El presente texto, que se pretende una contribución a la historia de los estilos y no a la historia de los artistas, adopta como tema la disolución del Renacimiento, es decir, el tránsito del Renacimiento al Barroco. Su propósito es observar los síntomas de la decadencia y reconocer, si es posible, la ley que permita vislumbrar la vida interna del arte. ¿Cómo pudo apagarse aquella luz que presidía todas las manifestaciones artísticas del Renacimiento? ¿Qué espacio de relajamiento, qué arbitrariedad se apoderó de las principales manifestaciones de la cultura para que pudiera ésta abandonar un camino tan gloriosamente comenzado? Son cuestiones que Wölfflin intenta responder a través de su estudio de este proceso, de esta transformación estilística que reside en el paso de un arte riguroso a un arte «libre y pintoresco», de una forma estricta a una ausencia de forma. Así pues, partiendo de esta hipótesis de trabajo, y preferentemente desde el punto de vista arquitectónico, el autor crea los fundamentos para el desarrollo de un análisis científico de la obra de arte, tomando como base ese grupo de obras que han suscitado la admiración de la posteridad, que las ha calificado desde hace mucho tiempo como las creaciones de la Edad de Oro. Heinrich Wölfflin, uno de los más prestigiosos e influyentes historiadores del arte europeos, centró su labor crítica en la definición de la génesis, evolución y decadencia de los estilos considerados como entes dotados de autonomía. Su obra más sistemática —Conceptos fundamentales de la historia del arte— está considerada como un clásico de esta disciplina.
En 1948 Uta Hagen sustituyó temporalmente a la actriz Jessica Tandy en el papel de Blanche en Un tranvía llamado Deseo en Broadway. Ante las reticencias de Marlon Brando, propuso que ensayaran los cinco primeros minutos para ver si sus interpretaciones encajaban: «¿Por qué funcionó? Los dos estábamos totalmente familiarizados con el lugar, los objetos y las circunstancias. Ninguno fue caprichoso ni egoísta. Ninguno violó las intenciones de nuestros personajes. Las cuatro semanas que siguieron nunca dejaron de ser una aventura». En Respeto por la interpretación , un clásico de la pedagogía teatral desde su publicación en 1973, la actriz se sirve de las obras que interpretó -de El huerto de los cerezos y Tío Vania a Casa de muñecas y ¿Quién teme a Virginia Woolf? — para ilustrar sus principios sobre el arte y el oficio de la interpretación. Se dirige en todo momento al potencial actor de tú a tú, descifrando con él, a través de ejercicios y trabajos preparatorios, las claves de su técnica de la «sustitución», es decir, la identificación con experiencias emocionales y sensoriales que guíen al intérprete hasta conseguir una actuación interiorizada. Este encuentro con uno mismo, «a través de una serie continua y solapada de sustituciones de nuestras propias experiencias y recuerdos mediante el uso de una imaginativa extensión de las realidades», es una de las claves del libro.
Carlos del Amor va un paso más allá en el viaje a través de los cuadros que emprendió con Emocionarte. Esta vez se centra en el retrato, un género que le permite recrear las vidas de los retratados y de los artistas, y cómo estos últimos también se retratan en su forma de pintar. La elección de sus modelos o los retratos de encargo, la fidelidad realista al retratado o la percepción de este por parte del artista, el autorretrato que tantos practican, quiénes eran los modelos y qué vidas llevaban, las dificultades de acogida de la obra por parte de quien la encarga o por el público, forman parte de la historia íntima de estas obras que iremos descubriendo en el libro. Con su característico estilo literario, Carlos del Amor nos muestra un mundo detrás de cada cuadro y, de nuevo, nos revela que han sido muchas las mujeres artistas, y muy poco conocidas hasta ahora.
