todos los problemas que se planteaban a la comunidad. De ahí que la propiedad de ese local ejerciera una gran influencia sobre los habitantes.
Lo que empezó como una variedad festera, que se extendió por la mayoría de los pueblos del Oeste, acabó siendo para algunos un floreciente negocio, que la ambición y la codicia fueron conviniéndolo en una picaresca delictiva.
Genéricamente se llamó a esa fiesta de principio, simplemente rodeo. Y el nombre continuó así. Pero ya, convertido en espectáculo de masas y con pago de una cantidad como espectador y otra distinta si quería participar.
Para Liz era una buena noticia saber que habían visto a Upton, comprador de reses que solía visitar la población y en especial a los ganaderos cada un número determinado de meses. Era lo que ella esperaba para salir de la situación, que se estaba haciendo angustiosa. Y que solo ella sabía. Sin embargo, había otra persona que estaba bien informada. Sospechaba del director del banco por su amistad con Charles, ya que era este el que le informaba y por eso aseguraba Charles que pronto tendría que vender si quería comer.
Relinchó con fuerza al ser castigado el caballo que montaba el sheriff.
Al llegar junto al hombre que había descubierto las huellas que buscaban, desmontó.
Las pisadas eran recientes.
Después de un rápido reconocimiento ocular a su alrededor, dijo el de la placa...
Se dio con bastante frecuencia en la colonización del Oeste, casos de familias llegadas a la vez que, por distintas causas, de ambición unas y de envidias otras, ese cáncer social, se fueron separando. Hasta llegar a la separación y el encono.
Loretta era la propietaria del Paraíso que estaba asombrada y bastante incrédula de lo que observaba día a día y noche a noche. Cada tarde, la concurrencia era mayor. Cada día era menor el número de sillas sin clientes. Se movía con naturalidad, indagando si se encontraban complacidos. Felicitaba a las empleadas por su forma de acompañar a bebedores para no sentirse aislados. Antes de la inauguración, había conversado con las empleadas y les decía que no era sencillo lo que les iba a pedir. Que se movieran entre el lodo sin marchar el vestido. Y añadía que podía conseguirse.
Donald acudió a la llamada y se quedó sorprendido al ver que era una mujer y joven, la que había llamado.
—¿Es ésta la casa de mister Stafford?
—En efecto.
—¿Está él en casa?
—Un momento. ¿La anuncio?
—No me conoce por el nombre.
—¿No será usted miss Elsie de quien el señorito Allan habla con frecuencia? —No hay duda que sabe usted pensar. Yo soy, sí.
—Avisaré al señor.
Sandra marchó a la población para saber si había alguna carta para ella. Le gustaría saber quiénes de las amigas eran las que se presentaban allí. Amanda, aunque llamaba almacén a su casa, que en realidad lo era no agradaba llamarlo asi. Los que entraban en ese local, lo hacían en realidad para beber whisky. La dueña había sido compañera de Sandra en el colegio del pueblo antes de ir a otros del Este. Entró en el local y Amanda preguntó si sabia cuándo llegaban esos amigos.
Laramie se había convertido en un verdadero infierno para las personas tranquilas y honradas. En el saloon Oreen, propiedad de Dickson, había cada vez más bullicio. Iba llenándose y la musiquilla no cesaba de emitir sus notas desafinadas que a los bailarines les parecía melodiosa en extremo. Sin embargo, presagiábase tormenta a juzgar por la actitud de todos, que con frecuencia echaban mano a sus armas para comprobar si salían con facilidad de sus fundas.
Lucy, la dueña del hotel saloon Erizo, miraba sonriente a los que entraban en ese momento en el local. Los cuatro entraban riendo y hablando entre ellos.
Los clientes que en esos momentos había ante el mostrador dejaban el espacio libre ante el mostrador, que ocuparon los que entraron.
Maud, una de las tres empleadas que tenía y que era la preferida de Lucy, estaba atendiendo a unos clientes que ocupaban una mesa.
—¡Maud! —dijo uno de los recién entrados—. Una botella de whisky y cuatro vasos a esa mesa —y señaló la indicada—. Invitación de la casa, ¿verdad, Lucy?
El barman miró a Lucy, que le hizo una señal afirmativa.
Minutos más tarde, cuando Sanford se alejaba de aquel grupo de vaqueros, iba preocupado. La actitud de Houston no le gustaba. Sabía que era una mala persona y que terminaría complicando la vida al joven Chester Beck. Dispuesto a hablar seriamente con Selma, se dedicó a preguntar por ellos.
Pero el de la placa no estaba de acuerdo. La muchacha colocó el rifle en la funda del caballo de nuevo, y marchó hacia la plaza. Los de la posta estaban metidos en ella, asustados. Dentro estaba uno de los hombres del equipo de Lees.
En Austin había un movimiento extraordinario de forasteros. Y no era por estar en fiestas, ya que éstas habían sido casi dos meses antes. La causa de esta animación en las calles y en particular en los saloons, bares y clubs, era el juicio contra un capitán de los rurales. Había sido detenido un mes antes, acusado de complicidad con los contrabandistas que andaban por El Paso, la ciudad “sin ley” de Texas. Acusación que había sorprendido a la población de San Antonio, en la que el acusado había estado bastante tiempo destinado.
Tucuncary era una pequeña población, muy pequeña. Y míster Bruce Roswell uno de sus pocos habitantes. Pero esa pequeña población tenía un encanto para él. ¡La tranquilidad! Tenía una esposa: Maud, y una hija: Peggy.
La relaciones matrimoniales no se podía decir que fueran muy armoniosas. Pero Bruce tenía una gran virtud: tenía una dosis excelente de paciencia. Y cuando Maud, enfadada, y se enfadaba con frecuencia, le gritaba, miraba sonriendo a su esposa y no decía nada. Esto era lo que más enfurecía a Maud.
La propiedad que tenía era modesta como modesta era la vivienda.
En sus enfados, después de insultarle, le amenazaba con marchar. Pero esto lo había dicho centenares de veces.
Grace Slade, propietaria del saloon Red, era una especie de «institución» en Cheyenne. Era sin duda alguna la mujer más estimada de la ciudad. Entre los dos centenares de locales que había en Cheyenne, había bastantes mujeres al frente de locales, similares en la instalación al Red, pero Grace era un caso extraordinario. Con la indudable estimación, iba un respeto hacia la persona. Y cuando salía de su local, era saludada por las mujeres que se cruzaban con ella.
Los viajeros en el mismo vagón, se miraban en silencio… Cada uno iba pensando en sus cosas. Y no era tiempo aún para las primeras palabras que solían decirse en situaciones como ésa.
Era lógico que las miradas de los ocupantes recayeran sobre una joven de gran belleza y única mujer que iba en ese departamento: La joven iba violenta y trataba de fijar su atención en el paisaje, visto a través de la ventanilla que había junto a ella. De este modo, eludía el mirar a los viajeros. Pero lo que llamó la atención, no fue la belleza de la joven, sino la inquietud de uno de los viajeros que se levantaba cada vez que el tren se detenía y escuchaba el tiempo de parada, descendía del vagón y regresaba en el momento de volver a poner en movimiento.
Esa mañana, en los muelles de Pall, dábase cita lo más heterogéneo de la población. Acudían de todas las clases sociales y las más distintas profesiones. La guerra de Secesión, no hacía mucho que había terminado, por lo cual se veían en los hombres una mezcla extraña de vestuario. El barco que llegaba de Topeka atracaba en esos momentos en el muelle y los curiosos e interesados que esperaban en el mismo, se apiñaban para subir a él.
Varios viajeros dejaron de jugar y se acercaron a la mesa donde Mac jugaba. El croupier hizo señas a uno de los empleados del barco y habló con él. Poco después, éste salía. Regresó poco más tarde con el capitán.
Su padre, sin pérdida de un solo segundo y con gran seriedad, censuró duramente la actitud del hijo.
Los asesores del padre, viendo el asombro que las palabras de éste causaba al joven, sonreían comprensivos.
Y todos, apoyando el criterio del padre, intentaron convencer al joven para que no prestara oídos a cuánto escuchase sobre el padre.
Alan, impasible y respetuoso, escuchó con atención al padre y a quienes con él estaban.
Los golpes dados en la puerta de la Misión San Antonio de Valero rasgaron el profundo y respetuoso silencio que reinaba en el interior.
Volvieron a repetirse los golpes acudiendo uno de los franciscanos fundadores de la misión dispuesto a recibir a los nocturnos visitantes, suponiendo habían varios al otro lado de la puerta.
El día había amanecido muy despejado y el sol iluminaba todo el valle llenándolo de vida, sin embargo, la humedad era muy grande debido a las fuertes lluvias que se habían venido precipitando en la zona los días anteriores.
Joe Scott esperaba impaciente a que le fuera permitido el acceso al despacho del alcaide del presidio de Tucson en el que había permanecido preso durante un año.
Mientras aguardaba, pensaba en todo lo que le había contado el guardián que hasta allí le condujo.
Seguramente podría recuperar la libertad de la que fue privado por una sentencia que le condenaba a cumplir tres años de prisión por un delito que no había cometido.
Su nerviosismo aumentó cuando se abrió la puerta del despacho y salía el guardián.
En 1848, un carpintero llamado James W. Marshall encuentra unas pepitas de oro en la colonia de Nueva Helvecia, instalada en el valle del Sacramento, en California.
Todos los habitantes de esta pequeña colonia abandonan sus quehaceres cotidianos y se dedican exclusivamente a la búsqueda del dorado metal, que abunda en toda la región del valle.
Abrió los ojos, asustada, su esposa. No podía sospechar que fuera, capaz de algo parecido. Macley, el herrero, entraba en ese momento, y se quedó en la puerta, escuchando, como los demás, la discusión. Bárbara mostróse demasiado brusca con su esposo.
Sam Leman, después de varios meses de ausencia, regresó a su pueblo. Como era muy querido y estimado por la mayoría, pronto se vio rodeado por muchos amigos que le saludaban con cariño. —¿Vienes a quedarte o volverás a marchar? —le preguntó uno. —Mi propósito es quedarme... y echar raíces.
Los caballos que participaban en las pruebas estaban considerados como lo más selecto de la ganadería de Bernard Gottfried.
Jennifer y su prima Julie disfrutaban contemplando el espectáculo que, en honor a ellas, se estaba representando en la propiedad de Gottfried.
Harry Gay, sin duda el ranchero más temido y poderoso de todo el condado de Lincoln, en Muevo México; paseaba bajo el porche de entrada a su magnífica casa, pensativo y preocupado. Varios de sus hombres, contemplándole en silencio, no se atrevían a interrumpir sus pensamientos, en la seguridad de que algo que ignoraban no iba bien.
Un mes después Milton estaba en el vecino Estado de Nevada, dedicado a la dura vida de la pradera y el desierto, utilizando a cada momento y con cualquier motivo sus armas. Cada día veíase más rápido, y eso que siempre suponía que no seria posible adquirir mayor celeridad. En el bolsillo izquierdo de su chaleco de piel de antílope, llevaba la insignia estrellada de sheriff, y a respaldo una inscripción, hecha por orden del gobernador, indicaba amplias instrucciones. Este escrito lo llevaba oculto en la vuelta de sus altas botas de montar, que fueron cosidas con el documentó oculto. Siempre que lo necesitara podría, con su cuchillo liberar este papel.
El coronel Baldwin temía que su hija no se acostumbrara a la vida del fuerte, porque estaba habituada a vivir en ciudades populosas y rodeada de lujo.
Deseaba que se reuniera con él, ya que llevaba bastantes años separado de su hija. Y, sin embargo, no se atrevía a pedírselo. Hubo de ser la muchacha quien le dijo que deseaba pasar por lo menos una larga temporada junto a él. Hacía tiempo que no se veían y, en las cartas, decía ella que terminarían, de seguir así, por no conocerse cuando se vieran.
Leo Murray, mientras galopaba alejándose por momentos de sus perseguidores, iba paseando en el grave error cometido al aceptar la invitación que le hicieron a los pocos minutos de llegar a Ratón para formar parte de una partida de póker. Tenía la certeza de que le habían invitado a jugar por haberle visto el mucho dinero que llevaba encima, y sin duda para desplumarle.
Varios vaqueros entraron en el local hablando entre ellos.
Ana, la dueña, les contemplaba en silencio. Para que entraran, hubo de apartarse de la puerta, ya que estaba apoyada en el quicio de la misma.
El barman, que se hallaba limpiando el mostrador, miró hacia ellos y exclamó:
—¡Habéis madrugado! Estamos de limpieza aún.
Eran las 7,30 de la tarde del día 8 de diciembre de 1883. La única y larga calle de Bisbee, Arizona, se mostraba brillantemente iluminada por los faroles y los escaparates de las tiendas, que ya mostraban los regalos de las próximas Navidades. Gente de toda clase y condición deambulaba por las aceras, admirando escaparates. No hacía frío, porque los inviernos en Arizona son, realmente, una primavera benigna. Dos hombres se colocaron en la acera, justamente enfrente al almacén general de «Goldwater & Casteñeda», uno de los establecimientos más importantes de la población.
En Jackson, capital del territorio de Mississippi, se celebraba, como todos los años, una gran fiesta en la lujosa mansión del gobernador, a la que habían sido invitadas todas las personalidades de la ciudad. Jane Collier, hija de la máxima autoridad del territorio, cumplía veinte años.
—¿Cuándo llega tu amiga? —No ha de tardar mucho. En su última carta me decía que no tardaría en hacerlo. Lo tenía todo preparado. —¿Crees que le va a gustar el Oeste? —Me ha dicho que sí. No es la primera vez que viene. Conoce la parte del Sudoeste o Texas. Me parece que un tío suyo tenía, o tiene, un rancho. —¿Es verdad eso que dice papá de su fortuna? ¿Es muy rica?
Bill fue detenido por Hilda Simpson. Era la hija de un ganadero de los más ricos, y propietario como Bill de tierras de labor, en las que conseguían cosechas de importancia, gracias a la extensión de los ferrocarriles y a que los granos podían llevarse a los mercados del Este.
El llamado Mills obedeció, aunque refunfuñando. Taylor y él fueron a sentarse a la mesa que había al lado del otro grupo, donde no conseguían ponerse de acuerdo tampoco. La conversación entre éstos y Taylor fue iniciada de un modo accidental. Había que tener un local para vender las reses que los cazadores irían matando. De las otras sólo aprovecharían las pieles, que era lo que en el Este tenía valor.
Se puso muy colorada Betsy, al oír hablar así al vaquero. Miró a Jerry, pero éste miraba en otra dirección, y no se dio cuenta. Salieron del bar en que se hallaban, y se encaminaron al almacén de Pamela, siguiendo las instrucciones que les había dado el vaquero. Ante la puerta del almacén había dos mujeres, apoyadas en el quicio de la misma. Les miraban con esa indiferencia de las personas acostumbradas a ver extraños.
Más de dos horas estuvieron hablando los dos solos, ya que la muchacha salió ante el temor de ser sorprendida por su padre. Y Joe dijo no interesaba enfadarle. Más que convencido de la inocencia de Tom, salió Joe de la prisión. Marchó al hotel, donde al descender del tren había solicitado habitación y dejó su equipaje. Cuando había caminado unas cuarenta yardas, se dio cuenta que le seguían dos vaqueros.
El tren se detuvo lentamente. Tratábase de un apeadero, ya que no había más edificación que la ocupada por el jefe de estación. En cambio, a unas doscientas yardas, había un pequeño pueblo. Al que debían pertenecer los curiosos que estaban mirando al tren. Y de éste, descendió un joven vestido elegantemente, que miraba en todas direcciones. Junto a él una enorme maleta.
El jinete desmontó del caballo y, abriendo la portezuela de trozos de ramas cruzadas, pasó decidido y con la brida del bruto sobre el hombro, caminó entre los árboles, que como un bosque, cubrían el camino poco simétrico que serpenteaba bajo las enramadas que amortiguaban u ocultaban el cauterizante sol que había sido, durante horas, terrible tormento del jinete y de su caballo. Este relinchó, en expresión sin duda de placer, al no sentir el hormigueante cauterio del sol que le obligó a caminar un poco enloquecido. El jinete echóse el sombrero hacia atrás y con el no muy limpio pañuelo que anudaba a su cuello, limpió el sudor, que al mezclarse con polvo plomizo formaba una pasta pesada y molesta, si se secaba sobre la piel, a la que martirizaba, contrayéndola.
—Se ha dado cuenta de que no eres mormón. —¿Por qué? —¡Oh! Ellas conocen muy bien a sus hombres. Fueron interrumpidos en la conversación por el ruido de varias voces ante la puerta y a los pocos segundos, aumentando progresivamente este ruido, aparecieron varios jinetes sacudiendo sus anchos sombreros y restregándose los rostros con las manos callosas. Eran cinco y todos se detuvieron junto a la puerta al ver allí a aquel hombre que era desconocido para ellos.
Eleonor no había querido volver al lugar de la cita con Jeff.
Era cierto que lo estaba deseando, pero su orgullo se lo impedía.
No se le ocurrió pensar que tal vez había visto Jeff que la seguían los vaqueros y por eso no quiso acercarse.
Habíase terminado el rodeo, que en su rancho duró tres días nada más, y se probaban los potros que habían de ir a Santa Fe, para tomar parte en las carreras, con las que el padre de ella contaba a fin de lograr dinero para el pago de su deuda, aunque no tendría bastante ni con eso.
No tuvieron que repetir la orden.
Las cinco personas que iban sentadas frente a la joven, se levantaron en el acto.
Hasta la muchacha llegaba la vaharada de alcohol que despedían los cinco que ocupaban los asientos abandonados.
Y como iba junto a una ventanilla, miró por ella al paisaje árido que desfilaba ante su vista.
Lee Richardson, en compañía de sus hombres, celebraba en un lujoso local de Dodge City la venta de su manada. Después de varias semanas de fatigas y calamidades en la ruta, era lógico que lo celebrasen bien. Todos estaban muy alegres… Y era natural, ya que habían abusado del whisky que con habilidad solicitaban las muchachas que les atendían. El local o saloon en que Lee y sus hombres se hallaban era propiedad de Montand, uno de los hombres más temidos y respetados de Dodge City.
Respiró con tranquilidad el encargado de la oficina de la Compañía al oír los gritos de la calle con los que se anunciaba la llegada de la diligencia. Laurence Grant precipitóse hacia la puerta, abriendo la misma de una patada. Los aplausos se multiplicaban a medida que el vehículo se acercaba. Russ corrió hacia el carruaje abriendo la portezuela, por dónde Nancy Grant apareció sonriente.
Stanley Smith era uno de los hombres «duros» que el Oeste daba con alguna frecuencia.
Había conseguido hacerse respetar y temer en una ciudad como Dodge, en la que durante meses se dieron cita los peores gun-men de la Unión.
Hasta su designación como sheriff , este cargo era transitorio.
En un año, la revuelta ciudad, llegó a conocer hasta siete distintos.
De estos siete, cinco fueron enterrados. Los otros dos habían abandonado el cargo por presiones presumidas, pero que no llegaron a conocerse. Y salieron de la población para no regresar más a ella.
—¿Se puede entrar?
—¡Víctor Manuel! ¡Qué agradable sorpresa!
—¿Cómo está, mayor? No se levante.
El mayor se puso en pie y estrechó cariñosamente entre sus brazos al joven y elegante mejicano.
—¿Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos? Tu padre tampoco viene por aquí.
—Anda muy ocupado con los problemas de la hacienda, mayor. Me pidió que viniera a verle. ¿Fue usted quien envió esto?
—Lo hizo mi hija; da una pequeña fiesta con motivo de su cumpleaños. Se llevará una gran sorpresa cuando sepa que estás aquí. ¿Qué tal por Laredo?
Un poblado minero, muy pequeño, se alevaba a pocas millas de Placerville, con un saloon para divertirse, pero los mineros preferían recorrer unas cuantas millas más y hacerlo con más libertad en «Eldorado».Los mineros, en general, vivían desconfiados y recelosos siempre de la sorpresa del enemigo que continuamente acechaba.Se sentían más seguros en Placerville que en el propio poblado minero.Todos respetaban a Sidney Grant, el hombre que representaba la ley en el pueblo.Se decía que le unía una gran amistad con Norman Drake, el hombre más temido de la cuenca: elcomisario del oro.Norman Drake era esperado de un momento a otro en Placerville para tratar personalmente un problema surgido en la cuenca con un viejo minero, muy conocido por todos, y que ahora se encontraba encarcelado por motivos únicamente conocidos por el sheriff, el comisario del oro, y por los hombres de los que se rodeaba.
La dueña del almacén estaba mostrando a la mujer que se hallaba con ella en la tienda las últimas novedades en telas que habían recibido.
Las dos miraron a través de la ventana a la calle, atraídas las miradas por el típico chirrido de las ruedas de un carro al detenerse.
—Es la esposa de Harry Belwin. Mucho llevan luchando con esas tierras.
—Sí. Son muy trabajadores los dos. Bien merecen triunfar.
—Pues lo van consiguiendo.
—El reverendo quería hablarles sobre el hijo. Debe ir a la escuela. Ya tiene edad para ello. Está trabajando con ellos.
—Si es una buena ayuda, no creo que sea justo traten de obligarle a perderla.
Hanna era un pueblo pequeño de Wyoming, eminentemente ganadero, ya que fue en donde por primera vez en el territorio, se había organizado un rancho.
Los pastos eran hermosos y no había necesidad de que el ganado trashumase en la época de estiaje de los arroyos que regaban parte de las praderas de artemisas.
Los asistentes a la inauguración del hotel Colorado contemplaban asombrados la lujosa instalación del enorme salón que tenía en la planta baja. Nadie podía sospechar esa suntuosidad. Y lo mismo sucedía en las sesenta habitaciones del hotel. El propietario, había estado en Nueva York, Chicago y San Francisco para ver hoteles de lujo. Pero los que presenciaban el Colorado estaban seguros que no había nada como él. Las mesas estaban surtidas con bebidas variadas y los más exquisitos manjares.
Kansas City se había convertido en una de las ciudades más populosas y heterogéneas de la Unión.
Con Saint Joseph, millas más al Norte, se disputaba la hegemonía de la distribución de «pioneros» que buscaban en el lejano Oeste la solución a sus problemas o ambición.
Los llamados «Caminos de Santa Fe» o «Gran Sendero» y el «Camino de Oregón», partían de estas dos ciudades.
A las dos se llegaba por vía terrestre y por la fluvial.
Pero tal vez por estar Kansas City unas millas antes que la otra, era en ella donde los más impacientes se quedaban, dispuestos a partir cuanto antes hacia «donde se ponía el sol».
El calor era excesivo. Una vaharada constante se levantaba del piso arenoso y seco. A la Posta iban acudiendo los curiosos. Todos ellos en silencio. Y en vez de colocarse ante la misma Posta, lo hacían a distancia. Frente a acuella, había un bar y la característica taberna de Moe.
La máquina resoplaba como si tratara de hacer comprender, a los que contemplaban su detención, que estaba cansada. Se trataba de un tren con dos vagones solamente. Y en él llegaban trabajadores y material para los trabajos. Se habia detenido frente a un enorme barracón de madera y cubierto con una lona bien alquitranada para que la lluvia y la nieve resbalaran por la misma.
Johnny sonrió al despedirse de su jefe.
Y sin que nadie le viera ascendió a la parte alta del edificio, donde estaban las habitaciones privadas de los empleados.
Poco después entraba en una de ellas.
Y cerró por dentro para que nadie pudiera molestarle.
Lo registró todo, dejándolo en el mismo orden que estaba.
Ni un solo billete había conseguido encontrar.
Completamente rendido por el esfuerzo de tantas horas en el desbrave de los cerriles últimamente conseguidos, Ray Duffy se dejó caer al suelo con los brazos en cruz y boca arriba, bajo la sombra de un enorme pino.
Un joven indio le imitó y habló en su idioma con Ray.
Era llamado por los suyos Halcón, y así le llamaba Ray también.
La acción se inicia con Lord Gregoryn, un hombre de avanzada edad, años atrás un osado explorador, que hoy se encuentra aterrorizado por una supuesta maldición que persigue a todos los que hace años participaron en una incursión en Africa de la que volvieron con una valiosa joya robada de un templo bantú que representa al ibumbuni, una criatura de la mitología africana dotada una poderosa cola con la que sujetaba a sus víctimas hasta matarlas.
Cada uno de los tres hombres –Gregoryn, Thompson, y Burkon- que volvieron de esa infame expedición, de la que nunca quieren hablar y que preferirían olvidar, conserva una parte de la sagrada joya, y todos y cada uno de ellos han sufrido a lo largo de los años una serie de desgracias que sólo con los años han ido asociando a la maldición.
Gravemente enfermo, convencido de que en breve morirá a manos del ibumbuni, al que constantemente oye rugir desde el interior de la caja fuerte donde guarda su fragmento de joya, Lord Gregoryn decide encargar a su hijo, el apuesto y valiente Joe Gregoryn, que devuelva la joya a su ubicación original, a la sombra del Kilimajaro, con el fin de acabar con la maldición.
>Con los dos fragmentos que le entregan su padre y Thompson –cuyo hijo lleva desaparecido años- debe dirigirse a la bahía de Ungama (Kenia), donde vive Burkon, el tercer componente de la expedición original, para que le entregue el tercer fragmento de la joya, y desde allí ir a buscar un cuarto trozo que fue escondido en una gruta en el corazón de la jungla por uno de los nativos que servía de guía a la expedición.
Comienza así desde Southampton un viaje en barco plagado de peligros, donde el protagonista, acompañado de una letal caja donde guarda los fragmentos de la joya, compartirá travesía con cuatro enigmáticos personajes: Helen Custer, una bella joven que tiene la intención de robar la joya, para lo que intenta seducir a Joe; Emil Golding y Alma Bradford, una pareja de supuestos cafeteros que también intentan hacer amistad con Joe con pérfidas intenciones, y Gordon Mac Lean, un polizón huido de la justicia, que chantajea a Helen obligándole a compartir camarote con él.
Un viaje en el que los protagonistas conocerán el miedo, la traición, y por supuesto, el amor, como mandan los cánones.
Toinette La Motte contemplaba desde la puerta de su casa, la plantación que desde allí se dominaba en gran parte, y el río que frente a ella desfilaba rugiente, engrosado por las intensas lluvias de aquellos dos días.
Se estaba haciendo de noche y sus criados, todos negros, empezaban a encender las luces.
La del día iba cambiando de tonalidades hasta convertirse en una mancha levemente sonrosada, en la que surgían pinceladas oscuras con gran rapidez.
La lluvia tenía la virtud de llevarse miríadas de mosquitos, lo que permitía que los mosquiteros pudieran permanecer levantados.
—Todos estos son los documentos que se han podido reunir, después de varios siglos de minuciosa búsqueda, en los archivos de El Cairo y Alejandría sobre la «expulsada de Tebas». Es como ves, una labor paciente de toda una generación de «ratas de biblioteca». Mi abuelo aseguraba que sabía perfectamente dónde se detuvo la embarcación que llevaba a la belleza de Tebas con su carga de alhajas como no se ha vuelto a ver otras en el mundo de igual belleza y valor. Las primeras leyendas, como verás si tienes paciencia para leer todo eso, aseguran que llevaba todas las fastuosas alhajas de los Ramsés. Y esto no se niega en ninguna de las leyendas que siguieron.
En el campamento del «americano», como conocían vulgarmente a Fulton Bruce, había un gran movimiento esa mañana, antes de salir el sol, cosa que ese día no iba a verse porque una de las frecuentes tormentas lo impediría. Siempre que se presentaba una de estas tormentas, había una gran efervescencia en el campamento para proteger los víveres de la lluvia y la serie de utensilios que llevaba para su trabajo al que iba destinado.
En una fiesta benéfica de Palm Beach, en Florida, comenzó lo que había de convertirse en un dantesco asunto que costaría varias vidas a millares de millas de la playa elegante de los Estados Unidos.
Las elegantes damas que se encuentran periódicamente en la célebre playa de Florida, estudian el modo de allegar fondos para instituciones de caridad y que al mismo tiempo les permita divertirse.
Las fiestas que con tal motivo se organizan, son de lo más variado, ya que el ingenio humano es ilimitado.
Las mansiones que cuestan miles de dólares abren sus puertas a los invitados, que a la hora de la tómbola sienten saqueados sus bolsillos.
Quiero dar las gracias a quienes, con el ruego de no dar su nombre, me han permitido revolver en sus valiosas bibliotecas y han puesto a mi disposición las notas personales, tomadas de sus viajes a África Central con objeto de cazar fieras. Uno de estos amigos, gran conocedor de aquellas tierras ha dado conferencias y publicado libros a este respecto.
—¡Ya está aquí el Huracán, Lorna! Alegra esa cara tan bonita. —¡Aparta esas sucias manazas! Me daría una gran alegría si se marcharan todos... ¿Qué propósito traen? —El de siempre, divertirnos. —¡Temo sus diversiones! —No tienes nada que temer, mujer. Esto es el Missouri; no hay la diversión que en el Nebraska. —¿Por qué no se han quedado allí?
La guerra de Secesión había identificado en la comunidad de propósitos y de peligros a los seres más heterogéneos. Permitió que la intolerancia en ciertas clases privilegiadas se hiciera más flexible por la necesidad de constante convivencia con aquellos seres considerados hasta entonces de inferior categoría, incluso en lo biológico.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Los viajeros miraban con atención y curiosidad al último que ocupó su asiento. Les extrañaba su estatura poco corriente y su ropa que desentonaba de la mayoría. Iba vestido de ciudad, pero con un levitón que le llegaba poco más arriba de las rodillas, pero que por ser tan alto él podría servir de abrigo bien crecido a otro hombre de estatura normal o un poco alto. El levitón era negro, como el pantalón. De corbata llevaba una cinta del mismo color y estrecha, con una lazada vulgar y corriente en el centro del cuello.
El joven no se atrevía a decir que su padre le reñía constantemente y que, si iba a encontrarse con Crosby, era por ignorarlo ellos. Eran diarias las peleas con su padre por esa amistad que no agradaba en su casa. Su padre no quería comprender que era ya un hombrecito. Había cumplido los veintiún años.
No era un secreto para los habitantes de la región el odio que Enrique Mendoza sentía hacia los americanos así como a los mexicanos que les habían ayudado a apoderarse de California. La gran ilusión de don Enrique seguía siendo convertir California en una pequeña república o en un territorio independiente. La hacienda de don Enrique era tan grande, que no podía recorrerse en un día a caballo, pero no obstante, poco a poco había ido adquiriendo terrenos limítrofes hasta poseer una enorme extensión que dedicó a la cría de ganado, y en especial caballos, a los que era muy aficionado. Los suyos triunfaban casi siempre en las carreras de Monterrey.
—¡Papá...! ¡Papá...! —¡Bob...! ¿Qué te ocurre, hijo? —¡Vienen a por ti otra vez, papá! ¡Tienes que esconderte! ¡Por favor, papá, te lo suplico...! —Tranquilízate, hijo. No existe ningún motivo por el que tenga que huir. Si vienen a buscarme me encontrarán aquí. Ahora, entra en la casa. La comida está preparada. ¿Qué te ha dicho Guy? ¿Está de acuerdo con la forma de pago que le hemos propuesto? —Ha sido Guy quien me pidió que te escondieras...
El coche de Bradly llego a la ciudad, rodeado de los jinetes que le acompañaban, para recibir a su hija que llegaba del Este. Llevaba dos años sin aparecer por allí. Para Bradley constituía un verdadero acontecimiento la llegada de Doris. Quería que su hija fuera más instruida que lo había sido él. No le importaba que la suerte le hubiera favorecido hasta ser propietario de uno de los mejores ranchos que sin duda había por el Oeste. Sabía que no todos tienen la misma suerte. Había muchos que fueron compañeros suyos en la juventud, que no pudieron pasar de trabajar para otros.
Tres jinetes desmontaron ante la oficina del marshal U.S. o alguacil federal. Los tres entraron en ella. El marshal, que estaba leyendo, levantó la mirada al oír la puerta y miró a los tres. —¡Hola, muchachos! —dijo—. Deben estar tranquilos. Será castigado. No sé le que opinará el jurado, pero espero que piensen detenidamente. Mañana les pueden robar a ellos. —De eso venimos a hablar. Es posible que se equivocaran los muchachos… —¡No me digas! Ya es tarde, Eric. Te has vuelto muy blando. Con seguridad que ha sido tu mujer la que te ha hecho pensar de distinto modo… —No es eso, Cecil. Se ha comprobado que el caballo que montaba ese muchacho no es nuestro. ¡Es verdad, Cecil! Puedes estar seguro. Aun sin herrar se ve que no es nuestro. —¡Dijiste…!
La diligencia, aquel cajón «rompehuesos» como algunos la definieron, en su chirriar constante acusaba con pronunciada brusquedad las deformaciones del terreno. Una bella joven vistiendo elegantemente a la usanza ciudadana, gesticulaba constantemente en expresión de protesta. —¡Oh, esto es horrible! —exclamó al salir lanzada sobre el compañero de asiento, un joven cow-boy quien a pesar de las inclemencias de los continuos accidentes geográficos, dormitaba tranquilamente—. ¡Le ruego sepa disculparme! No he podido evitarlo.
James sacudió la cachimba contra el suelo, haciendo caer los restos quemados de tabaco. Miraba a las nubes, preocupado. Abandonó el asiento junto a la puerta de la vivienda, guardando la pipa en el bolsillo de la chaqueta de gamuza. Fue hasta un almacén de leña, que estaba a unas cien yardas de la casa, y cogió un brazado de troncos, con los que regresó a la pieza. Los colocó en el hogar, y se puso a silbar una tonada que fue famosa años antes.
Le ayudó a montar a caballo, dándose cuenta que todo el lado izquierdo del cuerpo de aquel hombre había quedado paralizado. Bozeman consiguió que el caballo herido caminara al tirar con fuerza de la brida. Respiró con tranquilidad el viejo al llegar al lugar donde se encontraba la mina abandonada. Se internó en ella con dos viejas mantas en las manos donde minutos más tarde descansaba el herido sobre las mismas.
Era una muchacha de belleza extraordinaria, esbelta, más bien alta para mujer, pero de contornos perfectos. Los que estaban en la posta contemplaban a la joven con admiración. Ella salió, decidida, y una vez en la calle vieron los que estaban en la sala de espera, que se quedó indecisa, mirando en todas direcciones. Uno de los empleados salió para indicar dónde había un hotel.
—¿Puedo echarte una mano? Así no conseguirás herrar a ese caballo. —¡Bill! ¡Qué alegría me da verte! Se abrazaron con viva emoción. —Deja que te vea bien... Has vuelto a crecer, condenado —rio el herrero. —Eso le hemos dicho su madre y yo.
—Escuche, patrona —dijo Waco, entrando en la casa principal del rancho—. ¡Debe despedir a Alex! Etta miró extrañada a su capataz, preguntando: —¿Por qué? —Porque es un muchacho que no me gusta. —¿Quieres explicarme los motivos por los cuales no te agrada Alex? —Hay algo en él que no me gusta. Etta miró detenidamente a su capataz.
Una veintena de carretones se iban deteniendo, formando, según costumbre adquirida durante el largo viaje por tierra de indios, un círculo. El teniente fue a la parte en que un sargento ordenaba hacer otro pequeño círculo, con seis carretones más. —¿Qué tal, sargento? —preguntó el teniente. —Todo bien. Van alegres la mayoría. —¡Hola, teniente! —saludó el que hacía de jefe de estos vehículos—. Estamos cerca del Smith, ¿verdad? —Llegaremos pasado mañana.
—Mira, Ney, ya estamos llegando a Abilene. Tu ayuda nos ha sido muy valiosa. Ven conmigo, los muchachos quieren darte las gracias. —Han demostrado ser excelentes cow-boy. Lástima que todos hayan nacido al otro lado del río Grande. Sin duda, tendréis problemas con esa gente. Frank Windsor se echó a reír. —Más de los que tú te imaginas... Es gente buena, Ney. ¿Por qué no han de tener el mismo derecho que nosotros? El que hayan nacido al otro lado de río Grande, como dijiste hace un momento, no supone ningún delito. Son mexicanos y lo tienen a mucha honra... Mi padre ha pedido ayuda a las autoridades.
—Esto va tomando forma. Por lo menos hemos conseguido dar vida a estas viejas maderas. ¿Qué opinas tú, Lynn? —Queda aún mucho por sanear en este viejo edificio. Pero estoy de acuerdo contigo, John... Confío en que haya valido la pena enterrar aquí nuestros ahorros. —No lo dudes. Tan pronto como esté instalada la vieja fragua que Henry nos ha facilitado podremos anunciar la apertura del taller. Quien verdaderamente va a lamentar no haberse instalado en Sacramento es nuestro colega de Davis. Se va a quedar sin la mayoría de los clientes.
Joan Drake hacía caminar al caballo que montaba, de una manera muy lenta. Casi a la marcha de una persona andando. Y miraba en todas direcciones. Sus ojos se movían con inquietud. Una vez ante una colina, subió con rapidez y desde lo alto contempló el valle que acababa de cruzar. Desmontó y se sentó en una roca. Y contemplaba el ganado que se movía por el rancho. Y como si hablara con alguien, dijo: —¡No hay duda que me están robando ganado! Y aseguraría quién es el cuatrero. Y hasta sé que la razón de ello no es el lucro. Esto se ha hecho muchas veces en esta tierra. Le suelen llamar «El Cerco».
—¡Fíjate, Jeff! ¡Eso sí que es una mujer de una vez! —¿Dónde vas? ¡John! Pero éste, no hizo caso y continuó su camino en dirección a la joven que tanto había llamado su atención —Disculpa, preciosidad. Verás... —¿Qué es lo que quiere? —Mí amigo y yo acabamos de llegar. Suponemos que esto debe ser Phoenix.
—Esos aparentes enfrentamientos de nuestros dos enterradores es algo que me tiene seriamente preocupada. El interlocutor de Nicole, la dueña del local, sonriendo cínicamente replicó: —Vas a conseguir que Casper se enfade y ordene a Robert tu detención. —¿Tantas aspiraciones tienen esos dos malditos enterradores? Tendrían que enterrarme gratuitamente porque… Se interrumpió la dueña del local, al observar que se abría la puerta, por la que se asomaba una joven. —Puedes entrar, Urna —añadió Nicole.
ROXI, rodeada de sus empleadas, con las manos a la espalda, recorría el local y contemplaba los menores detalles del mismo. Giró sonriente al final del recorrido y exclamó: —¿Verdad que es precioso…? —No creo que haya otro ni anteriormente lo hubiera en esta ciudad —dijo una de ellas. Dereck Forbes, que iba a ser el encargado del saloon, se unió a ellas.
EL jinete, mientras su montura abrevaba en un pilón existente en el centro de la plaza del pequeño pueblo, miraba en todas direcciones con indiferencia. Quitóse el sombrero, para secarse el sudor que cubría su frente. El calor, por momentos, era más insoportable. Del único saloon existente y del que procedían las notas musicales de una guitarra, salieron dos hombres para contemplar al jinete.
LONE Pine, pequeño pueblo en la ladera Este del monte Whitney, no habría llegado a tener la importancia que te dio la construcción de una carretera a través del bosque de sequoias y del desierto de Mojave. Los cientos de trabajadores dieron al pueblo una fisonomía especial y para los comercios un importante negocio. Precisamente en ese pueblo se bifurcaba la carretera, encaminándose un ramal sinuoso a través de terrenos desérticos hasta el Valle de la Muerte, con lo que se facilitaría el traslado del bórax en mejores condiciones y con más corto plazo hasta los lugares de almacenaje y embarque.
DAVIE Floyd hacía verdaderos esfuerzos porque la emoción que sentía no se reflejara en su rostro que parecía tallado en roca. Solamente los ojos no podían ocultar la angustia que le embargaba. Durante catorce años había estado al frente de la Reserva. Sus cuatro hijos se habían criado entre los indios, como unos más de ellos. En la casa, la familia hablaba más en indio que en inglés. Los tres hijos varones marcharon a estudiar lejos, pero en las vacaciones eran felices en los tipis de la Reserva. Los indios no les consideraban extraños a su raza. Nunca hubo el menor incidente. Y los indios se sabían atendidos como una gran familia.
FUERON varios los que, al ver el brillo, acercáronse curiosos, hasta que uno exclamó: —¡Esto es oro! —¡No es posible! —dijo Tieton intrigado. —Pues lo es —insistió el que hablara antes, que era un forastero de los muchos que iban de paso. —¿Dónde lo encontraste? —¡Hay oro otra vez aquí!
LEWIS Bell Potter, sin duda alguna, era uno de los hombres más conocidos de Arizona. Poseía varias rancherías y era propietario de diversos negocios, que hacían de él, uno de los hombres más poderosos y ricos del territorio. Pero de cuantas propiedades tenía, su orgullo era el rancho que poseía en las proximidades de Tucson y donde cientos de caballos y reses pastaban a su libre albedrío en una extensión de terreno al noroeste de la ciudad de unas cuatrocientas millas cuadradas.
ME asusta, papá, hacer un viaje de tantas millas, con tanto dinero encima… ¡No puedo evitarlo, es superior a mis fuerzas! —Es incomprensible, pequeña, que habiendo nacido en estas tierras, te asuste tan poca cosa… ¿Es que no corre sangre del Oeste por tus venas? —Ser responsable de los ahorros de tu vida, me aterra… ¿Qué sucedería si me quitasen o perdiese esa cantidad?
QUIEN ha dicho que traigas este caballo a esta cuadra? —El capataz. —Dile que yo no quiero que se haga. Así que déjale donde estaba. —Es que es orden de la hija del patrón… —¡Te he dicho que lo dejes allí!
GUADALUPE, a pesar de rondar los cuarenta años, era una mujer muy hermosa. Su gran belleza mejicana era tan provocativa, que exaltaba a los hombres de todas las edades. Siendo muchos quienes la deseaban apasionadamente. Sobre todo, desde la muerte de su esposo, ocurrida hacía meses, eran varios los que pensaban que el camino estaba libre para conseguir lo que tanto deseaban.
ES una locura lo que acabas de hacer, Joe. Los cargos son incompatibles. No se puede ser pistolero y enterrador a la vez… ¡Nos tienen rodeados! —¡No te muevas de aquí! ¡Algo intenta ese coyote! Voy arriba a vigilar. Y Joe ascendió rápidamente por la escalera en que poco antes rodara el cadáver de uno que consiguió entrar. Descubrió Joe un hueco que en el techo había, hecho sin duda por aquel vaquero que pagó tan caro su atrevimiento.
SERA conveniente que antes de que salgáis me asome por si Dick Drake os espera… ¡Me ha dado la impresión de que sus ropas de caballero no van de acuerdo con su forma de proceder! Los dos jóvenes sonrieron agradecidos. Y el capitán salió, en efecto, a cubierta, regresando a los pocos minutos. —Parece que no está por aquí… —anunció.
HABIA pasado ya la sorpresa de los primeros días y el espectáculo se convirtió en rutina. Los curiosos eran menos cada domingo. Y los que se atrevían a jugar rarísimos. Pero cada domingo se repetían los gritos de los que retaban a los demás, con unos dólares en juego. Los jinetes que iban entrando en la plaza y desmontaban, sonreían y pasaban de largo para entrar en el «saloon» que se había convertido en el mentidero de la población. Las dos empleadas y la dueña, amén del barman, estaban informados de todos los problemas del extenso condado.
LAS hijas de Winthrop miraban desde una ventana el paso de los mineros por la calle. —No comprendo —decía Diana, la mayor— por qué todo un pueblo ha de temblar cada vez que esos hombres bajan de las montañas. —Son violentos e impulsivos y están tan apartados de la civilización que la presencia de mujeres, especialmente, dicen que les excita. Las que hay en los «saloon» en cambio, prefieren a los mineros; afirman que son más espléndidos que los cow-boys y cazadores —dijo Helen, la menor de las hermanas.
LA familia Mendieta, en Albuquerque, se encuentra reunida y bajo una tensión nerviosa. Componen esta familia: Carlos, el padre, y sus hijos: Pedro, Juan y María. El hijo mayor, Pedro, dice: —No esperabas que Carmen viniera, ¿verdad? —Desde luego que no. Nunca ha dicho en sus cartas que pensara hacerlo.
¿CONOCE California? —No. Es la primera vez que vengo a este Estado. Buscaba a un amigo que trabaja en Barstow. Mi caballo murió en el desierto. —¿Barstow? ¡Si está al otro lado! —exclamó la joven. —Si es así, me debieron informar mal. La joven guardó silencio. No creía nada de lo que oía y sintió disgusto por ser engañada.
A la vista de los extraños y en especial para los habituados a la vida ciudadana, el rancho era una especie de oasis. Una especie de remanso de paz en las grandes llanuras. Y sin embargo, como pasa siempre en la vida, cada componente de los miembros de esas propiedades eran mundos distintos. Con sus íntimos problemas y a veces verdaderos dramas ocultos. Los trabajos duros en su lucha con el ganado y en especial los dedicados al desbrave de potros, les hacia hoscos en general, y lo curioso era que en la dura lucha que había de sostener con esos animales, terminaban por encariñarse mutuamente. Y cuando el animal se daba por vencido, se convertía en un perro obediente y sumiso. El jinete había sabido demostrar al animal su indudable superioridad, acatada una titánica lucha entre ambos.
EN Tombstone habían surgido serios y complicados problemas con los límites de las tierras en distintos ranchos, cuyos propietarios estaban tomando las medidas más eficaces para esclarecer el asunto. John Callagham rehízo su vieja posesión retrasando los alambres en todas direcciones. Tomó nota de todo ello y marchó a Tucson y Phoenix para que la inscripción legal de sus terrenos tuviera los límites que le correspondían. Era una medida que no habían hecho los demás y por lo que no motivó ninguna controversia.
UNO de los trabajos más duros de cow-boy, era la doma de potros. Abundaban los vaqueros con algún miembro fracturado. Existieron especialistas que se dedicaban a la doma y cobraban un tanto por potro domado. De esta forma no distraían vaqueros en ese cometido. Estos pequeños grupos de jinetes, que rara vez pasaban de tres, hacían el mismo recorrido cada año. Y los ganaderos esperaban su visita. Solían ser a la vez cazadores de caballos cerriles, salvajes. Que vendían a buen precio.
