Una intención evidentemente polémica impregna las páginas del segundo volumen de la Historia crítica de los partidos políticos argentinos. El texto de «Las izquierdas y el problema nacional» está consagrado al estudio de una fase decisiva en la conformación del bagaje ideológico de los partidos Socialista y Comunista. Puiggrós comienza retratando el pensamiento y los principios políticos de Juan B. Justo y sus discípulos, con su peculiar socialismo bernsteiniano teñido de positivismo, para a continuación centrar el análisis en el comunismo argentino, rígida y acríticamente adherido en su etapa inicial a las consignas emanadas de la Tercera Internacional. Dos perspectivas distintas y en violenta pugna entre sí en multitud de puntos, pero, a juicio del autor, igualmente extrañas a los verdaderos problemas del país y a la percepción de los mismos por parte del pueblo, hecho que explicaría la incapacidad de la izquierda para entroncar con los grandes movimientos populares de la Argentina de nuestro siglo.
Hasta no demasiado tiempo atrás, la mayor parte de los trabajos especializados y de divulgación acerca de temas sindicales coincidían en presentar al peronismo como un fenómeno que dividía la historia del movimiento obrero argentino en dos fases casi diametralmente opuestas. Por mucho que pudieran diferir los juicios valorativos sobre los sindicalismos preperonista y peronista, pocos dudaban de que entre ambos mediara una profunda brecha. Hiroshi Matsushita, docente de la universidad de Tokyo que ha vivido e investigado durante varios años en nuestro país, se coloca en una perspectiva distinta. Aunque, en su opinión, hacia 1944 se produjo un viraje radical en la relación que venían manteniendo sindicatos y gobierno, le interesa resaltar los elementos de continuidad que se perciben entre ciertas orientaciones obreras emergentes en la década del treinta, en particular en torno al problema nacional y a los vínculos entre sindicalismo y política, y las que prevalecieron desde los comienzos de la era peronista. Un enfoque que avala con gran acopio de información y un cuidadoso tratamiento de la misma, dando, además, un brillante ejemplo de la capacidad de algunos estudiosos extranjeros para lograr una percepción ajustada de una realidad a la que, en principio, pudieran parecer totalmente ajenos.
Dado por primera vez a imprenta en 1942, reeditado —en una versión considerablemente ampliada, la que ahora se incluye en esta colección— casi tres décadas más tarde, el estudio de Adolfo Dorfman sobre la evolución de la industria argentina se ha convertido en un clásico, punto de referencia indispensable tanto para los especialistas en historia económica como para los lectores deseosos de acercarse al tema. El tratamiento claro y preciso, apoyado en una abundante documentación, que Dorfman hace de una cuestión clave, la de la industrialización de nuestro país, en una etapa decisiva, la que se extiende hasta los años treinta del presente siglo, explica el gran interés que reviste la obra. Un interés que, como el propio autor lo señala, no se agota en la información acerca de hechos pretéritos: «El objeto último de todo estudio histórico no puede limitarse al mero conocimiento del pasado… Conocer para actualizar y vitalizar el presente, conocer para obrar, modelar, dirigir el futuro; he ahí las razones esenciales de todo conocimiento humano. Y la historia del desenvolvimiento industrial argentino, mero jirón de la magnífica tela de la historia, no puede escapar a esa ley ineludible».
¿Por qué la Argentina gozó durante las tres primeras décadas del siglo de una estabilidad institucional poco común en Latinoamérica y porqué la frecuencia de la intervención del ejército en la escena política a partir de 1930? La búsqueda de modelos interpretativos adecuados para comprender estos fenómenos remite a un campo de problemas de suma complejidad. El investigador francés Alain Rouquié considera, al respecto, que ninguna teoría sobre el militarismo en general o acerca del militarismo latinoamericano en particular puede por si sola proporcionar las respuestas correctas para el caso argentino. Partiendo de esta premisa su ensayo se interna en un terreno histórico concreto: las fuerzas armadas, con la composición social, estructuras organizativas y sistemas de valores que les son propios, son analizadas en su interacción con la sociedad global en cada coyuntura particular. De tal modo, el presente libro rebasa el marco específico del estudio del problema militar para convertirse en una importante contribución al conocimiento de la Argentina contemporánea y de sus recurrentes crisis políticas.