Con un tratamiento humorístico y una mirada nostálgica, Retrofilia es el lado B de las voces oficiales de la historia, escrito para nostálgicos, adictos musicales y curiosos permanentes. De una manera clara, sin rebuscamientos ni prejuicios, y celebrando el medio siglo transcurrido entre 1954 y 2014, Retrofilia ofrece una mirada fresca, hasta nostálgica, de nuestro pasado y, por supuesto, nuestro presente. Un texto salpicado de eventos mundiales, innovaciones tecnológicas y playlists, que resumen lo más memorable y lo execrable de las últimas cinco décadas. Los años ochenta no empiezan con el sexenio de Miguel de la Madrid, la muerte de John Lennon o la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan, sino con MTV; los noventa no son los del TLC, Luis Donaldo Colosio o el EZLN, sino de la llamada radio alternativa y la reconquista del espacio públicode la mal llamada "sociedad civil"; y los 2000 no inician con la primera caída del PRI, sino con el nacimiento del iPod...
Y así... En Retrofilia, Miyagi recorre cinco décadas que atraviesan los principales acontecimientos en la vida nacional a través de anécdotas cargadas de humor, como cuando Luis Echeverría, todavía presidente de México, se coronó con su célebre frase: "Antes estábamos a un paso del precipicio... ahora hemos dado un paso al frente"; y salpica el recuento con eventos de escala mundial, como la guerra de Vietnam. También repasa las innovaciones tecnológicas, como cuando en 1961 se creó el primer videojuego de la historia, Space Wars, y recuerda que en 1955 se editaron Lolita y Pedro Páramo. Habla de la programación en las salas cinematográficas y en los canales de televisión de la época (quién no se acuerda de El tesoro del saber, Los años pasan o Cosas de casados). Pero eso no es todo. Al mismo tiempo, y gracias a su vasto conocimiento musical, nos regala listados de canciones emblemáticas de cada década con sugerencias como: "25 canciones para animar velorios" o "Las 25 peores canciones de los ochenta para ser escuchadas sólo bajo vigilancia médica". En pocas palabras, este libro es el lado B de las voces oficiales; escrito para nostálgicos, adictos musicales y curiosos permanentes.
Arte, Crítica y teoría literaria, Memorias, Otros, Crónica
Cansada del trabajo periodístico pero necesitada de dinero, como con franqueza reconocía, Clarice Lispector acepta escribir crónicas para el Jornal do Brasil. Lo hace durante siete años, entre 1967 y 1973. Algunos de los temas que aparecen en estos textos heterogéneos, inclasificables e inesperados son el amor, el tiempo y la muerte, bajo dimensiones pocas veces exploradas con tanta maestría. En cada línea la autora refleja su compleja personalidad y, si bien se habla genéricamente de «crónicas», Clarice desafía al género y atraviesa sus fronteras. Son interminables los itinerarios que pueden trazarse a través de estas narraciones: siguiendo el hilo de los temas, de ciertos personajes; de los objetos y situaciones que captan su atención, de las preocupaciones literarias, metafísicas, entre otros.«Lo que hace interesantísimas estas crónicas es que son la exposición de una transparencia, la exhibición de un espíritu que necesita oponerse a la trivialidad apelando al misterio. Lispector se muestra compacta en su temblor, irrebatible en sus dudas, siempre heterodoxa respecto al género periodístico. Sus crónicas no difieren de sus novelas, simplemente están tocadas por la levedad del género, y se diría que para ella son un campo de pruebas, un modo de tantear la naturaleza de la escritura». El País, Madrid.
La evolución de una pasión durante toda una vida: el arte de Richard Wagner según Thomas Mann. «Realmente, no es difícil advertir un hálito del espíritu que anima El anillo de los Nibelungos en mis Buddenbrook, en esa procesión épica de generaciones unidas y entrelazadas gracias a un conjunto de motivos centrales». Thomas Mann. Thomas Mann reservó su entusiasmo y sabiduría de lector meticuloso para aquellos autores cuyas obras le hicieron soñar. Como figura central de este panteón de padrinos culturales se alza Richard Wagner, pasión fundamental del escritor y piedra de toque de algunas de sus novelas. Este libro ofrece una visión plural y cambiante del compositor, a quien Mann admiró sobre todo por haber sabido trascender las limitaciones específicas de su campo y aspirar a la universalidad.