EL criado de color soportaba la dura cura de sus heridas a base de vinagre y sal sin exhalar una queja. —No hiciste motivos para este castigo, Fred —dijo Dashell, otro criado del mismo color de piel. —Ya lo sé. ¡Mataré a ese hombre! —Debes olvidar lo sucedido —añadió Dashell—, aunque sigo afirmando que fue excesivo.
VAS a tener problemas, muchacho. No has debido hacer eso. El joven que acababa de arrancar el pasquín miró sonriente a su interlocutor. —Me llamo Sam Lytton —dijo tendiendo la mano al viejo que acababa de amonestarle. —Yo soy Max Tetón. Me conocen todos en Tombstone…
SE que no has tenido más remedio que hacerlo, Jeff, lo sé, pero al matar a Larry Robards, te has condenado a muerte tú también. Nos tienen rodeados. —¡Ese obstinado sheriff! —¡Escucha, zanquilargo! —gritaba el sheriff desde, la calle—. ¡La única posibilidad que tienes de salir de esa ratonera con vida es entregándote! Permite salir a esa mujer que continúa a tu lado porque la estás obligando a…
CON la brida sobre el hombro y liando ritualmente un cigarrillo, el jinete avanzaba con lentitud por el centro de la calzada, sin preocuparle en absoluto las varias pulgadas de polvo que cubrían en las botas altas de montar, hasta las espuelas. Verdadera obra de arte en plata que parecían de buena calidad. El sombrero un poco echado hacia atrás, debía estar a seis pies y algunas pulgadas de las espuelas. Los que estaban en los soportales o galerías que les cubría del sol que en esos momentos parecía plomo hirviente, miraban al jinete con curiosidad aunque en silencio.
EMPEZABA a anochecer cuando la diligencia procedente de Santa Fe se detenía en Las Cruces. Los viajeros descendieron para estirar las piernas. Al saber que pasarían la noche en la Casa de Postas, todos se alegraron, ya que estaban rendidos. —Saldremos hacia El Paso tan pronto amanezca —informó el conductor. Jane, una joven preciosa, fue la última en abandonar el vehículo.
¿QUIEREN callar? No van a conseguir nada con dar gritos. Deben escuchar con calma. La Compañía no podía contar con estos trastornos. Y al no contar con ellos, no pensó en aumentar el servicio que de manera habitual pone a disposición de los usuarios. Y ello hace que muchos de ustedes no puedan salir con la premura que algunos desearían. Para la primera diligencia, que llegará de un momento a otro, están vendidos los ocho boletos. He dado preferencia a los que marchan a mayor distancia… Aunque para estos, tienen en Kansas City y en S. Joseph el ferrocarril que les llevará al lejano y misterioso Oeste.
PASANDO el codo por el ala del sombrero, en movimiento de limpieza, que para los conocedores de McKuen suponía en él preocupación o curiosidad, miró de arriba a abajo al forastero, diciendo: —No es de aquí, ¿verdad? —No. Soy de muy lejos. Vengo de Montana. —¿De Montana? —Sí. Parece que el sheriff, de acuerdo con usted, me escribió. —¿De acuerdo conmigo? No sé nada.
LOS tres jinetes desmontaron ante la vieja cabaña. Y cuando estaban en el interior, exclamó Jenny: —¡Tony! Esto está como cuando veníamos… No ha cambiado nada. —Alguna vez me acerco hasta aquí cuando los demás van al pueblo a beber y a divertirse. Pero lo hago pocas veces. Por eso está tan sucio todo. —¿Nos sentamos? Vamos a hacer unas pruebas para ver si aún lo recordamos. No hace mucho, yo estaba en condiciones de «pelar» a los contrarios. Pero no lo hice. Te habíamos prometido que no se emplearía ese conocimiento en beneficio propio.
EL jinete desmontó y después de sujetar el caballo a la barra que para tal electo hablará una yarda del porche, se encaminó decidido hacia la puerta del «saloon». El «saloon», propiedad de Lewis Randall, estaba animadísimo a pesar de la hora. Al darse cuenta el jinete que su presencia no llamaba la atención de nadie, comprendió que Pueblo era una localidad acostumbrada al paso frecuente de forasteros, cosa que le agradó. Se aproximó al mostrador y al apoyarse en el mismo, unos que bebían a su lado, después de observarle con curiosidad que rayaba en admiración, le preguntó uno: —¿No crees que has crecido demasiado?
ABY Norton era una muchacha nacida y criada entre ganado, y considerada como uno de los mejores jinetes del territorio. No se arredraba ante las dificultades. Y era bastante tozuda. Había grandes dificultades para el envío de ganado, porque Cecil Custer era el que tenía en exclusiva el servicio de los vagones del ferrocarril. Hacía varios meses que no había conseguido enviar una sola res y sabía que sus reservas se agotaban a mayor velocidad de la deseada.
EL avance tecnológico de la época imponía el paso del ferrocarril por el pequeño pueblo de Burnet, próximo al lago Hamilton y al Norte de Austin, capital del Estado de Texas. Los encargados de conseguir las tierras por dónde había de pasar aquella enorme serpiente férrea tropezaron con los inconvenientes lógicos que en el proyecto realizado por los técnicos se habían tomado en cuenta Las condiciones ofrecidas por los representantes de la compañía del ferrocarril habían sido rechazadas al considerar sin los propietarios de las mencionadas tierras, injustas y desconsideradas todas las ofertas que se les hicieron.
MUCHOS vaqueros estaban sentados en la valla de madera que cercaba el espacio destinado a la doma de potros. Les agradaba ver a su patrón luchando con los más rebeldes. Estaban convencidos que era el mejor jinete, capaz de conseguir lo que ellos abandonaban por considerarlo imposible. Y no es que fueran malos jinetes. Es que Roberto era superior a ellos y empleaba métodos que poco a poco iban imitando. Solía decirles al hablar de ello que los potros eran como niños y que no se les podía hacer creer que el mundo era solo tortura, porque crecerían odiando.
¡EH, tú! ¡Larguirucho! ¡Ven aquí! ¡No encontrarás en la ciudad otro sitio mejor para til Baja de ese caballo muerto de hambre, y entra en el «saloon»! Podrás bailar si inclinas la cabeza para que no te estorbe el techo, por la mínima cantidad de treinta centavos. En los otros locales tendrás que pagar cincuenta. ¡Vamos, no lo dudes más! Todos los que pasaban por allí quedáronse mirando a la muchacha que gritaba al joven cow-boy a quién se dirigía.
LA llegada de los coches ante la residencia hacía recordar a muchos testigos de ese espectáculo las fiestas de antaño en las mansiones que aún se conservaban aunque no con el boato que entonces tenían. Desde luego, hacía tiempo que no se veía reunión tan numerosa de vehículos ante la residencia del Gobernador. El matrimonio y la hija, Gaby, recibían a los invitados con amables sonrisas.
STUART Heston detuvo su caballo y, echando pie a tierra, buscó un sitio donde acampar junto a aquel arroyo de agua tan clara y fría. Hizo un fuego y dejó al caballo en libertad para que pastase a su antojo en aquella espléndida vegetación de las proximidades del agua. Se preparó un poco de tocino salado y unas tortas de maíz, que devoró más que comió y después de beber un buen trago de agua, echóse boca arriba sobre una de las mantas, apoyando la cabeza en la otra, lamentando no tener un poco de café.
La tormenta continuaba y entre el fulgor de los relámpagos vio Alma Casselton, propietaria de uno de los ranchos más codiciados de Paxton, pueblo situado a orillas del South Platte, avanzar un jinete como si no existiera tan cruel tormenta. Se fijó detenidamente en él y no le reconoció, suponiendo que sería alguno de los cazadores sorprendidos en medio de aquel artilugio eléctrico.
EL conserje del hotel se cansaba de decir que no había habitaciones libres. —Decían que este hotel era grande… —Y lo es. Lo que sucede es que la afluencia de forasteros ha sido más importante de lo esperado. —¿Hay más hoteles? —Tienen muchos en la ciudad. No se preocupe… Encontraré habitación en estas fechas. Si estuviéramos en fiestas, sería distinto.
¿WHISKY? —preguntó el barman. —Tomaría mejor dinamita —replicó furioso el de la placa—. ¿Qué decían todos estos de mí? —No hablaban de usted, sheriff —respondió el barman—. Comentaban lo bonita que ha vuelto Ann Lambert. Muchos de estos no pueden creer que sea tan bonita como Willie afirma. —Es bonita, aunque muy desvergonzada —dijo el sheriff—. Tampoco ha tenido suerte al volver a este pueblo. Tendré que hacer con ella lo que confesó que hizo Donald Holden hace años.
HARRY Sherman había tratado de complacer a su hermano y a los amigos. Quería olvidar su deseo de venganza. Pero era superior a él. Y la fatalidad hizo que leyera una nota sobre algo tan sin importancia en realidad, como era el nombramiento de un senador en Wyoming. Era una nota escueta. Pero el nombre de ese senador coincidía con uno de los buscados por él en el Territorio de Arizona. Cuando estaba seguro que había conocido al personaje de leyenda Saguaro, y que le había ayudado a salvar la vida.
Los que entraban en el local, se detenían junto a la puerta, contemplando con admiración lo que estaban diciendo. Había un gusto exquisito hasta en los menores detalles. Las mujeres eran las que se fijaban en todo. Los manteles que cubrían las mesas de distintos colores y el tapizado alegre de las sillas, hacían del local un lugar enormemente agradable. Se iban sentando los comensales y se saludaban entre sí, erque eran conocidos la mayoría. Y como día de inauguración, ellas vestían sus mejores galas y los caballeros lo mismo. Servía de pretexto para convertir ese local en un escaparate y testimonio de la riqueza de cada cual.
EN la mansión Janesville había un gran bullicio. Las dos jóvenes hijas de la viuda Jane trataban de convencer a su madre, que no sabía negarles nada, para que les permitiese realizar la visita al barco, apoyadas en su petición por los acompañantes, amigos de la casa y francos admiradores de ellas. Para la madre de las muchachas la boda de sus hijas era cuestión de meses.
RODOLFO y César Fernández de Ayala, eran los dos hijos de Laura de igual apellido. Se habían instalado en la enorme casona-palacio de los Fernández de Ayala, que en Santa Fe ocupaba una gran manzana en la parte más céntrica de la ciudad. Y se instalaron al enfermar la abuela Laura, que era una institución en la ciudad y en el Territorio. Y lo hicieron con sus familias: Adela, esposa de Rodolfo, con sus dos hijos: Rodrigo y Guadalupe. Y César con su esposa Carmen y los hijos Juan y José.
EL herrero sin dejar de golpear el hierro candente que tenía en el yunque, miró de reojo y sonreía. Jonás Cooper entraba en el taller y el rostro indicaba lo enfadado que estaba. —¡Deja de golpear, que me has visto entrar! —gritó el visitante. —No puedo dejar que se enfríe. ¿Qué quieres? Si se trata de tu caballo, ya ves que ahora estoy ocupado. Le traes más tarde.
AQUELLOS que pensaban que Laramie, por tener una universidad, era una población amante y respetuosa con la Ley, sufrían un grave error. Y los que por haber doblado cinco años la cuenta de los ochenta después de mil, imaginaban que ya no era posible el imperio de un equipo, y hasta la tiranía de un hombre, también se equivocaban. Para convencerse, bastará que sigan con atención lo que vamos a relatar.
RAMON se mueve, señor. Hace falta un médico. Esta delirando y su fiebre ha de ser muy alta. ¿Podemos ir con el cochecillo de la niña Soledad en busca de un médico? —Espera que hable con mi sobrina. Ahora es ella la dueña de todo. Yo no tengo autoridad. Acercóse a Soledad, que estaba como siempre, rodeada de aduladores y le comunicó lo que sucedía. —Pueden ir a buscar al médico. Pero como es americano que no entre en esta casa. Que vaya a la de los criados —respondió Soledad.
¡ALLAN…! El aludido que estaba sentado frente al fuego, como el resto del grupo formado por doce hombres, miró a su hermano Guy que era el que llamó. —Dime —respondió. —¿Qué le pasa a ese…? —¿Por qué lo preguntas?
ME ha pedido el capitán que te releve en la guardia, Buck. Te está esperando en su camarote. —¿Qué diablos le ocurre? Precisamente me estaba acomodando para descansar un poco. ¿Para qué quiere verme? —No lo sé. Solo me pidió que fueras a verle. —Está bien. No pierdas de vista a los que están junto a la puerta de la bodega. —Descuida. Esos hombres son de confianza.
EL jinete entró en Benson, pequeña localidad de Arizona, con lentitud y calma, mientras sus ojos iban de un lado a otro, mirando todo con curiosidad. Nadie se preocupaba de él. Y quienes en él se fijaban, lo hacían con indiferencia. Desmontó ante el único almacén existente en la pequeña localidad.
¡LIZ…! —Ahora salgo, Greta… Momentos más tarde apareció Liz, la dueña del almacén, limpiándose las manos con el mandil. —Estaba fregando los cacharros… —decía—. ¿Querías algo…? —¿Tenéis algún barril de whisky…?
ABILENE…! ¡Diez minutos…! —gritaba el empleado de la estación. Y lo hacía varias veces recorriendo el andén. Un viajero, muy alto, fibroso y con el rostro muy curtido por el sol y los vientos, descendió con una maleta que estaba de acuerdo con él. Dejó la maleta en el suelo y corrió hacia los vagones de ganado que iban unidos a los de viajeros.
NO os detengáis en la puerta. Pasad a conocer el «Paraíso de la Bahía». Hallaréis toda clase de diversión dentro. Los amantes al juego tendréis la oportunidad de conseguir con facilidad billetes de curso legal que os recompensará… —Da la impresión que te dan cuerda para hablar. —¡Richard!
NO debe dudarlo, sheriff… ¡Mi padre era el ganadero más honrado de Arizona! Si no lo cree, pregunte a los otros ganaderos. —Lo sé y no sospecho de él; en cambio no podemos pensar de Gary Baker lo mismo. Está reclamado por varios Estados… y debiera usted dar gracias a que haya llegado antes que ustedes el equipo de Anthony Power, que es quien me ha puesto al corriente de todo.
VAMOS, Tim. Nuestros amigos deben estar esperándonos. Hoy será distinto, tú me darás suerte. —Creo que no debíamos volver a entrar más en este «saloon». Recuerda lo que te dijo ayer Red. —¡Bah! Red no entiende una palabra de estas cosas. Me confesó en una ocasión que jamás había jugado al póker.
LA riqueza minera de Leadville había eclipsado en parte la gran importancia ganadera de la zona. Fueron bastantes los pastos que desaparecieron destrozados por la ambición de los buscadores. Y de nada sirvieron las protestas de los propietarios y de las autoridades. Tuvieron que ser amenazados con la intervención de los militares. Sin embargo fue la fatiga y la decepción la que devolvía esas tierras a sus propietarios.
EN la enorme casona conocida por el «Palacio de Morgan», considerada como la propiedad urbana más importante de California y a la que a su mobiliario y objetos se le daba un valor de varios millones de dólares, los criados se movían con el mayor sigilo. El «Emperador», como llamaban a Ched Morgan, se estaba muriendo. La noticia conmovió a San Francisco.
LAS cosas se agravan por momentos —decía uno de los reunidos en el despacho de Peter Howard—. Presiento que el capitán Murray, se dispone a atacar. No nos permitirá marchar con el ganado. —¿Dónde están los dos que te acompañaban? —preguntó Peter al que hablaba. —No sé… Me dijeron que marchaban a pasear.
PARA Joe era un gran espectáculo ver avanzar el tren con su característica lentitud en la parte montañosa por la que veía el penacho de humo marcando la marcha del mismo. La respiración humosa de la máquina hacía siempre sonreír al cazador que fumaba en silencio contemplando el reptil articulado arrastrándose por la vía férrea. Había salido para recoger sus trampas y vio lejano aún el tren que como todas las mañanas, iba hacia Minot, a muchas millas todavía.
UNA ovación cerrada recibió a las muchachas del tablado, haciéndose un silencio casi absoluto en los espectadores. Un joven alto se abrió paso hasta el mostrador, preguntando entre miradas de odio de sus vecinos por no dejarles oír con más claridad la canción picaresca de las muchachas. —¿No sabría decirme dónde puedo encontrar a Sheldon Ruger?
RIVERTON era de los centros ganaderos más importantes de Wyoming. De toda esa zona salía el cuarenta por ciento del ganado que embarcaban en Laramie. El número de habitantes se había multiplicado en los cinco años últimos, convirtiéndose en una población importante. Esta zona ganadera había sido motivo de estudio por las compañías ferroviarias que iban tendiendo sus tentáculos de hierro por todo el vastísimo Oeste. Cruzar esas inmensas llanuras pobladas de millones de cabezas de ganado podía ser un negocio rentable.
OTRO whisky, muchacho? —¡Vamos, preciosa! ¿No crees que ya hemos bebido más de la cuenta? —Si te agrada mi compañía, debes seguir invitándome… ¡El propietario de este tugurio, no nos permite perder el tiempo con los clientes! —Pues lamentándolo mucho, tendré que prescindir de tu compañía… ¡Mi cabeza empieza, a acusar los efectos de la mucha bebida ingerida!
PATTY, apoyada en el quicio de la puerta que daba entrada en su hotel y restaurante, que su padre poco antes de morir lo había convertido en «saloon» aprovechando la enorme amplitud del local, contemplaba las partidas de herraduras que en la plaza, donde el local estaba situado, celebraban todos los domingos a la mañana. Sobre todo, mientras las mujeres acudían a los actos religiosos. Patty hacía unos minutos que regresara de la iglesia.
NO es posible, Jimmy, que perdamos esto! —Todo está en contra nuestra. Es posible que los abuelos no hicieran la denuncia por considerar que, siendo ellos los primeros que se establecían aquí, no sería necesario. Después, nuestros padres ni pensaron en ello… Es el precio al lastre de la fama que circunda la leyenda de los Plummer. Bueno, la verdad es que a nosotros tampoco se nos ha ocurrido hacer la denuncia. Y ahora, con arreglo a la Ley, nos veremos obligados a marchar.
ERA un bello espectáculo de colorido impresionante, el salón rosa donde docenas de parejas bailaban, tras una magnífica cena. Se habían dado cita en la fiesta lo más destacado de Washington. Altos cargos militares. Funcionarios de máxima categoría. Cuerpo diplomático y hombres de finanzas. Las damas vestían sus mejores galas y las más costosas joyas hacían competencia de unas a otras.
LAS fiestas vaqueras de Albuquerque se aproximaban. Para tomar parte en los ejercicios de habilidad, acudían como siempre, atraídos por los tentadores premios, vaqueros de muchos Estados de la Unión. En los ejercicios intervendrían también gran parte de los aventureros que se encontraban trabajando en las obras del ferrocarril, que iba avanzando. Este año había una novedad, que la extravagancia de Alice Fremont prestó calor. Se trataba de un premio sin importancia material, pero que había tenido la virtud de aumentar el número de aspirantes.
Los comercios que había en la misma calle, que era la más importante de la población, seguían cerrados. Era domingo y no abrían. Solamente lo hacían los dedicados a la bebida. Pasaban algunas mujeres de edad con su corto caminar. Iban a misa. La primera que decía el párroco. La otra misa la decía el otro Padre. Solo había dos. El primero ya pasaba de los sesenta. Y estaba bastante achacoso, pero el ayudante se encargaba de atenderlo todo. Le dejaba decir su misa. Nada más...
NO pudo pegar un solo ojo en toda la noche pensando en JL W su hermano Gregory. A la mañana siguiente preguntó por él y le dijeron que ya estaba mejor, pero que seguía sin querer ser visitado. Conociendo las rarezas de su hermano no quiso ir a verle; sería capaz de echarla de allí. Marchó en busca de Paul y le dijo lo que le sucedió la noche antes.
EL «saloon» de Gail estaba situado en la calle Vargas, cerca del Capitolio y del Tribunal Supremo y no lejos de la misión de S. Miguel. Los miembros de las dos cámaras solían entrar en él y lo mismo sucedía con los acompañantes de las damas que iban a misa a la Misión, muchos de los cuales preferían beber y charlar mientras ellas escuchaban la misa. Y todo esto, había hecho de Gail una especie de institución, en la ciudad y su «saloon» uno de los más frecuentados por las personalidades.
LOS clientes se apiñaban ante el mostrador, tratando cada uno de ser el primero que atendiera Gail. Y todos querían que lo hiciera ella. —¿Queréis callar? —dijo—. No tengo más que dos manos. Y no puedo servir a la vez a todos. Tenéis mesas libres y las muchachas os atenderán. No tenéis prisa la mayoría. Palabras que consiguieron calmar a los más impacientes.
AH, que susto me han dado! Cuando me enteré de la llegada de este hombre supuse sus propósitos y eché a correr; pero al oír los disparos creí que llegaba tarde. —He sido avisado con tiempo, comisario; de todas formas, muchas gracias. Es posible que aún queden algunos más. —Saldremos a dar una batida por los alrededores. Tal vez tenga razón. Debía ser una banda de cuatreros. —No sé por qué ha de pensar así el comisario —refunfuñó Cameron.
EN Amarillo se daban cita muchos vaqueros, que esperaban el paso de las manadas, en espera de ser contratados como conductores. Siempre estaban a la puerta de los locales de diversión, confiando en la llegada de algún jefe de equipo, en camino hacia Dodge City, que precisase conductores. Estos hombres eran una eterna preocupación para las autoridades de la ciudad, y, en especial, para el sheriff que era el encargado de mantener la ley y el orden. Preocupación lógica, ya que por estar acostumbrados a una vida de sacrificio y agotamiento por la conducción de centenares de reses en un terreno inhóspito y, constantes peligros, eran hombres rudos y violentos, autores responsables de cuantos motivos alteraban el orden público.
EL timbre asustó a los reunidos en el salón rojo. Se miraron sorprendidos entre ellos. Y el mayordomo que estaba en la cocina salió para abrir la puerta. —¡Señorito Ellery…! ¡Qué sorpresa más agradable! Y al decir esto guiñó un ojo en señal de inteligencia.
DE hecho, George Gadner era el dueño de Minden, pequeño pueblo del Estado de Nevada situado a orillas del río Carson. Tenía a sus servicios hombres sin escrúpulos, entre los que destacaban por su crueldad Joseph, Losey, Clint y Telly. El primero estaba en un almacén, Telly en otro y los otros dos eran quienes le acompañaban siempre y los que se encargaban de hacer desaparecer todo obstáculo que se opusiera a los deseos de Gadner. Los mejores razonamientos que empleaban eran siempre los «colts», que usaban con una habilidad demasiado sospechosa.
HOWARD Stronger estaba apoyado en el quicio de la puerta de su local, contemplando la calle con la mayor indiferencia, siendo saludado por los que pasaban por ella. Respondía a los saludos con un movimiento de mano a los que pasaban algo distanciados y de palabra a los que lo hacían más cerca. Solían frecuentar su casa los militares que tenían el fuerte bastante cerca.
NO quiero que mi hija visite nuevamente al detenido, ¿sheriff. Confío que en otra ocasión sepa evitarlo. —Lo lamento, míster Kane, pero nada haré por evitar que su hija visite a Vidor… No sería correcto por mí parte evitarlo, después de haberle prometido que podía volver siempre que quisiera. —Se opone, olvidando su promesa a mi hija, ya que así lo deseo…
KANSAS City. Ciudad que estaba a caballo del este y del oeste. Enlace ferroviario entre varias líneas regulares. Lo que daba a la población una demografía de aluvión o de paso, y que se traducía en pingües beneficios para los infinitos locales de diversión. Su número no guardaba relación alguna con el número de habitantes. La realidad era que estaban montados para esa población flotante que le daban el ferrocarril y el río. Los habitantes, como los transeúntes, vestían de ciudad y de cow-boys.
POBRE Tom! —exclamó el sheriff—. Siempre sospeché JL que terminaría mal, pero no podía esperar que se suicidara. Debemos avisar a míster Newman. Fue su socio y amigo durante muchos años. Tengo entendido, cosa que no debes ignorar, que tu patrón adeudaba a míster Newman una elevada cantidad de dinero. —Tan sólo le adeudaba ya dos mil dólares —dijo Andy.
EDMUND Hayd y Lewis Bland, hacía una semana que habían salido huyendo de Las Cruces y seguían galopando sin mucha prisa hacia el norte de Nuevo México. Desde que se vieron en la necesidad de salir huyendo no habían entrado en ninguna población. Después de bañarse en el río Grande, en uno de los descansos y cuando estaban tumbados bajo unos árboles para huir del sol inclemente que aquellas horas del mediodía daba la impresión de abrasar como si de plomo derretido se tratase, comentó el viejo Edmund Hayd: —Debemos estar cerca de Albuquerque.
EL viento huracanado silbaba con furor como si protestase de que aquellos dos seres pudieran caminar a pesar de su violencia. Trabaron más firmemente aún los caballos, que después de los primeros minutos de pánico terminaron por adaptarse sin la menor nueva preocupación. Regresaron al carretón, metiéndose bajo él, para no manchar con su ropa mojada a las mujeres.
YA se había tranquilizado la gente que años antes se encrespó con un ganadero que llevó a su rancho varios vagones de ovejas. Fue una decisión francamente revolucionaria en la tierra de los cornilargos, donde no se conocía otro ganado que no fueran las vacas y los caballos. Le costó serios disgustos durante meses. Y no fueron pocos los amigos que dejaron de hablarle y eso que no dejó de criar terneros y bastante mejor raza que la que tenían los protestantes. Solía decir para justificar su acción que quería aprovechar los pastos de la montaña. Pero ese ganado en Texas estaba considerado como un sacrilegio.
LA plata, en la época de la ilusión y del espejismo del oro, no fue atendida, y mucho después se desesperaban de no tener un centavo cuando habían tenido a su disposición minas riquísimas que despreciaron por ir detrás del oro. Nadie se preocupó de él y avanzó entre aquella muchedumbre con la máxima atención en las retinas, buscando algún conocido. No vio un solo rostro amigo, pero al apoyarse en el mostrador solicitando el whisky que pudieran darle por solo veinte centavos que le restaban, oyó decir a su vecino de sitio: —No te preocupes, muchacho. Yo pago, toma un doble.
EL jinete no podía creer que fuera verdad y, sin embargo, allá lejos aún veía, sobre la inmensa blancura que como sudario cubría de nieve la tierra, el parpadeo de una lucecita. Había caminado siguiendo los raíles del tendido del ferrocarril sin que hubiera visto pasar un solo tren en las horas que llevaba luchando con la tormenta. Los raíles habían desaparecido bajo la nieve espesa que caía durante horas.
YA sabes lo sucedido en el pueblo, Marylin? —No —respondió la joven ranchera. —Dayton se ha visto obligado a matar a un par de vaqueros. Marylin palideció ligeramente, preguntando: —¿Fue provocado?
COMO se llama ese pistolero a quién buscan? ¿Son ustedes autoridades? —No. No es necesario. Cualquier ciudadano de la Unión debe ayudar a que se termine con los que hacen la vida imposible a las personas honradas, pero tienes razón… No se nos ha ocurrido preguntar cómo se llama. —¿Cómo le vais a encontrar? Es necesario saber el nombre de la persona a quién se busca. Estoy seguro que no trabajáis ninguno de vosotros y que vivís de las mesas de juego de los «saloons» que es donde os permiten «trabajar». ¿Me engaño? No hay más que mirar esas manos que no están acostumbradas a trabajo manual alguno. Los naipes no suelen hacer callos.
LOS clientes del local miraban sorprendidos a los visitantes. Deborah les miraba con indiferencia y sin moverse del mostrador. Pero una de las empleadas le dijo que el gobernador le rogaba fuera a la mesa que habían ocupado. Obedeció y saludó a los tres personajes. —Puedes sentarte…
UN jinete desmontó de su brioso caballo, de estampa admirable, a la puerta del «Sofía-Hotel», que a la vez, era el «saloon» más concurrido de Lubbock, siendo contemplado con admiración y curiosidad. Y esto no era sorprendente, ya que se trataba de una joven preciosa, que vestía como un vaquero más. El jinete era Ana Lane, propietaria de un hermoso rancho, situado a unas ocho millas al noroeste de la ciudad.
NICK Steel, se reía ampliamente de su hermana Linda JL VI al ver la lucha que tenía entablada con el potro que trataba de domar. Y cuando era derribada y caía en las posturas más inverosímiles, la risa se convertía en carcajadas sin que ella se inmutara. Todo lo que hacía, era mirar a su hermano con frialdad y de vez en cuando le decía que esperaba que él lo hiciera mejor. Los vaqueros no se atrevían a reír cada vez que salía despedida. Conocían el carácter impulsivo y violento de Linda. Y era muy capaz de darles con la fusta.
LOS domingos por la mañana, en los días que hacía sol y la temperatura era agradable, ante la iglesia y los dos «saloons» que había en la plaza, solían jugar a las herraduras los vaqueros que acudían al pueblo. Y se cruzaban apuestas sobre quiénes serían los ganadores. Apuestas que no pasaban de medio dólar con el que pagar la bebida. Gary Belting era el herrero que había en McCall, pueblo pequeño de Idaho en la línea ferroviaria entre Missoula y Boise. Pero no le hacían jugar nunca y eso que, a veces, se pasaba alguna hora viendo jugar. Y censuraba a los jugadores. Que no le hacían mucho caso.
JAMES Corliss entró decidido en uno de los locales de diversión de Yuma. Cuando después de abrirse paso entre la mucha clientela consiguió apoyarse en el mostrador, metió la mano en el bolsillo e hizo recuento de sus haberes. Una leve mueca, que quería ser una sonrisa, iluminó su rostro de ensimismado. Sus ahorros ascendían a treinta dólares con cincuenta centavos.
EL encuentro del padre con la hija fue emocionante. Y evitó que las dos mujeres siguieran hablando. Los que llegaron al fuerte abrazaban a la muchacha con verdadero cariño. —¡Papá! ¡Este es Lenny…! ¡A quien debes el que tu hija pueda ser abrazada por ti…! —¿Por qué no venís al fuerte? Pero antes de hacerlo, muchas gracias… —y tendió su mano a Lenny que la aceptó sonriendo. —Luego iremos, papá…
STIRNER, el propietario del “Paraíso” contemplaba el local desde la mesa que diariamente ocupaba junto al mostrador. Y se levantó para pasear lentamente en esos momentos en que los clientes no habían entrado aún. Era sin duda alguna el mejor local que había en la ciudad y los ingresos cuantiosos. Las empleadas que en esos momentos estaban conversando entre ellas, le miraban sorprendidas. Era la primera vez que le veían recorrer todo el amplísimo saloon. Comentaban en el pueblo que ya había amortizado lo que gastó en su instalación, pero esta debió ser de una gran importancia, porque no había posiblemente en Texas otro local que le pudiera comparar. Incluso se censuraba que era un gasto excesivo el de las alfombras y detalles de ornamento que eran muy costosos.
UNA multitud de curiosos rodeaba a la diligencia cuando se detuvo. Allí pasarían la noche. Hasta la casa de postas llegaba el sonido inconfundible de varias orquestas de dos «saloons» que estaban a pocas yardas. El primero en descender fue el silencioso, que en casi dos días no había hablado nada. Tayma, una de las viajeras, iba muy molesta con él y así se lo hizo saber a su amiga y compañera de viaje, Francis.
EL sheriff al entrar en casa, pateó las sillas y se dejó caer en un sillón. —¿Qué te pasa? —dijo la esposa. —¡Nada! No me pasa nada. ¡Estoy desesperado! —¿Es que crees que puedes arreglar el mundo tú solo? —No quiero arreglar nada, pero es una vergüenza.
EL jinete avanzó decidido hasta el mostrador. Las miradas de los reunidos, ni le preocupaban. Al apoyarse al mostrador, dijo: —¡Un doble con mucha soda! ¡El calor es sofocante!
¿QUE miran ésos? —decía Loretta desde el mostrador. —Debe ser por un vaquero que acaba de desmontar. Y ¡vaya estatura la suya! —Viene hacia acá… —dijo la otra empleada. Y las dos entraron antes de que el aludido se presentara en la puerta. Nada más entrar, exclamó Loretta: —¡Chester! ¡Qué alegría volver a verte!
DEJO de discutir el sheriff y en los momentos en que iba en silencio pensaba en lo que le decía el juez, teniendo que admitir que era sensato y lógico. Pero había muchos ranchos en los alrededores y no podía sospechar de ninguno de ellos de una manera concreta. Desde entonces serían sospechosos para él todos los vaqueros.
ES mucho lo que se ha escrito sobre la transformación de la ciudad de Dallas, en Texas, por la aparición del petróleo. Esta riqueza supuso un cambio total en la población ganadera. Cambio que despertó las más encontradas pasiones y una ambición que no tenía límite. Pero por mucho que se haya escrito y se escriba, no será sencillo recoger más que una minúscula parte de la realidad.
CUANDO salió el visitante, el procurador general retiró el sillón un poco hacia atrás y quedó pensativo. Se asomó el ayudante pidiendo permiso para entrar. Y una vez en el despacho, dijo: —No quedan más visitantes… —Me alegro… Podremos ir a beber algo. Estoy sediento. —Han sido muchas las visitas de esta mañana. —Y algunas muy interesantes —dijo el procurador sonrien
DAN Show, después de salir huyendo de Cheyenne, para evitar el tener que demostrar que era más peligroso con las armas que como había demostrado serlo en el naipe, cabalgaba pensativo. Desde que salió de Kansas City, meses atrás, por las mismas causas o parecidas que de Cheyenne, se había prometido mil veces dejar de jugar sin que lo consiguiese. Llegando a la conclusión, de que era un hombre sin voluntad.
NO era frecuente que al entierro del dueño de un «saloon» acudieran tantas personas para acompañar a los restos del muerto. No se había visto un acompañamiento tan numeroso. Maud, la encargada del «saloon», ordenó que se cerrara el local durante ese día y el siguiente. Ella y las empleadas, así como los dos barman, lloraban como si el muerto hubiera sido el padre de ellas. Gene Gilford había sido el propietario de un local como ese, más respetado y querido. Fuera del local era saludado con respeto y afecto.
LOS carros de la caravana daban un ambiente especial al Fuerte. Y los caravaneros en la cantina suponían un magnífico ingreso para el cantinero que hacía votos porque la tormenta continuara. Entre los caravaneros había un grupo que aun estando en esa latitud vestían con lo que se dio por llamar en el este uniforme de ventajistas. Y que no era otro que el traje de ciudad. Este pequeño grupo pasaba las horas jugando al póker.
DURANTE muchos años la mano firme del viejo Ellery Logan consiguió establecer una especie de ley en los valles de Hondo, Roswell y Dexter. Su mano no temblaba para disparar contra los que se oponían a sus dictados. Apoyaba su ley en los centenares de criados que le servían con una lealtad propia de la raza: mexicanos. Estos estaban en la parte oriental del rancho y apenas si se veían con los otros. Durante las fiestas de Hondo, Roswell y Dexter era cuando se encontraban con los cow-boys llegados del este a los que no conocían y con los que luchaban en los festejos que se organizaban para conservar la hegemonía en la habilidad de la profesión.
COMO conseguiste encontrar mi refugio? —preguntó el joven, sorprendido. —Hace un mes, cuando mi padre decidió vender su propiedad para llevarme a Holbrook, me trajo con él. Quería despedirse de ti. —Creí que estaba contento en Tuba City. —Es que ya no se encontraba bien… —dijo entristecida la muchacha. —¡Tu padre fue un gran hombre, Daisy!
FUERON varios los que intentaron comprar la cantina de Leticia. Pero ella se resistió siempre. Y eso que la clientela había ido disminuyendo. Sin embargo no quería dar esa satisfacción a los que con la riqueza minera llegaron para instalar lo que ellos llamaban «saloon» que en realidad debiera dársele otro nombré bastante más vergonzoso. El hecho de haber llevado mujeres tan atrevidas hizo que la clientela de ella basculara hacia los locales nuevos. Había en ellos alegría, música y mujeres. Y por si era poco, mesas con toda clase de juegos. Desde hacía mucho tiempo, existía esa cantina. Cuando los padres la instalaron era la primera y durante mucho tiempo, la única.
EL jinete contenía al caballo diciendo como si le pudiera entender: —Ya me he dado cuenta que tenemos un río muy cerca. ¡Pero has de tener paciencia! También deseo beber y bañarme, porque he de tener el cuerpo lleno de chafarrones de polvo, convertido en roca por el calor que, al hacerme sudar, se ha solidificado. Pero el animal era más tozudo que él, y eso que Allan Elliston afirmaba que no podía haber otro igual. El animal, sin obedecer al jinete, galopó.
CREO que no comprenderé nunca el Oeste, papá. —Yo estoy seguro de lo contrario. No todos los cow-boys son como David Hunter. ¿Te deja tranquila ya? —A veces me importuna. —Yo me encargaré de él… —No, papá, le tengo miedo. No sé qué hay en él que me produce pánico. —Tenía fama de ser un caballero…
EL jinete palmeaba al caballo de forma cariñosa y le dijo: —Ahí tienes a Safford. Mi pueblo. Es ese que está allá abajo. Espera. Quiero descansar unos minutos y contemplar lo que hace tanto tiempo he estado sin ver. Y deteniendo al caballo, desmontó para sentarse sobre una roca. Se quitó el sombrero que colocó al lado suyo en el suelo y se limpió el sudor con el pañuelo. Contemplaba el pueblo y de memoria iba diciendo el nombre de cada familia de las casas que apreciaba con claridad a esa distancia. Y recordaba su infancia y a los que con él corrían por aquellas calles en las que se hundían los pies en la gruesa capa de polvo y cuando llovía se quedaban clavados en el barro.
ANNE Goss, se reunió con su padre, diciéndole: —Ya he oído lo que Alex y Joe han hecho por ti… ¡Son dos magníficos muchachos! —Como que de no ser por ellos, a estas horas estaría arruinado. —Parece que a nuestro capataz no le ha agradado… ¡Te andaba buscando y parecía muy preocupado! —Tengo la impresión, hija, de que Alter es un cobarde… Tendré que comprobarlo. ¡No le agradó la jugarreta que Alex y Joe hicieron a los compradores! —Se ha enfurecido mucho cuando le dije que habías contratado a esos dos jóvenes como conductores…
MARION, dueña del «Cow-boys», uno de los locales de diversión más visitados de Phoenix, contemplaba con tranquilidad y satisfacción la riada humana que a su paso por la puerta principal iba como presa almacenándose en el amplio local de diversión. Howard Gaylord y su capataz entraron en el «Cow-boys». Los dos buscaron a Marion, que desde su observatorio les vio entrar sin concederles mayor importancia. Por fin, no tuvo más remedio que saludarles con cierta efusión, ya que Howard Gaylord estaba considerado como uno de los hombres más ricos e influyentes de Phoenix, a pesar de residir la mayor parte del año en Tempe, pueblo próximo a la capital, donde poseía uno de los ranchos más extensos, famoso por su excelente ganadería, muy particularmente la cría de caballos. El efusivo saludo era más comercial que amistoso.
DURANTE muchos años era una estampa clásica en los dos ríos, la presencia de las naves fluviales. Y de estas, aquellas que se convirtieron en «saloons» flotantes y que para su decorado se gastaban miles y miles de dólares. A la llegada de estos barcos en las ciudades en que se detenía, acudía la mayor parte de la población y muchos que venían de las cercanías solo para pasar unas horas en los magníficos salones. Las empleadas de estos barcos eran seleccionadas entre las que trabajaban en «saloons». Hacía falta experiencia en el trato con clientes. La detención en cada parada dependía de la importancia de la población.
Kenneth Landis, propietario del único «saloon» de Ozona, pequeña población texana, miró con asombro a su interlocutor, acabando por reír a grandes carcajadas. El viejo ayudante del sheriff, molesto por aquella hilaridad, pronunció un sinfín de improperios ininteligibles, dedicados todos ellos a Kenneth Landis. Por su parte Kenneth, preocupándose tan solo de sujetar su abultado abdomen con ambas manos, que se movía al ritmo que sus carcajadas le imponían, no prestaba la menor atención a las palabras soeces del viejo ayudante. Al dejar de reír, Kenneth se limpió con un pañuelo las lágrimas que inundaban sus ojos, diciendo:
LA delincuencia existente en Phoenix, tenía impresionadas a las autoridades y aterrorizado al resto de la población. Raro el día que no se cometiera un grave delito en la ciudad. Los vecinos visitaban al gobernador para que diese fin a tanta delincuencia y este, a su vez, presionaba sobre el sheriff para que se ocupase de ello. Pero los días pasaban sin que lograsen encarcelar al responsable de un delito que pudiera ser considerado como grave. Tan solo descubrían y apresaban a quienes limpiaban los bolsillos a algún cliente de los infinitos locales de diversión existentes y que habían abusado de la bebida.
VIAJANDO tan juntos era casi obligado hablar de algo entre ellos. Los seis viajeros de la diligencia, al principio, se miraban de soslayo y trataban de mirar a través de las ventanillas. Sin embargo, el silencio no podía existir sobre todo cuando iban a viajar bastantes horas juntos. Solamente iba una muchacha joven. Los otros cinco eran hombres. Uno de ellos joven también y que había llamado la atención de los compañeros de viaje en virtud de su estatura. La cabeza una vez sentado rozaba el techo. Y sobre esta circunstancia hablaron bastante y hasta bromearon con él.
EL nombre de Hilda era repetido por los huéspedes del refugio, varias veces en pocos minutos. Ella escuchaba sonriendo, pero no respondía a ninguno. Las llamadas aumentaban de tono con el silencio de ella. Y algunos se asomaban a la puerta y gritando decían: —¿Es que no oyes? ¡Hildaaaa! —No gritéis tanto. Podéis lavaros y acudir al comedor. El desayuno está preparado. Y el que no esté en el comedor dentro de quince minutos, no desayuna. —Oigo el viento y la nieve. ¿Es que crees que vamos a salir con este día? ¿Qué temperatura marca el termómetro?
BILL York, golpeando cariñosamente con la palma de la mano en el fuerte cuello del noble bruto, hizo que se detuviese bajo la fresca sombra de un pequeño árbol. Se quitó el sombrero de anchas alas y con el pañuelo que llevaba anudado al cuello se secó el intenso sudor que cubría su frente y que al caer por su rostro formaba surcos en el mucho polvo adherido a su piel. Al fijarse en una tabla indicadora, que estaba sujeta al tronco del árbol, sonrió ampliamente al leer lo que decía. Volvió a acariciar a su caballo, diciendo como si el animal pudiera entenderle:
El jinete enfundó sus armas y volvió la espalda a los que discutían; pero los testigos habían impulsado, sin comprenderlo, la máquina terrible del linchamiento, que se hubiera evitado si alguien se hubiera opuesto valientemente y con gran decisión. El sheriff salvó la vida milagrosamente, pero Crawford fue absorbido por la masa, que le engulló en su seno y con un trágico pugilato en ansias de golpear. Los despojos fueron colgados frente al «saloon». El jinete no comprendía que hubieran perdonado al sheriff, ya que estaba seguro de que su amistad con Crawford era una verdadera complicidad en la que vivió amparado el ventajista durante mucho tiempo.
El que hablaba con Lander no insistió, pero estaba convencido que ese hombre era un hambriento infeliz. Pero Lander estaba habituado a que no se discutieran sus órdenes. No le importaba si era cuatrero o no, lo que no le agradaba era que Joe, al que había hecho sheriff él, se le enfrentara, ya que había ordenado que lincharan al cuatrero. Cuando llegó a la oficina, no había ante ella más que un grupo pequeño de mujeres que miraban con odio a Lander. Este, trató de entrar sin llamar, pero se encontró con la puerta cerrada. Esa circunstancia obligaba a tener que llamar y pedir permiso para entrar. Y también esto le enfurecía.
UN hombre de edad avanzada, entró en uno de los locales de diversión de Sacramento. Varias muchachas empleadas del local, que por no haber clientes a aquellas horas, estaban sentadas a una mesa charlando animadamente, miraron con indiferencia al viejo. Este sonriendo, las contemplaba a su vez con cariño. Una de las muchachas, fijándose en el viejo con detenimiento, se puso de pie, como impulsada por fuertes resortes, gritando: —¡¡Abuelo Lawrence!!
AUBURN, embrionario pueblo a orillas del American, empezaba a acusar un gran movimiento minero. Orland, propietario del almacén que llevaba su nombre, persona a la que todos en el pueblo estimaban, preguntó a las dos jóvenes que se presentaron en el mismo: —¿Quiénes eran esos viajeros? ¿Habéis oído? —Deben ser de la Compañía minera —respondió Ann Manderson—. Es lo que dice mi hermano Cary. —Se han hospedado todos en casa de Myrna.
LOS dos jinetes observaban los adornos callejeros y se preguntaban qué fiesta sería, porque aparte de las cadenetas de papel en distintos colores, veían a muchas personas vestidas con la ropa indicadora de algún festejo. Buscaban un hotel, y de pronto dijo uno de ellos: —Es que no nos hemos dado cuenta que hoy es domingo.
Las dos jóvenes palmoteaban gozosas. Eran, a pesar de ser hermanas, muy distintas. Dorothy tenía dos años más que Eleonor. Era morena, de ojos oscuros y muy expresivos, que recorrían toda la gama de la dulzura a las violentas sacudidas del furor. Dos hoyuelos se grababan como escolta a la boca, cuando se reía, aumentando la gracia sugestiva en unión de la dentadura blanca e igual. El cuerpo era tan proporcionado, tan escultural y armónico, que aun siendo de poca talla daba la impresión por su perfección, de algo extraordinario.
La muchacha encargada de la recepción del hotel miraba sorprendida por la estatura de los jóvenes que tenía ante ella, a los rostros y se daba cuenta que no llegaba ninguno de ellos a los treinta años. Puso el libro-registro ante ellos para que escribieran su nombre cada uno. Habían pedido dos habitaciones, lo que le hizo pensar que no se trataba de matrimonio, aclarando ellos al decir que eran hermanos.