A principios de 1904, Joaquin V. Gonzalez, ministros del Interior en el gabinete del presidente Roca, encomendó un médico y jurisconsulto de origen catalán, afincado en Córdoba, Juan Bialet Massé, la preparación de un informe sobre la situación de las clases trabajadoras en las provincias interiores de la República. El hecho ponía de manifiesto la creciente preocupación de los sectores dirigentes por la entonces llamada «cuestión social» y por la conflictividad que de ella podía emerger. A fin de formarse una idea de primera mano acerca de las condiciones reinantes en distintas áreas del país, Bialet Massé realizó un agotador recorrido, visitando talleres, obrajes, puertos, estancias, explotaciones mineras, y meses después daba cumplimiento al encargo presentando tres gruesos volúmenes rebosantes de información. El Informe, que en su momento constituyó la base del proyecto de Ley Nacional del Trabajo presentado por el ministro González, es para el lector de hoy una fuente indispensable para conocer las condiciones de vida y trabajo de las clases obreras argentinas en los albores de nuestro siglo.
A principios de 1904, Joaquin V. Gonzalez, ministros del Interior en el gabinete del presidente Roca, encomendó un médico y jurisconsulto de origen catalán, afincado en Córdoba, Juan Bialet Massé, la preparación de un informe sobre la situación de las clases trabajadoras en las provincias interiores de la República. El hecho ponía de manifiesto la creciente preocupación de los sectores dirigentes por la entonces llamada «cuestión social» y por la conflictividad que de ella podía emerger. A fin de formarse una idea de primera mano acerca de las condiciones reinantes en distintas áreas del país, Bialet Massé realizó un agotador recorrido, visitando talleres, obrajes, puertos, estancias, explotaciones mineras, y meses después daba cumplimiento al encargo presentando tres gruesos volúmenes rebosantes de información. El Informe, que en su momento constituyó la base del proyecto de Ley Nacional del Trabajo presentado por el ministro González, es para el lector de hoy una fuente indispensable para conocer las condiciones de vida y trabajo de las clases obreras argentinas en los albores de nuestro siglo.
La revolución del 6 de septiembre de 1930 puede ser vista como un intento de restauración de la Argentina conservadora, como una revancha de los viejos sectores dirigentes desplazados del gobierno en 1916 por el radicalismo; no cabe duda de que lo fue en buena medida. Pero también es posible abordar el ciclo histórico abierto con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen desde otro punto de vista, para descubrir en él tendencias más profundas y persistentes, entre ellas una muy significativa, el ocaso de las prácticas políticas tradicionales. Se trata, dice Alberto Ciria, de «un proceso dinámico», el de «la declinación de los partidos políticos frente a otras fuerzas que cubrían sus claros». No es casual, por lo tanto, que en Partidos y poder en la Argentina moderna, además de realizar una cuidadosa descripción de los acontecimientos más relevantes del período 1930-1946, Ciria dedique singular atención al estudio de los llamados factores de poder y grupos de presión —fuerzas armadas, Iglesia, sindicatos, grupos económicos—, cuya creciente influencia en los mecanismos de decisión pasaría a convertirse en un dato irreversible de la estructura política argentina.
Aunque la obra era conocida en Bizancio, era desconocida en Europa Occidental hasta alrededores de 1120, cuando el monje inglés Adelardo de Bath la tradujo al Latín a partir de una traducción Árabe. En 1482, Erhard Ratdolt realizó en Venecia la primera impresión latina de la obra. Los Elementos es considerado uno de los libros de texto más divulgado en la historia y el segundo en número de ediciones publicadas después de la Biblia (más de 1000). Durante varios siglos, el quadrivium estaba incluido en el temario de los estudiantes universitarios, y se exigía el conocimiento de este texto. Aún hoy se utiliza por algunos educadores como introducción básica de la geometría. En estos trece volúmenes Euclides recopila gran parte del saber matemático de su época, representados en el sistema axiomático conocido como Postulados de Euclides, los cuales de una forma sencilla y lógica dan lugar a la Geometría euclidiana.