Ser feliz es, muchas veces, más fácil de lo que crees. Puede estar en tus manos y, sin embargo, excusarte en lo que no tienes o en lo que no eres. El Chojin te descubre cómo es posible encontrar, en los pequeños detalles de la vida, motivos para dibujar una sonrisa. Aprenderás a valorar lo que te rodea, lo cotidiano, aquello que, al fin y al cabo, es el marco en el que se desarrolla lo más extraordinario que tienes: tu vida. Saca provecho a tus vivencias, porque quizá la llave de la felicidad se encuentre en esta sencilla frase: «ríe cuando puedas y llora cuando lo necesites». «Me encanta ser el centro del mundo… de mi mundo, tú selo del tuyo».
París, Rodin y un encargo se le antojan a Rilke las soluciones en una época llena de dificultades económicas y personales. El estímulo de Rodin «Hay que trabajar y sólo trabajar» y un puesto como secretario con alojamiento en su casa de Meudon traducirán el conflicto interior del poeta en una divisa que hará fortuna en su obra: transformar la angustia en «cosas» de arte. Libro-himno, pues, al Viejo soberano. Tributo de admiración hacia la figura y la obra del escultor, pero también oportunidad para incorporar la disciplina, el oficio y el trabajo a su propio quehacer poético. Su poesía de «porcelana» había de transformarse en «mármol», dijo Musil. Y serán la contemplación paciente de las cosas y el rigor de observación del maestro los que propicien con esta obra el inicio de la etapa media del poeta, la del «decir objetivo» y el «poema-cosa» de los «Nuevos poemas».
Robert Hughes, uno de los mejores críticos contemporáneos del arte y de la cultura, nos guía por el pasado y el presente de Roma, desde sus orígenes etruscos y su misteriosa fundación hasta la ciudad de los años sesenta del siglo pasado: la Roma de Fellini y de la «dolce vita». Profundo conocedor de su historia, su arte y su cultura, nos conduce en un recorrido fascinante por cerca de tres mil años de esplendor y decadencia de la que ha sido, en muchos sentidos, la capital del mundo, y evoca las grandes figuras de su pasado, desde César a Mussolini. Hughes nos habla de política, de religión y de arte, relacionándolos entre sí: las vidas de los artistas -Miguel Ángel, Caravaggio, Piranesi, Chirico...- nos ayudan a entender sus obras y a situarlas en su tiempo, en un relato en que también los grandes monumentos, como el Foro de Augusto o la Basílica de San Pedro, asumen el papel de otros tantos personajes. Este es un libro espléndido, que aúna sabiamente conocimiento y pasión.
Mucho es lo que se ha escrito y se ha dicho sobre esta verdadera factoría de desmanes que son los rockeros entregados al desenfreno. Sin embargo, entre el mito que hace posible lo imposible y el día a día de un músico que se entrega sin reparos a las multitudes hay una zona en la que pasa lo que pasa y nada más. Y es ahí, en terreno seguro, que se planta Sergio Marchi con este libro en el que trabajó durante quince años para dar con las mejores anécdotas de la vida disipada de las estrellas de rock. Historias que no se quedan nada más que en el gesto hueco y superficial del sexo, drogas y rock & roll, sino que bucean en aguas más profundas: van desde el magnífico estallido de una supernova en su mejor momento hasta el languidecer triste de los que pierden su brillo en plena decadencia. Por eso, por las páginas de Room Service desfilan personajes tan disímiles como Keith Moon, Nick Drake, Freddie Mercury, Syd Barrett, Elliot Smith, David Bowie, John Lennon, Lou Reed, Keith Richards, Ozzy Osbourne, Daniel Melero, las infaltables groupies, Kurt Cobain, Charly García y Elvis Presley, entre muchos otros. Una larga lista de personajes que hacen de su vida un escenario y que están dispuestos a ser parte de un circo que más de una vez es una verdadera exhibición de atrocidades. Bienvenidos a la jungla.