UN hombre de edad avanzada, vistiendo ropas sumamente elegantes a la usanza ciudadana, irrumpió vociferando en el “Silver-Saloon” y, demostrando con ello que las ropas que vestía eran un fino disfraz. Contemplando a aquel hombre, no había duda que el hábito no hace al monje. A simple vista podía apreciarse en aquel viejo, la falta de aseo personal, que al contrastar con las ropas de fino corte que usaba, hacían de él un ser grotesco. Este hombre era John Dodge, uno de los pocos, afortunados de Virginia City, cuya estrella puso en sus: manos, uno de los yacimientos argentíferos más ricos de Nevada.
UNA estatua de mármol tendría más expresión en su rostro que Deborah Cutter. Sus ojos negros y grandes parecían los de una invidente. Fijos en el suelo caminaba como, una autómata detrás del coche que llevaba el féretro de su esposo. Unas diez yardas retrasada, una verdadera multitud. El asesinato del joven juez Cutter había originado en la población una enorme sacudida y una gran indignación.
JINETE y caballo, cada uno a su modo, agradecieron la aparición de ese río. Quitó la silla al animal y éste, sin esperar más se metió en el agua después de saciar su sed. El jinete le imitó. Más de una hora permanecieron ambos en el agua. Y después de salir, bajo una hermosa chopera se dejó caer el jinete. El caballo se puso a pastar.
EL jinete, tías palmear en los flancos del animal, dijo, mientras subía a un pequeño promontorio: —¡Creo que al fin lo he despistado! ¡Nunca vi un sheriff más tozudo! De todos modos, lo comprobaré. Tres reces he creído que lo había despistado y las tres volvió a aparecer. Y si ha abandonado la persecución ha sido porque sus acompañantes desertaron uno tras otro. ¡No hubo medio de convencerle que nada tengo que ver con ese personaje del pasquín!
UNA de las empleadas del saloon, trataba de escuchar lo que hablaban los clientes entre ellos y por pequeños grupos. Como no conseguía informarse, dijo a Betty, la dueña: —¿Qué pasará? —¿Por qué dices eso? —¿Es que no te has dado cuenta que están nerviosos y hablando entre ellos? —Eso sucede a diario. No creo que suceda nada que tenga verdadera importancia. —Pues se aprecia en muchos de ellos que están nerviosos.
DOUGLAS Blair paseaba por los salones de la inmensa mansión y sonreía satisfecho. No faltaba un detalle. Hacia el recorrido lentamente y, en silencio, se le unió el mayordomo que iba detrás de él. En el comedor se detuvo algunos minutos más. Estaba contando los cubiertos preparados. Se volvió para mirar al mayordomo, que solé acercó para decir: —Está de acuerdo con las invitaciones enviadas.
AGACHANDOSE junto al muro, con toda la precaución, avanzaba una sombra en dirección a la puerta de salida, puerta que tenía a pocas yardas cuando esta se abrió, dando paso al alguacil y al sheriff, que en ese momento entraban en la prisión hablando entre ellos. La sombra de junto al marco, se alargó pegada al suelo. Los recién entrados continuaron avanzando entre la charla que no nos interesa recoger.
LOS conductores entraban en el local hablando entre ellos animadamente. Armaban un gran bullicio, haciendo que los dientes se fijaran en ellos y guardaran silencio. Las empleadas, en cambio, les miraban con simpatía y les saludaban alegres. Ellos llamaban a cada una por su nombre. Se detuvieron algunos de ellos ante una muchacha más joven que las demás y bastante más alta. Silbaron de modo especial y uno de ellos, dijo: —¡Dor…! ¿De dónde has sacado a esta muchacha? Es nueva en la casa, pero como ella debían ser todas ¡Esto sí que es una belleza…! ¡Ya sabes, a mí mesa! —¿Cuántas botellas?
EL jinete desmontó, dejando al caballo en libertad dentro de la empalizada. El que estaba acodado en ella, se echó a reír. —¡Ahora voy yo…! —exclamó. —¡Cuidado con él! Es tozudo de veras. Me tiene agotado. No he visto otro caso de resistencia como el suyo. Nos cansará a los dos. —Pero no le vamos a dejar descansar. Tendrá que someterse.
DAN Sherman escuchaba sin comprender, lo que le estaba diciendo el juez. Su pensamiento no estaba en lo que hablaba la autoridad, sino en la desagradable y triste noticia de la muerte de su gran amigo al que tanto debía. El juez seguía hablando. —¿Cómo ha muerto…? —preguntó de pronto Dan.
—¡BASTA, amigo! ¡Deja de sacudirte ya! ¡Pudiste hacerlo en la calle, antes de entrar! —Perdona… la rubia que estaba en la puerta hizo que me olvidara de hacerlo. Ni siquiera he intentado sacudirme la camisa… El polvo se desprenderá al menor movimiento… Sírvame un doble de cerveza. Tengo la garganta cubierta por, dos dedos de polvo. Saldré a sacudirme un poco cuando haya bebido.
EL barman, para llamar la atención de un vaquero de estatura muy elevada, gritó: —¡Eh, forastero! ¿Es que no piensas beber? Las miradas de los reunidos, se clavaron en el joven forastero. Le contemplaban sonrientes y con clara indiferencia. —No tengo prisa —respondió el aludido. —¿Es que no te afecta el calor?
LA dueña del «Paradise», el hotel-saloon más importante de la población estaba acodada en el mostrador contemplando la reunión que había alrededor de una de las mesas. El barman atendía las demandas de los clientes. Brenda, que así se llamaba la dueña, sonreía levemente mientras contemplaba al grupo formado por el juez Brocks; los ganaderos Astor y Bellowe; el director del Banco y el Alcaide de la penitenciaría que se hallaba a tres millas. Un cliente se detuvo ante ella y dijo: —¿En qué piensas?
SALTANDO de risco en risco y por caminos de cabras, Esther tardaba escasos minutos de la montaña al valle. Y una vez en este, al meandro en que solía bañarse. Los cuatro enormes perrazos que eran sus compañeros inseparables retozaban entre ladridos junto a ella. Era la carrera que a diario daban los cinco. Incluso en el agua, los perros jugaban con ella.
EL escándalo era enorme. No había medio de entenderse en el local. Un grupo de clientes arrastraban materialmente a un joven al que golpeaban entre gritos de ¡cuerda! y ¡muerte! El que más gritaba que le emplumaran era el dueño del local: Charles Gadner. Una de las empleadas decía a otra: —¡Es un crimen lo que hacen…! No es verdad que ese muchacho hiciera trampas. He sorprendido una seña entre Charles y Herbert. Y este habló con unos j
DAISY no podía atender a todos a la vez y les pedía paciencia. Cada cliente le preguntaba una cosa. Y ella respondía con la mayor desenvoltura. Era invitada para sentarse ante una mesa y otros para que bailara con ellos por la noche, cuando el acordeón y la guitarra de dos vaqueros, interpretaban música de baile. Todas las tardes llegaban los dos músicos y cobraban unos centavos de cada baile que les permitía beber sin pagar de su bolsillo. Y además, llevarse unos dólares para ellos.
CUANDO vamos a salir de este maldito infierno? ¡No hay quien lo resista…! —¡Cúbrete el rostro, Mark! La tormenta nos ha obligado a internarnos demasiado en el desierto… —¡No soporto más esta situación! —Procura dominar tus nervios o no saldrás con vida de este lugar. Estas enormes choyas serán nuestra salvación. ¡Cuidado, Mark, protege el rostro! La fina arena arrastrada por el fuerte viento hacía cada vez más difícil la situación.
JOE Mason, observaba con detenimiento el galope espectacular de uno de sus caballos favoritos. Cuando finalizó la prueba sonreía complacido. —¿Qué le ha parecido, patrón? Joe miró a su capataz, que era quien le preguntaba, respondiendo: —Te felicito sinceramente, Maloney. Has conseguido hacer de «Black», el caballo más rápido de cuantos poseemos.
LEE Taylor, propietario de uno de los ranchos más importantes de Placerville desmontó ante las oficinas de la «West-Mine» con pronunciado gesto de preocupación y malhumor. Uno de los empleados anunció la visita al jefe de la oficina Jack Tilder. —Prepárate, Jack —dijo—, el viejo viene con malhumor. Una maliciosa sonrisa cubrió el rostro del jefe de la oficina. Las protestas del visitante provocó algunas risas entre los empleados que se hallaban atareados ante sus respectivas mesas de trabajo.
ERA muy difícil entenderse en el barullo que tanta conversaciones formaban. Se creaba el círculo vicioso de que para entenderse mejor empezaba uno a hablar más alto, siendo imitado en el acto por el vecino. Y de ese modo se elevaba a la categoría de escándalo. El barman tenía que pedir a gritos que callaran con bastante frecuencia.
LA primera que por las mañana abría su establecimiento, en la calle que llamaron y sigue con igual nombre, del Comercio, era Betty Lander a la que toda la población conocía y era llamada «Milady». Después de abrir, se quedaba unos minutos bajo el dintel de la puerta observando la calle en que sin duda había más comercio de Santone. Saludaba con la mano a los propietarios que iban abriendo los otros locales y comercios. Para todos estos, la presencia de Milady ante la puerta de su hotel-saloon era indicio de normalidad. Se habían acostumbrado a verla a diario. De ahí que la primera mirada de todos ellos era hacia la muchacha más estimada de la ciudad.
ESCUCHA, papá…! Hace años que esa franja de terreno y el arroyo, son utilizados por los Bradley. ¡Fue injusta la reclamación que habéis hecho. Pero intentar meter ganado en esa parte, es un acto peligroso. —¿Es que toda esta comarca va a ser solamente de los Bradley…? —Llegaron antes. ¡Mucho antes que nosotros! Y no podemos quejarnos. Hemos conseguido terrenos y tenemos ganadería. Una hermosa casa. Lo que te pasa es que les odias y más que odio, lo que sientes es envidia. En todas partes, cuando hablas de ellos, oyes elogios. Han sabido hacerse querer y respetar. Y eso se consigue con buenos actos. Su dinero y su casa ha estado siempre a la disposición de quienes lo necesiten. Eso es lo que te irrita. No encontrar eco cuándo tratas de hablar mal de ellos en el pueblo.
HOLA. Max, ya estamos de nuevo aquí. Creí que no íbamos a llegar nunca… y no me gusta llegar de los últimos con la mercancía. —Puedes entrar y echar un vistazo a los secaderos, eres de los primeros en llegar. Esta maldita tormenta ha retrasado a todo el mundo. —No te rías de mí. —Hablo en serio. Pasa y echa un vistazo. Comenzó a sacudirse las ropas cargadas de nieve.
UNO de los guardianes de la Prisión Territorial de Arizona, en Phoenix, se detuvo en la celda número veinte, observando con detenimiento el interior de la misma. Sonriendo de forma especial, abrió la celda. El huésped que ocupaba aquella celda dormía, al parecer, con enorme tranquilidad. Tomando toda clase de precauciones, el guardián se acercó al camastro, sobre el que dormía el preso, dándole con el pie de forma brutal. Como si hubiera sido impulsado por potentes resortes, el detenido saltó del camastro, mientras profería sordos insultos y amenazas contra el sádico guardián.
LOS lujosos salones del «Reina del Sur» hallábanse totalmente poblados de elegantes personas, invitadas todas ellas por el propietario del tan conocido y famoso barco que tantos viajes había realizado a lo largo del ancho y caudaloso Mississippi y que, una vez terminada la guerra entre el Sur y el Norte ancló a orillas del muelle de Vicksburg para convertirse en saloon flotante y en uno de los mejores negocios de la época. Watson Goldstein, propietario del mismo servía orgulloso de anfitrión, mostrando a sus elegantes invitados las numerosas dependencias de la inactiva nave, elogiando todo el mundo al autor de aquella fastuosa decoración de la que con tanto orgullo se hablaba en la ciudad.
EN el Departamento de Asuntos Indios, en Washington, había un gran movimiento y no poca inquietud. Las noticias llegadas del Oeste eran poco tranquilizadoras. El Jefe de este Departamento había convocado una reunión urgente con los Secretarios de Defensa y del Interior. Reunión en la que estaba muy interesado el propio Presidente tras la visita que le hizo el general jefe de Asuntos Indios. Y el mismo Presidente instó a los Secretarios indicados para que no faltaran a la reunión convocada.
TIENES que escuchar, Bill… Tú nos conoces hace años. ¿Es que vas a creer ese absurdo…? Estás haciendo el juego a quienes nos odian. ¡Busca en otra dirección…! A los verdaderos autores de esa monstruosidad. —No es que crea que lo has hecho, Nelson. Pero tienes que comprender cuál es mi situación. Sé que tienen que estar equivocados los que aseguran que te vieron junto a la diligencia asaltada, pero como existen esos testigos, no puedo hacer otra cosa que averiguar por qué razón mienten, o es que en efecto ellos creyeron que eras tú.
TU eres el único que puedes impedir que cometan una injusticia, Rufus! ¡Soy inocente! ¡Juro que no maté…! —Por favor, Jeff, no vuelvas a pedirme que te deje escapar. Se te acusa de haber cometido uno de los delitos más graves… Era hijo del gobernador el que… —¡Habla! ¡Termina lo que ibas a decir! ¡Está bien, yo lo maté…! Lo hice por capricho, me divierte apretar el gatillo! ¡Tan pronto como le vi entrar en el saloon pedí a todo el mundo que se apartara y disparé! ¡Tres, cuatro o cinco veces apreté el gatillo! ¡No lo recuerdo muy bien!
PATTY Henderson hacía cabalgar sin prisa a su montura, mientras ella observaba con verdadero deleite lo que iba recorriendo. Los vaqueros contemplaban a su vez a la muchacha, de belleza extraordinaria y de una simpatía atrayente. La propiedad era tan extensa que cada día caminaba en una dirección y no llegaba al límite de la misma. Cuando Stanley y ella se presentaron para hacerse cargo del rancho dejado por un hermano del padre de ellos, les miraron con curiosidad. Y les sorprendió la estatura de ambos, que les recordaba al propietario, muerto unos meses antes.
SE me ha hecho demasiado tarde. Vuestra tía os enseñará el resto del rancho. Os queda mucho por ver aún, ¿verdad, querida? —Ya lo creo… Si no fuera tan importante esa cita… —Lo es. No puedo perder más tiempo. Me reuniré con vosotros a la hora de comer. Llévales hasta el valle para que vean nuestra ganadería. —De acuerdo. No te olvides de pasar por el rancho de los Steele. Di a Eva que no podré visitarla en la mañana…
HABÍA en la ciudad varios locales donde se expendía bebida y en los que se podía jugar. Pero el más concurrido era el de Leo Payette, por lo que sentía tan ufano y orgulloso, riéndose de los demás propietarios, cosa que no podía agradar a estos. Y sin embargo no quería admitir que la mayor concurrencia se debía, sin duda alguna, a Belinda. Una muchacha que era estimadísima en la ciudad, incluso por las mujeres que odiaban a todas las empleadas de esos locales, porque sabían que era una muchacha que, como las flores en los pantanos, no se había manchado del lodo que la rodeaba.
Oía algunas voces que sobresalían de otras, lo que indicaba que debían estar discutiendo. Y de vez en cuando destacaba la voz de Audrey que era una de sus empleadas. Miro el calendario aunque estaba segura que no era domingo que era cuando más madrugaban los clientes con el pretexto de que sus mujeres iban a misa a primera hora. Pero no se vistió con mucha rapidez. Se decía que fuera la causa que fuera lo que motivaba la discusión no iba a modificarse con su presencia.
HABÍA en la ciudad varios locales donde se expendía bebida y en los que se podía jugar. Pero el más concurrido era el de Leo Payette, por lo que sentía tan ufano y orgulloso, riéndose de los demás propietarios, cosa que no podía agradar a estos. Y sin embargo no quería admitir que la mayor concurrencia se debía, sin duda alguna, a Belinda. Una muchacha que era estimadísima en la ciudad, incluso por las mujeres que odiaban a todas las empleadas de esos locales, porque sabían que era una muchacha que, como las flores en los pantanos, no se había manchado del lodo que la rodeaba.
STELLA se fijó en un cow-boy de talla poco común, pero joven, que no hacía nada más que mirarla sin atreverse a pedirle que bailase con él. Entonces, valientemente, fue ella quien se le acercó y le dijo: —¿Es que no quieres bailar conmigo? —Es que no sé —dijo con valentía el muchacho.
EL herrero dejó de golpear en el yunque, sobre el que tenía un hierro candente, para mirar con curiosidad al joven y alto vaquero que había entrado en su taller, que a su vez le contemplaba sonriente. Después de secarse el sudor que cubría su amplia frente, dijo: —En estos momentos, doy por finalizada mi jornada de trabajo…
DEJEME en paz, sheriff! —No seas estúpido, Cole. Nada conseguirás guardando silencio. Dentro de tres días serás juzgado con arreglo a la Ley y todo su peso caerá sobre ti. No creas ni confíes en que a quienes proteges con tu silencio hagan algo por salvarte. —Estoy tranquilo, porque demostraré ante la Corte, sin que quede la menor duda, que soy inocente de los cargos que pesan sobre mí. —Te aseguro que no existe salvación para ti. Serás sentenciado a morir colgado…
LA dueña de la cantina y sus dos empleadas estaban a la puerta, contemplando el descenso de vaqueros del tren últimamente llegado. Todos ellos iban directamente al local. Antes de que llegaran, ya estaban las tres en el interior. El barman fue avisado que llegaban clientes.
BASTABA que Nero Stroner levantara una mano para que la caravana se fuera deteniendo lentamente. Y lo hacía formando un círculo, de forma que los carros y carretones quedaran bastante juntos. Cada dueño o conductor de carros desenganchaba las caballerías y la dejaba en el centro del círculo. También cada uno de ellos facilitaba el pienso a los animales. Nero era un experto conocedor del terreno y como realizaba cada año un viaje de ida y vuelta conocía el lugar exacto de cada parada.
LAS puertas de las celdas se iban abriendo de una manera lenta. Había dos hombres encargados de esta maniobra. Y cuando todas estuvieron abiertas, los condenados se movieron de una manera uniforme. En el amplio patio formaron en cuatro filas. Un toque de silbato indicó que podían moverse con entera libertad. Entonces empezaron a formarse grupos que conversaban entre ellos.
NO puedo estar de acuerdo contigo, Andy. Tu agradecimiento hacia ese hombre no puede llevarte hasta el extremo de cometer la locura que acabas de proponerme… ¡Existe una gran diferencia, aunque te cueste creerlo, entre Spencer Wallace y tú! —Tienes razón, Olson —dijo con enorme tristeza Andy—. ¡Cierto que existe una gran diferencia entre él y yo…! Si fuese yo quien estuviese en su situación, acusado de un delito que supiese no cometí, ¡ya habría hecho algo para ayudarme!
ENID, la dueña del hotel que había en la ciudad, estaba cansada y muy contrariada, por tener que decir a tanto diente que no tenía habitación alguna. Todo estaba completamente ocupado. Incluso habitaciones trasteras habían sido alquiladas. El empleado que tenía comentaba con ella: —De haber tenido cien habitaciones más, estarían ocupadas…
PAPA!: Te aseguro que no es un capricho. Tienes que creerme. Estoy muy enamorada de él! Y no debes hacer mucho caso a lo que digan los envidiosos. Ya sabes que he sido solicitada por muchos de los hijos de tus amigos. Y no les agrada que haya llegado un forastero y sea el elegido por mí. —No eres justa con esos amigos. Lo que les asusta, lo mismo que a mí, es tu felicidad que la vemos en mucho peligro. No te enfades conmigo. Sabes que no tengo más pasión que tú. Estás deslumbrada y admito que sabe hablar y que como hombre físicamente es más que aceptable a los ojos de una impresionable jovencita como tú.
BRENDA, apoyados los codos en el mostrador y el rostro entre las palmas de las manos, escuchaba atentamente. —Ese barco lleva muchos años por el río. No es una novedad lo que estás diciendo. Y como ese, navegan unos cuantos. Son lo que se llama «saloons-flotantes». Otros los bautizaron como «escuelas de ventajistas». ¿Es que no habías visto ninguno…?
FIJATE con detenimiento en ese larguirucho que bebe apoyado al mostrador —decía un vaquero al compañero—. ¿No te recuerda a nadie? Después de obedecer al compañero, el interrogado respondió —Aunque me recuerda a alguien, en estos momentos no puedo decir a quién. —¡Es él! —exclamó el otro—. ¡No tengo la menor duda! —¿A quién te refieres?
LA hija del dueño de la casa atendía a los visitantes. Hablaban en voz baja. —¿Qué dice el doctor…? —preguntó uno de los visitantes. —Está en la habitación con mi padre. Es el tercero que viene hoy. Los otros son pesimistas. Muy pesimistas. —¿Avisaron a Betty…? —No he querido dar ese disgusto a mi hija…
QUE te sucede, James? —Nada Dick… ¿Por qué? —Vengo observándote hace tiempo y tengo la seguridad de que algo te preocupa. —¿Es que lo ignoras? ¡Hace tan solo unos días que hablamos sobre ello! ¡No soy partidario de la vida que llevamos! —¿Qué malo hay en nuestro medio de vida?
Vera, la joven a la que se iba a homenajear, estaba llena de ilusión con esa fiesta. Por ello procuraba atender a los menores detalles. Su abuelo materno había determinado en un testamento explícito, que a la mayoría de edad se hiciera cargo, si así lo deseaba, de lo que le dejaba de su exclusiva propiedad. Y que la muchacha por su manera de ser no había concedido importancia y eso que ascendía a una cantidad cuantiosa en bienes bursátiles, financieros y rústicos. Estos en realidad eran los que le ilusionaban por haber pasado largas temporadas con el abuelo en un rancho muy extenso en Kansas.
TODA toma de posesión de cargos importantes, reviste su pompa y lleva preparativos a veces engorrosos. Pero esta vez todo había sido fácil. Y el discurso del nuevo gobernador sencillo a la par de corto. Confesó no agradarle la elocuencia y que en realidad por ser mal orador no iba a hacer más que cansar a los oyentes. Agregó que obediente con el partido que le designó, haría todo lo posible por cumplir con su deber.
SOUTH Pass City había cambiado su fisonomía en pocos años. Como había sucedido en bastantes pueblos del Oeste, el hallazgo casual de un insistente buscador, conmocionó a la región primero y más tarde provocó un tropel inmenso. A los tres años de ese hallazgo casual, la pequeña población multiplicó su censo. Y las viviendas de madera. De adobe y hasta de ladrillos aparecían como obra de encantamiento. Atlantic City a pocas millas, cabeza de condado, era superada por lo que fue una población pequeña y eminentemente ganadera.
POCAS veces se había dado en el vasto oeste el caso de los hermanos Ariadne y Angus Jones. Tenían un almacén. Hotel: Saloon y Banco. El padre de ellos había levantado el mejor edificio en cientos de millas a la redonda. Y el único que tenía tres plantas, todo ello de ladrillo. Y dentro del mismo edificio, los variados negocios.
SWAINE! ¡Swaine! Éste salió de una de las cuadras, donde atendía a un potro, diciendo: —¡Eh…! ¡Aquí estoy! ¿Qué sucede? —¡El patrón te reclama! —le informó el vaquero. —Dile que espere, estoy atendiendo a su potro favorito. —Será conveniente que vayas rápidamente.
LOS curiosos, que no faltaban a la llegada de los trenes, miraban al alto viajero y luego se miraban entre ellos. Les llamaba la atención la estatura, que trataban de calcular en comparación con las ventanillas de los vagones. Llevaba el viajero una maleta en la mano. Pero no se encaminó a la salida, sino que fue hasta uno de los vagones de cola, y de allí, ayudado por un empleado de la estación, hizo descender un caballo.
RITA…! ¿Te acuerdas de Carmen Solano? Debe ser de tu edad. —Es algo más joven que yo. Hace años que falta de aquí… Creo que la llevó su padre al Este, para que no se educara en aquel ambiente de entonces… Soñaban con hacer salir esta tierra de un célebre Pacto… Y se conspiraba, según dicen los mayores con verdadero descaro. Siendo su padre el más importante propietario, no quiso mezclarse nunca en aquellas conspiraciones. Todo esto que digo, lo sé porque se ha comentado muchas veces ante este mostrador y en esas mesas. ¿Por qué preguntabas si la conozco?
VAMOS, Cumberland. Deja de curiosear. Tienes el mostrador completamente abandonado… —Los clientes está atendidos… Quédate aquí, Laurel. La diligencia ha llegado con todas las plazas ocupadas. ¡Fíjate en ese viajero! ¡Vaya estatura! Echóse a reír el llamado Laurel. —Viste de cow-boy —comentó seguidamente—. Y debe ser amigo de los Pullman a juzgar por lo que oí comentar ahí dentro… —Me parece que te equivocas. Yo diría que es amigo de los Wells…
CAMINABA lentamente el jinete por una especie de sendero que supuso ser el camino que utilizaban los cow-boys de las distintas propiedades limítrofes. Se detuvo un momento y escuchó atentamente. Los disparos, que era lo que llamó su atención se oían cada vez más cercanos. No quería salir del camino, porque aun no estando limitadas las propiedades con alambre, no era aconsejable caminar por dónde no hubiera camino o vereda. Pero los disparos, que seguían, eran una tentación a su curiosidad.
QUE le digo a Pamela cuando llegue? Le di mi palabra que hoy estaría todo arreglado… —Lo sé, querida, lo sé… Ya conoces a tu padre. Ha tenido muchos problemas últimamente. Yo misma le pedí que se quedara unos días en Tularosa descansando. Hoy espero que llegue y te prometo que lo primero que haré será pedirle que os deje visitar la prisión. Sin su autorización se opondrá John a que lo hagáis. Hay convictos peligrosos a los que no podréis acercaros. —¿Es que no hay suficientes guardianes? —Demasiados, diría yo.
EL barman, observaba sorprendido al joven y alto vaquero, que apoyado en el mostrador le había solicitado un doble del mejor whisky que tuviese embotellado. Y con el ceño fruncido, huraño, replicó el barman: —Tendrás que beber del que sirvo a todos. —¿Es que no tenéis whisky especial para los amigos? —No.
MAS de seis pulgadas de nieve cubrían el patio del Fuerte. Y la nieve seguía cayendo en gran cantidad. Los que se hallaban en la cantina, limpiaban el cristal de la ventana con la manga del uniforme. —¡Vaya nevada? —exclamó uno—. Nos va a incomunicar por completo. —Este tiempo es la delicia del cantinero —dijo otro—. Aquí nos dejamos la paga. —¿De cuánto tiempo? —dijo el cantinero sonriendo—. Porque por ejemplo tú, no liquidarás tu deuda con la de un mes. —¿Y qué vamos a hacer si sigue así el tiempo? Estar aquí y una vez en la cantina, beber. O jugar.
YO en tu lugar haría eso en la calle, amigo. Acabarás por intoxicarnos a todos si continúas sacudiendo tus ropas. Es la primera vez que veo desprenderse tanto polvo de una camisa. —Lo siento, amigos. Movió el sombrero que llevaba en la mano y al intentar hacer desaparecer la nube de polvo que le rodeaba, provocó nuevas protestas. Aquel hombre de edad madura salió a la calle y sacudió con rapidez sus ropas. Poco después aparecía, con rostro sonriente, en el local nuevamente y, al pasar por la mesa que ocupaban los «cow-boys» que le habían aconsejado que sacudiera las ropas en la calle, les saludó. —Has estado a punto de intoxicarnos a todos, amigo. Ahora, casi puede definirse el color de tu camisa.
DIANA Birkin, desmontó ante la puerta del «saloon» propiedad del viejo Rooney, siendo saludada con cariño por todos. Rooney, que sin duda era una de las personas más estimadas por los vecinos de Prescott, salió solícito hasta la puerta al saber que era ella, para hacerle los honores de la casa. —¡Qué alegría, Diana! —exclamó, cariñoso, y feliz, Rooney. —¡Hola, viejo zorro! Y la joven abrazó al viejo, haciendo que este se emocionase.
LOS viajeros se miraban con la mayor indiferencia. Y cada uno iba pensando en sus distintos problemas. Aunque estaban casi seguros que coincidían en la finalidad, del viaje. Llevaban muchas horas de viaje en común con las molestias inherentes a la desigualdad del terreno que hacía a la diligencia batir sus cuerpos como si estuvieran metidos en un caldero echado a rodar por la ladera de una montaña. Eran lanzados con frecuencia unos sobre otros.
EL juicio contra Nora Grey, iba a dar comienzo. La acusada se personó en el local del Juzgado, acompañada por su buena amiga Carol Snow y el padre de ésta. Al verlos entrar, unos murmullos insistentes expusieron el ambiente que habían creado los autores de aquel espectáculo. Todas las miradas se concentraban en Nora, presunto reo en el juicio.
BERNARD Cornwall era uno de los ganaderos importantes. Y durante tiempo muy estimado en el pueblo. Con Charles Monroe, era de los que más atendía a los que necesitaban ayuda. Sobre todo en los años de sequía, cuando los pastos no podían alimentar el ganado. Fue de Bernard la idea de asociarse los ganaderos, pero de una manera especial. Propuso que los asociados se comprometieran a que sus pastos dejaran de tener ganado unos dos años, llevando mientras las reses a los otros.
ERES el hombre que necesito. Te haré capataz si aceptas trabajar conmigo. —¿Y por qué no, si las condiciones me agradan? —Cien dólares al mes. —Prefiero por viaje. —No te comprendo. ¿Has pensado que tardamos siete o nueve semanas? —Sí, por eso pido trescientos dólares por viaje. Necesito dinero.
ELISABETH Peele, forastera en la ciudad, contemplaba el local, abandonado y sucio desde la misma puerta. Un caballero, vestido con elegancia que estaba a su lado, dijo: —Hace unos meses que está cerrado… Pero si hacen algunas reformas y… —¿Por qué lo abandonaron? Es amplio. —El matrimonio propietario no tiene edad para luchar. Estaban cansados.
ESTO sí que es una fiesta, niña Carmen. — ¡Pero estoy que no resisto! —¡Por lo que más quieras no defraudes a tu padre! Piensa que hay invitados americanos, cosa extraña. Herrero había querido que presenciaran el boato de una fiesta típicamente californiana. Carmen cumplía su mayoría de edad y el número de invitados era tan importante que aun siendo la casa-palacio de la hacienda una de las mayores del Estado, no era posible alojarles a todos, teniendo que habilitar a tal efecto parte de las viviendas de los peones, metiendo a estos en las cuadras.
LA llegada de la diligencia llamaba menos la atención que la del tren. La competencia del ferrocarril había afectado poco a esa línea que no se confundía con los raíles en ninguna parte de su recorrido. Y era una zona rica en ganado. Las autoridades de Salina habían hablado con el senador de Kansas que estaba en Washington para que consiguiera un ferrocarril que cubriera el recorrido que hacían las diligencias por esa amplia zona ganadera que iba de Dodge City a Salina. Mucho ganado así podría ser embarcado en las estaciones intermedias.
Andy Carson, al igual que otros muchos curiosos, se detuvo en su marcha para observar a quienes discutían. Dos elegantes estaban frente a un muchacho muy joven vestido a la usanza vaquera. —No debes negar, muchacho —decía uno de los elegantes—. Sabemos que has insultado a míster Happy y como buenos amigos suyos, no podemos permitir que lo sigas haciendo. —¿Cuánto os ha ofrecido por hacerme callar? —inquirió el vaquero. —Serénate, muchacho —dijo muy serio y amenazador, uno de los elegantes—. Eres muy joven y no creo tengas motivos para estar aburrido de la vida. Además, ya nada podrás hacer por tu padre.
El barman estaba limpiando el mostrador. Y miró hacia la puerta. Había oído el trote de unos caballos y le sorprendía que a esa hora llegaran clientes. Y los que lo eran, sabían que a esa hora no era posible atenderles porque era necesario limpiar antes el salón. A través de la ventana abierta, vio que se trataba de unos vaqueros del equipo de Wild y frunció el ceño. Pertenecían al equipo que se había ido imponiendo poco a poco y al que se temía de una manera cerval.
Contiene los siguientes relatos: BAD NICK - M. L. Estefania EL PRIMER WHISKY - Fidel Prado UN VAQUERO FANFARRÓN - Fidel Prado EL FILÓN DE ORO - Fidel Prado SAM "EL MALO" - Fidel Prado
Contiene los siguientes relatos: A SANGRE Y FUEGO - M. L. Estefania EL FARO DE LA MUERTE - F. P. Duke TEXAS JOE - Nicolas Miranda Marin EL BÚFFALO DE HIERRO - Fidel Prado
Era costumbre habitual aquel tipo de celebración. Algo necesario después de duras jornadas de trabajo. Lee Richardson, en compañía de todos sus hombres, celebraba en un lujoso local de Dodge City la venta de su manada. El local o saloon en que Lee y sus hombres se hallaban era propiedad de Montand, uno de los hombres más temidos y respetados de Dodge City. Un verdadero ejército de ventajistas con los naipes y habilidosos con las armas le obedecía ciegamente. Los que conocían a Montand aseguraban que jamás habían visto un hombre más rápido y seguro con el Colt y habilidoso con los naipes.
Una técnica muy usada en zona minera por los ventajistas es comprar un rancho y cuando el vendedor se va, matarlo y recuperar el dinero. Nadie sospecha que está muerto, se piensa que se ha ido. Sin embargo en el oeste, está técnica no se conoce. El rancho del Cáñamo de Davie Belex, vecino de los Batton, fue vendido… o eso se creía.
La jugada le sale mal a Gannon. Con paciencia se ha hecho amigo del dueño de un rancho que tiene 30 000 reses. Su intención no es buena, quiere robarle el ganado. Acuerdan un viaje conjunto de Dodge para vender el ganado, a última hora Loring se echa atrás…
El sobrino del viejo John acaba de perder mucho dinero apostando en el saloon de juego Salmón, dinero que su tío necesitaba. El tío John había prometido echarle del rancho si volvía a caer en el juego pero, esta vez, algo ha cambiado: Rawlins ha contado la verdad. Éste, el tío John y Mike van a vengarse de quienes se ríen de sus problemas con la bebida, el juego, y las apuestas.
El descubrimiento de oro negro en Texas, convierte a la mina Old Black en una de las más importantes de la región. Eso y los métodos a golpe de gatillo que emplean para solucionar los problemas que se encuentran. Al frente de la misma está Joe Skendall con su hijo Dick. La unión entre padre e hijo comienza a romperse cuando ambos se encaprichan de la misma muchacha del saloon Sonia, lo que va a provocar su enfrentamiento.
La lectura del testamento a favor de una desconocida… la llegada de Agnes y su actitud decidida e independiente causará sorpresa entre los que se consideraban herederos, que no dudarán en planear la forma de evitar que esta desconocida se haga con su fortuna.
Los problemas legales de Sam Culber quedan al descubierto al intentar demostrar quienes fueron los que robaron a su amigo Templeton. Al enfrentarse al sheriff, debe marcharse del pueblo y comenzar una nueva vida.
Robert se crió con los indios, pasaba más horas con ellos que en su propia casa. Cuando comenzó la invasión a las tierras de los indios y los fueron echando poco a poco, a él lo mandaron a estudiar muy lejos. Al finalizar sus estudios les buscó, y en su búsqueda conoció a Nelly, una mujer que también defendía los intereses de los indios. Juntos moverán cielo y tierra para denunciar la situación en la reserva.
Después de ser detenidos como prisioneras de guerra y liberados, vagabundean por las tierras en busca de trabajo llegan a un rancho mexicano. Durante su viaje se han percatado que el ganado está sin vigilar y los mismos que debían vigilarlo les acusan a ellos de cuatreros. Todo muy sospechoso…
Milton marcha al Este para estudiar derecho, durante los años que dura su carrera, la ciudad crece. El oro ha aparecido y con él las compañías mineras, los negocios poco claros y los matones. La ciudad está aterrorizada, el último sheriff duró un día. Cuando Milton regresa a casa se propone abrir su propio buffet, sin embargo las compañías mineras no lo permitiran.
Andy Werner acaba de llegar a Tularosa. Vaga sin prisa ni rumbo y, aunque el calor es insoportable, a preferido seguir cabalgando. Una tribu india le seguía. Los ciudadanos de Tularosa le dicen que es un milagro que no le hayan robado. Al parecer la tribu vive en muy malas condiciones porque el encargado de suminsitrarles odia a la raza «salvaje». Andy, simpatizante de los indios, no dudará en defenderles frente a quien haga falta. Tanto es así que se rumorea que Andy pueda ser el enviado especial del gobernador para investigar la situación de los indios en la zona… ¿Dejará Luke, el encargado, que Andy siga con vida?
Tombstone, que traducido al español significa Tumba de Piedra, fue el lúgubre nombre con que Ed Schieffelin bautizó el lugar, donde después de muchos años de fracasos, en busca de algún filón de oro, plata, cobre o plomo, por todos los estados y territorios del lejano Oeste, consiguió descubrir uno de los yacimientos de plata más ricos de la Unión. Cuando Ed Schieffelin descubrió estos yacimientos de plata en el año 1877, estaba considerada aquella región como la más desolada y peligrosa de Arizona; donde era casi imposible que pudiese un blanco librarse del escurridizo y más que buscado Gerónimo y sus huestes.
Míster Raven está decidido a comprar el rancho 'Tres Campanas'. Y parece que el administrador del mismo está accediendo sin contar con la aprobación de la actual dueña del rancho, Danielle Staford, Nella, que acaba de llegar al pueblo. Míster Raven y sus camorristas juegan con el miedo de los habitantes de Billings para imponer su ley; su rancho es el segundo en importancia, después del de 'Tres Campanas'. Lo que no sabe es que Nella Staford es mucho más imponente e inteligente de lo que piensa.
El rifle «Winchester» es el premio más envidiado y envidiable del concurso que se celebra en Hondo. Dandy Nathan, experto en corceles y carreras, era quien organizaba los ejercicios, que cada vez eran más y más populares. Todos los que observan el rifle y el resto de armas creen que saldrán victoriosos en los ejercicios. Julius Buckey y sus jinetes son los más habilidosos, y por ello odian la poca confianza que Dandy Nathan tiene en ellos. Los duelos, los naipes, las apuestas y los ventajistas toman fuerza en esta historia, donde las armas no dejan de ser protagonistas.
Todos los cowboys del rancho Davis Brandt miran con lujuria a la mujer de éste, Ruth. Él lo sabe y no duda en prohibirle que vista de ciertas formas, quiere que Ruth deje de provocar a los vaqueros y ponga freno de una vez a «esa loca pasión» ahora que él estará fuera por una semana. Pero a Ruth le encanta ese juego y esa sangrienta pasión.
Con la llegada del equipo de Lindstrom, los sentimientos se contraponen en Dodge. Los ciudadanos temen que vuelvan a sacar sus pistolas para imponer su ley, mientras que los trabajadores de saloons se frotan las manos ante la llegada de hombres tan derrochadores. El sheriff Mike que, aunque nunca antes se ha enfrentado a ellos, los conoce, decide que es el momento de pararles los pies. Aunque diga que es su deber como sheriff velar por el pueblo, en Dodge le llaman loco por siquiera pensarlo… ¿Conseguirá el equipo de Lindstrom arrasar el pueblo?
El dueño del rancho ha muerto. El abogado Campbell, el juez, el capataz y un empleado lo han organizado todo para poder quedarse con el ganado y probar si hay petroleo. En su plan no cuentan con la hija del dueño que regresa de sus estudios, ni con Bill, un ex gunman, empleado como vaquero.
Los caprichos del destino hacen que dos desconocidos, Abel y Myrna, cuyas familias viven en ranchos muy cercanos, se encuentren en el tren con dirección a Cheyenne. Las razones por las cuales vajan son distintas. Abel va a ayudar a su familia a luchar contra la expropiación de tierras por parte de unos villanos, mientras que Myrna va de sorpresa a visitar a su padre, a quien no ve desde hace seis años. De nuevo, los caprichos del destino harán que ambos descubran cosas sobre sus familias que no hubiesen imaginado.
'En el saloon 'El Dorado' no todo el mundo es bienvenido: ni las damas no acompañadas, ni los cow-boys. A Miss Forest, Deborah, no la dejan entrar por ir sola, así que se ve obligada a esperar a que algún caballero la quiera acompañar. Finalmente entra con un alto y guapo cow-boy, al que le llegan a exigir se cambie de ropa. Cuando están dentro, uno de los familiares de Deborah, de buena familia, le exige que deje esas malas compañías. Terminan por llegar a las manos y cuando termina aquella pelea, Deborah y el cowboy, se van a casa del abuelo de ésta para estar más seguros. Cuando el abuelo de Deborah conoce a Harry, el cow-boy, le dice a su nieta que, en estos casos, hay que hacer trampa si es preciso, y que lo haga si es necesario para no dejar escapar a tan noble muchacho.'
Dos forasteros llegan a Minot. Ella es la sobrina del coronel a la que creían muerta. Fue secuestrada y la intentaron matar, pero Lony, que vivía en una cabaña cerca del 'lugar del crimen', pudo impedirlo. Ahora viajaban en busca del tío de Daisy pero los del pueblo se han empeñado en demostrar que está engañando a todos y él está implicado en el suceso del tren.
La llegada a Newell de Cass, Fremont y Webster rompe la tranquilidad que hasta entonces reinaba en el pequeño pueblo sin aspiraciones ni problemas. La misma noche de su llegada, reclaman para si la propiedad de un rancho, alegando ser los herederos de Tom Tyler. La entrada en el saloon del socio de Tom dudando de lo que dicen, hace que lo maten en el acto y, dado que no hay sheriff en el pueblo, Fremont propone que lo sea Webster. Nadie se atreve a replicar. Hacen y deshacen a su antojo hasta que, con motivo de unas carreras de caballos, se presenta en el pueblo una caravana de rawhiders y, el que dicen es, el temido indio El coyote de las Llanuras.. Los acontecimientos hacen que la vida cambie para todos, llevándose por delante la vida de algunos de ellos.
El Cuerpo ha perdido la pista de los dos últimos hombres que ha enviado a Tierras Amarillas. No han enviado ningún tipo de información y, dadas las leyendas que cuentan de aquella comarca, se teme por su vida. Lo que cuentan llega incluso a preocupar a los propios ganaderos de Tierras Amarillas. August y Conrad son los elegidos a encaminarse en la peligrosa misión. Tendrán que deshacerse de cualquier documento que diga quién son, e incluso crearse una nueva identidad para no ser descubiertos. Y todo ésto sin saber a qué se van a enfrentar.
Parker y su esposa llegaron a Colorado únicamente con un burro. De ahí Parker, a base de trabajo duro consiguió levantar el saloon que ahora deja en herencia a su hija. Parker no quiso asociarse ni vender el local, por lo que Doris, su hija, decide regentarlo ella. Nadie confía en que pueda llevarlo sola. Demasiada competencia y malas artes en el mundo en el que se está metiendo, pero ella cree firmemente en sus posibilidades y es tozuda hasta hartar. ¿Sabe Doris a lo que se enfrenta?
Miss Kitty recibe al sheriff y sus hombres en el rancho de Pat Beck. Hay un fugitivo en busca y captura y un hombre del sheriff asegura que ha ido en dirección al rancho. Miss Kitty asegura que no le ha visto, pero cuando vuelve en su habitación, se encuentra a un hombre herido…
En la penitenciaria de las islas Marsh había un gran revuelo. Los penados que estaban paseando por el patio central, comentaban una noticia que se había extendido, sin que se supiera la razón de la llegada en ese día de un delincuente del que se habló mucho en Texas y Kansas. Debían ser pocos los que supieran su verdadero nombre. Era conocido por Choya. Y por Choya le denominaron los periodistas, al ocuparse de él.
Sally no conoció a su padre. Su madre y él se separaron y ésta no le habló nunca de él. Acaba de recibir una carta que le informa de que alguien, a quien no se nombra, le ha nombrado su heredera. Paralelamente, Delano, un millonario y poseedor de grandes tierras acaba de morir. Su hermano y sobrinos harán todo lo que puedan por conseguir algo de la fortuna que saben Mr. Rawlins no les dejará en herencia. ¿Se cruzarán éstas historias?
Las muescas en sus armas hablaban por ellos, a cada muerte, cada robo o cada fechoría correspondía una marca. Eran cuatro, gigantes…, por su estatura y su bravuconada. Miedo infundía en la gente sólo pronunciar su nombre.
—Teniente Paton, no olvide que quiero vivo a ese hombre. —A la orden, coronel… ¿Qué debo hacer en el caso de tener que defenderme? —El doctor Kester es muy conocido por todos… Se ha portado siempre como un caballero. —¡No olvide que ese hombre pertenece al Sur, coronel! —¡Basta, teniente! Cumpla la orden que acabo de darle… Procure que no le pase nada a ese hombre. El teniente Paton, después de saludar militarmente, abandonó el despacho del coronel. —Hola, Paton —fue saludado al salir—. ¿Qué te sucede?
El consejo está reunido, está preocupado porque las tres minas, la de oro, la de plata y la de cobre han bajado su rendimiento. El consejo sospecha que alguien está haciendo trampas, deciden mandar a alguien experto. Los técnicos que han sido enviados no detectan algo anormal. Deciden mandar al hijo del presidente, Edwin, que se ha educado en el Oeste. Durante el viaje conoce a Carol, y con ella cambiará su vida.
Joe Norwik y sus secuaces imponían su propia ley en la comarca. Los hijos de éste seguían sus pasos. El único al que parecían respetar y apreciar era a David, hasta que un día decide pararles los pies con violencia. Girarán las tornas cuando uno de los hijos de Joe caiga preso. La familia intentará conmover y «chantajear» a David con una reunión de enlutados a consecuencia de la justa ley llevada a cabo por el juez, pero… ¿lo conseguirán?