De los trece libros que componen los «Elementos», los seis primeros corresponden a lo que se entiende todavía como geometría elemental; recogen las técnicas utilizadas por los pitagóricos para resolver lo que hoy se consideran ejemplos de ecuaciones lineales y cuadráticas, e incluyen también la teoría general de la proporción, atribuida tradicionalmente a Eudoxo. Los libros que van del séptimo al décimo tratan de cuestiones numéricas y los tres restantes se ocupan de geometría de los sólidos, hasta culminar en la construcción de los cinco poliedros regulares y sus esferas circunscritas, que había sido ya objeto de estudio por parte de Teeteto. La influencia de los «Elementos» fue decisiva: se adoptaron de inmediato como libro de texto ejemplar en la enseñanza inicial de la matemática, y fuera del ámbito de esta disciplina, los tomaron como modelo, en su método y exposición, autores como Galeno, para la medicina, o Spinoza, para la ética, entre otras varias ramas de la ciencia.
Euclides estableció lo que se convertiría en la forma clásica de una proposición matemática: un enunciado deducido lógicamente a partir de unos principios previamente aceptados. En el caso de los «Elementos», los principios que se toman como punto de partida son veintitrés definiciones, cinco postulados y cinco axiomas o nociones comunes. El enorme magisterio de los «Elementos» se ha mantenido hasta hoy, pues buena parte de su contenido se sigue impartiendo en las escuelas; sin embargo, las aportaciones de la geometría moderna le han arrebatado la exclusividad: desde el siglo XIX se han definido geometrías consistentes, llamadas «no euclidianas», a partir de la supresión o modificación del quinto axioma, el de las paralelas. Sin embargo, la misma denominación de estas variantes contemporáneas indica que, tanto para expertos como para novicios, el nombre «Euclides» se ha convertido en sinónimo de geometría.
El poeta hispano Marco Valerio Marcial (Bílbilis [Calatayud], h. 40 d.C.-103/104) viajó a Roma en el 64, donde vivió humildemente durante un tiempo; era pobre y se ganaba la vida con la poesía, por lo que dependía de protectores que no siempre se mostraban generosos, aunque su fortuna fue mejorando con los años y acabó regresando a Bílbilis para pasar sus últimos años en la paz de una granja.Su obra principal son los Epigramas, poemas breves (alrededor de unos mil quinientos) en los que alcanza una concisión expresiva que le ha hecho célebre y retrata, a menudo con espíritu satírico (aunque sin dar nombres reales), los más diversos caracteres romanos contemporáneos: mercenarios, glotones, borrachos, seductores, hipócritas, pero también viudas fieles, amigos leales, poetas inspirados y críticos literarios honestos.Marcial no era virtuoso ni constante: los nueve primeros libros de los Epigramas, aparecidos en época de Domiciano, son aduladores hacia él; en los tres restantes condena al tirano y elogia a los nuevos emperadores, Nerva y Trajano. Si bien no llega a los tonos de amargura violenta de Juvenal, epigramista satírico algo más joven que él, puede ser implacable en su burla. Tanta dureza moral (propia y ajena) queda redimida por la célebre concisión sintética de los epigramas, y por el reflejo testimonial de tantísimos tipos romanos.Tras superar los reparos que la pudibunda de las diversas censuras puso a buena parte de su obra, Marco Valerio Marcial quedó consagrado en la posterioridad como el maestro romano del breve, punzante e ingenioso género del epigrama. Nacido en Bílbilis, en la Celtiberia, en los años 38 o 41 d. C., Marcial debió de llegar a Roma en los tiempos de Nerón, como uno de tantos jóvenes provincianos que allí acudían tratando de hacer la carrera literaria. En Roma vivió por bastantes años en una cierta bohemia, aliviada ocasionalmente por mecenazgos varios, entre ellos el del emperador Domiciano. De ahí que los Epigramas de Marcial sean en muchos casos un interesante testimonio -en general, más desenfadado que tremendista- de la azarosa vida cotidiana de la gente menuda de la Urbe. Marcial nunca olvidó su tierra natal, que evoca en varios de sus poemas; y a ella retornaría para pasar los últimos años de su vida, no sin añoranzas del animado ambiente social y literario de la Roma de sus buenos tiempos.