Desde las legendarias películas de los años 50, 'El enigma de otro mundo', 'La guerra de los mundos' o 'Ultimatum a la Tierra', hasta la actualidad con 'Terminator', 'Star Wars', 'Star Trek', 'Alien', las cosas han cambiado bastante, pero el cine de cienciaficción sigue ocupando un lugar de privilegio en los gustos de la gente y algunas de las películas más taquilleras de todos los tiempos tienen como tema los extraterrestres o los platillos volantes. Es por ello que el lector podrá efectuar con este libro un viaje imaginario por el mejor cine de cienciaficción que se ha realizado hasta ahora, aunque para facilitarle su lectura lo hemos clasificado según el tema a tratar: Viajes a otros mundos, Lugares extraños, Robots y máquinas, Visitantes de otros planetas, Experiencias fantásticas, Guerras espaciales, etc. Por supuesto, se han incorporado algo más de 300 fotografías algunas auténticos documentos históricos, así como el cartel original o el más representativo.
La pasión por el cine de terror puede quedar explicada también por ese deseo de aplaudir la otra cara de la moneda, al diablo en lugar de a Dios, al dictador que acaba de eliminar al presidente democrático, o al cazador que ha conseguido segar certeramente la vida de un pobre animal. Y es que para muchos espectadores los monstruos del cine que nos aterrorizan constituyen la oposición a los superhéroes, al “bueno” de las historias y a las benéficas hadas madrinas de los cuentos infantiles. Son los lobos de las novelas para adultos y el equivalente a tantos gigantes, dragones y fantasmas que nos aterrorizaron cuando éramos niños. También son, como diría Obi Wan Kenobi, el reverso tenebroso, el camino que lleva a esa extraña felicidad que ocasiona provocar daño en nuestros semejantes. Puede parecer extraño que el malvado de las historias y filmes no sea repudiado por lo espectadores, pero ahí tenemos el ejemplo de Drácula y Freddy Krueger, cada uno con docenas de clubes de fans diseminados por el mundo, del mismo modo que los tienen Godzilla, King Kong y el despiadado asesino de Scream. Darth Vader dicen que tuvo más admiradores que el guapo Luke Skywalker, aunque luego las admiradoras se inclinaron por el atractivo Harrison Ford, más asequible que el actor David Prowse que se escondía bajo la máscara negra que le permitía respirar. Parece ser que hacer vibrar a los corazones y las mentes humanas mediante el miedo es un pasaporte seguro para el éxito comercial y por ello en los últimos años el cine ha sido igualmente pródigo en películas con monstruos o asesino sin escrúpulos, y una nueva oleada de demonios nos ha llegado sin saber cómo ni porqué. La pasión del público por ver voluntariamente escenas de horror es un contrasentido, pues los villanos reales, los terroristas y los asesinos, no gozan del aplauso general, aunque no por ello dejan de tener adeptos fieles. También es significativo el hecho de que cuando existe un accidente de tráfico en la carretera, con muertos y sangre diseminados por el asfalto, se ocasione un atasco de varios kilómetros. La causa, ya lo sabemos, es la morbosidad por ver la muerte de cerca, el dolor de las víctimas del accidente. En resumidas cuentas, y volviendo al cine y los espectáculos, el secreto para el éxito es provocar miedo y repulsión (como ocurrió con “La naranja mecánica”), y la popularidad aumentará en la misma medida en que causen pánico a los usuarios. Pero los monstruos cambian con el paso de los años y si anteriormente tuvimos a Alien, o asesinos en serie como en el “Silencio de los corderos”, ahora nos muestran a “Scream” o al mismísimo Diablo, cada vez más poderoso, aunque debe rivalizar por el trono de los malvados con las nuevas legiones de vampiros combatidos menos mal por “Blade”. Este libro aporta un recorrido por las películas más populares del género de terror, aunque es posible que alguna destacable no figure en esta relación. También muy probablemente alguna de las incluidas no le hayan causado a usted, en particular, el menor miedo, pero no es misión de este manual juzgar un filme por los gritos de los espectadores, sino solamente por el género al que pertenece.
