¿Por qué, para qué y cómo escribe un periodista; de qué está hecha su vocación y qué es lo que le da sentido en estos tiempos? Zona de obras reúne columnas, conferencias y ensayos que la argentina Leila Guerriero hilvanó en torno a esas preguntas y que, publicados en diversos medios o leídos en encuentros literarios en América Latina y en España, se recogen por primera vez en un libro. El resultado es un mural en el que cada pieza apunta al corazón del oficio, lo ilumina y, al mismo tiempo, lo cuestiona: ¿cómo y cuándo nace la pulsión por escribir; de qué manera se alimenta; por qué vale la pena llevar un texto periodístico a su máximo potencial expresivo? Éste es un libro sobre la escritura de no ficción pero, también, sobre el cine, el cómic, las artes plásticas, la infancia, Madame Bovary, África, los padres y las lecturas, y respira, en cada una de sus páginas, la convicción de que el periodismo no es un género menor sino un género literario en sí mismo. «Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas... Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte», escribió Guerriero en una de esas piezas. Acorazada en esa fe, desarma –con audacia, con insolencia, con humildad, con elegancia– los mecanismos íntimos de su trabajo y se sumerge en el detrás de escena del peligroso engranaje de la creación. «Los textos de este libro se parecen a esos relojes con la carcasa de cristal, de modo que, al tiempo de darte la hora, te muestran el mecanismo que lo hace posible. Es un libro de misterio, una pesquisa detectivesca sobre la necesidad de narrar. En otras palabras: sobre la necesidad de leer» (Juan José Millás). «El periodismo que practica Leila Guerriero es el de los mejores redactores de The New Yorker, para establecer un nivel de excelencia comparable: implica trabajo riguroso, investigación exhaustiva y un esti
Una divertida crónica de la adolescencia, por uno de los mayores talentos de las letras norteamericanas. En los ensayos autobiográficos que componen Zona fría, Jonathan Franzen hurga en el pasado para revivir su infancia y adolescencia y revelarnos que fue de esos niños que, como él, temían a las arañas, a los bailes de estudiantes, a los profesores de música o a las chicas populares. Jonathan Franzen está siempre apasionadamente comprometido con la época en que vivimos. Ésta es una historia personal, la de un hombre, su familia y su tiempo, pero el magistral relato de la experiencia de crecer que traza Franzen la convierte en universal. Autor de la novela galardonada con el National Book Award Las correcciones. Uno de los ensayos incluidos ha sido elegido para formar parte de la prestigiosa antología anual Best American Essays. Las correcciones fue un éxito internacional, con más de un millón de ejemplares vendidos sólo en Estados Unidos. Autor muy querido por la crítica. Zona fría ha recibido una excelente acogida de la crítica internacional.
Antes de esta importante y maravillosa leyenda, de la que sorpresivamente se ha admirado el poeta, políglota, cordial amigo y traductor de cabecera de mis libros en inglés, señor Don Armando Petrecca, quien según su valioso concepto, ésta es mi obra maestra, hasta ahora, comentario el cual me ha estimulado para escribir este prefacio que inquietará al lector no sólo por conocer una historia y leyenda fabulosa, sino a pulsar la gran importancia de un gran imperio y de una gran civilización de la cual quedan todavía raíces y muchos vestigios, porque además, he considerado que después de este preámbulo, el lector común, el estudiante, el investigador y los aficionados por estos tópicos contarán con elementos de juicio interesantes y encontrarán en este trabajo histórico-educativo-literario, una fuente de tesoros, de arte, de amor y de leyenda, por lo cual me ha parecido indispensable entregar este prefacio que servirá de estímulo para la lectura y para el mayor conocimiento de esta importante civilización asentada principalmente en los Andes colombianos. La palabra muisca, significa en lenguaje nativo persona o gente. Y según muy serias investigaciones los nativos muiscas parecen descendientes de los chinos que poblaron la América Central, y de ahí sin duda pasaron a Panamá, territorio que antes pertenecía a Colombia, Perú, Ecuador y otros lugares. Sí, a los “Chibchas” o “Muiscas” los hacen descendientes de los chinos, por cuanto el legisla cultural y legendaria, cuna a la vez de los primeros inventos y de una gran civilización. De la misma manera se afirma que los fenicios también se establecieron en América y que implantaron su gran civilización, que después pusieron en práctica los nativos muiscas, y por lo cual los relacionan con la construcción del “Templo del Sol” en Sogamoso, y la fabulosa construcción de una vía enlosada de tres metros de ancha que, unía a los Llanos Orientales desde el Meta, hasta Firavitoba en los Andes, y por lo que también se sabe iban y venían numerosas caravanas orientales. De la misma forma se desprende otro ramal que comunicaba al Santuario Sagrado de San Martín de los que adoraban el sol. De la cultura fenicia es testigo la región de San Agustín en el departamento del Huila en Colombia, donde existen inmensos petroglifos o esculturas fabulosas de piedra. Según los investigadores las costumbres de aquellos orientales, su religión, su cultura, el algodón originario del Nilo, el trigo negro semejante al sorgo, el uso de telares y fabricación de telas coloreadas, el turbante, la moneda, la comercialización, el crédito con intereses, el sacrifico de niños, la adoración del cocodrilo, fueron implantados por esas caravanas venidas del Antiguo Continente, que crearon una antiquísima civilización desaparecida a lo largo del Orinoco por el Meta y el Ariari a Colombia y por el Alto Amazonas al Ecuador y Perú. Culturas que más tarde exterminaron las belicosas tribus caribes. El sabio Humbold visitó los raudales de Maypure en el Meta donde encontró en una roca la figura de un cocodrilo de 200 metros de largo. Los fenicios, según se sabe adoraban el cocodrilo. En la cúspide aparece intraducible un letrero: Athure. Otro letrero misterioso descubrió Fray Juan de Santa Gertrudis que en latín antiguo traduce: “hasta aquí llegamos”, en el nudo de los Andes, en el departamento de Nariño en Colombia.