El poeta hispano Marco Valerio Marcial (Bílbilis [Calatayud], h. 40 d. C.-103/104) viajó a Roma en el 64, donde vivió humildemente durante un tiempo; era pobre y se ganaba la vida con la poesía, por lo que dependía de protectores que no siempre se mostraban generosos, aunque su fortuna fue mejorando con los años y acabó regresando a Bílbilis para pasar sus últimos años en la paz de una granja.Su obra principal son los Epigramas, poemas breves (alrededor de unos mil quinientos) en los que alcanza una concisión expresiva que le ha hecho célebre y retrata, a menudo con espíritu satírico (aunque sin dar nombres reales), los más diversos caracteres romanos contemporáneos: mercenarios, glotones, borrachos, seductores, hipócritas, pero también viudas fieles, amigos leales, poetas inspirados y críticos literarios honestos.Marcial no era virtuoso ni constante: los nueve primeros libros de los Epigramas, aparecidos en época de Domiciano, son aduladores hacia él; en los tres restantes condena al tirano y elogia a los nuevos emperadores, Nerva y Trajano. Si bien no llega a los tonos de amargura violenta de Juvenal, epigramista satírico algo más joven que él, puede ser implacable en su burla. Tanta dureza moral (propia y ajena) queda redimida por la célebre concisión sintética de los epigramas, y por el reflejo testimonial de tantísimos tipos romanos.Tras superar los reparos que la pudibunda de las diversas censuras puso a buena parte de su obra, Marco Valerio Marcial quedó consagrado en la posterioridad como el maestro romano del breve, punzante e ingenioso género del epigrama. Nacido en Bílbilis, en la Celtiberia, en los años 38 o 41 d. C., Marcial debió de llegar a Roma en los tiempos de Nerón, como uno de tantos jóvenes provincianos que allí acudían tratando de hacer la carrera literaria. En Roma vivió por bastantes años en una cierta bohemia, aliviada ocasionalmente por mecenazgos varios, entre ellos el del emperador Domiciano. De ahí que los Epigramas de Marcial sean en muchos casos un interesante testimonio —en general, más desenfadado que tremendista— de la azarosa vida cotidiana de la gente menuda de la Urbe. Marcial nunca olvidó su tierra natal, que evoca en varios de sus poemas; y a ella retornaría para pasar los últimos años de su vida, no sin añoranzas del animado ambiente social y literario de la Roma de sus buenos tiempos.
De Mysteriis Aegyptiorum, Chaldeorum, Assyriorum, una de las pocas obras de Jámblico que se conservan completas, fue el título asignado en 1497 por Marsilio Ficino al texto «Respuesta del maestro Abamón a la Carta de Porfirio a Anebo y soluciones a las dificultades que ella plantea», en la que Porfirio atacaba a la teurgia y ciertas formas de adivinación que Jámblico se esfuerza en defender basándose en las enseñanzas de los Misterios egipcios y caldeos.Redactada como defensa de un ritual mágico, contiene abundante información sobre las supersticiones en el siglo IV y la intención de relacionar las doctrinas pitagórica y platónica con la tradición filosófica egipcia, así como el intento de armonizar a Platón y Aristóteles, y el interés por la sabiduría caldea y la egipcia como fuente y luz para las cuestiones filosófico-religiosas.