El enorme tronar de las aguas al descender por el cañón, impedía que se oyera el trabajo del leñador a pocas yardas de distancia. Había cortado ramas y troncos suficientes para iniciar la construcción de una cabaña. Tenía que aprovechar el tiempo, ya que pronto llegarían las nieves y los hielos. La cabaña entonces fuera un magnífico refugio. Hacía ya más de una semana que encontrara ese rincón, que no se veía desde ninguna parte, no estando en él, por estar escondido debajo de enormes farallones. Para llegar a este sitio, era preciso caminar por el río unas yardas.
Conocidos son los ejercicios en Seminola para adiestrar potros. Hay vaqueros que se dedican a ofrecer premios por aguantar encima de un caballo sin adiestrar, muchos lo intentan pero fracasan. Cliff un especialista en doma, infravalorado por todos los vaqueros a excepción de su patrona, se fija en un detalle del ejercicio y apuesta todos sus ahorros, 16.ooo dolares a que aguanta en el caballo. ¿lo conseguirá?
El Taciturno decidió aislarse del mundo cuando, tras la muerte de su madre, se entera de que era una alegre mujer de saloon. Sentía que todo el mundo se reía de su amargura y no vio otra alternativa. Terminó viviendo en una cueva, en bastante buenas condiciones con tres caballos que consiguió domar y un perro. Al pueblo bajaba de vez en cuando y por necesidad. Mantenía siempre una actitud fría y no hablaba con nadie. Un día, Granger, a quien no gustaba nada el Taciturno y a pesar de no ser el sheriff, le ordenó que no volviera jamás. Pero James Runner no era hombre sumiso y mucho menos le gustaba acatar órdenes…
El gobernador a pedido que se formen comités de vigilancia para combatir malhechores. Este hecho es aprovechado por los mayores sinvergüenzas de Cody para crear un comité donde ellos sean los dueños y señores. Intentan cobrar un impuesto para su mantenimiento pero lo que no esperan es que alguien se niegue.
Son las malas noticias las que hacen que Chas vuelva a su pueblo natal. Su tío ha sido asesinado y no se encuentra a su asesino. Chas, que acaba siendo pistolero, y cuyo único propósito es el de vengar la muerte de su tío, no parará hasta encontrarlo.
Benjamín Paxton ha galopado 40 millas diarias desde Tucson, Arizona, a Nebraska para seguir la pista del grupo de 5 hombres capitaneados por el asesino de su padre. Desde entonces no tiene otro propósito que vengar su muerte. Ahora está en Crawford, y su pasado fraternal con los indios y comanches no tendrá buena cabida entre el sheriff y sus hombres… ¿Conseguirá vengar la muerte de su padre?
Bill deja Nevada City para ir a Sacramento, es periodista y ha pensado que allí podría abrir un periódico. En Sacramento ya le esperan para saber de noticias nuevas, además ya hay un periódico en la ciudad y será su compentencia. Por el camino recoge la que será su primera noticia, Rancho del Diablo.
Amboy es un pequeño pueblo al que llegan los hermanos Gardfield para hacerse cargo del rancho de su padre. La tranquilidad, sin embargo, es en realidad fruto del miedo de sus habitantes a la familia Cox, que hace y deshace a su antojo. Nada más llegar Winston y Roxy, todo el mundo les hace ver que deben vender su rancho al Sr. Cox, porque este así lo desea. Nadie puede imaginar las consecuencias y los cambios que la negativa a vender, va a traer al pueblo y a muchos de sus habitantes.
En la localidad de Tulsa ha llegado una gran empresa, y con juego sucio se quieren quedar con todas las propiedades. Lo intentarán con la viuda Wellman y con la herreria de West, la suerte no esta con ellos y sin embargo el hijo de la viuda recién licenciado en derecho moverá la balanza de la fortuna del lado de su madre.
Los hermanos del rancho Tres Barras emprendieron un viaje al norte del que no han regresado y a los que algunos dan por muertos. Los cuatreros del pruebo aprovechan la 'muerte' de los hermanos para hacerse con el mejor rancho y ganado de la comarca, el del Tres Barras. Los vecinos temen a esta panda de ventajistas, aunque ninguno cree en la muerte de los hermanos. Brenda, la dueña del saloon, que tiene cierta autoridad entre los vecinos, y suficiente carácter para plantar cara a los cuatreros, idea un plan para sabotear a Sullivan y sus hombres…
Annie está enferma y es continuamente maltratada por su esposo Héctor, hasta que un día, un viajero que dice llamarse Teddy Foster, viendo la situación, dispara y mata a Héctor. Annie, se declara culpable del asesinato, fue en defensa propia pero el sheriff no opina lo mismo y quiere «colgarla»…
El viejo Johnson era muy conocido en infinitos campamentos de buscadores de oro y plata; camino de una mina de oro socorre a un 'hombre de ciudad', herido de bala en el desierto. El forastero viene del Este en busca de un pariente que parece haber tenido suerte en las minas de Nevada…
Al llegar a la mayoría de edad, Mónica Montijo decide hacerse cargo de su herencia y recuperar el contacto con su madre y su segundo esposo, ya que la familia de su padre le ha mantenido alejada, tanto del devenir de sus haciendas como de ellos, por no estar de acuerdo con dicho enlace. Al encontrarse con su madre ésta le advierte que su tío junto con el capataz del rancho y su padrastro, han estado robando ganado de una de sus propiedades. Decide acabar con este saqueo, pero debe tener cuidado dado el peligro que conlleva enfrentarse a ese grupo de cuatreros acostumbrados a hacer y deshacer a voluntad, ya que desde el momento en el que descubre sus intenciones,se convierte en un problema a eliminar.
Astutamente echan de la conducción a Tom y Horace. Maud la hija de Hugo, dueño de la manada, con su orgullo y cabezonería ayuda a su despido sin querer. Cuando llegan a una ciudad, los malhechores que han conseguido echarlos, revelan sus cartas e intentan llevarse el ganado, sin embargo Tom no ha abandonado del todo la ruta.
—¿Qué pasa, Bill? ¿Por qué te has detenido? —No podría asegurarlo, Edwin. Pero me ha parecido ver a un hombre ocultándose tras aquellas rocas.Edwin miró hacia el lugar señalado por el amigo, y después de un par de minutos de fija observación, dijo:—No veo nada sospechoso.
La llegada de una caravana a la ciudad iniciará revoluciones y cambios en la City. Hace años que se impuso un impuesto por atravesarla, y estas familias no pueden pagarlo. El sheriff y el juez aprovecharán para intentar timarles pero Lillian no se va a quedar de brazos cruzados, y ésto hará que el pueblo se dé cuenta de qué lado están.
Las fiestas anuales del ganado que se celebran en Dodge, es el momento que aprovecha el Inspector Hartley para poner orden y acabar con los cuatreros de Baker, que extorsionan y atemorizan a la ciudad. La llegada de Davie y Cary que, por distintas razones, buscan vengarse de Baker, y la valentía del periodista Dick, ayudarán al inspector en su difícil misión.
El gobernador de Cheyenne, es un tipo joven, con estudios, criado en un rancho, ha ascendido en su puesto rápidamente… Durante los festejos vaqueros llegan visitantes de todos los rincones, a su vez los ranchos siguen con su rutina, que se ve entorpecida por los visitantes. Los duelos, los retos, las muertes afloran durante los juegos.
Jackson es un reputado ganadero, tres veces al año lleva sus reses y las de otros al mercado de Laramie para venderlas. Contrata conductores, a los mejores para tal viaje. En este último viaje se incorpora Rob, que no participa de las chanzas de los otros. Debido al malestar de los conductores con Rob se crean tensiones y comienza la danza del Colt.
El senador ha conseguido su puesto gracias a los ventajistas y a Ida la dueña del saloon. Pero cuando uno consigue alcanzar ese puesto mediante juego sucio, necesitará de mucha valentía y corruptos amigos para mantenerlo.
Alma ha heredado el carácter de su tía Sandra, y es por ello que está decidida a visitar su herencia en Kansas. Sus padres han sido siempre unos derrochones, por el contrario sus tíos la han protegido comprando lo que sus padres vendían y poniéndolo a su nombre. En esta última herencia, su padre intenta disuadirla y el abogado que la gestiona también. Ella decide sorprender a todos visitando el rancho heredado y usar los contactos de su tío, Gobernador de Kansas, para obtener lo que es suyo.
Tombstone había ido creciendo en los dos últimos años de tal manera que los que antes vivían allí se mostraban asombrados cada mañana, ya que aparecía una casa nueva o un local más. Varias circunstancias habían contribuido a este engrandecimiento. Las principales eran, sin duda, el haber conseguido declararlo abierto al paso de manadas y la explotación de infinitas minas, en las que apareció plata en cantidad y de calidad excelente.
«Dejad toda esperanza, vosotros que entráis…» la tierra de las calaveras cada día tiene más adornos óseos que vienen del ganado de Charles, nadie se atreve a entrar en esa tierra para averiguarlo, nadie se explica porqué.
El oeste está plagado de ventajistas, amparados por los dueños de los saloons se dedican a desplumar a todo inocente que quiera jugar con ellos. Bob un joven muy interesante los distingue a lo lejos en cualquier mesa, vigila y ajusta cuentas. La última oportunidad la otorga él.
Dawson creció a partir de una mina, cuyo propietario portaba dicho nombre. Creció y creció en habitantes, comercios, hoteles pero no en autoridad. Lo que era habitual por aquel entonces era gestionar la ciudad mediante un consejo de ciudadanos pero la ley que imponía un tal Fisher, a su voluntad, impedía la llegada de un sheriff.
En todas las ciudades hay ventajistas, cuatreros, vaqueros, sheriffs y abogados, lo que pasa en Virginia City no pasa en las demás. Un grupo de hombres de diferentes oficios pero con la maldad como punto en común quieren hacer todo a su manera. La suerte está de su lado porque el abogado tiene más amigos y sabe más tretas que el sheriff.
Desde hace tiempo se viene presumiendo de la honradez y justicia del juez y abogados de Cheyenne. Acaban de liberar a Bob Aitkin por considerar su crimen en legítima defensa. Todo el pueblo adora y admira al juez por esto, menos el fiscal. Es el único que parece haberse dado cuenta de lo que ha pasado en el «Teatro de la Injusticia», como él le llama. Indignado, hará todo lo posible y contactará con quien haga falta para que cosas tan injustas como la liberación de Bob no vuelvan a suceder en Cheyenne.
A llegado a Cripple Creek un forastero que no pasa desapercibido. Es muy alto y lleva un maletón enorme. Durante unos días será sin duda la comidilla de quienes viven en Cripple Creek. Nadie sabe a qué a venido y a muchos, como a Style, eso le inquieta. Intentarán echarle de la ciudad jugando con el servilismo del sheriff, pero no saben con quién están hablando... El forastero está a punto de revelar su verdadera identidad...
Míster Lawn está muy interesado en comprar el rancho de Martin. Es el único comprador. Además, dado el desconocimiento de Martin por lo que está vendiendo y su urgencia por la venta, trata de abusar de su condición ofreciéndole una mísera cantidad, e incluso la rebaja para presionarle y que se vea obligado a vender. Lo que no sabe es que ha aparecido otro comprador y que Martin se ha atrevido a venderla. ¿Lo considerará una traición?
Una larga caravana rumbo a Montana busca jefe. Hay viajeros de todo tipo, pero la que más interesante resulta a Bert, el elegido, es la que se hace llamar Alix Gorver y viaja en el carro bajo el mando de Davie, que la acosa. Todos intuyen es ventajista y que va al mando de otros muchos muchachos de similar apariencia y varias amables mujeres que buscan trabajar en el saloon de Helena, su destino. Ahora que Bert ha sido elegido, morirá de celos…
'Pocos ganaderos se atreven a traer sus reses a subasta a este lado de Río Grande. Un grupo de cuatreros roba ganado y nadie sabe de su paradero. La vida en ese pueblo gira en torno al juego, las ventajas, el saloon San Francisco y la subasta de reses. Quien puede, como Barnwell, se aprovecha de ello para vender su ganado a precios abusivos, mientras otros, antes que perder su ganado prefieren no venderlo. El misterio se encuentra en la desaparición de reses, en los atracos de cuatreros durante el traslado a los mataderos del Este, y en quién está detrás de todo esto...'
Toda la familia desprecia al abuelo por rudo, sin embargo a su dinero no. Mary que tiene el mismo caracter que el abuelo va heredar todo, y eso que es una de las mayores fortunas de la unión. El día que se celebra su mayoría de edad tienen una fuerte discusión con Mary, y el abuelo cansado de todos los echa de casa con lo puesto. Pasado el tiempo, y ya instalados en el rancho Mary y el abuelo, está sufre un extraño ataque cuando viaja en diligencia.
No siempre se apresa al culpable, bien lo sabe Dan. Tres años ha estado en la carcel por cuatrero, cuando en realidad es a él a quién robaron 1000 reses. A su salida de la carcel, visita a varios amigos de los presos, haciendo favores aquí y allí, lo que hace que su regreso a casa se alargue.
En torno al interés, la codicia, la ambición y los celos gira la historia de la familia del Zorro Benson, un hombre que trabajó mucho para amasar la fortuna que dicen tiene. Un hombre mayor y algo cascarrabias que permite y mantiene a sus nietos a pesar de que éstos hayan perdido grandes cantidades en el juego. Es cuando parece que le queda poco tiempo de vida cuando sus nietos más se interesan por su fortuna, pero Maynard Benson no se dejará engañar..
Es habitual que los dueños de los saloon manden a sus encargados a buscar nuevas chicas, guapas y con talento. Don, contrata para su jefe a una cantante y a una camarera guapísimas. En el viaje hacia Cheyenne, conocen a Collen, que va a reclamar su rancho heredado. Cuando Vivian y Linda llegan al local, triunfan, sin embargo no consienten los abusos de los jefes y se van con Collen.
Nora va a ser casada con Max, pero ella no quiere, ella está enamorada de Leo. Había quedado con él, sin embargo al no presentarse a la cita y conocedor de las intenciones del padre de ella, decide ir a visitarla. Por el camino tendrá que demostrar su habilidad con las armas.
Un hombre de estatura poco común aparece en el saloon del pueblo. Es quien hizo las 5 muertes en Prescott, incluida la muerte del sheriff de Prescott, y quien salvó la vida del inspector Scully y de Grierson. Es uno de los pistoleros más rápidos que Grierson ha conocido. Cuando Grierson y el inspector se enteran de que anda por el pueblo van en su busca. ¿A apresarle por esas muertes? No, el inspector y Grierson ya estaban buscando a los fallecidos, se alegran de que hiciera esas muertes. Ellos buscan respuestas.
Todo esta preparado, el sheriff, el juez, el dueño del rancho, y los tres ventajistas. Van a montar un saloon, dar el palo a todo aquel inocente que quiera jugar e incluso cambiar las marcas de las reses. Todos están implicados, la ley hará la vista gorda y todos se enriquecerán.
Cazar búfalos era lo que más gustaba a Joe, seguir las huellas, preparar el terreno… sin embargo al no tener familia, lo deja todo para seguir a la caravana que se dirige en busca de oro. Durante el viaje, en una de sus incursiones al bosque a por comida se ve asaltado por Louise, una chica criada como un chico que cree que Joe es uno de los que quieren matar a su padre. Juntos comienzan una aventura que ninguno imaginaba.
La muerte del diputado Norwick es muy sospechosa. Coincidiendo con una fiesta en su honor, aparece por la ciudad Clyde. Él viene de parte de su padre a comprar unos caballos, y por casualidad ve a la persona que asesina al diputado. Conociendo las artimañas del comisario decide no confesar e investigar el crimen, orquestado por el comisario.
Douglas Wilkes se estableció en Portland, abrió un saloon y ganó mucho dinero. Mientras tanto educó a sus hijas en San Francisco, cuando hubieron acabado de estudiar les mandó recado de ir con el a Portland. Ellas pensaban que su padre era bueno, no sabían que él las quería para ganar dinero en su saloon. En el viaje conocieron a Davis, Theresa la mayor se enamoró perdidamente de él y pensaba que sería él quién la vengaría.
Después del ataque que les hicieron en el rancho, tuvo que defenderse, para salvar su vida y la de su embarazada esposa contra dos pistoleros y consiguió matarlos. Esto le creó una fama funesta y dos parientes de uno de los muertos por él le persiguieron durante varios años. Hasta que consiguieron encontrarle en Cheyenne y allí intentaron disparar a traición sobre él.
El alto desconocido golpeó furioso a Savage y le llevó hasta la puerta de la calle como si fuera un pelele a fuerza de golpes que le hacían ir de un lado a otro.
El rostro del dueño del aserradero más importante de Arlington estaba cubierto de sangre.
Le dejó caer ante la puerta de la casa. Se inclinó hacia él y le desarmó.
—¡Hola, Willow! —saludó uno de los hombres que atendían el mostrador del Texas-Saloon, propiedad de Rock Farson—. ¡Puedes beber cuanto quieras, la casa invita! —Es extraño que tu patrón te haya dado una orden como ésa... —respondió sonriendo abiertamente el llamado Willow—. ¡Sabré aprovecharme si es que no me engañas! —Te aseguro que ésa es la orden que nos ha dado el patrón a todos.— ¡Pues comienza a servirme! —exclamó Willow—. ¡Dame una botella de whisky que tu patrón reserva para los grandes acontecimientos! El barman, sonriendo, sirvió lo que Willow pidió.
Jefferson sabía que no se hallaba en condiciones de hablar con Eddie ni con nadie. Su situación, por obedecer a Culver, era muy difícil. Había oído hablar de la dureza de Fulton, y estaba comprobando que era cierto lo que se comentaba de él. Enemigo del empleo de pistoleros, ahora deseaba pedir a Culver que el que estaba en el hotel actuara antes de ir a la Corte. O por lo menos, nada más terminar allí. Muerto Fulton, podría defenderse contra la acusación de Ames. Pero, frente al juez, era muy difícil conseguirlo.
—¡Un momento! Ahora te atiendo. —No es nada. Buscaba a Dick. ¿Le has visto por aquí? —Sí. Y ya tiene lo que, al parecer, le has encargado. —Eso me alegra. No quisiera perder más días. Llevo varios aquí. —Estás siempre metido en el rancho. No ha de venir mal a tu organismo este cambio, aunque solamente sea por unos días. —Ahora me espera un largo viaje. —Ahí tienes a Dick.
Ante la puerta del local de Hyden, verdaderamente asombrado de aquella profusión de carruajes, cocheros y lacayos, desmontaba un joven vestido de vaquero, cuando el caballo de un tílburi chocó con el vehículo que iba delante y, lanzando un relincho horrísono, se arrojó a una carrera desenfrenada, entre la gritería espantosa de los testigos. Sobre estos gritos se destacaba uno de mujer, conductora del tílburi.
La familia Sterling, en el valle del Arkansas, era ejemplo de felicidad para todos los habitantes del contorno y el rancho que habían conseguido organizar, seleccionando con paciencia la ganadería, uno de los más famosos de todo el Oeste, hasta el extremo de superar en algunos dólares el precio por res comparada en los otros.
La familia estaba compuesta del matrimonio, Marta y John, que llegaron desde el Lebanon, en Tennessee, hacía muchos años y sus cuatro hijos, nacidos en la cuenca del Arkansas dos de ellos, Joan y Zack, y los dos mayores que vinieron en el carromato siendo muy pequeños aún, como máxima preocupación de los emigrantes.
La fisonomía de Denver había cambiado mucho desde 1858. Los dos pequeños establecimientos que sé fundaron a ambas márgenes del río Cherry, conocidos entonces con los nombres de Saint Charles y Auraria, se habían convertido en una ciudad hermosa, moderna.
Se trazaron calles anchas, paralelas y con edificios que llamaban la atención de los visitantes.
Amplios y hermosos parques servían de adorno y pulmón a la abigarrada población, que pasaba, en la época de nuestro relato, de los cien mil habitantes.
Una vez arreglados, los hermanos Crown descendieron al piso bajo para esperar a los invitados.
Saludaban a todos con simpatía.
Los hombres hacían grandes elogios de la belleza de Alma.
Las mujeres rodearon a la joven para que les hablara del Este y de cosas corrientes entre ellas.
Los patos silvestres indicaban en su huida hacia el Sur que el buen tiempo se alejaba, empujándoles en busca de clima más apropiado. Su áspero canto dejábase oír de modo constante.
Richard Tedford sentía que la brisa iba refrescando en los últimos días.
Contemplaba el paso de los patos desde la orilla del río cuando embarcaba en su magnífica canoa de abedul unos buenos fardos de pieles.
En su cabaña del monte Watt había dejado otra buena partida de ellas, a por las que volvería más tarde con ayuda de un trineo, que estaba en casa del factor Theo Young, cuidados los perros por Mabel, su hija.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Bill reía de buena gana al escuchar los planes del viejo minero.
Pero, en el fondo, estaba de acuerdo con él.
Pratt había demostrado ser un hombre inteligente.
Salieron de la mina para entrar poco después en la cabaña, donde Pratt se encargó de preparar algo de comida.
Leo pensó que ésa era la razón de haber esperado a llevarle a juicio. Habían preparado a alguien para que dijera, sin error, lo que ellos querían dijese. Y sabía que con testimonio así, cualquier jurado le condenaría a muerte. Una idea que había estado revelándose dentro de él mismo durante la noche pasada, se alzó con más fuerza.
—Tienes que convencerte de que has adquirido unos terrenos que no valen para nada. El ganado se muere de hambre y no hay posibilidad de sembrar en ellos ni salvia.
—Tienes razón, pero he de hacer de ellos una fuente de ingresos. Has de verlo.
Los dos hombres, vestidos de vaqueros, que discutían ante la casa levantada con adobe y madera, más de aquello que de ésta, paseaban con lentitud, contemplando una extensa zona de terrenos, sobre la que unos pastos raquíticos servían de alimento a muchas reses.
—Ese ganado se encontrará cada día más raquítico. Tenemos los mercados muy alejados de aquí y carecemos de los hombres necesarios para hacer una conducción.
La que hablaba a la puerta era la hija del dueño. Una muchacha de cabellos y ojos muy negros, prominentes formas y boca de labios gordezuelos muy rojos que dejaban ver unos dientes blanquísimos que, por la oscuridad de la piel, curtida por el clima, destacaban más.
La muchacha obedeció, pero mientras se arreglaba no dejó de pensar en aquellos lejanos días en que se sintió tan feliz. ¿Qué habría sido de Stuart? Su tío no le decía nada de él. ¿Estaría casado? Y recordó a los otros amigos de la infancia. Los rostros de todos pasaban por su imaginación. Hacía catorce años que marchara del pueblo.
El tren se detuvo en su jadear mecánico y la gritería era ensordecedora.
Cuando los dos viajeros descendían, una verdadera multitud les aclamaba.
La joven Violeta sonreía complacida al oír los vivas que daban en su honor y en el de su padre.
Las autoridades locales les salieron al paso y les saludaron dándoles la bienvenida de la ciudad.
Violeta contemplaba curiosa cuanto le rodeaba.
Gozaba al darse cuenta de los apuros que pasaban para responder a algunas de sus preguntas.
Llegó a la conclusión de que se trataba de dos jugadores profesionales que habrían oído hablar de su tío en Silver City.
Tal vez gustara el juego a su tío y se encontraran a veces en la misma mesa.
Pero estaba segura de que esos negocios de que hablaban, no había nada de verdad en ellos.
Y se dispuso a mantenerse a distancia de los dos.
Es muy difícil que en una leyenda o pequeña historia del Oeste, no figure como epicentro de la misma un saloon o cantina, como más vulgarmente era conocido este tipo de local. En las poblaciones de pequeño censo, la cantina era el lugar de reunión y todos los problemas solían solucionarse allí. Los propietarios de estos locales se convertían en árbitros y su influencia era indudable.
La muerte rondaba por aquel local desde hacía varios días. Habían, muerto ya varias personas, a pesar de que antes fueron avisadas... y ahora le tocaba el turno a una mujer preciosa, de la que estaban enamorados todos los hombres de la ciudad...
¡Solo un hombre podía librar de la muerte a todos los que estaban en la fatídica lista, y de él decían que había aprendido a disparar del mismísimo diablo!
La joven, contemplada risueñamente por los que estaban en el andén, luchaba con las dos maletas que, más que llevar, arrastraba. Se le acercaron algunos mozalbetes de los que se dedicaban a llevar maletas de los viajeros a los hoteles de la ciudad. Era una profesión más beneficiosa de lo que pudiera pensarse, por la importancia de la misma. Y sin embargo, conseguían de tres a cuatro dólares al día. Ingreso importante en aquella época.
Carretones entoldados acudían, sin que hubiera que preguntar lo que buscaban. Todos llegaban con la ilusión de enriquecerse; el medio de conseguirlo no era el mismo en la mente de todos, pero era cierto que ansiaban la riqueza. Los vehículos cubrían todo el espacio no acotado por las alambradas de los ranchos, desde Beatty al Toliche Peak. Cuando las sombras cubrían la región de Beatty, se transformaba en una ciudad bulliciosa, con sus saloons en los que las orquestas descansaban muy poco, aturdiendo con la estridencia de sus instrumentos a clientes y viandantes.
—¡Sandra! ¡Ven...! —decía una de sus empleadas, que estaba asomada a la puerta. —¿Qué pasa? —dijo Sandra, uniéndose a la empleada. —Fíjate en los amigos de los Jones... ¡Vaya estatura...! Son igual que ellos. —¡Vienen hacia aquí...! Las dos entraron en el local y Sandra se puso tras el mostrador. Myrna y Monty entraron en primer lugar, seguidos por los tres forasteros. Dos jóvenes y una muchacha, que no podía haber duda de su gran belleza.
—¡Dejad a la “duquesa”...! —¡Calla tú...! ¡Ella no es como nosotras! —¡Ya lo veo...! ¡Es una duquesa...! ¿No os habéis dado cuenta...? —¿Qué pasa...? Ya os estáis preparando. No tardarán en asaltar el barco los que vienen ansiosos de diversión. ¡Ya sabéis...! ¡Tenéis que ser amables y un tanto condescendientes! ¡Y tú, Rebeca, alegra ese rostro...! No se puede alternar con ese gesto... ¡Espantas a los clientes...!
Lupe, ensimismada en sus pensamientos, no se daba cuenta del trasiego de viajeros que entraban y salían del departamento en que iba sentada junto a una ventanilla, en el vagón que llevaba bastantes horas. Tampoco se daba cuenta de las horas que pasaban ni de los vaivenes violentos que el mal tendido de los raíles provocaba en el vagón. No dejaba de pensar en la carta que llevaba en la maleta, junto a los documentos que en esa carta le pedían que llevara.
El juez de Kansas City, Olson Berry, subió al estrado y tomó asiento. Inmediatamente, anunció el comienzo de la vista. La sala donde se iba a celebrar el juicio estaba completamente abarrotada de público. Todas las miradas estaban fijas en el acusado. El juez tuvo que imponer orden para que los comentarios cesaran. Cuando fue obedecido, anunció:
El local estaba completamente abarrotado y los empleados y muchachas que tenía Julie trabajando servían constantemente verdaderos ríos de whisky. Los tres viejos se abrieron camino hasta que después de muchos esfuerzos y varios minutos, consiguieron llegar al mostrador. Julie, que estaba ayudando a servir en el mostrador, saludó cariñosa a los tres amigos.
En uno de los paisajes más encantadores del noroeste de la Unión, entre suaves valles, con dibujos caprichosos de los meandros festoneados de bosques que descendían de las montañas a inclinarse ante el curso fluvial, rodeado todo ello de altas cumbres, con nieve la mayor parte del año, se escondía la vivienda ocupada por Ernest Barnes y su hija Eva.
Con el rifle fuertemente empuñado se arrastraba el jinete por las arenas calcinadas del desierto.
Biznagas, cactos y pitas era la única vegetación que veía a no muchas yardas y hacia las que se dirigía.
Una bala levantó tierra junto a su rostro, indicio que no dejaba lugar a dudas de que había sido visto.
Un segundo disparo quedó aún más cerca que el otro.
Había pasado el auge de la plata en Silver City hacía muchos años y los ranchos y las granjas iban substituyendo, con su ganado y sus siembras, a aquella locura anárquica por remover la tierra a la menor sospecha de cuarzo argentífero.
Las orillas del río Gila, invadidas durante varios años por pacientes lavadores de arena, permanecían solitarias, aunque se conservaban muchas de las cabañas que los buscadores habían levantado como viviendas, y por estas orillas, bajo los pocos árboles que sobrevivían a la loca tala de los mineros, surgía el ganado que era ahora la principal riqueza de Silver City...
Protestó el matrimonio, pero el juez se mantuvo firme y no quiso dejar al detenido a la custodia de ellos. Los Cárdenas protestaron de haberles hecho realizar el viaje para eso. Pero el juez se mantuvo con entereza en su negativa. Y los ganaderos de Tombstone tuvieron que irse al hotel y solicitar asientos en la diligencia para volver a su pueblo y a su casa.
—¿Qué te sucede, Johnson? —preguntó Ava, la dueña de! saloon Plata, al viejo ranchero. —¡Nada! —respondió Johnson malhumorado. —¿Qué deseaba míster Rock? —Ha vuelto a proponerme la compra de mis terrenos. —No comprendo el interés que tiene míster Rock por tu rancho. —Ni yo puedo comprenderlo. —¿Has accedido?
Todos sus clientes la adoran, la temen, la respetan, los que no la conocen son los extranjeros... Éstos mismos mismos se la intentaran jugar pero no saben con quién están tratando.
La joven que dijo estas palabras había confesado que era la primera vez que iba hacia el Oeste para reunirse con su hermano, que había tenido suerte y era propietario de un rancho de los más extensos de cuántos había por las praderas del Beak’s Ferky, tributario del río Verde (Green River) y nacido en los montes Winta. El rancho de su hermano, según carta de él, estaba en un terreno que parecía un paraíso, con abundante caza y pesca, y muy cerca estaban las ruinas de lo que fue Fuerte Bridger.
Todos los reunidos en el bar se quedaron silenciosos al ver entrar como a un torbellino a Herbert Basseman, uno de los rancheros más ricos de la comarca.
El silencio lo producía el miedo que tenían demostrado en otras ocasiones que sus manos eran veloces y pocos los escrúpulos.
Se detuvo cerca de la puerta y miró a los que estaban reunidos.
Los ciudadanos de California y Nuevo México no habían encajado aún lo del Tratado de Guadalupe Hidalgo y el odio hacia el invasor aumentaba. No apreciaban a los americanos considerados como invasores, ya que el Tratado de Guadalupe fue consecuencia de una guerra, y firmado sin la aprobación de los mexicanos, que deseaban el desquite.
Hacía ya unos años que California y Nuevo México figuraban en la Unión. California como Estado desde 1850 y Nuevo México como Territorio.
Las haciendas eran extensas y en realidad media docena de familias poseían la mayor parte del Territorio.
Los vaqueros y peones de estas haciendas podían cabalgar varias jornadas por los terrenos de sus amos.
El gélido aliento de la muerte se extendía por toda la comarca, desde que aparecieron por allí tres hombres misteriosos con intención de adueñarse de los mejores ranchos...
Por eso se creó un cuerpo de vigilantes constituido por vaqueros y toda clase de voluntarios, dispuestos a jugarse la para acabar de una vez con aquella amenaza
Alex Masón, uno de los hombres más ricos del Estado de Kansas, propietario de varios locales de diversión en la revuelta ciudad de Dodge City, hablaba animadamente con el sheriff de la localidad en el interior del lujoso despacho que había montado contiguo a uno de los saloons de su propiedad, y que comunicaba con el local por una puerta que daba tras el mostrador. Cuatro hombres más, encargados de regentar las propiedades de Alex Masón, escuchaban en silencio.
Y sonriendo, sin que los espectadores volvieran en sí de lo que consideraron como un sueño después de salir Jimmy con Jeanette, Jimmy sacó un revólver, hizo un disparo y volvió a enfundar con velocidad sólo comparable a la de los astros. El cuadro de Lincoln, que estaba pendiente de un delgado cordel, cayó al suelo al ser cortado el cordel con una seguridad matemática.
—Hola, Fred, hacía mucho tiempo que no nos veíamos, ¿verdad? —¡Caramba! ¿Cómo estás, Joe? —Ya lo ves… Me envía Paul. Pasé una temporada en la cuenca y vengo con muchas ganas de divertirme. Frisco es la ciudad donde más se divierte uno. —No lo dudes. —¿Cómo va el negocio?
Kansas City era la ciudad más populosa de todo el vasto Oeste. Estaba considerada como puente entre el Este y el Oeste. Era también considerada la capital del llamado medio oeste, o zona central. Por la extensa población, que ocupaba unos treinta kilómetros cuadrados, se extendían urbanizaciones para los más variados fines, aparte del corriente de domicilio. Y había edificios admirables, dedicados a universidad, colegios mayores, centros oficiales y de beneficencia. Tenia unos encerraderos de ganado capaces para más de cien mil reses. Era también una de las estaciones de empalme ferroviario más importante de la Unión, y del Oeste el más destacado sin duda.
Había sido un año de terrible sequía y el sol se ensañaba con la sedienta tierra, que se arrugaba hosca.
Los caminos eran unos ríos de fino polvo en los que los caballos metían sus extremidades varias pulgadas, haciendo que una nube de polvo envolviera a los caminantes y les llenara los pulmones y los bronquios, produciendo una tos crónica mientras se caminaba por ellos.
Los altos pastizales se habían transformado en cortantes agujas y en un mar de partículas de paja que hacían más daño que el propio polvo.
—Ese vaquero tan silencioso me tiene desesperado. No le oyes hablar jamás una palabra. Si le hablas sólo responde sí o no. Se aísla y está solo la mayor parte del tiempo. No comprendo cómo le admitieron.
—No fue el capataz. Lo hizo el patrón. No sé qué vería en él…
—Yo sí lo sé, pero debió quitarle el caballo, si es eso lo que busca, y darle otro.
—¡Cómo! ¡No irás a decirme que le admitió porque se enamoró de su caballo!
Los ejercicios cow-boys habían congregado a lo más selecto de esta profesión, sin exceptuar a las varias docenas de fuera de la ley que, escudados en la inmunidad de las fiestas, acudían para reunirse con sus familiares y amigos.
Nadie podía decir quién era el más favorito en cada uno de los distintos ejercicios.
La mayoría eran desconocidos en Casper. Por primera vez, esta ciudad ganadera celebraba un festival de tal envergadura.
Los carteles anunciadores se habían, colocado en las ciudades más importante de Wyoming y del Oeste.
Los patos silvestres volaban hacia el sur, indicio de avance del invierno en las inmensas llanuras recortadas hacia el oeste por la cadena de las Colinas Negras.
La corriente del río producía un ruido suave, como de roce, y sin embargo, las nubes oscuras reflejadas en el agua, presagiaban la tormenta que no tardaría mucho en comenzar.
El caballo dejó de pastar y levantó la cabeza como si olfateara algo, enderezando las orejas y moviéndose con inquietud.
Hacía jadear la máquina del ferrocarril el exceso de nieve; su avance era lentísimo.
Los viajeros pegábanse a las ventanillas para contemplar el selvático, paisaje.
Era necesario pasar con frecuencia la mano por el cristal para hacer desaparecer la película que se fijaba en el mismo como índice de la frontera entre dos temperaturas opuestas.
Muchos de los viajeros llevaban juntos varias horas, habiendo hecho esa amistad que parece obligada después de tanto tiempo de convivencia íntima.
La vida del conductor ha sido de las más duras del Oeste y había que tener una fortaleza física comprobada para sostenerla durante unos cuantos viajes.
Desde el momento de partir con la mugiente manada, colocado en la silla, no descendía de ella nada más que los escasos momentos de las comidas y no de una manera definitiva, ya que con frecuencia habían de evitar que los terneros o sus padres se desviaran demasiado en su voracidad tras los pastos frescos.
La tormenta arreciaba cada vez con mayor intensidad y eso que hacía más de dos días que la nieve, en tromba, cubría los escasos árboles y vestía de una blancura inmaculada las rocas y la llanura.
Dentro del fuerte los soldados no salían de la cantina nada más que lo imprescindible y el cantinero frotábase las manos de satisfacción porque la caravana al retrasar las salidas a causa de la tormenta, hacían mayor consumo de whisky y ron.
Pero las reservas de los caravaneros estaban tan limitadas y el camino a recorrer tan largo aún, que no se excedían en el gasto a pesar del tiempo.
Para el rodeo anual, en el que se marcaban las reses nacidas de uno a otro, año, solían reunirse los vaqueros de los ranchos limítrofes, efectuando la separación y el mareaje en conjunto.
De este modo se tenía la seguridad de que las reses que se marcaban correspondían en realidad al rancho en que se efectuaba.
Era labor muy dura esta operación, sobre todo si el número de reses era cuantioso, como sucedía en Hereford cuyos ganados eran famosos en la Unión, hasta el extremo de cotizarse algunos dólares más que otras clases y razas.
El sheriff , que acababa de ver el peligro tan cerca, perdió toda facultad de palabra y pensamiento y por señas dió a entender que no quería decir nada.
Era hombre que conocía a sus semejantes y sabía que sólo la intervención de Archer había salvado su vida, y dentro de su ser un odio turbulento empezó a agitarse, deseando la más cruel de las venganzas contra todos aquellos que se iban a lanzar contra él segundos antes.
La gran tormenta había empujado a las manadas con sus correspondientes vaqueros y carros.
El empuje fue de cientos de millas y el camino quedó jalonado de reses que morían por el frío y la falta de pastos, así como por caídas a los barrancos que la nieve ocultaba a los desconocedores del terreno.
Reses y personas buscaban el sur, huir de esa temperatura tan excesivamente baja que producía llagas en la piel.
Los rostros cauterizados eran protegidos por todas las prendas que estaban a su alcance.
Los curiosos que estaban apoyados a la puerta del saloon que había frente a la oficina del sheriff y prisión de la pequeña ciudad, se quedaron mirando a los dos viajeros que se detuvieron ante la aludida oficina.
Hacían una pareja extraordinaria por darse la circunstancia de que eran dos hombres de edades aproximadas y de estatura poco común.
En el mes de julio de 1848, todos los caminos conducían al Estado de California. Estos veíanse concurridísimos por vehículos de todas clases, hombres a caballo e incluso muchos sin montura.
La noticia del hallazgo de oro en Sutters Mill el 24 de junio, días antes del comienzo de nuestro relato, recorrió los órganos del cuerpo social americano con la rapidez del sistema circulatorio sanguíneo.
En su afán de ser los primeros con las ventajas que esta circunstancia reportaría, los de los Estados limítrofes, especialmente los de Arizona, Nevada y Oregón, lanzáronse al asalto material de la tierra de promisión en que aparecieron cantidades de importancia de metal aurífero y grandes cantidades también de pepitas doradas arrastradas por las aguas de los ríos y arroyos de la privilegiada región que desde Sacramento hasta las fronteras de Oregón y con un ancho de unos setenta kilómetros, aproximadamente, se extendía.
El nombre Walla Walla es el de unos indios que ocuparon el sudoeste del actual estado de Washington y hoy los supervivientes de esta raza de belicoso carácter están en la reserva de los indios Spokane, un poco al noroeste de la ciudad de este nombre.
La ciudad de Walla Walla es una población bonita y bien cuidada en la actualidad, con unos veinte mil habitantes, que vive una vida tranquila, sin recordar los dramas y las terribles luchas sostenidas de 1858 a 1862, parte de las cuales vamos a recoger en este relato.
El bullicio cesó de repente. Los que gritaban callaron; las conversaciones se suspendieron.
El silencio fue roto a los pocos segundos al aparecer en el escenario la «estrella» de turno. Los aplausos calurosos hacían sonreír a la dueña del local, que había sido bautizada años antes, muy lejos de allí, con el sobrenombre, que se hizo popular en la ruta, de Milady.
Nadie conocía con exactitud la historia de Milady. Su rostro no dejaba que los años marcaran su huella y resultaba difícil averiguar su edad.
Richard Dick monta un caballo que cabalga sin rumbo y a su antojo. Dos plomos le habían alcanzado, aunque había conseguido despistar a quienes le perseguían. Ahora vagaban, caballo y jinete, por el desierto. De pronto, amanece sin camisa a orillas de un río. Una dulce voz le habla. Es Verónica Landler, que vive en un rancho en el Valle de la Muerte. Es ahí donde se encuentra. Verónica tendrá que vérselas para esconder a Dick mientras se recupera, pues cree que su padre y quienes trabajan para él podrían matarlo.
El jinete se protegía del viento que, en realidad, era vapor. El calor era asfixiante. El caballo babeaba echando de menos el agua. —¡Debes aguantar...! —decía el jinete a su montura—. Ya estamos en Roxwell. Y, si quieres, podemos bañarnos en el río Hondo antes de entrar en el pueblo. Como es natural, el caballo siguió caminando. Pero el jinete le llevó hasta el río para que bebiera, pero conteniendo su ímpetu.
Todos los años, en el mes de setiembre, se celebra en Pendleton el «rodeo», que lleva a la pequeña ciudad, desde los más apartados lugares de la Unión, a infinidad de curiosos… Hoy se deslizan sobre rápidos automóviles y por unas pistas, cuyos cimientos están llenos de sangre, de aquellos pioneros decididos y valientes. Es posible que hayan sido los indios Umatillas los primeros que se adaptaron al colonizador llegado de lejos y con una diferencia de raza. La fama, como jinetes, de estos indios, ha hecho de Pendleton ciudad de atracción de turistas en la época del «rodeo» y hoy es un espectáculo por el que se cobra una buena entrada, habiéndose construido graderíos para los muchos millares de espectadores que acuden de toda la Unión.
Las emanaciones de las diversas lámparas de petróleo, el humo de las cachimbas y los cigarros y el polvo del piso al ser batido por docenas de pies en las contorsiones más extrañas, con pretensiones de bailar, formaban una atmósfera tan densa, tan cargada, que no era difícil desde el mostrador, conocer en los primeros momentos a la persona que entrase en el saloon.
—¿Qué le parecen a usted estas medidas de seguridad que van a tomarse, general? —Mi misión es cumplirlas así que me lo exija Washington, de mi opinión personal, prefiero no hacer comentarios… —Si continuamos reduciendo el territorio indio muy pronto sonarán tambores de guerra, general. Habíamos conseguido establecer una corriente de amistad con esas familias que en todo momento han sabido agradecer la ayuda que les hemos venido prestando, y que ahora, más que nunca, necesitan nuestro apoyo. —Entiendo su preocupación. No tema, coronel; esto es sin duda una broma de mal gusto. —Yo no creo que sea una broma, general —inquirió el dueño de la casa en la que se celebraba la reunión.
Los truenos, repetidos por las rocas inmensas y «cañones», acompañados por el sibilante caminar de un viento huracanado, coreaban la escena más patética que pueda concebir la imaginación humana. Unos ramalazos luminosos, casi constantes, hacían percibir con tétrica claridad a los protagonistas.
Rodeados por bloques de piedra basáltica, de oscura tonalidad, y brillando como acero a consecuencia del agua y de la iluminación de los relámpagos, encontrábase un grupo de personas que formaban el conjunto más extraño, bajo una especie de saliente que les protegía, en parte, del ataque desde arriba. Un hombre, empuñando violentamente el rifle que apoyaba sobre su costado, se movía en todas direcciones como fiera enjaulada dando órdenes sin cesar a otros cow-boys vestidos como él, cubiertas las cabezas con el sombrero de ancha ala tejana, abatida su arrogancia por los torrentes de agua que les hacían colgar de modo humillante a los costados de los rostros.
Jane Handrick desde la puerta de la casa principal, de las varias viviendas que servían de domicilio a los vaqueros del extenso rancho, contemplaba al jinete que avanzaba hacia ella. Desde las otras viviendas, a unas cuarenta yardas de la principal, unos «cow-boys» miraban al jinete con displicencia. Hacía demasiado calor para salir de la protección de unos porches que les libraba de un sol abrasador.
En Guernsey estableciose una estación del Pony Express y en ella estaban reunidos unos cuantos rancheros de las proximidades con el jinete encargado de la delicada misión de ir hasta Placerville, en California, llevando en el arzón objetos de valor o correspondencia urgente, a través de llanuras y praderas, cruzando ríos y cañones, remontando montañas, vigilado por infinitos peligros. —Yo os aseguro que todos los de esa caravana habían muerto por armas de fuego —decía el jinete del Pony Express—. No son los indios de antes, que atacaban con flechas y hachas. Disponen de buenas armas y es en puestos como éstos donde las consiguen a cambio de dinero o pieles.
Continuaron con dificultad y en silencio. El camino que seguían iba ascendiendo cada vez más. Los guías se detuvieron otra vez. Frente a ellos había una manada de lobos que se movían con su característica pereza que engañaba a quienes no conocían la astucia de estos animales. —Creo que nos estamos metiendo en dificultades que no vamos a superar —dijo la muchacha.
Los dos jinetes galopaban con rapidez, con toda la rapidez que permitían las fuertes extremidades de los dos caballos que les transportaban. No hablaban entre sí, tal vez porque tendrían que hacerlo a gritos, sin éxito posiblemente; pero más seguro habría de ser por la preocupación de aquel grupo de caballos que a dos millas escasas de ellos galopaban con igual ahínco, montados por hombres cuyos propósitos no podían ser más explícitos para los fugitivos.
Unos clientes interrumpieron la conversación de ambos. Joseph, el dueño del bar que llevaba su nombre, se acercó para atenderles. Les puso una botella sobre el mostrador y regresó al lado de Thomas Lindbergh, el hombre con quien antes hablaba. Sonrió el viejo minero al verle.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Llevaba sobre sus espaldas polvo de todos los caminos del Oeste. Estaba cansado de vagar en busca de un hombre, y ahora había llegado a un pueblo donde, por lo visto, sobraba su presencia. ¿Estaría allí el asesino que buscaba?..., ¿o tal vez le hubieran contundido con alguien reclamado por la Ley...?
El doctor no tenía más remedio que obedecer.
Pero al descansar el cuerpo sobre un estribo, se dejó caer al suelo, y desde allí, boca arriba, disparó a su vez.
Mat inclinó la cabeza primero. El brazo armado cayó cuan largo era para quedar inerte como el correspondiente a la mano que sostenía la brida.
Unos segundos más tarde, rodaba hasta el suelo, donde quedó con la cabeza en parte enterrada en la arena calcinada.