Procedentes del espacio exterior, de esa última frontera apenas arañada por la exploración espacial, los alienígenas nos llevan visitando hace ya varios siglos, mucho antes de que se les mencionara animosamente como ETs, o más inquietantemente como Aliens. La Ufología, ciencia que estudia el fenómeno de los OVNIs, los nombra como Greys (grises), pues así es su aspecto según algunos dibujos efectuados por quienes aseguran haberles visto. Finalmente, en las leyendas antiguas utilizan el nombre de Jims, aunque bajo esta denominación se incluyen a brujas, animales mitológicos y fantasmas. El cine ha preferido seguir otra línea para hablarnos de los extraterrestres, y casi siempre los define como seres poseedores de una alta tecnología, así como de un aspecto que a nuestros ojos es horroroso, tanto como lo son sus propósitos destructores de la raza humana, una especie tan inferior para ellos que solamente sienten interés por aniquilarla. Pero si estos seres orgánicos son temibles y en ocasiones casi indestructibles, ¿qué podemos decir de los robots, unas máquinas casi siempre diseñadas para la guerra? Con un tamaño frecuentemente similar a la altura del ser humano, un cerebro mucho más eficaz que el mejor de nuestros ordenadores, y una envoltura en ocasiones casi orgánica pero más frecuentemente metalizada, su sola presencia hace inviable la respuesta bélica por nuestra parte. Si, además, juntamos a ambos elementos dentro de un gigantesco platillo volante, y les dotamos de un armamento sofisticado y eficaz, las consecuencias para nosotros, los sufridos humanos, serán tan desastrosas que mejor ni las imaginamos, así podremos dormir tranquilos. Con frecuencia han sido mostrados como seres hostiles por el cine, tan poderosos que ni los mejores ejércitos los pueden destruir, llegando hasta nuestras vidas para demostrarnos que nadie es dueño ni siquiera del terreno que pisa, pues todo depende de la fortaleza del invasor. Pilotando naves que viajan a velocidades superiores a la de la luz, y con una apariencia que casi siempre infunde tanto terror como su armamento, suelen estar acompañados por máquinas tan perfeccionadas que han aprendido a pensar por sí mismas, lo que deja muy poco margen para el error y la compasión. La unión entre ambos seres, los robots y los alienígenas, ha proporcionado al cine y a los escritores argumentos apasionantes y tenebrosos, aunque siempre ha sido el propio espectador, cuando retorna a su hogar, quien aporta con su imaginación nuevos datos para continuar sintiendo miedo. Afortunadamente, también hay extraterrestres amigables, como ese ET que nos señalaba con su dedo luminoso el lugar de su hogar, o el atractivo “Starman” que sin apenas saber hablar consiguió encandilar a las mujeres con sus cortas frases. Y sobre los robots también hay para todos los gustos y temblores, ya que nos han mostrado al invencible Gort de “Ultimátum a la Tierra” intentando hacer entrar en razones a los terrestres con sus rayos destructores, parejo al casi indestructible Terminator, quien luego, afortunadamente, se puso de nuestra parte. Algo más entrañables son esa reencarnación metálica de El Gordo y el Flaco denominados C3PO y R2D2, o ese mayordomo siempre sonriente llamado Andrew que encontró su propia vida en el “Hombre bicentenario”, lo mismo que aquel vivaz, travieso y parlanchín robot que desquició a su propio dueño en “Cortocircuito”.
Parece mentira, tan grandullones y todavía no han aprendido a caminar sin aplastar con sus patas a los infelices humanos. Detrás de ellos siempre quedan aldeas devastadas, niños huérfanos, edificios en llamas y muchas lágrimas, además de la seguridad de que ese engendro volverá pronto para continuar su aniquiladora misión. En ocasiones su altura supera al mayor de los edificios, y así ni siquiera las armas de nuestros ejércitos son capaces de detenerles, aunque con frecuencia el monstruo es tan pequeño que apenas podemos alcanzarle, como cuando nos atacan arañas o pájaros asesinos. Sin embargo, en la historia del terror hay unos dignos representantes cuya apariencia ha sido suficiente para producir miedo, y nos estamos refiriendo a esos animales prehistóricos que científicos inconscientes han traído de nuevo hasta nosotros procedentes de tiempos remotos. Y es que los dinosaurios son tan enormes que pueden poner sus patas en cualquier azotea, aunque también hay gorilas que podrían acoger simultáneamente a un tanque y a una bella mujer. Afortunadamente, la mayoría de esos monstruos no son capaces de salir de la pantalla, con lo cual no vemos necesario mirar con recelo las esquinas oscuras, ni otear el horizonte para descubrir cuanto antes a ese dragón que empieza a vomitar fuego hacia nosotros. Ese alivio lo perdemos cuando nos metemos por vez primera en una playa desierta, aparentemente tranquila, pero en cuyas aguas seguro que acecha un tiburón hambriento deseoso de morder a la guapa bañista desnuda. El problema es que aunque nos aseguren que los grandes monstruos son cosa del pasado o de la imaginación de los escritores, no estamos tranquilos y por si acaso ya tenemos en nuestra mente cuál sería el refugio adecuado para escondernos hasta que alguien venga a salvarnos.