Referencia, Ciencias naturales, Otros, Salud y bienestar
El célebre tratado Plantas y remedios medicinales constituye la más amplia guía farmacéutica de la Antigüedad: trata seiscientas plantas, treinta y cinco productos animales y noventa minerales, y acrecentó mucho el conocimiento de remedios para todo tipo de males. Su autor, Dioscórides, médico griego que sirvió con el ejército romano (siglo I d. C.), introdujo una serie de innovaciones metodológicas y teóricas: necesidad de estudiar cada planta en relación a su hábitat, de observar las plantas en todas las estaciones, de preparar cada medicina con precisión y de juzgarla por sus méritos. Cada artículo obedece a una estructura sistemática: nombre y sinónimos en griego y otras lenguas (lo que ha sido de gran interés para lingüistas y lexicógrafos), origen, descripción morfológica, preparación médica, con la proporción, formas farmacéuticas (pastillas, soluciones, tinturas), prescripción y dosis. El enorme caudal de noticias sobre medicamentos procedentes de los tres reinos de la naturaleza se organiza en cinco grandes apartados: remedios obtenidos de las plantas, remedios animales, materias curativas por sí mismas, sustancias alcohólicas y remedios minerales. De materia medica fue un texto de referencia durante toda la Edad Media (también en el mundo árabe y musulmán) y el Renacimiento; hoy sigue poseyendo un enorme interés por constituir un paradigma en la prosa y el léxico científicos.
Referencia, Ciencias naturales, Otros, Salud y bienestar
Pedanio Dioscórides Anazarbeo (siglo I d.C.) nació en Anazarbus, Cilicia, Asia Menor (actual Turquía). Los escasos datos que poseemos de este médico, farmacólogo y botánico provienen de la carta que precede a su tratado como prefacio, en el que informa de que fue cirujano del ejército romano, lo que le permitió viajar y examinar personalmente la materia de sus estudios en muchos lugares del Imperio. En este prefacio, Dioscórides se muestra consciente de que su obra supera a la de sus predecesores por el cuidado y la diligencia que ha puesto en recoger la información, por su ilimitado deseo de hallar fármacos y por la organización del material (distribuido según la finalidad de los remedios: diuréticos, afrodisíacos, abortivos, estomacales, vomitivos, purgativos...). Entre las muchas sustancias y elementos que analizó con vistas a entender sus propiedades y efectos benéficos están el opio y la mandrágora, el mercurio y el arsénico.
El hermetismo surgió en el Egipto de los Ptolomeos, del periodo helenístico; se trata de un movimiento doctrinal, esotérico y religioso, que combina aspectos de los cultos egipcio y griego y tiene como figura central al dios Hermes, el mensajero de los dioses, al que invoca con el apelativo de Trismegisto, el tres veces grande. Este movimiento ejerció una profunda influencia en la filosofía grecorromana de comienzos de la era cristiana y entre los humanistas del Renacimiento (Pico della Mirandola y otros adeptos de la alquimia y el neoplatonismo). El Corpus hermeticum consiste en una colección de textos sagrados, escritos en griego (en un inicio se afirmó que eran traducciones de textos egipcios), que contiene las principales creencias y doctrinas herméticas, concernientes a la divinidad, el origen del cosmos, la caída del hombre desde el Paraíso y las grandes cuestiones de Verdad, Bien y Belleza. La tradición atribuye la autoría del Corpus a Hermes Trismegisto, originariamente transfiguración del dios egipcio Thot, pero después transformado en sabio.Esta edición ofrece, amén de una rigurosa traducción basada en los más firmes principios filológicos e historiográficos, una cuidada selección de los textos —Corpus hermeticum [Anexo del Códice VI Nag Hammadi. La Ogdóada y la Enéada], Extractos de Estobeo, Asclepio [Anexo. Nag Hammadi VI 8: Fragmento del Lógos téleios], Fragmentos diversos, Definiciones herméticas armenias—, una esclarecedora y completa introducción con noticias sobre el culto y el movimiento herméticos, con los preceptos y el desarrollo a lo largo de la historia, así como apéndices que permitirán hacer una lectura sistemática de este conjunto de misteriosos textos.