-Mejor será, forastero, que no te muevas. Te tengo encañonado. Levanta las manos.
El aludido movióse lentamente, después de obedecer en lo que a las manos se refería, y miró a quién le habló, diciendo:
—No es costumbre recibir así a los forasteros en el Oeste; voy de paso y no me preocupan esas diferencias que al parecer existen entre algunos ranchos de esta comarca.
—¡Cállate! Eres uno de los que asaltaron la diligencia la última semana; Lewis Cromwell te ha reconocido. Es la tercera vez que eso ha sucedido y siempre que llevaba dinero en abundancia. Alguien os informa de este movimiento de dinero. Posiblemente algún empleado de Michael habló más de lo debido. Sabremos quiénes son vuestros cómplices.
—¿Sabes lo que creo?
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
—Esos senderos son vitales para nuestro ganado, Zimmer… —Son los que utilizan los indios para transportar sus cosechas que tantos beneficios están proporcionando al usurero de Arnold… El viejo no está muy conforme con lo que le he dicho… No quiere que causemos molestias a los indios… —Si no contamos con su apoyo… Tienes que convencerle, Emil. —Piensa reunir a los indios en el almacén de Arnold, donde intentará convencerles del error que están cometiendo. —Si nos cierran esos senderos con alambre de espino impedirá moverse con libertad al ganado.
Recreábase contemplando la sombra que su cuerpo proyectaba sobre la minúscula y semidesértica vegetación, al tiempo que, echando hacia atrás el ancho sombrero tejano, miró el caballo que acababa, después de un supremo esfuerzo, de morir en el momento en que más lo necesitaba.
Una de las ciudades de las que más se ha escrito es, sin duda, Dodge City, la ciudad que no tuvo más ley que la que imponían aquellos hombres audaces después de varias semanas de una vida dura en lucha titánica con los elementos y con la tozudez del ganado. Dodge City no era el remanso para que hallaran la paz y descanso aquellos seres, sino el lugar en que las pasiones contenidas se desataran excitadas por unos alcoholes ínfimos y por otra serie de tentaciones.
Las mismas carcajadas que antes. El aludido se puso en pie de un salto. Su rostro indicaba que estaba muy enfadado y dejaron de reír en el acto. Pero la muchacha no se amilanó por su actitud. —¡Indica a éste dónde está la cuadra! ¡Parece que se ha decidido ir a ella!
Le pisó la mano sin compasión para evitar que aquel pistolero alcanzara el arma. Si conseguía empuñarla era hombre muerto, porque él estaba desarmado... y sabía que su enemigo no vacilaría en asesinar a sangre fría...
Con las bridas del caballo sobre el cuello, dejando que camine a su albedrío, el jinete, caída la cabeza sobre el pecho, tiene los ojos semicerrados contemplando el pueblo que se extiende a sus pies, hacia el que, por veredas de zigzagueante trazado, le conduce su montura.
El río Shoshone rodea, como en abrazo cariñoso, a Burley. Cerca de donde él pasa, los pastores de ovejas en grandes rebaños la contemplaban curiosos.
Daniel Compton y su hermana Patricia estaban sentados a la mesa, servidos por criados que parecían arrancados de una estampa del siglo XVIII. Compton Manor era una de las mansiones más elegantes de Nueva Orleáns. Daniel Compton era, además, el juez de la ciudad. Ella, la severidad personificada y la amante de todo lo recto y justo.
—¡Qué raro que Ben nos visite dos veces seguidas en tan poco tiempo! —comentó el sheriff, que se hallaba con unos amigos charlando en uno de los locales de diversión existentes en Dallas. —Se le habrán acabado las provisiones. —Lo que no comprendo es cómo un hombre tan joven pueda estar encerrado sin salir de ese grupo de montañas —observó otro. —Y no somos capaces de descubrir su escondite...
—Este barco, como todos, embarca las más heterogéneas personas y cada uno de los que viajamos somos un verdadero misterio para los demás. Decimos lo que nos parece o nos conviene y ocultamos lo que nos interesa. Unos vamos de verdad en busca de fortuna; otros huyendo de un pasado, indiferentes a lo que suceda después.
—¡Cállate, charlatán! Siempre que bebes un whisky nos colocas uno de tus discursos tan desagradables.
Llamábanse Susan y Norma.
No eran ya muy jóvenes, pero tampoco habían llegado a los treinta.
El poco reposo, la vida en ambientes faltos de oxígeno, viciados por las emanaciones petrolíferas del alumbrado masivo, hacía envejecer a estas mujeres con gran rapidez, y el abuso de los tintes y maquillajes arrugaba muy pronto la piel de sus rostros.
Los cuartos inmediatos se hallaban en el segundo piso de la casa, cuyo bajo estaba todo él dedicado a saloon.
—¡Es una locura! ¡La ruina de muchos pastos y de ganaderos que eran y debían ser respetados! ¡Esto que hacéis, es la mayor locura! —¡Fuera! ¡Fuera! —gritaban muchas voces. —¡Es vuestro triunfo, Harry Black! ¡La nueva ciudad de bares, saloons y garitos, ha vencido a la honradez y al trabajo! Pero ¿con qué votos? Con los que ha facilitado el alcohol expendido gratis. ¡Ya sabéis lo que hacéis, Harry Black! ¿Qué importa este anticipo? Sabes que os lo devolverán con creces todos los que han bebido ahora sin gastar nada. —¡Que se calle!
Apoyando las dos manos en el suelo y echándose el sombrero hacia atrás el vaquero miraba con expresión triste, de máximo desaliento, al caballo que acababa de morir, lanzándole en su caída a varias yardas de distancia.
El animal había resultado herido en la persecución, sin que el jinete se diera cuenta de ello, comprendiendo su error al suponer, como lo hizo horas antes, que no sabía manejar las armas aquel grupo de jinetes que le persiguieron por la llanura sin que pudiera explicarse la causa.
En la calle principal de Pecos, un jinete detuvo su montura al lado de un grupo de vaqueros y después de saludarles, dijo: —¡Gary!... ¿Dónde puedo encontrar a tu hermano? —Acabo de llegar del rancho — respondió el interrogado—. Pero supongo que estará en su oficina, míster Brecher. —En efecto — agregó otro de los reunidos—. Hace tan sólo unos minutos que he estado hablando con él. —¿Sucede algo que precise la intervención de mi hermano?
—¡Rossalyn! ¡Rossalyn! —¿Qué quieres, Timothy? Rossalyn está con las ovejas. —¡Ya debía estar en el campo con los rebaños! Si en un par de semanas no han engordado lo suficiente... Chevelah no nos comprará una sola cabeza. ¿Qué diablos está haciendo en los corrales? —Lo que tú y tu hijo debíais estar haciendo.
—¿Quién sirve aquí? —Espera un momento, forastero... En cuanto termine de hablar con estos amigos, te atenderé. El forastero, un muchacho cuya estatura llamaba la atención, miró de manera indiferente al barman. Hacíase difícil poder averiguar el color de sus ropas por la gran cantidad de polvo que llevaba encima. Acercóse al barman y dijo: —Has podido sacudirte el polvo antes de entrar...
Buck Coldwater, uno de los rancheros más estimados de los alrededores de Wichita, charlaba bajo el porche con su capataz. —¿Qué tal el nuevo vaquero, Earl? —preguntó Buck. —No acaba de gustarme —repuso el capataz. —Pues parece un buen cow-boy. —Puedo asegurarle que conoce el oficio mejor qué todos nosotros, pero no me agrada su manera de ser... —Sigue sin hablar, ¿verdad?
No había medio de entenderse en aquel barullo tan intenso como había en el barco, especialmente en la parte de popa.
Entre un mar revuelto de mercancías, los viajeros más heterogéneos deseosos de saber qué era lo que sucedía.
El barco iba perdiendo velocidad poco a poco, hasta que al fin se detuvo frente a un islote pequeño que había en el río.
La violentísima parada del tren, entre agudos chirridos metálicos, hizo que los viajeros fuesen lanzados Unos contra otros mirándose con ojos de asombro más que de molestia.
Una demanda o interrogación muda había en cada mirada y las ventanillas, abiertas febrilmente, encuadraron rostros Renos de curiosidad.
El tren caminaba junto al río Lodgepok y hacía poco tiempo que había salido de Kimball, la estación provisional que la Compañía propietaria del ferrocarril había instalado, al fin, después de una campaña en la que no faltaron las violencias.
Dodge City fue durante mucho tiempo la encrucijada de los caminos ganaderos que, ascendiendo desde el Sur, fueron buscando mercados a sus reses.
Fue de las ciudades más populosas y de las más difíciles de dominar, pues era Dodge City el lugar de expansión para los conductores de manadas que tenían a esta ciudad como la Meca de sus limitadas aspiraciones.
El capataz de Albert Ferris miró satisfecho a su patrón. Este montó a caballo y se alejó de la casa para reunirse con su hijo Lamont Ferris. Harvis marchó al pueblo. Antes de entrar en El Cimarrón, se acercó al taller del herrero. Henry Walton, que así se llamaba éste, estaba distraído colocando las herraduras en el caballo de uno de sus clientes.
Un hombre con las ropas olientes a oveja, entre los cow-boys de la pradera, suponía una nota tan discordante, que todos los que estaban en el bar, se retiraban asqueados del forastero, que sin preocuparse de los demás, bebía un doble whisky con verdadero placer.
Mujeres ataviadas con sedas, volantes y percales, ponían una nota de alegría en aquélla policromía, de colores y babel humana.
Cripple Creek se había transformado en un verdadero infierno con el descubrimiento del oro. Las autoridades se habían convertido en peones dóciles, movidos por los propietarios de saloons a su capricho. Habíase perdido el respeto a la ley y la única que se obedecía era la de los revólveres. Cada día aumentaba el número de víctimas y robos.
Había una verdadera multitud en cualquier parte que se mirara. Los encerraderos llenos de reses. Las calles, repletas de transeúntes. Las espuelas tintineaban al pisar en la madera de los cobertizos, a una yarda y media de altura sobre el nivel de la calle. Con esto se evitaba que en los días de lluvia no pudiera cruzarse de una casa a otra, quedándose aprisionado en el río de barro. Los bares y saloons, más numerosos de lo que podría imaginarse, también estaban llenos.
—¡Oye, muchacho! ¿Es que no sabes que esa joven es mi novia? —No sabía nada, pero, de todos modos, nada la he dicho. —¡Mira, Leo! —dijo ella—. Soy yo la que le he dicho que bailara conmigo. Así que déjale tranquilo. —¡Tienes que respetar a mi novia! ¡Tienes que hacerlo! Y si te ha dicho que bailara contigo, has debido responderla que no podías...
El avance decidido y aun osado de borderers y pioneers[[](../Text/notas.xhtml#nt1)1] a través de los terrenos más heterogéneos y en lucha con todas las dificultades, fue tendiendo sobre la desigual topografía líneas asimétricas de caminos y veredas que con el tiempo y por la necesidad demográfica en un aumento constante de población con la secuela de servicios para su atención, se fue transformando en caminos más amplios para la diligencia primero y en asiento de los raíles después en lentos y rápidos ferrocarriles.
Las características tormentas de todos los años hicieron su aparición dos semanas después.
Tanto Sherman como sus compañeros no tuvieron más remedio que permanecer en Chinook.
Convencido el sheriff de que no guardaban rencor a John, les entregó las armas.
Resultaron ser los mejores clientes del bar.
El paisaje había cambiado en las últimas diez horas. A la inmensa llanura habían seguido cadenas montañosas que impedían ver el horizonte, que antes era lejano. Los altos pastizales por los que corrían los búfalos en competencia con el tren, dieron paso a montañas que rozaban las ventanillas, limitando la visibilidad. Y si antes, el traqueteo endemoniado de los vagones hacía difícil el conciliar el sueño, tanta curva, en una y otra dirección, casi arrancaba a los viajeros de los asientos. La joven que había subido al vagón en Saint Louis bastantes horas antes, luchaba con el sueño, dormitando a ratos.
Sam miró preocupado a su amigo. Este iba atado al caballo que montaba para impedir que se cayera. Con ambos caballos de la brida, Sam caminó decidido hacia la casa que tenía enfrente. Un hombre de edad avanzada, con una espesa barba que cubría todo su rostro, apareció en la puerta.
Ninguno de los dos se habla quitado la ropa de cow-boy, y por ello eran contemplados con curiosidad. Lo que más llamaba la atención eran aquellos enormes "Colt” que colgaban a los lados de los muchachos. Ambos eran muy altos, aunque Steve un poco más. Ante un gran almacén se detuvieron.
Las calles de la ciudad estaban engalanadas con cadenetas de papel que iban de un lado a otro de las mismas.
A la puerta de los muchos saloons que había en la ciudad, las empleadas con misión de «sirenas», no dejaban de llamar la atención de los transeúntes, ensalzando las delicias del local de que hablaban.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
—En este concurso sólo pueden triunfar los del «Ciclón», es cierto que son camorristas, pero también lo es que son los mejores cow-boys de todo Nuevo México.
—Estáis demasiado encariñados con esos muchachos; no digo que no sean buenos cow-boys y hábiles jinetes, pero no son los únicos ni mucho menos. Han venido muchos forasteros, y recuerda lo que pasó el año último; también creíais que iban a triunfar en todo los del «Ciclón», y aquel muchacho desconocido fue derrotándoles en la mayoría de los ejercicios.
—Sí, y ya viste lo que sucedió. Murió en una pelea frente a los del «Ciclón».
—Yo no he creído nunca en esa pelea…
La diligencia se detuvo ante uno de los hoteles que había en la población, que se hallaba al lado de la Posta. Descendieron los viajeros que se quedaban allí, mientras que los que continuaban viaje permanecían en el vehículo. Hasta que el encargado les hizo saber que podían almorzar en el hotel mientras cambiaban los caballos y descansaban los conductores, quienes almorzarían en la misma Posta.
La fuerte ventisca hacía caminar a los vaqueros encogidos sobre sí e inclinados hacia delante. Habían desmontado ante las cuadras y llevaban los animales de la brida. Una vez dentro de la cuadra, se estiraron y, sacudiendo las ropas de la nieve adherida a ellas, desentumecieron los miembros ateridos de frío. Para ello, patearon repetidas veces y abrieron los brazos como si trataran de abrazar a alguien.
Joe Home llevaba demasiado tiempo de viaje. Había partido hacía más de cinco meses de Ucross, una pequeña ciudad al norte de Wyoming, donde desde muy pequeño se había juntado con los más adiestrados de oro de toda la Unión. Había pasado muchas calamidades y el preciado metal comenzaba a escasear, aparte de los frecuentes robos que sufrían por indeseables y forajidos llegados desde muy lejos. Durante muchos meses pudo escuchar que entre la frontera de Canadá y de la Unión, en una zona conocida como el territorio del Yukon, se estaban encontrando grandes cantidades de oro y, sin pensarlo, se puso en marcha.
En esta calle, que era océano de barro en los días de lluvia y de polvo, en los de sol, mediante los jinetes hasta la mitad de sus botas de montar y los mineros enterraban su calzado.
Circunstancia esta que hizo construir ante todas las casas unos tramos de escalera que las aislaba de aquella calle.
Frente por frente del Texas estaba el característico árbol que irónicamente era llamado de la Libertad y en el que solían poner a secar a aquellos ventajistas que, sorprendidos en sus trampas con los naipes no podían huir y a otra clase de ventajistas.
—Ahora comprendo por qué llevan tatuada una calavera los cow-boys de ese equipo. La vida en los escasos pastos de ese rancho está amenazada constantemente. Esos malditos crotálidos lo están invadiendo todo. Mientras que estos comentarios se hacían en el único saloon existente en el pueblo de Baker, Rebecca Lincoln, propietaria del rancho que se conocía también como el de la Calavera, observaba el trabajo de sus hombres en los límites de su propiedad que lindaba con el desierto del Mojave.
Las numerosas compañías mineras con asentamiento en Denver se disputaban cualquier terreno en las proximidades de las grandes minas. Eran muchos los desconocedores del terreno que pagaban con sus vidas sus atrevimientos, al ser sorprendidos por los frecuentes aludes de nieve en las montañas. Ron Harrelson, desde el interior de su refugio, observaba el movimiento de un jinete que, por desconocimiento sin duda, se adentraba en la zona considerada peligrosa.
Descender de una belleza casi rústica como el lago Tahoe, de cuya visión es difícil olvidarse, a una vegetación escasa, casi nula o calcinada por un sol implacable, fue el contraste que el jinete experimentó, teniendo que colocar el pañuelo debajo del sombrero para proteger mejor la cabeza del calor reinante.
La nieve impedía orientarse ni mirar hacia adelante.
Handy se cubría hasta los ojos con la «parka», llevando de la brida a la primera caballería. Las otras cuatro iban amarradas unas con otras.
Las cuatro de atrás transportaban unos fardos de pieles, producto de los meses que había estado encerrado en la montaña.
Handy había calculado, allá en lo alto de su refugio, cuando las empaquetaba, que debían valer unos seis mil dólares en total.
Había sido una de las mejores cacerías que realizó cazador alguno.
El joven achacaba esta suerte a los trabajos del ferrocarril que, desde su refugio, observó gracias a sus prismáticos de largo alcance.
Los ejemplares del Rocky News, periódico de Denver, eran arrebatados de las manos de los vendedores. En ellos se daba cuenta del resultado final de las elecciones para senadores en representación de Colorado en Washington. Los dos elegidos eran conocidos en la ciudad, pero uno de ellos más que el otro. Ambos ejercían de abogado antes de ser candidatos.
Las dos horas de descanso transcurrieron en seguida, poniéndose en pie, perezosamente, todos los conductores. Los gritos de éstos pusieron al ganado en movimiento, levantándose una gran nube de polvo que, a pesar de llevar los rostros cubiertos con pañuelos, se filtraba a través de los mismos, causando verdaderas molestias en las gargantas de aquellos hombres. Cary Killdeer galopaba muy distanciado de la manada, llegando varias horas antes a Abilene.
Besó el sheriff a su hija, respondiendo complacida a la caricia, y cuando la puerta se cerró, sentóse a su mesa ensimismándose en la corrección de los ejercicios.
Pero se detuvo en su labor, y cruzando las manos sobre la mesa, pensó en todo lo que su padre acababa de decir, y por su imaginación pasaron los recuerdos de los años transcurridos en Cincinnati, donde la vida era distinta. Ella había asegurado a sus amigas de allá que el Oeste era encantador, con sus personajes nobles, de leyenda…
—Escucha, hijo... No te he dicho nada hasta ahora porque creía sinceramente que habías de dejar, con el tiempo, de visitar al viejo Duke. —Pero ¿qué hay de malo en que le visite? —No es que yo crea que haya nada malo en ello, pero me ha dicho tu padre que te hablara de ello porque parece que se comenta en el pueblo y ello nos pone en una situación difícil pues acusan a Duke de ser una especie de cuatrero. No quiere tu padre que puedan mezclarnos a nosotros en esos jaleos.
Una cortina despolvo rojizo semiocultaba el poblado desde la alta montaña, que como un dogal la rodeaba.
Dos jinetes detuvieron sus cabalgaduras, y uno de ellos, echándose el sombrero hacia atrás, secóse la frente sudorosa con un sucio pañuelo, diciendo:
—Ése es Brawley. El pueblo minero de la frontera. Estoy rendido. Podríamos descansar.
—Hagamos el último esfuerzo. Debo comunicar a Nesta que llegaré sin novedad.
—Eso sería tanto como decir quién es.
—No. Yo puedo tener mujer y ser un aventuEsto sería raro.
La posta se hallaba llena, había viajeros con billete y otros que solicitaban una plaza para poder viajar con la mayor rapidez. Los encargados de la misma se veían acosados sin cesar. —Lo siento, señores. No hay billetes para todos. Han de comprender que una diligencia no es el tren. No cabe tanto personal —decía uno de los encargados de expender billetes. —¡Todos queremos llegar a tiempo a las fiestas! —exclamó uno de los que esperaban—. Han debido poner más diligencias estos días.
La factoría de York, que años antes era la única vivienda, era en realidad, en la época que nos ocupa, un pueblo pequeño aún, pero pueblo al fin. Cerca de los muelles, entre los bosques de abedules, abetos y pinos, muchas canoas, de corteza de abedul la mayoría, hablaban de otros tantos propietarios o familias. Por habérseles ocurrido a los que construyeron los almacenes de la factoría hacer paralelos los edificios, todas las siguientes construcciones siguieron la misma dirección, a uno y otro lado de la calle, por lo que resultaron tan rectas y tan iguales las edificaciones, que más parecían de juguete que de realidad.
Leo, que deseaba ver a la muchacha, necesitaba que Tab insistiera un poco. Tab preparó todos los objetos que conservaba para llevarlos con él o dejarlos en algún sitio escondidos. Mientras, Leo debía ir a Denver en la diligencia, si no quería llevar su caballo. Pero Leo prefería ir en su montura y así lo hizo, después de despedirse de Robinson y de las autoridades de Cripple Creek.
En Socorro, pequeña población de Nuevo México, situada a orillas del río Grande, un grupo de vaqueros charlaba, a la caída de la tarde, en el taller del herrero, de los asuntos ganaderos de la comarca, sin que llegaran a ponerse de acuerdo. —Considero una locura vender una sola res a esos compradores —decía uno de ellos—. Es preferible llevar el ganado a las ciudades ganaderas. —Vendiendo a esos compradores, aunque se pierda un poco por cabeza, nos evitamos la conducción, que suele salir excesivamente cara e incómoda. Personalmente, pienso que es preferible vender aquí...
El jinete recorrió con la mirada los alrededores boscosos El caballo, sabiamente dirigido, caminó lentamente entre los árboles y por encima de los matorrales de manzanilla seca, que seguían perfumando el ambiente a pesar de su extinta vida de duración tan limitada.
—¿Qué haces, Wilson? ¡Deja ahí esa botella! Wilson, que iba a retirar la botella del mostrador, replicó sonriendo con agrado: —Te aseguro que me interesa vender, pero no hasta el extremo de perjudicar a los amigos… ¡Y tú, Bruce, ya has bebido más de la cuenta! —No lo creas, Wilson, aún he de beber mucho más para conseguir mi propósito… Y al dejar de hablar, Bruce, el viejo herrero de Tucson, Arizona, apuró el contenido del vaso y volvió a llenarlo hasta el borde. Wilson, el propietario del modesto local, íntimo amigo de Bruce, le contemplaba sorprendidísima. Era la primera vez que le veía beber en exceso y, preocupado por ello, le preguntó: —¿Qué es lo que te ha sucedido para que quieras embriagarte?
El pequeño pueblo de Trinidad empezaba a animarse con motivo de sus fiestas anuales. Habíanse hecho tan famosas estas fiestas que ni el temor a los grupos de desalmados y famosos pistoleros que acudían a ellas, atraídos por los grandes premios que se ofrecían, era suficiente para evitar que los curiosos llenaran la población.
El comisario salió de la parte en que se hallaban los calabozos y dejó sola a la muchacha, que no por eso dejó de gritar sus insultos que se oían desde la calle.
La celda de Penélope no se abrió en dos días, nada más que para entrarle la comida. Y eso que se negó a comer.
Era comentario general en la ciudad la detención de Penélope, que era conocida de todos y a quien se estimaba, ya que era popular su honradez y carácter amable.
El herrero le contempló en silencio, echándose a reír una vez que el cliente amigo abandonó el taller. Movió la cabeza en sentido negativo y se entregó de nuevo al trabajo. Poco después percibía los característicos gritos de los conductores de la diligencia y se asomó a la puerta. El pequeño vehículo pasó en ese momento frente al taller, dejando tras sí una gran nube de polvo. Frente al Brazos, considerado como el mejor saloon de la ciudad, se detuvo, como siempre.
Nevada, mientras cabalgaba, no dejaba de pensar en Dolly, la hermosa joven que había conocido en su último servicio y de la cual se enamoró, así como correspondiendo ella a su amor. Cuando descendía por la montaña, tras la cual, como recostado y somnoliento, se encontraba Valle Jordán, Nevada era completamente distinto de cómo le habían conocido anteriormente. Sonriendo, pensaba que ni la propia Dolly le conocería si le viera en aquellos momentos. El rostro cubierto por una sucia y abandonada barba con mechones de pelo caídos sobre la frente; el sombrero, grasiento; los pantalones brillaban cuando la suciedad que los cubría era herida por los rayos del sol. Las botas de montar, en buen uso aún, estaban adornadas con unas espuelas de plata de enormes rodajas Un chaleco mugriento cubría los agujeros que el uso había hecho en la camisa de franela cuyo color primitivo era difícil adivinar.
Meredith echó a correr hacia la puerta de salida, pero los tres látigos le alcanzaron a la vez. Siguió caminando y, una vez en la calle, los látigos se ensañaron con él. Ninguno de los espectadores se movía de su sitio.
Selma despertó sobresaltada y asomóse a la ventana de su cuarto desde la que podía dominar, merced a la luna que iluminaba los valles, gran parte de los terrenos del rancho. Con la mano retiraba los bucles rebeldes que caían sobre su frente y miraba con atención hacia la lejanía.
—¡Pero, Ann! ¿Cuándo vas a dejar de comportarte como un muchacho? —¡Quiero que me respeten, padre! Basin lleva unos días molestándome con sus tonterías. —Tal vez te las diga con buenas intenciones... —¿Qué insinúas? —¡Oh...! Creo que... Tal vez tengas razón.
Bruno con los ojos muy abiertos contemplaba el cadáver del vaquero que iba a disparar sobre Chester. No salía de su asombro, cuando se sintió cogido por el pecho y sacado del mostrador por encima de éste. El resto, era una nube de inconsciencia arropada con una tanda de golpes que amenazaban con romperle el cuello. La cabeza iba de un lado a otro.
En las calles solitarias próximas al muelle de Seattle, no se oían en aquella hora avanzada de la noche otros ruidos que los cánticos lánguidos y apagados que acompañaban a un lejano acordeón sobre la cubierta de algún barco o bajo el techo oscuro de alguna taberna del dilatado puerto.
—Insisto en que no me agrada ese vaquero que admitió el patrón. No habla con nadie, no duerme en la nave, y cuando comemos, no levanta la vista del plato. Sólo se alegran sus ojos cada vez que la hija del patrón le dirige la palabra.
—Es un poco taciturno, pero eso no tiene importancia. Debe tener preocupaciones que desconocemos y por las que observa esa actitud que tanto te extraña.
—No es que me extrañe; es que me ofende esa manera de ser. Monta a caballo cuando terminamos las faenas y pasea durante horas por la pradera. Me gustaría poder asomarme al pasado de este muchacho, como me asomo a la cocina de Peter, aunque no le agrade a éste.
Allan disparó dos veces y ambos rodaron para no volver a levantarse, con la frente deshecha. Enterró los cadáveres para que no pudiesen ser vistos y decidió irse a descansar hasta el día siguiente. Estaba amaneciendo cuando despertó. Recogió todas sus cosas y dispuso el regreso al equipo. En el campamento preparaban todo para continuar la marcha de la conducción de la manada.
Curiosa novela en la que don Marcial se enfrenta nada menos que con uno de los héroes más legendarios del Oeste. Nos referimos a Wyatt Earp (1848-1929), el famoso marshal de Tombstone (Arizona). La novela se centra en varios episodios de la juventud de Earp, todos imaginarios, porque el autor coge de la auténtica vida del personaje escasamente algunos detalles. Nos encontramos con Wyatt trabajando de herrero con su padre Zachary en Kansas City (Missouri). El antiguo pistolero Noble Mac Meyers, también herrero actualmente, enseña a disparar a Wyatt hasta convertirle en el pistolero más rápido del Oeste y también le enseña todos los trucos para ganar con los naipes.
El jinete caminaba despacio, mirando detenidamente al suelo. Estuvo desorientado unos minutos. Y, al fin, encontró las huellas que buscaba. Las siguió durante unas yardas y, al fin, subió al caballo. El paso era ahora más rápido, pero no por ello dejaba de seguir mirando al suelo.
— ¡Hola, Garry! — Buenos días. ¿No ha venido Gyp aún? — preguntó el que entraba en el despacho. — No. Pero no creo que tarde mucho. — ¿Qué es lo que sucede para esta ampliación de capital que solicitan ustedes? — No van bien las cosas por Leadville, senador... Parece que las minas empiezan a agotarse y hace falta material más moderno, para aprovechar hasta el máximo y poner en explotación unas nuevas minas que nuestros técnicos han encontrado y adquirido por poco dinero.
Después de la guerra con los indios, en la que perdieron la vida lo mejor de los guerreros de ambas partes, las minas de las Colinas Negras incrementaron su explotación, convirtiendo esa zona en un verdadero infierno de pasiones.
La divisoria entre el territorio de Wyoming y el estado de Dakota del Sur era un hervidero de ambiciosos.
Se consumían ríos de alcohol y se gastaban libras y libras de plomo y pólvora.
—Estoy seguro de que los Rawlings ocultan todo el que les es posible para enviarlo a esos cerdos de confederados.
—No lo creas. Los Rawlings saben que hay muchas millas desde aquí al Mississippi. Una persona podría llegar sin llamar la atención, pero el oro que pueda llevar encima no pasaría de unas onzas, con lo que los confederados no se sentirían muy felices. Necesitan mucho dinero para seguir guerreando. Ni Francia ni Inglaterra les darán nada como no lo paguen bien.
Como resoplidos de monstruo, el vapor lanzó un largo y bronco silbido poco antes de que las anchas ruedas aspadas de los costados cesasen de azotar el agua y arrastrándose lentamente entre una babel de gritos, consiguió recostarse la nave contra el muelle de tosca madera.
Resultaba difícil poder entenderse entre tantos y variados tonos en los gritos de salutación. Los viajeros apoyados apretujándose en la borda de la cubierta superpuesta y los curiosos amontonados en el muelle producían un ruido ensordecedor.
—Ya llevo una temporada en estas montañas y te he dado muchas molestias. —No tienes que pensar en eso… —Es que quiero encontrar a ciertas personas… —Puedes hacerlo más adelante. Frank, que era el que hablaba de marchar, paseaba por el refugio que en lo más alto de la montaña tenía Leo Lasker, del que se había hecho muy amigo en la temporada que llevaban juntos.
Los dos jinetes se debatían en el torbellino de nieve sin muchas esperanzas de orientación. —No hemos debido alejamos tanto —protestó la joven. —Puede que no estemos tan lejos. Lo que pasa es que se ha puesto tan negro el horizonte y es tan espesa la nieve que cae, que resulta casi imposible saber en qué dirección está el fuerte. —No debe estar lejos la factoría de Porlock. Si pudiéramos llegar a ella, nos salvaríamos, porque estos caballos no pueden caminar con esta nieve cuyo espesor irá en aumento.
Los potros, siguiendo a sus madres, acosadas, levantaban una polvareda enorme. Y los jinetes que les acosaban se cubrían los rostros con pañuelos, que protegían sus bocas y narices. De vez en cuando se bajaban el pañuelo para respirar ampliamente, aunque con el peligro de inspirar grandes cantidades de polvo, que les hacía toser. A unas doscientas yardas dos jinetes contemplaban el acoso. Eran madre e hija y propietarias de la hacienda, como en esa parte de la Unión se seguía llamando a los ranchos. Propiedad bastante extensa que les permitía dedicar unos millares de acres a la cría de caballos y otra parte, mucho mayor, al ganado bovino.
Alan Sullivan, como se llamaba el alto vaquero que asustaba a Lawrence, y que había demostrado ser un habilidoso con el látigo y el cuchillo, estaba en el local pendiente de la puerta que comunicaba con el mostrador, ya que temía de Lawrence cualquier traición. Al ver a Wascomb, que miraba las mesas de juego, volvió la cabeza e hizo que miraba a su vez a los de la partida.
San Antonio era para los téjanos Santone a secas. Como San Francisco para los californianos era Frisco. El hecho de llamar San Antonio a esa ciudad indicaba que el que lo hacía no nació en Texas ni se crio allí. En la época de nuestro relato, cerca ya del siglo XX, la población había aumentado considerablemente. Se estaba terminando el ferrocarril que se conocía por el anagrama M.K.T. (Missouri-Kansas-Texas). Y por su trazado, que atravesaba las zonas ganaderas de Kansas y Texas, era denominado, antes de su inauguración, «El cornilargo», ya que recogía la mayor parte de las reses de una amplia zona de estos dos Estados eminentemente ganaderos.
Escenario: Un saloon como todos los que abundaran en el Oeste. Escena: La luz del día iba feneciendo. En una mesa del rincón más apartado de la entrada, un hombre manipulaba el naipe, completamente solo. La tranquilidad fue rota por un grupo de vaqueros que irrumpieron en el local.
Sentado sobre una roca, junto a la entrada de la cueva que le servia de dormitorio, Chinton observaba el caminar lento de la caravana que a muchos pies bajo él, avanzaba en dirección prohibida. No era el primer convoy que lo hacía. Se trataba de terrenos vedados a los blancos en virtud de ciertos tratados firmados con los indios; por ello, dudó si debía advertirles del peligro que suponía irritar a los pieles rojas. ¿Se reirían de él? Todos sabían que existían vastas zonas reservadas a los sioux, shoshones, crows y otras naciones indias. Y estas caravanas no procedían del Este. Venían de las nuevas ciudades creadas por el ferrocarril que unía el Este con el Oeste.
El viento barría, furioso, el patio del fuerte. La nieve formaba una espesa cortina blanca, que impedía ver a una sola yarda de distancia. El frío era intensísimo. El fuego que ardía en el hogar de la cantina, y la cantidad de seres que en ella se hallaban, daban una temperatura muy agradable a la estancia. Los que entraban, frotándose las manos, sentían arder sus mejillas a los pocos segundos.
Al apoyar la mano con la mayor suavidad en los cuartos traseros del animal, éste relinchó con fiereza y se lanzó contra Dayton, que, de no haber escapado a tiempo, hubiera tenido que lamentarlo. Sonriente, se separó del caballo y le habló cariñoso a distancia. Le dejó bien atado y, recogiendo la manta que llevaba sobre su montura, la extendió en el suelo y tumbóse boca arriba sobre ella.
Una verdadera multitud estaba en el muelle de Nueva Orleans para contemplar el nuevo barco que, equipado para saloon flotante, llegó a la ciudad precedido de una deslumbradora fama respecto a lujo y comodidades. Era mixto para pasaje y recreo.
Había pasado ya el mal humor por el resultado de la elección. Los amigos del abogado Killen estaban más tranquilos. Ya no había remedio. Habían perdido y de nada servían las protestas. No lo comprendían al principio porque estaban seguros de que sería Killen el nuevo gobernador. Y hasta el que cesaba estaba convencido de ello, porque lo que le hablaban indicaba que tenían ganada la elección. La mujer del que cesaba fue la que le dijo dos días antes de la votación...
El barco que acababa de atracar al muelle pertenecía a la misma. Fue saludado por varios empleados, anunciándose inmediatamente su visita en la Dirección. Tom Bristol entró sonriente en el elegante despacho.
El condenado pisó el rostro de Colfax, con instinto homicida. Los huesos del tabique nasal crujieron todos. Y un potente grito de dolor escapó del pecho de Colfax. Éste tuvo la suerte de que su grito fuera escuchado, y enviaron dos guardianes. Al ver lo que estaba ocurriendo, hicieron uso de las armas, afirmando, más tarde, que lo habían hecho en defensa propia.
—¿Cansado, Gay lord? —Hola, Roy. Bastante... Mis huesos ya están muy pesados para trabajar la tierra... ¿Sabes lo que estaba pensando? En cuando llegamos a Cheyenne... Hay que ver cómo ha cambiado todo. Hasta esta granja no parece la misma... —¡Quién pudiera volver a aquellos tiempos, Gaylord! Menos mal que tuvimos el acierto de quedamos con esta tierra... —Si me hubieras hecho caso a mí, hoy tendríamos uno de los mejores ranchos de la comarca.
El jinete dejó el caballo echando solamente la brida sobre la barra al efecto, pero sin atar y entró en el saloon. Dos vaqueros que estaban en la puerta y que se apartaron para que pudiera entrar, al pasar junto a ellos se miraron asombrados de la estatura, ya que los dos, para poder mirar el rostro del que entraba, tenían que levantar la cabeza como si trataran de mirar al cielo.
-¡Apartaos! ¡Tiempo tendréis de leerlo todos!
Éstos eran los gritos que el sheriff daba constantemente para que le permitieran colocar, como él deseaba, aquel gran cartel que había recibido momentos antes en la diligencia y que, como siempre había pasado, a las pocas horas de comentarlo en todos los saloons de la ciudad, nadie volvería a acordarse de ello.
Carteles como ése llegaban con frecuencia; siempre decían lo mismo. Sólo variaban en las características de los personajes, cuando se conocían bien, y en la cifra ofrecida como recompensa.
—¡Joe! ¡Una carta para ti! —¿Para mí? ¿Estás seguro? —El sobre dice: Joe Mindem. Viene reexpedida de Santone. —Entonces, no hay duda de que es para mí. Y Joe bajó del carretón al que estaba subido, y se frotaba las manos para limpiarlas un poco. —¡Trae!
—¡Silencio! ¡Su Excelencia, el gobernador de este Estado! Todos los reunidos se pusieron en pie. El gobernador saludó con una inclinación de cabeza. Al sentarse, le imitaron. Durante unos segundos, hubo un silencio absoluto. Antes de hablar, el gobernador recorrió con la mirada a los reunidos.
Frank se había extraviado una noche de tormenta y la casualidad y la fortuna le llevaron hasta el refugio de Leo, que le atendió con afecto en las primeras horas. La tormenta le obligó a pasar unas semanas en unión de Leo. Ninguno de los dos hablaron de su pasado y hasta tenían la impresión de que se mentían mutuamente hasta en lo que al nombre hacía referencia. Frank había dicho varias veces que podía llamarle Dallas.
Los hermanos Wood siguieron charlando animadamente.
Ellison, con habilidad, insistió en seguir hablando sobre Bob y sus muchas cualidades.
Audrey, para no discutir con el hermano, le escuchó, aunque sin que las palabras de Ellison la llegasen a impresionar.
—¡Doctor…! ¡Abra la puerta…! El viento huracanado arrastraba los copos de nieve obligando a taparse con gruesos chaquetones de piel. Los gritos de aquella mujer apenas podían oírse, apagados por el fuerte viento. Golpeó con fuerza la puerta. Hubo de hacerlo repetidas veces hasta que pudo ser oída. Una de las ventanas de la parte alta se abrió, apareciendo un hombre en ella. —¿Quién es? —preguntó.
—Ya nada tienes que aprender de mí, Dean. Has asimilado perfectamente mis lecciones y consejos. ¡Puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que me has superado en mucho...! Conoces todos los trucos y ventajas que pueden hacerse con las armas. Tu rapidez es única y tu seguridad escalofriante... Me asusta el pensar que he podido hacer de ti un peligroso pistolero. —Debes tranquilizarte, Pat... ¡Sólo dispararé sobre los asesinos de mis padres! —Así lo espero.
Los reunidos en el despacho del gobernador, conversaban entre ellos animadamente. No sabían cuál era la causa de haberles citado y cada uno daba su impresión. El que más hablaba era el senador por Wyoming en Washington, míster Hughes. También estaban allí míster Huston, jefe del Senado en Cheyenne. Rob Parrish, que capitaneaba la mayoría en el Congreso de Wyoming, y Mike Sayers, editor y periodista de la capital, con el Daily Mirror.
Tan pronto como el vapor se detuvo, paralizando las ruedas aspadas de los costados, con el cese del asmático jadeo de su motor, y lanzó al espacio el grito metálico de su triunfo en un silbido grave, los pasajeros, agolpados en la cubierta en que solían colocar el portalón de salida, miraron hacia el muelle, donde las mujeres del saloon de Virginia hacían señales de salutación.
La mayoría de los viajeros vestían traje de cowboy , y se leía en los ojos de todos la ambición que les consumía.
Miles City era la última escala que hacía el barco con su carga humana, y de aquí las diligencias, mientras podían rodar por la inmensa llanura, llevábanse a los codiciosos buscadores, que aún acudían, captados por la atracción magnética de la palabra «¡oro!», al condado de Madison, donde se hallaba emplazada la popularísima Virginia City.
—¿Por qué no pones en explotación esos bosques? Era el sueño de tu padre. A pesar de estar bien situado este puesto peletero, los cazadores que se arriesgan a descender tanto buscan el mercado de Portland, donde consiguen mejores precios. Yo, como experto cazador, así lo haría. Las buenas pieles...
—Lo discutiremos después de la próxima temporada, ¿te has informado de los precios?
—Aquí no han variado si es que tú no decides alterarlos.
—Los de Portland son los precios que me interesan conocer.
—Ya conoces toda la historia. Y te puedo asegurar que es un verdadero milagro el que continúe con vida. Cada vez estoy más convencida que no es obra de los indios todo esto.
—Es posible que tengas razón. Pero ahora hemos de pensar en huir. Me llamo Bill. Bill Candy.
—Carolyn. Lyn simplemente para los amigos. Se han llevado todos los caballos que dejaron por ahí. De haber tenido uno, habría intentado romper el cerco durante la noche.
—¿Sabes montar?
Se hablaba animadamente en la casa de Walker, saloon situado en la calle principal de Barstow, cuando apeáronse dos hombres de sus respectivas monturas, vestidos indistintamente de cowboy y minero, en una combinación tan extraña que hacía sonreír a la mayoría de los presentes y, empujando las dos hojas de vaivén de la puerta, entraron en el local.
Una vez dentro, miraron a un sitio y a otro, escudriñando los rostros de los asistentes con tal detenimiento y fijeza, que los observadores sentíanse violentos e inquietos.
—¿Qué te pasa, papá? ¡Hace irnos días que estás tan enfurecido…! Pero no debes dejar de comer. Ya he leído lo que dice Pinkerton… —Es un miserable. Le gusta ese sistema de periodismo que parece ser es la moda en el Este. ¿Cuántos atracos se han hecho a diligencias, al tren, a Bancos en el Oeste? ¡Centenares! Se llevaron más cantidad. Hubo más muertes… y ¡nunca!, se arma este escándalo. ¿Es que Green es un mal juez? —Debes tranquilizarte, papá. Sabes que no vas a conseguir nada.
Salía el capataz de Red Templeton de la vivienda principal del rancho cuando al fijarse en un vaquero que desmontaba a pocas yardas de él, le observó con detenimiento y curiosidad, diciendo: —Te hacía en el pueblo con los muchachos, Mike. —Y de allí vengo, Douglas… ¿Está el patrón en casa? —Sí —respondió Douglas—. ¿Quieres hablar con él? —Me envía el sheriff para pedirle que vaya al pueblo. —¿Sucede algo?
—¡Eh, Quimby! ¿Irás a visitar a mi madre? —Descuida. Pronto tendrás noticias de ella. Bland y yo nos encargaremos de visitar a vuestros familiares. —Os envidio a los dos. —Tú saldrás pronto. Te condenaron a seis años… —Dos años más, ¿te das cuenta de lo que supone estar dos años más aquí? —¿Con quién te crees que estás hablando? Veinte años llevamos Bland y yo en esta prisión. Veinte años es toda una vida. Los mejores años los hemos pasado encerrados.
— ¡Marga!—Estoy aquí, Nancy. ¡Pasa!Así lo hizo la joven que acababa de desmontar ante el almacén, propiedad de Margaret Crosby, muy estimada en la población, y gran amiga de Nancy.—Pasa, Nancy, pasa. ¡Estoy aquí colocando un poco estas mercaderías!—Ha empezado a enfriar. Y no me gusta ti aspecto de las nubes. Temo que se adelante la nieve. Viola dice que no han llegado los cazadores.—Querrás decir que no han marchado..., porque lo del invierno pasado es lo que han traído hace días. Y se vuelven a preparar las trampas. Si les sorprende la nieve lejos de sus cazaderos, perderían esta campaña.— ¡Es terrible la lucha que hay entre los que compran para Astor y los que lo hacen para la Norwest! Todos están temiendo un enfrentamiento frontal.—Parece que se van desplazando hacia Canadá.—Más vale que lo hagan así.
El bosque habíase llenado de ruidos en los últimos meses, empujando la caza hacia las crestas de las montañas, en huida desesperada por aquella perturbación de sus atávicas costumbres. Los grupos de leñadores pasaban las semanas derribando árboles, llegando a emplear con los troncos de ocho a diez metros de diámetro, cartuchos de dinamita que hacían caer con estrépito, y grandes destrozos en los árboles vecinos, a aquellos gigantes coníferos. Entre la espesa niebla que cubría el monte Hood, de 11.225 pies de altura, abríase paso con dificultad, frotando las manos entre sí, combatiendo el frío reinante en tal altitud, un joven cubierto con un traje de gamuza. Colgaba de su hombro derecho un 'Winchester” de repetición. La estatura de este joven armonizaba con la vegetación que le rodeaba. Esta se elevaba sobre los vecinos y él había de destacar al lado de otros, pues no todos alcanzaban los seis pies y medio, que no tendría menos el cazador.
—¿Qué os pasa? Estáis todos asustados. —¡Hola, Betty! ¿Es que no te has enterado? —Enterarme, ¿de qué? —Charlie ha detenido a uno de los vaqueros de míster McLaine. —¡Qué dices! ¿Por qué? —Se presentó en la oficina de Charlie y le insultó... Dicen que estaba borracho. —Ha hecho bien en detenerle.
Había una gran inquietud en la población. Iba a celebrarse al fin el juicio contra Jim Wall. El detenido, aconsejado por el periodista y editor del diario de la ciudad, había repudiado al defensor que le nombraron y que según el periodista estaba de acuerdo con los que le acusaban. El nombramiento de Robert Grey era una garantía de honradez y de preocupación leal por el defendido.
La nieve borraba los claroscuros del paisaje, ocultaba las rocas, cubría la vegetación y hería en las mejillas con la misma sensación que si de chispas incandescentes se tratara. El caminante solitario, que avanzaba con la dificultad que supone el desconocimiento del terreno, trataba Je cubrirse el rostro que, aun hecho a las inclemencias más agudas, acusaba la «caricia» del huracanado viento que hacía entrar, como agujas al rojo, las partículas cristalizadas de la nieve en la piel. Estaba desorientado. Completamente perdido.