Sería muy difícil imaginar un mundo sobrenatural y un concepto religioso más unidos durante el siglo XX que el vampirismo. Tanto es así, que cuando queremos alterar las creencias espirituales, el vampirismo sigue siendo el sistema más sencillo y físico, pues posee la menor espiritualidad de todas las manifestaciones sobrenaturales. Estas criaturas, salidas del mismo lugar que Satanás, insisten en el triunfo del sexo por encima de la muerte, de la carne encima del espíritu, y de lo corpóreo antes de lo invisible. Niegan casi todo, salvo la satisfacción de los sentidos por medios físicos, convirtiéndose su culto en la más materialista de todas las posibles supersticiones y religiones. Y precisamente es esta palpable atracción lo que ha hecho al vampiro un lucrativo negocio para los directores de cine. Similares, pero moviéndose en mundos diferentes, los fantasmas, hombrelobos, poltergeists y la mayoría de las otras apariciones sobrenaturales, pueden ocasionar desprecio e indiferencia entre los espectadores, dejando las butacas vacías. Estos engendros son tan poco humanos en su apariencia que es fácil no sentir temor ante las imágenes pues, a fin de cuentas, cuando salgamos del cine nunca se nos aparecerán entre las tinieblas. Sin embargo, el vampiro aparece también como una realidad en la literatura e incluso en la historia, lo que le hace más tenebroso si pensamos que las leyendas, en este caso, son casi realidad. Eso, y el deseo inaccesible de los vulgares humanos de ser inmortales e invulnerables, así como la necesidad de aterrorizar solamente con nuestra presencia, ha ocasionado que la atracción por los vampiros sea tan intensa. El cine los ha mostrado siempre invulnerables a las balas (nunca a las estacas), rápidos, depredadores infalibles, sedientos de sangre y placer, al mismo tiempo que se nos aparecen justo cuando más desvalidos estamos, en la penumbra de la noche o en medio de nuestros profundos sueños. Por eso no es extraño que los vampiros formen parte indisoluble de todos nuestros temores, incluso cuando estamos despiertos. Dotados de la facultad de hacer inmortales a todos sus súbditos, y seductores irresistibles con el sexo opuesto, poseen un carisma que ha traspasado las fronteras de la leyenda y fantasía, pudiéndose emparentar sin problemas con la atracción que ejerce el diablo sobre los humanos.
Son tan terroríficos que ni siquiera aparecen en nuestros sueños más espantosos, y aunque las leyendas populares les suelen definir con bastante precisión, al menos en cuanto a su capacidad para devorar, descuartizar y, en suma, matar a los infelices humanos que se ponen por delante, solamente el cine ha sido capaz de hacerles realidad. Los zombis, los fantasmas y el resto de los engendros, poseen un aspecto tan desquiciado como su comportamiento, siendo casi imposible encontrar entre ellos a alguien tan seductor como, por ejemplo, Drácula, el icono del cine de terror. Y aunque dicen que sobre gustos (y disgustos) no hay nada escrito, resulta difícil encontrar a un bello ejemplar en ese muerto viviente que avanza hacia nosotros con los ojos fuera de sus órbitas pidiendo morder un cerebro fresco; o en Freddy Krueger, el más gamberro de todos, quien cuando entra en nuestros sueños disfruta resbalando por las paredes su afilada garra. Afortunadamente los hay que llevan caretas que ocultan su deformado rostro, aunque sabemos que lo que esconden es aún más horrible que aquello que muestran. Como ejemplos de ello tenemos a Jason y Michael Myers, dos monstruos que en su día fueron humanos, y que solamente una anormal vida anterior les hizo tan malvados e imaginativos en el incruento arte de matar. Decididamente maliciosos y con deseos de introducirse literalmente en nuestras vidas y cuerpos, estos monstruos creados por la imaginación de escritores y guionistas de mente fértil suelen ser muy torpes, por lo que huir de ellos solamente es cuestión de tener buenas piernas, salvo que antes nos las hayan cortado con un oxidado machete. Por ello, y por si acaso los encontramos un día en cualquier esquina, vamos a repasar ahora aquellos que ya figuran en todas las buenas galerías del terror, esencialmente las que se pueden ver cuando estamos cómodamente sentados y protegidos en la sala de un cine.