Apolodoro de Atenas es para nosotros un perfecto desconocido, pero le debemos este tratado de mitografía, probablemente compuesto en el siglo I o II d. C., que constituye una útil y esclarecedora catalogación de una gran cantidad de material legendario. En la elaboración del compendio el autor muestra su exhaustivo conocimiento de la tradición literaria que trasmitió el repertorio mítico. No tiene pretensiones estilísticas, pruritos filosóficos ni afectaciones poéticas, sino que con buena y transparente prosa se aplica a narrar las vicisitudes de dioses y héroes, con sus genealogías; los nombres se suceden y entrelazan en un entramado de mitos que transmite una visión arcaica del mundo divino y humano. Se trata de una rigurosa obra de erudición sobre un material que, por su lejanía en el tiempo, ha dejado de formar parte de las creencias y la religión, para integrarse en el bagaje cultural y en una herencia ya literaria. Escrita con notable precisión didáctica, la «Biblioteca» es un excelente manual de mitología.
Esta obra elaborada en el siglo I o en el II d. C. recopila, de manera detallada pero incompleta, la mitología griega tradicional, desde los orígenes del universo hasta la Guerra de Troya. La Biblioteca mitológica ha sido usada como referencia por los clasicistas desde la época de su compilación hasta la actualidad, y ha influido en la literatura sobre el mundo clásico desde la Antigüedad hasta Robert Graves. Proporciona una historia de los mitos griegos, contando la historia de todas las grandes dinastías de la mitología heroica y los episodios relacionados con los principales héroes y heroínas, desde Jasón y Perseo hasta Heracles y Helena de Troya. Como fuente primaria para los mitos griegos, como obra de referencia y como indicio de cómo los propios escritores griegos antiguos veían sus tradiciones míticas, es indispensable para cualquiera que tenga interés por la mitología clásica.
El manual Bibliotecas (1948) de Enriqueta Martín fue realizado con el propósito de servir de libro de texto en los cursos de biblioteconomía del International Institute de Madrid.Según la Introducción de Belén Marañón, contiene varias partes:a) una primera iniciadora, de carácter informativo y destinada a ayudar al alumno que principia, dedicada a las ideas más elementales sobre la biblioteca, su funcionamiento, sus servidores y sus clientes;b) una ampliación y corrección de un folleto publicado en 1934 con el título de Reglas de catalogación por las alumnas de biblioteconomía en la Residencia de Señoritas;c) una somera noticia histórica de las bibliotecas y de los elementos que la integran;d) un índice alfabético de las materias contenidas;e) los signos más generalizados en la corrección de las pruebas de imprenta y su aplicación;f) una lista de definiciones de términos relacionados con las bibliotecas;g) las palabras más usuales referentes a procedencia, impresión, etc., de un libro en varios idiomas; yh) una lista de títulos para encabezar fichas de materia.
«Un elocuente relato de la noble historia de las bibliotecas, tal cual se ha desarrollado desde los tiempos más antiguos hasta el presente». Nicholas A. Basbanes, autor de A Gentle Madness. Desde que el mundo es mundo, las bibliotecas han sido construidas, quemadas, descubiertas, saqueadas, amadas... y mientras todo esto tenía lugar, los tesoros en ellas albergados se transformaban y pasaban de ser tablillas de piedra a rollos o pergaminos bellamente iluminados, que a su vez se convirtieron en libros de papel encuadernado y estos en los formatos digitales actuales. Este libro, dirigido a ese amante de los libros que todos llevamos dentro, nos ofrece una visión panorámica de la historia de las bibliotecas según han ido pasando los siglos, y nos abre las puertas de las más importantes de la Grecia clásica, la antigua China, la Inglaterra renacentista o la Norteamérica contemporánea. Además incluye bellas ilustraciones, acertadas citas y cuidadas descripciones de muchos centros maravillosos, lo que le convierte en una indudable fuente de saber y buenos momentos, en un recorrido que lleva al lector a realizar un absorbente y entretenido viaje alrededor del mundo.