La llamada ruta de Texas, abierta por un ganadero del sudoeste, llamado J. Chilshon, como solución al enorme problema del exceso de ganado que carecía de compradores, con los enormes problemas que esta situación creaba a los criadores de reses, fue testigo de inmensas aventuras, centenares de dramas y sede de los ladrones de ganado, quienes, convencidos de que era más negocio esperar a las manadas que iban en busca del ferrocarril tras varias semanas de calamidades y penosa marcha, asaltaban a éstas muchas veces disfrazados de indios, para que se culpara a esta raza de tales hechos.
-¡Ese muchacho va a ganar la silla y el rifle!
—¿Es que no hay nadie en este pueblo y en la comarca que lo evite? He ofrecido una silla al mejor vaquero, pero no para que se la lleve el primer forastero que se presentara…
—Las condiciones para ganarla se están cumpliendo. No es culpa del joven si no encuentra enemigos en los ejercicios vaqueros. Y lo curioso es que al llegar dijo que las dos cosas serían para él.
—¡Porque ésta no es tierra de hombres!
Volaba más que corría la diligencia por los llanos secos y duros de Nevada. Los viajeros no habían visto en varias jornadas ni un solo árbol. El suelo semidesértico hacía saltar a la diligencia con lamentos de hierro y madera a cada salto, y no pocos juramentos de los conductores y aun de algún viajero, aunque éstos se contenían por la presencia de unas damas. Sobre todo, una cuyo perfume y ropas hacían suponer que venía de un país completamente extraño al Oeste. Miraba entusiasmada por las ventanillas.
Era uno más de los millares y millares que había en todo el Oeste. A cualquiera que con los ojos vendados le llevaran a otra ciudad, y, al quitarle la venda, se encontrara en otro saloon, encontraría de diferencia, posiblemente, los rostros de los habituales y de los servidores tanto masculinos como femeninos. Hasta ese extremo parecían copiados unos de otros estos locales.
Forest pudo escapar mientras esperaban lo que iba a hacer el acusado. El capataz fue destrozado y siete de los jurados linchados. El juez consiguió escapar por una ventana que había tras la butaca en que estaba sentado. El sheriff fue golpeado por el acusado a quien el de la placa había golpeado y le decía que le iban a colgar. Le dejó por muerto y le arrancó la placa del pecho.
Walter se acercó a los animales. Todas las miradas se centraron en su rostro. Relincharon con potencia los caballos al acercarse a ellos. Pronto se dio cuenta Walter de la calidad de los animales. Era cierto, pensó, se hallaba ante los mejores ejemplares que había visto en su vida.
Con el ala del sombrero muy inclinada hacia adelante, el jinete sorteaba las ráfagas de viento y lo remolinos de nieve. Tenía la cara ardiendo como si estuviera al lado de un fuego intenso. No tenía la menor idea del rumbo a seguir. Estaba desorientado por completo.
Abby Norton desmontó a la puerta del Texas, nombre que acababa de leer en el rótulo del local. Este saloon era uno más de los muchos que existían en Dodge City. Descendía de su montura cuando tuvo que refugiarse tras la noble bestia y, empuñando sus armas a una velocidad extraordinaria, observó a los jinetes que disparaban sus armas y que debieron salir del saloon Texas, no teniendo más remedio que sonreír al darse cuenta que los disparos eran dirigidos al aire.
—Debéis tener paciencia. No se termina la bebida. Habrá para todos. —Hace más de una hora que estoy aquí, y no me han servido aún. —Es lo que sucede con otros. Cuanto más ruido hagáis, más difícil resultará servir. —Pero si estáis sirviendo a los que han llegado mucho más tarde. Precisamente por no gritar es por lo que me sucede esto. Si hubiera gritado como otros, ya habría bebido. —Bueno. Ahora serás el primero.
—Hola, sheriff. ¿Desea algo de mi almacén? —Sí. Tocino. —¿Es que no ha leído el cartel que hay a la entrada? —¡Por eso mismo te he pedido tocino, Raymond! He venido a comunicarte que el “Quebec” acaba de atracar... —¡No te enfades, Irving!... En ese barco me envían unos cuantos sacos de tocino salado y podré servirte todo el que quieras... —¡Si no fuera porque eres mi mejor amigo!...
—¡Hola, Green! —saludó el barman al vaquero que acababa de entrar en el saloon. —Dame un whisky doble con mucha soda —pidió en forma de saludo el llamado Green—. ¡Estoy sediento! El hombre del bar, poniendo ante el cliente la bebida solicitada, dijo: —No debe extrañarte. Empieza a hacer un calor insoportable. —¡Ya lo creo!...
Las fiestas vaqueras en Las Vegas, centro de embarque del ganado de esa zona, se habían ido haciendo famosas a causa de la importancia que cada año tenían los premios por cada ejercicio. De una taberna, más bien mejicana con ambiente de este tipo, se pasó a una docena de locales, que eran como la mayoría de los de este otro tipo en el Oeste. A los dueños de estos locales les convenía, claro está, la importancia que se daba a las fiestas vaqueras.
La furia de los elementos estaba de acuerdo con la de los hombres que peleaban bajo el torrente de agua y el viento huracanado. Los relámpagos y los disparos iluminaban la escena. Era un tiroteo feroz. Y si se preguntara uno por uno, a los contendientes, el motivo de haber emprendido la lucha, no habría uno solo que pudiera decirlo. Solamente el hecho de pertenecer a ranchos distintos no era, en realidad, razón suficiente para ese encono y el afán de matarse mutuamente.
En Cheyenne, la capital del estado de Wyoming, se está juzgando al joven Harry Champion por el asesinato de Bassett, un agente especial del gobierno americano. El juicio parece un tanto dudoso, porque el abogado defensor Henry Wade no demuestra interés por absolver a su cliente y éste permanece callado durante el juicio. John Cathcart, otro abogado amigo del defensor, se dedica a intoxicar a la población en contra de Harry. Ello provoca que sea detenido y encarcelado en la misma cárcel que Harry. En la cárcel Harry golpea a Cathcart y provoca que el abogado Wade le amenace de muerte. Ante esto, Wade es destituido como abogado de Harry y sustituido por Jimmy, un periodista y abogado que está en Cheyenne para informar del juicio.
Jimmy consigue que Harry sea absuelto al haber desaparecido el principal testigo del juicio, un tal Blackie, cowboy que trabajaba en el rancho de Mr. Jordan, uno de los magnates de la ciudad y amigo de Wade y Cathcart.
Harry y Jimmy están decididos a averiguar qué se oculta tras la muerte del agente especial Bassett. Ambos visitan el Wyoming, un club de caballeros perteneciente a Jordan y descubren que en realidad es un casino de juego ilegal. Harry intenta provocar a Jordan haciendo saltar la banca en la ruleta.
Llegan a Cheyenne dos hombres de negocios de Saint Louis llamados Vine y Redding y que son amigos de Jordan. Parece que su intención es montar unos grandes almacenes en la ciudad. Harry y Jimmy desconfían de sus intenciones. Así se lo hacen saber una noche en el club Wyoming. Ha habido rumores de que se estaban vendiendo grandes cantidades de rifles Winchester 73 a los indios para organizar una próxima revuelta. Harry y Jimmy creen que los convoys de carretas de Vine y Redding sirven para traer los rifles. Los dos jóvenes son golpeados y dejados inconscientes, mientras Vine y Redding se esconden en el rancho de un tal Prather.
Harry y Jimmy, en compañía de los federales, acuden al rancho de Prather para buscar a los dos comerciantes. Se entera de que han huido, pero al mismo tiempo descubren una gran cantidad de rifles escondidos. Se procede a detener a toda la gente del rancho y a una ejecución masiva.
Al enterarse de esto, todos los magnates de la ciudad implicados en el tráfico de armas y el juego ilegal huyen a Saint Louis. Harry y Jimmy acuden a la oficina del gobernador para informar de todo esto. Pronto descubren que el secretario del gobernador es un espía del senador Sawyer, jefe máximo de la banda de traficantes. Harry en realidad no es un cowboy, sino el mayor Baxton de la caballería de los Estados Unidos en misión secreta para investigar todo el asunto. Se descubre que Bassett fue asesinado en el local de Jordan. Al final son detenidos todos los culpables, a pesar de que no puede impedirse el estallido de la revuelta india.
—Nos están acorralando, coronel. Tienen varias pistas nuestras. Podemos tenderles una trampa... —Hay que evitar, siempre que sea posible, el encuentro con ellos. No quiero disparos. Lo que no consigamos por la astucia, no podremos alcanzar con la fuerza. Estamos a muchas millas de los frentes de batalla. Y hemos de llegar hasta el condado de Madison. Allí nos esperan y hemos de transportar mucho oro, que tan necesario nos es. Hacer la guerra aquí, un puñado de hombres, sería una estupidez. Si los soldados nos descubren, somos voluntarios que vamos a incorporarnos al primer puesto militar que encontremos. ¿Entendido?
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
—¡Vamos…! ¡Vamos…! ¡Es la hora de los clientes…! Debéis estar todas en el salón —y la que hablaba daba palmadas de apremio para que las jóvenes se prepararan rápidamente a fin de animar con su presencia el local más concurrido de Dallas.
Se decía que era el negocio más limpio de todo Texas. Y se aseguraba que producía tanto como un buen pozo de petróleo.
Se movían en él una veintena de muchachas. Y todas guapas.
El éxito de ese local estribaba en ellas.
Local que estaba valorado en varias decenas de millares de dólares.
—¡No me gusta que tu hija esté montando los caballos que tiene seleccionados Cyril para ir a Santa Fe! Dice Cyril que les está viciando y que no se podrá ganar en esas carreras. —Tampoco me agrada a mí esta actitud que adoptas con Mildred. Es natural que ella se disgustara de ver a otra mujer en el sitio de su madre. Y tú has debido ganar su afecto. —¡Ganar su afecto...! No hace más que todo lo que me desagrada. Si sube a esos caballos es porque sabe que no quería que los montara nadie que no fueran los jinetes que han de hacerles correr. Pero es una caprichosa, mimada. Cree que por el hecho de haber estado estudiando, hemos de servirle de criadas todas las demás mujeres.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
El viento era fuerte y la lluvia muy espesa. Los dos jinetes desmontaron ante la vivienda. Y ésta, parecía más inmensa a la luz de los relámpagos que se sucedían con frecuencia. Los animales se movían inquietos, asustados por el relumbrar de los relámpagos y el ruido de los truenos. Relincharon asustados y la puerta de la casa se abrió.
—Nada de hablar... Lo que quiero es ver el dinero que cada uno apostáis. —¿Están de acuerdo tu padre y tu hermano? —¿Quién es el jinete? ¿Yo? Pues será frente a quién hayas de enfrentarte. Y si no te atreves a jugar nada, guarda silencio por lo menos. —Escucha, Mina... Son muchas las tonterías que cometes a diario, pero esta es la mayor... ¿Crees de veras que se puede recorrer con el caballo a galope, sin silla, tres millas y que no se caiga el vaso lleno de whisky de la bandeja?
Era un espectáculo impresionante el paisaje que desde el barco se veía en su lento navegar por las aguas parduscas del río. El clima ayudaba a la contemplación y a huir de los sollados, donde la mayoría se apiñaba para jugar o ver cómo jugaban otros. Los salones decorados con gusto y lujo, también estaban concurridos. En éstos, la bebida y el baile era lo más apetecido.
—¿Por qué ha armado tanto ruido la prensa con este juicio? ¿No se trata de un grupo vulgar de asesinos y atracadores? —No han detenido al jefe. Es lo que tratan de averiguar, pues se dice que es una personalidad de aquí… —¿De qué se les acusa? —No lo sé concretamente…, pero ha de ser de cometer atracos. —Me gustaría ver un juicio. No he visto ninguno. —Hablaré con mi padre.
Era el día 30 de marzo del año 1870.
En la ciudad de San Antonio, de Texas, como en la mayor parte de las poblaciones del Estado, había algazara y bullicio.
Después de la separación de la Unión, en la guerra que duró cuatro años, a partir de 1861, por formar parte Texas de los Estados del Sur que lucharon frente al Norte, habían acordado volver al seno de la Unión.
Y en esa fecha entraba oficialmente de nuevo en la gran familia.
Pero no para todos los téjanos era día de alegría un hecho como éste.
En el enorme fragor de la batalla, el Mayor Lewis admiraba el inmenso valor de que estaba dando pruebas uno de los jinetes enemigos. Minutos más tarde, tuvo que desmontar por haber sido herido su caballo, precisamente por ese admirado jinete. Y se acercó para atender, si era posible, al valiente que estaba caído boca arriba y con los brazos en cruz. Lamentaba que un hombre tan joven, y sobre todo tan valiente, hubiera muerto en la encarnizada batalla que tocaba a su fin con la retirada del enemigo. Llamó a dos de sus soldados, para que, en honor a la valentía admirada, se enterrase al magnífico jinete y luchador.
Los mineros y cow-boys ya estaban acostumbrados a estos gritos y los incrementaban con sus comentarios más o menos cáusticos. Los locales se hallaban llenos de todos modos: con mujeres-reclamo y sin ellas. Los hombres vestían de variadas formas y las mujeres lo mismo. Sin embargo, en ellas abundaba la seda y los colores chillones.
—¡Dor! No marches. ¡Quiero hablar contigo! Puedes seguir bebiendo. Estás invitado. —Gracias, Mona. No bebo más. —¿Es posible? —exclamó el barman—. Es de suponer que no hablas en serio. —Te equivocas. Lo estoy haciendo así. ¡No bebo más! Un vasito al día, y ya está bien. —¿Al día? ¡No es posible!
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
En pocos minutos fue trasladado el moribundo hasta un lugar que estaba a una milla de distancia y que por esos caprichos de la naturaleza era de lo más extraño que pueda imaginarse.
Una especie de galería se abría suavemente en el desierto de muchas yardas de longitud para al final, en una temperatura agradable, encontrar varias galerías más que daban salida por distintos sitios otra vez al desierto.
Dentro y en virtud de la profundidad, había agua en abundancia.
—¡Eh! ¿Qué buscas aquí, muchacha?
—No busco nada. Es que me he extraviado. Quiero ir a la casa de Jessie.
—Por ese camino —indicó el vaquero.
—Estamos en el rancho de ella, ¿verdad?
—No. Este rancho pertenece a Ike Asherton.
—¿Es posible…? Pero si las reses que he visto tienen los hierros de Jessie.
Una patrulla del ejército, a las órdenes del capitán Cowler, se detuvo a la puerta del local de Hull, en el pequeño pueblo fronterizo de Bisbee. Los vaqueros les contemplaban con curiosidad, al igual que los mineros de aquella zona. Para todos los vecinos de Bisbee era una tranquilidad saber que los militares estaban por las cercanías.
—Permítame ser yo mismo quien informe al juez Kramer. El informe recibido en Washington sobre este hombre nos permite poder hablarle con claridad. Vamos a hablarle de su hijo, juez Kramer. Sabemos que ejerce de médico en Pecos y es precisamente allí donde ha desaparecido uno de los mejores agentes del Gobierno. Las últimas noticias que recibimos indicaban que había sido malherido. Hemos pensado que su hijo pueda darnos alguna información importante. Hace varias semanas que no sabemos nada del hombre que nos comunicó la noticia. Esto nos hace sospechar que le hayan matado.
Las carreteras, los caminos, a través de las praderas o de las montañas, en todos los vehículos existentes, a caballo o a pie, la avalancha humana en movimiento de reflujo, al ser rechazada por la decepción californiana en virtud del agotamiento de placeres y vetas, o por estar ocupadas desde antes las zonas que aún permitían el alumbramiento de algunas onzas del aurífero metal, se desplazaba hacia la región central y montañosa del Colorado, donde los yacimientos de Cripple Creek actuaban de atracción para los ambiciosos con todo su acompañamiento.
—¿Qué ocurre con ese caballo, míster Norton? —Hola, sheriff. Varios de mis hombres se han quedado en las montañas para darle caza. —Por los comentarios que acabo de oír en el Arizona no creo que lo consigan... Son varios los cazadores que le han seguido y ninguno ha conseguido acercarse a ese caballo. —Si Tom se lo propone, lo conseguirá... Ya conoce a Tom, sheriff. —No dudo que Tom es el mejor cazador de caballos de toda la comarca, pero conozco a dos viejos cazadores que han pasado la mayor parte de su vida en las montañas y afirman que será muy difícil cacen a «Black».
—¡ ¡John! ! ¡No sé cómo decirte que no quiero esas exhibiciones en mi casa! Puedes hacerlas en la plaza. Nadie duda que eres un buen pistolero, pero sí sigues disparando aquí, tendrás que pagar todo lo que rompas, incluidos el techo y la pared. —¿Qué te ha parecido, Jessica...? —replicó el aludido, riendo a carcajadas—. ¿Has visto alguna vez que alguien, aparte de este que tienes frente a ti, hiciera algo parecido? —Lo que me parece es que tendrás que pagar seis dólares de roturas, aparte la bebida. —No está bien que te enfades conmigo —continuó el vaquero que movía el abdomen de una manera aparatosa al reir—. Estoy acreditando tu casa. En ella se ve lo que nadie ha visto hacer con el «Colt».
Minutos más tarde Hope sonreía complacido al comprobar que la caravana seguía en el lugar en que habían acampado el día anterior, lo que le evitaba la necesidad de cabalgar tras la caravana. John Durea, sentado alrededor de una pequeña hoguera en reunión con unos amigos, con quienes conversaba, miraron hacia el jinete que se aproximaba a su campamento, con enorme curiosidad.
Encontraron una especie de camino, formado por las rodadas de carros y lo siguieron con decisión. Media hora más tarde, entraban en una población. En el centro de la plaza, había un saloon.
En las faldas de las montañas, no muy lejos del río Columbia, rodeada por hermosos pastos y bosques de artemisas, se alza la casa, de sencilla construcción y elegante línea, con espléndidos córrales unidos a la parte sur, que es vivienda en el rancho de Henney y que por el distintivo en los hierros aplicados a sus reses, se le conoce por el rancho «Doble W».
Los vaqueros sabían lo que pasaba entre las dos mujeres y los que llevaban mucho tiempo en el rancho y sabían cómo quería Laura a su madre, esperaban que reaccionara como lo hacía. Prescott había tenido muchas veces en sus rodillas a la pequeña Laura, y la quería como si se tratara de su propia hija. Era vaquero ya con los padres de la madre y conoció a Paul de compañero suyo. Esto le daba autoridad ante Paul y era el refugio de Laura.
Se acerca el vencimiento de la deuda de Clay con Jasper Fulton. Éste pide una prórroga, se la conceden pero lo que no sabe Clay es que la condición es la mano de su hija. A la vez llega a su rancho un amigo del capataz... Los misterios y las aventuras se suceden día tras día.
Y los tres entraron en la iglesia. Los que ya estaban dentro miraron de reojo a los tres jóvenes. Leila fue directamente hasta el sitio que ocupaba todos los días a la misma hora. Hizo señas a los otros dos para que la acompañaran. Como estaba en la parte delantera de la dedicada a los feligreses, la presencia de Slim provocó comentarios en voz baja.
Matt Atkinson, acompañado por su hermana Ruth, entro en el despacho que tenía en la parte del inmenso rancho, destinada a los caballos de carrera. Bert, el preparador, se puso en pie al entrar los dos. —Veamos, Bert… ¿Conserva los datos de «Star» y «Blackie»? —Desde luego. Conservo el dossier de los dos desde que nacieron. —¿Quiere buscarlos y me los entrega mañana? —Los tendrá preparados. ¿Es que se sabe algo de ellos?
A pocas millas de Dodge City, tres jinetes descienden de sus caballos, a los que cubren con unas mantas secando el copioso sudor que pone un brillo metálico en la piel. Extenuados, déjanse caer al suelo, recibiendo la caricia de la verde hierba protegida del sol por un grupo de sicómoros y pinabetes. El más joven de ellos, antes de echarse, tiende su mirada hacia el horizonte que queda a sus espaldas.
Un supuesto ladrón de pieles es asesinado y, para que cunda el ejemplo, cuelgan su cadáver a la puerta del saloon… un forastero siente curiosidad por el cadáver… su caballo patea hasta la muerte a varios cuatreros que quieren robarlo… el forastero viene para quedarse…
—¡Adams, he encontrado esto en tu habitación! Y le entregaba el cinturón con el «Colt». —¡Ah, sí! No me lo he puesto. —Sabes que es necesario. —¿Para qué? Estamos en el rancho. ¿Es que supones que existe algún peligro?
Mary se puso a hacer la comida, mientras que el esposo y los hijos se pusieron a jugar al póquer.
De este modo hacían tiempo para la hora de la comida.
No volvieron a hablar de lo mismo, aunque Tony no dejaba de pensar en ello y había tomado la decisión de hablar a James en una forma que le haría cambiar por completo.
En Santone, otra noticia hizo que se relegara a segundo término el asunto de Bob, que en realidad sólo interesaba a los rurales. Había llegado una carta de Dakota del Norte, en la que se comunicaba que los hermanos Ames y Monty estaban en un hospital de allí. La carta iba dirigida a un vaquero que dejaron en el rancho. Y que estaba cuidando de un establo por haber sido despedido por Hank al hacerse cargo de su propiedad. Decían en la carta que ya le dirían la razón de haber tardado tanto en escribir. El viejo vaquero a quien había ido dirigida la carta, saltaba de alegría y lloraba con la noticia.
El tren se iba deteniendo lentamente. Los curiosos, que abundaban en la estación, contemplaban al monstruo de hierro con la mayor indiferencia. Los vaqueros habían pasado segundos antes que el tren por las vías. Varias pitadas, a modo de saludo, enviaba el maquinista, haciendo salir a la puerta del bar a las muchachas que trabajaban en él, a unas cien yardas de la estación.
En el pequeño pueblo formado junto al lugar en que el río Paria une su modesto caudal al mítico Colorado, y que tomó el nombre de uno de aquellos hombres que, encontrando oro en sus arenas decidieron estacionarse allí, llamado Lees Ferry, hacía bastante tiempo que nada había turbado su tranquilidad desde que las pepitas dejaron de aparecer en las arenas del río Paria y en las orillas suaves tan poco frecuentes en esa parte del Colorado.
Los gritos de los jinetes eran impelidos por el fuerte huracán y apagados por la furia de la lluvia al caer sobre la inmensa laguna en que estaba convertida la pradera.
El ganado, atemorizado por los constantes relámpagos y el tronar estruendoso de los elementos, no caminaba en ninguna dirección. La luz brillantísima de los relámpagos, refractados por la lluvia sobre el duro suelo, hería su vista y hacíales mugir sin descanso.
Los vaqueros descendían de los caballos y con movimientos constantes de brazos, gritaban al ganado, que iba agrupándose de modo instintivo, como para protegerse, con el mutuo calor de los cuerpos, de tan bajísima temperatura.
La gritería de los vaqueros aumentó en intensidad.
El sol empezaba a asomar por encima de las lejanas montañas. En la gran casona, de fábrica antigua, reinaba la quietud que en esos momentos comenzó a romperse. Frente a ella, un pozo alto y ancho brocal, sobre el que pendía la garrucha, en cuyos giros, lastimando los oídos con su chirriante protesta, anunciaba al valle en silencio, a los habitantes de la casona, que habían iniciado la actividad del nuevo día.
El coronel Whilney paseaba, solitario, ante la puerta de su despacho-domicilio.
Estaba preocupado desde días atrás.
Eran muchos más los prisioneros que le habían enviado que la dotación del fuerte.
En cualquier momento podían adueñarse de la situación, si se lo propusieran. Pero, por fortuna, se desahogaban cantando sus himnos o canciones sudeñas.
En la ciudad había varios bares. En uno de éstos estaban los dos vaqueros hablando con Karl Mulden, un ganadero de las cercanías.
Karl salió del bar para visitar al director del Banco, con el que habló animadamente unos minutos.
El director quedó preocupado en su despacho.
Más tarde llegó Sam Leavit, otro ganadero.
Los dos visitaron el bar.
—No quiero que vayas en busca de médico, que no hay por aquí... Esto no será nada. Ya he estado otras veces así y no pasó lo que estás temiendo ahora. —He de ir por un médico, padre. No puedes estar así. Son muchos días ya y no mejoras. —Te digo que no será nada. No debes moverte de aquí. Ya están las nieves a la puerta. No sabrías regresar, suponiendo que llegaras a alguna parte. Los indios están incomodados por la construcción de fuertes. No debes salir de aquí.
Linda Kooskia detuvo el caballo y contempló el espectáculo que se presentaba a su vista, desde la altura en que se hallaba.
Docenas de cabañas bordeaban el río que, meses antes, estaba solitario y en el que podía bañarse sin testigos en la época del calor.
El puesto peletero o factoría de Dodson, en la orilla izquierda del río Milk, se sostenía a pesar de que los ranchos y las granjas iban avanzando en un terreno que poco antes parecía exclusivo de los animales y de algún osado cazador que vivía en las montañas que rodeaban a la factoría.
La colonización del Oeste se debe en gran parte a la lucha encarnizada que sostuvieron dos potentes compañías peleteras. La de la Bahía de Hudson, en Canadá, y la de la compañía del Noroeste de Pieles.
La primera envió a sus cazadores franco-canadienses, sin limitación de espacio, en busca de las pieles que cada vez eran más cotizadas en los mercados mundiales.
A pesar de los muchos locales de diversión existentes en El Paso, dos de ellos eran los que se veían más concurridos, tratándose de los dos locales más amplios y lujosos. Uno de ellos, bautizado con el nombre de Fronterizo, pertenecía a Rex Picwick, hombre muy temido y respetado en la ciudad. El otro se denominaba Alegría y era propiedad de la mujer más bonita de El Paso, Violeta Tower. La mujer más deseada por todos los habitantes masculinos del pueblo fronterizo, y no conseguida por nadie.
Nevada formaba parte de Utah, bajo el nombre de Condado de Carson, pero la gran afluencia de californianos, cuando la aparición de oro y plata en 1858, modificó las circunstancias, levantando la obligación de acatar las leyes de Brigham Young.
El 31 de octubre de 1864, Nevada fue admitida como Estado de la Unión, trazándose la divisoria entre Utah y él por una línea que se delimitó con toda clase de datos y que colocó a Wendover en el centro de esta divisoria, hasta el extremo que el bar de Persimons tenía en el centro del salón una línea blanca trazada en el suelo con dos mostradores en que despachaban whisky y ron en ambos Estados.
Laura se sorprendió al subir a la diligencia. Los viajeros no eran los mismos.
Basil y otras tres personas habían sustituido a las que llegaron de San José.
También iban dos mujeres. Pero más jóvenes que las anteriores.
Una de ellas hablaba con fluidez y alegría.
Era famosa en todo el Oeste la zona residencial de San Francisco.
Se extendía ésta en la costa y en la parte norte de la ciudad.
Las familias más acaudaladas habían mandado levantar residencias suntuosas.
Los enriquecidos con el oro, los transportes, ferrocarriles, ganadería y comercio exterior tenían allí verdaderos palacios. Construcciones que se llamarían con el tiempo de estilo colonial, rodeadas de parterres y jardines de bellos dibujos geométricos.
La residencia más suntuosa entre tantas, y lo eran mucho, era sin duda la del viejo aventurero Newman.
La joven le sonreía y, sin decir nada, al ver que desaparecía con el cobarde que la amenazara, nadó hacia el lugar en que estaba su ropa.
Sin explicarse la razón, tenía confianza en ese gigantesco muchacho que había castigado a míster Kane.
Estaba completamente segura de que no sería observada.
Al acercarse a la orilla y salir del agua, sentía los lamentos de míster Kane, afirmando que era una broma.
Para Virginia Neile, hija de Geo Neile, la conducción del ganado desde el río Pecos hasta Dodge City estaba resultando de una monotonía abrumadora. Había oído decir en el rancho, a cada viaje del equipo al ferrocarril, las leyendas más asombrosas de cuatreros y de gun-men, haciendo con ello que en su espíritu aventurero naciera la idea de ir acompañando a su padre en la primera manada que formara. No había sido sencillo, ni mucho menos, convencer a Geo Neile para esta compañía, y con tal obstinada oposición hizo que su hija deseara mucho más el acompañarle. Estaba segura de que si no la dejaba ir era, precisamente, por todas las aventuras que sucedían en el viaje.
El encargado de la misma, Philip, estaba contento. Cada llegada del vehículo suponía para él una venta de bebidas y de comidas, con la que ganaba bastante.
Hacían un descanso para pasar la noche antes de seguir viaje. Y ello suponía comida y desayuno para cada viajero.
Los que estaban discutiendo, se asomaron a la puerta para ver quiénes viajaban.
Sin descender todavía, el conductor decía al sheriff , que habían rechazado un ataque en el camino.
El condado de Elko, en Nevada, había atraído a centenares de ambiciosos por el oro y la plata que apareció en los ríos Marys, Humboldt, North y South Fork y East Fork Humboldt.
Aventureros estos que levantaron los poblados de Wells, Delta, Halleck, North Fork y, especialmente, la ciudad de Elko.
Hice la guerra frente a ellos y les he oído hablar mucho cuando caían prisioneros.
Norma se marchó para hacer la comida a Chester.
Estaba comiendo con la dueña sentada a su lado y hablando de lo que pasaba en la ciudad, cuando entraron dos jóvenes vestidos con elegancia.
El jinete detuvo su montura. Descendió lentamente, mientras que sus ojos contemplaban con deleite el paisaje que desde esa altura dominaba.
Soltó la brida y sentóse en una roca. Mientras que su vista revoloteaba inquieta sobre el extenso valle que tenía a sus pies, sacó la petaca y la pipa. Cargó ésta de una manera mecánica, Prendió fuego y, como si el humo del tabaco ahuyentara sus viejos recuerdos, sonrió.
Ike Houston desmontó ante uno de los saloons de Las Cruces.
Los cow-boys le contemplaban con interés.
Pasó ante ellos después de sacudirse el polvo, sin concederles importancia.
El cambio de temperatura al entrar le hizo sonreír de satisfacción.
El calor era sofocante.
Sentáronse ante la expectación general y como habían hablado mucho de Stanley, todos dedicaban su atención al muchacho. Los que le conocían de antes, le sonreían, ya que de Stanley se habían dicho las cosas más asombrosas.
Mac Kee barajó con la habilidad que hablaba del profesional y en pocos minutos de juego, ya se había dado cuenta Stanley del sistema que empleaba.
Rodney se separó de Bill para atender a otros clientes.
Una hora más tarde, Bill regresó al almacén de Stone por si éste necesitaba ayuda.
No dejaba de pensar en lo que Rodney le había dicho.
Sentía enormes deseos de ir en busca del capataz y propinarle una serie de golpes que no le resultara fácil olvidar.
Y sin que Chester pudiera evitarlo, fue golpeado.
Se movió con rapidez y se abrazó a Paul.
Con habilidad consiguió golpearle en el estómago, castigando a continuación su repulsivo rostro.
Los aplausos comenzaron a sonar.
Ajenos al bullicio del local, y sentados frente a frente, separados por la mesa en la que había una botella de whisky y dos vasos, hablaban Markham, el capitán del Alondra, hermosa fragata de siete mil toneladas, y Betty, conocida en Portland por la Víbora, dueña del local más popular de la población. Markham echó bebida en un vaso y dijo, mirando a Betty: —Puedes asegurar que esta vez Ostronder ha sabido elegir. ¡Son preciosas!
—No digas en el rancho que he tenido carta, ¿de acuerdo?
—Lo que digas, Walter… Pero tengo otra carta para Stuart.
—Se la entregas tú. Anda por el saloon.
—No te preocupes. Será entregada a él.
—Y procura que haya testigos, porque supongo que la letra es la misma, ¿no?
—En efecto. Es de la hija de Dodge, ¿no?
El vaquero, sin dejar, de sonreír, se alejó del taller del herrero.
Doc Morley, como se llamaba el herrero, era una de las personas más estimadas de Rincón, aunque tenía por costumbre gruñir y protestar por todo.
Doc, al quedar nuevamente a solas en el taller, siguió golpeando con el pesado mazo sobre el yunque, forjando un hierro, y sin dejar de protestar en voz alta.
Una joven muy bonita entró en el taller sin que Doc la viese.
El « saloon » estaba tan lleno de bebedores, mineros con o sin parcela, que era difícil moverse con cierta libertad.
Ramer era aún lo bastante fuerte como para trabajar varias horas diarias, lavando arenas con agua hasta más arriba de las rodillas, y obtenía, como término medio, de dos a tres libras semanales por limpiar y abrillantar pepitas.
No era ni mucho menos para enriquecerse, pero en cambio podía beber a diario y divertirse con la distracción ajena.
La vida de cazador de caballos era muy dura, aunque no lo pareciera a muchos de los habitantes del Oeste.
Perseguir a una «familia» o «clan» de potros salvajes, no era misión sencilla ni mucho menos, y una vez atrapadas algunas reses, el domarlas era labor de días y semanas.
La persecución duraba semanas también hasta conocer con seguridad la costumbre del «clan», para sorprenderles en los lugares al efecto.
Nadie podía imaginar que la pequeña población de Cody pudiera llegar a tener alguna importancia. Ni los más optimistas de sus fundadores. Se habían extendido infinitos ranchos por sus valles, de ricos pastos, bañados por ríos y arroyos que no carecían de agua en todo el año, pero que de no haber proyectado y construido un ferrocarril, el negocio ganadero habría resultado mucho más pequeño que con él.
La planta baja del hotel Texas, en Abilene, Kansas, era un saloon de los mejor amueblados. Era difícil calcular lo que habría costado su instalación. Se barajaban cifras de verdadera fantasía, pero la verdad, si alguien la conocía no lo había hecho saber a la población. Era el local de que se sentían orgullosos los vecinos de Abilene.
El sheriff se acercó a un pequeño armario de madera que formaba parte del mobiliario del que sacó una botella y dos vasos.
Los llenó hasta el borde, ofreciendo uno de ellos al alto y joven forastero.
Mojó los labios y paladeó, chasqueando la lengua contra el paladar. Finalmente envió todo el líquido de un solo trago a su «bodega».
Esto hizo que se tranquilizaran aquellos hombres que estaban dispuestos a vengar a su capataz, al que querían y estimaban.
Todos pasaron por la habitación del joven.
Éste agradeció las pruebas de simpatía que demostraron hacia él.
Tan pronto como llegó Tab, le comunicó su hermana lo sucedido.
—¿Qué buscas, forastero? —¿Está míster Donalson? —¿Eres amigo suyo? —No. Vengo del Este. Soy inspector de la Compañía. —¡Ah! Le estábamos esperando hace unos días. —Esperaba que saliera a recibirme. Me extrañó no verle esperándome a la llegada de la diligencia. —Recibió una visita momentos antes de llegar la diligencia. ¿Quiere esperar un momento, inspector? Voy a avisarle.
Elsa, muy sorprendida, miraba a los que iban entrando en el local y se sentaban, completamente en silencio.
Las dos empleadas que tenía iban preguntando qué querían beber. Y la petición general era whisky.
El barman miraba a Elsa y ésta se encogía de hombros. Los dos se sorprendían porque no se trataba de un día festivo. Y esa concurrencia tenía que resultar muy extraña. Y como si actuaran bien ensayados, empezaron a hablar entre ellos, produciendo un ronroneo especial.
Todos los locales de la población se llenaban de clientes a la caída de la tarde. Pero en ninguno se almacenaban tantos como en el de Edith.
Su belleza era la causa de esa clientela tan numerosa. Era lo que se podía llamar una belleza explosiva.
Liz Truck, esposa de Gilbert, miraba a este con clara indiferencia. Él se movía, inquieto, en el lecho en el que llevaba varios días, sin que la fiebre descendiera. —No creo que esto se arregle sin la intervención de un doctor —dijo ella, cuando Gilbert miró a su esposa—. ¿No dicen que en Dayton hay un doctor joven que ha venido para curarse de una enfermedad, pero que, en el tiempo que lleva ayudando al doctor Neil, ha hecho algunas operaciones, y ha demostrado que es entendido en heridas de todo tipo...? ¿Por qué no envías a tu hija por él...? Vais a morir, Roland y tú, si no acuden en vuestra ayuda.
Los vaqueros que habían presenciado la carga del carro, entraron en el saloon de la mujer más bonita que había en el condado. Y en eso estaban todos de acuerdo. Los equipos que llegaban con ganado, era en ese local donde dejaban sus ganancias.
Era una verdadera estatua, porque carecía de sentimientos, que no fueran la codicia y el egoísmo insuperable.
Desde luego, había montado el mejor local que había en la ciudad. Y se hablaba de grandes cifras para su instalación.
Sus víctimas preferidas eran los que vendían ganado, fueran ganaderos o cuatreros. Para ella eran los billetes los únicos que, con los dólares de plata, tenían personalidad.
—¡Muy bien, Betty…! ¡Muy bien…! No hay duda ya… Puedes dar un disgusto a esos presumidos del Edén.
—¿Estás seguro, Buck…?
—Completamente seguro. Y no debes decir nada para sorprenderles… Podemos seguir entrenando a este animal lejos de las miradas de los vaqueros y de tu hermano.
—Ellery no creerá nunca que podamos con los caballos que tienen los Carter.
—Lo que os pasa, es que tenéis mucho miedo a los Carter y veis en ellos lo que a veces no es verdad.
La muchacha miró al vaquero, sonriente.
Los rostros de quienes escuchaban al abogado, eran un poema de desencanto. Se miraban entre sí con la mayor sorpresa en los ojos.
El abogado seguía la lectura del documento que te nía ante él. Y al terminar exclamó:
—¡Esto es todo!
Tardaron unos segundos en responder. Por fin, uno de ellos, dijo:
—Supongo que no esperará que aceptemos ese testamento.
Gaby estaba apoyada en el quicio de la puerta de entrada a su amplio local. A unas cien yardas estaban cargando unos carros. Y los que lo hacían, tenían el cuerpo completamente tostado, más bien negro ya. No tenían ropa de medio cuerpo para arriba. Junto a ella se hallaba un elegante que sonreía complacido. —¡No comprendo que puedan soportar este clima y que trabajen bajo este sol de fuego! —decía Gaby.
Nick Newman cargaba la pipa con lentitud, como si esa operación fuera un rito más que el preámbulo de un vicio. Y mientras lo hacía, miraba en todas direcciones. Su mirada llegaba hasta los límites de su propiedad. Y sonreía satisfecho.
Las calles de Madison estaban engalanadas y las personas se movían por las mismas con las mejores ropas que tenían en los armarios y en las arcas. Aunque se trataba de una fiesta de los mineros, los cow-boys se unían a ella con el mismo entusiasmo. Y también vestían sus mejores galas.
El senador Mac Kee, sin duda alguna, era el hombre más querido, admirado y respetado de Cheyenne, la bulliciosa capital del territorio de Wyoming.
Querido, por su infinita bondad y sencillez. Admirado y respetado, porque nadie ignoraba los esfuerzos que realizaba para combatir y desenmascarar a quienes dirigían el juego y toda clase de vicios existentes en la ciudad.
Desmontó la muchacha ante la vivienda principal y dejó el caballo, que solo, marchó al establo. Le tenía acostumbrado a hacerlo. Y el vaquero encargado de cuidar los caballos, se encargaba de quitarle la silla y los arreos. Y le ponía una buena ración de heno.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
—¡Eh, Cooper! —llamó Daisy—. ¿Quieres decir a Bill que venga?... ¡He de hablar con él con urgencia! El viejo Cooper, contemplando con fijeza a la joven y hermosa esposa de su patrón, sonrió maliciosamente, diciendo: —Tu pasión por ese muchacho, será tu desgracia. —¡Siempre pensando mal, viejo Cooper! —replicó Daisy sonriendo picarescamente.
El mayor Hay era una especie de mano derecha del general jefe militar de Wyoming. Y al entrar en el saloon de Aby a la que solía visitar con cierta frecuencia, contempló los restos de vasos y botellas, así como algunas sillas rotas y mesas dañadas por la pelea última.
James Hull era el ganadero que en la población era francamente temido. No era estimación como a veces solía decir él cuando veía que le saludaban o que le dejaban el paso libre si se encontraban con él.
Vestía como los cow-boys y los hombres de campo, pero lo hacía con una ostentación presuntuosa y sus camisas, por ejemplo, eran de seda. Las botas altas de montar, de charol, brillaban como si fueran metálicas. Y las espuelas eran de plata.
Una semana más larde, sin que nadie se opusiera a la candidatura de Olson Kingman, era nombrado sheriff de Calexico de forma oficial y para un periodo de cuatro años.
Max Slowly celebró ese día una fiesta por todo lo alto en su local, presidida por el nuevo sheriff.
Todos los asistentes pudieron beber cuanto se les antojó, puesto que el whisky y toda clase de bebidas se servían con generosidad fabulosa.
Ross River no pudo contener la risa al escuchar las exclamaciones de su compañero de fatigas. Hacía más de dos semanas que un implacable sheriff, acompañado de cinco hombres más, les iban pisando los talones sin desistir lo más mínimo en su empeño de dar alcance a los dos cuatreros, como así los consideraban, que prometió colgar en Eureka, pueblo en el que representaba la ley. Sin embargo, los perseguidores, que no eran desconocedores del terreno que pisaban, viéronse obligados a poner una limitación en la marcha.
Las aguas del Pecos en las primeras millas de su nacimiento, bañaban las tierras del Fronterizo, propiedad de los Cramer, situado en la orilla oeste. En la opuesta, y con una extensión, en acres, muy similar, hallábase la propiedad de los Vernon. Esta se conocía con el nombre de rancho-Vernon. Desde la fundación de ambos ranchos las respectivas familias estaban en continua discordia. Formaban la primera familia, el padre, dos hijos y una hija que por cierto a ésta, se la consideraba como la mujer más bonita desde Las Vegas, pueblo situado a orillas del Pecos, hasta Santa Fe, capital del territorio de Nuevo México. Los nombres de los respectivos hombres, por orden de edades, eran los siguientes: Jack, Guy, Phill y Senta.
Billy se rascaba la cabeza pensativo. Lo que decía Linda podía ser verdad. No le gustaba Charles. Veía en él a un soberbio engreído y su equipo el que le respaldaba por la composición del mismo. Presumían de ser los mejores tiradores de «Colt». Y esta seguridad era la que había hecho de ese equipo el azote del condado. Y empezaba a estar de acuerdo con Linda. No le perdonaba que le rechazara en la forma que lo hacía, en público. Y le intrigaba ese deseo de hacerse con el rancho de la muchacha.
Los dos cowboys , con los rostros curtidos por el sol del desierto y el viento de la montaña, desmontaron ante el establecimiento que habían elegido para refrescar.
Sacudieron sus ropas, de las que se desprendió una verdadera nube de polvo, y entraron.
Tony, propietario del establecimiento o negocio que llevaba su nombre, les contempló con indiferencia desde el mostrador.
El jinete caminaba sin prisa alguna y contemplaba los establecimientos que había a uno y otro lado de la calle, por la que caminaba, enterrando sus botas hasta los tobillos, en un verdadero mar de polvo.
Le hacían mucha gracia los rótulos que iba leyendo, y que respondían al bautizo de cada local, que eran más de los que pudiera suponer en esa ciudad. Había oído hablar mucho de ella.
Un compañero de estudios de los cuatro les invitó a una fiesta que daba su padre por la mayoría de edad de una hermana suya. La hermana les era muy conocida, ya que solían saludarle con frecuencia y hasta paseaba con ellos y con otras chicas. Gonzalo pertenecía a las familias de abolengo en California. Y tenían propiedades extensas y abundante ganadería. También tenían una fortuna en valores. Se resistían los cuatro porque estaban seguros que irían los compañeros que pertenecían a los ricachones de California. Pero Gonzalo insistió y lanzó a su hermana Lupe sobre ellos, a la que no se atrevieron a desairar.
Una impresión de horror, más que de asombro, se apoderó de todos al comprobar que ambos habían sido alcanzados en el centro de la frente.
Todas las miradas estaban clavadas en los pequeños orificios que las víctimas presentaban en su frente y por donde habían perdido la vida.
Rock, con una expresión de dureza cubriéndole el rostro, contemplando a sus víctimas, comentó con voz sorda
El jinete, ante la puerta del establecimiento en que había detenido su montura, desmontó perezosamente.
Sacudió sus ropas, de las que se desprendió una verdadera nube de polvo.
Dos cow-boys , sentados bajo el porche de entrada, echáronse a reír.
Atendió el gobernador, muy correcto, a los visitantes y tomó nota detallada de las peticiones que le hicieron. Al salir, decían al secretario que les había atendido perfectamente. Pero éste no estaba tranquilo. Y acudió a la llamada del jefe. Y entró completamente dueño de sí. Se había repuesto y reaccionado.
Le estuvo dictando unas cartas que debían escribir, citando a determinadas personas.
El saloon de Rita, en Portland, tenía por nombre Arcadia, y era el punto de reunión de las llamadas fuerzas vivas de la población: Era Rita el árbitro de la ciudad, y las autoridades estaban a su servicio, de una manera descarada.
En realidad, en Portland, la ley tenía su nombre. Leñadores, madereros, cow-boys y colonos sabían que era necesario estar a bien con ella.
Gregory Dee, sin duda el ranchero más poderoso de la comarca de Alamogordo, sentado bajo el porche de la vivienda principal, contemplaba con orgullo a sus dos hijos, que en unión de los componentes de su equipo preparaban sus monturas para ir hasta el pueblo a echar un trago, como lo hacían a diario una vez finalizada la jornada de trabajo.
—¡Ya está bien, Greybull! No puedes pasarte las veinticuatro horas del día estudiando... Hay dos chicas estupendas esperándonos en la ciudad. Les he hablado de ti y están deseando conocerte. —¿Quieres hacerme un favor? —Soy tu mejor amigo y... —Pues haz el favor de volver a salir por esa puerta y dejarme estudiar. —¡Vamos, Greybull! ¿Es que no sabes que puedes acabar enfermo si...?