Aunque inicialmente dependientes de los escenarios de Broadway y en gran medida inspiradas en esas obras, las películas musicales pronto consiguieron encontrar una fórmula propia, proporcionando un formulario de arte vital que aportaba un sabor escénico muy superior a cualquier espectáculo en directo. Quizá por ello, y durante 50 años, o incluso desde su nacimiento, el musical ha demostrado que es el Ave Fénix de la industria cinematográfica. Inmerso en una competencia razonable con estilos tan dispares como el western, el cine épico, el romance y hasta las hazañas bélicas, este género ha sido capaz de revivir una y otra vez, muy a pesar de los malos augurios de sus detractores, empeñados en condenarle al fracaso desde sus inicios. Y es que si hay un genio creativo que va unido siempre a cualquier producción cinematográfica, éste es indudablemente el musical, justo cuando el beso apasionado de dos enamorados es acompañado por la canción que ambos entonan acertadamente a dúo.
'El espacio, la última frontera. Estos son los viajes de la nave estelar Enterprise que continúa su misión de exploración de mundos desconocidos, descubrimiento de nuevas vidas, de nuevas civilizaciones; hasta alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar'. Esta frase, repetida infinidad de veces en los capítulos de la televisión, resume perfectamente la idiosincrasia de este fenómeno mundial que ha comenzado a rebasar los 40 años de existencia. Dotada de una filosofía e imaginación poco habitual, ha conseguido que los aficionados diseminados por todo el mundo sigan fieles a esta popular saga. Cada salida al mercado del DVD es un éxito de ventas, lo mismo que las convenciones y merchandising, demostrando que nunca será una moda, sino un icono de la cienciaficción. El libro, ilustrado con cientos de fotografías, es un resumen de las diferentes series de televisión, así como de las películas, los actores y sus personajes, constituyendo así una base de datos imprescindible para el aficionado.
Nada genera más entusiasmo y admiración en los aficionados al cine que los premios de la Academia, con su desfile previo y la incertidumbre sobre quiénes serán los galardonados. En su intento de honrar lo mejor del cine mundial, los organizadores han realizado eventos que son una mezcla de buen gusto, arte escénico y extravagancia, logrando con ello que año tras año las ceremonias que son seguidas a través de la televisión por millones de fans de todo el mundo muestren la esencia del cine, que no es otra cosa que aportar magia y sueños, casi siempre dentro de esa fábrica de ilusiones que es Hollywood. Pero como todo premio, los Oscars siempre son objeto de largas y controvertidas polémicas, básicamente de quienes ni siquiera han sido nominados, pues hay que reconocer que estos galardones han contribuido sensiblemente al éxito fulgurante de los premiados. En el camino se quedan no siempre los peores, pero cuya calidad artística no es suficiente para un jurado de expertos que debe hilar muy fino para no tener que aguantar luego una gran cantidad de críticas. Posteriormente, y en ocasiones en franca oposición a este jurado, está el público, el único que certifica lo que verdaderamente interesa o no. Y es que el tiempo ha demostrado que el cine es, ante todo, un espectáculo de masas, no un arte para minorías intelectuales a quienes parecen gustar todo lo que aburre a la mayoría. Por eso, y aunque sea ir en contra de los eruditos, una película que no logra atraer la atención del gran público y que supone un fracaso económico es, deberíamos ser sinceros, una película frustrada.