El matrimonio Martin, padres del capitán, lo tenían todo dispuesto para obsequiar a los visitantes. Todos los productos cocinados habían sido obtenidos en las tierras de la granja.
El gobernador expresó su agradecimiento a la familia a la hora de marcharse, por tantas atenciones recibidas. No fue preciso recordarles que no debían comentar con nadie lo de aquella reunión.
El gobernador, vistiendo a la usanza vaquera, montó a caballo y abandonó la granja.
Estaba seguro que el camino seguido hasta ese momento era ascender sin descanso. Y este ejercicio le hacía un gran bien, por lo que no se detuvo. Cuando estaba cerca de lo que le pareció un agujero, las rachas de viento amenazaban con derribarle. El corazón aumentó sus latidos al darse cuenta que el agujero que vio era una cueva muy amplia. Y gracias a su ancha entrada no se había taponado con nieve.
En las oficinas Baker y en la sección de minería, había un gran movimiento. Los empleados entraban y salían de los distintos despachos. Los que atendían esos despachos no sabían qué era lo que estaba pasando. Se preguntaban unos a otros y en realidad no sabían a qué se debía ese movimiento. —¿Qué pasa? —preguntaba uno de otra sección—. Parece que tenéis movimiento. —Es que ha llegado el presidente... Y han observado que hay disminución fraudulenta en el valle. —Es que eso está muy lejos...
En Sacramento, un grupo de elegantes, todos ellos propietarios de locales de diversión, irrumpieron en la oficina del sheriff, hablando entre ellos acaloradamente. Una vez ante el sheriff, guardaron silencio, para dejar que uno hablase en nombre del grupo. —¡Buenos días, sheriff El sheriff, contemplándoles curioso, dijo: —¡Buenos días, señores! ¿Puedo saber a qué se debe el honor de esta visita y el motivo de la excitación que les domina?
En muchas poblaciones ya no sorprendía ver cruzar las calles a centenares de ovejas. Habían cedido mucho las disputas entre vaqueros y pastores, se iban tolerando pero todavía quedaban restos de protestas por la convivencia con los ovejeros. Era ésta una frase despectiva. Pero en general se toleraban. No era como antes que a un ovejero no le dejaban entrar en los locales en que la mayoría eran cow-boys.
Nadie en el pueblo ni en el rancho, podía sospechar que Shane tuviera ese peligro en sus manos.
El rancho de Harry era muy extenso y no tenía un solo vaquero Todos los años vendía el número de reses que le permitía seguir viviendo sin agobios. Y sus reses estaban en condiciones para que el comprador que pasaba por allí, pagara hasta un dólar más por cada una.
Sorprendía en el pueblo que pudiera cuidar él sólo del ganado que tenía. Y la verdad era que tenía dos magníficos ayudantes. Vera y Shane.
Tulsa, al igual que otras ciudades del territorio de Oklahoma, situada a orillas del río Arkansas, sufría los efectos destructores de la gran invasión.
Las elevadas torres de los pozos petrolíferos veíanse en gran profusión.
Decíase que era una tierra de gigantes. Denominación familiar que se daba a las mencionadas torres cuya posesión se ambicionaba, bajo los terribles efectos de las peores epidemias que padeció el territorio y que bañó de sangre la tierra: La fiebre del oro negro.
Las distintas compañías petrolíferas, creadas por los afortunados propietarios de las tierras donde se hacía brotar el codiciado líquido negro, anunciábanse con grandes letreros, en los edificios construidos al efecto.
Estas compañías absorbían el mayor contingente de masa obrera.
Los dos jinetes, castigando de forma brutal a sus monturas, obligaban a los nobles brutos a realizar un gran esfuerzo para que no disminuyesen el ritmo de marcha. Por la forma constante con que ambos jinetes volvían la cabeza hacia atrás, era fácil imaginar que huían de alguien, y que lo hacían dominados por el temar de ser alcanzados. En la lejanía del extenso valle por el que galopaban, no se divisaba a nadie.
Spencer estrechó la mano que Mayfield le tendió.
Benton, capataz de Mayfield, estaba muy contento con la llegada de los tres amigos.
Todas las tardes, después de la jornada, visitaban el Arizona.
Transcurrieron cuatro semanas sin que el tío de Marta diera señales de vida en el pueblo.
En el saloon Wyoming, propiedad de una mujer joven llamada Laura, había un gran movimiento entre los clientes. Hablaban entre grupos de una manera acalorada, pero había alegría en los rostros, y risas en las conversaciones. La dueña atendía una de las mesas, en la que estaban los clientes que más le agradaban o que eran personajes más relevantes de la ciudad. Y los que estaban sentados ante esa mesa, se pusieron en pie al ver entrar a un abogado de la ciudad que había sido designado candidato a gobernador, por los republicanos.
El elegante propietario del saloon, uno de los más concurridos de Laramie, contemplando a uno de sus clientes, dio con el codo al empleado que le acompañaba, preguntándole: —¿Quién es ese joven tan alto al que no conozco? El interrogado, después de observar con detenimiento al indicado, respondió: —Es la primera vez que le veo. —¿No es de la región? —volvió a preguntar el elegante.
En animada conversación recorrieron las ocho millas que les separaban de Greybull.
Desmontaron ante el bar de Watson sin preocuparse de amarrar los caballos a la barra.
Jackie, la joven y bella hija de Watson, atendía el mostrador.
Se alegró al verles entrar, saludándoles con el gesto.
Emily, propietaria del saloon que llevaba su nombre, fijóse detenidamente en el alto cow-boy o minero ya que no resultaba fácil determinar la profesión, por el estado en que se hallaban las ropas que vestía, que hablaba con Arthur en el mostrador, hombre que atendía el mismo, y que tanto tiempo llevaba en su compañía.
Arrastrada por la curiosidad, avanzó hacia el forastero.
Llamó su atención aquel rostro curtido por los vientos y soles de montañas y desiertos.
Helen miraba a la joven que estaba frente a ella con dos maletas a sus costados.
Uno de los mozos que iban a la estación había visto a esa viajera y la llevó a la que solía darle unos dólares por cada viajero que le llevaba.
Veía que la joven que le miraba expectante, era de una belleza muy poco común y de una anatomía que no podía ser más perfecta, a pesar de su gran estatura para ser mujer.
La mesa estaba puesta para los convidados a la boda.
Pero la desgracia impidió que hubiera banquete.
Poco después de la ceremonia moría el novio.
La recién casada contemplaba el cadáver de su esposo sin poder dar crédito a lo que estaba viendo.
La venta y la compra se realizó de manera legal. Y mediante los documentos obligados y las formas pertinentes.
Dio cuenta Ike a los amigos y hablaron de la formación de una sociedad.
Estuvieron de acuerdo en la constitución de esa sociedad y en buscar la ayuda necesaria para iniciar las obras.
Mike decía a Ike lo que calculaba que iban a necesitar para iniciar los trabajos en una explotación medianamente eficaz. Y pensaron en míster Butler director y propietario del Banco.
am Ashon, el joven sheriff de Trinidad, sentado solo a una mesa sobre la que había un vaso y una botella, bebía en silencio. A juzgar por su aspecto, no había duda que algo le preocupaba. Los clientes le contemplaban curiosos. El propietario del local, después de observar con minuciosidad al sheriff durante varios minutos, se aproximó al mostrador, preguntando al barman: —¿Qué le sucede a Sam‘?
Aby Chesterton, ganadera y dueña del rancho más importante de la zona y hasta se dudaba si no lo sería también de todo el Estado se hallaba en el comedor de la amplia y fastuosa vivienda. Desayunaba sin prisa y hablando en indio con la muchacha que le servía le preguntaba por qué no estaba Perry allí.
Bob Hudson, conversando animadamente con los dos viejos ovejeros que le ayudaban a cuidar el ganado, preguntó:
—¿Qué tal los perros, Sullivan?
—¡Son maravillosos!
—¿Convencido de que son una gran ayuda? —volvió a preguntar Bob.
—¡Cuidar las ovejas, con la ayuda de esos animales, es un trabajo sencillísimo!
Hasta la hora en que los vaqueros dejaban el trabajo, los clientes en los locales escaseaban. Pero esto no quiere decir que no acudieran algunos. Y desde luego era el de Mildred el más concurrido a esas horas en que los vaqueros trabajaban aún. Mildred era conocida por su belleza, que todos admiraban y que muchos pensaban conquistar. Pero se sabía que era demasiado ambiciosa. Cada cliente tenía en el cerebro de ella un libro de cuentas. Y sus sonrisas estaban en relación con la importancia de éstas. Y siendo los Kenton los más ricos de una amplísima zona, eran éstos los más estimados por ella.
El esperado barco había entrado a una hora inesperada, por lo que no había mucha gente reunida sobre el muelle donde realizaba la maniobra de atraque.
Corrió esta noticia como un reguero de pólvora, transmitiéndose rápidamente de unos a otros.
Y en el momento que el barco quedó con el costado arrimado al muelle, no había forma humana de poder dar un solo paso sobre el mismo.
El capitán Broome observaba en silencio, desde la alta cubierta, aquella repetida escena.
En uno de los locales más concurridos y animados de la populosa ciudad de Dodge City, un grupo de hombres vistiendo con elegancia a la usanza ciudadana, comentaban, aunque más bien parecía que discutían por la forma alterada en que se expresaban una noticia que había llegado hasta ellos y que tanto les había sorprendido, que no había duda de que les costaba dar crédito a la misma. El propietario del local se aproximó al grupo, preguntándoles curioso: —¿Qué comentáis con tanta animación?
Donald Crosby tiró violentamente de las bridas y gritó: —¡Soooo! ¡Quietas...! —y se quedó escuchando. Y como si las mulas le entendieran, dijo mirando a estas—: ¡Han sido, disparos...! ¡Ahí están! Y miraba a unos buitres que estaban volando en círculo, característica forma de vigilar las futuras víctimas de su voracidad. Y cogiendo el rifle que llevaba en el pescante del carro, caminó con decisión, ascendiendo por la pequeña colina. Y una vez sobre esta, oyó que le decían: —¡Tira ese rifle al suelo! ¡Rápido o disparo!
El viejo Hick, uno de los hombres más populares de Yuma, por la narración de sus increíbles aventuras, se aproximó a la mesa ocupada por el propietario del local, diciendo:
—Me han dicho que deseas escuchar una de mis historias… ¿Es ello cierto, Moore?
—En efecto, Hick… ¡Siéntate y bebe lo que quieras!
Susan Winthrop, Jane Miles, Macbeth Hogeland y Sophie O’Connor, las cuatro viudas que unieron sus propiedades, a las que se les dio el nombre de Rancho de las Viudas, movíanse incansablemente tratando de reclutar vaqueros a su servicio.
Por un total de ciento cincuenta dólares quedaron cerradas las apuestas.
Después de unos cuantos segundos de concentración y en medio de un profundo silencio, dio comienzo la actuación de Fremont.
Únicamente cinco herraduras, de las veinticinco lanzadas, quedaron fuera de la barra.
Premiaron este resultado los espectadores con una cerrada ovación.
Minutos más tarde, tan sólo con un fallo menos, pasaba a ocupar el primer puesto Hans.
Dan Wess, una vez en el interior del saloon y convertido en el blanco de todas las miradas, se abrió paso entre la mucha clientela hasta llegar al mostrador.
Después de observar durante unos instantes, con verdadera admiración a la joven que atendía el mismo, se apoyó en él sonriendo y preguntó:
—¿Alma Side?
Kate era una muchacha muy bella, hija de Henry Fairfax. Al que en el pueblo, y por los vaqueros de Jonás Raven, llamaban cobarde sin que se inmutara al oírlo. La que sufría era la muchacha. Y hablando con su hermano, Ames, le decía mientras caminaban hacia casa después de cerrar el portalón que guardaba los caballos seleccionados y que más precio se obtenía por ellos.
—¿Se ha fijado, sheriff? Es curioso lo de ese viejo, y mucho más la obediencia de esos caballos. A veces, tengo la impresión que el viejo Jeremy entiende el idioma de esos animales... —No lo dude, míster Veitch —afirmó el de la placa—. Yo tengo la seguridad de que es así... Son muchos años conviviendo con caballos. Monty Veitch, considerado como uno de los hombres más ricos de Silver Lake, reía francamente. La diligencia, con el característico chirriar de los ejes, detúvose ante ellos.
Charles Vernon era una institución en Nuevo México y en especial en Santa Fe. Su nombre y su persona eran de mucha estimación y respeto. Era mucho lo que le debía la ciudad. Luchador incansable, había conseguido crear un verdadero imperio económico. Mucho se reían de él cuando empezó a aparecer por las Bolsas de Nueva York, Chicago y con preferencia la de Denver. Pero la mayor parte de los que se reían de sus especulaciones, que para ellos no tenían sentido, acabaron por seguirle en sus órdenes de compra o venta de acciones.
Douglas Burton, sentado bajo el porche y con la mirada perdida en la lejanía, analizaba con fría serenidad los problemas económicos que le atormentaban, tratando de hallar una solución al efecto.
Su hija Ruth, sentada a su lado, le contemplaba con preocupación sin atreverse a interrumpir su mutismo.
—¿Qué tal, Joseph? ¿Alguna novedad? —Hola, Nigel. No; ninguna. —¿Qué pasa con esa punta de ganado? —Pues no lo sé... —¿Quiénes se encargan del trabajo de esa zona? —El novato es uno de ellos... No sé si John está también.
Jill Barons sonrió al escuchar el ruido de la puerta, de la que estaba pendiente, y ver aparecer en el umbral de la misma a su esposo. —Empezaba a sentirme preocupada... —Lo siento, querida. Ha sido involuntario este retraso. He tenido que aceptar la invitación de míster Roswell... ¿Se acostó Glenn? —No, aún no ha regresado. Dijo que vendría tarde. Los Henderson han tenido problemas con el ganado. ¿Qué quería ese usurero de Roswell? Una triste sonrisa cubrió el rostro de Tom Barons.
Los hermanos Shane, Roger y Bill Duncan escuchaban la discusión que se produjo entre los consejeros, sobre el tema de las subastas. El defensor de las mismas decía:
—No se puede negar que es un buen sistema para la compra del ganado en un precio más bajo y como consecuencia es un ahorro importante al cabo del año.
Desmontaron ante el primer edificio iluminado, sobre cuya puerta anunciábase cuánto ellos necesitaban: hospedaje, comida y establo.
Antes de entrar sacudieron la nieve amontonada sobre sus parkas.
Tuvieron la sensación de entrar en el paraíso, al sentir aquella agradable temperatura del interior.
—Arréglate un poco esos pelos. No quiero que Nicky te encuentre con esa facha... Y procura pensar bien lo que dices o hablas. Nicky cree que continuamos siendo un matrimonio feliz... —¿Te marchas? —La diligencia no llega hasta la una. Estoy citado con un grupo de amigos en el Santone. —¿Te espero a comer? —¿Es que no me escuchas cuando te hablo? Acabo de decirte que te arregles un poco. No quiero que Nicky te vea con esa pinta de... —Dilo. No te quedes con las ganas.
Wagner, el compañero de Bennet, miró a éste en silencio.
Bennet no hizo comentario alguno. Dos horas más tarde, finalizaban los trabajos.
Ocho hombres entraron en las duchas con claros síntomas de agotamiento.
Antes de entrar en el comedor, una vez aseados, el instructor indicó, con una seña, a Bennet que se acercara a él.
Myrna, cuando hablaba del local de su propiedad, solía decir que sus clientes eran como una gran familia. Todos ellos conocidos entre sí. Pero añadía que eso no quería decir que no hubiera diferencias entre ellos. Hablaba de esto cuando iba a su pueblo en las fiestas, que no le agradaba perderlas ningún año.
A muchas millas de allí, junto a la frontera con Canadá. En la población de Glasgow, a la que se podía llegar por el Gran Pacífico Norte, el ganadero Osage, que se había ido imponiendo por el sistema tradicional en las pequeñas aglomeraciones de vecinos, exceptuando al sheriff, hablaba con el abogado Mc. Clain, en el bar o saloon de Jane. Uno de los dos que había en el pueblo. Durante la construcción del ferrocarril, Jane había hecho buenos ahorros. Y como se comentaba que iban a tender una nueva línea, pensaban todos que sería ella la que más ganara.
Los vaqueros que conocían a Wendy, miraban a la muchacha apreciando el cambio efectuado físicamente en ella. Los que no la conocían miraban con entusiasmo a la bellísima hija del patrón.
Ella contemplaba a los jinetes que al desmontar se dejaban caer en el suelo, indicio de un agotamiento preocupante. Preguntaba ella si estaban cansados, aunque comprendió que era una pregunta inconcebible, ya que se apreciaba en ellos que no era cansancio. Era agotamiento.
—¡Hola, Henry…!
—¡Hola…! —respondió el vaquero aludido, pero con frialdad.
—¿Quieres decir qué te pasa? ¡Pareces enfadado conmigo!
—¡No me pasa nada…!
—¡No sabes disimular…! —dijo ella cariñosamente—. ¿Por qué no me dices la causa de esta frialdad conmigo…?
—¡He dicho que no me pasa nada!
—¿Las exhibiciones…?
—¡Eres dueña de hacer lo que quieras! ¡Has de estar muy contenta! ¿No lees lo que dicen los periodistas de ti?
—¡Así que es eso que te tiene enfadado conmigo…! ¡Es un compromiso que no puedo evitar! Es el mayor ingreso que se consigue para ese hospital. ¡Y la esposa del gobernador es la que me pide que siga! ¿Sabes que se paga hasta cinco dólares por ir a verme?
—¿Y eso te alegra?
Esa noche, ya tarde, Stella dejaba su caballo en un establo frente a la estación, a treinta millas de la ciudad. Y en el tren que pasaba de madrugada marchó a la capital. Se había dicho que no necesitaba recomendaciones para hacerse oír por las autoridades superiores del territorio. Estaba segura que no conocían allí lo que estaba pasando en ese pueblo. Cuando llegó y descendió del tren miraba en todas direcciones una vez en el andén.
El abogado presentó al director de la compañía a míster Atkim, que dijo ceder unos acres de terreno para que construyeran en ellos los barracones Le dieron las gracias y aseguraron que serian levantados; con rapidez. Sólo necesitaban madera. Y también les fue regalada. Lo hacía un maderero que veía la posibilidad de un negocio como era el de la venta de las traviesas, ya que iban a necesitar muchos millares de ellas
—¡No me gusta la actitud de tu padre de una temporada a aquí!
—¿Qué pasa? ¿No quiere darte el dinero? —dijo Esther López, esposa de Peter Reyes que era el que protestaba.
—¿Es que te parece bien esa actitud?
—No me parece bien ni mal. Pero ten en cuenta que el dinero es suyo.
—¿Y qué pasa contigo?
—¿A qué te refieres?
—¿Es que no tienes derecho a parte de esa fortuna?
—¡Edith! ¿No has oído nada?
—¿Sobre el asunto de Hurtado?
—Sí.
—No he oído nada.
—Ha de estar bueno Peter Dundee… ¡Ayer estaba diciendo que no comprende por qué ha de intervenir el gobernador en un asunto que no puede conocer!
Grace Tower, desde la muerte de su esposo a manos de un pistolero asesino, por su valor y entereza habíase convertido en la mujer más admirada de Trinidad y de todo el sudeste del territorio del Colorado.
A pesar de sus cincuenta años, Grace seguía siendo considerada uno de los mejoras jinetes de la comarca. A diario galopaba varias horas, recorriendo su extenso y próspero rancho, en el que pastaban miles de cabezas de ganado.
Pero como suele suceder siempre, tenía sus enemigos.
Y entre los que la odiaban intensamente, se encontraba Robert Houston, el ranchero más rico y poderoso del condado.
Selma, completamente desconcertada, quedó inmóvil. Y cuando reaccionó, la amiga había desaparecido de su vista. En aquellos momentos empezaba a comprender muchas cosas. Y un furor enorme se apoderó de ella, al comprender que la amiga odiaba a Joe, tanto o más que a sus más enconados enemigos.
Ni el alcaide ni el jefe de celadores discutieron con sus esposas. El día señalado para la pelea, marcharon a almorzar al pueblo inmediato. La pelea se iba a celebrar por la tarde, en ese domingo. Permitieron que cocineros, panaderos y todos los servicios presenciaran la pelea, aunque Donald estaba diciendo que no merecía la pena tantas molestias, ya que no pasaría de cinco minutos los que su contrincante pudiera resistir.
—¡Tienes que hablar seriamente con Stanley…!
—¿Qué pasa con él?
—¿Es que no te das cuenta que está más tiempo con ese ganadero?
—Eres tú la que tiene que darse cuenta lo mucho que hace por él. ¿Quién le ha educado en realidad? ¿Sabes lo que comentaba el maestro hace unos días en el bar? Que él no podría haberle enseñado lo que hoy sabe el muchacho. Y añadió que ese ganadero es un misterio pero que por los libros que encarga y le traen, es mucho lo que ha de saber. Y que va a hacer de Stanley algo importante.
—Pero ¿es que no tiene trabajo aquí?
—¿Es que deja de trabajar el muchacho? ¡No te comprendo! No creí que eras tan egoísta. Lo que te pasa es que tienes celos porque está tantas horas con él. Está estudiando. No es perder el tiempo como otros que no salen de los bares.
—No sé por qué te digo nada… Sé que no lo dirás.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Maud, dueña del Júpiter, sonreía oyendo lo que la empleada más estimada decía a los que pasaban ante el local. Les invitaba a pasar si querían divertirse. Y a diferencia de otras «sirenas», sus palabras no tenían nada de provocación ni promesas de placeres deshonestos. Rita, como se llamaba la empleada, vestía de una manera muy honesta. Y era curioso observar que, a pesar de esa diferencia en el lenguaje, en los gestos, era mejor escuchada. No ofrecía nada que no fuera normal. Y los diálogos que a veces entablaba con los vaqueros hacían sonreír a los oyentes.
El secretario miraba sonriendo levemente a los que esperaban para ser recibidos por el gobernador. Un amigo suyo, que estaba sentado a su lado, le decía:
—¿Todos los días vienen tantos?
—Hay días que vienen más y otros que vienen menos. Pero a diario son muchos los que recibe.
—Es distinto a otros, ¿verdad?
—Bueno. En realidad, es que éste no sabe actuar como un buen gobernador. No se puede recibir a todos los que llegan… No hace distingos…
Un grupo de vaqueros, que bebían apoyados al mostrador y que charlaban animadamente sobre los asuntos ganaderos de la comarca, guardaron silencio ante la entrada de un nuevo cliente al que contemplaron con detenimiento y curiosidad.
El jinete, desmontando ante el taller del herrero, entró decidido en el mismo. —¡Eh, viejo zorro! ¡Deja de trabajar y vayamos a echar un trago! El herrero, dejando lo que estaba haciendo, miró con simpatía al joven vaquero, y mientras se secaba con un sucio pañuelo el sudor que cubría su ancha y despejada frente, dijo: —¡No es mala idea, larguirucho! ¡Sobre todo pensando que la última vez que nos vimos pagué yo! ¡Hoy tendrás que pagar el trago y la comida! Pero antes deja que me lave un poco ... —Ayer estuvo Ana en mi rancho, ¿no te dijo nada?
A través de una de las ventanas de la casa, Bing contemplaba al hijo, preocupado. Bill detuvo el galope de su caballo ante la puerta de la clínica. Dan Collins se divertía en el Mesa Verde y fue avisado, por uno de los cow-boys del equipo de su padre, de la llegada de Bill al pueblo.
Patty, la dueña del Pato Negro, hizo señas al encargado del local, que era uno de los más concurridos de la ciudad ganadera, en la que la ley no era muy respetada.
Acudid el llamado, al que dijo:
—Avisa a Letta que se prepare. Pops está pagando a sus muchachos. Y no tardarán en presentarse aquí. Quiero que el mismo Pops sea bien atendido.
—Sabes que ella no quiere alternar con los clientes. Y lo que haces no deja de ser una tontería.
—Ya no se resiste. Tenía que acceder —dijo Patty, riendo.
En una de las frecuentes detenciones del renqueante tren que se construyó durante la guerra, subieron dos viajeros conversando entre ellos y saludando genéricamente a los que ocupaban los asientos. Patty no abrió los ojos. Pero cuando el tren reanudó su marcha fatigosa entreabrió los ojos. Los que acababan de entrar en el vagón vestían de ciudad y con presunción de elegancia.
—Esa mujer sabía lo que se hacía cuando montó ese local... —Hay que reconocer que es el mejor de toda la ciudad... No debe extrañarte que esté ganando dinero, Murphy. Vale una fortuna ese saloon. —¡Pero no hay más que ventajistas en él...! —¡Eso no es cierto! Por lo menos, sé que ella no admite que se hagan trampas en el juego...
—Siéntate, Sam. Primeramente quiero que escuches lo que voy a decirte, después haz lo que consideres conveniente. —Si lo que intentas es convencerme, pierdes el tiempo. Yo no deseo terminar como Roger y sus hombres. Hay que ver lo adornado que estaba el pueblo. —Roger tenía muchos enemigos. Hasta el sheriff considera que se trata de un ajuste de cuentas. —Yo no opino así. Roger y sus hombres han sucumbido bajo el peso de la ley. Los «sabuesos», como él definía a los federales, venían pisándole los talones hacía tiempo. Pero, ¿qué importancia puede tener todo esto? Lo cierto es que les han colgado a todos y que harán lo mismo con nosotros en la primera oportunidad que se les presente. He decidido marcharme cuanto antes.
Las obras en el Tendido de Trenton avanzan muy despacio, llevan 10 semanas de retraso. Parece que hay interés en que vaya lento, por eso el director de la compañía quiere poner al mando a su sobrino Nick Endicott. Pero no será tan fácil para Nick, el «director novato» como le empiezan a llamar en la cantina, ganarle el terreno a Brady y Norman, si es que consigue llegar…
—¿Cansado?
—¡Agotado! Temí no poder llegar hasta estos árboles. ¡Es horrible el calor que hace!
—Eh, cuidado. Son mis pies los que están debajo.
—Perdo… na… Ha sido involuntario.
—¿Te ocurre algo? Estás muy pálido. Y no es la primera vez que vengo observando esto en ti.
—Carece de importancia. Es lo que me dijo el doctor Cox en la última visita que le hice… Ya se me está pasando. ¿A que tengo mejor aspecto ahora?
Cuando el tren se detuvo, entre un chirriar de hierros, la joven que iba asomada a la ventanilla, se volvió hacia los que estaban en el departamento y dijo: —No creo que sea un gran recibimiento... No se ve a nadie. ¿Sabían que llegabas hoy? —Desde luego. Lo hizo saber el periódico de esta ciudad. —Es posible que te esperen fuera de la estación. ¿Poiqué sonríes, Chester?
Los jinetes se apearon de sus cabalgaduras, todos ellos llenos de sudor y polvo. Dejaron los caballos ante la vivienda y entraron en ella hablando por grupos. Una vez en el comedor, se dejaron caer en los asientos con verdadera satisfacción. Seguían hablando en la misma forma, por grupos.
La noticia recorrió la ciudad como una descarga eléctrica. Varios representantes de la ley presentáronse en la granja de los Ross con intención de detener a Jim. Este había explicado a sus padres lo sucedido antes que se produjera este hecho. La madre de Jim vivió unos días de verdadera angustia.
Emily Carradine, que así se llamaba la joven, perdió el conocimiento intentando evitar lo imposible. Comportándose como lo que en realidad era, ¡una bestia! consumó Frank Wayne su propósito. Y una vez satisfechos sus deseos la liberó de las ligaduras que sujetaban sus pies y manos.
Los dos jóvenes discutían sin demasiado acaloramiento. —Mira, Phill. No me interesa si estás cansado o no del cargo que mi tio te obligó a aceptar. Y eso de que te obligó, habría que discutirlo. Tú sabes mejor que yo que te ha gustado siempre la aventura y, desde luego, lo que me han referido de ti no está de acuerdo con tu manera de ser. ¿Recuerdas a aquel estudiante tranquilo y sosegado, que cuando aparecía un conato de violencia se ponía enfermo y trataba de razonar a base de filosofía y proverbios para convencer a los demás de que la violencia la fomentaban solamente las mentes enfermas y ávidas de venganza? ¿Te acuerdas de él?
Los trozos de tronco que se quemaban en la gran chimenea daban una temperatura muy agradable al enorme salón del rancho Bighorn, donde el propietario del mismo conversaba con su capataz. Si alguien les observase a través de una ventana desde el exterior, no tardaría mucho en comprender, a juzgar por la expresión de sus rostros así como por sus gesticulaciones y nerviosismo, que el tema de conversación que debían debatir era preocupante para ellos.
La diligencia se detuvo ante la posta. Los curiosos se arremolinaban en tomo a ella, esperando ver algún conocido bajar de la misma. Ann Morton descendía del carruaje, con la esperanza de que alguien cercano a ella la estuviera esperando, aunque dudaba de que así fuera, ya que no pudo avisar con mucha antelación, y temía que no estuvieran informados en su casa de su llegada.
Con la brida echada sobre el hombro, el jinete caminaba lentamente entre la montaña que daba principio a una serie de alturas innumerables.
Iba descendiendo en busca del río, que había visto brillar desde lo alto, para que el caballo se saciara de agua y él pudiera bañarse.
Hacía un calor sofocante y aunque la vegetación no era insuficiente y abundaban los bosques, deseaba bañarse porque hacía mucho tiempo que no se metía en el agua.
En el estrecho pescante iban sentados un hombre y una mujer. El vestía con elegancia un traje claro y alto sombrero de copa color gris. Ella, envuelta en sedas y encajes, mostraba su rostro precioso cubierto de una sonrisa de satisfacción. Los que estaban cerca del cow-boy se descubrían a su paso sonriendo con la sonrisa más servil que el cow-boy había visto.
Los barcos se mecían suavemente con las velas arriadas y un gran silencio en sus cascos. La lluvia pertinaz, baldeaba la cubierta de estas naves. De los muelles llegaban apagadas las canciones acompañadas por acordeones la mayoría. El sol iba escondiéndose tras el monte Olympus. El agua caía, rauda por los palos mayor, trinquete y mesana en busca de un remanso donde descansar.
Sam había sido invitado a almorzar con el gobernador. Este y la hija reían con las cosas que Sam decía y los proyectos que había planeado con Ben y sus compañeros de universidad. El gobernador pensaba en Moore y sus amigos. No podían sospechar lo que se les venía encima.
Los dientes del Kansas Saloon interrumpieron sus conversaciones para fijarse en un joven que acabará de entrar en el local, al que nadie conocía. Era un joven de gran estatura que vestía a la usanza ciudadana con sumo gusto y elegancia. Maud, la propietaria del saloon, mientras observaba al joven elegante que avanzaba hacia el mostrador con curiosidad y atención cuanto le rodeaba, pensaba que como hombre era un ejemplar magnífico.
El ganadero, que poseía el mayor rancho del Estado, era el que con la mano les estaba haciendo salir del comedor de la gran casa. Los vaqueros que estaban frente a la casa se dieron cuenta de lo que sucedía y miraban sonriendo al abogado. Este saltó sobre su caballo y se alejó. Estuvo muy cerca de ser desmontado al clavar las espuelas en el animal, debido al enfado que sentía. Llegó á la ciudad en menos tiempo del que invirtiera otras veces en su visita a aquel rancho.
Arnold Foster, dueño de un almacén en Eureka, Nevada, repasaba unas cuentas con toda atención. Y movía la cabeza contrariado.
Había visto desmontar frente a su casa a Peter Bronx, un viejo minero que llevaba muchos años en la región y que poseía una mina en la que trabajaba con tesón desde veinte años antes.
El viejo minero entró en el taller del herrero y dijo a éste que pusiera unas herraduras al caballo.
—Anthony Sheridan está en el saloon , Leonard. Preguntó por ti en el mostrador.
—¡Caramba! Hacía tiempo que no nos visitaba. Algún nuevo negocio querrá proponerme. Déjame solo. Desde que discutiste con su hijo, Anthony no puede verte.
Echóse a reír el visitante.
—Estoy arrepentido de no haberle roto la cabeza… Tengo buenas noticias para ti. Sé dónde se encuentra Bob Connell. Cinco dólares me ha costado la información. Cinco dólares y una botella de whisky que se ha bebido el minero que me ha confiado el secreto.
Ellsworth es una pequeña ciudad situada entre la bulliciosa Dodge City y la ganadera Abilene, entre los ríos Saline y Smoky Hill. Es una ciudad tranquila, pero al mismo tiempo animada por la proximidad del ferrocarril y ser paso obligado entre aquellas ciudades y estar próxima también a Newton y Wichita. El saloon de Joel Conti era el más frecuentado de la ciudad.
La joven, sonriendo complacida, empezó a caminar. Y al llegar, una hora más tarde, a lo alto de la colina, se dejó caer boca arriba en la fresca hierba. Ensimismada en sus pensamientos, colocó las manos bajo la cabeza y, después de suspirar varias veces con enorme satisfacción, contempló el firmamento con ojos ajenos a cuanto veía. Sin moverse, permaneció así, en la misma posición, mucho tiempo.
Mina Palmer, arrastrando con mucho esfuerzo una pesada maleta, ascendía hacia la cubierta del barco por el portalón. Vestía de modo sencillo, pero su sombrero y ropas eran ciudadanas y conservaban un sello de distinción que, en las miradas de los demás, podía observar que era mal interpretada. Los hombres que vestían con cierta elegancia la sonreían maliciosamente y la invitaron algunos a formar sociedad.
—Si buscáis diversión os habéis equivocado de establecimiento. Al otro lado exactamente de la calle está el Sonora. Si andáis sobrados de dinero… —Sírvenos un trago —dijo uno de los dos forasteros qué se habían apoyado sobre el mostrador. —Me llamo Wolf. Pronto oiréis hablar de mí. Soy el dueño de este establecimiento. ¿Whisky? —Dos dobles. —Aquí tenéis. Servíos vosotros mismos.
El sheriff, que conocía perfectamente lo que sucedía y que era una de las cosas que más le preocupaban, decidió guardar silencio. Frederic Peck, segundos después de entrar en el local, salió corriendo del mismo. En la puerta del saloon apareció un hombre vestido a la usanza ciudadana, mientras disparaba sus armas sobre los pies del ranchero.
El capitán Jennings estaba a la puerta de la cantina. Estaba observando a la muchacha. Con la fusta, se golpeaba suavemente en las altas botas de montar. Por fin se decidió a caminar hacia ella.
Las primeras manos eran de tanteo para fijarse en la forma de jugar del adversario. En estas primeras manos, la fortuna se repartió según los naipes de cada cual, pero cuando comenzaron a apostar fuerte, Mike se fijó en Niven, como en realidad se llamaba el compañero de Brown, que hizo una mueca a éste.
—¿Quién es ese muchacho? —preguntó Jane, propietaria del local, a una de sus empleadas.
—¿A quién te refieres?
—A ese gigante.
—Es la primera vez que le veo. Será forastero.
—Puede que sea así, pero no me gusta que en mi casa no se beba.
—¿No ha bebido nada?
—Lleva husmeando por las mesas de juego más de treinta minutos y sin hacer el menor gasto. Dile que si no bebe que se largué. ¡No me gustan los curiosos!
—¡Dame un doble con mucha soda! ¡Estoy sediento! Tippy, barman del local propiedad de Flanklin, contempló al muchacho con curiosidad. Era la primera vez que le veía. Y supuso que era forastero. Claro que esto no era muy extraño en Santa Fe.
Ella quedó pensativa al marchar Larry para recoger sus cosas. Y en un saloncito estuvo sentada sola y pensando. Se levantó y salió para pasear. Durante el paseo las ideas se ordenaron y llegó a la conclusión de que era lógico pensaran como Larry le había dicho que pensaban los demás. No era norma que el capataz viviera en la vivienda principal. No sabía de ninguno que lo hiciera. Tom entraba y salía a su antojo sin pedir permiso para hacerlo. Si ella ordenaba algo que no compartía Tom, dejaba de hacerse.
Uno de los reclusos de la penitenciaria del Estado, fue llevado ante la presencia del alcaide, por orden de éste.
Edgar Dee, como se llamaba el recluso, ignoraba la razón por la que el alcaide deseaba hablar con él. Caminaba en silencio y preocupado.
Los dos funcionarios de prisiones que le acompañaban, no le habían informado del interés del alcaide por hablar con él, y aseguraron ignorar la razón de ello.
Al llegar ante la puerta del despacho del alcaide, uno de los funcionarios se adelantó para llamar con suavidad a la puerta, que no abrió hasta tener autorización para ello.
El sepulturero se echó a reír.
Despidióse de él el doctor y desapareció a lo largo de la calle.
Una vez fuera de la ciudad, hizo galopar a su caballo. Hoffman Graham estaba considerado como el hombre más rico de Austin y su ganado era el más cotizado en las subastas.
El doctor Joseph Cleveland caminaba pensativo sin darse cuenta de la presencia de dos de los vaqueros de míster Graham.
Audrey había dejado todo en la misma forma que lo halló y una vez lavada, se cambió de ropa, vistiendo de cow-boy, y fue al comedor.
Nada más salir ella, entraba Linda en la habitación, y rió contenta al encontrar lo que había olvidado, en los mismos lugares que lo dejó.
La maleta de Audrey sobre la cama, indicó a Linda que eso era lo que impidió que encontrara lo otro.
Si era cierto que Ben era tan peligroso con las armas, sería un peligro para sus hermanos provocarle. Y de darles una lección, sería fatal, ya que sobre todo, Frank querría luchar en un duelo a muerte frente a él para demostrar a todos que no había nadie que pudiera derrotarle con los «Colt». Estos pensamientos no podía desecharlos de su imaginación y oía hablar a los Statton sin escucharles. La conversación volvió a recaer sobre la familia de Alice.
Había seis partidas de póquer. Algunos jugaban a los dados y varios bebían ante el mostrador, bromeando con el barman. El rumor de las conversaciones cesó de repente. Cuatro forasteros entraron mirando en todas direcciones y sonriendo. Al colocarse ante el mostrador, lo hicieron separadamente, es decir, cada uno en una parte del mismo.
Lentamente desmontó del caballo apoyando un pie en una roca y mirando hacia el fondo del ralle que se dominaba desde el lugar en que había hecho alto. Echó el sombrero hacia atrás y se limpió el sudor de la frente con un sucio pañuelo. Sus ojos semicerrados lo miraban todo. Y lo hacían con un interés intenso.
TEXAS ha de ser libre! ¡Quien tenga un poco de coraje que coja sus armas y su caballo y nos siga! Al grito de libertad eran muchos los tejanos que se alistaban en el pequeño ejército de voluntarios que se estaba formando en la provincia mejicana.
—¿Me va a decir qué es lo que viene buscando? ¿Y por qué se ha hospedado en el hotel más caro?
—Cuando lo ha hecho es porque podrá pagar. ¿Pregunta a todos los forasteros lo que vienen buscando? No creo que para venir a Houston se necesite buscar algo o a alguien.
—Pues este tendrá que hacerlo.
—No se debe armar tanto ruido porque el dueño de ese caballo que le gusta a usted, Chiest, no quiere venderlo por muchos dólares que le ofrezca.
Dolly Mansfield, considerada como una de las mujeres más bonitas de todo Texas a pesar de sus treinta y cinco años, a la semana de haber enviudado, reunió a los dos únicos vaqueros en quienes podía confiar de su numeroso equipo, diciéndoles: —Las visitas reiteradas que me hacen algunos hombres desde la muerte de mi esposo, empiezan a preocuparme. Y por las insinuaciones que algunos se han atrevido a hacerme, aunque de momento con gran habilidad y astucia, me hace pensar que a todos ellos, la muerte de mi esposo les ha alegrado… —Eso es algo que no debiera sorprenderte, Dolly —dijo uno de los viejos—. ¡Todos esos hombres te desean y sueñan con recibir tus favores!
Arnold, como una fiera, se lanzó sobre Clinton. Bramó ferozmente al conseguir abrazarse a él y Molly le animaba. Pero cuando sus manos intentaron alcanzar el cuello de Clinton, este golpeó brutalmente el rostro de Arnold. Cayó al suelo como un pesado fardo y al intentar levantarse se tambaleó por la pérdida del conocimiento.
Era hombre amargado que odiaba la humanidad, porque cada vez que se miraba al espejo no se engañaba respecto a su desgraciado nacimiento; tenía un rostro horrible. Insultaba a la muchacha por la cosa más insignificante y la golpeaba de manera brutal. Se había designado única autoridad de Rincón, pueblo ubicado a orillas del río Grande en el territorio de Nuevo México. Actuaba como sheriff, juez y alcalde de la pequeña población.
—Lo que estás escuchando, querida, es la pura realidad. Tendremos problemas con el muchacho. Lleva el odio metido en las venas. Ha heredado todo lo malo de su padre… —Es muy joven aún, Alec… Casi todos los muchachos a su edad… —No nos engañemos, querida, son muy determinantes las reacciones que tiene… A veces me asusta. ¿Es que no te has fijado en sus ojos cuando…? —Por favor, querido, el doctor descartó esa terrible enfermedad. Debemos continuar ayudándole. El viejo y cansado cow-boy miró a su esposa, añadiendo: —Volveré a hablar con el doctor McGinley. Pero de todos modos procura no contrariarle en nada durante mi ausencia…
El jinete desmontó un poco indolentemente dejando las bridas sobre el cuello del animal, mientras quitándose el sombrero, que sacudió sobre la rodilla derecha, asustó al caballo, que se alejó unas yardas para ponerse a pastar en el acto. Las altas botas del jinete estaban como el resto del cuerpo, cubiertas de polvo de distintas tonalidades, indicio de haber caminado muchas millas por carreteras y caminos, montañas y valles de distinta formación geológica. Con el pañuelo anudado al cuello, después de dejado el sobrero arrugado displicentemente sobre la cabeza, sacudió las botas, el pantalón, la camisa… teniendo que alejarse con rapidez del lugar en que se sacudía para no recibir de nuevo todo el polvo, que como nube policroma le rodeaba a cada sacudida. Desde la roca en que al fin se sentó veía a muchos pies de profundidad un poblado en el que entraría buscando algo de beber para su garganta reseca y una cama blanda de la que tenía noticias de su existencia solamente por referencias desde hacía varios meses. Miró después hacia su caballo y le vio tan entusiasmado con el hermoso pasto que tenía sin limitación a su antojo, que no se atrevió a continuar el viaje. Más por estar muy cansado desató la manta que llevaba en la silla y se echó con ánimo de descansar un poco, pero despertó tantas horas más tarde que habíase hecho de noche y veía al fondo el tenue parpadeo de algunas lucecitas como fuegos fatuos.
Por el estrecho «cañón», de paso angosto y de zigzagueante trazado, la caravana de carretones entoldados camina lentamente, guiada por el instinto de los animales del vehículo de cabeza cuyo conductor, vencido por el cansancio de tantas horas sin descanso, deja que la cabeza martillee sobre el pecho en un sopor inconsciente, aun a trueque de rodar por el bordeante precipicio, en cuyo fondo se oye el rugir de las aguas violentas.
Joe se despidió del buen amigo que le había curado en cierta ocasión cuando había sido herido por la espalda. Era la segunda herida que recibía de ese modo. En la primera había estado varías semanas oculto en la habitación de una mujer que supo curarle sin que se enteraran los que de haberlo sabido habrían terminado con él de un modo definitivo. Eran por tal circunstancia, las dos personas a quienes estimaba de veras.
El joven que espoleaba al caballo conocía perfectamente el terreno y, aunque empezaba a anochecer, sabía que los disparos se los hacían desde lo más alto de los farallones, donde existían las ruinas de lo que fue Pueblo Bonito, una de las reliquias de civilización pretéritas de las varias que conserva Nuevo Méjico. Los disparos continuaban, y cuando estaba llegando a las ruinas de las extrañas viviendas, oyó como el galope seco en una pared que estuviera próxima y segundos después rodaba por el suelo. El caballo había sido alcanzado en el pecho, indicio éste que descubría un segundo enemigo.
En la ladera occidental de la cadena montañosa conocida por las Bitterroots y entre inmensos bosques, se instalaron ranchos que sostenían millares de reses ovinas y bovinas tras las cruentas luchas entre los partidarios de ambas riquezas y medios de cría.Unido a la ganadería existía una riqueza importante en las minas de oro y cobre especialmente. Esto daba a las ciudades un cierto aire de cosmopolitismo, pues la ambición de las fáciles riquezas que podían hallarse bajo unas rocas o en el curso de los infinitos arrojos, amén de ríos como el Clark y el Bitterroot.Riquezas que originaron tendidos de ferrocarriles secundarios para enlazar esta comarca en el transpone de las minas, con las grandes líneas transcontinentales.Todo esto hizo de Missoula una ciudad de cierta importancia, en la que se construyeron silos para los cereales; grandes corralones para el ganado; sucursales de bancos nacionales y del territorio, así como muchos saloons para que se pudieran divertir los millares de seres que se movían dentro de la ciudad y en los alrededores.Una línea de diligencias ponía esta zona en comunicación con la minera de Clearwater, pasando por Orofino, hasta Lewiston, donde los barcos del río, por el Snake, llevaban al Columbia pasajeros y mercaderías de valor, a cambio de lo que necesitaban las poblaciones de aluvión que se condensaban en las cuencas mineras.El mayor tráfico lo daba Helena como capital del territorio y las diligencias que ponían en comunicación esta zona con el Pacífico.
SANTA Fe ha tenido siempre y sigue teniendo, más aspecto de una ciudad española o mejicana que americana y de ahí que los nombres en sus calles y en sus monumentos sean en su mayor parte de significación latina más que sajona.
Los abundantes comercios a lo largo de las avenidas de don Gaspar y Galisteo, regidos por indios, descendientes de los Pueblo y por españoles, ayudan en la actualidad a dar ese ambiente hispánico a la pequeña y coqueta ciudad.
CUIDADO. ¡No seas impaciente! Es un paso muy peligroso éste. ¡Yo también tengo deseos de beber algo, no creas que eres tú solo el que está sediento!
Y el jinete golpeaba cariñoso en el cuello del caballo inclinándose sobre él al apoyarse en los estribos.
El animal relinchó como si quisiera responder a su dueño.
Una cortina de polvo rojizo semiocultaba el poblado de la alta montaña que, como un dogal, lo rodeaba.
Dos jinetes detuvieron sus cabalgaduras y uno de ellos, echándose el sombrero hacia atrás, secóse la frente sudorosa con un sucio, pañuelo, diciendo:
—Ése es Brawley. El pueblo minero de la frontera. Estoy rendido; podíamos descansar…
ANTE la puerta del salón Royalty en Oklahoma, un grupo de vaqueros estiba sobre el techo de la diligencia los equipajes correspondientes a los viajeros y a las mensajerías que con destino a los pueblos del tránsito en el combinado hasta la ciudad de El Paso, admite la Empresa propietaria del vehículo. Son las seis de la mañana. El conductor con su ayudante atiende los últimos detalles de inspección del carruaje y a los animales de tiro que han de llevarlo en una jornada agotadora hasta el primer relevo en la orilla del río Rojo, junto al puente de madera restaurado cada año después de la época de lluvias en que las riadas, arrollándole, arrancan la parte central del mismo.
EXISTEN aún en la Unión testigos presenciales de aquella llamada y Gran Tormenta que a principios del año 1886 azotó las Grandes Llanuras, barriendo entre turbonadas de nieve y hielo al ganado y al cow-boy. Los ojos de muchos habitantes de los dos Dakota, Minnesota, Nebraska, Kansas e Iowa, se achican con frecuencia y, mirando hacia Poniente, aquella meta de las lentas naves de las praderas, parece que ven la marcha constante hacia el sur de los vehículos, ganado y jinetes empujados por la ola de nieve y frío más intensa que conocieron los colonizadores en un siglo por lo menos.
Irrespirable era aquella atmósfera del saloon Verde.
Sentado en la galería que precedía a la entrada, se hallaba un joven vestido de cow-boy. No se atrevía a entrar por temor a su caballo, que había colocado en la barra.
Miraba con atención a cuántos pasaban por allí.
La casa de al lado era otro saloon y la de enfrente… Parecía no existir nada más locales de ese tipo.
PARA el pequeño pueblo llanero de Niobrara, era un espectáculo y una distracción, por lo tanto, el paso de las naves fluviales en los dos sentidos.
Habían permanecido insensibles a la llamada de la ambición hacia los campos mineros de Colorado y Montana.
Extendidos a ambas orillas del río que dio nombre a la pequeña ciudad, había unos extensos ranchos, en los que vivían unas cuantas familias, de las que llegaron pocas decenas de años antes.
LAS calles polvorientas de Tombstone se hallaban muy concurridas y a las puertas de los infinitos saloons que existían, se agolpaban los clientes empujándose para conseguir entrar.
Las mujeres que tenían la misión de distraer a los mineros y cow-boys se veían obligadas a esconderse, aunque los dueños de los establecimientos les obligaban a volver.
Habíase corrido la voz por todo el Sudoeste de la aparición de grandes vetas de oro y hasta de Silver City acudían buscadores, abandonando para ello sus parcelas.
EL raso de los vestidos de las damas hacían coro con su trin-trin al arrastrar de los sables de los militares en una de las fiestas más suntuosas de California.
A no muchas millas de la ciudad de Santa Bárbara se alzaba la vasta construcción de lo que fuera siglos antes misión franciscana y que ocupó la familia de los Hidalgo Guzmán que en Monterrey habían tenido gran ascendiente.
Las posiciones de los Hidalgo habíanse visto reducidas por imperio de las circunstancias y asentamiento de infinitos colonos, salidos de los mineros fracasados que habían descendido de los ríos del norte y de los Territorios de Nevada y Arizona, al seguir el curso del Río Colorado.
LOS mineros entraban sacudiendo la nieve que tenían sus ropas y formando pequeños montoncitos en el suelo, que se licuaban con rapidez, dada la temperatura reinante en el saloon.
Después se aproximaban en busca de un hueco en el mostrador para beber un buen vaso de whisky , tras frotarse las manos y calentar con el aliento las puntas de los dedos.
Idaho City conservaba mucho de su pasado esplendor, aunque no había los cuarenta mil habitantes que llegó a tener tres o cuatro años antes.
En uno de los picos de las Black Mountains, a unas cuarenta millas del pequeño pueblo de Owen en el territorio de Wyoming, se hallaba Bill Smith, recostado sobre una enorme piedra, a la entrada de su cueva, que le había servido de refugio los últimos tres años. Fumaba tranquilamente su cachimba, al tiempo que la película de los recuerdos pasaba por su imaginación. De vez en cuando un leve suspiro brotaba de su pecho, encontrando en ello un inmenso alivio.
Frank Hunter, el ranchero más influyente de la pequeña localidad de Carrizoso, Nuevo México, entró corriendo en el local propiedad de Gray Raymond, situado en la plaza del pueblo y a pocas yardas del llamado árbol de la libertad.
Una vez en el interior, se detuvo al lado de la puerta contemplando a los reunidos.
Después de una breve observación, se encaminó con el ceño fruncido hacia una de las mesas en que un grupo de clientes bebían mientras sostenían una conversación animada
El vaquero que había ido a informarle, iba tras él.
Al llegar el representante de la ley encontró un gran número de curiosos ante la puerta de la clínica.
El doctor estaba operando al herido, y todos, la mayoría de los ciudadanos de Tucson, esperaban conocer los resultados.
La única noticia que se les había anticipado era que había pocas esperanzas de salvar al herido.
Ivy Parkington, la dueña del Cow-Boy Saloon, recorría con la mirada a los clientes, más numerosos que nunca. Estaba satisfecha. Habla montado su bar en una ciudad que progresaba rápidamente. Había imaginado que las minas y los numerosos ranchos que había en las proximidades darían un buen contingente de asiduos clientes. Y no se equivocó. Desde la atalaya de su mostrador presenciaba la entrada de nuevos clientes.
Después de la guerra provocada por Nube Roja, de acuerdo con los jefes indios de las otras naciones, las autoridades de la Unión decidieron centralizar en reservas al efecto a los restos de esta raza.
En estas reservas, controladas y dirigidas por agentes especializados y designados por las autoridades de Washington, los indios hacían su vida como si estuvieran en libertad.
Lo único que no podían hacer, y por eso la constitución de las reservas, era guerrear como antes.
El agente era la máxima autoridad en las mismas.
No había más que un asiento libre, que ocupó sin fijarse en los restantes viajeros.
Dejó su maleta en el portaequipajes que había sobre los asientos y se sentó, desdoblando un periódico que llevaba en la mano.
Había saludado de una manera general al entrar.
Junto a la ventanilla iba una muchacha muy bonita, a la que vio de perfil. Frente a ella un hombre joven, con el que iba hablando.
Belisa tiró de las riendas del fogoso caballo que tiraba de su cochecillo en el que hacía el reparto de la correspondencia a los ranchos cercanos a Abilene. Llegaba hasta las cercanías de Merker por el norte y de Bard por el sur. Su carricoche, un tanto destartalado, era popular por los caminos, y los ejes del mismo demostraban que eran firmes y duro de patas el animal que le arrastraba. No había camino, por malo que fuera, que se resistiera a esa comunión de tres elementos tan parecidos. Una muchacha con voluntad, tozuda. Un caballo más testarudo que un mulo y un coche más fuerte que el hierro.
Los testigos cerraron el círculo alrededor de la mesa; ninguno de los presentes querían perderse el observar por sus propios ojos la jugada. El de la placa, con parsimonia y lentitud, fue descubriendo las cartas una a una. Cuando levantó la primera, una leve sonrisa cubrió el rostro de Larry. Su sonrisa fue en aumento cuando descubrió que la segunda carta era otro as.
Con la fuerte espalda apoyada contra la roca, el pelo revuelto por la brisa, la pipa sólidamente aprisionada entre los dientes que blanqueaban en el cutis broncíneo y los ojos semicerrados, Burke Wallace contemplaba desde el alto mirador, en la proximidad de su morada, la carretera que allá abajo, a sus pies, muy en lo hondo, ponía en comunicación a Carson City, la capital del estado de Nevada, con Sacramento, que lo era de California.
-¡Atención, señoras y señores! ¡Va a salir por el pasillo número tres, el caballo más asesino que ha dado el Oeste y el que menos tolera en sus lomos a un jinete! Pero si «Torbellino» es el campeón de los caballos broncos, le ha correspondido el jinete que le va a la medida: ¡Dick Ferber!, el ganador de estos días.
Las gradas estaban cubiertas de una multitud morbosa, que aplaudía frenética.
Les entusiasmaba la idea, de la lucha que iban a presenciar.
Una caída antes de los segundos concedidos para puntuar, suponía la posibilidad de que el jinete fuera alcanzado por los cascos del animal furioso.
Los vecinos de Roswell, así como la mayoría de los vaqueros que prestaban sus servicios en los ranchos de los alrededores, acudían presurosos a la plaza, que siguiendo la costumbre de la mayoría de los pueblos del Oeste, tenía un árbol llamado irónicamente «de la libertad», en el centro, que servía de punto de reunión en los días de mercado de los ganaderos; de sala de justicia al juez y sheriff, y, como en esos momentos, para colgar a un pistolero, según afirmaban el sheriff y míster Mac Carthy, juez de la localidad y dueño del saloon que había enfrente y a cuya puerta se hallaban asomados jugadores y algunas mujeres con más pintura que pudor.
De vez en cuando dejaba de leer el viejo granjero para prestar atención a la canción que su sobrina estaba interpretando. Se recostó en el amplio sillón y cerró los ojos. Y sin darse cuenta, se quedó dormido.
—Tienes que escuchar, Tom. No está bien que tu hermana admita vaqueros sin consultarme. Ella no sabe las necesidades del rancho... —Estás concediendo excesiva importancia a ese hecho, Alwin. Y después de todo, vamos a necesitar más conductores para llevar el ganado hasta Dodge. De veras no comprendo la razón de que te haya enfadado tanto que admitiera a ese muchacho. ¿Que es poco hablador? Eso no supone delito alguno. Al contrario, es una buena virtud.
El llamado Camino de Santa Fe empezó siendo la ruta de los comerciantes para negociar con las ciudades del sudoeste de la Unión, salvando la enorme distancia entre Saint Louis y la capital del territorio de Nuevo México. Era preciso cruzar las tierras de los indios, que ante tanto paso de caravanas y por la extinción del bisonte, que era tan vital para ellos, de vez en cuando se levantaban en sublevaciones esporádicas. Los especuladores supieron desviarse de la ruta y entrar en contacto con los indios para facilitarles armas y alcohol, que era lo que más querían.
La ciudad de Dodge City, en el estado de Kansas, fue famosa durante muchos años por varios motivos, siendo uno de los más salientes el que sirviera de término a las caravanas de cornilargos, procedentes de Texas, y que bautizó Jesse Chilshom. Éste fue el primer ganadero tejano que se atrevió a buscar mercados al exceso de carne del estado en que se criaban los temeros, cornilargos y bisontes, como plantas.
El río Columbia, años después de la llegada al Noroeste de los equipos de leñadores o madereros, instalando en los bosques serrerías sencillas, llevaba el curso de sus aguas llenas de troncos sobre los que, con una habilidad extraña, navegaban hombres encargados de conducir a su destino esa madera. Con el tiempo y por el aumento de tal industria, hacíase más difícil este transporte, ya que no era posible, al unirse los troncos, poder diferenciar los pertenecientes a un equipo de los transportados por otros.
Las hojas de la puerta de vaivén oscilaron varias veces con un chirrido especial que hizo mirar hacia allí a los cuatro vaqueros que estaban acodados sobre el mostrador del bar hablando de sus cosas, mientras en las mesas jugaban a los naipes, a los dados o simplemente bebían tequila o pulque. Sacudiendo el sombrero contra las rodillas y envuelto por lo tanto, en una nube de polvo, entraba un vaquero de alta talla, un poco encorvado al seguir sacudiéndose.
Saltó sobre el cochecillo y fustigó a «Lucky», que arrancó a galope, haciendo que se apartaran los curiosos para no ser atropellados.
Cuando salía de la calle en que se hallaba el periódico, vió a Tommy en el quicio de una puerta.
Trató de esconderse cuando ella pasaba por allí, pero no pudo evitar que le descubriera.
No se detuvo por ello.
Barbara Willmar se había hecho popular en Wichita.. Aparte de que montaba uno de los caballos más bonitos que habían visto por allí, su belleza era extraordinaria, y su desenvoltura llamaba la atención, por no ser frecuente en las mujeres de la tierra. Montaba a caballo y vestía lo mismo que un hombre. Pero su popularidad tenía otra causa, aunque lo dicho fuera suficiente.
La muchacha se escapaba para estar junto a Alian, que le refería historias y leyendas que hacían la delicia de la muchacha. Y había sido Alian el que enseñó a Brenda a leer, a escribir, y muchos conocimientos más. Ella, que aprendía con facilidad y rapidez, obligaba a que Alian siguiera comprando libros. Alian solía decir que era tan padre como Emil. Los dos habían criado a la muchacha. Que se quedó sin madre, siendo muy pequeña.
Esta tierra me produce náuseas! ¡No hay más que cobardes ruines y rastreros!... Un hombre, rodeado de un grupo de miserables, es el amo de una región y..., si me apuras mucho, de todo un Territorio. ¡Esto es una nueva Edad Media, pero con la diferencia de que aquellos personajes sí que eran caballeros! Y trataban a sus súbditos con cariño... ¡Lo que estoy viendo aquí es, francamente, repulsivo y vergonzoso!
Cesaron de hablar los clientes y se hizo un silencio extraño.
Uno de los empleados de la casa, provisto de martillo y unos clavos, subióse a una de las mesas que se acercó al efecto, y en el sitio más visible, junto a las botellas, desdobló un papel y lo clavo en pocos segundos.
Nadie se había preocupado de establecer los límites del complejo ganadero-agrícola del rancho propiedad de David Ennough. Nadie era capaz de contar las reses que se movían en un rancho como aquél. Una gran parte de la frontera con México formaba este rancho. Eran, por tanto, muy frecuentes los raids que hacían en estas tierras los bandidos mexicanos, llevándose terneros y potros.
La muchacha que había preguntado por el animal siguió su camino y llegó a las cuadras. En una de las individuales se hallaba un caballo bayo, precioso. Conoció a la joven y, como andaba suelto, se acercó a ella para acariciar a su ama. Ella correspondió a las caricias y le habló con dulzura. Le estuvo pasando lentamente la mano por las cuatro extremidades.
El jinete detuvo la montura, que había caminado las últimas yardas con una lentitud desesperante, y saltó de la silla con gran agilidad. Sin preocuparse de los que pasaban o estaban a su lado, amarró la brida a la barra y sacudió su ropa y sombrero casi con fiereza. Una enorme nube de polvo le envolvió en absoluto.
La desmovilización, una vez terminada la guerra de Secesión, creó grandes problemas a todas las autoridades, y las regiones próximas a los lugares de acuartelamiento, se vieron inundados de hombres de los más encontrados caracteres que solicitaban trabajo, muchos de ellos sin pedir sueldo y sólo por la comida. Para los desmovilizados en el Sudoeste, procedentes del Norte, suponía un gran trastorno su falta de conocimiento de las costumbres y profesión de los cow-boys, que eran los únicos que hallaban acoplamiento en los infinitos ranchos, aunque la ganadería, a causa del inmenso consumo de las fuerzas armadas, no era todo lo rica que fué y que aspiraba a ser.
Todos los vecinos de Keeler se habían guarecido bajo los porches de las casas para huir del sol inclemente. Las emanaciones salitrosas del cercano Valle de la Muerte, hacía que la leve brisa de la mañana resultara cáustica en exceso. Por las tardes estos vientos tan sumamente cálidos, al buscar las alturas por su menor peso, provocaban una especie de ciclón diario que barría toda vegetación en unas cuantas millas. Los vecinos de Keeler como los de Beatty, una ciudad al oeste y al este la otra, conocían las horas de este fenómeno y procuraban estar encerrados.
No de muy buena gana, se puso Ben en pie, haciendo con ello que los cinco se mirasen sorprendidos al ver la estatura de él. Lauren fue diciendo nombres: Dorian Crayton, dueño del saloon «Havre»; Lukas Ha villana, nuevo doctor; Arthur Hayward, jefe de estación; John Lamb, amigo de Dorian. Y el recién llegado a Havre, Arístides Leónidas.
También quedaba la duda a los ciudadanos de Grantsville sobre la personalidad de Austin, que fue acusado reiteradas veces por Joe como autor de los atracos a la diligencia. Austin era desconocido y sobre él pesaban acusaciones graves, cuando se ofrecía por su cabeza suma tan elevada.
Las opiniones empezaron a dividirse en dos grupos bien definidos: los que temían las consecuencias de lo sucedido y los que consideraban justa la muerte de Joe, estuviere al servicio de quien estuviere.
Una reducida caravana avanzaba lentamente entre las altas hierbas al frente de la cual va un hombre fornido y de gran talla, aunque por efecto del paisaje que le rodea, no aparezca en toda su grandeza.
La caravana parecía algo miserable, frágil y diminuta, avanzando en su lentitud por la pradera infinita como si quisiera contemplar a quienes por primera vez habían llevado a su pacífica vida el relinchar estridente de los ejes mal engrasados.
El sheriff se alejó de Earle; pero, al marchar, iba pensando en que debía sentir vergüenza por todas las verdades que le había estado diciendo el amigo. Había dejado que robaran los pastos y hasta parte de los terrenos, que se habían anexionado otros ganaderos. Pero él no esperaba el regreso de Earle. Durante la guerra se había hablado mucho de Earle Costa. Fue un verdadero héroe. La Prensa en las dos partes contendientes se preocupó muchísimo de él. Hasta el enemigo reseñaba con respeto sus heroicidades.
Milton quedó pensativo. Era verdad que le había sorprendido le encargaran a él, habiendo tenientes y sargentos para una misión como esa. Y le habían hecho galopar muchas millas para ello, mientras que los destacados en Santone paseaban por la ciudad. La razón dada para ese servicio era que gozaba de la mejor fama y como el detenido era un asesino peligroso, había que escoger el jefe del grupo del traslado. Mientras pensaba en todo esto, pasaron unos minutos.
Desde la firma del pacto de Guadalupe-Hidalgo, por el que México perdía una gran parte de los territorios del Norte, fueron muchos los que tratando de sublevarse contra la capital de México, buscaron como pretexto para la búsqueda de adeptos el móvil de la venganza de lo que ellos llamaron durante muchos años, y sin que se haya olvidado del todo después de un siglo, una verdadera vergüenza.
Para evitar posibles víctimas, los Estados Unidos sostuvieron tropas en los fuertes Quitman y Hancok, situados ambos junto al río Grande, que es la frontera legal y natural en esa parte.
Bill Garnett, desmontó ante uno de los saloons de Butte, y amarró su hermoso caballo a una de las herraduras que al efecto había en la pared. Algunos hombres vestidos de diferentes formas miraban con suma atención, en particular al caballo. Sin hacer el menor caso de esta observación de que era objeto, entró en el local, que era más amplio de lo que podía imaginarse des del exterior. Se aproximó al mostrador con cierta dificultad por la gran multitud existente.
—No debieran acudir a esa invitación… Tienen que terminar por convencerse de que se nos odia de la manera más intensa… Y, especialmente, esa familia que es la que capitanea todo cuanto es molesto para nosotros. —Se trata de la sobrina que ha llegado hace unos días. Es ella la que firma la invitación. —No esperen que sea distinta. Todos estos californianos sienten un odio hacia nosotros, que temo termine cualquier día en una revuelta. Están buscando el apoyo de los indios de todo el Sudoeste… —dijo el coronel al mayor y al capitán, que estaban en su despacho.
La máquina iba frenando entre resoplidos de vapor al entrar en el andén en el que había muchos curiosos y otros que esperaban a familiares y amigos. —¡Harold! ¿Esperas a alguien? —A mi hija. Viene a pasar las fiestas. Dice que echa de menos un buen caballo y unos días de aire puro. ¿Y tú, esperas también a alguien? ¡Ah! Es verdad, no me acordaba, se ha hablado mucho de Eddie estos días. ¿Es que llega hoy? —Es lo que me dice en su última carta recibida ayer.
Pat preguntó por el marshal, que llegó días antes, según había oído decir, para tomar posesión de su cargo. Cuando fue introducida en su despacho, le miró sorprendida. Pensó que sólo tendría dos o tres años más que ella. También el marshal miró sorprendido a Pat.
Dick Harney, una vez que entró en El Paso, se encaminó hacia el taller del herrero con su caballo de la brida.
Charles Pearson, como se llamaba el herrero, al ver entrar a aquel muchacho tan alto en su taller, dejó de golpear sobre el yunque para contemplarle con gran curiosidad.
—¡Muy bien! ¡Muy bien…! Ahora, un disparo y volteo. Todo ello en menos de tres segundos. ¡Veamos…!
—¿Menos de tres segundos? ¿Estás seguro que se puede hacer?
—Lo vas a comprobar tú misma…
—Bien. Adelante. Puedes dar la señal.
Así lo hizo el viejo vaquero que estaba con ella.
—¡Estupendo! ¿Te has convencido? Ahora varios disparos de este modo. Disparo y volteo… ¿entiendo?
—Perfectamente.
Las mejores caobas de los bosques americanos y el ébano de Africa se habían empleado en el adorno de los salones lujosos del barco, propiedad de una de las mujeres más conocidas de la Unión. No había olvidado el constructor o proyectista, colocar un escenario con todos los más modernos mecanismos de tramoya. Las butacas comodísimas y bien aprovechado el terreno para la mayor ubicación de las mismas.
—Me ha mandado llamar, patrón?
—Pasa, Morris. Hemos de hablar.
—Lo agradezco, porque hace un calor que no hay quien lo resista. De seguir así muchos días más, tendremos epidemia en el ganado. Los arroyos se secan y las reses hozan los lechos húmedos aún.
—Habrá que agruparlas al norte. Allí tienen agua en abundancia.
—Pero los pastos, si se sitúan allí, quedarán esquilmados —dijo Morris.
El jinete consultó el dinero que le quedaba, antes de entrar en el pueblo. No llegaba a ocho dólares.
Oprimió con las rodillas al bruto que montaba, y éste siguió su camino sin prisa.
Hacía más de dos meses que no encontraba el menor rastro de la persona que buscaba y que escapó de su lado sin decirle nada, cuando se había encariñado con él.
Volvió la tranquilidad a la fiesta con la marcha de Shelby, y los vaqueros se disputaban el honor de bailar con Laura. Uno de los que la invitaron fue Rock. Ella no se atrevió a decir que no quería bailar con él, pero lo hizo a disgusto y no habló una sola palabra. —No debe guardarme rencor —dijo Rock—. Eran órdenes de Esther. La he conocido hace tiempo. Ahora está furiosa conmigo y con usted. Debe tener cuidado con ella, porque no es buena. Laura miró a Rock y desde ese momento le pareció más agradable el capataz.
La Historia está llena de hechos reveladores.
Pequeños detalles: hechos de intrascendente apariencia, se han convertido en jalones que marcan etapas en la senda ascendente del progreso.
Un pequeño detalle: la observación de algo improcedente, ha conducido a descubrimientos científicos de enorme trascendencia para la Humanidad.
La partida de Stuart, que en 1858 descubrió oro, no podía suponer que iba a ser la causante de la colonización de un vasto espacio de la Unión.
Abrieron el llamado Camino de Mullan por un lado, pues los fracasados buscadores del Pacífico se lanzaron desde Wall-Walla, a través de montañas y dificultades, hacia donde la aludida partida de Stuart había encontrado oro.
—¿Se sabe ya quién ha sido elegido sheriff?
—Ahora mismo han traído la noticia, excelencia. Stanley Red.
—¿Es posible…?
—Es lo que acaba de decir el periodista.
—No comprendo a esta ciudad. De verdad. Y por lo que oigo, todos se equivocaron.
—No se podía esperar una cosa así.
—Pero ha sucedido, ¿no?
—En efecto.
Monty Anderson, abstraído en sus problemas y recuerdo, caminaba como un sonámbulo por una de las calles de Laramie.
Y lo hacía por el centro de la calzada, llevando el caballo tras de él como si se tratara de un perro. La brida sobre el cuello del animal.
Estaba cansado de cabalgar y necesitaba hallar habitación en un hotel para poder dormir por lo menos veinticuatro horas seguidas. Pensamiento que le hacía sonreír.
Había pasado ante cinco hoteles por lo menos, pero como iba distraído no se daba cuenta de ello.
Los comentarios en el bar fueron exclusivamente de lo que había pasado. A los pocos minutos se hablaba de ello en la pequeña población. Y esa noche se comentaba en el comedor del coronel Hunter, donde habían sido invitados el mayor y el capitán.
Desmonto el jinete con desgana, echo las bridas del caballo sobre el cuello del animal y, palmoteándole en los cuartos traseros, vio cómo se alejaba de allí al trote. Sacudió el polvo del sombrero y entró en la casa. En el comedor estaban sentados su padre y su hermana. Le miraron con indiferencia en silencio.
La mujer montó en el mismo caballo que acababa de dejar el cow-boy. Cuando llegó al pueblo, había una verdadera multitud ante la puerta de la oficina del sheriff. Su presencia produjo un profundo silencio. Desmontó y avanzó decidida hasta la puerta. Ante ella estaba el sheriff, Charles Martin.
Había pasado la terrible tormenta que terminó con la ganadería en el Oeste medio, dejando los campos cubiertos de nieve como sudario de infinitos cadáveres de reses. Tormenta que también en el nordeste de Wyoming, en las proximidades de las Colinas Negras, hizo sus estragos, aunque no de tanta importancia como en los de Dakota y Nebraska. Fueron muchos los días que estuvo cubierto de nieve helada el campo y en el rancho Lak, a cinco millas de Gillete y no muy lejos de la divisoria con Montana al norte y Dakota del Sur al este, los cow-boys trabajaron con ahínco rompiendo el hielo para que el ganado pudiera encontrar los pastos bajo la nieve petrificada.
La nieve tan compacta impedía ver al jinete, que tenía que protegerse a veces con las manos para que los ojos no sufrieran las consecuencias de aquélla, que hacía el mismo efecto que si se tratara de alfileres. Había visto a distancia, cuando descendía de la última montaña, una columna de humo indicadora de alguna vivienda. También las reses que se movían cerca de él entre mugidos y con la cabeza inclinada hacia el suelo, hablaban de un rancho. La casa, por lo tanto, no había de estar demasiado lejos. Había creído que iba bien orientado, pero la tormenta de nieve pudo hacerle desviarse.
Atendía la marcha de la canoa y miraba al firmamento, que se estaba cargando de negras nubes. Silbaba, no obstante, una alegre tonadilla mientras la mente calculaba lo que Jules daría por su carga de pieles. Dejaba de silbar y reía al recordar las veces que le llamara ladrón, pero en el fondo estaba seguro de que pagaba por sus pieles el máximo que le era posible.
Sonrió el militar y se separó de la diligencia. De esta descendieron varios viajeros, y entre ellos, una mujer joven, de unos veinte años, aproximadamente. Intranquila, con la mirada, buscaba a alguien.
—¿Por qué corre esa gente? ¡No lo sé! —¿No es ante la oficina del sheriff donde se detienen todos? —volvió a preguntar el mismo. —Sí... Desde luego. Debe pasar algo. —Será mejor no acercarse. Cuando el traje es grande, es mejor no probárselo. Este es un dicho de mi tierra. —¿Has conseguido billete para la diligencia? —Vale el que tenía. Pero en la de mañana. Echaremos otro trago. ¡No hay quien soporte este clima! ¡Y me quejaba de mi pueblo! —No te molestes... Te traeré la bebida aquí.
—Hace varios días que no veo a tu hijo, Road. Todos sus amigos se quejan de lo mismo. Supongo que esta noche acudirá a la fiesta que se va a celebrar en mi casa. Hace un momento que estuvo aquí mi hija y se marchó furiosa. Ni una sola vez ha ido Steeve a vería desde que llegó del Este. —Tiene muchos amigos y todavía no le ha dado tiempo a visitar a todos. En casa apenas le vemos. Mi esposa se queja de lo mismo. —Es preciso que nos pongamos de acuerdo de una vez… Steeve y Bárbara deben casarse cuanto antes. No tienen necesidad de esperar. Estuve hablando con el doctor Robards y está dispuesto a ayudar a tu hijo. Ya sabes que al principio…
Emily Ferguson era la dueña del Oro Negro, uno de los mejores locales, si no el mejor, que había en Tulsa. Era, con algunos de los viejos buscadores de la época dorada, la que más entendía de asuntos de petróleo y la que conocía a más personajes relacionados con ese negocio. Respetaba a los indios y era respetada por ellos.
El de la placa miró sonriente al amigo. Poco después entraban en el almacén. El propietario del mismo salió del mostrador para saludar al hombre que acompañaba al sheriff. —¡Vaya...! Ya iba siendo hora que te dejaras ver. ¿Cómo van las cosas por el rancho?
—¡Papá! —¿Qué te pasa, hija? —¡La gente es está reuniendo en la ciudad para presenciar la muerte del capataz de los Guzmán…! Marcial va a ser colgado. —¿Eeeeh…? ¿Qué estás diciendo? —Ha aparecido ganado en el rancho de los mexicanos con los hierros de Jesse Powell… Acusan a Marcial de haberlo robado… —¡Eso no es cierto! ¡No dejan vivir en paz a esa gente por el mero hecho de haber nacido al otro lado de la frontera del país vecino…! Voy a acercarme hasta la oficina del sheriff. —Iré contigo, papá.
Las ramas de los abetos golpeaban fuertemente sobre el techo de la cabaña. El viento huracanado, al introducirse entre los árboles, silbaba agudamente. La nieve golpeaba en las ventanas como si se tratara de llamadas apremiantes, hechas por fuertes y enguantadas manos. A veces, parecían moverse las paredes de madera de la única habitación que la cabaña tenía.
El jinete sin equipo se sintió atropellado. Sin que su consciente interviniera, se vio envuelto en aquel pequeño tropel y situado minutos después dentro de la lujosa nave, cuyo piso brillaba, reflejando la luz, y tanto en las paredes de los costados, de pulimentada caoba, como en los pasillos, veíase con el sombrero caído hacia el rostro y las manos en los bolsillos. Sonrió, contemplando su figura y encogiéndose de hombros continuó avanzando hasta desembocar en un salón que le dejó paralizado de entusiasmo y asombro. No había visto jamás tanto lujo ni arañas con prismas cristalinos como aquellas, que al refractar la luz en sus aristas convertíanse en algo extraordinario.
La ovación era estruendosa. El homenajeado, vestido con ropas de ciudad, que se hallaba junto al alcalde, fue requerido para que dijera unas palabras. Y al acceder, se concretó a dar las gracias a las autoridades de Laramie y a toda la ciudad por la distinción recibida. Miraba lleno de orgullo la placa en que figuraba su nombre y que acababa de ser descubierta por el alcalde. Empezaron a desfilar los curiosos.
La diligencia se detenía lentamente ante la posta de la ciudad. —¡Ese hombre está herido! —gritó uno de los curiosos al fijarse en el conductor. Este trató de ponerse en pie y cayó desvanecido. Acudieron varios para recogerle. Sobre la camisa y en la parte derecha del pecho, había una extensa mancha de sangre. —¡Pronto!... —gritó el guarda-estación—. ¡Un médico...!
—¡Mira, Joan...! Ya se ve Dallas al fondo. La muchacha se asomó a la ventanilla del tren y se quedó un poco suspensa. —¿Qué son esas torres? Parecen pequeñas torres Eiffel. —Son los pozos de petróleo... La nueva riqueza del mundo. —Los que están revolucionando la vida —dijo otro. —Y de los cuales, tu padre es uno de los más ricos de Texas.
Leo Holmes llegó al hotel en que se hospedaba a altas horas de la noche, contento y alegre, como era costumbre en él. El recepcionista que dormitaba sentado, al escuchar que la puerta se abría, abrió los ojos y al reconocer al huésped, forzó una sonrisa al decir —¡Buenas noches, míster Holmes! —Buenas noches, amigo —replicó el joven sonriendo a su vez—. Lamento haber interrumpido su sueño. El recepcionista, ruborizado por aquellas palabras y por haber sido sorprendido medio dormido, trató de disculparse, diciendo: —Hace más de cuarenta y ocho horas que no pego el ojo, míster Holmes… y sinceramente, me cuesta mantener los ojos abiertos. —Le comprendo perfectamente, amigo… ¿Sabe si míster Doleman está en su habitación?
A medida que llegaban los vaqueros cerca de donde estaba el carro cocina, se dejaban caer en el suelo boca arriba. Estaban francamente cansados. El trabajo de buscar las reses jóvenes y arrearlas hasta la zona de marcaje, era agotador. Los terneros corrían siempre haciendo cabriolas y sin seguir una línea recta. Lo que obligaba a carear también a las madres, que era a las que seguían con bastante docilidad. Y según iban llegando pedían comida al cocinero, que no les hacía caso. —¡No insistáis! —gritó—. Hasta que estéis todos no hay comida. He tocado la campana, así que es necesario venir.
Un hombre de edad avanzada, entró en el Hotel y aproximándose al recepcionista, saludó: —Buenos días, amigo. —Muy buenos días, mister White —correspondió al saludo el recepcionista, sonriendo con agrado a quien le hablaba—. ¿Puedo servirle en algo? —Si es tan amable, ¿podría decirme si miss Power se encuentra en su habitación? —La encontrará en el comedor. Hace unos minutos que desayunaba. —Gracias, amigo.
Lisa Fajardo había conocido la vida cómoda de una economía superabundante. Y pertenecía a una ilustre familia, ya extinguida, que muchos años antes, siglos, llegaron con los descubridores y gozaban del favor de los Virreyes. El padre de ella fue el último de los Fajardo con fortuna, aunque ésta, importante aún, no era ni sombra de lo que debía ser. Sus antepasados fueron vendiendo haciendas para sostener un tren de vida a que se habían habituado como competencia constante con otras familias que fueron liquidando como ellos, por abandono y pereza, millares y millares de acres. Ninguno de ellos conoció en realidad la extensión de sus propiedades. Y como consecuencia de ese desconocimiento, los que hicieron verdaderas fortunas, fueron los administradores.
Bonney era el periodista que había en El Paso, muy amigo de Margery, dueña del saloon Apache. Que era sin duda el más concurrido de la ciudad fronteriza. Todos los días visitaba ese local varias veces el periodista. Y por eso, Margery, a la que llamaban Margy para abreviar, estaba mejor informada de las noticias que otras personas, ya que las tenía antes de ser publicadas en el llamado Daily. Bonney ante el mostrador pidió de beber, y mirando a Margy dijo: —¿Ha estado Harry aquí? —No. No ha pasado por aquí en todo el día. ¿Pasa algo…? —Pues no lo sé.
—¡Patrón! He visto a Frenchie en la ciudad. Me ha dicho que está dispuesto a elevar su oferta sobre el rancho. —Pudo responder que es mejor que no se moleste más. Le he repetido hasta cansarme que no vendo. —Me parece que hace mal, patrón. Hay que reconocer que la situación se hará difícil, si las reses se niegan a beber… Ya sabe que hay varios lugares del rancho en los que no quieren hacerlo. —¡No insista, Logan! —gritó Peter Dunhing, el dueño del Rancho Rebeca. Lo había bautizado con el nombre de su hija.
—¡No puedo atender a más caballos! No soy de hierro... —Debes hacerlo, Mike. Estos animales van a tomar parte en las carreras y no están en condiciones de hacerlo con estos hierros... —Lo siento. No puedo más. Si encontrara a algunos ayudantes... Pero nadie quiere trabajar conmigo. —¿Vas a permitir que mis caballos no tomen parte en la carrera? ¿Es eso lo que quieres? Estoy seguro de que has herrado a los de James... —Les han traído con tiempo. No es culpa mía. ¿Por qué no lo hiciste antes?
—Empezaba a cansarme de esperar… —¡Mamá! ¿Qué haces a estas horas levantada? —Tienes suerte de que tu padre no ha regresado, Ney. Ahora tendrás que escucharme; Joe se marchó hace un momento. Ha estado más de dos horas conmigo esperando que vinieras. —Joe sabe que soy un enamorado de esas montañas y que paso horas y horas en ellas. Me aburre la ciudad. —Has ido demasiado lejos, hijo. Joe está muy asustado. En la ciudad se comenta que estás ayudando a los indios. Una dentadura blanca como la nieve quedó al descubierto al reír.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Marcial Antonio Lafuente Estefanía (n. 1903 en Toledo, Castilla la Nueva - f. 7 de agosto de 1984 en Madrid) fue un popular escritor español de unas 2.600 novelas del oeste, considerado el máximo representante del género en España.1 Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que hoy es posible encontrar novelas 'inéditas' de Marcial Lafuente Estefanía.
Lady Valkyrie Colección Oeste(R)ColeccionOeste.com...Y en el viejo Oeste, las malas pulgas de algunos vaqueros conllevaran al reparto de plomo como medida para paliar la cobardía de los malhechores...Los relatos sobre el viejo o lejano oeste coincidieron con la exploración de los territorios vírgenes del "oeste" Americano. El estilo de vida que tuvieron en el viejo oeste estaba ligado a la explotación de las minas, la crianza de ganado, y el cultivo de la tierra. Las ciudades del viejo oeste eran unas cuantas casas de madera, una tienda para comprar los artículos variados, varias cantinas (saloons), la oficina con cárcel del sheriff, una pequeña escuela, y a veces un local de oración. Era una época de violencia, donde es habitual el uso del plomo y de la cuerda, para solucionar todo tipo de problemas. Y un lugar en el que la justicia del ojo por ojo era la salsa de cada día, y donde el Colt era el instrumento favorito para solucionar problemas. Visítenos en ColeccionOeste.com para ver todas las últimas novedades. También podrá ver nuestro catálogo de publicaciones desde los Clásicos, Westerns, Románticas, Góticas, Fantasía, aprendizaje de idiomas, y mucho más.// LadyValkyrie.com //
Los relatos sobre el viejo o lejano oeste coincidieron con la exploración de los territorios vírgenes del «oeste» americano. El estilo de vida que tuvieron en el viejo oeste estaba ligado a la explotación de las minas, la crianza de ganado, y el cultivo de la tierra. Las ciudades del viejo oeste eran unas cuantas casas de madera, una tienda para comprar los artículos variados, varias cantinas (saloons), la oficina con cárcel del sheriff, una pequeña escuela, y a veces un local de oración. Era una época de violencia, donde es habitual el uso del plomo y de la cuerda, para solucionar todo tipo de problemas. Y un lugar en el que la justicia del ojo por ojo era la salsa de cada día, y donde el Colt era el instrumento favorito para solucionar problemas.
Arlene es una joven huérfana que vive en Missoula como propietaria del Hotel Montana y de un pequeño rancho. Todas estas propiedades las ganó su padre en una partida de póker. Antes de esa partida y durante años, vivieron solos los dos de ciudad en ciudad, y en esos años, al principio como un juego, su padre le enseñó a disparar y un sistema para jugar a los naipes. Este sistema, una vez dominado, permite a quien lo usa, ganar siempre, incluso, como él hizo, ganar a un ventajista. Lo único el padre de Arlene le pide es que no use esos conocimientos frente a nadie. Arlene, sólo mantiene esta promesa hasta la muerte del Sr. Brewster. Con la consiguiente llegada al pueblo de su heredero, Arlene se ve envuelta en problemas que hacen peligrar no sólo su negocio sino también su vida.
John, Charles y Cliff son puestos en libertad después de cuatro años de prisión. Los tres ponen rumbo a la ciudad de John y Charles. La familia de Charles parece haber huido de la localidad, y la de John se ha visto obligada a vivir en el viejo almacén de Mike. El sheriff les engañó, y ahora John quiere luchar para recuperar su rancho, aunque sus actuales «dueños» sean gente influyente. El tercero, Cliff es un rebelde, «El hijo del rebelde», cuyos padres murieron por defender su hogar y unos cuantos acres. Ahora que se ha corrido la voz de su vuelta y la existencia de un rebelde, no serán pocos los que querrán acabar con él, y los que aprovechen cualquier excusa para meter a cualquiera de los tres en prisión.
El trabajo era muy duro.
Los prisioneros estaban rodeando de alambre de espino el campamento en que hacían la vida. Les solían sacar para hacer trincheras aunque éstas no sirvieran más que de letrinas. La cuestión era tenerles ocupados para que con el trabajo, cuanto más duro mejor, no sintieran ganas de estar cantando, que era lo que hacían cuando por la tarde regresaban al campamento.
Keneth no podía imaginar hasta dónde podía llevarle su odio. Odiaba a Leo Slade desde que era pequeño. La envidia por su fortaleza le había llevado a odiarle, y éste odio le llevó prácticamente a perderlo todo. Nadie, y mucho menos Keneth podía imaginar los límites de la lealtad de Logan, uno de sus hombres, a Leo. Tuvo que matarlo antes de que contara que él y sus hombres planeaban matar a Leo. Con lo que tampoco contaba era con el ansia de poder y la poca lealtad de sus hombres, que aprovecharán este crimen para llegar al poder. Y mucho menos con la astucia de Ruth, su criada, que es testigo del crimen, y hará lo que sea por avisar a Leo de lo que se trama en el rancho de Keneth.
Lucy: 35 años, madre de cuatro hijos, trabajadora a media jornada, esposa de un hombre totalmente volcado en su trabajo que está ausente incluso en la cama y la única hija que atiende a unos padres que ya no pueden valerse totalmente por sí mismos.
Necesita una vía de escape de tanta rutina y obligaciones, por eso se apunta a clases de baile y allí conoce a Ivana, quien se convierte en su mejor amiga. Y también necesita devolver la chispa a su matrimonio, así que cuando ella le sugiere hacerse unas fotos picantes termina por aceptar. Pero esto, solo será el principio de su excitante viaje.
En el mundo de Ráshalan hay varios reinos. Yarét, un joven mago que tiene premoniciones, vive en uno donde está prohibido practicar magia, ya que se condena con el encarcelamiento o la muerte, pero a pesar de eso él va a estudiar con un maestro exiliado a la mortífera selva de Orthas. Cuando hombres de un grupo militar de élite intentan asesinar a su maestro con balas envenenadas, Yarét trata de salvarle la vida.
Su mejor amiga Beka, que está enamorada de él, le ayuda, pero al tratar de conseguir el antídoto empiezan a pasar cosas que hacen que ambos tengan que huir del pueblo para salvar sus vidas. Los militares están detrás de ellos y quieren llevarse a Yarét para lograr su objetivo. Además, una premonición les hará ver la muerte de cientos de miles de personas a partir de que se abra una puerta mágica que se encuentra entre unas rocas. Lo más extraño, es que el líder del grupo militar, sabe que Yarét es uno de los pocos que pueden abrir esta puerta.
El día que Oliver Marks cumple su condena, el hombre que lo puso en la cárcel está esperándolo a la salida. El detective Colborne quiere saber la verdad y, después de diez años, Oliver finalmente está listo para contársela. Una década atrás: Oliver es uno de los siete actores shakespearianos en el Conservatorio Clásico Dellecher, un lugar donde rige la cruda ambición y la competencia feroz. En este mundo apartado, de chimeneas encendidas y libros con encuadernación de cuero, Oliver y sus amigos interpretan los mismos papeles arriba y abajo del escenario: el héroe, el villano, el tirano, la seductora, la ingenua, los extras.Pero en su cuarto y último año de conservatorio, las rivalidades amistosas se vuelven desagradables, y en la noche de estreno, la violencia real invade el mundo de fantasía de los estudiantes. Por la mañana, los chicos de cuarto año deben enfrentar su propia tragedia y su desafío actoral más difícil: convencerse unos a otros y a la policía de que son inocentes. ¿Quién es quién en esta historia?
En mi mundo hay dos tipos de personas: las que tienen mucha magia y las que tienen poca o ninguna. Los que tienen, normalmente señores de la guerra y sus secuaces, utilizan sus habilidades arcanas para mantener a los que no tienen bajo sus pulgares encantados. Por desgracia, yo pertenezco a la segunda categoría. ¿La única cosa peor en este mundo brutal y sin ley que ser una persona con problemas de magia? Ser una mujer. Por mi cuenta desde los once años, me mantuve viva haciéndome pasar por un chico, robando para mantener mi barriga llena y sin quedarme en un lugar por mucho tiempo. ¿Solitaria? Claro, pero ello me mantuvo a salvo durante ocho largos años. Hasta que elegí la banda equivocada para robar una barra de pan. Si no fuera por los guerreros mágicos que pasaban por allí, el error habría sido fatal. El último lugar en el que quería estar era en manos de un señor de la guerra, pero no me dieron muchas opciones. Después de rescatarme, me llevaron a su campamento. Tenía toda la intención de salir a la primera oportunidad. Y lo habría hecho, también, si todos no hubieran sido tan condenadamente amables. O si no me hubieran ofrecido enseñarme a usar la poderosa magia que no sabía que tenía. Supongo que tendré que ver si soy tan buena en la magia como creen... Magia desatada, primer libro de la serie Magia interdimensional, es una historia ingeniosa y llena de acción ambientada en la dimensión paralela de Dekankara, introducida por primera vez en la premiada serie Dimensión de Coursodon de M.L. Ryan.
Darien, de nueve estrellas, debe huir junto a su abuelo Folker de un peligroso asesino de niños que ha puesto en jaque a La Nueva Orden. Mientras tanto, dos de los mejores sabuesos reales siguen los pasos de este último para comprobar la participación de la Iglesia en los terribles sucesos, sin sospechar que sus descubrimientos los llevarán a desafiar su propia lógica. La misma que Beljar, un investigador obsesionado por desacreditar la existencia de Goreon y la religión construida en torno a él, desafiará en una última misión para responder a una sola pregunta, una que nadie ha sabido contestar. El fin de las flores es la reinterpretación, aumentada y corregida de la laureada Pétalos para Darién, y que aborda las enfermedades sociales que se producen en un mundo anestesiado por la religión.